El Arroyo Reclus

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    El arroyo de Elseo Recls

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    EL ARROYO *Elseo Recls

    CAPTULO PRIMEROLA FUENTE

    La historia de un arroyo, hasta la del ms pequeo que nace y se pierde entre el musgo, es lahistoria del infinito. Sus gotas centelleantes han atravesado el granito, la roca calcrea y laarcilla; han sido nieve sobre la cumbre del fro monte, molcula de vapor en la nube, blancaespuma en las erizadas olas. El sol, en su carrera diaria, las ha hecho resplandecer conhermosos reflejos; la plida luz de la luna las ha irisado apenas perceptiblemente; el rayo la haconvertido en hidrgeno y oxgeno, y luego, en un nuevo choque, ha hecho descender en forma

    de lluvia sus elementos primitivos. Todos los agentes de la atmsfera y el espacio y todas lasfuerzas csmicas, han trabajado en concierto para modificar incesantemente el aspecto y laposicin de la imperceptible gota; a su vez, ella misma es un mundo como los astros enormesque dan vueltas por los cielos, y su rbita se desenvuelve de cielo en cielo eternamente y sinreposo.

    Toda nuestra imaginacin no basta para abarcar en su conjunto el circuito de la gota y por esonos limitamos a seguirla en su curso y su cada, desde su aparicin en la fuente, hastamezclarse con el agua del caudaloso ro y el ocano inmenso. Como seres dbiles, intentamosmedir la naturaleza con nuestra propia talla; cada uno de sus fenmenos se resume paranosotros en un pequeo nmero de impresiones que hemos sentido. Qu es el arroyo, sino elsitio hermoso y apacible donde hemos visto correr el agua cristalina bajo la sombra de los

    lamos, balancearse sus hierbas largas como serpentinas y temblar agitados los juncos de susislitas? La orilla florida donde gozbamos acostndonos al sol, soando en la libertad, elsendero tortuoso que bordea el margen y que nosotros seguimos con paso lento contemplandoel curso del agua, la arista de la piedra desde la cual el agua unida en apretado haz se precipitaen cascada o se deshace en espuma; he ah lo que en nuestro recuerdo es el arroyo, casi contoda su infinita y compleja naturaleza, puesto que lo restante se pierde en las obscuridades delo inconcebible.

    La fuente, el punto donde el chorro de agua, oculto hasta all, se manifiesta repentinamente, esel paraje encantador hacia el cual nos sentimos invenciblemente atrados; que sta parezcaadormecida en un prado como simple balsa entre los juncos, que salga a borbotones de laarena arrastrando laminitas de cuarzo o de mica, que suben y bajan arremolinndose en un

    torbellino sin fin, que brote modestamente entre dos piedras, a la sombra discreta de losgrandes rboles, o bien que salga con estrpito de una abertura de la roca cmo no sentirsefascinado por el agua que acaba de salir de la obscuridad y tan alegremente refleja la luz?Gozando nosotros del espectculo encantador que el manantial nos ofrece, nos es fcilcomprender por qu los rabes, los espaoles, los campesinos de los Pirineos y otros muchoshombres de todas las razas y de todos los climas han credo ver en las fuentes ojos de seresencerrados en las tenebrosas entraas de las rocas, con los cuales contemplan el espacio y la

    *The Project Gutenberg eBook of El Arroyo, by Elseo Reclus, www.gutenberg.net. Produced by

    http://gallica.bnf.fr/, Virginia Paque and the Online Distributed Proofreading Team. Traduccin de A. Lpez

    Rodrigo.

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    verdura. Libre de la crcel que la aprisionaba, la ninfa alegre mira el cielo azul, los rboles, lashierbas, las caas que se balancean; refleja la inmensa naturaleza en el hermoso zafiro de susaguas, y, sugestionados por sus lmpidas miradas, nos sentimos posedos de misteriosaternura.

    La transparencia de las fuentes fue en todo tiempo el smbolo de la pureza moral; en la poesade todos los pueblos, la inocencia se compara con el agua cristalina de las fuentes, y el

    recuerdo de esta imagen, transmitido de siglo en siglo, se ha convertido para nosotros enatractivo.

    No cabe duda que esta agua se enturbiar ms lejos; pasar por rocas que le dejarn materiasimpuras y arrastrar vegetales en putrefaccin; se escurrir por sucias tierras y se cargar deinmundancias por los animales y los hombres; pero aqu, en su balsa de piedra o en su cuna de

    juncos, es tan pura, tan luminosa, que parece aire condensado: los reflejos movibles de lasuperficie, los repentinos borbotones, los crculos concntricos de sus rizos, los contornosindecisos y flotantes de las piedras sumergidas, es lo nico que revela que ese fluido tan claro,es agua lo mismo que los ros cenagosos. Inclinndonos sobre la fuente y viendo en ellareflejada nuestra cara fatigada y con frecuencia nada buena sobre su lmpida superficie, no haynadie que no repita instintivamente, hasta sin haberlo aprendido, el antiguo canto que los

    gebros enseaban a sus hijos:

    Acrcate a la flor, pero no la deshojes,Mrala y d en voz baja: Oh, quin fuera tan bueno!

    En fuente cristalina no arrojes nunca piedras;Contmplala y exclama: Oh, quin fuera tan puro!

    Qu hermosas son esas cabezas de nyade con la cabellera coronada de hojas y flores quelos artistas helnicos han burilado en sus medallas y esas estatuas de ninfas que han elevadosobre las columnatas y los templos! Cun encantadoras son esas imgenes ligeras yvaporosas que Goujon ha sabido, no obstante, fijar para los siglos en el mrmol de sus fuentes!

    Cun graciosa y alegre no es esa fuente que el viejo Ingres ha casi esculpido con su pincel!Nada parece ser tan fugitivo, tan indeciso como el agua corriente vista entre juncos; es cosa depreguntarse cmo una mano humana puede atreverse a simular la fuente, con sus rasgosprecisos, en el mrmol o la tela; pero pintor o escultor, el artista no tiene ms que mirar estaagua transparente, dejarse seducir por el sentimiento que le invade, para ver que aparece antesu vista la imagen graciosa y de redondeces abultadas y hermosas. Hla ah, bella y desnuda,sonriendo a la vida, fresca como la onda en la que su pie se baa; es joven y no envejecer

    jams; aunque las generaciones pasen rpidas ante ella, sus formas sern siempre igualmentesuaves, su mirada igualmente pura, y el agua que se extiende como perlas en su urnaencantada, brillar siempre al sol con iguales resplandores. Qu importa que la ninfa inocente,desconocedora de las miserias de la vida, no tenga en su cabeza un torbellino de ideas! Felizella, no suea en nada; pero su dulce mirada nos hace soar a nosotros y, a su vista, nos

    prometemos ser sinceros y buenos hasta ser su igual, y su virtud nos fortalece contra el mundoodioso del vicio y la calumnia.

    La leyenda romana nos dice que Numa Pompilio tena como consejera a la ninfa Egeria.Penetraba solo en el interior de los bosques, bajo la sombra misteriosa de las encinas; seaproximaba confiadamente a la gruta sagrada y con su sola presencia, al agua pura de lacascada, con su ropaje bordado de espuma y el flotante velo de vapor, irisado, adquira la formade una mujer hermosa y le sonrea con amor. Numa, el msero mortal, la hablaba como a suigual, y la ninfa le contestaba con voz cristalina, a la que se mezclaban como un coro lejano elmurmullo del follaje y los ruidos del bosque. El legislador aprendi all su sabidura. Ningn

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    anciano con su barba blanca hubiera pronunciado palabras tan juiciosas como las que salan delos labios de la ninfa, inmortal y eternamente joven.

    Qu nos dice esta leyenda, sino que slo la naturaleza y no la baranda de las multitudespuede iniciarnos en la verdad? qu para iniciarse en los misterios de la ciencia es precisoretirarse a la soledad y desarrollar su inteligencia por la reflexin? Numa Pompilio, Egeria, noson ms que nombres simblicos que resumen todo un perodo de la historia del pueblo

    romano, lo mismo que la de toda sociedad naciente: a las ninfas, , por mejor decir, a lasfuentes; a los bosques, a los montes deben los hombres la inspiracin de sus costumbres y susleyes en el origen de la civilizacin. Y aun cuando fuera cierto que la discreta naturaleza hubieradado as consejos a los legisladores, transformados bien pronto en opresores de la humanidad,cunto bien no ha hecho sobre ella en favor de los que sufren en la tierra, para darles energa,consolarlos en las horas de desgracia y fortalecerlos para la gran batalla de la vida! Si losoprimidos no hubieren tenido donde templar las energas y crearse un alma fuertecontemplando la tierra y sus grandes paisajes, la iniciativa y la audacia hubieran muerto hamuchos siglos. Todas las cabezas se hubieran inclinado ante unos cuantos dspotas y todaslas inteligencias hubieran cado en una indestructible red de sutilezas y mentiras.

    En nuestras universidades e institutos, muchos profesores, sin saber lo que hacen o creyendo

    hacer bien, intentan disminuir el valor de la juventud educando la fuerza y la originalidad segnsus propias ideas, imponiendo a todos la misma disciplina y mediocridad. Existe una tribu depieles rojas en la que las madres intentan hacer hijos para consejeros y para la guerrahacindoles inclinar la cabeza hacia adelante o hacia atrs por medio de slidos instrumentosde madera y vendajes apropiados; lo mismo que esta tribu existen pedagogos que seconsagran a la obra funesta de fabricar cabezas de funcionario y otros cargos, lo cualconsiguen, desgraciadamente, con harta frecuencia. Pero pasan los diez meses de cadena, losdiez largos meses de estudios, y llegan los das felices de vacaciones: la juventud adquiere sulibertad; vuelve al campo, ve nuevamente los lamos del prado, los rboles del bosque, y lafuente sobre cuyas aguas flotan ya las primeras hojas amarillas que el otoo marchita; llenansus pulmones con el aire puro de la campia, renuevan su sangre, fortalecen un cuerpo y todoslos aburrimientos de la escuela sern insuficientes para hacer que desaparezcan del cerebro los

    recuerdos de la naturaleza libre. Que el colegial salido de la crcel, escptico y extenuado, seaficione a seguir el tortuoso sendero que bordea al arroyo, que contemple los remolinos de lasaguas, que separe las hojas o levante las piedras para ver salir el agua de los pequeosmanantiales, y este ejercicio le har muy pronto sencillo de corazn, jovial y cndido.

    Y lo mismo que sucede a los jvenes sucede a los pueblos en su adolescencia. A miles, lossacerdotes y directores de las naciones, prfidos o llenos de buenas intenciones, se hanarmado del ltigo y la mordaza, o bien, con mayor habilidad se han limitado a hacer repetir entodos los siglos las ideas de obediencia con objeto de matar las voluntades y envilecer losespritus; pero, afortunadamente, todos esos pastores- que han querido esclavizar al hombrepor el terror, la ignorancia o la aplastante rutina, no han conseguido crear un mundo a suimagen, no han podido hacer de la naturaleza un gran jardn de olorosos naranjos, con rboles

    retorcidos en forma de monstruos y de enanos, con valles cortados como figuras geomtricas yrocas talladas a la ltima moda. La tierra, por la magnificencia de sus horizontes, las frescurasde sus bosques y la pureza de sus fuentes, ha sido y contina siendo la gran educadora y no hacesado de llamar a las naciones a la armona y a la conquista de la libertad. Tal monte cuyasnieves y hielos aparecen en pleno cielo por encima de las nubes, tal bosque en el que el vientoruge, o tal riachuelo que corre susurrante por prados y valles, han hecho con frecuencia muchoms que formidables ejrcitos por la libertad de un pueblo. As lo sintieron los antiguos vascos,nobles descendientes de los beros, nuestros abuelos: por el anhelo de libertad y altiva valenta,construan sus residencias al borde de las fuentes, a la sombra de los grandes rboles, y msan que su fiereza, el amor a la naturaleza asegur durante siglos su independencia.

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    Nuestros otros antepasados, los arios de Asia, adoraban las aguas corrientes, y desde el origende las edades histricas, fueron objeto de un culto verdadero. Vivan en la salida de loshermosos valles que descendan de Palmira, el techo del mundo, saban utilizar todos lostorrentes de agua clara dividindolos en numerosos canales, transformando as en frtileshuertas sus ridas tierras, y si invocaban a las fuentes, si las ofrecan sacrificios, no era sloporque el agua fertilizaba sus campos y haca crecer sus rboles y calmaba la sed de ellos ysus ganados, sino tambin, segn decan, porque el agua purifica a los hombres, equilibra las

    pasiones y calma los deseos desmedidos.

    El agua era quien les evitaba los odios y furias insensatos de sus vecinos, los semitas deldesierto, y ella era quien les haba salvado de la vida errante fecundando sus campos yalimentando sus cultivos; a ella deban el haber podido fijar la primera piedra del hogar, y luego,la poblacin y la ciudad, ensanchando as el crculo de sus sentimientos y sus ideas. Sus hijos,los helenos, comprendieron la importancia del agua y su influencia decisiva en el origen de lassociedades, segn ms tarde demostraron construyendo un templo y levantando la estatua deun dios al borde de cada una de sus fuentes.

    Hasta entre nosotros, ltimos descendientes de los arios, subsiste en algunos puntos un restode la antigua adoracin a las fuentes. Despus de la muerte de los antiguos dioses y la

    destruccin de sus templos, los pueblos cristianos continuaron en muchas partes venerando elagua de los manantiales: as en el nacimiento del Cefiso en Beocia, se ve una al lado de otra,las ruinas de dos ninfeos griegos con sus elegantes columnas y la pesada arquitectura de unacapilla de la Edad Media. En la Europa occidental algunas iglesias y conventos han sidoconstruidos en la orilla de las fuentes; pero en muchos ms puntos aun, los sitios encantadoresen donde alegremente salen del suelo las aguas cristalinas, han sido maldecidos como parajesfrecuentados por demonios. Durante los dolorosos siglos de la Edad Media, el temor transformlos hombres, y este sentimiento funesto les hizo ver caras gesticulantes y ridculas, en dondenuestros antepasados sorprendieron la sonrisa de los dioses, transformando en antesala delinfierno la alegre tierra que para los helenos fue la base del Olimpo. Los negros sacerdotes,comprendiendo por instinto que la libertad podra renacer del amor a la naturaleza, habanentregado la tierra a los genios infernales; haban puesto los demonios y los fantasmas en el

    mismo punto que antes ocupaban los dradas y las fuentes donde en otro tiempo se baabanlas ninfas. Al nacimiento de las aguas acudan los espectros de los muertos para unir sussollozos con los quejidos lastimeros de los rboles y el murmullo del agua al chocar con laspiedras; era tambin el punto de reunin de las bestias salvajes, en donde por las noches elsiniestro duende se emboscaba detrs de una brea para lanzarse de un salto sobre loscaminantes y convertirlos en cabalgadura suya. En Francia, como en Espaa cuntas fuentesdel diablo y bocas de infierno existen, no frecuentadas por los campesinos supersticiosos, yteniendo nicamente de infernal, sin embargo, esas fuentes temidas y esos antrossubterrneos, la majestad salvaje del lugar o la azul profundidad de sus aguas!

    En adelante, a todos los hombres que aman a la vez la poesa y la ciencia, a todos los quedeben trabajar de comn acuerdo para el bienestar general, corresponde el deber de levantar la

    maldicin arrojada sobre las fecundas y encantadoras fuentes por los sacerdotes de la EdadMedia. No adoraremos, es cierto, como nuestros antepasados, arios, semitas o beros, el aguatransparente que sale a borbotones del suelo; para manifestar nuestro agradecimiento por lavida y las riquezas que produce a las sociedades, no lo construiremos ningn ninfeo, no lededicaremos ninguna libacin solemne, pero en honor de la fuente haremos ms que todo eso.Estudiaremos en sus aguas, en su espuma, en la arena que arrastra, en las tierras que disuelvey, a pesar de las tinieblas, remontaremos el curso subterrneo hasta la primera gota que la rocatranspira; a la luz del da la seguiremos de cascada en cascada, de curva en curva, hasta llegaral inmensa depsito del mar a donde va a confundirse, y conoceremos con exactitud el papelimportante que desempea en la historia del planeta. Al mismo tiempo, aprenderemos autilizarla de un modo completo en el riego de nuestros campos, convirtindola en una de

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    nuestras riquezas, ponindola al servicio comn de la humanidad, en vez de dejarla arrasar loscultivos o perderse en pestilentes pantanos. Cuando hayamos, en fin, comprendido a la fuentecon exacta perfeccin, entonces ser nuestra fiel asociada en la obra de embellecimiento delglobo; entonces apreciaremos prcticamente su encanto y su belleza, y nuestras miradas nosern ya de infantil admiracin. El agua, como la tierra que vivifica, nos parecer cada da mshermosa en cuanto se haya purificado, no sin pena, de su larga maldicin. Las tradiciones denuestros antepasados, los ciudadanos helnicos, que miraban con tanto amor el perfil de los

    montes, el nacimiento de las aguas y el contorno accidentado de las orillas del arroyo, han sidovueltas a la vida por nuestros artistas para la tierra entera como para la fuente, y gracias a estaresurreccin la humanidad florece de nuevo en su juventud y su alegra.

    Cuando empez el renacimiento de los pueblos europeos, un mito extrao se propag entre loshombres. Se contaba que lejos, muy lejos, ms all de los lmites del mundo conocido, existauna fuente maravillosa, que reuna las virtudes de todas las dems fuentes; no slo curaba losmales sino que rejuveneca y daba la inmortalidad. El vulgo crey esta fbula y se puso abuscar la Fuente d la Juventud, esperando encontrarla, no en la entrada de los infiernos,como la laguna Estigia, sino al contrario, en un paraso terrestre, en medio de flores y verdura,bajo una primavera eterna. Despus del descubrimiento del Nuevo Mundo, los soldadosespaoles, a millares, se aventuraban con herosmo inusitado en medio de tierras

    desconocidas, a travs de los bosques, pantanos, barrancos y montes, y en regiones pobladasde enemigos; iban siempre adelante, y cada una de sus etapas se marcaba con la muerte demuchos de ellos; pero los que quedaban avanzaban sin detenerse, esperando hallar al fin, enrecompensa de sus esfuerzos, esa agua maravillosa cuyo contacto les hara vencer a la muerte.Aun hoy, segn se dice, los pescadores descendientes de los primeros conquistadoresespaoles dan vueltas alrededor de las islas del estrecho de las Bahamas, con la esperanza dever en alguna playa salir a borbotones la maravillosa agua.

    Y a qu es debido el que hombres, gozando despus, de todo de un excelente buen sentido ygran fuerza de voluntad, buscaran con tanta pasin la fuente divina que deba renovar suscuerpos y se exponan alegremente a todos los peligros con la esperanza de encontrarla?

    Consiste en que nada les pareca imposible a los que haban visto realizarse las maravillas delRenacimiento. En Italia, los sabios haban sabido resucitar el mundo griego con sus pensadoresy artistas; en la brumosa Alemania los magos de la verdad haban descubierto la maravilla dehacer grabar el metal y la madera; los libros se impriman, y el dominio infinito de las ciencias seabra as a las masas del pueblo, condenadas en otro tiempo a la obscuridad de la ignorancia;en fin, los navegantes genoveses, venecianos, espaoles y portugueses haban hecho surgir,como un segundo planeta unido al nuestro, un continente nuevo con sus plantas, sus animales,sus pueblos y sus dioses. La inmensa renovacin de las cosas haba embriagado los espritus;slo lo posible pareca quimrico. La Edad Media desapareci en el abismo de los siglospasados, y, para los hombres empezaba una nueva era, ms libre y feliz.

    Los que por el estudio se haban emancipado del error y las supersticiones, comprendieron que

    la ciencia, el trabajo y la unin fraternal podan slo aumentar el poder de la humanidad yhacerla triunfar definitivamente de la influencia del pasado; pero los soldados groseros, hroescontra el buen sentido, iban buscando en el pasado legendario esa gran era de renovacin quese abra precisamente por las conquistas de la observacin y la negacin del milagro; tenannecesidad de un smbolo material para creer en el progreso, y este smbolo era el de la fuente,en donde los miembros del anciano recobraran la fuerza y la belleza. La imagen que sepresentaba naturalmente a su imaginacin era la de la fuente, naciendo a la libertad del fondotenebroso del suelo y haciendo crecer en seguida sobre sus orillas frondosas las plantas, lasflores y la juventud.

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    CAPTULO II

    EL AGUA DEL DESIERTO

    Para comprender la importancia que han tenido los manantiales y los arroyos en la vida de lassociedades, es preciso transportarse, aunque slo sea con el pensamiento, a los pases dondela tierra avara no deja brotar ms que muy raras fuentes. Acostados blanda y cmodamentesobre la hierba de nuestros prados, cerca del agua que se escapa a borbotones, es muy fcilabandonarnos a la voluptuosidad de vivir, contentndonos slo con los encantadores horizontesde nuestro clima; pero dejemos nuestro espritu vagar bastante ms all de los lmites dondealcanza nuestra mirada. Viajemos a capricho lejos de las matas gramneas que se balancean anuestro lado a la otra parte de los lamos que hacen sombra a la fuente, y de los surcos querayan la falda de la colina; ms all todava de las ondulaciones vaporosas de las crestas quemarcan las fronteras del valle y de los blancos jirones de nubes que festonean el horizonte.Sigamos en su vuelo, al otro lado de los montes y los mares, al pjaro que se marcha haciaotros continentes. La frente refleja un instante su rpida imagen pero bien pronto desaparece enel espacio.

    Aqu, en nuestros ricos valles de la Europa occidental, el agua corre en abundancia; las plantasbien regadas, se desarrollan con toda su belleza; las ramas de los rboles, con su corteza lisa ytierna, estn rebosando savia; el aire tibio est cargado de vapores. Por influencia del contraste,es natural pensar en otras comarcas menos felices, en las que la atmsfera no produce lluvia, yel suelo, demasiado rido, da vida raqutica a una insignificante vegetacin. En esas regioneses donde las gentes saben apreciar el agua en su justo valor. En el interior del Asia, en laPennsula arbiga, en el Sahara y el desierto del frica Central, en las llanuras del NuevoMundo, y hasta en ciertas regiones de Espaa, cada fuente es algo ms que el smbolo de lavida; es la vida misma: que el agua sea abundante y la prosperidad del pas se acrecentar; sila cantidad disminuye o desaparece completamente, los pueblos se empobrecen o mueren: suhistoria es la del hilo de agua, cerca del cual construyen sus cabaas.

    Los orientales, cuando tienen ensueos de felicidad, se ven siempre al borde de un arroyuelo, yen sus cantos celebran, sobre todo, la belleza de las fuentes. Mientras que en nuestra Europa,con bastante agua para el desenvolvimiento de la vida, nos saludamos burguesamentepreguntndonos por la salud y los negocios, los gallos del frica oriental, se preguntaninclinndose. Has hallado agua? En el Indostn, al criado encargado de refrescar la moradarociando el piso, le llaman el paradisiaco.

    En las costas del Per y de Bolivia, donde el agua pura es muy rara, miran frecuentemente condesesperacin la vasta extensin de las ondas saladas. La tierra rida tiene un color amarillo, elcielo es azul o de un color de acero. Sucede a veces que una nube se forma en la atmsfera:inmediatamente, las gentes se juntan para seguir con la mirada el hermoso lienzo de vapor que

    se deshace en el espacio sin resolverse en lluvia. No obstante, despus de meses y aos deespera, un feliz movimiento del aire funde en agua a la nube sobre las arideces de la costa.Qu alegra, ver caer el chaparrn tanto tiempo esperado! Los nios salen de la casa pararecibir la lluvia sobre sus cuerpos desnudos y se baan en las charcas lanzando gritos dealegra; los adultos esperan impacientes el final de la tormenta para salir al aire libre y gozar delcontacto con las molculas hmedas que flotan todava en la atmsfera. La lluvia que acaba decaer va a renacer por todas partes, no en fuentes, sino cambiada por la maravillosa qumica delsuelo, en verdura, en flores y en aromas, para transformar durante algunos das el desiertorido en hermoso prado. Por desgracia, esas hierbas se secan en muy pocas semanas, la tierrase calcina de nuevo, y los habitantes, afligidos, se ven obligados a ir en busca del agua

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    necesaria, a las llanuras lejanas cubiertas de eflorescencias salitrosas. El agua se deposita engrandes tinajas, y les gusta mirarse en ella, lo mismo que en nuestros felices climas podemoshacer en el mgico espejo de nuestras fuentes.

    El extranjero que se aventura por ciertos pueblos del alto Aragn, construidos sobre lascumbres de los montes que sirven de base a los Pirineos lo mismo que rocas a punto de rodarhasta el valle, se ve sorprendido por la tierra roja que cimenta las piedras irregulares de las

    miserables casuchas. Supone que la roja argamasa se ha amasado con arena rojiza, pero noes as; los constructores, avaros de su agua, han preferido hacer el mortero con vino. Lacosecha del ao anterior ha sido buena, sus bodegas estn llenas de lquido, y si se quierecolocar la nueva cosecha, no tiene otro recurso que vaciar una buena parte. Para ir en buscadel agua, muy lejos en el valle, al pie de las colinas, sera necesario perder das enteros ycargar numerosas caravanas de mulas. En cuanto a servirse del agua que cae gota a gota porla hendidura de la roca inmediata, es un sacrilegio en el cual nadie piensa. Esta agua, lasmujeres que van todos los das a recogerla en sus cntaros, la conservan con un amorreligioso.

    Cunto ms viva todava debe ser la admiracin que por el agua siente el viajero que atraviesael desierto de piedras o de arena, y que ignora si tendr la suerte de hallar un poco de humedad

    en algn pozo, cuyas paredes estn formadas con huesos de camello! Llega al punto indicado,pero la ltima gota acaba de ser evaporada por el sol; ahonda el hmedo suelo con la punta desu lanza; todo intil, la fuente que buscaba no volver a tener agua hasta la prxima temporadade lluvias. Qu tiene, pues, de extrao que su imaginacin, siempre obsesionada por la visinde las fuentes, dirigida hacia la imagen de las aguas, se las haga aparecer repentinamente? Elespejismo no es slo, tal como lo dice la fsica moderna, una ilusin de la vista producida por larefraccin de los rayos del sol al travs de un plano en el que la temperatura no es en todaspartes la misma; es tambin con frecuencia una alucinacin del fatigado viajero. Para l, elcolmo de su felicidad sera ver aparecer a sus pies mismos un lago de agua fresca, en el cualpudiera al mismo tiempo que calmar su sed, refrescar su cuerpo, y tal es la intensidad de sudeseo, que transforma su ensueo en una imagen visible. El hermoso lago que describe en supensamiento, se le aparece al fin reflejando a lo lejos la luz del sol y presentando a su vista la

    orilla dilatada hasta el horizonte, poblada de tupidas y elegantes palmeras. Dentro de algunosminutos nadar voluptuosamente en sus aguas, y ya que no puede gozar de la realidad, disfrutaal menos con la ilusin.

    Qu momento de entusiasmo y alegra aquel en que el gua de la caravana, dotado de vistams penetrante que sus compaeros, divisa en el horizonte el punto negro que le revela elverdadero oasis! Lo seala con el dedo a los que le siguen, y todos sienten en el mismoinstante disminuir la laxitud: la vista de ese pequeo punto casi imperceptible ha sido suficientepara reparar sus fuerzas y cambiar en alegra su desesperacin; las caballeras alargan el paso,porque tambin ellas saben que la terrible jornada va a tener pronto fin. El punto negro aumentapoco a poco; ahora se presenta ya como una nube indecisa, contrastando por su color negrocon la superficie inmensa del desierto de un color rojo deslumbrador; luego la nube se extiende

    y se levanta sobre la llanura: es un bosque, sobre el cual empiezan a distinguirse las redondascimas de las palmeras, parecidas a bandadas de gigantescos pjaros. Al fin, el viajero penetrabajo la alegre sombra, y ahora s que es agua, agua verdadera, lo que oye murmurar al pie delos rboles. Pero qu cuidado religioso ponen los habitantes del oasis en utilizar hasta la ltimagota del precioso lquido! Dividen el nacimiento en una multitud de pequeos regueros, conobjeto de esparcir la vida sobre la mayor extensin posible, y trazan a todas estas pequeasvenas de agua el camino ms recto hacia las plantaciones y los cultivos. Empleada as hasta laltima gota, la fuente no va a perderse en el arroyo y en el desierto: sus lmites son los del oasismismo; donde crecen los ltimos arbustos, all acaban las ltimas arterias del agua, absorbidapor las races para transformarla en savia. Extrao contraste el de las cosas! Para los quehabitan el oasis es este un presidio; para los que lo divisan de lejos o lo ven slo con la

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    imaginacin, es un paraso. Sitiado por el inmenso desierto, donde el viajero desorientado slohalla hambre, sed, la locura, o tal vez la muerte, los habitantes del oasis son ademsdiezmados por las fiebres que la pestilencia de las aguas producen, al pie mismo de laspoticas palmeras. Cuando los emperadores romanos, modelo de todos los que les hansucedido en la historia de la autoridad, tenan inters en deshacerse de un enemigo sinnecesidad de derramar sangre, se limitaban a desterrarlos a un oasis, y poco tiempo despustenan la alegra de saber que la muerte haba hecho rpidamente el servicio esperado. Y no

    obstante, esos oasis mortferos, gracias a sus aguas cristalinas y al contraste que ofrecen conlas soledades ridas, hacen surgir en el hombre la idea de un lugar de delicias y han llegado aser el smbolo mismo de la felicidad. En sus viajes de conquista a travs del mundo, los rabes,deseosos de crearse una patria en todas las comarcas a donde les llevaba el amor de conquistay el fanatismo de la fe, intentaron crear por doquier pasaban pequeos oasis. Qu son enAndaluca esos jardines encerrados entre las tristes murallas de un alczar moro, sinominiaturas del oasis, que les recordaban los del desierto? Por el lado de la poblacin y de suscalles llenas de polvo, las altas murallas coronadas de almenas y agujereadas de trecho entrecho por algunas angostas aberturas, presentan un aspecto terrible; pero cuando se hapenetrado en el recinto y se han pasado las bvedas, los corredores y las arcadas, se nospresenta el jardn rodeado de elegantes columnas que recuerdan los esbeltos troncos de laspalmeras. Las plantas trepadoras se enlazan en los fustes de mrmol, las flores llenan el

    reducido espacio con su perfume penetrante, y el agua, poco abundante, pero distribuida con elmayor arte, cae como perlas sonoras en el vaso de la fuente.

    En presencia de las hermosas fuentes de nuestro clima, cuya agua nos apaga la sed y nosenriquece, se nos ocurre preguntar cul de los agentes naturales de la civilizacin ha hechoms para ayudar a la humanidad en su lento desenvolvimiento. Es acaso el mar con susaguas pobladas de vidas, con sus playas, que fueron los primeros caminos empleados por elhombre, y su superficie infinita excitando en el brbaro el deseo de recorrerla de una a otraorilla? Es acaso el monte con sus altas cimas, que son la belleza de la tierra, sus profundosvalles, donde los pueblos hallan abrigo, su atmsfera pura, que da a los que la respiran unaalma fuerte? O ser tal vez la humilde fuente, hija del mar y de los montes? S; la historia delas naciones nos ensea cmo la fuente y el arroyo han contribuido directamente al progreso

    del hombre ms que el ocano, los montes y toda otra parte del gran cuerpo del planeta quehabitamos. Costumbres, religiones, estado social, dependen, sobre todo, de la abundancia deaguas corrientes.

    Segn una leyenda oriental, fue a la orilla de una fuente del desierto donde los legendariosantepasados de las tres grandes razas del antiguo mundo cesaron de ser hermanos paraconvertirse en enemigos. Los tres, fatigados por la marcha a travs de la arena, se sentanmorir de calor y de sed. Llenos de alegra al divisar una fuente, corrieron para arrojarse en susaguas. El ms joven que lleg primero, sali transformado; su color, negro como el de sushermanos antes de sumergirse en la fuente, haba tomado el color de un blanco rosado, y sobresus espaldas brillaban rubios cabellos. El agua desapareca por momentos, y el segundohermano no pudo baarse por entero; no obstante, se revolc sobre la arena hmeda, y su piel

    se ti de un color dorado. A su vez el tercero se arroj en la balsa, poro no quedaba ya ni unagota de agua. El desgraciado se agitaba intilmente queriendo beber y humedecer su cuerpo;pero slo las plantas de los pies y las palmas de sus manos, apretando la arena sehumedecieron un poco y adquirieron un matiz ligeramente blanco.

    Esta leyenda relativa a los habitantes de los tres continentes del Antiguo Mundo, nos cuenta, talvez en forma velada, cules son las verdaderas causas de la prosperidad de las razas. Lasnaciones de Europa han llegado a ser las ms morales, las ms inteligentes y las ms felices,no porque lleven en s preeminencia alguna, sino porque gozan de un mayor nmero de ros yfuentes, y sus cuencas fluviales estn ms felizmente distribuidas. El Asia, donde muchospueblos son del mismo origen ario que las principales naciones de Europa, tiene una historia

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    mucho ms antigua, y ha hecho, no obstante, menos progresos en civilizacin y podero sobrela naturaleza porque sus canales de riego estn peor distribuidos, y porque vastos desiertosseparan sus frtiles valles. Y el frica, continente informe, poblado de desiertos, de mesetas, dellanuras tostadas por el sol, y de pantanos, hace largos siglos que es la tierra desheredada acausa de la falta de fuentes y de ros. Pero a pesar de los odios y las guerras, en auge todava,los pueblos se hacen ms solidarios cada da, y saben ya comunicarse sus privilegios parahacer de ellos un patrimonio comn; gracias a la ciencia y a la industria que se propagan de da

    en da, saben ya hacer brotar el agua donde nuestros antepasados no saban hallarla, y poneren comunicacin unos ros con otros, aunque estn muy distantes. Los tres primeros hombresse separaron enemigos en la fuente de la Discordia, pero la misma leyenda aade que sereconciliaron un da en el manantial de la Igualdad, para ser eternamente hermanos.

    En las regiones predilectas del sol, donde tradiciones y mitos van a buscar la mayor parte de lascausas de la civilizacin de las naciones, es alrededor de la fuente, condicin principal de lavida, donde afirman que por vez primera se reunieron los hombres. En medio del desierto, latribu vive aprisionada en el oasis; forzosamente agrcola, los lmites de su territorio estnmarcados por el alcance que el agua tiene. Las estepas de abundante hierba, ms fciles deatravesar que el desierto, no mantienen en cautiverio a las tribus, y los pastores nmadasconduciendo sus rebaos, viajan, segn la temporada, de un extremo a otro de la llanura; pero

    los puntos de reunin son siempre las fuentes, y de la mayor o menor abundancia del manantialdepende el podero de la tribu. La institucin patriarcal de los semitas del Asia occidental y delas dems razas del mundo, es debida sobre todo a la carencia de manantiales.

    La altiva ciudad griega, y con ella la admirable civilizacin de los helenos, que continuarresplandeciente a travs de la historia, se explica tambin en gran parte por la forma delHlada, donde numerosos lagos, separados unos de otros por colinas y elevadas montaas,tienen cada uno su pequea familia de arroyuelos y de valles. Se puede imaginar Esparta sinel Eurotas, Olimpia sin el Alfeo y Atenas sin el Iliso? Adems, los poetas griegos supieronreconocer lo que deba su patria a esas pequeas corrientes de agua que un salvaje deAmrica ni siquiera se dignara mirar. Los aborgenes del Nuevo Mundo desprecian al arroyoporque ven correr con su terrible majestad los grandes ros como el Madeira, el Tapajoz y el

    Amazonas; pero esas enormes masas de agua no las comprenden ni siquiera lo necesario paraapreciar su potencia, y al contemplarlas se quedan como estpidos. El griego, al contrario, llenode gratitud por el ms insignificante hilillo de agua, lo deificaba como una fuerza natural; leconstrua templos, le eriga estatuas y acuaba medallas en su honor. Y el artista que grababao esculpa esos rasgos divinizados, comprenda tan perfectamente las virtudes ntimas de lafuente, que, al ver la imagen los ciudadanos que corran a contemplarla, la reconocaninmediatamente.

    Cun clebres son los nombres de los pequeos arroyuelos del Hlada y del Asia Menor astransfigurados por los escultores y los poetas!

    Cuando el viajero desembarca en el Helesponto, sobre las mismas playas donde Ulises y

    Aquiles sacaron sus embarcaciones sobre la arena; cuando apercibe el llano que en otro tiemposostena las murallas de Troya y ve su propia imagen reflejarse, bien en los famososmanantiales del Escamandro, o en el agua cristalina del pequeo ro Simois, donde estuvo apunto de perecer el valiente Ajax, bien pobre es su imaginacin y bien rebelde su corazn si nose siente profundamente conmovido en presencia de esas aguas que el viejo Homero hacantado! Quin no se sentir conmovido al visitar esas fuentes de Grecia, con sus hombresarmoniosos de Caliroe, Mnemosina, Hipocrene, Castalia?... El agua que entonces manaba yque contina naciendo todava, es la que los poetas miraban con amor como si la inspiracinhubiera salido del suelo al mismo tiempo que las fuentes; a esos hilillos transparentes iban abeber, pensando en la inmortalidad y queriendo leer el destino de sus obras en los rizos de lapequea laguna y en las pequeas ondulaciones de la cascadita.

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    No es posible que haya un viajero que no se deleite recordando esas clebres fuentes, si hatenido la felicidad de contemplarlas un da! Yo recuerdo todava con verdadera emocin lashoras y los minutos en que, cual humilde amante de las fuentes, pude dirigir mi mirada hacia lasaguas puras de los manantiales de la Sicilia griega, y sor prender en su alegre nacimiento,acariciados por la luz del sol, los pequeos torrentes Aeis y Amenanos, y los borbotonestransparentes de Cianea y Aretusa. Es cierto que estas fuentes son hermosas, pero meparecan mil vecen ms encantadoras al recordar que muchos millones de hombres ya

    desaparecidos, las haban admirado como yo: una especie de piedad filial me haca participarde los sentimientos de todos aquellos, que desde el juicioso Ulises, se haban detenido al bordede esas aguas para satisfacer su sed, o tan slo para contemplar la profundidad azul y lacristalina corriente. El recuerdo de los pueblos que se haban unido alrededor de esas fuentes, ycuyos palacios y templos se haban reflejado temblando sobre la rizada superficie, se mezclabapara m con el murmullo de la fuente saliendo fuera de su crcel calcrea o de lava. Lospueblos han sido destruidos; diversas civilizaciones se han sucedido con su flujo y reflujo deprogreso y decadencia; pero la fuente, con su voz clara, no cesa un instante de contar lahistoria de las antiguas ciudades griegas: ms aun que la grave historia, las fbulas con las quelos poetas han adornado la descripcin de las fuentes, sirven en nuestros das para resucitarante nosotros las pasadas generaciones. El riachuelo Acis que festejaban Galatea y las ninfasdel bosque y que el gigante Polifemo medio enterr entre las rocas, nos habla de una erupcin

    del Etna, el gigante terrible, con la mirada de fuego, encendida sobre la como el ojo fijo delCiclope; Cifanelo o el Azulado que se coronaba de flores cuando el negro Platn vino a llevarsea Proserpina para abismarse con ella en las cavernas del infierno, nos hace aparecer los dioses

    jvenes en la poca de sus amores con la tierra virgen todava; la encantadora Aretusa que laleyenda nos dice haber venido de Grecia nadando a travs de las olas del mar Jnico,siguiendo la estela de las embarcaciones dricas, nos cuenta la emigracin de los colonosgriegos en su marcha gradual de progreso hacia Occidente. Alfeo, el ro de Olimpia, corriendoen persecucin de la bella Aretusa, haba tambin salvado el mar y mezclado sus aguas, en lascostas de Sicilia, con la onda adorada de la fuente. Segn dicen los marinos, se ve a veces alAlfeo levantarse sobre el mar en grandes borbotones, cerca de los muelles de Siracusa, y en sucorriente arremolina las hojas, las flores y los frutos de Grecia. La naturaleza entera, con susaguas y sus plantas, haba seguido al heleno a su nueva patria.

    Ms cerca de nosotros, en el Medioda de Francia, pero tambin sobre esas vertientes delMediterrneo que, por sus rocas blancas, su vegetacin y su clima se parece ms al frica y aSiria que a la Europa templada, una fuente, la de Nimes, nos cuenta las bienandanzas del aguade los manantiales. Fuera de la poblacin, se abre un anfiteatro de rocas poblado de pinos,cuyas cimas superiores estn inclinadas por el viento que baja de la torre Magua: en el fondo deeste anfiteatro, entre murallas blancas con balaustres de mrmol es donde aparece la balsa dela fuente. Alrededor se ven algunos restos de construccin antigua. En la orilla misma selevantan aun las ruinas de un templo de las ninfas que se crea en otro tiempo haber sidoconsagrado a Diana, la diosa casta, a causa, sin duda, de la belleza de las noches, en las quese refleja sobre las aguas el disco de la luna rielante y tembloroso.

    Bajo la terraja del templo, un doble hemiciclo de mrmol rodea la fuente y sus gradas, donde las jvenes iban en otro tiempo a aprovisionarse de agua, bajan hasta hundirse en el lquidocristalino. La fuente es de un azul insondable a la mirada. Saliendo del fondo de un abismoabierto como un embudo, la masa de agua se ensancha subiendo y se extiende circularmenteen la superficie. Como un enorme ramo de verdura que sobresale del jarro, las hierbasacuticas con sus plateadas hojas que crecen al borde de la fuente, y las algas de limo con suslargas cuerdas enguirnaldadas cediendo a la presin del agua que rebasa, se doblan haciaafuera por el borde del estanque; por entre su espesa capa la corriente se escapa abriendoanchos regueros con su cauce adornado de flotantes serpentinas. Al escaparse del tazn de lafuente, el arroyo acaba de nacer; se sumerge a lo lejos bajo bvedas sonoras, se precipita enpequeas cascadas por entre los troncos sombreados de grandes castaos; luego, encerrado

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    en un canal de piedra, atraviesa la ciudad, de la que es arteria de vida, y ms lejos, cargado desedimentos impuros, se corrompe, convertido en canal de inmundicias. Sin la fuente que lealimenta, Nimes no se hubiera fundado; y si las aguas se extinguieran, la ciudad dejara tal vezde existir: en los aos de sequa, cuando el manantial arroja tan slo un hilito de agua, loshabitantes emigran en gran nmero. Sin duda, los naturales de Nimes podran traer de lejos asus calles y plazas muchas otras fuentes y hasta un brazo del Ardeche o el Rdano; pero, encuntos trabajos ftiles no distraen su actividad sin pensar antes en procurarse lo

    indispensable, es decir, agua abundante para proporcionarse con ella bienestar e higiene!Como para burlarse de su propia incuria, los nimeses han erigido en una de sus plazas, la msrida y llena de polvo, un grupo magnfico de ros adornados con tridentes y arroyueloscoronados de nenfares; pero, a pesar de ese fausto escultural, el nico recurso es siempre lafuente venerada, hermosa y pura como en los das en que sus antepasados los galosconstruyeron la primera cabaa al borde mismo de sus aguas.

    En los pases del Norte, regados casi todos con abundancia por fuentes, arroyos y ros, losmanantiales no han atrado hacia ellos, como las fuentes del Medioda, la poesa de lasleyendas y la atencin de la historia. Como brbaros que miramos slo las ventajas del trfico,admiramos el ro caudaloso en proporcin al nmero de sacos o toneladas que transportandurante el ao, y apenas si nos ocupamos de los ros secundarios que lo forman y de las

    fuentes que los alimentan. Entre los muchos millones de hombres que habitan en las orillas delos grandes ros de la Europa occidental, slo algunos millares, en sus paseos o viajes, sedignan desviarse un poco de su camino para ir a contemplar las fuentes principales del ro queriega sus ricas tierras de la vega donde nacieron, pone en movimiento sus fbricas y mantiene aflote las embarcaciones. Algunas fuentes, admirables por la transparencia de sus aguas y por elencanto del paisaje que las rodea, permanecen completamente ignoradas para los burguesesde la ciudad vecina, que, fieles a las rutinas en boga, van todos los aos a llenarse de polvo porlas calles y caminos de las ciudades en moda. Como viven una existencia artificial, han olvidadocompletamente a la naturaleza y no saben siquiera abrir los ojos para contemplar el horizonte,ni mirar lo que existe en donde ponen sus pies. Poco nos importa! Es acaso la naturalezamenos hermosa porque ellos la miren con indiferencia? Por qu jams se hayan dignadomirarlas, son menos encantadoras las pequeas fuentes que nacen susurrantes en medio de

    las flores y el poderoso manantial que se escapa a borbotones de las concavidades de la roca?

    CAPTULO III

    EL TORRENTE DE LA MONTAA

    Entre los innumerables arroyos que corren por la superficie de la tierra y se precipitan en el mar

    o se renen para formar grandes ros, ste, cuyo curso vamos a seguir, no tiene nada queparticularmente atraiga la atencin de los hombres. No sale de altos montes cubiertos de hielo;sus orillas no aparecen pobladas de una especial vegetacin; su nombre no es tampoco clebreen la historia. No obstante, es encantador, pero qu arroyo no lo es, a menos de que corra porftidas tierras pantanosas, por el desage de las ciudades o que sus orillas no hayan sidoafeadas por un cultivo sin arte?

    Los montes de donde nacen aguas del arroyuelo son de una mediana elevacin: verdes hastala cima, aparecen afelpados por los prados de sus hondonadas; las pequeas colinas que lerodean estn pobladas de bosque, y los terrenos para el pastoreo, medio cubiertos por los

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    azulados vapores del aire, tapizan las altas pendientes. Una cima de ancho lomo domina lasdems cumbres, que, alinendose en larga fila, forman una prolongada cadena de colinas entrelos valles laterales. Las bruscas escarpaduras y los promontorios avanzados, no permitenencerrar el paisaje en una mirada: al pronto slo se ve una especie de laberinto dondedepresiones y alturas alternan sin orden; pero si volramos como los pjaros, o si nosbalanceramos en la barquilla de un globo, se vera que los lmites de las vertientes seredondean alrededor de todas las fuentes del arroyo como un anfiteatro, y que los barrancos

    abiertos en la vasta redondez se inclinan y convergen para reunirse en un valle comn. Lacadena principal de las alturas forma el borde ms elevado del circo; otros dos lados los formancadenas laterales que, bajando gradualmente, se alejan de la grande arista, y algunaspequeas colinas se aproximan para cerrar el circo paralelamente a los grandes montes; dejan,sin embargo, una abertura por la cual se escapa el arroyo.

    Los montes, diferentes por su elevacin, lo son tambin por la naturaleza de los terrenos, elperfil y el aspecto general. La cima ms elevada, que parece el pastor del rebao de montes, esuna ancha cpula con resistentes bases; la masa de granito, oculta bajo las plantas, se revelapor los majestuosos movimientos de la verdura que forma su relieve. Otras cimas mshumildes, ensean en las inmediaciones sus largas crestas como dientes de sierra gigantescaen rpidos declives: son asientos esquistosos que el cono central de granito ha formado al

    levantarse. Ms lejos aparecen alturas calcreas, cortadas verticalmente y se continan porvastas mesetas ligeramente redondeadas. Cada cima tiene su vida propia; como un ser distinto,tiene su osamenta particular y su forma exterior correspondiente; cada arroyuelo que corre porsus flancos tiene su curso y accidentes particulares y su lenguaje, su murmullo y su estruendopropio.

    La fuente que nace a mayor altura es la que brota del pico ms elevado y la que porconsecuencia recorre ms espacio hasta llegar al valle. Con frecuencia, en los das lluviosos, yhasta en los que estn los campos alumbrados por un sol hermoso, hemos visto, a unadistancia de varias leguas, formarse la fuente en las alturas del aire.

    Una nube blanca se levanta como una humareda de la cima lejana, crece poco a poco o

    rpidamente y cubre los prados, dividindose en jirones impelida por el viento. El monte sepone el sombrero, dice el campesino, y ese sombrero de nubes no es otra cosa que la fuentebajo diferente forma: despus de haber sido nube, niebla y lluvia, reaparece ya fuente algunoscientos de metros ms abajo de la cima por una hendidura de la roca o por un ligero replieguedel terreno.

    Durante el invierno y parte de la primavera, el viento deposita en las alturas en forma de nieveel agua que ha de brotar del suelo como fuente permanente. Las nubes grises que se pegan alsuelo de la cumbre, no se evaporan sin dejar huellas de su paso; en el punto donde antes sevea la verde dehesa se extiende ahora un vasto lienzo de blanca nieve. Esta blanca capa decopos, es todava, bajo una nueva forma, la nube de vapor que se condensaba en el espacio,que bien pronto ser el arroyo que se dirija alegremente hacia la llanura. Mientras que la

    superficie de la nieve cada se endurece por el fro del invierno, sobre todo durante las noches,un sordo trabajo se realiza debajo del gran laboratorio del monte: las gotas que el sol ha fundidodurante el da, penetran en el suelo hasta las rocas de granito y de un grano de arena a otro, ydel cristal de cuarzo a la molcula de arcilla, desciende imperceptiblemente por la pendiente; se

    juntan unas gotas a otras, se hacen ms gruesas, a su vez stas se renen y se forman hilillosde agua que corren subterrneamente por entre las races del csped o por las fisuras de laroca subyacente. Luego, cuando llegan los primeros calores del verano, la nieve se funderpidamente en agua, para aumentar el caudal de las corrientes ocultas, y la hierba, que pareceabrasada por un incendio, reaparece a la luz y adquiere nuevamente su color verde.

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    Si el monte tuviera grietas profundas, las aguas se sumergiran por las hendiduras y noreapareceran sino muy lejos en la llanura, o hasta pudiera ser que no renacieran otra vez; perono, la roca es compacta y slo ligeramente hendida en la superficie; el agua corriente no seintroduce mucho en el monte y hla nuevamente, de una depresin del suelo, salir en pequeosborbotones levantando granillos de arena y balanceando blandamente las verdes hojas delberro. Es cierto que la hermosa fuente no es abundante, sobre todo durante los calores delverano, cuando slo queda en la tierra la humedad de las nubes y la niebla; acostndose en el

    suelo para beber en la fuente, se ve disminuir su recipiente a medida que los labios la absorben;pero el pequeo depsito medio vaco se llena de nuevo, y el agua pura se desborda por lapendiente para emprender su viaje por el mundo exterior.

    La fuente ms alta y el csped que la rodea son el paraje ms delicioso de todas las montaas.All se est en el lmite de dos mundos; de un lado, por encima de los promontorios poblados devegetacin exuberante, aparece el valle frondoso con sus cultivos, sus casas, sus aguastranquilas, y la bruma indistinta que all lejos pesa sobre la ciudad; por el otro lado, seextienden las laderas solitarias y el pico baado en el profundo azul del cielo. El aire esfortificante y suave: se sienten deseos de lanzarse al espacio, y cuando se divisa el guilavolando a lo lejos sostenida por sus fuertes alas, llegamos casi a preguntarnos por qu nosotrosno volamos tambin, como ella, sobre los montes y los llanos, mirando desde arriba las

    pequeas obras de los hombres. Cuntas veces, ms por la voluptuosidad de ver que por lasdulzuras del reposo, me he sentado cerca del alto manantial del monte, apartando mis miradasde la discreta fuente para dirigirlas hacia ese mundo que se difuminaba a lo lejos dentro delgran crculo del horizonte!

    De la pequea laguna de la fuente se escapa un chorrito de agua que desaparece entre lashendiduras del suelo y por entre las races del csped para aparecer y desapareceralternativamente, produciendo el efecto de una serie de fuentes escalonadas. A cada salida, lapequea corriente adquiere una fisonoma nueva; choca contra el saliente de una roca y saltaen grupos de perlas; se rompe entre las piedras, luego se extiende en un pequeo rellanoarenoso, lanzndose en seguida en una pequea cascada cuyas gotas, separadas en el salto,van a mojar las hierbas de la orilla. A derecha e izquierda, nuevos manantiales vienen a

    aumentar el caudal unindose a la principal corriente, y muy pronto la masa lquida es bastanteabundante para poder correr por la superficie: cuando en su curso llega a una roca inclinada, seextiende ampliamente en un vasto lienzo, que se puede ver desde el llano a algunos kilmetrosde distancia. Esa agua que cae resbalando por la piedra, y que el sol hace brillar, aparece a lolejos como una placa de pulido metal.

    Descendiendo sin cesar y creciendo constantemente, el arroyo se vuelve estrepitoso; cerca delnacimiento apenas si su arrullo era perceptible; en ciertos puntos, para or el susurro de lasaguas es preciso prestar mucha atencin, escuchando de un modo indefinido el pequeoestremecimiento de la hierba y el choque insensible contra las pequeas piedras; pero he aquque el pequeo arroyo habla con voz clara, luego se hace ruidoso, y cuando corre por rpidaspendientes o se arroja en cascadas, su ruido lo repercuten los ecos del bosque y las

    concavidades del monte. Ms abajo todava, sus saltos producen el ruido del trueno, y hasta enlos parajes de su curso donde el cauce es casi horizontal, el arroyo muge y produce sordosmurmullos al rozar en las orillas y arrastrarse sobre el fondo sinuoso. Al principio slo arrastrapequeos granos de arena; luego, ms fuerte ya, mueve los pequeos guijarros; y ahoraarrastra en su marcha piedras enormes que chocan unas con otras produciendo sordos ruidos;mina en su base las paredes de la roca que le aprisionan, y hace caer masas de tierra y piedra,rompiendo las races de los rboles que le prestan su sombra.

    As, la pequea hebra lquida, apenas perceptible, se ha cambiado en arroyuelo, y ms tarde enverdadero torrente. Con los nuevos barrancos tributarios aumenta el caudal de sus aguas, eimpetuoso y alborotador, sale al fin de los desfiladeros del monte para correr ms lentamente

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    por el ancho valle dominado slo por las redondeadas colinas. El intrpido explorador que haseguido su curso desde su nacimiento hasta la superficie menos accidentada del valle, ha visto,durante su largo descenso, en muchas partes peligroso, las ms bruscas desigualdades delterreno, con sus inesperadas diferencias de inclinacin: a los rellanos en donde el agua pareceestancada, suceden repentinamente los precipicios perpendiculares donde el arroyo se arrojafurioso; abismos, declives ms o menos rpidos, superficies horizontales, aparecen sin ordenaparente a primera vista; y, sin embargo, cuando el gegrafo, sin hacer caso de detalles,

    calcula y traza sobre el papel la curva descrita por el arroyo desde la fuente situada en la reginde los pastos hasta el valle frondoso, se ve que esta curva es de una regularidad casi perfecta.El torrente trabaja sin descanso para formarse un cauce, y, rebajando los salientes y llenandode arena y arcilla los agujeros de la roca, ha conseguido determinar una parbola regular,parecida a la que describe un carro bajando desde lo alto de una montaa rusa.

    CAPTULO IV

    LA GRUTA

    Al pie de un promontorio de base escarpada y redonda cima, poblado de grandes rboles, eltorrente de la montaa viene a chocar con otro arroyo, casi tan abundante, y como l, corriendoy saltando por un plano excesivamente inclinado. Las aguas del afluente, que se mezclan a lasms caudalosas corrientes, formando anchos torbellinos bordeados de espuma, son de unapureza cristalina; ni una molcula de arcill enturbia su transparencia, y por el fondo de limpiaroca, ni siquiera se arrastra un grano de arena. La masa lquida no ha tenido todava tiempopara ensuciarse, derribando las orillas y mezclndose con el barro que el suelo rezuma; acabada salir del seno de la colina, y lo mismo que corra por un cauce tenebroso, salta ahoratransparente de luz y de alegra.

    La gruta de donde sale el arroyo no est lejos del confluente; apenas se han andado algunospasos, cuando se ve ya, por entre las ramas que se cruzan, la puerta grande y negra que daacceso al templo subterrneo. El umbral aparece cubierto por el agua que se esparce en raudalsobre las piedras amontonadas; pero saltando de uno a otro saliente de las rocas o sobre laspiedras que el agua no llega a cubrir, se puede penetrar en la gruta y seguir junto a la corriente,una estrecha y resbaladiza cornisa por la cual se puede ascender, no sin peligro.

    A los pocos pasos se siente el curioso transportado a otro mundo. Un fro hmedo sorprenderepentinamente; el aire estancado, donde los bienhechores rayos del sol no penetran jams,tiene yo no s qu de agrio, como si no lo debieran respirar los pulmones humanos; el murmullodel agua repercute en ecos lejanos por sonoras cavidades, y parece orse a las rocas lanzar

    clamores, unas repercutiendo a lo lejos, y otras exhalando sordos y delicados suspiros en lassubterrneas galeras. Todos los objetos adquieren formas fantsticas: cualquier orificiopracticado en la roca se nos antoja un abismo; la convexidad insignificante que aparece en laregularidad de la bveda adquiere las proporciones de un monte derribado; las concrecionescalcreas entrevistas aqu y all toman el aspecto de monstruos enormes; un murcilago quevuela, cualquier cosa que se desprende, nos produce un extremecimiento de horror. No es estoel palacio encantado, rico y esplndido que nos describe el poeta rabe de las -Mil y unanoches-; es, al contrario, un antro sombro y siniestro, un lugar terrible.

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    Esta sensacin la sentiremos, sobre todo, si para gozar como artistas de la emocin delespanto, que experimenta hasta el hombre ms fuerte y bravo al entrar en una caverna, nosatrevemos a penetrar sin compaero y sin gua: sin la emulacin que proporciona la compaade los amigos, sin el amor propio que nos induce a adoptar una actitud audaz, sin elembriagamiento ficticio que producen las exclamaciones, el eco de las voces, la luz de lasantorchas, slo osamos marchar con el santo terror del griego al entrar en el infierno. A cadamomento volvemos atrs la mirada para ver la hermosa luz del da: como en un cuadro, el

    paisaje sonriente y vaporoso aparece entre las sombras paredes, festoneadas en la entrada dehiedra y de via virgen.

    A medida que se avanza, el foco luminoso disminuye gradualmente; de repente, una salida dela roca nos oculta la luz, y slo una claridad mortecina se refleja sobre las paredes y pilares dela caverna. Luego penetramos en la obscuridad sin fondo de las tinieblas, y, para guiarnos, slotenemos la incierta y caprichosa luz de las antorchas. El viaje es penoso y parece largo a causadel temor a lo desconocido que llena las simas y las galeras. En ciertos parajes, slo se puedeavanzar con mucha pena: es preciso entrar en el cauce de la corriente y tenerse en equilibriosobre las piedras resbaladizas; ms lejos, la bveda se rebaja por una curva repentina, y slodeja un estrecho paso, que es preciso atravesar arrastrndose. Se sale del paso lleno de barro,y se sube a una roca escalonada, por cuyas desiguales gradas se asciende temblando. Las

    salas, con bvedas inmensas, suceden a los desfiladeros y stos a las salas; montones depiedras desprendidas del techo se levantan como islas en medio del agua. El riachuelo, siemprevariando, diferente siempre, salta sobre las rocas; en algunos puntos se extiende comotranquila laguna, turbada slo por las gotas que caen por las grietas de la bveda. Ms arriba,se oculta por el asiento de una piedra; ni siquiera se oye el ruido, pero en una curva violenta,aparece de nuevo saltando rpidamente, hasta que, por fin, se llega ante una estrecha abertura,de donde el agua sale como por la boca de un tubo. Al llegar aqu, nuestro viaje, siguiendo elcurso del arroyo, se ve forzosamente detenido.

    Sin embargo, la gruta se ramifica hasta el infinito en las profundidades del monte. A derecha eizquierda se abren, como bocas de monstruo, las negras avenidas de las galeras laterales.Mientras que en el libre valle, corriendo sin cesar, acariciado por la luz, el arroyo ha derribado y

    arrastrado los escombros de las enormes masas de piedra que unan las aristas de los montes,actualmente cortadas, el agua de las cavernas que con el auxilio del cido carbnico atacaba ala dura roca para disolverla y agujerearla paulatinamente, ha practicado tambin galeras,balsas y tneles, sin haber hecho hundirse al enorme edificio en cuyas entraas nace. Encientos de metros de altura y algunas leguas de largo, la masa de las rocas est agujereada entodos sentidos por antiguos lechos que el agua ha formado y que luego ha abandonado porhaber hallado una nueva salida. Las cavidades inmensas como salas de fabulosos palacios, sesuceden a estrechos desfiladeros y stos a aqullas; chimeneas, abiertas en la roca porantiguas cascadas, aparecen en la bveda; al borde de estos pozos siniestros nos detenemoscon horror, en los cuales, las piedras que arrojamos, bajan chocando contra los salientes de lasparedes y slo despus de algunos segundos deja de orse el ruido que produce en la cada.Desgraciado del que se desorientara en el laberinto infinito de las grutas paralelas y ramificadas

    que suben y bajan; tendra que tomar la resolucin de sentarse sobre un banco de estalagmitas,y contemplar cmo su antorcha se apagaba lentamente, lo mismo que su vida, si tena bastanteresignacin para no morir desesperado.

    No obstante, esas cavernas sombras, en donde hasta acompaado de un gua y sin perder devista los lejanos reflejos del sol, sentimos el corazn oprimido por el terror, eran los antros quehabitaban nuestros antepasados. Para reverenciar el pasado, nos dirigimos en peregrinacin alas ruinas de las ciudades muertes, y contemplamos con emocin uniformes montones depiedras, porque sabemos que bajo esos escombros yacen los huesos de hombres quetrabajaron y sufrieron por nosotros, creando penosamente con la miseria y la lucha la preciosaherencia de experiencias que llamamos historia. Pero si la veneracin a las generaciones

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    pasadas no es ms que un vano sentimiento, con cunto ms respeto todava debiramosrecorrer estas cavernas, donde se refugiaban nuestros primeros abuelos, los brbarosiniciadores de toda civilizacin! Buscando detenidamente en la gruta y escudriando losdepsitos calcreos, podemos hallar las cenizas y el carbn del antiguo hogar donde seagrupaba la familia naciente; al lado estn los huesos rodos, restos de festines que secelebraron hace cientos de millares de aos, y en un rincn cualquiera se encuentran losesqueletos de los seres que en l tomaron parte rodeados de sus armas de piedra, hachas,

    mazas y venablos. No cabe duda que entre esos restos humanos, mezclados con los derinocerontes, hienas y osos de las cavernas, ninguno encerraba el cerebro de un Esquilo o deun Hiperco; pero ni Hiperco ni Esquilo hubieran existido si los primeros trogloditas divinizadospor los griegos con el smbolo de Hrcules, no hubiesen conquistado el fuego del rayo o delvolcn, si no hubiesen fabricado armas para limpiar la tierra de los monstruos que la poblaban,si no hubieran as, en una inmensa batalla que dur siglos y siglos, preparado para susdescendientes las pocas de relativo descanso, durante las cuales se ha elaborado elpensamiento.

    La labor de nuestros antepasados fue ruda, y su existencia llena de terrores. Salidos de la grutapara ir en busca de caza, se arrastraban por entre las hierbas y races para sorprender supresa, y luchaban cuerpo a cuerpo con las ms feroces bestias; a veces tenan que luchar con

    otros hombres, fuertes y giles como ellos; durante la noche, temiendo la sorpresa, vigilaban laentrada de la caverna, para lanzar l grito de alarma en cuanto advirtieran la presencia de unenemigo y tener tiempo suficiente para que las familias pudieran esconderse en el ddalo de lasgaleras superiores. Sin embargo, tambin ellos deban tener momentos de reposo y alegra.Cuando volvan de la excursin de caza o de la batalla, se regocijaban oyendo el murmullo delarroyo y el acompasado y montono ritmo de las gotas que caan; lo mismo que el leador alvolver a su cabaa, miraban con piedad nuestros primeros padres los pilares de la gruta bajolos cuales descansaban sus mujeres y en donde haban nacido sus hijos. En cuanto a stos,corran y jugaban a lo largo del arroyo subterrneo, en los lagos cristalinos, bajo la ducha de lascascadas; se divertan ocultndose en los tenebrosos corredores como los nios de nuestrosdas en los andenes de los jardines, y tal vez en medio de sus alegres proezas treparan por lasparedes para sorprender a los murcilagos en sus negros refugios, practicados en la bveda.

    Ciertamente no seremos nosotros los que afirmemos que la existencia actual sea menospenosa para el hombre. Muchos de nosotros, desheredados todava, viven en las alcantarillasde los palacios que habitan sus hermanos ms felices que ellos; miles y millones de individuosdel mundo civilizado habitan chozas estrechas y hmedas, grutas artificiales bastante msinsanas que las cavernas naturales donde se refugiaban nuestros antepasados. Pero siconsideramos la situacin en conjunto, nos es preciso reconocer que los progreses realizadosdesde aquellos tiempos son bien grandes. El aire y la luz entran en la mayor parte de nuestrasresidencias; el sol penetra por las ventanas; a travs de los rboles vemos brillar a lo lejos lasperlas lquidas del arroyo y a nuestra vista se presenta hasta el inmenso horizonte. Es ciertoque el minero habita durante la mayor parte de su existencia las galeras subterrneas que lmismo ha vaciado, pero esas sombras de muerte donde se deposita el gris, no son su nica

    patria; si trabaja en ellas, su pensamiento est en otra parte, arriba, sobre la tierra alegre, alborde del fresco arroyo que murmura bajo los olmos, festoneado de juncos.

    A veces, cuando nos cuentan escenas de guerras antiguas, horribles episodios nos recuerdanlo que debi ser la vida de nuestros antepasados los trogloditas, y lo que sera la nuestra siellos no nos hubieran preparado das ms felices que los suyos. Muchas tribus perseguidas sehan refugiado en las cavernas que sirvieron de morada comn a sus abuelos, y a losperseguidores brbaros o pretendidos civilizados, negros o blancos, vestidos con pieles ouniformados con bordados y condecoraciones, no se les ha ocurrido nada ms humano queasfixiar por el humo a los refugiados en ellas, encendiendo hogueras a la entrada de la gruta.En otras partes, los desgraciados encerrados han tenido que comerse unos a otros, y luego

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    morir de hambre, intentando roer algunos restos de huesos; multitud de cadveres han quedadoesparcidos por el suelo, y durante muchos aos se han visto rodar sus esqueletos, antes que elagua cada de las bvedas los haya envuelto en un blanco sudario de estalagmitas. Comosmbolo del tiempo que todo lo modifica, la gota, cargada de la piedra que ha disuelto, hacedesaparecer lentamente las huellas de nuestros crmenes.

    Hasta las grutas dejan de existir por la accin del tiempo. La lluvia que cae sobre el monte y

    penetra en las fisuras de la piedra, se carga constantemente de molculas calcreas. Cuandodespus de un recorrido ms o menos largo, viene a caer temblando por la bveda de lacaverna, una parte de lquido se evapora en el aire, y una pequea partcula de piedra,prolongada como la gota que la tena en suspensin, queda suspendida de la roca; una nuevagota deposita otra partcula sobre la primera, luego se deposita una tercera y millares demillones hasta el infinito. Lo mismo que rboles de piedra, las estalactitas crecen por capasconcntricas endurecindose poco a poco. Bajo ellas, en el suelo de la gruta, el agua cada seevapora igualmente y deja en su puesto otras concreciones calcreas, que, de hoja en hoja, selevantan por grados hacia la bveda. Con el tiempo, las irregularidades de arriba y los conos deabajo, llegan a encontrarse; primero se convierten en pilares y luego acaban por convertirse enparedes que se extienden a lo largo de la galera, y la gruta as obstruida, se encuentra divididaen una serie de salas distintas. En el interior del monte, los rezumamientos y los hilos de agua

    que se asocian para formar el arroyo, realizan as dos trabajos inversos: de un lado, ensanchanlas fisuras, agujeran las rocas y forman anchos cauces; y de otro, cierran las hendiduras delmonte, apoyan la bveda con columnas y llenan de piedra los enormes agujeros que ellasmismas practicaron miles de aos antes.

    De otra parte, las estalactitas, como todas las cosas de la naturaleza, varan hasta el infinito,segn la forma de la gruta, la disposicin de las fisuras y la ms o menos cantidad de gotas quedepositan las revocaciones calcreas. A pesar de las obscuras tinieblas que las llenan, infinidadde cavernas se han cambiado as en maravillosos palacios subterrneos. Verdaderos cortinajesde piedra con innumerables y elegantes pliegues, coloreados a trozos por el ocre de rojo yamarillo, se extienden como escaparates de tejidos en las entradas de las salas; en el interiorse suceden hasta perderse de vista las columnas con basamentos y capiteles adornados con

    relieves caprichosos; monstruos, quimeras y grifos, se retuercen en grupos fantsticos en lasnaves laterales; altas estatuas de dioses se levanten aisladas, y a veces, a la luz de lasantorchas, parece que su mirada se anima y que, con enrgico ademn, alargan sus brazoshacia nosotros. Esas roperas de piedra, esas columnatas, esos grupos de animales, esasfiguras de hombres o de dioses, las ha esculpido el agua, y cada da, cada minuto, sin cesar ensu obra, trabaja para aadir alguna modificacin graciosa a la inmensa arquitectura.

    CAPTULO V

    LA SIMA

    No lejos de la caverna, gran laboratorio de la naturaleza, donde se ve la formacin de un arroyogota a gota, se abre un valle tranquilo en el fondo del cual brota otra fuente. Sale tambin de laroca, pero esta roca no se levanta perpendicular como la de la gran caverna; se ha inclinado aconsecuencia de algn desprendimiento. Del csped que la cubre crecen algunas plantassalvajes; y en su base, alrededor de la cristalina fuente, se han agrupado grandes rboles,cuyas ramas entrelazadas se balancean armoniosa y rtmicamente, impulsadas por la brisa.

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    Todo es apacible y encantador en ese pequeo rincn del universo. La laguna es transparente,casi sin ondas, y el agua, saliendo por un arco de algunas pulgadas de altura, se extiende sintemor.

    Inclinado sobre el agua que centellea por los rayos del sol, medito mirando la sombra por dondesale, y envidio la pequea araa acutica que corre patinando sobre la superficie lquida y va arefugiarse en un agujero de la roca. En la entrada distingo todava algunas sinuosidades del

    fondo; piedras blancas, un poco de arena que se mueve lentamente, empujada por el agua quesale, produciendo ruidos de hervor; un poco hacia dentro se distinguen an los rizos de laspequeitas ondulaciones, y las diminutas columnas que soportan la bveda; alumbradasvagamente por reflejos de luz, parecen temblar en la sombra: se dira que una redecilla de sedaflota sobre ella con ligeras ondulaciones. Ms all todo est negro; la corriente subterrnea nose revela ya, ms que a veces, por el ahogado susurro. Qu sinuosidades son las del aguams adentro del punto a donde alcanzan los ltimos reflejos de luz? Esas curvas del arroyo sonlas que yo intent buscar con la imaginacin. En mis ensueos de hombre curioso, me conviertoen un ser pequesimo, de algunas pulgadas de alto, como el gnomo de las leyendas, ysaltando de piedra en piedra, insinundome por debajo de las protuberancias de la bveda,observo todos los confluentes de los arroyuelos en miniatura, y remonto los imperceptibles hilosde agua, hasta que convertido en tomo, llego por fin al punto donde la primera gota de agua

    rezuma en la piedra.

    No obstante, sin convertirnos en genios como hacan nuestros antepasados en los tiemposfabulosos, podemos, paseando tranquilamente por los campos cultivados o las ridas lomas,reconocer en la superficie del suelo los indicios que revelan el curso del oculto arroyo. Unsendero tortuoso que empieza al borde mismo de la fuente, sube por el flanco de la colina,contornando los troncos de los rboles, desaparece luego cubierto por las altas plantas en unrepliegue del terreno, y llega, por fin, al llano, sembrado de hermoso trigo. Con frecuencia,cuando yo era un colegial libre, suba corriendo ese sendero para bajarlo despus en pocossaltos; a veces, tambin me aventuraba alejndome algo por el llano, hasta perder de vista elbosquecillo de la fuente; pero en un ngulo del camino me paraba sorprendido y sin aliento parair ms lejos. A mi lado vea abierto un abismo en forma de embudo, lleno de parras y zarzas

    enlazadas. Piedras de bastante peso, arrojadas por los transentes o arrastradas por las lluviasviolentas, se vean flotando sobre el follaje polvoriento y mortecino; en el fondo se entrelazabanalgunas ramas gruesas, y por entre sus hojas vea la negrura temida de un abismo. Un sordomurmullo sala de all constantemente como quejidos de algn animal encerrado.

    Actualmente me alegro de volver a encontrar el gran agujero y hasta me atrevo a descenderpor l aunque para ello tenga que asustar a los animales que se refugian en su maleza. Pero enotro tiempo, con qu horror mirbamos, cuando nios todava, se cruzaba en nuestro caminoeste siniestro pozo en cuyo borde se detena el arado! Una noche tranquila, de hermosa luna,tuve que pasar solo cerca del sitio terrible. Aun tiemblo al recordarlo. El abismo me miraba, meatraa; mis rodillas se doblaban desobedeciendo mi esfuerzo y los tallos de los arbustosavanzaban para arrastrarme hacia la negra boca. Pas, sin embargo, golpeando con mis pies el

    suelo cavernoso y ocultando el pavor que me invada; pero detrs de m un gigante inmenso,formado de vapor, surgi inmediatamente: se inclin para cogerme y el murmullo del abismoreson en mi odo durante largo rato como risa de odio o de triunfo.

    Ahora ya lo s; ese abismo es una sima que sirve de respiradero al arroyo, y el sordo ruido quede ella sale es el que produce el agua chocando con las piedras. En una poca no conocida,mucho antes que fueran redactados por el notario del pas los primeros documentos depropiedad, uno de los asientos de las rocas que forman el valle subterrneo se hunda en ellecho del arroyo; luego, las tierras, faltas de base, fueron gradualmente arrastradas hacia elllano; poco a poco el -gran agujero- se fue abriendo, y las aguas, corriendo por sus declives, ledieron la forma de un embudo casi regular. Los campesinos de la comarca que pasan con

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    frecuencia cerca de l, le llaman el -Bebe-todo-, porque bebe en efecto, todas las lluvias quepodran fertilizar los campos. El agua cada en la llanura que la tierra se niega a embeber, correhacia el agujero en pequeas corrientes, coloreadas por la arcilla, para reaparecer luego en lafuente, cuya cristalina pureza enturbia durante algunas horas.

    La sima que me asustaba en mi infancia, no es la nica que se ha abierto sobre las galerasprofundas. Siguiendo la parte ms baja, determinada por una especie de repliegue del suelo en

    la llanura, se pasa por cerca de otras cavidades que indican a los transentes el curso interiorde las aguas. Estas cavidades son diferentes en forma y dimensiones. Algunas son enormespozos donde desapareceran enormes ros; otras son simples depresiones del suelo, especiesde nidos bien tapizados por el csped, donde en los hermosos das de otoo se puede gozar delas tibias caricias del sol, sin temor al aire que pasa silbando sobre las hierbas secas del llano.Algunos de esos agujeros se obstruyen y se llenan gradualmente; pero hay otros que seensanchan y se ahondan de ao en ao visiblemente. Algunas aberturas que nos parecanrefugio de serpientes, en las que no hubiramos metido la mano por temor a ser mordidos, eranun principio del abismo; las lluvias y los derrumbamientos interiores las han ensanchado tanto,que muchas de ellas son hoy principios con declives de roja arcilla, surcados por la corriente delas aguas. De estos pozos naturales, los ms pintorescos son los ms alejados del nacimientode la fuente. Donde se encuentran stos, el llano, cuyo plano es ya ms desigual, termina

    bruscamente al pie de una muralla rocosa, al lado de la cual se abre un valle que lleva susaguas a un ro lejano. Las rocas levantan hasta el cielo sus bellos frontis dorados por la luz;pero sus bases estn ocultas por un bosquecillo de encinas y castaos; gracias a la verdura yvariedad del follaje, el contraste demasiado duro que formara la abrupta pared de las rocas conla superficie horizontal del llano, aparece suave. En el paraje ms espeso del bosque, es dondese encuentra el abismo. Sobre sus bordes, algunos arbustos inclinan sus tallos hacia lasuperficie azul, que se ve por entre las ramas de la encina; slo un abedul deja caer por encimade la sima sus ramas delicadas. Al llegar a estos parajes es preciso tomar algunasprecauciones, porque el suelo est demasiado accidentado y los pozos no tienen ningn brocalcomo los que construyen los ingenieros. Avanzamos lentamente arrastrndonos bajo las ramas;luego, tendidos sobre el vientre, apoyando la cabeza en nuestras manos, dirigimos nuestramirada hacia el vaco.

    Las paredes del pozo circular, ennegrecidas a trozos por la humedad que destila la roca,descienden verticalmente; apenas si algn pequeo saliente se insina fuera del plano de losmuros de piedra. Matas de helechos y escolopandras crecen en las anfractuosidades ms altas;ms abajo la vegetacin desaparece, a menos que una mancha roja que se ve en la obscuridaddel fondo, sobre un saliente de la roca, sea un grupo de algas infinitamente pequeo. A primeravista, en el fondo no hay ms que tinieblas; pero nuestros ojos, acostumbrndose poco a poco ala obscuridad, distinguen luego una superficie de agua clara sobre un lecho de arena.

    Adems, puede descenderse al pozo, y yo soy uno de los que han tenido ese placer. Laaventura produce una agradable sorpresa, puesto que es un viaje de exploracin; pero en smisma no tiene nada de seductora, y ninguno de los que han hecho estos descensos al abismo

    quedan en disposicin de repetirlo. Una cuerda, prestada por un campesino de lasinmediaciones, se ata fuertemente al tronco de una encina, y dejndola caer al fondo delabismo, oscila dulcemente por la impulsin de la pequea corriente de agua, en la cual se mojala extremidad libre. El viajero areo se coge fuertemente a la cuerda, al mismo tiempo que conlas manos, con las rodillas y los pies, y desciende con lentitud por la boca tenebrosa. Eldescenso no es siempre fcil, desgraciadamente; se da vueltas con la cuerda alrededor de smismo, se enreda en las matas de helecho, que el peso del cuerpo rompen, se choca variasveces contra la roca llena de asperezas, y con la ropa se enjuga el agua fra que las paredesrezuman. Por fin se aborda una cornisa, se descansa un poco en ella para tomar aliento yequilibrio, y luego se lanza nuevamente en el vaco para descansar ms tarde sobre el fondo detierra firme.

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    Yo recuerdo sin alegra mi estancia durante algunos instantes en el fondo del abismo. Mis pies,estaban dentro del agua; el aire era fro y hmedo; la roca estaba cubierta de una especie depasta resbaladiza de arcilla diluida; una sombra siniestra me rodeaba y un resplandor tibio, vagoreflejo de la luz del da, me revelaba solamente algunas formas indecisas y una gruta llena dearrogantes protuberancias. A pesar mo, mis ojos se dirigan hacia la zona iluminada queapareca redonda sobre la boca de la sima; miraba con amor la guirnalda de verdura queadornaba el borde del pozo, las grandes ramas con su follaje superpuesto, que los rayos del sol

    doraban alegremente, y los pjaros lejanos volando con libertad por el azul del cielo. Tenavehementes deseos de volver a la luz; d el grito de aviso y mis compaeros me sacaron fueradel pozo, ayudados por m, que ascenda apoyando mis pies en las sinuosidades de las rocas.

    Como cndido joven, me crea un gran hroe por haber realizado el pequeo descenso a losinfiernos, a unos treinta metros de profundidad, y buscaba en mi cabeza algunas rimas parael poeta que se aventura a bajar al fondo de un abismo para sorprender la sonrisa de una ninfaencantada, mientras olvidaba a los verdaderos hroes, que, sin recitar jams versos por susfrecuentes entrevistas con las divinidades subterrneas, se relacionan con ellas durante das ysemanas enteros. Estos son los que conocen bien el misterio de las aguas ocultas. Al lado desus cabezas, la pequea gota, suspendida de las estalactitas de la bveda, brilla como undiamante a la luz de sus lmparas, y cae sobre el pequeo charco estancado, produciendo un

    ruido seco que repercute el eco de las galeras. Pequeas corrientes de agua, formadas por esedestilamiento de gotas, corren bajo sus pies, y formando regueros y ms regueros se dirigenhacia la balsa de recepcin, donde la bomba a vapor, parecida a un coloso encadenado,sumerge alternativamente sus dos brazos de hierro, lanzando prolongados gemidos a cadaesfuerzo. Al ruido de las aguas de la mina se mezcla a veces el sordo rumor de las aguasexteriores que un desgraciado golpe de pico puede hacer inundar repentinamente la galera.Mineros hay que no tienen temor en llevar sus trabajos de zapa hasta debajo del mar, desdedonde no cesan de or al terrible ocano arrastrar constantemente los guijarros de granito porencima de la bveda que los protege; durante los das de tempestad, slo a algunos metros dedonde ellos trabajan van a estrellarse los navos contra las rocas.

    CAPTULO VI

    EL BARRANCO

    Descendiendo por el curso del arroyo, en el que vienen a unirse el ruidoso torrente de lamontaa, el arroyuelo nacido en la caverna y el agua apacible del manantial, vemos a derechae izquierda sucederse los valles, diferentes unos de otros por la naturaleza de sus terrenos, supendiente, el aspecto que presentan y la vegetacin, distinguindose adems por el caudal de

    aguas que aportan al cauce general del valle.

    Casi enfrente de un torrente pequeo y murmurador, que salta alegremente de piedra en piedrapara sumarse a la bastante considerable cantidad de agua del arroyo, se abre un barranco derpida pendiente y seco con frecuencia. Es probable que este barranco, formado por ladepresin en un suelo poroso, est sobre el cauce subterrneo de un arroyo permanente; estebarranco slo se ve baado por la corriente de agua despus de chubascos tempestuosos o degrandes lluvias. Como todos los pequeos valles laterales, el barranco es tributario del caucecentral, pero tributario intermitente. Sin embargo, es curiossimo el visitarlo, porque pasendosesobre su seco cauce, se puede estudiar detenidamente la accin del curso de las aguas.

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    Un pequeo sendero que los surcos del labrador destruye cada otoo, y que el trnsito de loscaminantes marca de nuevo muy pronto, serpentea sobre la ribera del barranco. Es verdad quelas ramas de espino, plantadas por el campesino avariento, prohben el paso; pero el humildeobstculo, simulacro del temible dios Trmino, no tiene nada de terrorfico para los agricultoresvecinos, y el camino, practicado tal vez por los hombres desde la edad de piedra, no cesa dereformarse de ao en ao. Sera, pues, fcil remontar el barranco en su largo curso sin tenernecesidad de servirse de las manos para salvar los accidentados obstculos de su cauce, pero

    quien ama la naturaleza y la quiere gozar de cerca, abandona el pequeo sendero y se lanzacon entusiasmo por el estrecho espacio abierto entre sus bordes. Desde los primeros pasos sehalla como separado del mundo. Por detrs, una curva de la desembocadura le oculta el arroyoy los verdes prados que riega; por delante, el horizonte se limita bruscamente por una serie degradas que el agua salta en pequeas cascadas despus de la lluvia; por encima, las branchasde rboles que bordean las riberas se curvan y entrelazan formando bveda, y los ruidos defuera no penetran en este salvaje cauce casi subterrneo.

    Es una gran alegra hallarse as en la naturaleza virgen, slo a algunos pasos de los camposarados en surcos paralelos y sentirse obligado a trazarse un camino por entre las piedras y lamaleza, no lejos del honesto burgus que se pasea plcidamente contemplando sus cosechas.A cada vuelta del tortuoso barranco, la inclinacin y la forma del lecho cambian bruscamente:

    los saltos y los hoyos se suceden contrastando de un modo extrao.

    Encima de un grupo de arbustos enlazados por zarzas que el agua invade slo en las mayorescrecidas, se extiende un pequeo prado de algunos metros de ancho y frecuentemente baadopor las inundaciones de un momento. Alrededor del prado y el grupo de arbustos, se desarrollaen semicrculo una playa arenosa, en donde los materiales finos o gruesos, se han depositadocon orden, segn la fuerza de la corriente que los arrastr. El modesto lecho fluvial, de donde elagua ha desaparecido, es an tal cual lo traz el torrente efmero, y revela tanto mejor las leyesde su formacin, por cuanto ni un pequeo charco de agua se halla en su curso. Una especiede foso con su borde lleno de cieno seco y hojas en descomposicin, nos ensea que en esteparaje el curso de las aguas es tranquilo y casi sin corriente; ms lejos, el lecho aparece apenastrazado porque las aguas se resbalan con rapidez por la gran pendiente; en otra parte, las

    aristas paralelas de los asientos rocosos atraviesan oblicuamente el fondo desde una a otraorilla, formando obstculos sobre los cuales la corriente se descompone formando pequeasondas. Una gran piedra ha hecho determinar una curva a la corriente, lanzando a sta contraotra orilla, formando una brusca sinuosidad, y as gradualmente se ha cavado un cauce segnsu capacidad: ms arriba, ramas encadenadas; hierbas y piedras, han servido de punto deapoyo para formar uno o varios islotes rodeados de cauces tortuosos llenos de arenahermosamente blanca. A unos cuantos pasos de all, el aspecto del barranco cambia todava.Aqu el fondo no es ms que un pequeo reguero practicado por el agua en arcilla dura, casirocosa; no sin pena, consigo pasar por el desfiladero asindome de algunas ramas que semecen sobre mi cabeza. El hilo de agua o la columna lquida, segn la fuerza del arroyoperidico, murmura dulcemente o ruge con estrpito por el estrecho corredor resbalndoserpidamente por una sucesin de grados; luego, al pie de la cada, ha formado una especie de

    cubo, ancha balsa donde las piedras arrastradas ruedan empujadas por la presin de las aguas.Despus de haber pasado el desfiladero, encuentro an algo que fueron islas en otro tiempo,curvas, rpidas corrientes, cascadas: hasta encuentro fuentes extinguidas que reconozco por lahumedad de la arena y las fisuras rocosas. El borde desde donde se lanza una cascada loforman dos races enlazadas, sujetas slo por un lado, encrustadas en la arcilla.

    En este barranco, en el cual penetramos con alegra para contemplar en un pequeo espacio elcuadro de la naturaleza libre y para huir del aburrimiento de los campos cultivados con brbaramonotona, una multitud de animalejos de varias especies, refractarios como nosotros alexterior, penetran tambin buscando un refugio contra el hombre, inflexible perseguidor;desgraciadamente,