Althusser - Dos o Tres Palabras Brutales Sobre Marx y Lenin

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    Dos o tres palabras(brutales) sobreMarx y LeninLouis Althusser

    Traducido por Ana Mara de Rodrguez

    LEspresso, ao XXIV, n 4, 29 de enero de 1978

    Eco. Revista de la cultura de occidenteBogot, tomo XXII/5, marzo 1978, N 197

    La paginacin se correspondecon la edicin impresa

    http://www.letrae.com.ar/www.letrae.com.ar
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    Nuestro inters por los exiliados de los pases del Este no

    obedece a una simple necesidad de saber, ni a una manifesta-

    cin de solidaridad. Lo que ocurre en los pases del Este nos

    toca en el corazn y en las entraas. Tambin nosotros estamos

    en juego en cuanto all sucede. Todo lo que all pasa nos con-

    cierne, repercute en nuestras perspectivas, los objetivos de nues-

    tra lucha, la teora, el combate y nuestras maneras de actuar.

    Me disculpo de antemano si algunas de las cosas que voy a

    decir son brutales y esquemticas: sin los necesarios matices.

    Pero de un tiempo a esta parte se ha comenzado a hablar de

    la crisis del marxismo. Y no debemos tener miedo: cierta-mente el marxismo est en crisis, y esta crisis es manifiesta. La

    ven y la sienten todos: en primer lugar, nuestros adversarios,

    quienes hacen lo posible por sacar el mayor provecho. En

    cuanto a nosotros, hacemos algo ms que verla: la vivimos. Y

    desde hace tiempo.

    Qu entiendo por crisis del marxismo? Un fenmeno con-

    tradictorio que debe pensarse a escala histrica y mundial, yque obviamente rebasa los lmites de la simple teora marxis-

    ta; un fenmeno que concierne al conjunto de las fuerzas que

    toman al marxismo como punto de referencia, a sus organiza-

    ciones, sus objetivos, su teora, su ideologa, sus luchas, la his-

    toria de sus derrotas y sus victorias.

    Es un hecho: ya no es posible hoy en da pensar conjunta-

    mente, de una parte, el octubre de 1917, el extraordinario pa-

    pel liberador de la revolucin de los Soviets, Stalingrado, y

    por otra los horrores del rgimen stalinista y el sistema opre-

    sivo de Breznev. Los mismos compaeros de la Mirafiori decan:

    si no se puede, como antes, pensar conjuntamentepresente y pa-

    sado, quiere decir que en la conciencia de las masas ya no existe

    un ideal realizado, una referencia viva para el socialismo. Este

    hecho, en apariencia tan simple, ha sido registrado y traducido

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    por las repetidas declaraciones de los dirigentes comunistas occi-

    dentales: No existe un modelo nico para el socialismo. Se

    trata de una comprobacin y no de una respuesta a la pre-

    gunta de las masas. En realidad, ya no se puede pensar la si-

    tuacin actual contentndose con decir que hay diversas vashacia el socialismo. Pues en ltimas, es imposible evadir este

    interrogante: quin garantiza que el socialismo de las otras

    vas no conduzca al mismo resultado?

    Una circunstancia particular hace todava ms grave la cri-

    sis que vivimos. No slo algo se ha roto en la historia del

    movimiento comunista, no slo la Unin Sovitica ha pasado

    de Lenin a Stalin y Breznev, sino que los partidos comunistas,

    organizaciones de clase que se dicen marxistas, no se han expli-

    cado todava esta dramtica historia: y esto, veinte aos des-

    pus del XX Congreso! No han querido hacerlo, no han podido

    hacerlo. Detrs de sus reticencias y sus rechazos polticos, de-

    trs de las frmulas irrisorias repetidas hasta el cansancio (el

    culto a la personalidad, la violacin de la legalidad socialis-

    ta, el retraso de Rusia, para no hablar de la afirmacin:la Unin Sovitica tiene todo lo necesario para la democracia,

    slo hay que esperar un poco) surge algo todava ms grave:

    la extrema dificultad (y la conocen todos los que trabajan seria-

    mente en este campo) y tal vez, en el estado actual de nuestros

    conocimientos tericos, la casi imposibilidad de ofrecer una ex-

    plicacin marxista realmente satisfactoria de una historia que

    no obstante se ha hecho en nombre del marxismo. Si esta difi-cultad no es un mito, significa que vivimos en una situacin re-

    veladora de la debilidad, y quizs de elementos de crisis, en la

    teora marxista.

    Creo que este es el punto adonde tenemos que llegar. A

    condicin de tomar el concepto de teora marxista en el sen-

    tido extenso, pleno: no en la acepcin abstracta y limitada del

    trmino, sino en el sentido materialista, marxista, de la palabra,

    segn el cual teora designa el asumir los principios y cono-

    cimientos en la articulacin de la prctica poltica, en sus di-

    mensiones estratgicas y organizativas, en sus objetivos y me-

    dios. En el sentido en que, hace ya ocho aos, Fernando Clau-

    dn hablaba de crisis terica, para designar la crisis del movi-

    miento comunista internacional; en el sentido en que Bruno

    Trentin evoca algunos problemas de organizacin como cues-

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    tiones de dimensiones y alcance terico. Es en este sentido, pro-

    fundamente poltico, que me parece inevitable hablar hoy de

    crisis del marxismo. El resquebrajamiento de las certezas here-

    dadas de una larga tradicin, la de la II y luego de la III Inter-

    nacional, los efectos ideolgicos y tericos de la crisis manifiesta(escisin entre China y la URSS) y encubierta (entre los parti-

    dos comunistas occidentales y la URSS), el abandono solemne

    o silencioso de principios (como la Dictadura del proletaria-

    do) sin una razn terica confesable, la diversidad de las pre-

    guntas y las respuestas, la confusin de los lenguajes y de las

    referencias, traicionar; y enuncian la existencia de dificultades

    crticas de la propia teora marxista, de una crisis terica delmarxismo.

    En esta situacin, dejando aparte las especulaciones de los

    adversarios, es posible distinguir, muy esquemticamente, tres

    formas de reaccionar.

    La primera, caracterstica de algunos partidos comunistas,

    consiste en cerrar los ojos para no ver, y callar: oficialmente el

    marxismo no conoce crisis alguna, son los enemigos quienes la

    han inventado. Otros partidos intentan salvar lo salvable, to-

    man distancias pragmticamente frente a algunos puntos espe-

    cficos, frente a otros abandonan esta o aquella formula em-

    barazosa, pero salvan las apariencias: no llaman a la crisis

    por su nombre. La segunda forma consiste en padecer el des-

    gaste de la crisis, vivirla y sufrirla mientras se continan bus-

    cando motivos reales de esperanza en las fuerzas del movimiento

    obrero y popular. Ninguno de nosotros escapa a esta reaccin,

    acompaada de grandes interrogantes e inquietudes. Pero no es

    posible vivir mucho tiempo sin un mnimo de perspectiva y re-

    flexin sobre un fenmeno histrico de esta importancia: existe

    la fuerza del movimiento obrero, y existe de verdad, pero no

    puede por s sola suplir la falta de perspectiva e interpretacin.

    La tercera forma de reaccionar ante la crisis es tomar una

    perspectiva histrica, terica y poltica suficiente para tratar

    de descubrir, aunque no es fcil, el carcter, el sentido y el al-

    cance de esta crisis. Si se acierta, es posible tambin cambiar de

    lenguaje. En vez de comprobar: El marxismo est en crisis,

    decir: Por fin ha estallado la crisis del marxismo! Por fin

    se ha hecho visible! por fin, en la, crisis y de la crisis, puede

    surgir algo vital!.

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    No es una paradoja, ni un modo arbitrario de voltear las

    cartas. Pienso que la crisis del marxismo no es un fenmeno re-

    ciente, no data de estos ltimos aos, y ni siquiera de la crisis

    del movimiento comunista internacional, inaugurada pblica-

    mente con la ruptura entre China y la URSS y agravada porlas iniciativas de los partidos comunistas internacionales. Ni

    siquiera del XX Congreso del PCUS. Si bien el fin de la unidad

    del movimiento comunista internacional la hizo evidente, en

    realidad la crisis tena races mucho ms lejanas.

    Si explot, si se hizo visible, es que se esconda desde hace

    tiempo, bajo formas que le impedan explotar. Era, por lo tan-to, una crisis bloqueada bajo el manto de la ortodoxia de

    parte de un impresionante aparato poltico e ideolgico. A ex-

    cepcin de los breves aos de los Frentes populares y la Resis-

    tencia, puede decirse, muy esquemticamente, que para nos-

    otros la crisis del marxismo se ha condensado y fue contempor-

    neamente sofocada, en los aos treinta. Es en esos aos cuando

    una lnea y en prcticas impuestas por la direccin histricael marxismo fue bloqueado y fijado en frmulas tericas, del

    stalinismo. Al arreglar los problemas del marxismo a su mo-

    do, Stalin impuso soluciones que tuvieron como resultado

    bloquear la crisis que provocaban y reforzaban. Al hacer vio-

    lencia a lo que era el marxismo, en su apertura y tambin en

    sus dificultades, Stalin provoc de hecho una profunda crisis

    en la teora, y a la vez la bloque y le impidi salir a la luz.

    La situacin que vivimos hoy presenta esta ventaja: despus

    de largas y dramticas vicisitudes, esta crisis finalmente estall,

    y en condiciones tales que le permite al marxismo una nueva

    vitalidad. No en el sentido de que toda crisis trae consigo, de

    por s, la promesa de un futuro y de una liberacin. Bajo este

    aspecto sera falso remitir el estallido de la crisis del marxismo

    solamente al trgico proceso que desemboc en la ruptura del

    movimiento comunista internacional. Vemos tambin el otro

    aspecto: la capacidad de un movimiento de masas obrero y po-

    pular sin precedentes, que dispone de fuerzas y potencialidades

    histricas nuevas. Si podemos hoy hablar de crisis del marxis-

    mo en trminos de posible liberacin y renovacin, es por la

    fuerza y la potencialidad histrica de este movimiento de masas.

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    Pero esta liberacin del marxismo nos obliga a transformar

    nuestra manera de relacionarnos con ese movimiento y, en con-

    secuencia, con cuanto ocurra dentro del marxismo mismo.

    No podemos de ningn modo contentarnos con resolverlotodo, adjudicndole la responsabilidad a Stalin. No podemos

    considerar nuestra tradicin histrica, poltica y tambin te-

    rica como herencia pura, deformada por un individuo de nom-

    bre Stalin, o por el perodo histrico en que l ha dominado

    y que por lo tanto bastara volver a recoger en su pureza

    precedente. En el curso de esta larga prueba, cada vez que unos

    y otros volvimos en los aos sesenta a las fuentes, cuando re-

    lemos a Marx, Lenin y Gramsci para encontrar el marxismo vi-

    vo que las frmulas y las prcticas stalinistas haban sofocado,

    unos y otros, cada cual a su manera y tambin con nuestras di-

    ferencias, hemos debido rendirnos ante una evidencia. Ante el

    hecho de que nuestra tradicin terica no es pura. Que, con-

    trariamente a la apresurada definicin de Lenin, el marxismo

    no es un bloque de acero, sino que conlleva dificultades, con-

    tradicciones y lagunas, que tambin, a su nivel, han contribuido

    a esta crisis, como ya lo haban hecho a la II Internacional y en

    vida de Lenin, al inicio de la III.

    Por todo ello estara tentado a decir: nos hallamos hoy ante

    la necesidad vital de revisar muy de cerca cierta idea que nos

    hemos hecho, en la historia y en las luchas, de nuestros auto-

    res; de Marx, de Lenin y de Gramsci una idea basada en laexigencia de unidad ideolgica de nuestros partidos, con la que

    hemos vivido largo tiempo y con la que continuamos viviendo,

    todava. Nuestros autores nos han dado un conjunto de ele-

    meneos tericos sin precedentes, inestimables, pero recorde-

    mos las lcidas palabras de Lenin: Marx slo nos ha propor-

    cionado las piedras angulares.... Lo que nos ha dado no es

    un sistema total, unificado y concluido, sino una obra que con-

    lleva principios tericos y analticos slidos, y junto a ellos di-

    ficultades, contradicciones y lagunas. No hay por qu asombrar-

    se. Si nos han dado el comienzo de una teora de las condicio-

    nes y de las formas de la lucha de clases en las sociedades capi-

    talistas, sera insensato creer que podra ser pura y completa

    desde sus orgenes. Por otra parte, qu puede significar para

    un materialista, una teora pura y completa? Y cmo podra

    una teora de las condiciones y de las formas de la lucha de

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    clases, escapar a la lucha de clases, a las formas ideolgicas do-

    minantes bajo las que naci, y a su contagio, en el curso de la

    historia poltica e ideolgica? Esa teora slo puede liberarse

    a condicin de una lucha sin fin. Y por ltimo, nuestros auto-

    res, quienes se adentraron en un terreno desconocido, eran, cua-lesquiera fuesen sus cualidades, hombres como nosotros: busca-

    ban, dudaban, expuestos a los equvocos, a los retrocesos, a los

    avances y a los errores de toda investigacin. No hay que asom-

    brarse si su obra conlleva dificultades, contradicciones y lagu-

    nas. Es muy importante tomar hoy conciencia de estos hechos,

    y asumirla plena y lcidamente, para extraer las consecuencias

    que estn a nuestro alcance, para iluminar aspectos de la crisisque vivimos, para reconocer su naturaleza liberadora, y medir

    la ocasin histrica que se nos ofrece, si sabemos llegar a una en-

    mienda. Ya que algunas de las dificultades de Marx, Lenin y

    Gramsci remiten a algunos nudos gordianos de la crisis que

    vivimos.

    Dar muy esquemticamente algunos ejemplos.

    En el mismo Marx es decir, en El Capital, comenzamos

    a descubrir muy claramente que la unidad terica impuesta

    por el orden de exposicin es en gran parte ficticia. Uno de

    los efectos ms sensibles de esta unidad manifiestamente im-

    puesta a El Capital por la idea muy determinada que Marx

    tena, en parte bajo la influencia de Hegel pero no slo por

    esto, de la unidad que debe presentar una teora para ser ver-

    dadera, procede de lo que puede llamarse la presentacin

    contable de la plusvala (en la famosa ecuacin: V = c +

    v + p, en donde V significa valor, c capital constante, v capi-

    tal variable y p plusvala) que en la prctica fue interpretada

    como una teora acabada y completa de la explotacin. Ahora

    bien, esta interpretacin contable de la explotacin como la

    teora cuasi ricardiana, es decir, tambin contable, del valor de

    la fuerza de trabajo-, ha venido a constituir en la historia del

    movimiento obrero un obstculo terico y poltico para llegar

    a una justa concepcin de las condiciones y las formas de la ex-

    plotacin. Estas interpretaciones (de la plusvala y del valor

    de la fuerza de trabajo) han contribuido, por una parte, a que

    se separen en la lucha de clases la lucha econmica y la lucha

    poltica; por otra, a una concepcin restrictiva de ambas, que

    a partir de un determinado momento, ha frenado y que frena

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    hoy claramente la ampliacin de las formas de la lucha obrera

    y popular.

    Hay, es claro, otras dificultades en Marx. Ninguna puede ser

    abordada sin afrontar al mismo tiempo el problema de la filo-

    sofa marxista; que yo prefiero denominar el problema de la

    posicin marxista en filosofa. Es de conocimiento general que

    Marx no ha rucho nada explcito al respecto, que Engels no

    fue siempre feliz en sus formulaciones, que debemos a Lenin

    lo mejor y lo peor; como quiera que sea, la cuestin result

    bloqueada en los aos treinta en las tesis del dogmatismo ofi-

    cial.

    Otro ejemplo. En Marx y en Lenin hay dos lagunas de gran

    alcance: una sobre el Estado, la otra sobre las organizaciones

    de la lucha de clases. Hay que decirlo: no existe una teora

    marxista del Estado. Esto no significa que Marx y Lenin no

    hayan visto el problema: constituye el centro de su pensamiento

    poltico. Pero lo que encontramos en ellos, y ante todo en lo

    que toca a la relacin entre Estado, lucha de clases y domina-cin de clase, es una repetida invitacin a refutar categrica-

    mente las concepciones burguesas del Estado: es decir, una de-

    limitacin y una definicin negativa. Resulta pattico releer

    bajo este aspecto la conferencia pronunciada por Lenin el 11

    de julio de 1919 en la Universidad Sverdlock Sobre el Estado.

    Lenin insiste: Es un problema muy difcil, muy intrincado; lo

    dice veinte veces, el Estado es una mquina especial, un apa-

    rato especial, usa continuamente el adjetivo especial para sub-

    rayar con insistencia que no es una mquina o un aparato co-

    mo los dems, pero sin lograr decir bajo qu aspecto es espe-

    cial (y por lo dems, ninguna mquina es aparato). Y

    resulta tambin pattico releer desde este ngulo las pequeas

    ecuaciones del Gramsci de la crcel (Estado = coercin + he-

    gemona; dictadura + hegemona; Fuerza + consenso, etc.)

    que expresan no tanto la bsqueda de una teora del Estado

    sino ms bien, con categoras tomadas lo mismo de la Ciencia

    poltica que de Lenin, la definicin de una lnea poltica posi-

    ble para la conquista del poder del Estado por parte de la

    clase obrera. El patetismo de Lenin y Gramsci reside en la ten-

    tativa de superar la clsica definicin por la va de la negacin,

    pero sin xito.

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    Este problema del Estado se ha tornado hoy vital para el

    movimiento obrero y popular: vital para comprender la histo-

    ria y el funcionamiento de los pases del Este, en donde Estado

    y partido forman un mecanismo nico; vital cuando se trata

    para las fuerzas populares de acceder al poder y de actuar enla perspectiva de una transformacin democrtica revoluciona-

    ria del Estado en miras a su desaparicin.

    Del mismo modo no hay en la herencia marxista una ver-

    dadera teora de las organizaciones de la lucha de clases y an-

    tes que nada del partido y del sindicato. Ciertamente, se en-

    cuentran tesis polticas, por consiguiente prcticas sobre el

    partido y sobre el sindicato, pero nada que permita compren-

    der verdaderamente el funcionamiento, y por lo tanto tambin

    la disfuncin y sus formas. El movimiento obrero constituy

    desde hace tiempo organizaciones de lucha, sindical y poltica,

    sobre la base de sus tradiciones pero tambin de las institu-

    ciones burguesas existentes (incluido, cuando hizo falta, el mo-

    delo militar). Estas formas fueron conservadas o transforma-

    das. En el Este como en el Occidente, nos hallamos ante el

    grave problema de la relacin entre estas organizaciones y el

    Estado; al problema de su fusin con el Estado en el Este fu-

    sin abierta y manifiestamente nefasta, por no decir algo peor,

    y entre nosotros al problema del riesgo de una fusin, pues no

    podemos ignorar el riesgo de una complicidad de hecho entre

    el Estado burgus y las organizaciones de la lucha de clases,

    que aquel no cesa de intentar integrar, a menudo con xito,dentro de su propio funcionamiento.

    Estas lagunas de la teora marxista designan algunos pro-

    blemas decisivos para nosotros. Cul es la naturaleza del Es-

    tado y del Estado imperialista actual? Cul es la naturaleza,

    el modo de funcionamiento del partido y del sindicato? Cmo

    escapar al riesgo de entrar en el juego del Estado burgus y

    ms tarde a la fusin entre Estado y partido? Cmo pensar

    desde ahora, para delinear el camino, la necesidad de destruc-

    cin del Estado burgus y de desaparicin del Estado revolu-

    cionario? Cmo ver y cambiar la naturaleza y el funcionamien-

    to de las organizaciones de la lucha de clases? Cmo modificar

    la idea que tradicionalmente el partido comunista tiene de s

    mismo, ya sea como partido de la clase obrera o como parti-

    do dirigente, es decir su ideologa, para que sea reconocida en

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    la prctica la existencia de otros partidos, de otros movimientos?

    Y sobre todo, pregunta para el presente y para el futuro, cmo

    establecer con las masas relaciones que, yendo ms all de la

    clsica distincin sindicatopartido, garanticen el desarrollo de

    las iniciativas populares, que ya superan la divisin entre eco-noma y poltica, y tambin su unin? Pues a cada momento

    vemos nacer ms y ms movimientos de masa por fuera del sin-

    dicato y del partido, capaces o susceptibles de darle a la lucha

    una nueva e insustituible calidad. En una palabra, cmo res-

    ponder realmente a las exigencias y a las expectativas de las

    masas populares? En formas diversas, negativas o positivas, co-

    mo vacos o como emergencias. Objetiva o subjetivamente, sonlos mismos problemas que se nos plantean: a propsito del Es-

    tado, del partido, del sindicato, de los movimientos y de las

    iniciativas de masa. Sobre todos estos puntos, estamos obligados

    a contar solamente con nuestra propia fuerza.

    Ciertamente no se trata de problemas nuevos. Otros mar-

    xistas, otros revolucionarios, trataron de plantearlos en algunas

    fases crticas del pasado. Pero hoy se presentan a una escala sin

    precedentes y, cuestin decisiva, se presentan a una escala de

    masas en la prctica, como puede verse en Italia, en Espaa y

    en otros lugares. Podemos decirlo: sin el movimiento de las ma-

    sas y su iniciativa, no podramos ni siquiera exponer abierta-

    mente estos interrogantes; gracias a l, tales cuestiones se han

    convertido en problemas polticos actuales. Y sin el estallido de

    la crisis del marxismo, no podramos plantearlos con tanta cla-ridad.

    Ciertamente, nada est ganado de antemano y nada puede

    hacerse de un da para otro. El bloqueo de la crisis del mar-

    xismo, bajo formas ms o menos tranquilizantes, puede conti-

    nuar todava largo tiempo en ste o aquel partido, ste o aquel

    sindicato. Lo esencial no es que algunos intelectuales, venidos

    del Este o del Occidente, den un grito de alarma: podra ser

    un clamor en el desierto. Lo esencial es que aunque se encuen-

    tre dividido, aunque aqu o all est temporalmente en un ca-

    llejn sin salida, el movimiento obrero y popular nunca fue

    tan amplio, nuca tuvo tantas iniciativas y dispuso de tantos re-

    cursos. Lo esencial es que en la prctica, con vacilantes inten-

    tos, se comienza a tomar conciencia de la gravedad y del alcan-

    ce de la crisis del movimiento comunista internacional y del

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    marxismo: entiendo la gravedad de sus riesgos, pero comprendo

    tambin el espesor y la ocasin histrica que conlleva. El mar-

    xismo ha conocido en su historia una larga serie de crisis y

    transformaciones. Pensamos en su transformacin despus de

    la revolucin de octubre, despus de la ruina del marxismo dela II Internacional en la Unin sagrada. Nos hallamos en el

    corazn de la presente crisis, ante una nueva transformacin,

    ya en gestacin en las luchas de masas: puede renovar el mar-

    xismo, dar una nueva fuerza a su teora, modificar la ideologa,

    la organizacin y las prcticas, para abrir un verdadero futuro

    de revolucin social, poltica y cultural a la clase obrera y a

    los trabajadores.

    Nadie pretende que la tarea no sea extremadamente ardua:

    lo esencial reside en que no obstante las dificultades, es posible.

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