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30 IDEAS & DEBATES El fantasma de Maquiavelo · “La voz de Maquiavelo no ha tenido eco”. Hegel, La constitución de Alemania, 1802. En 2013 se cumplieron los 500 años de El

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El fantasma de Maquiavelo

Emmanuel BarotProfesor de filosofía en Toulouse II-Le Mirail, autor de Révolution dans l’Université. Quelques leçons théoriques et lignes tactiques tirées de l’échec du printemps 2009, Marx au pays des soviets ou les deux visages du com-munisme y Sartre et le marxisme.

“La voz de Maquiavelo no ha tenido eco”. Hegel, La constitución de Alemania, 1802.

En 2013 se cumplieron los 500 años de El Príncipe de Maquiavelo, y sin embargo su fan-tasma todavía ronda. Tras el lejano rastro de las listas negras de la Iglesia católica, aún do-mina la vulgar interpretación “maquiavélica” de una justificación inmoral y brutal de la Ra-zón de Estado. Defendiéndola o condenándola, las recepciones de Maquiavelo pura y simple-mente de derecha (de Tocqueville a Strauss o Aron) tienen en común rebajar la relación Prín-cipe-pueblo a una relación descendente de pas-tor a rebaño. Al contrario, para las tradiciones republicanas (siguiendo a Rousseau o Spino-za) o emparentadas con ella (Fichte, Hegel), él suministró armas fundamentales a los pue-blos para la conquista de su libertad, contra la arbitrariedad de los príncipes, y teorizó sobre las condiciones de la unidad estatal por las que un pueblo se convierte en nación. Pero desde Gramsci, que toma la medida de esta doble in-terpretación para superarla, también ha suscita-do usos variados en la constelación marxista, de Lefort a Althusser, pasando por Negri. Mientras que hoy revueltas, revoluciones populares y lu-cha de clases vuelven a irrumpir en la escena de la historia, las lecciones de este “solitario” (se-gún Althusser) merecen ser interpretadas y en-contrar su lugar en el marxismo estratégico que necesitan los proletarios para no volver a come-ter los errores de las últimas décadas.

I. El pueblo-plebe contra los grandes: figuras monárquica y republicana del Príncipe

En su visión más conocida del tablero trian-gular formado por los pueblos, los Grandes y los Príncipes, Maquiavelo opone la “plebe” de los no-nobles, a los “grandes”, aristócratas y terratenientes, calificándolos de “humores” propios de toda sociedad, de “deseos”, irrecon-ciliables e insuperables a la vez, como si su an-tagonismo fuera natural y necesario. Al deseo de poseer y mandar, por lo tanto, de oprimir en los grandes1, se opone el de no ser oprimido en el pueblo2, cualitativamente “más honesto” que el de los grandes. El Príncipe siempre de-be ser el aliado, “el amigo” del pueblo (por otra parte, un pueblo habituado a vivir libre no to-lera por mucho tiempo que se lo someta), aún Ilustración: Sergio Cena

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cuando debe manejar las susceptibilidades de los nobles. En esta estructura naturalizada, el ciclo histórico de los regímenes3, entonces, so-lo expresa una alternancia sin fin del orden y del desorden4. Este conflicto de “humores” es portador de progreso institucional hasta cier-to punto, porque es el juego permanente de dos contra-poderes. Pero superado el umbral pro-gresista, induce a guerras civiles y caos. El Prín-cipe, si tiene la excelencia de la “virtù”, y a la vez discernimiento estratégico, sentido del “kai-ros” (momento oportuno, ocasión proporciona-da por la “fortuna”, las circunstancias), interés en la cosa pública, y poderío material de im-poner su voluntad, es entonces el médico que previene o erradica las enfermedades y detiene este conflicto. Árbitro por encima de la pelea, tan necesario e irreductible como los otros dos polos, es el tercero que disciplina, la autoridad universal que domina sus particularismos.

Pero como el poder solo es tiránico por ne-cesidad, Maquiavelo defiende la constitución mixta5, compromiso reformista por excelen-cia en el que cada fracción del “cuerpo” social supuestamente ve preservados sus intereses contra los excesos de los demás6. Incluso los tribunos de la República romana, instaurados por la presión de la plebe contra los patricios, no escapan a esta configuración en la que el Príncipe se contenta con expresar y canalizar el antagonismo social, quedando en última ins-tancia detrás de los dominantes. Aquí la plebe no es realmente demos, necesita la autoridad de un Príncipe distinto de ella para evitar la anarquía, encarnando este el Estado de clases (y sus élites), cuya necesaria destrucción teori-zara Lenin, después de Marx.

Fortuna/virtù, revolución/contrarrevolución y “gobierno popular”

De entrada Maquiavelo pone en tensión es-te dispositivo con la teoría muy moderna de la revolución y la contrarrevolución que inau-gura simultáneamente en El Príncipe. Se trata de “aventurarse a introducir nuevas institucio-nes”7 y hacer la historia, proceso radical que exige a los nuevos Príncipes “imitar” la “virtù” de los héroes antiguos: así Teseo para Atenas, Rómulo para Roma, o incluso Moisés como jefe

político-militar. Ya sea asegurar la unidad y con-quistar la libertad de un pueblo antes sometido o quebrado, o hacer posible el crecimiento de un nuevo pueblo, la empresa es propiamente revolucionaria porque debe renovar todo8. Es-to implica estar solo9: los caminos intermedios, más o menos tibios, horrorizan a Maquiavelo porque fracasan, y la multiplicidad de los cen-tros de decisiones es incompatible con la efica-cia que se aspira. Unidad de la voluntad en la acción: del individuo al partido comunista co-mo príncipe moderno10, de aquí parte la lectura gramsciana, atravesada por la referencia al ja-cobinismo. Y todo esto pone al arte de la guerra en el centro de la revolución, leitmotiv de Ma-quiavelo, las buenas leyes dependen de las bue-nas armas11, y recíprocamente: vanidad tanto de los profetas desarmados como de los tiranos.

El florentino prosigue en varios lugares con la idea de que si la fortuna juega contra el Prínci-pe, generalmente no hace más que insistir sobre sus propios errores. La “fortuna” es una mez-cla de condiciones estructurales objetivas y cir-cunstancias contingentes. Designa ese juego de determinismos (sociales, económicos, ideológi-cos) en un cierto grado de desarrollo por enci-ma del cual no se puede saltar: imposible que en el siglo XVI el naciente proletariado pue-da ser ya el actor objetivo y subjetivo central que va a ser cuatro siglos más tarde. Y también designa todos los elementos de incertidumbre y de variabilidad que afectan objetivamente a las situaciones en las que se despliega el arte de la política. Pero a pesar de estas condiciones materiales que impone a la praxis estructural y coyunturalmente, tampoco es una potencia transcendente: para Maquiavelo solo es el fac-tor decisivo en proporción a la impotencia o a la debilidad de la virtù, es decir, de la praxis re-volucionaria.

¿En qué sentido? Si se puede comprender que un movimiento histórico se desvíe teniendo en cuenta circunstancias particularmente dramáti-cas, degenere en sí mismo o perezca bajo los efectos de una contrarrevolución exterior, es-to nunca puede ser suficiente para perdonar los defectos de aquella12. No es que un verda-dero sujeto revolucionario sea capaz de ca-minar sobre el agua (semejante maximalismo

“izquierdista” está ausente en Maquiavelo), si-no que aguas arriba de la praxis, en la mala apreciación de las condiciones objetivas, tanto la subdeterminación como la sobredetermina-ción de las posibilidades reales de acción son defectos mayores de la virtù (el ejemplo mili-tar aparece aquí sin ambigüedades). La virtù no tiene la capacidad de lograr siempre todo: es la potencia de hacer coincidir la voluntad con la “verità effectuale”13 de las cosas. El mo-delo en ciertos aspectos “utopista” del Prínci-pe, identificado por Hegel (en La constitución de Alemania) antes que Gramsci, sigue siendo naturalmente el de un antiutopismo estratégi-co sin igual.

II. De los “humores” a las clases en lucha en el capitalismo naciente

Los Discursos sobre la primera década de Tito Livio van aún más lejos y consideran explícita-mente el “gobierno popular”14 (administrazione popolare): la triangulación principesca pue-de ser pasada por alto, la multitud-plebe es ca-paz de convertirse en un sujeto auténticamente político, “regulado por leyes”15. La virtù ya no es exclusiva de los “grandes hombres”, y la in-terpretación estrechamente “monárquica” del Príncipe se derrumba: de allí las lecturas re-publicanas de Maquiavelo y su prolongación “demócrata radical” en el “poder constituyen-te” posmarxista de Negri. ¿En qué condiciones concretas el pueblo puede convertirse en su pro-pio Príncipe? Si su respuesta es importante para el marxismo, en principio es porque Maquiave-lo esboza un segundo concepto de “pueblo”, que muestra que él mismo ha “colectivizado” de antemano al Príncipe en el contexto de la lu-cha de clases moderna.

La plebe-proletariado contra el pueblo-burguesíaEfectivamente, las Historias Florentinas anti-

cipan el pasaje del “pueblo-nación” unido con-tra la nobleza (los tribunos de la plebe en 1789 y febrero de 1848) al “pueblo-proletario” unido contra los nobles y los burgueses (junio 1848 y posteriormente). En realidad el “pueblo” está dividido sobre bases económicas y sociales16, y la plebe stricto sensu está formada por los que »

“ Al deseo de poseer y mandar, por lo tanto, de oprimir en los grandes, se opone el de no ser oprimido en el pueblo, cualitativamente “más honesto” que el de los grandes.

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trabajan con sus manos, viven de “esos oficios que son los nervios y la vida de la ciudad”17, y cuyo “trabajo no era retribuido suficientemen-te”18. Es el popolo minuto cuyos oficios no son ni reconocidos ni integrados por ninguna cor-poración profesional. “Pequeño pueblo”, “multi-tud”, a veces “canalla” o “populacho”, oscilando entre proletariado y lumpenproletariado, tales eran los Ciompi: los trabajadores más pobres y menos calificados de la industria de la lana, in-cluso por debajo de los tejedores y los tintoreros, subpagados en la jornada y confinados al fondo de las primeras fábricas textiles en el capitalismo naciente de la ciudad de Florencia. Frente a los Ciompi existe el popolo grasso, el pueblo no-no-ble por cierto, pero con riquezas y propietario, del que los nobili popolani, las grandes familias co-mo la dinastía Médici, son la capa superior: gran burguesía local, este capital industrial y financiero ya se había apoderado del Estado florentino, so-bre todo para lanzar y financiar las guerras ince-santes que se hacían a las ciudades vecinas. Abajo de todas las escalas sociales, el trabajo del popolo minuto es ya en el siglo XIV, para Maquiavelo, el secreto vergonzante de una industria gloriosa que vampiriza a su fuerza de trabajo.

En 1378 se produjo la gran revuelta de los Ciompi, y el principal relato que propone so-bre ella19 llega hasta atribuirle la virtù prin-cipesca. Esta plebe moderna ordena tácticas insurreccionales a una estrategia social reno-vadora, sobre la base del reconocimiento de los intereses objetivos y específicos de la cla-se particular formada por sus miembros. Im-petuosidad y audacia20, aptitud contra toda tibieza21 para hacer un uso político del terror contra el enemigo de clase y aprehender el kai-ros, en nombre del orden nuevo a crear, este tumulto no fue una simple “revuelta”, sino más bien el esbozo de una real política revolucio-naria. Contra la miseria y la falta de reconoci-miento lanzan la huelga en los talleres, toman las armas y empujan a la ciudad a instaurar un gobierno provisorio que satisfaga algunas de sus reivindicaciones (la creación de una cor-poración y el derecho simbólico de portar sus propias armas). Con su impulso imponen en-tonces, en el verano de 1378, una verdadera dualidad de poderes, y demuestran su capaci-dad de autoorganización agrupándose y dotán-dose de representantes22. Frente al gobierno traidor del gonfalonier Lando (antiguo capataz surgido de las filas de los Ciompi, el Kerens-ki de su tiempo), que sesiona en el Palacio de la Señoría en el corazón de Florencia, organi-zan una segunda insurrección con el objetivo consciente de realizar lo que Trotsky designara genéricamente como la famosa “segunda eta-pa”. De allí esta afirmación de Simone Weil en 1934 (que por lo demás, sin embargo era una

persona muy crítica del marxismo): “El prole-tariado, en agosto de 1378, ya opone el órga-no de su propia dictadura a la nueva legalidad democrática que él mismo hizo instituir, como tuvo que hacer luego de febrero de 1917”23.

En agosto de 1378 la segunda insurrección es ahogada en sangre por el gobierno de Lando. Y aunque ha valorizado la capacidad subjetiva de la plebe revuelta, Maquiavelo cambia nue-vamente sus ropas: continuando su narración finalmente atribuye la virtù a Lando, restable-ciendo la visión “populachera” y despolitizada de la multitud, con el argumento de que la re-vuelta, aún nacida de la miseria, se volvía más propicia para el caos que para el progreso de la ciudad. El florentino se encuentra entre estos dos fuegos y no saldrá de allí.

III. El “Príncipe colectivo” desde el punto de vista de la dirección revolucionaria

Esta oscilación no le es exclusiva, atraviesa todos los debates sobre las instituciones de la libertad y de la paz social, desde la Alta Antigüe-dad hasta el umbral del marxismo. Aún cuando aquí se decide a favor del vencedor, el italiano fue el primero en reconocer, dejando ya obsole-ta cualquier oposición mecánica entre “espon-taneísmo” y “vanguardismo”, que conciencia de clase, programa estratégico y organización po-lítica, no son más que las facetas articuladas de una sola y misma dialéctica. Ni mística, ni de-monización del pueblo: la cuestión no es insistir tanto en el rol del partido (el príncipe devenido “colectivo”) de reformar un sentido común ca-paz de reunificar a un proletariado desunido. El elemento clave es la manera en que se alían el príncipe y el pueblo, y sobre todo la posibilidad de la interiorización en el pueblo-proletariado de la función principesca, es decir de la fun-ción de dirección político-militar. Desde este momento, lo que está en juego precisamente es la función principesca del partido leninista, del partido revolucionario con influencia de masas.

Gramsci insistía en su período de L´Ordine Nuovo sobre las experiencias de autoorganiza-ción en los consejos obreros, para concentrar-se después, en los Cuadernos de la cárcel, en el propio partido: es en este contexto específico en el que retorna a Maquiavelo, en 1932-1934, pero esta vez dejando totalmente de lado la cuestión de la autoorganización. Ahora bien, es la relación entre ambos la que crea dialéc-ticamente el problema de la dirección revolu-cionaria. Sobre el 1905 ruso, Trotsky sacaba la lección de que “sería un grave error identifi-car la fuerza del partido bolchevique con la de los soviets que dirigía. Estos últimos represen-taban una fuerza mucho más poderosa, pero sin partido, habrían sido impotentes”. A la vez,

Maquiavelo ya decía que la multitud es “más sa-bia y más constante que un príncipe”, que “junta es vigorosa” pero que “desunida”, es decir, “sin jefes”, es “débil”24. Más allá de Gramsci, pro-ponemos decir que el “príncipe” maquiavela-no anticipa más que el partido solo: anticipa la dialéctica de las masas en el movimiento orgáni-camente mediatizado por el partido comunista re-volucionario, su autoorganización en soviets y/o su autoconstitución en un poder independiente capaz además de federar a las clases subalternas.

La segunda parte de este artículo se extende-rá en esta hipótesis de lectura desde el punto de vista del lugar que puede tener Maquiavelo hoy25, en el debate estratégico sobre las relacio-nes entre guerras de movimiento y de posición y revolución permanente26, en particular según el rasero de la fuerza con la que, iniciando un pa-radigma que Clausewitz extenderá, ya subordi-naba el arte de la guerra a la política popular.

1. Le Prince, IX [LP].

2. Histoires florentines, III, 1 [HF].

3. Discours sur la première décade de Tite-Live, I, 2 [D].

4. Cf. D, II, “Avant-propos”; HF, V, 1.

5. Cf. D, I, 2 ; HF, II, 39.

6. D, I, 4-5 ; LP, IX.

7. LP, VI ; D, I, “Avant-propos”.

8. D, I, 26.

9. Ibíd., I, 9.

10. Cf. Cahiers de prison, VIII, § 21.

11. LP, XII.

12. D, II, 30.

13. LP, XV.

14. D, I, 4. Cf. L’art de la guerre, II.

15. Ibíd., I, 58 y III, 35.

16. Cf. HF, I, “Préface”, y II, 40-41.

17. LP, X.

18. HF, III, 12.

19. Ibíd., III, 13 y ss.

20. LP, VI ; D, III, 44.

21. D, III, 9 y 21.

22. HF, III, 17.

23. S. Weil, “Un soulèvement prolétarien à Floren-ce au XIVe siècle”, en N. Maquiavelo & S. Weil, La révolte des Ciompi, Toulouse, CMDE-Smolny, 2013 (www.collectif-smolny.org). Retomo aquí algunos pa-sajes de mi posfacio al libro 1378 o la emergencia del sujeto revolucionario moderno.

24. D, II, 44, 57-58.

25. Cf. E, Albamonte & M. Maiello, “Trotsky y Gram-sci: debates de estrategia sobre la revolución en ‘oc-cidente’”, Estrategia Internacional 28, septiembre de 2012, § “Gramsci y Maquiavelo”, p. 140.

26. A. Gramsci, Guerre de mouvement et guerre de position, Paris, La fabrique, 2011, ch. V ; E. Albamon-te & M. Romano, “Trotsky y Gramsci. Convergencias y divergencias”, “Revolución permanente y guerra de posiciones. La teoría de la revolución en Trotsky y Gramsci”, Estrategia Internacional 19, enero de 2003.