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EL DIOS DE LA SELVA Romano Battaglia EDITORIAL ATLANTIDA BUENOS AIRES • MÉXICO • SANTIAGO DE CHILE

Battaglia Romano - El Dios de La Selva

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Battaglia Romano - El Dios de La Selva

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EL DIOS DE LA SELVA

Romano Battaglia

EDITORIAL ATLANTIDABUENOS AIRES • MÉXICO • SANTIAGO DE CHILE

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Ilustración de tapa: Demonio mítico (bordado), Lima, Museo Nacional de Antropología y Arqueología del Perú. Diseño de tapa: Peter Tjebbes Adaptación de interior: Natalia Marano

Título original: Il dio della foresta.Copyright © 1998 by Libri S.p.A. Milán. Primera edición: Mayo

1998Copyright © Editorial Atlántida, 1999.Derechos reservados para México:Grupo Editorial Atlántida Argentina de México S.A. de C.VDerechos reservados para los restantes países del mundo dehabla hispana: Editorial Atlántida S. A.Primera edición publicada porEditorial Atlántida S.A., Azopardo 579, Buenos Aires, Argentina.Hecho el depósito que marca la Ley 11.723.Libro de edición argentina.Impreso en España. Printed in Spain.Esta edición se terminó de imprimir en el mes de setiembre de1999 en los talleres gráficos Rivadeneyra S.A., Madrid, España.I.S.B.N. 950-08-2186-9

Edición digital: Adrastea, Diciembre 2007

Esto es una copia de seguridad de mi libro original en papel, para mi uso personal. Si ha llegado a tus manos, es en calidad de préstamo, de amigo a amigo, y deberás destruirlo una vez lo hayas leído, no pudiendo hacer, en ningún caso, difusión ni uso comercial del mismo.

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Dedico este libro a Takuna, quien me hizo conocer la selva amazónica, su canto perenne de vida, su gran alma verde. Espero que siga siempre igual que como la he narrado. Cuando se corta un árbol es como si se derribara una columna que sostiene el cielo; cuando se mata a un pequeño animal se alza un grito de dolor, porque la selva, incluso sin un colibrí, se desespera.

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El misterio de la vida

está escondido en la selva

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Cierto día, hace muchos años, Sirio, mi viejo amigo timonel de veleros, filósofo y poeta, me contó que en medio del gran bosque de pinos, cerca del mar, un árbol escondía un secreto: era una vieja encina de ramas frondosas, crecida entre otras plantas seculares. En los días de viento, sus ramas más altas se agitaban y susurraban y, al atardecer, miles de

pájaros se refugiaban entre sus hojas para pasar allí la noche.«Esperé a que tuvieras la edad necesaria para poder entender —

me dijo Sirio—, pero ahora ha llegado el momento de conducirte a aquel lugar.»

Una tarde de primavera me acompañó hasta el pie del gran árbol y me hizo leer una frase que alguien había grabado en el tronco:

El misterio de la vida está escondido en laselva. Caminando a través de lo imprevisibleconocerás la sabiduría de la duda y comprenderás que buscar lejos significa descubrir verdades que ya estaban dentro de ti.

Leí a menudo esas palabras cuando era chico e iba a buscar moras entre los setos y los nidos de pinzones en los pinos. En aquel momento no las entendí, pero luego, cuando fui mayor, me detuve muchas veces a meditar frente al árbol, atraído por aquellas palabras. Lo hacía cada vez que volvía a casa, cuando ya había abandonado mi tierra para ir a trabajar a una gran ciudad.

Mi madre, en esos días lejanos, casi todas las tardes me preparaba la merienda: dos rebanadas de pan con mantequilla y mermelada; su sonrisa buena me decía que podía correr seguro y feliz en medio de ese mar verde que para mí representaba un mundo misterioso, poblado por criaturas que permanecían ocultas a mis ojos.

Caminaba durante horas por aquellos lugares solitarios que sin duda, seguramente, nadie había transitado nunca, debido a la tupida

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vegetación que obstruía el camino. Me daba cuenta porque encontraba viejos nidos de pájaros entre las moreras, pieles de las mudas de las serpientes, ramas caídas que se hallaban ahí desde hacía quién sabe cuánto tiempo.

Cierta vez, en un seto, vi un pesebre hecho con hierbas y hojas secas. En lugar del Niño Jesús había un nido con un pájaro recién nacido que piaba dulcemente. Me detuve un momento para observar a aquella criatura y pensé que Él, en su infinita sencillez, podía vivir incluso en un pequeño nido.

En esos días era feliz, porque me sentía libre, dueño de mi vida en medio de aquel bosque que conocía desde siempre.

Así aprendí a amar a la naturaleza y, sobre todo, a respetar los árboles, que, con sus ramas extendidas hacia el cielo, parecían querer brindarme enseñanzas. Imaginaba sus voces:

Tú vives en una casa cómoda sobre la tierra, en medio de la seguridad y de la continuidad de la tradición.Nuestra existencia está hecha de ramas que se elevan hacia el cielo, se mojan con la lluvia y susurran en el viento. Tú estás seguro entre paredes de cemento. Nosotros, en cambio, estamos a merced de la intemperie. Nosotros somos árboles, y tú, un hombre. Pasarán los siglos, otros planetas aparecerán en la historia del mundo, pero las abejas seguirán construyendo las celdillas de sus panales como en el alba de la Creación, y nosotros, los árboles, creceremos y haremos murmurar nuestras hojas siempre de la misma manera.

Esos largos paseos entre la vegetación, entre los perfumes de la resina y de las plantas silvestres, fueron mi evangelio, y los domingos, en lugar de ir a la iglesia como deseaba mi madre, yo escuchaba misa en el bosque.

Estaba convencido de que Dios estaba en aquel lugar, cerca de la naturaleza y los animales. Los árboles eran como una multitud de fieles ensimismados en la oración, y yo permanecía allí hasta el momento en que, en mi imaginación, la misa había terminado.

Una mañana me sorprendió la tormenta y me mojé como un pollito, pero de cualquier modo estaba contento, como si alguien me hubiera bendecido desde el cielo.

Siempre estuve convencido de que los árboles hablan entre ellos.

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Ciertos días, las copas danzan en el viento y los crujidos de las ramas son suspiros de alegría. Pero también pueden hablarnos a nosotros, si los sabemos escuchar. Aprendí mucho de sus murmullos, de sus silencios, de su inmovilidad.

Un ser humano debería concentrarse con profundo interés en el tronco de un árbol, al menos una vez en la vida. Con la imaginación tendría que rozarlo, escuchar sus múltiples sonidos, e imaginar y sentir los latidos, la respiración, imaginar y sentir a todas las criaturas que habitan entre sus ramas, y percibir cada leve ráfaga de viento que pasa entre ellas. Debería pensar en el árbol a la luz de la mañana, a la luz tenue del crepúsculo, en la oscuridad de la noche, cuando el bosque calla.

Estoy seguro de que cada árbol existe para honrar lo eterno y lo invisible con su propia alma verde.

Siempre pensé en el destino que me vinculó desde la infancia con Sirio, un hombre que hablaba de temas profundos y que, a veces, hacía volar su fantasía. Nunca lo vi llorar, ni siquiera cuando sufría, y siempre recordaré su sonrisa bondadosa que jamás pedía nada a cambio.

Un día me dijo que Dios, cansado de la ingratitud de los hombres, se había refugiado en una selva muy grande, del otro lado del mar. Muchos lo habían buscado entre los árboles, pero nadie había logrado encontrarlo.

Sirio había pasado toda su vida en contacto con el mar y la naturaleza, y él también se había convertido en algo parecido a un viejo árbol que deja murmurar el mundo entre sus hojas.

Su nombre es el de la estrella más brillante del cielo, en la cual, quizás, está encerrada la historia de nuestro planeta y de nuestro origen.

Algunos estudiosos sostienen, en efecto, que seres provenientes de esa estrella visitaron la tierra hace miles de años, y que justamente a ellos se les debe el gran salto desde el estado primitivo al alto nivel de civilización y cultura alcanzado por los egipcios alrededor de cuatro mil años antes de Cristo.

Si todo eso fuera verdad, en la luz de Sirio estaría encerrado el misterio de nuestra vida.

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En la selva encontrarás cosas

extraordinariasque pueden llenar

el vacio de tu alma.

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Siendo adulto, cuando mi viejo amigo ya no estaba, decidí ir a ver la selva lejana sobre la cual me había hablado tanto.

Maduré la decisión después de haber leído y releído las palabras grabadas en la corteza del gran árbol situado en medio del bosque. Sentía que aquél era mi destino.

Partí con un equipaje de inquietud y de poesía, dejando atrás la soledad para reemplazarla por un poco de locura. Me alejé de una realidad que se había vuelto aburrida y agotadora.

Había recibido mucho de la vida, y sin embargo no era feliz: me faltaba aquello que a menudo no logramos encontrar o ver aunque lo tengamos cerca, dentro de nosotros.

Tal vez buscaba una libertad distinta, interior, que me hiciera dueño de mi vida, capaz de actuar como los árboles y los pájaros, que viven más allá de todo. En su mundo natural hay sólo hojas y ramas, granos de cereal y flores, pero los guía la fuerza del cielo y de la tierra, la ley tierna de la naturaleza que el ser humano no conoce.

El mío fue un viaje largo como el cielo, hermoso como un sueño. Me pareció que duraba un tiempo infinito. En realidad, fue tan breve como un minuto.

Al cabo de unos días llegué al umbral de la selva amazónica. Había atravesado los Andes peruanos, siguiendo la ruta más antigua y larga del mundo, el Camino Real, por donde transitaban las caravanas de los incas, quienes también iban en busca de la luz.

Recorrí caminos llenos de polvo, me encontré con viajeros y mujeres que llevaban niños sobre sus hombros, con largas fajas de tela atadas a los brazos, hasta que llegué a Tingo María, el último centro habitado antes de la selva.

Después de las casas de madera y de caña, comenzó el inmenso mar verde: se extendía hasta donde no llegaba la vista, se confundía con el cielo azul de un día claro de mayo.

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Un poco más lejos, entre la tupida vegetación, debía encontrarme con un viejo ermitaño que vivía en una cabaña construida con tierra y piedras. Me habían dicho que tenía grandes poderes y que conocía los misterios del mundo. Lo llamaban «el hombre de la luz». Llamé a la puerta. Me hizo entrar, me invitó a sentarme en un banco de madera situado junto a una mesa, me miró a los ojos durante mucho tiempo. Era muy viejo, tenía el pelo y la barba blancos como la nieve, los ojos negros; la frente llena de arrugas parecía un campo arado.

No apartaba los ojos de mí. Su mirada penetraba en mi alma, su silencio me atemorizaba. Vestía algo parecido a una túnica; su casa era muy austera: había una mesa de madera oscura, dos sillas de paja, un camastro armado con tela de saco. Se llamaba Takuna.

Después de haber recitado en voz baja una plegaria para mí incomprensible, encendió una vela y, mientras miraba la pequeña llama, comenzó a hablar:

—No tengas miedo y no te arrepientas de haber venido hasta aquí. En la selva encontrarás cosas extraordinarias que pueden llenar el vacío de tu alma.

»Si alguna vez te sientes perdido y atemorizado, usa la palabra misteriosa de la selva que los indígenas, desde hace siglos, se transmiten de padre a hijo. Pronuncia lentamente: Tura-buna-sé. Tiene la virtud de alejar el mal.

»Los pájaros, los árboles, los otros animales, viven de acuerdo con la ley natural de Dios, esa fuerza suprema que hace girar la Tierra alrededor del Sol y brillar las estrellas en el cielo nocturno. "Buscar" quiere decir seguir el sendero que llega a las puertas de la luz divina que está presente en el interior de cada uno de nosotros. Cuando logres darte cuenta de esta posibilidad, habrás entendido realmente el mundo y a todas sus criaturas. Pero sobre todo encontrarás todo aquello que siempre has buscado.

»Si consigues atravesar la selva por tus propios medios, la verdad llegará a ti y te ayudará a entenderte a ti mismo.

»Así sucedió también conmigo, cuando hace muchos años iba errante de un rincón a otro de la tierra en busca de una señal que me diera fuerza para encender la vida dentro de mí.

»Para llegar a mi estado de libertad y abandono del mundo debí luchar y sufrir, pero ahora estoy sereno y mi nada está hecha de un todo.

»A menudo, el cambio es resultado del dolor por la pérdida de un ser querido, o de una gran desilusión en el plano de los sentimientos. Entonces nos refugiamos en un lugar solitario, tal vez escondido entre los árboles, entramos en contacto con aquellos que se han ido de la Tierra, establecemos relaciones con plantas y animales: en la meditación logramos entender el palpitar misterioso de la naturaleza.

»En esta dimensión vivo una vida que está ligada a los ciclos naturales de las estaciones y camino con facilidad entre dos mundos: el terrestre de la selva intrincada, y el superior, donde es posible cultivar las plantas de la pureza y del amor.

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»Mira —agregó—, los árboles tan fuertes como son representan tres mundos: el inferior de las raíces, que buscan el alimento de la tierra; el del tronco, que debe desafiar las tempestades, y el superior, de las ramas que se elevan en busca de la luz.

»Tres son también los principios que el ser humano debe seguir para vivir con serenidad y durante mucho tiempo: comer poco, estar en medio de la naturaleza, creer en un sueño.

»Los animales de la selva son espíritus, y cada uno tiene la capacidad de ver más allá del mundo. No sabemos qué piensan cuando nos observan. Yo me perdí muchas veces en sus ojos concentrados en mirar a lo lejos.

Mientras hablaba, el viejo Takuna seguía mirando la llama de la vela, como si en aquella luz buscase las palabras que pronunciaba.

Tenía las manos apoyadas sobre la mesa; apenas las movía. Cada tanto se detenía para reflexionar, y sólo entonces sus dedos parecían buscar algo sobre la madera gastada de la tabla.

Yo permanecía frente a él, en silencio; no quería interrumpir su relato, no quería perturbar sus reflexiones.

—Si has llegado hasta aquí, es signo de que estás cansado y desilusionado de un mundo que ya no soportas. Sin duda, has perdido un fragmento de tu alma: sucede cuando buscamos desesperadamente salvarnos de algún peligro que habría podido ser incluso más grave. Es como huir llevando sobre los hombros un saco de trigo que pierde los granos por un agujero de la tela.

»Recuperar los fragmentos del alma significa restablecer un equilibro interior al conseguir hablar con las piedras, los animales, los ríos, el cielo, la Luna, el Sol.

»Trataré de entender qué sucedió dentro de ti, pero debes dejar abiertas las puertas de tu alma para que yo pueda entrar allí. Bebe esta poción que tiene poderes extraordinarios y que se ha preparado con hierbas raras de la selva. Échate en aquel camastro, pon la mente en blanco, escucha mis palabras, mis silencios.

Después de haber bebido el contenido amargo y verde de la escudilla, me acosté en el saco relleno con hojas secas de maíz, que crujieron bajo mi cuerpo, y me abandoné a las palabras del viejo ermitaño. Percibía una gran levedad y tenía la sensación de alejarme de la Tierra.

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Takuna viaja por mi espíritu hacia atrás, trata de entender lo que me ha sucedido en la vida hasta llegar al instante del nacimiento. Sabe que muchos miedos y dudas dependen de aquel momento en que nos asomamos al mundo con un llanto impetuoso. Sabe que, si nuestro nacimiento fue recibido por el amor del padre y de la madre, creceremos valientes y seguros. Si, al contrario, alrededor de nosotros hubo tristeza, indiferencia, ansiedad y preocupación, entonces siempre llevaremos con nosotros esos miedos. En efecto, él sabe que todos los hijos no deseados con amor son tristes.

Takuna sigue su búsqueda dentro de mí: en ciertos momentos me parece oír los latidos de su corazón junto con su respiración, y me doy cuenta de que una paz profunda comienza a abrirse paso en mi espíritu.

Mientras el viejo habla, recorro senderos que había olvidado, mis huellas se pierden a través de una larga playa: es mi vida que pasa como un sueño a orillas del mar junto al que nací.

Sensaciones profundas siguen ensanchándose como círculos en el agua.

El viejo Takuna interrumpe el silencio y, mirándome a los ojos, vuelve a hablar:

—Si has venido a esta gran selva para buscar a Dios, es porque nunca lo encontraste en otro lugar. Si eso es así, nunca te canses de buscar, porque podrías encontrarlo incluso en el hálito del viento, en las gotas de rocío sobre las hojas, en los cristales de hielo.

»Una leyenda de la selva habla de un profeta que está en la montaña en espera de un signo de la presencia de Dios. En cierto momento se desencadena una tempestad con relámpagos y truenos; el profeta siente miedo, pero al mismo tiempo está convencido de que ésa es la señal de la proximidad de Dios. La tempestad pasa, pero nada sucede.

»Poco después, la tierra tiembla, se produce un terremoto que sacude la montaña, el aire se oscurece, imprevistos resplandores atraviesan el cielo; el profeta sigue esperando, pero Dios no aparece.

»Una vez pasados el terremoto y la tempestad, se alza el viento y unas nubes blancas corren veloces por encima de la montaña. El profeta, temiendo lo peor, se esconde detrás de un árbol y espera que el viento cese. Sin embargo, era Dios el que pasaba.

»Ahora veo dentro de ti una nevada de primavera: son mariposas blancas, miles, que vuelan por el aire. Han venido hasta aquí desde muy lejos, trayendo su mensaje. Las mariposas son misteriosas, mágicas, simbólicas. Un día, el gran espíritu de la selva regaló, con un pequeño soplo, las alas a muchas pequeñas piedras coloreadas

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del río que, volando por todas partes, dieron testimonio a los pueblos de la Tierra de la variedad y hermosura de la naturaleza.

»Las mariposas se convirtieron en símbolo de la perfección y crearon una sutil unión entre el mundo físico y el espiritual. La mariposa es el último anillo de un largo ciclo biológico que comienza en un huevo, donde cobra vida una larva, la cual, a través de la fase de crisálida, sufre lentas y profundas transformaciones hasta llegar a ser mariposa. Nadie podría imaginar que una larva y una mariposa en realidad son la misma criatura de joven y de adulta.

»Te he contado esta historia porque en tu camino encontrarás otras mariposas que, volando en tu verdad, te revelarán un misterio.

El viejo Takuna habla cada vez con más lentitud, mientras también yo veo la enorme y ligera nevada de primavera: sobre mi cabeza, el cielo está blanco, lleno de mariposas. Rodeado por esa blancura, con la mente vagando en la dimensión del misterio, comienzo mi viaje...

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La selva es la conciencia del

mundo,pero también

nuestra concienciaoscura e intrincada.

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Las puertas de la selva se abren ante mí, y yo, con una sonrisa en los labios, entro en el inmenso mar verde que me espera.

A lo largo del trayecto me acompañan el canto de los pájaros, el murmullo leve de las hojas agitadas por el viento, el rumor fresco del agua de los ríos.

Grandes flores de los colores más diversos se mueven a mi alrededor como si quisieran indicarme el camino y esparcen en el aire un perfume embriagador, igual al que yo percibía, en los días de primavera, al pasar junto a los tupidos setos que bordeaban los jardines de las casas campestres.

Siento ahora la misma dulce nostalgia que experimentaba en aquellos tiempos.

Parece que toda la selva sabe de mi llegada y me espera.Entre los árboles siempre se mueve algo; los colores varían de

acuerdo con el cambio de la luz. En lo más denso de la selva se me aparecen de improviso muchachas bellísimas que se mueven entre los árboles; indígenas sonrientes corren hacia mí para saludarme. Uno de ellos me cuenta, ayudándose con gestos, que en un día especial del año los árboles se inclinan, agachándose con sus ramas hasta rozar la tierra. Permanecen en esa posición hasta que un gran viento pasa entre ellos y los levanta. Es un acto de respeto hacia alguien que ha llegado desde lejos.

Poco después, todo eso sucede frente a mis ojos: los árboles se inclinan lentamente y, mostrándome la inmensidad de la selva, me permiten admirar sus ramas cargadas de hojas. El espectáculo dura sólo unos segundos. Es como una silenciosa plegaria. Luego, todo vuelve a ser como antes.

Camino a lo largo de un río. Sus aguas son claras y transparentes como el vidrio. En la orilla, niños que han llegado de quién sabe dónde, en barcas rudimentarias, entonan canciones y, mientras descienden, me hacen gestos misteriosos con las manos. A lo largo del curso del río que avanza entre los árboles viven miles de

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criaturas. Los caimanes aprovechan el calor del sol, los patos se deslizan con lentitud sobre el agua, los tapires dormitan entre la hierba alta.

Sé que los pájaros que vuelan en las cercanías son llamados «pájaros ángel» y están presentes en todos los lugares donde se necesita ayuda. Tienen las plumas azules, el pico blanco y las alas con manchas amarillas, para que se les reconozca a distancia. Se mueven con elegancia, tienen el tamaño de un águila: son criaturas maravillosas que cumplen con un deber sin pedir nada a cambio. Seguramente son un desprendimiento de la luz de Dios. Con su simplicidad, participan en la danza del universo.

En un momento determinado, uno de ellos se acerca, se posa en una rama baja y comienza a hablarme:

¿Sabes qué es la selva? Es un rumor de sueños verdes ligados a la voz de las estrellas. Al atravesarla, puede hacerse realidad un deseo escondido, como el encenderse de un fragmento de otros mundos, olvidado para sobrevivir. La selva es la conciencia del mundo, pero también nuestra conciencia oscura e intrincada, en la cual nos escondemos cuando estamos cansados y acobardados. Yo te guiaré hacia la luz, pero el resultado del viaje dependerá sólo de ti.

El pájaro azul, después de decirme que su nombre es Ato, decide acompañarme por la catedral verde que ahora parece ahogarme con la fuerza de su inmensidad.

Camino impulsado por un deseo misterioso, y me siento tan decidido que nadie podrá detener este viaje que es mi destino.

Después de un largo silencio, el pájaro azul vuelve a hablar:

Cada criatura de la selva es amada yrespetada; hasta la vida de una pequeñahormiga es sagrada.Cuando un animal muere, los pájaros ángello atan con muchos hilos de junco, lo alzandulcemente y lo llevan a un cementeriolejano que nadie sabe dónde está.Cierta vez asistí a los funerales de unahormiga y escuché la oración fúnebrerecitada por una compañera.

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Decía: «La vida tiene un sentido gracias alamor; esta pequeña criatura había amado,y por lo tanto su existencia ha tenidosentido.»En el mundo se puede inventar y destruirtodo, pero el amor no admite eso.»En cada hormiga hay un corazón que late.Son animales que saben amar la tierra, que viven con serenidad y que rezan con los ojos levantados hacia el cielo.»El hombre que ha matado a esta hormiga, considerándola insignificante, confesó su propia ignorancia frente a Dios. Desde el cielo, ella lo juzgará».

Ato tiene en verdad una profunda conciencia de la vida; aprendió todo de la selva, donde hasta una brizna de pasto enseña algo.

Mi viaje transcurre entre un capítulo y otro del sueño, de la fantasía, de la realidad, del conocimiento.

Alrededor, todo es silencio. Al amanecer, la selva se despierta con la conciencia del mundo, y yo, al salir el Sol, saludo al pájaro azul que me sigue desde hace días.

Ahora, el mío es un tiempo extenso en el cual la conciencia, finalmente purificada por la libertad, se hace evidente.

El pájaro me observa. Su mirada penetra el velo del bien y del mal; parece querer revelarme cuál es el significado que tiene el ser humano en el diseño infinito de la Creación.

Mi viaje sigue ahora la orilla del río, donde viejas barcas ancladas me invitan a llegar hasta la otra orilla, entre las intrincadas plantaciones de salvia visitadas por campesinos que se mueven con arados primitivos para buscar oro en la tierra árida y dura.

Los monos blancos, que ostentan objetos de valor, llevan al cuello collares de perlas toscas, se mueven entre la hierba seca de la orilla, mientras los pájaros acuáticos vuelan como saetas por el hilo plateado del río que sigue corriendo con sus aguas claras.

De repente, el pájaro azul me indica que me detenga porque en un árbol gigantesco está sucediendo algo extraordinario: las ramas, alzadas hacia el cielo, son como muchas cuerdas de guitarra de las que surgen sonidos melodiosos. Ato me avisa que está por comenzar el concierto que invoca a la lluvia. La perfección y la armonía de la selva son la respuesta a cada llamada de sus criaturas.

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Es un día muy cálido; el Sol cae con fuerza entre las ramas, las horas resultan interminables, la espera parece no tener fin.

En la tierra abrasada se ven hendiduras producidas por el gran calor; las plantas tienen sed, las hojas secas arden, el río grita entre las piedras porque tiene poca agua.

Un jaguar, curioso y solitario, mira a su alrededor con ojos tranquilos, mientras unas ovejas blancas pasan frente a él. Sonríe, no se mueve; el Sol no deja de dar calor a la selva, pero nadie se vuelve malo. En todos hay una silenciosa compostura, una paciencia bondadosa que sabe esperar.

De repente me doy cuenta de que detrás de mí algo se mueve entre las hierbas altas. Es un mono viejo y pelado.

De un salto llega a la rama baja de un árbol y desde allí comienza a gesticular y a gritar. Su voz estridente, me resulta casi molesta; es a mí a quien se dirige:

¿Qué has venido a hacer en medio de la selva? No encontrarás nada de lo que buscas y tu viaje sólo estará lleno de peligros. Vi a otros como tú aventurarse en el medio de la selva y luego volver atrás asustados, cansados.También tus ojos expresan miedo y duda, y tus pies se mueven con dificultad entre las zarzas. Los insectos te atormentarán y tus noches estarán colmadas de pesadillas. ¿Confías en el pájaro azul? ¿No ves que también él avanza dudando y no sabe adónde ir? ¿Acaso te prometió conducirte a un lugar encantado? Allí no llegarás nunca, nunca.Solamente nosotros, los monos vocingleros, conocemos el misterio de la selva. Los otros hablan por las cosas que han oído decir. Me entristece verte en ese estado. ¿Qué fue de tu dignidad de hombre, de tu orgullo?Eres un pobre iluso que cree haber encontradola salvación entre los árboles. Siempre estása tiempo de volver atrás; la ruta principalestá cerca.Sí me necesitas, llámame: mí nombre esKata.

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El mono deja de hablar; sus ojos penetrantes reflejan maldad mientras se rasca las orejas. Luego, trabajosamente da unos saltos y se aleja a través de las hierbas altas.

El pájaro azul permaneció alejado durante todo el tiempo en que habló el mono. No dijo nada. En silencio, reanudamos el camino.

Me doy cuenta de que todo lo que deseé en la vida va tornándose realidad, paso a paso, en medio de la selva más grande del mundo, donde murmura el universo. Entre el verdor intenso y las cascadas de flores de mil perfumes, pasan frente a mis ojos todos los sueños y los errores, las satisfacciones y las derrotas. Todo lo que nunca tuve el coraje de decir, ahora me saldría de la boca con gran facilidad. El pájaro azul entiende todos mis pensamientos, me permite reflexionar, me escucha sin condenarme.

La memoria me ayuda. Muchas veces me he detenido a contemplar estas mismas imágenes en el bosque de mi niñez, donde los pinos me hablaban del mundo mientras otras barcas, en otros ríos, se deslizaban por los recuerdos. La misma vegetación, la misma luz entre los árboles, el mismo camino silencioso privado de animales, las mismas ansias de las madres por los polluelos de los nidos construidos en las horquillas de las ramas.

Tal vez, después de este viaje, también yo sabré cantar en la selva como todas las criaturas felices de esta Tierra y, entre las ramas de un árbol, quizás encuentre la serenidad.

De repente, mientras el pájaro azul está lejos, oigo una voz distinta que me llama.

No es la de uno de los habitantes de la selva; viene de otros lugares. Y sin embargo me resulta cercana, familiar. Es mi madre:

Hijo mío, has salido de casa para irte lejos.Mis noches son una permanente vigiliadesde que no estás.El cielo que me cubre está desesperado, perome siento satisfecha si tú eres feliz.De vez en cuando voy hasta la verja y tratode adivinar si al fondo del camino aparecetu sombra, pero no veo más que los árbolesde la calle.Me pregunto si has encontrado el senderoque buscabas, en qué lugar te encuentras,qué amigos tienes a tu lado.Trato de imaginarte entre los árboles quesiempre amaste; ellos sabrán protegerte conel mismo amor de una madre.Tu viaje es algo más que un simple deseo.Todo hombre tiene en su interior un niño

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que crece con él. Tu niño, al contrario,nunca se hizo adulto, porque tú, en la vida,siempre pensaste solamente en ti mismo ynunca le permitiste crecer.Ahora él trata de volver a encontrarte, peroes necesario que tú lo hagas jugar, o seperderá de nuevo. ¿Tal vez fuiste a la selvaencantada para esto? Yo estoy allí contigo, con los mismos pensamientos, mientras las gotas de agua mojan la tierra ardiente. Quisiera que la lluvia que cae también aquí te llevara mi llamada; quisiera que el viento pasara como un sueño sobre tus cabellos grises. Ahora el pinar ha interrumpido su largo canto y el viento abrió la puerta de casa.

La voz desaparece entre las ramas.De repente, el cielo se cubre de nubes, los árboles dejan filtrar

resplandores temblorosos, desde la copa de un árbol un gato salvaje empieza a gritar:

¿Qué esperan, nubes? Están cargadas de agua. ¿Quieren que la selva muera de sed? Disuélvanse y bajen a mojar la tierra.Los árboles susurran, las flores lloran, los ríos corren silenciosos y lentos, toda la selvaespera con el aliento contenido. Bajen, gotas de agua; también Él lo quiere, ¿acaso no se lo dijo esta mañana cuando despertó? Todos los animales ruegan como yo por el agua porque tienen sed. Vengan, nubes, derramen su amor sobre la tierra seca.

El gato salvaje termina su lamento y permanece en actitud de espera, mirando hacia el cielo.

Poco después, aparece en las hojas un vibrar que cada vez se hace más intenso: gotas de lluvia comienzan a caer aquí y allá con sonidos distintos.

La selva se abandona al canto del cielo, la hierba se endereza; todas las criaturas se preparan para abrazar el torrente vertical, los animales gritan, los ríos sonríen, los árboles tiemblan.

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El agua, que había permanecido detenida en los grandes receptores del universo, terminó su meditación y emprendió el camino hacia la tierra.

Parecidas a muchas pequeñas gemas, las gotas golpean sobre las hojas que tiemblan, los jaguares se revuelcan sobre la tierra roja, las serpientes se despliegan de su ovillo, los gatos salvajes abren sus ojos verdes, los mosquitos suben y bajan siguiendo los movimientos del viento, las arañas acróbatas se balancean en sus telas, las tortugas se sumergen en el río, los tapires corren a través la hierba húmeda.

La lluvia es la gran esperanza de la selva que hace desaparecer todas las maldades, incluso las de las hormigas rojas que, durante la época de sequía, minan las bases, excavando agujeros profundos hasta conseguir que los árboles viejos caigan con un silbido lacerante.

Las nubes negras corren como pájaros que huyen, los ríos se colman de agua y se precipitan felices entre los árboles de la selva. Yo también camino entre las abundantes gotas todo lo que puedo; luego me pongo a salvo entre las grietas de un viejo árbol. El pájaro azul me sigue y se queda conmigo, a contemplar el espectáculo de la lluvia.

En ese refugio, la voz de Ato se confunde con el rumor del agua.

Asombrarse ante lo que vemos no basta: esnecesario tener el tiempo suficiente parameditar, de lo contrario es como no verhacia dónde vamos porque estamos demasiadopreocupados por buscar el caminoadecuado.No debes apresurarte; el que camina bienllega a cualquier lado.Aun tirando del tallo de los brotes, el maízno crece antes de tiempo. Es necesario tenerpaciencia y observar el lento crecimiento decada criatura.Para llegar a conocer la selva es necesariauna profunda reflexión, porque es elcorazón del mundo, nos obsequia la libertadde pensar sólo en uno mismo y en lospropios miedos.

Ahora las gotas disminuyen, salimos de nuestro refugio y continuamos el camino. El pájaro azul, siempre a mi lado, me habla de la vida y de la selva.

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Me cuenta que, cuando era pequeño, se quedó solo en el nido. El padre y la madre habían partido misteriosamente para no volver, y él había debido luchar por sí mismo. Las hojas del árbol lo habían protegido de la lluvia y del viento, los brotes de las plantas lo habían alimentado y lo habían hecho crecer.

El primer vuelo fue una verdadera aventura. Vio el inmenso mar verde a sus pies y se dejó caer, planeando, durante un largo tiempo antes de llegar milagrosamente a tierra.

Al principio tuvo miedo de todo lo que crecía a su alrededor; la enorme selva parecía sofocarlo. Luego vio a los otros animales. Al observar con detenimiento sus ojos, se dio cuenta de que no eran malos. No conocía la selva porque nadie le había hablado de ella. Se había encontrado en la parte superior de un árbol y sólo había visto el cielo encima de él.

Se hizo amigo de un viejo gorrión ciego y lo ayudó a sobrevivir, feliz al llevarle comida; atendió a un tapir enfermo, atormentado por las moscas, hasta que se curó.

Aprendió, estando entre los otros, la ley de la vida. Entendió que amar significa compartir con los demás lo que se tiene y que eso nos resulta indispensable.

Cuando se hizo mayor y se acostumbró a las penalidades, comenzó su misión de pájaro azul.

La lluvia sigue cayendo lentamente. Las plantas se sacuden el agua, un ligero viento agita las hojas. Entre la hierba, algo se mueve: es Kata de nuevo. El mono no renuncia a acosarnos y grita otra vez:

No escuchaste mis palabras, seguiste creyendo en el pájaro azul y en sus mentiras. Pobre de ti, no sabes lo que te espera. ¿Acaso te habló de un árbol que se levanta en medio de un claro? Si todavía no lo hizo, lo hará muy pronto, porque forma parte de la gran trampa que te están tendiendo los espíritus malignos de la selva. Te perderás en el verdor y también tú teconvertirás en un pequeño árbol, porque es ésa tu estatura de hombre. Eres pequeño en cuanto a sentimientos e ideas; creías encontrar la solución a tus problemas, pero en realidad estás recorriendo los caminos del infierno.Tu amigo pájaro no conoce la selva; no llegará nunca al lugar encantado. Cree en

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mí: vuelve atrás, podrías encontrar en tu camino a la serpiente habomá que devora a los hombres.

Ya encontré a la gran serpiente anfibia a orillas de un río. Se dirigía hacia mí con los ojos llenos de fuego, pero un indígena cazador le echó un lazo, se lo apretó alrededor de la garganta y la ató en la copa de un árbol.

Los indígenas cazadores castigan siempre a los animales malignos, dejándolos como presa de los insectos y de los buitres.

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La selva es el corazón

que Dios entregóa la Tierra

para que midieracon su palpitar

el correr del tiempo.

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Pronuncio varias veces la palabra misteriosa que me reveló el viejo Takuna: Tura-buna-sé, Tura-buna-sé.

Miro a mi alrededor y pienso en la lluvia de mi pueblo que es más leve cuando cae sobre las espigas de trigo, sobre las tierras aradas o a lo largo de los caminos polvorientos del campo. Aquí, al contrario, todo es más fuerte o blando, sin medias tintas.

La selva es el corazón que Dios entregó a la Tierra para que midiera con su palpitar el correr del tiempo, el sucederse de las estaciones. En la lluvia está su voz, y en el viento, su aliento.

El pájaro azul, que se había alejado, volvió todo empapado y de cuando en cuando se sacudía el agua. Mientras estábamos refugiados en el tronco del árbol, me había dicho que la esperanza es el único camino que lleva hacia lo lejos. Toda la selva es como un largo camino basado en la esperanza, un préstamo de felicidad que no se devuelve. Es necesario tener siempre la esperanza frente a nosotros, porque ella no abandona nunca a quien la sigue.

Hemos vuelto a emprender el camino. Ahora, mi mirada vuelve a descubrir el cielo, mientras siento pesar sobre mis hombros todo lo que puede sentir un árbol con las hojas mojadas que reflejan la luz. Ahora mi mente es capaz de observar horizontes lejanos. Ato me cuenta que en la selva vive un niño que tiene grandes poderes sobre el cielo y sobre la tierra. Está siempre escondido, mientras el mal del ser humano respecto de la naturaleza no se haga demasiado grande. Entonces el niño se despierta después de un largo sueño, llega a mares y montañas, provoca vientos y lluvias en las zonas desérticas, deja su huella profunda y vuelve a refugiarse en medio de la selva.

Todos temen a ese niño que duerme en nuestra conciencia.Ha vuelto a llover.Agua, agua, agua. Llueve, llueve mucho, llueve continuamente.

Un mono mira asombrado la lluvia, los árboles están bajo la lluvia, el cielo es de lluvia, el alma es de lluvia. Todo, todo, todo es de lluvia. Llueve, llueve, llueve.

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Ato se aleja volando, se posa en la cima de un árbol y se queda allí, inmóvil. Al cabo de unos segundos, escucho una vez más la voz de mí madre:

Hijo mío, no te mojes demasiado, no tienes ropa seca para cambiarte. Permanece debajo de un árbol, como hacías cuando volvías de la escuela y llovía. Espero que tengas un par de zapatos fuertes para enfrentar el camino, y que alguien pueda indicarte la dirección correcta.Pronto caerá la noche y la lluvia seguirá inundando la selva. No debes sentir miedo como entonces, cuando te encerrabas en casa y esperabas que todo terminara. ¿Qué harás ahora con todas las bestias feroces que encontrarás en tu camino? Cuando eras pequeño, tenías miedo de una lechuza que todas las noches gritaba en el tejado de casa.En mi corazón comenzó a soplar el viento de la pasión y ya no sé a qué Dios rezar para darte coraje y fuerza.Soy como una barca con las velas arriadas, que no puede atravesar el mar para llegar hasta ti, para ayudarte durante el viaje. También aquí la lluvia arruinó las flores del jardín, y algunos árboles cayeron ante los golpes de viento.En la oscuridad de la noche pasaré las horas rezando para no perderte en el inmenso mar verde.Pienso en tus ojos claros, por donde han pasado todos los miedos del mundo, y en tu remordimiento por no haber sido másvaliente.Una vez, cuando tenías quince años, tealejaste nadando en medio del mar, y yo tellamaba desde la orilla por el apodo que tehabían dado los amigos porque sabíasmantenerte a flote mejor que los otros. Tellamaban «corcho».En tus cuadernos hay una poesía querecuerda aquel día.Tal vez puedas oírla a pesar de estar tanlejos.

Muchacho de corcho, cuando los granadosen flor duermen, tú, muchacho de corcho,vas lejos, lejos, y tu madre sueña con el

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muchacho de corcho.¡Qué lejos estás, muchacho de corcho!El mar vuelve, el mar se aleja y te lleva, telleva.Muchacho de corcho, cómo nadas, cómosabes nadar, muchacho de corcho.Llegará antes la Luna; vuelve, quizá sea lomejor; vuelve, vuelve, vuelve.Muchacho de corcho, escucha: tu madre seha despertado, ¡os granados se handespertado, la Luna está lejos, demasiadolejos.Regresa, regresa, muchacho de corcho, ¿dónde estás, dónde estás? Vuelvo a sentir la misma angustia de aquellas noches de Luna y te pregunto: ¿Dónde estás? ¿Dónde estás?

La voz de mi madre se desvanece poco a poco entre los grandes árboles empapados, mientras los animales se mueven lentamente entre el follaje. El pájaro azul ha vuelto. Se aleja cada vez que oye la voz de mi madre o ve a Kata, el mono. Sus ojos tienen algo de humano; me miran constantemente durante el viaje, parecen interrogarme, preguntarme si necesito algo.

De repente, el cielo oscuro se abre en el horizonte y una luz cegadora me obliga a cerrar los ojos. Es un crepúsculo jamás visto, un pedazo de cielo que se abrió de golpe.

Me apoyo en un árbol para no caerme, mientras el pájaro azul grita: ¡Es Él, es Él, es una luz que ya he visto, la reconozco!

Permanezco inmóvil en medio de esa nueva emoción y, mirando fijamente la claridad, pienso: «Me han dicho que estás escondido en esta selva. Te busco desde hace mucho tiempo y he llegado hasta aquí después de recorrer los senderos polvorientos de la Tierra, descansando en las esquinas de las rutas. Todavía no conseguí verte. Tal vez te rocé muchas veces, pero nunca te vi.

»Sé que nuestra existencia es como un grano de arena en el torbellino de la eternidad. Nos detenemos sólo un momento para encontrarnos, entendernos, y luego el viento vuelve a llevarnos.

»Yo no supe aprovechar ese momento, y mi grano, tal vez, se perdió en medio del viento.

»Sin embargo, me siento satisfecho porque estuviste cerca de mí en ciertos momentos de la vida, y estoy seguro de que te encontraré entre estos árboles.

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»He venido a la selva porque estaba cansado de escuchar a todas las personas que conocí en la vida. Aunque eran buenas, no me entendieron, no supieron darme lo que buscaba.»

La gran luz del crepúsculo se apaga entre las nubes negras y todo en la selva vuelve a ser como antes.

Después de la visión del cielo encendido, el pájaro azul me explica:

Dios, en su grandeza, eligió la humildad de la penumbra y no el clamor de la evidencia. Permanece escondido para no interferir en nuestras decisiones y en nuestra mente. Nos ha dado la libertad de poder intuirlo, y tú deberás descubrirlo en la selva. Yo soy el intermediario en esta búsqueda tuya.

Mi viaje continúa. Recorro un sendero donde piso muchos frutos de palmera caídos. Hay olor a hierba mojada, las hojas cantan en medio del viento mientras las hormigas llevan semillas a sus cuevas.

Las hormigas siempre están presentes en la selva. Tan pequeñas frente a la inmensidad de la Creación, son como granos, de arena en el desierto, y sin embargo hacen sentir su presencia tanto como la de las otras criaturas.

A lo lejos, entre los árboles, corren blancos caballos salvajes, levantando polvo en los senderos de tierra. Sobre ellos vuelan bandadas de pájaros de color violáceo que los siguen como atraídos por algo que late más allá del río. Van hacia las plantas de racimos de frutos plateados, que despiden resplandores deslumbrantes bajo el Sol.

La selva es un mundo mágico donde el misterio, a la espera de ser revelado, duerme en cada arbusto.

Incluso el nombre «Amazonia» tiene un significado que yo no conocía: me dijeron que no deriva de las míticas mujeres guerreras, sino de la palabra indígena amasuno, que quiere decir «rumor de las nubes de agua».

En efecto, en el río más grande del mundo, donde se refleja una gran parte del cielo, las nubes parecen correr de acuerdo con el rumor del agua.

No sé en qué día o en qué mes transcurre este tiempo mío. Advierto solamente que el alejamiento de la vida de todos los días me hace sentir la embriaguez de lo imprevisto, la euforia de la incertidumbre.

Soy como una barca sin velas, sin timón, que se deja llevar por las corrientes del mar.

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Mi tristeza, mi sensación de vacío, la pérdida de interés por la vida, los sentimientos de culpa, el llanto escondido, se desvanecen día a día, y me doy cuenta de que voy llegando al final de un renacimiento. Si mi madre me viera así, no me llamaría continuamente para consolarme.

Mis hombros ya no soportan el difícil peso del mundo; mi camisa está siempre limpia porque la lava la lluvia y la seca el viento.

La selva ama el viento, porque fecunda a las plantas, lleva el perfume de las flores, acaricia los árboles, empuja las nubes hacia el cielo. En una noche de viento vi luces que vagaban entre los árboles, formando una larga procesión que se perdía en la oscuridad.

El pájaro azul me explicó que aquellas luces lejanas eran luciérnagas gigantes, salidas de entre los setos para iluminar mi camino. También ellas eran una señal premonitoria de lo que sucedería más adelante. Ahora las palabras de Ato son mensajes:

Mi imagen es el reflejo de todo lo que hay atu alrededor.Yo mismo no existiría sin tu presencia, sintu deseo.Soy tu sueño y tu verdad. Aun cuando teduelan los pies, llegarás al lugar dondehay más flores que estrellas en el cielo,más amor que árboles, más felicidad queagua en el mar.Yo soy tu espejo, donde se reflejan todas tusdudas, el eco de tu soledad.

Ahora el pájaro azul me lleva hacia un espacio cubierto de hierba, donde se han reunido los pájaros flauta para realizar el concierto de la Luna nueva.

Tienen un pico larguísimo, lleno de agujeros, y todos están echados en medio de la hierba en una posición insólita: para poder mover las patas sobre los orificios del pico y modular los sonidos, deben permanecer boca arriba y mantenerse así durante toda la ejecución.

Los conciertos de los pájaros flauta incluyen fragmentos inspirados en la melodía del viento y de la lluvia, en el lamento de los ríos, en la voz de la selva, en el claro de Luna.

Centenares de otros pájaros escuchan inmóviles esas sinfonías, encaramados en las ramas de los árboles, y al finalizar cada ejecución tiene lugar un hecho conmovedor: apenas termina la música, los pájaros flauta abandonan la posición supina y se enderezan sobre las patas, mientras todos los pájaros espectadores,

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que han usado las patas para aplaudir, se arrojan al suelo después de la sublime ejecución. El sentimiento de la selva tiene la proporción de una montaña en comparación con el de la humanidad, que a menudo es tan pequeño como un grano de arena.

Tras del concierto, Ato permanece callado. Me mira conmovido, y una lágrima brota de sus ojos para acompañar el inicio de una de sus tantas historias:

Mi alma era un río de sentimientos para ella, que tenía las plumas azules y doradas. Un día se fue, y yo volé sobre las montañas y los ríos para encontrarla. También caminé durante la noche, perturbando el sueño de los sauces llorones, la tranquilidad de las aguas, el reposo de los animales. Atravesé campos de manzanilla para calmar mi pasión, le hablé a la Luna llena, pero jamás volví a saber nada de ella. Había corrido tras una nube blanca, llevándose consigo las estrellas de mi cielo y la ternura de mi corazón.Grité muchas veces su nombre en medio de la selva, y hasta las estrellas bajaron a posarse en las ramas de los árboles para consolarme, pero yo me sentía oprimido por la tristeza.Fue un gran amor que nunca volví a encontrar. Sin embargo, su sombra jamás se separó de mí. Continúa a mí lado inclusoen la oscuridad.Entonces decidí dedicar mi vida a los otros, a todos aquellos que tenían necesidad de volver a encontrar un sentimiento perdido.

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La selva tienela mágica capacidadde hacerme entendercómo se puede poseer

todosin tener nada.

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Día a día, mi mundo interior crece como una planta regada por la lluvia y calentada por el Sol. Va operándose en mí una lenta, continua transformación, y la selva me adopta como a una de sus tantas criaturas. Me ha recibido y ahora me protege en todo momento, haciéndome ver lo que mis ojos no habrían visto nunca.

Las palabras de Ato se vuelven realidad, y con ellas se materializa ese mundo soñado durante largos años y buscado en los senderos del pinar de mi infancia.

Todas las criaturas viven aquí libremente en medio de la naturaleza, y son justamente ellas quienes me indican el mejor camino a seguir adelante. Los indígenas no desean más de lo que tienen, ni tampoco quieren ser más de lo que son. Si alguno se equivoca, es castigado, pero de una forma distinta de la que emplea el resto de la humanidad.

La persona o el animal que ha caído en el error es arrojado a un río. Allí hay peces con escamas cubiertas por una pelusa, expertos en el arte de hacer cosquillas, que rodean al pecador y, tocándolo ligeramente en los puntos más delicados del cuerpo, lo hacen reír histéricamente hasta extenuarlo.

Las risas, que se oyen incluso a gran distancia, indican a todos que en la selva alguien ha transgredido las leyes de la naturaleza.

Paso por el centro de un pueblo creado por el viento, donde todas las casas tienen forma de pelota y se trasladan continuamente de un punto al otro de la selva.

Los habitantes no se conocen, porque provienen de lugares distintos, pero son gentiles, sonríen y enseguida traban amistad. Los hombres hablan de los hijos, de las cosechas de maíz y de las semillas de yuca con las que hacen la harina. Las mujeres tejen valiéndose directamente de las ovejas-ovillo, que se dejan deshilar la lana del cuerpo sin protestar. Los niños juegan con las flores blancas

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de irkitos, que al abrirse despiden un profundo suspiro perfumado cada vez que alguien las acaricia.

Las casas redondas rebotan sobre la tierra y flotan sobre las aguas de los ríos sin provocar daño alguno a los habitantes, porque están construidas con la goma extraída de la corteza de los árboles de caucho.

Todas las familias, cuando la casa se detiene en un lugar, elige una extensión de tierra, un árbol y un animal, en general una vaca lechera salvaje o un mono sembrador, que calcula las estaciones sobre la base del paso de las lunas.

Una noche me invitaron a una de estas casas a tomar sopa de maíz y habas rojas, condimentada con el jugo de unos frutos amarillos como limones que, al exprimirse, despiden un aceite que los indígenas usan para protegerse de los rayos del Sol cuando la estación es tórrida.

Me hicieron quedarme a dormir, y di vueltas durante toda la noche porque se había levantado el viento de la pasión, que sopla durante el primer cuarto de la Luna nueva. Es un viento que abraza los árboles, acaricia a los animales, empuja las barcas a lo largo de los ríos, ayuda al vuelo de los pájaros. Es el aliento puro de la selva, el breve canto de un ruiseñor en la primavera de la vida.

La selva, con sus mil caras, enseña a entender qué son el amor, el coraje y el entusiasmo. Es una continua lección de ternura y de esperanza, e incluso en el rincón más oscuro y pobre siempre hay cien soles.

En todo lugar existen el amor y la ayuda recíproca, el compartir el poco alimento que se tiene con quien no lo tenga. La tolerancia y el respeto por quien llega sin ser esperado, la justa caridad para todos. Un día vi pájaros que daban de comer a los peces, monas que amamantaban a las serpientes, indígenas que subían a los árboles para llevar alimento a pájaros recién nacidos que habían quedado solos en los nidos.

De repente, a mi derecha, la hierba se mueve, y un temblor recorre las grandes hojas; es él una vez más, el mono Kata, que no desiste, que no quiere que yo siga adelante. Después de haber asomado el hocico entre el verdor, grita:

La selva no es buena ni generosa. Soportó un largo calvario de miles de años y sufrió violaciones, destrucciones y muerte. Los indígenas odian a los blancos y no perdonan las masacres sufridas. Tarde o temprano se apoderarán también de ti y te harán purgar las penas que les fueron infligidas a las tribus omagua, arara y tupinambá. Conocerás sus arcos, las flechas, las lanzas, las cerbatanas, y los espíritus de los árboles robarán tu sombra para hacerte sentir más solo. No te ilusiones con la idea de atravesar la

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selva sin correr peligros, como te han hecho creer: sólo los monos de mi raza conocen la verdad.Recuerda que fue el antiguo mono Kushu quien subió al monte Kushumakari para robar al cielo el fruto de la yuca y regalarlo a los humanos, para que pudieran alimentarse con su harina. Sin ella, los indígenas habrían muerto de hambre. Nosotros, los monos vocingleros, tenemos un pasado noble; todos nos respetan porque poseemos grandes riquezas inestimables, escondidas en las grutas donde están representados los hombres-pez, convertidos en eso porque no escucharon nuestras palabras. Tu rostro se nota cada vez más cansado; tus ojos expresan vacilación. Dentro de poco te verás obligado a detenerte porque otra lluvia inundará la selva; no sabrás cómo refugiarte y morirás de hambre. Durante la noche, tu hamaca será maltratada por el viento y no podrás dormir. Pensarás en tu casa lejana y te preguntarás muchas veces por qué has venido hasta aquí.Yo voy a buscar un refugio a la espera de la tormenta.Si quieres salvarte, sígueme.

Pronuncio una vez más la palabra mágica: Tura-buna-sé. Estoy seguro de que me salvará, ¡Takuna no puede haberme mentido!

Kata desaparece a toda velocidad entre las hojas, vuelve la calma y la selva se me presenta de nuevo en todo su esplendor.

El pájaro azul, como de costumbre, no dice nada; confía en sí mismo, no necesita interlocutores para seguir el camino. Y no teme al mono, porque conoce la fuerza de sus propias palabras.

Yo no sé si este viaje pertenece a un sueño o a la realidad. Sé solamente que estoy trastornado porque en este inmenso mar verde encuentro el amor, la solidaridad y la alegría que en las calles llenas de gente de las ciudades del mundo, no logré hallar. La selva tiene la mágica capacidad de hacerme comprender cómo se puede poseer todo sin tener nada.

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Las casas redondas se detienen durante la época en que comienza con la siembra y termina con la cosecha, y luego, en un día de viento, vuelven a tomar el camino hacia otros lugares lejanos, distintos: los indígenas que las habitan conocen así todos los rincones de la selva.

Los animales feroces reciben a los pueblos del viento. Los monos hacen jugar a los niños con gran alegría y les enseñan a trepar a los árboles; las serpientes, colocándose en forma de cuerda entre un árbol y otro, permiten que los más pequeños se balanceen; los pumas se echan frente a la entrada de las casas y se acomodan hasta formar una alfombra sobre la cual los habitantes pueden caminar.

Los viejos indios, que saben todo acerca del viento, el Sol, la Luna y la Tierra, les cuentan a los más jóvenes que cada generación, cuando se asoma al mundo, sube hasta lo más alto del árbol de la vida y mira atentamente todo lo que pasa abajo durante el transcurso del tiempo. Arriba, no tiene más que el cielo, y siempre cree ser una generación privilegiada, más fuerte que la anterior y más segura que la que vendrá en el futuro. En realidad, desde aquella altura sólo se tiene la visión de un minuto de vida: breve como la voz del pequeño pájaro llamado cimpe, que canta una única vez, desde el amanecer hasta el crepúsculo, y después muere.

Los pájaros-biberón chupan la leche del vientre de las cabras salvajes, y luego vuelan ligeros de boca en boca para amamantar con su pico en forma de chupete a los niños que se han quedado sin madre.

Ninguna criatura es olvidada en la Tierra. Hay recursos incluso para el animal más pequeño que se encuentre en dificultades. Y casi siempre son justamente los pájaros los que llevan a cabo la tarea de socorro. Ellos bajaron a los árboles en el día de la Creación, y desde ese momento lejano siempre ayudaron a los humanos y a los animales en los problemas cotidianos. Cuando alguien pierde la salud, vuelan en busca de hierbas misteriosas y las colocan sobre el cuerpo del enfermo, que, poco después, se recupera.

Un día, mientras junto a Ato recorría el curso de un largo río donde nacen flores violetas y amarillas, me sentí atraído por una extraña ceremonia que se desarrollaba alrededor de un árbol. Los hombres y las mujeres hacían pasar entre los dedos unas serpientes de cuerpo nudoso, pronunciaban palabras en voz baja y de vez en cuando alzaban la vista hacia el cielo.

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Me di cuenta de que estaban rezando por un árbol muerto, y los reptiles que hacían deslizar entre las manos eran las famosas serpientes-rosario de las que me habían hablado muchas veces.

Las plegarias por los árboles, los animales y los seres humanos que mueren son tan intensas que, al finalizar la ceremonia, las serpientes caen al suelo, consumidas. La selva está llena de estos animales que sirven para las oraciones.

Otro reptil que a los niños les encanta para sus diversiones es la serpiente-cuerda, que se deja atar junto con otras compañeras iguales para formar largas lianas con las que los pequeños pueden subir a los árboles más altos.

Algunas plantas florecen al inicio de cada año y permanecen cargadas de flores durante nueve meses. En sus ramas crecen grandes hojas con forma de cuna, y flores rosadas y azules.

Las flores de estos árboles son fecundadas por una mariposa transportada por el viento, y en la cuna nace un niño.

Cuando una mujer no puede tener hijos, se dirige al árbol de la vida y le ruega que le regale un niño.

Una cigüeña blanca, apenas se entera del deseo de la mujer, vuela sobre el árbol, toma a un niño —levantándolo de entre las grandes hojas— y luego lo deja con delicadeza entre los brazos de quien lo ha deseado con amor.

Todos los niños de la selva viven en contacto con la naturaleza. Los padres los dejan durante horas a los pies de un árbol para que de él aprendan la lección de la vida.

Durante las largas noches, a la luz de los peces-vela, los viejos del pueblo narran las historias antiguas de la selva, historias de hace miles de años, cuando estaba habitada solamente por algunos humanos y animales. Cuentan la historia de la primera vez en que el pan cayó del cielo, y hablan del día en que las viejas barcas, que llevaban grabados los nombres de todos los que las habían usado, fueron llevadas por el viento hasta la cima de una colina. Allí permanecieron como un monumento dedicado a los pescadores, y representando la importancia de los ríos que alimentan la tierra.

Luego hablan de los grandes jardines encantados donde crecen las flores parlantes. Pero la historia que los niños prefieren es la de la muchacha que vivió en la selva hace muchos años y que, debido a una enfermedad mental, permanecía sentada durante días enteros frente a la puerta de su casa, con la mirada azul perdida en el vacío, teniendo entre los brazos a una pequeña ardilla que acunaba con amor.

La historia dice que aquella muchacha misteriosa era la Virgen, que había huido a la selva porque los hombres habían matado a su hijo y ella había enloquecido de dolor.

La ardilla que tenía en los brazos era Jesús, también Él desilusionado, cansado, abatido.

Lo envolvía con su amor de madre para que no sintiera demasiado el peso insoportable de la maldad humana, para que no se diera cuenta de que su mensaje sólo había sido comprendido por unos pocos.

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La muchacha, bellísima, siguió acunando al pequeño animal hasta el día en que murió, con la mirada levantada hacia el cielo.

Ahora, aquel lugar está lleno de flores, y los niños de la selva se detienen todos los días ante esa primavera, mientras los padres y las madres rezan de rodillas.

En la selva, los niños son sagrados. Asisten a clase en un cañaveral lleno de murmullos, donde todos los días se pronuncian palabras nuevas que los pequeños deben trasladar a la tierra con ayuda de cangrejos amanuenses, los cuales, lentamente, graban con sus patas las palabras para que resulten claras a todos.

Aprenden a escribir lo indispensable para su vida, y aprenden también el ritmo del tiempo gracias al pájaro-reloj, que sigue con atención el camino del Sol y las estrellas y dibuja con el pico, en la corteza de árboles blancos, calendarios astrológicos que pueden consultar todos.

Es un gran pájaro de plumas plateadas y ojos fosforescentes, de modo que resulta bien visible de día y de noche. Permanece quieto en la cima de los árboles y cada determinado lapso emite una cantidad de silbidos correspondiente a las horas, los minutos, los segundos.

Cuando alguien no entendió bien la hora exacta, da tres golpes en la base del árbol donde se encuentra el pájaro-reloj, y éste de inmediato repite la hora, silbando con más fuerza.

También vi hombres convertidos en árboles por voluntad de las leyes de la selva, que todo guía y transforma como una madre atenta y solícita.

Cuando un indígena llega a una edad avanzada, sabe que debe esconderse entre el verdor para esperar a los pájaros sembradores. En el día del adiós, se despide de los familiares, de los animales domésticos, de los árboles, y luego se interna en el tupido follaje y se sienta con la boca abierta y los ojos alzados hacia el cielo.

Poco después, un pájaro se posará en su frente y dejará caer una semilla entre sus labios.

El hombre permanecerá así hasta que de su boca salga un brote; con el tiempo, ese brote se transformará en un árbol, y el hombre se unirá al tronco: la selva está llena de estos árboles.

volver a encontrar un sentimiento perdido.

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Los árboles son asiduos

predicadores;en sus cimas

murmura el mundosus raíces

reposan en el infinito.

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De descubrimiento en descubrimiento, de sorpresa en sorpresa, mi viaje a través de la selva del conocimiento continúa. El pájaro azul siempre está a mi lado. Calla cada vez que mis ojos ven cosas maravillosas, habla cuando mi mente se pierde en los vericuetos del pasado.

Abre las puertas de tu alma; no pienses, no te sientas esclavo del pasado. Toma los frutos de este gran jardín mientras estás ala sombra de los enormes guaramán y tus ojos se alegran ante las orquídeas que crecen entre los pliegues de su corteza. No te juzgues; haz como los árboles: si tienen ramas frondosas, o si son un laberinto de tallos secos, se lo dejan decir a quienes quieran refugiarse bajo su sombra. Recuerda que entre las penas y los afanes de la vida hay siempre un poeta que canta en el corazón del universo y borra la tristeza. La felicidad no se recibe; se aprende.El misterio de la selva es como el de la noche. A menudo, los dos misterios se llaman desde orillas opuestas del río, pero es difícil entender lo que se dicen. También tú oirás sus voces. Detente; tal vez puedas comprender aquellas palabras.

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Nunca había conocido un pájaro tan inteligente, ni siquiera en mis sueños de muchacho. Frecuentemente volvemos la cabeza para contemplar nuestra infancia como si fuera la época más hermosa de la vida, porque aquéllos eran tiempos llenos de encanto, los más simples, los más fervientes y llenos de imaginación. Ato, como si supiera todo acerca de mi juventud, sabe darme los consejos justos en el momento oportuno. Habla como un profeta, conoce los misterios de la existencia, es mi maestro de plumas azules. ¿Quién lo habrá enviado?

Es mi guía en esta intrincada selva, donde en cada rincón me sorprenden latidos de vida y ojos de animales y de hombres que me miran. Tal vez para juzgarme.

Ahora caminamos entre cañas altísimas. Su murmullo es un sonido ondulante como el rumor del mar lejano.

De repente, en medio de ese murmullo se hace oír una vez más la voz de mi madre:

En esta noche de primavera tengo el corazón lleno de palabras para ti. Están colmadas de esperanza y de amor. Cierra los ojos con lentitud, sumérgete en el sueñomás bello que pueda acompañarte. Abandónate en mis brazos lejanos como hacías en otra época. Cierra esos ojos que siempre han llevado el sol, incluso cuando la lluvia inundaba la llanura. ¿Acaso me he equivocado en algo con respecto a ti? Siempre fui muy aprensiva cuando eras niño. ¿Tal vez te transmití la angustia de ciertos días oscuros de mi vida? Si es así, perdóname, ahora que encontraste lo que buscabas.Un día, tu padre se fue a trabajar lejos y yo me quedé sola contigo, con tus ojos fijos en mis lágrimas.¿Te quedó en el alma aquella pena infinita que todos los días te empujaba a refugiarte en el bosque, con la merienda en una bolsa de papel atada a la cintura? Aunque me sentía triste y sola, siempre estaba contigo y nunca te faltó nada. Mi amor era solamente para ti, tanto entonces como ahora, que soy vieja y estoy cansada. Si a tu regreso no me encuentras, la llave de casa está en la maceta de geranios de laventana. En el cajón del mueble grande encontrarás una carta mía. Ahora es tarde; cierra esos ojos que me dieron la fuerza de vivir hasta hoy.

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La voz desaparece; el frondoso cañaveral se vuelve menos tupido, y frente a mí se abre un mar de flores azules, de hojas, de hierba. Cada tanto, la vegetación parece querer ahogarme, y yo permanezco hechizado, sin dejar de mirar la selva que, seguramente, nació de un pensamiento verde, infinito.

Al principio quizás era sólo una misteriosa fuerza de la naturaleza que, con el tiempo, se desarrolló y alcanzó toda su grandeza.

Toda criatura nació de una conciencia clara y positiva, y el eco de esa conciencia está en todas partes. Es realmente así: la selva es el corazón del mundo. La vegetación alta forma un cielo raso verde de ramas y hojas. Rara vez, la mirada logra ir más allá. Sólo desde los espacios abiertos y cubiertos de hierba se puede admirar el cielo.

Árboles de tronco liso y blanco buscan el Sol, elevándose hasta los sesenta metros. Debajo de ellos, otros árboles más bajos cubren arbustos y hierbas.

La selva es un continuo alternarse de silencios solemnes, gritos imprevistos, melodiosos cantos de pájaros. Muchas veces oí la canción de un animal desconocido que cada tanto parece gritar: «¡Dioooos, Diooos, Diooos!»

Cuando llueve, da la impresión de que todos los ríos se vuelcan sobre la tierra. El follaje atenúa la caída del agua, pero el estruendo es similar al de un mar en medio de la tempestad. Los animales aúllan, algún árbol cae, truenos y relámpagos sacuden con violencia la catedral verde, que parece haber sido alcanzada por un terremoto. En general, los temporales duran poco, el agua se estanca en pequeñas ciénagas, los ríos colmados de agua se desbordan y sobre las aguas flotan flores, hojas, troncos, ramas, frutos.

Durante este viaje mío ya encontré soles y lunas, temporales y vientos, pero jamás me detuve. Sigo caminando por este mundo verde, me alimento de lo que encuentro, duermo en el interior de árboles gigantescos cuyos troncos, cerca de la tierra, se abren como grutas donde sin duda han habitado los viajeros del tiempo, las almas en pena, los fantasmas de la selva.

Ato adivina mis pensamientos y me los explica:

En la selva se refugiaron también las almas de quienes ya no están aquí. Por eso está llena de presencias, a veces inquietantes, misteriosas, pero siempre profundamente humanas. Encontrarás también a los hombres-runa, los que establecieron un vínculo con Dios y todo el cosmos. Escúchalos; ellos sabrán contarte la verdad. Aquí todos los días puedes hojear el libro de

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la naturaleza y entender la conciencia perfecta que se encuentra en el origen detoda la Creación.Recuerda que también la vida es como una selva que tu padre te dejó en herencia. Es necesario amarla, cuidarla, para que dé sus frutos.Tú, en cambio, te comportaste en la vida como con la lluvia que inunda las cosechas. Pasaste demasiado tiempo debajo del alero, esperando que cesara el temporal. Debes decidirte a cambiar tu forma de pensar, porque la vida sin valores es pesada y vacía.Abre tus manos hacia la naturaleza y la humanidad, si quieres que el mundo te abra su corazón.

Es un nuevo día. El viaje continúa sin altos en el camino. Las palabras de Ato me abren nuevos horizontes, me hacen entender que la vida es bella, aun cuando resulte difícil vivir con sencillez.

Me estoy dando cuenta de que para vivir con dignidad es necesario acostumbrarse a las injurias del tiempo y a las injusticias de los otros, siempre dispuestos a envidiarte y a traicionarte.

A menudo alimentamos la esperanza de que todo cambie, pero ese día que esperamos no llega nunca, y así nos volvemos demasiado viejos y nos sentimos demasiado cansados como para poder volar.

Para salvarnos, sólo nos quedan los sueños y la fantasía, que nos permiten caminar durante largo tiempo por esos senderos de luz en los que no hemos logrado entrar.

Mientras sigo mis pensamientos como a pájaros que vuelan hacia el horizonte, advierto unos ruidos a mis espaldas. En la selva son muchos, pero éstos son muy particulares. Ato se aleja porque ha vuelto el mono maligno:

Deja de hacerte la víctima. Te pones en ridículo frente a los ojos de todos y ni siquiera inspiras piedad. ¿Qué esperas? ¿Encontrar la libertad por medio de los sueños? ¡Pobre iluso! Entonces no has entendido nada de la vida, y tu viaje lo demuestra.¿Era necesario venir hasta aquí para obtener ciertas respuestas, para sentir

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emociones y vivir en contacto con lanaturaleza?Si hubieras sido más auténtico en tu formade pensar, no habrías debido recorrer uncamino tan largo para después encontrar lanada. Porque en realidad estás yendo haciala nada.¿Quién te aconsejó este viaje a la selva? ¿Unloco, un poeta, un desesperado como tú?Todo lo que pasa ante tus ojos es unespejismo. Caminas por el incierto senderode un sueño que te conducirá a un lugar dedesconsuelo.Amigo mío, te equivocaste al creer en lospoetas. Tienen hermosas palabras, peroviven de mentiras y son más astutos ymalignos que los zorros rojos.La selva no es el refugio de los viajeros dela fantasía.Ella vive de realidades, no de sueños.

Son palabras que me perturban, que despiertan mis dudas. Repito una vez más la palabra misteriosa: Tura-buna-sé, Tura-buna-sé.

La selva me abraza y me consuela, me hace vivir extrañas emociones, me aleja de la tristeza que se siente incluso en los sueños. Ahora, ante mí hay una frondosa hilera de árboles de troncos altos; su corteza es clara y lisa: parecen álamos.

Me acerco y, maravillado, me doy cuenta de que los troncos están llenos de inscripciones misteriosas que comienzan abajo y suben hacia el cielo.

Miro con asombro entre los árboles y descubro un extraño pájaro gris aferrado a la corteza; con el pico, en forma de escoplo, está realizando un nuevo grabado.

Ato se acerca y me explica lo que está sucediendo. Me dice que son plegarias alzadas desde la Tierra al cielo por los pájaros grabadores para recordarles a todos que también los árboles rezan, transformando así la selva en una inmensa catedral de fe.

Leo una inscripción:

Un árbol encontró a otro árbol que se movía en medio del viento como si quisiera huir. Le preguntó: «¿Adónde vas?». Respondió: «Voy a la orilla del río porque

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aquí, donde estoy, los otros árboles me reprochan el ruido excesivo que hacen mis ramas bajo los golpes de viento, perturbando su calma». El primer árbol contestó: «Es inútil que huyas. Sólo debes hacer callar tus ramas, pues de lo contrario te lo reprocharán también a orillas del río».

Incluso Herman Hesse dice que «los árboles son asiduos predicadores. No son ermitaños que se han alejado de la vida, sino hombres fuertes y solitarios. «En sus cimas —dice el escritor alemán—murmura el mundo, y sus raíces reposan en el infinito.»

El mismo Hesse, tan deprimido y angustiado, paseaba durante largas horas por la selva porque la consideraba un santuario. Decía que el que sabe hablar con los árboles, quien sabe escucharlos, percibe la verdad. Ellos no predican doctrinas, sino la ley primordial de la vida.

«El deseo de vagar sin rumbo —sigue diciendo el escritor alemán—, me desgarra el corazón si oigo árboles que a la noche murmuran en el viento. Pero si uno escucha atentamente y en silencio, incluso la avidez de vagar revela su significado y su esencia. No es querer huir del dolor, como puede parecer, sino nostalgia de la tierra, del recuerdo de la madre, de nuevas alegorías de la vida. Esa avidez te conduce al hogar, todo camino conduce al hogar, todo paso es nacimiento, todo paso es nacimiento y madre. Así murmura el árbol de la noche cuando tenemos miedo de nuestros mismos pensamientos infantiles.»

El pájaro azul me aclara el sentido de los sucesos que tienen lugar uno después del otro. Conoce todo acerca de la vida de los animales que habitan por millares entre el verdor de la selva.

Existen, dice, los pájaros espías, que vigilan día y noche desde las cimas de los árboles, para que todo tenga lugar de la mejor manera posible, para que no haya incendios ni se produzcan períodos de sequía.

El pájaro espía es blanco como la nieve, veloz como el viento, astuto como un zorro, y tiene una vista tan penetrante que puede ver un hilo de humo a cien kilómetros de distancia.

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Apenas un fuego arde en la selva o en los pueblos, el pájaro espía emite un silbido agudísimo que captan los pájaros llorones, diseminados por todos lados sobre las plantas de hima-heru, que los indígenas veneran y respetan y de cuyas ramas extraen una medicina que expulsa del alma a los espíritus malignos. Miles de pájaros llorones, cuando los llaman, vuelan sobre las zonas atacadas por las llamas o la sequía y, llorando a mares durante días enteros, apagan con sus lágrimas los incendios y riegan la tierra abrasada.

Ato me refiere que una noche hubo una gran agitación en la selva porque los pájaros espías vieron una claridad que iluminaba una vasta zona lejana.

Miles de pájaros llorones volaron hacia aquel lugar, pero no encontraron ningún incendio. La luminosidad era provocada por la Luna llena, que había descendido sobre los árboles y llenaba de luz el gran valle del dios Hitoma, donde está prohibido entrar porque esconde el misterio del mundo: en el centro, una gran piedra brillante despide resplandores cegadores, nadie puede acercarse porque se abrasaría.

Esa piedra es un pedazo de Sol caído hace millones de años a la Tierra, allí ha permanecido para siempre como testimonio de que la vida depende del dios Hitoma.

Una vez cada cien años, cuando la selva está en el máximo momento de floración, la Luna desciende sobre el valle para rendir homenaje al gran padre. En esa noche, su luz es más intensa y la selva parece envuelta en un gran incendio.

Mientras el pájaro azul me cuenta estos hechos extraordinarios, atravesamos una tupida hilera de cañas gigantescas. Sus puntas murmuran en el viento, y en medio de ese leve susurro oigo de nuevo una voz lejana que quiere atraerme a la realidad, como ocurre en la dimensión misteriosa de algunos sueños, en que aquello que vemos y sentimos parece verdadero.

Te quise tanto, hijo mío... Nunca olvidé tus penas. En el campo de trigo vuelan los pájaros; cuando eras niño los amabas. Llorabas cuando se te morían en la jaula, y no ibas a la escuela a causa de tu dolor. Ahora tal vez otros pájaros vuelen en el mundo lejano que buscaste. Entonces te enternecía su piar cuando era la época de los nidos, en primavera. ¿Qué te cuentan los pájaros que ves cada día? ¿Te dicen algo verdadero? Quisiera que las criaturas que encuentras te

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susurrasen al oído palabras bondadosas. Te aconsejo que no te pierdas en tu sueño; piensa en encontrar tu sonrisa de otros tiempos, cuando ibas al mar con los zuecosy escribías poesías en un cuaderno de tapasazules.Entonces sonreías, jugabas feliz. Ahora queestás entre miles de árboles, en un mundotan distinto, ¿te diviertes como entonces?Espero que sí, que estés contento.Todo lo que deseaste estuvo aquí siempre,pero tú no lo comprendiste. Bastaba con quedescubrieras esa gota de rocío sobre unahoja de hierba frente a la puerta de casa.En ella se refleja el Sol cada mañana; enesa luz está toda la inmensidad.El deseo de tener más te arrancó del cielode todos los días, que tiene las mismasestrellas que los otros cielos.¿Acaso se agrandó tu mundo al ir a unaselva lejana? ¿Aumentó tu felicidad? ¡Detodo corazón quisiera que así fuese!Cuando estábamos juntos, la primaveragolpeaba a nuestra puerta y nos brindabalos secretos de la naturaleza, d perfume delos brotes nuevos.Yo te cosía los pantalones y, pensando en tuporvenir, entonaba canciones.Ahora que no sé quién eres, la primavera golpea otra vez a mi puerta, pero es solamente un rumor de hojas secas. Espero en la verja, como todos los días, que tu imagen aparezca en el fondo del camino, y que tu corazón regrese adonde ha nacido. Espero que vuelvan esos instantes de felicidad cuando, sentado en la silla de la cocina, comías pan y aceite, y tus ojos siempre estaban serenos. Cuando tenías dieciocho años, y volvías a casa demasiado tarde, yo te esperaba en la verja, y mi mirada te lo reprochaba. Con el tiempo, ciertos condicionamientos se convierten en obsesiones y nos preparan un futuro lleno de miedos. Me equivoqué contigo como lo hicieron mis padres conmigo. Tú tienes razón: para salvarnos de este estado de miedo necesitamos crearnos un sueño liberador que nos aleje de nuestro pasado; de otra forma, nuestra vida sería un infierno.

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Es necesario mirar el mundo desde lejos para poder llegar a aquella sabiduría quenos permite volver a encontrarnos con nosotros mismos, tal como éramos cuando nacimos.

En un momento dado, el pájaro azul, que al oír la voz de mi madre se había alejado, me hace señas para que me detenga. Después de mirarme durante largo tiempo, con voz grave me advierte que ya estamos cerca del lugar encantado.

Nos estamos aproximando al lugar de la luz, donde cada rama y cada hoja sabrán cantarte las maravillas de la Creación. Una vez más atravesaremos hileras de cañas tupidas como las penas del corazón y llegaremos donde el crepúsculo se recostará sobre las hierbas altas del río. En medio de un espacio abierto, rodeado de setos en flor, se te aparecerá el árbol más viejo del mundo, padre de todos los árboles de la selva.Es como un gigante que se yergue sobre el gran mar verde, con las ramas dirigidas hacia todas las direcciones. Él sabrá decirte todo lo que no sabes, comprenderá tus penas y te hablará con esa voz suya que traspasa el corazón. Muchos lo han buscado, caminando durante días a través de la tupida selva, pero pocos se acercaron. Está en un lugar donde el viento se detiene a meditar, donde las estrellas hacen más lento su camino y donde las mariposas blancas vuelan alrededor de sus ramas, creando una nevada atemporal.Llegaremos a ese lugar cuando hayas conocido el alma verdadera de la selva, cuando tus pies estén cansados, y cuando tu madre haya dejado de llamarte. Frente al gran árbol no hay necesidad de nada; tus palabras fluirán sin trabajo y todo lo que has mantenido dentro de ti durante años saldrá a la luz como un

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animal atemorizado. Frente a él se despertará en ti otra conciencia, aquellaque con los años perdiste a lo largo de los caminos de tu vida.Cuando sea el momento, preséntate con el rostro sereno, porque el gran árbol no quiere personas tristes. Deberás sonreír para sentirlo más cerca; la selva, junto con sus criaturas, se esforzó por hacerte feliz, y te enseñará todavía muchas cosas. Yo vivo aquí desde hace cientos de años y guío a todos aquellos que vienen a la selva intrincada para renacer a través de la experiencia sublime de la duda.

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Cuando se amala naturalezadeja de serun misterio:

entendemos la vida de los árboles

y nos conocemosa nosotros mismos.

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Ahora caminamos con más rapidez. Ato vuela de rama en rama y yo no dejo de admirar el espectáculo de los colores y de las atmósferas. Me doy cuenta de que hemos llegado a un claro; es casi un descanso en el tupido laberinto de los árboles. Hombres y mujeres se mueven por la tierra para recoger las calabazas. La selva ofrece medios de subsistencia a miles de

seres humanos, a los animales, a los árboles, y es feliz debido a su generosidad.

Aquí todo sentimiento es puro como el agua de los ríos, y el padre de todos, el Río de las Amazonas, no duda en otorgar su riqueza.

Cuando un hombre y una mujer han dejado de amarse, en su casa sopla un viento gélido que obliga a los dos a buscar el amor perdido. Caminan mucho tiempo bajo el sol y la lluvia, hasta que llegan a orillas del gran río y lloran durante un largo tiempo.

Al caer al agua, sus lágrimas crean una infinidad de círculos separados. Su llanto continúa hasta que los círculos se unen y forman uno más grande que los incluye a todos. Entonces, los dos seres que ya no se amaban se abrazan felices y realizan juntos el largo viaje de regreso, seguros de que su amor durará eternamente.

El pájaro azul, como si hubiera intuido mis pensamientos, me confía una vez más otros detalles de su historia de amor:

Escribí poesías para ella, volé kilómetros y kilómetros en el cielo nocturno, grité muchas veces su nombre, fui a las orillas de todos los ríos, pero nunca la encontré. La amaba. Un día vi su imagen reflejada en un charco.Me habló de largos vuelos hacia el sur y de campos dorados de maíz. Volamos juntos entre los árboles. Nos posamos en las cañas que se balanceaban en medio del viento. Admiramos crepúsculos llenos de fuego, primaveras de profunda fragancia. Juntos comimos granos de trigo en los senderos de los indígenas; ella era mi sombra y mi nostalgia. La mataron los hombres blancos.

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El pájaro azul está llorando. En este momento la selva calla; veo hombres y animales, con los mismos ojos bondadosos, en busca de alimento.

Los indígenas no son malos. Conocí a muchos, y a partir de sus relatos comprendí qué grande es el dolor de ver la selva utilizada por los blancos que, en ciertas zonas, cortan y cortan árboles y no dejan de matar a humanos y animales. Comprendí que somos nosotros los malvados. Es por eso que los habitantes de la selva nos temen y nos odian: por la destrucción que provocamos en la naturaleza.

El pájaro azul me dijo que hay un día del año en el cual toda la selva susurra. Es una voz que se alza desde los árboles, desde la hierba, desde los animales, desde los seres humanos. Un coro lleno de dolor, dirigido a toda la humanidad. Ese día los pájaros llorones inundan la selva con sus lágrimas y el cielo se entristece a causa del dolor.

Los habitantes del inmenso mar verde respetan a las plantas y a los animales con el mismo amor. Tratan de no derribar árboles, salvo por una extrema necesidad.

Conocí a un indígena que me contó la historia de un árbol con el cual hablaba todos los días. Tuvo que cortarlo para construir un arado a fin de trabajar la tierra y mantener a su familia. Me confió que el diálogo con el árbol no se interrumpió porque cada día, mientras trabaja, habla con el arado, que le responde sin lamentarse.

Un viejo cuya ocupación consistía en recoger hojas de yuca me contó, en cambio, una antigua leyenda según la cual un indígena fue condenado a llenar todos los días un gran vaso de agua para llevarlo hasta la cima de una montaña, donde vivía el dios de la lluvia.

Para hacerlo, el hombre debía valerse solamente de un cesto de juncos entrelazados, pero durante el recorrido desde el río hasta la montaña el cesto se vaciaba.

La diosa del río, compadecida, le enseñó a extraer del árbol la sustancia con la que podría impermeabilizar el cesto. Fue así como los indígenas amazónicos aprendieron a usar el caucho para sus objetos, su ropa, sus ritos.

La selva está llena de encantamientos y de magia. En ciertos lugares, donde la vegetación es más tupida y los árboles tienen más años, los indígenas de piel oscura hablan un lenguaje que consiste sólo en diez vocablos y por una infinidad de sonidos indescifrables. Por suerte, Ato conoce todas las lenguas y los dialectos, y me hace

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entender las distintas situaciones en las que me encuentro; así me facilita el camino en busca del árbol más viejo del mundo.

Yo no sabía que la hamaca era tan importante en la selva. Los indígenas me enseñaron a usarla de muchas formas distintas.

En los pueblos, las mujeres emplean meses de trabajo para hacer una. Las arman con juncos resistentes que crecen solamente a lo largo del río Takoy. Son livianas, se transportan con facilidad y pueden atarse a cualquier árbol, a cualquier altura.

La hamaca más hermosa es la que hacen, día a día, las serpientes-cuerda. Para realizar su tarea, se entrelazan una con otra entre dos árboles y así me permiten descansar en un refugio seguro.

Pero no estoy a salvo de Kata, porque de repente oigo de nuevo detrás de mí la voz del mono maligno. Esta vez no consigo verlo, pero lo siento cerca:

No dejes de caminar; sigue adelante y verás adónde te conduce esta locura tuya. Estás prisionero de un falso sueño. No te das cuenta, pero eres tu propio titiritero; cultivas la ilusión de una mente mezquina que no encuentra más que zarzas en sucamino. Te esperan mil trampas; tarde otemprano encontrarás al jaguar, elverdadero rey de la selva, y entoncestendrás que saldar cuentas con él, que noperdona a nadie cuando tiene hambre. ¿No te das cuenta de que estás en un lugar que no te pertenece, que no puede darte nada porque eres un intruso?Sólo nosotros, los monos vocingleros, podemos pretender todo de la selva; nuestra voz puede oírse a kilómetros de distancia, desde el amanecer hasta el crepúsculo.Las flechas envenenadas de las cerbatanas te llegarán al corazón; las pulgas, lashormigas y los mosquitos atormentarán tucuerpo; los espíritus de la naturaleza, losbrujos y las almas de los muertos teseguirán dondequiera que vayas.Todos los pecados de tu vida serándescifrados por los árboles magnéticos;verás los orificios de tu alma, oirás ellamento de aquellos a quienes engañastecon las falsedades con que te alimentaste,confundiéndolas con grandes verdades. Teverás a ti mismo como eres en realidad:orgulloso y obstinado, miserable protagonistade la nada.

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La voz del mono se va alejando poco a poco detrás de mí, hasta que desaparece.

Flores de distinto tamaño cuelgan entre las plantas de algarrobo, a cuyas semillas llaman «ma». Toda la selva está llena de ma, como una interrogación permanente, un momento de duda, la sabiduría de la duda.*

En las lianas se hamacan los pájaros japú, que desde la mañana hasta la noche colman de felicidad a la selva.

La palabra misteriosa, Tura-buna-sé, produce su efecto.El pájaro azul me espera un poco más adelante, donde empieza

un bosque de palmeras. No dice nada; el viaje sigue normalmente. Él no teme ni al mono ni a sus palabras.

En las regiones que atravesé no existe la ropa; para cubrirse, los indígenas usan jugos de colores extraídos de frutos que maduran a orillas de los ríos, y se tiñen el cuerpo con los tonos que desean. Los distintos tintes duran hasta que cae la lluvia purificadora. Entonces, hombres, mujeres y niños se lavan, duchándose con el agua cálida y perfumada que cae de las nubes bajas sobre la selva.

Se sirven de los peces-jabón, que se acercan a la orilla y se dejan recoger por las manos de todos.

Son de distintos tamaños, de muchos colores y, al deslizarlos entre las manos, producen una espuma suave y aterciopelada que deja la piel lisa como los cantos rodados de los ríos.

El día de la ducha del cielo, en las aguas aparece también un pez de aletas de oro, muy esperado por las muchachas porque su presencia significa suerte en el amor.

Grupos de muchachas, después de haberse purificado bajo la lluvia perfumada, permanecen horas y horas con los ojos fijos en el agua para tratar de ver el centelleo de las aletas de oro. Pero ninguna se preocupa por ser la primera en hacerlo, porque es el pez el que escoge a quien lo atrapará.

Aquella que saca del agua al pez lo aprieta contra su pecho y con un grito de alegría lo levanta en dirección al cielo. Todas las demás le sonríen a la elegida y la acompañan cantando hacia el hombre amado.

Hubo una muchacha que lo esperó durante años y, cuando ya no esperaba verlo, el pez dorado apareció. Desde aquel día, el hombre al que deseaba la amó.

El amor es un tema que Ato trata con mucha delicadeza:

Cuando se ama, la semilla se hace árbol,

* En italiano, la conjunción ma indica duda, incertidumbre en las respuestas. (N. de la T.)

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los brotes se convierten enflores, y lasflores, en frutos.El amor es como una planta que enprimavera perfuma todas las cosas con suesperanza, incluso las ramas secas.El amor percibe, como el árbol, el latido delcorazón de la naturaleza y no les preguntaa las flores por qué florecen.Cuando se ama, la naturaleza deja de serun misterio: entendemos la vida de losárboles y nos conocemos a nosotros mismos.

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Refugiarseen la selvaquiere decir

volver a ser niños,reencontrarel camino

de lo desconocido,la felicidadde la duda.

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En la selva, el tiempo no cuenta: todo está ligado a una fuerza más poderosa que el tiempo. Por ser el pulmón de la Tierra, de su respiración dependen las estaciones, los vientos, las lluvias.

A cada río está vinculada una historia; los ríos son muchos y sus aguas claras van hacia el mar. El padre de todos los ríos corre entre árboles seculares con un

murmullo poderoso entre el verdor intenso. A lo largo de sus orillas hubo pueblos que pasaron, hubo luchas, hubo riquezas y miserias: una infinidad de historias y leyendas ligadas al dios de la selva.

Hay una que habla de cómo nació la gran selva, un día lejano en que no había nada, en que todo era ilusión en la tierra estremecida por los vientos.

La nada arrojó las semillas sobre la tierra, crecieron las plantas, y luego la nada puso el cielo sobre el mar verde; entonces todo se unió en la danza infinita del universo.

La selva se pobló de animales, los seres humanos comenzaron a cultivar trigo, maíz y otras plantas, y así, a partir de aquella nada, nacieron la vida, el amor, el pensamiento, los deseos, las luchas.

Cuenta la leyenda que los árboles fueron el medio a través del cual los humanos pudieron elevarse y subir al cielo.

Ningún hecho, ni siquiera el más pequeño, puede permanecer oculto en la selva. Todos deben saber lo que ocurre entre los árboles, a orillas de los ríos, en las ensenadas donde llora el viento.

Cuando nace un niño, cuando la cosecha es abundante, cuando un amor comienza, las nubes corren en el cielo con el anuncio, y todos pueden conocer la alegre noticia y darle gracias a Dios.

Además del teléfono hecho de nubes y piedras, para las comunicaciones urgentes está también el pez-telegrama, que en un tiempo muy breve puede llevar mensajes de un punto a otro de la selva a través de los ríos. Tiene forma de lenguado y es blanco como una hoja de papel. Se lo puede capturar con facilidad y, con una ramita mojada en un jugo oscuro, se pueden escribir palabras en su

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dorso, con la seguridad de que, después de haber vuelto al agua, llevará el mensaje a su destino.

Sólo en algunas ocasiones, los peces-telegramas vagan durante largo tiempo, desesperados, en busca de la persona y los lugares escritos sobre su piel, y desaparece en la nada.

Cuando eso sucede, no se trata de un extravío, sino de algo mucho más grave. Indica que sobre el pez han escrito palabras malignas que pueden resultar perjudiciales, y por eso el mensajero prefiere morir.

Las criaturas de la selva no tienen los vicios y las maldades de los humanos. Actúan espontáneamente, de acuerdo con lo que sienten en cada momento, y siempre son leales, a costa de la propia vida. Saben sonreír, llorar y gozar ante cada hecho. Sienten amor por la tierra y se sacrifican por alegrar su mundo.

Un día vi banderas de muchos colores que se agitaban sobre las ramas de los árboles. Me di cuenta de que no eran del material del que están hechas todas las banderas, sino de una tela compuesta por criaturas vivientes: eran pájaros de forma achatada que llegan a tres metros de largo con las alas extendidas. Se aferran con las patas a las copas de los árboles y, extendiéndose como sábanas, se dejan acunar por el viento durante días enteros.

Este espectáculo de las banderas tiene lugar el día de los ministros, o sea, cuando los indígenas van a la colina verde para rendir homenaje a los políticos de la selva.

Los gobernantes son sólo tres: el ministro de la tierra, el ministro de los árboles y el ministro del cielo.

Los tres políticos son sepultados en la cima de una verde colina, y sobre sus tumbas queda escrito todo lo que hicieron en su vida.

Ese lugar está a disposición de todos y puede alcanzarse sin citas ni recomendaciones. Quien tiene problemas por resolver o necesita un consejo, va a arrodillarse ante la tumba del ministro con el cual quiere hablar, y lee con atención las palabras grabadas en la piedra.

Después de haber reflexionado largo tiempo sobre los ejemplos del ministro, los indígenas bajan de la colina con el alma limpia, dispuestos a afrontar la vida con más coraje y honestidad.

De repente, Ato interviene para recordarme algo, una frase que leyó en una lápida colocada en la cima de la colina de los ministros:

El trabajo de un buen gobierno debe ser como una lluvia benéfica de primavera que, sin hacer demasiado ruido, cae sobre la tierra árida, las plantas resecas, los animales cansados, y lava los pensamientos malos de los seres humanos.

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Cierta vez, siempre con la guía de Ato, vi un árbol que acompañaba a un ciego, conduciéndolo de la mano con sus ramas y guiándolo a lo largo de un sendero que lleva al mar.

En otra ocasión, una ráfaga de viento me acompañó hacia un espacio verde donde había una muchacha de cabellos blancos que hablaba con las flores. Se llamaba Aikina; hablaba con las plantas, que se movían y respondían a sus preguntas. Luego empezó a cantar, y entonces se elevó desde las flores un coro muy dulce que inundó el aire del día que estaba a punto de terminar.

Una vez concluido el canto, la muchacha me dijo que aquél era el momento de las bodas entre las flores: todas las plantas que se amaban se habían unido en matrimonio y en pocos segundos nacerían otras flores que los pájaros jardineros cuidarían con delicadeza.

En todos los rincones de la selva, una luz; detrás de cada brizna de hierba, un aliento de vida; flores y frutos en los árboles; agua clara en los ríos. Un cántico perenne donde la naturaleza todavía permanece pura, en ese estado primordial en que, para obtener fuego, los indígenas se sirven de grillos encendedores.

Estos animalitos, al frotar sus patas sobre las alas ásperas, encienden una chispa que hace arder un líquido que tienen en el cuerpo.

Viven entre los árboles y en los pueblos, de manera que siempre están a disposición de todos aquellos que tienen necesidad de fuego. Cuando alguien se acerca al grillo con una hoja seca, el animalito enseguida golpea las patas sobre las alas y de inmediato brilla una pequeña llama sobre su cola.

En determinadas noches, los grillos se encienden al mismo tiempo en los prados, y la selva parece un cielo poblado de estrellas.

El pájaro azul también me hizo conocer al árbol que cura: de sus ramas baja un polvo tan fino como los polvos de arroz, que calma todos los dolores del cuerpo.

Acuestan al enfermo bajo sus ramas y el polvo lo cubre hasta taparlo como una manta blanquísima. Lentamente, la persona se duerme y, después de un largo sueño, se despierta curada.

Es el alba de un nuevo día: se ilumina el mundo, los ríos tienen las aguas claras, el aire es transparente como el vidrio, la selva deja volar la fantasía. Pero el pájaro azul no está en su rama, como siempre.

Lo busco, lo llamo, pero no responde, no se deja ver. Tal vez voló más allá del río, entre las flores de bakaus perfumadas como cien primaveras, donde construyen el nido los iridiscentes pájaros

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moscones y las serpientes de cascabel se deslizan con su música entre los arbustos violáceos.

¿Adónde fue Ato? ¿Por qué me abandonó justamente ahora y en esta parte de la selva, donde ninguna hoja se mueve y todo permanece en silencio?

Tal vez en este sueño mío todo es simbólico, pero también todo es real, como si yo tuviera una existencia justa, carente de remordimientos.

¿Qué significa todo esto?No lo sé; tal vez el viento que sopla desde la selva, las noches

silenciosas con la Luna grande en el cielo adornado de estrellas, sea un aliento de vida que quiere decirme algo muy diferente.

El viento es el pensamiento que surge del alma para recorrer los caminos de la libertad, sin las cadenas de los compromisos y las miserias humanas.

La noche es el símbolo de la conciencia que se retira a un rincón, temerosa de actuar como quisiera. La noche es una sombra de vida y de pensamiento que esconde las culpas, los desengaños, las ansiedades, las incertidumbres.

A mi alrededor percibo algo misterioso; es lo desconocido que tiembla ante mis plegarias, es el eco de otra vida soñada y jamás vivida.

La noche serena y fresca y el susurro del viento son manos larguísimas que arrastran una gran ilusión. Entre estos árboles que dividen el cielo con sus ramas, advierto que el fin del viaje está cerca.

El universo entero se desliza entre mis manos y lo que pienso en este momento es correcto porque pertenece a la verdad conquistada ahora, en este viaje.

Mi alma ya no está enredada por las mentiras y las falsedades. A pesar de tener los zapatos rotos tras haber caminado a través de senderos arenosos, puedo correr a lo largo de caminos llenos de nueces verdes, atravesar los océanos del sueño, los confines del tiempo.

Mi pensamiento pasa entre las verdades y las mentiras que me han perseguido, entre los enemigos dispuestos a traicionar y los amigos buenos que siempre me abrieron la puerta de su casa.

He vuelto a ser el muchacho que se escondía en el bosque para escuchar la misa del domingo y buscar nidos de pájaros y moras.

Dentro de mí ha crecido un árbol trasplantado por el deseo. La semilla ha madurado y ha encontrado el Sol que la hizo crecer.

Ahora puedo hablar el lenguaje de todos aquellos árboles que entendieron mis sueños y me protegieron de las lluvias amenazadoras de la vida. Al crecer, me acerqué al cielo.

Reanudé solo, sin la compañía de Ato, el camino que pasa entre los árboles. Algunos parecen hablarme; otros, escucharme. Con ellos me entiendo. Una noche, no pude menos que temblar a causa de la emoción, porque mi alma fue transportada por las dulces notas de árboles que tocaban la serenata de la Luna.

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Tienen ramas delicadas que se entrelazan y se estiran como las cuerdas de una guitarra.

Cuando el árbol está perfectamente de acuerdo con los golpes de viento, los pájaros guitarristas se posan en las cuerdas y con sus patas extraen de las ramas unos sonidos maravillosos.

Ante un gesto del pájaro director, que está encaramado en la cima del árbol, una enorme cantidad de guitarristas vuela sobre las ramas para ejecutar la gran serenata de la Luna.

Los árboles son el poema del mundo, y sin embargo viven como testigos silenciosos y se dejan cortar sin protestar. Cuando muere un árbol, cae una de las columnas que sostienen el cielo.

Mientras camino solo, cansado por el viaje, irreconocible dada mi apariencia, pero con el corazón lleno de felicidad, entre las frondas me llega una vez más, frágil y dulce, la voz de mi madre:

Todo te espera aquí, incluso el vuelo de lasgolondrinas.La vida no es algo tan insignificante comopara que tú puedas lanzarla al viento, como hacen los granados con sus flores. Asúmela con seriedad, para poder llegar a la vejez deseoso todavía de abrazar los árboles y mirar con asombro tu imagen reflejada en el agua del río. No vivas en la selva como un viajero en busca de limosna, sino como si siempre te hubieras quedado en la casa de tu padre. No te pierdas en los senderos intrincados, no escuches los malos consejos; confía en tu corazón que te llama, sigue tu viaje. Ahora es el alba y el sol que nace es mi saludo lejano. Me desperté hace poco y pensé en ti.Los pájaros ya cantan en el campo y el gato vino a comer a su escudilla. Mi vida está contigo, aun cuando estés lejos.

La voz de mi madre, que sigue llamándome, me repite las mismas recomendaciones que cuando yo era un muchacho y permanecía demasiadas horas en el bosque.

Creo que un hombre jamás deja de ser niño, ni de sentir los miedos de un tiempo pasado. Todo queda en nosotros en estado latente y se despierta cada vez que atravesamos la oscuridad de la vida.

Entre todos los miedos que nos persiguen, el más grande es el que nos hace desperdiciar la vida al no permitirnos alejarnos de situaciones de infelicidad para abandonarnos a nuevas emociones.

Debido a aquel sentido del deber que nos inculcan desde niños, permanecemos donde estamos, descontentos y tristes.

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La voz de mi madre me llama, pero ya atravesé la frontera que me mantenía prisionero del pasado. He ido más allá, con una desesperada fuerza de voluntad, para desvincularme de los remordimientos que condicionaron mi vida.

Mientras mi viaje prosigue, no dejo de percibir ese mundo que representa la libertad absoluta, el alejamiento de los sentimientos de culpa, de los condicionamientos de la sociedad.

Refugiarse en la selva quiere decir volver a ser niños, reencontrar el camino de lo desconocido, la felicidad de la duda, aprender a conocer las realidades que nos hacen más auténticos y humanos.

De improviso, ante mis ojos aparece Kata, el mono. Me sigue por todas partes como una sombra. Salta de una rama a otra y grita de rabia, cada vez más.

Mientras comienza a hablar, yo no dejo de repetir: Tura-buna-sé, Tura-buna-sé.

Tú eres un poeta y crees que les hablas a losárboles y a las hojas, pero te engañas,porque aquí nadie te escucha. La selva estáhecha de certezas y no de palabras. Para tila noche oscura y el viento que pasa no sonotra cosa que viento y noche, y tú quisierasasombrar a más de un cielo estrellado, peroeres solamente un predicador inútil y vacío.Todo lo que ves y oyes es algo distinto. Eleco de la selva con sus voces pertenece parati al mundo de la ilusión, y querrías vivirde esa ilusión.Has equivocado el camino al venir aquí;eres víctima de otro de tus errores;caminarás en vano, sin encontrar lo quebuscas.Pobre poeta, qué tristes están tus ojos, cómote cansaron tus sueños, cómo han sidosometidas tus ilusiones.Si miras hacia atrás, verás todos tus errorescolgados en los árboles, y la selva teparecerá un laberinto deremordimientos.Pronuncia una y otra vez la palabramágica; eso no te servirá de nada.Cierta vez hubo en la selva un hombre poco

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preparado que deseaba casarse con una estrella, y todas las noches permanecía durante horas con los ojos levantados hacia el cielo.Una de esas noches, la estrella, cumpliendo su deseo, entró en la cabaña y le echó los brazos al cuello. El hombre sintió un gran frío y murió aterido. No sabía que las estrellas, bellas y luminosas, fuesen tan heladas.Te pasará lo mismo cuando llegues al campo de las flores de kilian: las plantas te envolverán con sus ramas y te mantendrán prisionero. Sentirás un gran frío y, si alguien no te ayuda, morirás aterido. Vuelve atrás, apártate de tu deseo. La selva está llena de estrellas frías.

El pájaro azul volvió de repente, con un vuelo largo y bajo. Dio varias vueltas en el aire antes de descender para encontrarse conmigo.

Quién sabe de dónde viene y qué noticias traerá con sus palabras qué llegan precisas como las libélulas a las aguas del río.

Ahora estamos atravesando una zona de vegetación muy tupida. A lo lejos aparecen casas redondas: es un pueblo.

Mujeres y hombres se mueven en los campos cultivados para recoger fruta y verdura; algunos niños juegan con los papagayos arará que responden sus preguntas.

Entre las casas, una escena muy dulce: una mujer amamanta a tres perritos. Los acaricia y los acuna como si fueran sus hijos.

Sucede a menudo, porque los indígenas se sirven de los perros para cazar, y permanecen durante días y días lejos de los pueblos.

No es verdad que sean malvados. Su vida es como la de la naturaleza: se despiertan con los árboles, viven en medio del verdor, siguen los ritmos de las estaciones, se preparan metódicamente para las cosechas de acuerdo con el Sol y la Luna. Yo asistí a una ceremonia mágica en una noche de plenilunio. Los indígenas adultos subían a los árboles más altos y desde allí lanzaban flechas hacia el astro. Cada flecha tenía una flor en la punta, y había centenares de arcos.

Era el agradecimiento de los habitantes de la selva a la diosa Luna, que regula los brotes de las plantas y el flujo del agua de los ríos.

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Esa noche, cuando el astro se pone, debe llevarse consigo un jardín florido.

Ahora, el paisaje que me rodea ha cambiado. Veo árboles en flor, cosechas abundantes; las aguas de los ríos corren silenciosas hacia el mar.

La selva se ha vestido con colores nuevos, han pasado el otoño y el invierno y ha comenzado la primavera.

Parece haber un poeta entre las ramas, entre la hierba alta y las cañas del río, que canta al universo y describe las bellezas de la Creación.

Ese canto parece decir: «¿No conoces la voz de la selva». El silencio responde: «Tampoco tú conoces la voz de los humanos».

El canto y el silencio se hablan, pero no pueden encontrarse porque uno es el canto de la selva y el otro es el de la humanidad. Y es Ato quien me lo explica:

¿Temías que me hubiera ido, dejándote solo en la selva? No me preguntes dónde estuve y con quién me encontré, porque nunca lo sabrás. Existen misterios que no puedo revelarte.Sólo te digo que ahora deberás seguirme en un vuelo sobre la selva. Deberás desvincularte de la tierra para liberarte de las últimas dudas, de lo contrario nunca llegaremos a los pies del gran árbol. Abre tus brazos como si fueran alas y espera que el viento te levante con dulzura. Yo permaneceré cerca de ti para indicarte el camino y te seguiré hasta que bajemos juntos al lugar adonde debes llegar. No tengas miedo; abre los brazos y abandona todos los pensamientos que te mantienen ligado a la tierra.

De improviso, siento que mi cuerpo se separa del suelo y me encuentro sobre el follaje, encima de un mar verde que no tiene fin.

El pájaro azul está delante de mí con las alas extendidas. Cada tanto las agita para elevarse.

Qué extraño ver de cerca a un pájaro en vuelo, observarlo mientras planea o cambia de ruta moviendo la cola y el cuello. Lo veo con claridad porque yo también estoy volando junto a él.

Muchas veces soñé con volar. Es una agradable sensación de liberación, de alejamiento de la tierra, una levedad reconfortante.

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Ahora estamos sobre un paraíso de colores; la selva parece distinta con toda la variedad de su vegetación. Veo ríos y lagos, tierras altas y bajas, árboles, arbustos, hierbas, todo agrupado en un conjunto tupido, compacto, impenetrable.

Ato permanece cerca de mí. Volamos sobre una zona de colores otoñales; otros pájaros vuelan a menor altura en los rumbos del Sol. Y mientras tanto, Ato sigue hablando a fin de prepararme para afrontar la prueba del gran árbol.

Mientras volamos sobre la madre de todos los árboles, el pulmón verde del mundo, la inmensidad de la Creación con todas sus criaturas, te hablaré de su nacimiento. La selva está formada por tres niveles de mundo: aquel donde crecen los árboles; otro, misterioso, que está abajo, en sus raíces, y el tercero, que es el cielo que estamos atravesando.El mundo que se halla debajo de la selva es misterioso e imposible de alcanzar, al menos hasta el día en que alguien te llame, y entonces deberemos ir allí porque así está escrito en la montaña de la verdad. Hace miles de años todo era la nada, una nada palpitante que esperaba un destello de vida para encenderse, un sueño, una ilusión.Un día, Dios ató aquella nada al hilo del sueño, y el páramo solitario se pobló con plantas, animales, flores, seres humanos valientes que enfrentaron el nuevo mundo. Así sucedió: hoy la selva es inmensa, pero en esa vastedad permanece todavía el primer palpitar, como la primera flor, como el primer pensamiento de amor. ¿Entiendes lo que digo mientras volamos?Veo que en ciertos momentos tus ojosmuestran miedo. ¿No confías en mí?¿Todavía no entendiste quién soy? ¿Dudasporque nos hemos alejado de la seguridadde la Tierra?Tu mirada es como la de la Luna, queobserva en silencio la inmensidad de losocéanos.Yo no te oculté nada; la selva se abrió antetus ojos y sus habitantes te enseñaron elamor, la espontaneidad, y te hicieron sonreír.No sé qué palpita en el fondo de tu corazón,no sé qué quiere decir tu silencio. Sinembargo, olvida las dudas del largo viaje,

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vuela junto a mí con coraje, no apaguesdentro de ti el hechizo del sueño.No volverás a escuchar la voz de tu madre;ya te has desprendido de la Tierra.Ella está lejos y no te espera más en sudimensión de ansiedad. Estará distinta, y túdeberás regresar sólo cuando seasconsciente de que esto es lo que siemprebuscaste.

Mientras vuelo, me parece ver, como por encanto, el gran pinar cercano al mar de mi tierra, los caminos que tantas veces recorrí de niño, las montañas lejanas.

Veo mi casa con los árboles florecidos del jardín, a mi madre que me espera en la verja, a mi padre que me sonríe. También vuelvo a ver a los amigos más queridos que me saludan desde lejos, y los lugares que había olvidado.

Todo, desde esta altura, adquiere una dimensión distinta. Noto una tierna nostalgia del pasado y al mismo tiempo, siento la libertad divina del presente.

El vuelo por la selva continúa. Por los caminos del cielo pasaron todos mis afectos, mis penas, mis amores, las visiones, las lágrimas y las sonrisas, los recuerdos.

En la selva sacudida por el viento oí el canto de los pájaros, el grito de los animales.

Recorrí la ruta principal del destino: ¡cuántas luces, cuántas sombras, cuántas visiones de horizontes sin tiempo me abrieron nuevos capítulos de vida!

Al final del vuelo, mis ojos descubrirán la ilimitada calma del cielo, sentiré lo que puede sentir un árbol sumergido en la luz.

Comprenderé que he volado en el infinito de mis esperanzas, en la vida de mis antepasados, en el rincón del alma donde se oculta el asombro.

El pájaro azul se me acerca para hablarme una vez más:

Estamos sobre el lugar donde se levanta elgran árbol, el más viejo del mundo. Nadiesabe los años que tiene; su corteza es la pielde la tierra.Sus raíces atraviesan el mundo hasta laotra parte del cielo, su tronco y sus ramasviven entre nosotros.Ahora bajemos de nuevo a la Tierra para

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poder verlo de cerca. Abre tus brazos comoal principio y el vuelo terminará.

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La selva es la visiónque se dilata

y nos permite verel lado desconocido

de las cosas.

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Después de haber volado durante tiempo siguiendo al pájaro azul, rozo las ramas de los árboles más altos y bajo lentamente hasta la tupida vegetación.

Vuelvo a encontrarme entre las cañas que se mueven livianas en medio del viento; más allá de la barrera verde hay un prado lleno de mariposas blancas. Cuando me asomo a él, quedo asombrado: el

árbol es enorme, impresionante en su esplendor.De su tronco fuerte emana luz, sus ramas abrazan el cielo. Tengo

la impresión de estar cerca de Dios.Noto una extraña sensación, como cuando de niño escuchaba

misa entre los pinos y los campos de maíz, y me digo:En esos días lejanos jugaba contigo, pero no sabía quién eras.

Pensar en ti me inquietaba, y en las plegarias aprendidas de memoria Tú representabas el miedo al pecado, la vergüenza de haber robado algo de la artesa.

Cada mañana te oía, y durante todo el día corría contigo de camino en camino, entre los campos, en el bosque.

Y sin embargo no entendía el significado de tu nombre, sabía solamente que movías el Sol y la Tierra, y esto me bastaba para saberte grande.

A menudo la barca de mi vida fue empujada a través de un mar tempestuoso, en medio de la tormenta rabiosa de la existencia.

El viento hinchaba las velas, pero el rumbo no era el correcto, y yo llegaba a lugares desconocidos o me perdía en la noche.

Transcurrió un tiempo infinito desde el momento en que zarpó la pequeña barca, pero no me desalenté porque estaba seguro de encontrarte.

Cierto día, entre los campos de trigo, vi el Sol bajo sobre la llanura; las espigas se movían y dejaban penetrar los rayos que se coloreaban de verde.

Yo permanecía agachado en medio de aquel mar, y me pareció que estaba a punto para una travesía. Era un navegante, y mi cuerpo flotaba en aquella plegaria de luz.

Eran días en los cuales vivía largas horas conmigo mismo, no me detenía en ningún lugar y no tenía amigos.

En mis ojos estaba el asombro por todo lo que me rodeaba y, encontrándome entre esos destellos de luz, aquel día creí verte.

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Ahora, aquel campo de trigo de la juventud ha crecido, se ha convertido en una inmensa selva donde el Sol envía resplandores hasta los árboles sacudidos por el viento.

Soy un hombre asombrado por todo lo que me rodea.He venido hasta aquí para encontrar a Aquel que tal vez muchas

veces pasó cerca de mí en días ya lejanos de mi vida.

El pájaro azul se ha posado en el prado, está casi escondido entre el césped. Alrededor, las mariposas blancas siguen volando como en una larga nevada de primavera.

De repente el árbol comienza a hablarme:

Yo soy el árbol.Cada semilla de estos otros árboles encierradentro de sí la promesa y la esperanza deotras selvas.La semilla no se hace a un lado ni searrepiente. Por medio de su total entregalibera la energía que da origen a la danzadel universo, la suma de todo el amor delmundo.Incluso la semilla más pequeña semultiplica, si es dada con amor, pero si suegoísmo no la hace crecer no merece serdada ni recibida.En esta selva ninguna planta puede crecersin amor. Es necesario aprender a dar loque se busca para nosotros, porque es el modo más simple de que se haga realidad todo lo que se desea.

Yo soy el árbol.Represento la prolongación del amor quesiente por nosotros el Creador del mundo.Soy sus manos, los pensamientos, loslatidos, un poco de su gran corazón. Soyuna promesa, y en calidad de tal cada díadebo ser más consciente, porque sólo así elmañana será un gran mañana para toda laselva.Tú has llegado hasta aquí y has conocido lafuerza y la sabiduría de la duda. Has vividola aventura misteriosa de lo imprevisto.La duda es el lugar de nuestra mente donde

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residen la creatividad y la libertad.Sin la duda y sin lo desconocido, la vida esuna sucesión de vicios y hábitos que nosobligan a ser víctimas del pasado y a llevarsobre nuestra espalda el lastre del mundo deayer, que ya no nos pertenece.Sin la separación, tu vida siempre fuelimitada, te sentiste prisionero de las preocupaciones mezquinas, de la desesperación, del tedio. La selva intrincada e insegura, la soledad, el asombro, te han hecho percibir una nueva dimensión, y por eso ahora eres capaz de entender todos los errores del pasado.La naturaleza es un don irrepetible, porque fue creada por un gran amor. Si un árbol no estuviera lleno de amor, sería un trozo de madera y nada más. En cambio, tiene las raíces para vivir, para nutrirse, y las ramas para rozar el cielo. También la selva está llena de amor: el viento que mueve las ramas fecunda las flores y puede hacer nacer el amor entre dos criaturas a kilómetros de distancia.

Alrededor, el paisaje permanece inmóvil. Las mariposas crean un cielo blanco; los árboles que rodean el espacio abierto, cubierto de hierba, parecen escuchar con atención.

Ato continúa en el mismo lugar, entre la hierba, y da la impresión de no querer interferir en lo que está ocurriendo; me mira con esos ojos llenos de comprensión que me acompañaron hasta aquí a través de los caminos de lo imposible.

Me doy cuenta de que vivo un sueño, de que tengo una visión ante los ojos. Pero al mismo tiempo pienso que lo que me sucede está determinado de antemano por una fuerza misteriosa.

El árbol vuelve a hablar:

La selva fue una prueba para ti. Los senderos encantados que has recorrido te hicieron conocer una realidad distinta. Los árboles no viven del pasado sus raíces están plantadas en el presente, su realidad son las ramas, las hojas, los frutos que dan sin pedir nada a cambio. Ni siquiera los animales son prisioneros del pasado. Los pájaros olvidan sus viejos nidos; los jaguares, sus guaridas; los monos, sus árboles.Toda la selva es una constante evolución de

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libertad y amor, una competencia degenerosidad, una lección de vida, uncrecimiento de la conciencia.Los árboles se ayudan en silencio,intercambiando la savia vital para sucrecimiento, y pueden aferrarse entre ellospara desafiar a la intemperie.Los árboles aman sin pedir nada a cambio,no tienen miedo del viento ni de la lluvia,viven en la seguridad de su convicción deárboles.Mientras te domine el miedo, no podrásvivir de acuerdo con la ley del universo. Lasestrellas no tienen miedo de latir, la hierbano teme al rocío de la mañana.Miedo significa distorsionar lospensamientos y tomar solamente las migasde la vida.Tener miedo es el error más grande quepuede cometer un ser humano en estaTierra.

Alrededor, toda la selva palpita de vida; a lo lejos veo animales que se mueven entre la tupida vegetación.

También hay indígenas albinos: una raza extraña. Han quedado pocos individuos. Muchos los buscaron, pero nadie descubrió sus escondites.

Tienen la piel oscura y el pelo rubio, caminan con lentitud, observando con atención todo lo que aparece ante sus ojos. Se dice que se hacen ver sólo en las grandes ocasiones, cuando en la selva sucede algo extraordinario.

Caminan por los alrededores, formando un gran círculo. La imagen del círculo se repite por tercera vez durante mi viaje. Un círculo dorado en medio del verde intenso.

¿Qué querrá decir la figura que no tiene principio ni fin?El árbol, como si hubiera intuido mi muda pregunta, responde:

El círculo es el todo, lo finito y lo infinito, la continuidad de la vida que llega a la eternidad y va hacia otra eternidad. Es elsigno del mundo, el más perfecto, el más completo. La Tierra es redonda como el Sol, la Luna y todos los demás planetas. Cuando naces, comienzas a trazar un

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círculo, y allí vuelves al terminar tu vida terrenal.Es la figura que se repite eternamente, y también es el signo de la esperanza que nunca tiene fin. Los círculos en el agua son un ejemplo de esto: siempre tienen la misma forma, sea cual fuere el tamaño de la piedra que los ha creado. Se agrandan gracias a la fuerza del amor, y el más grande representa el amor supremo. En este viaje, tú viste tres veces la figura del círculo bajo formas distintas, e incluso el número tres tiene un significado: el uno es el nacimiento; el dos, la vida; el tres, el amor. La selva te habló con claridad: nosotros somos árboles y no podemos fingir. Elinmenso mar verde te ha hecho vivir en unadimensión desconocida, ha dilatado tus mundos interiores, te ha hecho sonreír con su fantasía.

Mientras el árbol hablaba, las mariposas bajaron al prado a fin de que se pudiera ver mejor el cielo.

La selva calla, y también el pájaro azul permanece en silencio. Interrumpió sus relatos, que me condujeron hasta aquí.

Ahora oigo sólo un canto. Mi barca ya navega segura en aguas tranquilas.

Mientras permanezco sin moverme frente al gran árbol, siento surgir en mí dulces sensaciones que me llevan hacia atrás en el tiempo, hacia los momentos más bellos de la vida; son como palabras escritas en el alma.

Me detuve asombrado frente a una larga playa y encontré a una muchacha de un verano lejano, a quien le dije que nos volveríamos a ver en una vida futura, en un mundo lejano que se encuentra más allá del mar.

Sus ojos son similares a las estrellas de la mañana, tan diáfanos que parecen estar a punto de apagarse. Mientras miro sus ojos, que sin duda pertenecieron a una vida pasada, y reconozco los momentos felices de mi vida, cuando no tenía tantos temores y me gustaba permanecer en el umbral de mi casa para ver pasar el mundo.

Desde lejos, distingo también a los jaguares, símbolos del misterio y de la fuerza, que se asoman entre los árboles y luego desaparecen. Después de ellos, observo los monos curiosos que

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trepan a las ramas para ver mejor; luego a los gatos salvajes, los pumas, las serpientes y los pájaros ángeles.

Cóndores y búhos vuelan juntos, gatos salvajes de larga cola se mueven en compañía de luciérnagas gigantes, y los pájaros vigías observan lo que está sucediendo.

Es la apoteosis de mi viaje; el largo sueño está a punto de completarse en medio de todas las verdades, las locuras, las fantasías, las bellezas y la espontaneidad de la selva.

Ato calla. Debo escuchar solamente al árbol.

Debes buscar la verdad en tu corazón, en el corazón del prójimo, en el corazón de la naturaleza, en el corazón de toda la Creación. Tener je quiere decir creer en aquello que no se ve. Dios habita en la dimensión de nuestra capacidad de creer y en la capacidad de abrir los ojos hacia otro nivel.Todos lo buscan en el mundo, menos en el lugar donde Él está: en nuestro aliento. Mientras vives en esta Tierra, tienes lasraíces plantadas en otro espacio, en el que el tiempo no tiene tiempo y la vida continúa. Has venido del infinito y vuelves al infinito con tu equipaje de experiencia. Aprende a volar más allá de tu sombra; de lo contrario seguirás siendo un extranjero en el mundo de Dios. El nacimiento del ser humano es un gran privilegio que deriva de una larga transformación iniciada por las rocas y los minerales, luego por los vegetales, los insectos, los pájaros y todos los otros animales. La selva representa todo eso. Tú estás donde comenzó la vida. Quien destruye la selva se provoca un dañoa sí mismo. Ella nació del silencio, de una larga reflexión, y allí los árboles son la vida, la protección, el crecimiento. Ellos van hacia el cielo y la luz, hacia algo trascendente.El árbol es el símbolo de la vida; sus ramas abrazan la Tierra.La selva es un gran libro de meditación, es el amor que une unos a otros, es la sensación extrema, la visión que se dilata y nos permite ver el lado desconocido de las cosas y percibir la voz de lo invisible. Nunca permitas que te acosen malos pensamientos. Sigue navegando tranquilo

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aunque se rompa el timón de tu barca, porque Dios no te olvida.

De repente, el cielo se vuelve más luminoso. Miles de pájaros vuelan en círculo. La selva se mueve bajo un golpe de viento. Comprendo que mi diálogo con el árbol más viejo del mundo está a punto de terminar.

Las ramas más altas se mueven en medio de la brisa, el aire está perfumado, las mariposas descienden como copos de nieve.

Oigo un canto suave que se alza desde la selva, una melodía leve que con lentitud, va creciendo. El árbol, después de una larga pausa, vuelve a hablar. Sus palabras son más bondadosas.

Entre tus cabellos grises pasaron muchos sueños; en tus pensamientos siempre estuvo el deseo de ir más allá. Has venido a contemplar la selva en busca de Aquel que pasó a tu lado muchas veces.Escuchaste el murmullo de la oscuridad; los árboles y los animales te susurraron los secretos de la vida; trataste de liberarte de los vínculos de la Tierra y admiraste las aguas de los ríos en su camino hacia el mar.Cada uno tiene una meta donde residen todas las alegrías y las dudas del mundo, y tú fuiste joven y viejo como los niños y los ancianos de los pueblos que viste. Has estado con el pájaro azul, has cruzadola frontera que separa el mundo real delmundo de la fantasía, y has tenido visionesmaravillosas. Ésta fue la enseñanza de laselva.Ahora serás lo que Él siempre deseó quefueras, serás lo que has sembrado.Dios es la única palabra para explicar elmundo.

El canto de la selva se ha vuelto más intenso. Las ramas del gran árbol se mueven como en medio de una danza. Alrededor, en el claro

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cubierto de hierba, corren animales de toda clase, como en una fiesta inesperada, a causa de la llegada de la lluvia.

Ante mis ojos pasan también los árboles, desde los más delicados hasta los más grandes y nudosos, y luego todos los mares del mundo que vi en mis viajes, las altas montañas, todas las estrellas del cielo admiradas en las grandes alturas, y luego la humanidad, con el sudor en la frente y una inmensa interrogación en los ojos.

Todas las verdades y mentiras bailan al son de la misma melodía. Los amigos y los enemigos se dan la mano, olvidando dolores e injusticias.

En medio de la danza del universo oigo también la voz de mi madre, que también es protagonista de éste, mi viaje irreal.

Espero que conserve eternamente su sabiduría de madre y que me llame cada vez que me aleje.

Soy feliz; el baile del universo continúa para mí, el árbol mueve sus ramas en el viento como si sus grandes pensamientos se expandieran. La selva que me ha reconfortado con su mundo fantástico, ocultándome los dolores y las angustias, me hizo crecer y me enseñó a vivir en esta Tierra no como un huésped ocasional, sino como un hombre.

El pájaro azul permanece en el mismo lugar. Me acerco, lo acaricio; sus plumas son de seda.

En medio del silencio, me habla por última vez:

Cuando ya no esté a tu lado, trata de imaginar, de vez en cuando, el valle del dios de la selva en las noches de Luna; recuerda la muchacha que apretaba contra su corazón a la pequeña ardilla, la figura del círculo, pero sobre todo no olvides el árbol que te ha hablado. ¡Adiós!

Me despido del pájaro azul, no volveremos a vernos. Me duele el corazón.

Ha sido mi libertad, mi deseo, mi sueño. ¡Adiós, Ato!

Me acerco al árbol, lo abrazo, apoyo la cabeza en el tronco y veo que a mi alrededor se torna más tupido el vuelo de las mariposas. En medio de ese hormigueo blanco mis ojos se cierran y me vuelvo para mirar entre otros árboles lejanos que murmuran en el viento.

Me doy cuenta de que todos los sufrimientos desaparecieron en las largas playas de los sueños y de que la hierba, que nunca había visto a las puertas de mi casa, parece decirme: «¿No me conoces?

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Siempre renací en primavera, pero tú estabas demasiado ocupado como para tenerme en cuenta. Hablaste solamente una vez. Una lástima, porque yo conocí todos los deseos de tu juventud, tus ansias, tus sufrimientos. En ciertas mañanas no estaba mojado por el rocío: lloraba por ti».

Vuelvo a verme un día, ya lejano en el tiempo, en el que me escapé de casa mientras mi madre dormía porque alguien me llamaba desde lejos. Era Sirio, el dulce compañero de mi infancia, dotado de una fantasía grande como el cielo.

Había vuelto por mí, para hablarme de mares lejanos poblados de sirenas de plata y de tierras desconocidas donde los animales hablan y donde a veces, de noche, los árboles entonan una serenata dedicada a las estrellas.

Pequeños cuerpos celestes caían y se apagaban apenas tocaban la tierra. Recogí una de aquellas piedras y la apreté entre las manos como si fuera lo más hermoso de la vida. En ella había grabado un círculo.

A lo lejos apareció una pequeña luz en medio del bosque, y Sirio me la hizo notar, diciéndome que debía alcanzarla por mis propios medios, porque él iba a volver a su lejana casa.

Me dirigí hacia aquella luz, y el sueño terminó.

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Buscar lejossignifica descubrir

verdadesque ya estaban

dentro de ti

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Desperté en la cabaña del viejo ermitaño que había encontrado al principio del viaje. Recordaba su nombre: Takuna. Estaba sentado junto a la mesa: la luz de la pequeña ventana iluminaba el cuarto. Fuera cantaban los pájaros y se oía el crujir de las hojas.

Me levanté del camastro de hojas secas de maíz, me acerqué a la mesa y me senté frente al anciano. Él

me miró durante un largo tiempo y luego me dijo:

—Espero que la selva te haya hecho descubrir la parte oculta que nos sigue como una sombra.

»Un viejo ermitaño como yo, que buscó la soledad, se vuelve uno con la naturaleza. Conozco cosas que están dormidas en la mente del ser humano, y me di cuenta de que la empresa más difícil es la de volver a encontrar al niño que hay en nosotros.

»Tú has buscado en lo desconocido, pero ese niño ya estaba dentro de ti. Lo has vuelto a encontrar porque no renunciaste a luchar para descubrir la verdad.

»Ahora márchate. Allá fuera está el mundo. Sé feliz, y que el gran sueño de la selva permanezca siempre contigo.

Me sentía distinto, descansado, como si hubiera dormido durante un mes seguido. Nunca había experimentado algo similar.

El viejo ermitaño al que había encontrado al inicio del viaje me parecía incluso más familiar. Sentía que lo conocía desde hacía mucho tiempo, que había hablado con él muchas veces en mi vida; su mirada me hacía sentir nostalgia de cosas lejanas, su voz me reconfortaba.

Yo sabía que vivía en la selva desde hacía muchos años, que su vida era tan simple como la de un pájaro de las zarzas.

No sabía más de él. Quien me lo había nombrado no había querido o no había sabido decirme otra cosa. Todos lo conocían como el Viejo de la Luz, como al alma buena de la selva.

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Lo saludé sonriendo, y también él respondió con una sonrisa. Permaneció sentado en la silla y me siguió con la mirada hasta más allá de la puerta, donde el sendero se abre entre los árboles, en medio de la espesura de la selva.

Los rumores que oía a mi alrededor eran muy distintos, tenían otra voz; incluso los olores habían cambiado. Iba caminando por el sendero de la realidad que, durante un tiempo indefinido, había olvidado.

Ya no había animales; hasta el pájaro azul que me había guiado y hablado ya había llegado donde terminan los sueños antes del alba.

Yo trataba de ver entre las ramas la luz encantada de los árboles, pero las hojas verdes ocultaban el cielo, las ramas se entrecruzaban entre las lianas que se balanceaban en el viento.

Mientras caminaba, trataba de reflexionar acerca de los motivos que me habían llevado a aquel lugar.

Me miraba los pies, las piernas, palpaba con las manos todo mi cuerpo para entender si de veras era yo quien recorría ese sendero, o si estaba viviendo otro sueño.

Mientras pensaba, oí un estruendo semejante a motores: no muy lejos debía de haber un centro habitado. Columnas de fuego subían hacia el cielo; alguien llamaba a otro.

Mi viaje estaba realmente a punto de terminar. Ya recorría el último rincón de la selva que había sido mi amiga, y añoraba todo lo que había visto y oído.

Miré una vez más entre las ramas, con la esperanza de ver por última vez al pájaro azul, pero ya Ato se hallaba lejos.

Seguí caminado; mis pasos hacían crujir las hojas secas. Yo oía el rumor de las cañas de bambú que, sacudidas por un viento ligero, dejaban caer sus flores una y otra vez con un leve murmullo.

En cierto momento, mientras me acercaba cada vez más a la realidad de la vida cotidiana, tuvo lugar otro hecho extraordinario que me dejó sin aliento: en medio de un claro volví a ver el árbol más grande del mundo, el mismo que me había hablado en el sueño. Estaba allí, inmóvil, silencioso, envuelto en una ligera niebla que se desvanecía lentamente.

Poco después, la visión se hizo más clara, en el cielo aparecieron sus amplias ramas y el tronco se agrandó.

Alrededor ya no veían las mariposas blancas, la hierba casi no se movía, los otros árboles parecían lejanos y desenfocados.

Me acerqué para comprobar si todavía soñaba, pero descubrí que todo lo que veía era real.

En el tronco aparecieron unas frases escritas sobre la corteza. Me acerqué más para poder leerlas: eran las mismas que alguien

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había escrito tantos años atrás en la vieja encina que se levantaba en medio del bosque de mi infancia.

El misterio de la vida está escondidoen la selva.Caminando a través de lo imprevisibleconocerás la sabiduría de la duda ycomprenderás que buscar lejos significadescubrir verdades que ya estaban dentro de ti

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Índice

El misterio de la vidaestá escondido en la selva ..................................................................5

En la selva encontrarás cosas extraordinarias que pueden llenar el vacío de tu alma ................................................9

La selva es la conciencia del mundo, pero también nuestra concienciaoscura e intrincada ...........................................................................15

La selva es el corazón que Dios entregó a la Tierra para que midiera con su palpitar el correr del tiempo ..........................................................................26

La selva tiene la mágica capacidad de hacerme entendercomo se puede poseer todosin tener nada ...................................................................................34

Los árboles son asiduos predicadores en sus cimas murmura el mundoy sus raíces reposanen el infinito ......................................................................................42

Cuando se ama, la naturaleza deja de ser un misterio: entendemos la vida de los árbolesy nos conocemos a nosotros mismos ................................................54

Refugiarse en la selva quiere decir volver a ser niños, reencontrar el caminode lo desconocido,la felicidad de la duda........................................................................60

La selva es la visión que se dilata y nos permite ver el lado desconocido de las cosas .......................................................72

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Buscar lejos significa descrubrir verdades que ya estaban dentro de ti...............................................................83

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Deseo agradecer a Silvano Pezzetta, Folco Quilici, Estanislao Pryemski, Deepak Chopra, Carlos Castañeda, Alfonso Vinci, Victor von Hagen, Murry Hope, Rabindranath Tagore, Herman Hesse y, en particular, a Tersilla Gatto Chanu, autora de Miti e leggende dell'Amazzonia, porque sus libros me acompañaron durante el viaje a través de la selva.