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P ROSPER M ÉRIMÉE Carmen Carmen

Merimee Prosper - Carmen

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PROSPER MRIME

Carmen

I.....................................................................................................................................................3 II...................................................................................................................................................9 III................................................................................................................................................14 IV................................................................................................................................................32

La mujer es hiel. Pero tiene dos buenos momentos: uno en el lecho, el otro en la muerte. PALADAS, Antologa griega, XI, 381

ISiempre haba sospechado que los gegrafos no saben lo que dicen cuando sitan el campo de batalla de Munda en el pas de los Bastuli-Pni, cerca de la moderna Monda, a unas dos leguas al norte de Marbella. Segn mis propias conjeturas sobre el texto del autor annimo de Bellum Hispaniense, y algunos datos recopilados en la excelente biblioteca del duque de Osuna, crea que haba que buscar en los alrededores de Montilla el lugar memorable donde, por ltima vez, Csar se jug el todo por el todo contra los campeones de la repblica. Encontrndome en Andaluca a comienzos del otoo de 1830, hice una excursin bastante larga para aclarar las dudas que an me quedaban. Una memoria, que publicar prximamente, no dejar ya, as lo espero, la menor duda en el nimo de los arquelogos de buena fe. En espera de que mi disertacin resuelva al fin el problema geogrfico del que estn pendientes todos los eruditos europeos, deseo contaros una breve historia que no prejuzga nada sobre la interesante cuestin del emplazamiento de Munda. Haba alquilado un gua y dos caballos en Crdoba, y haba emprendido la bsqueda con los Comentarios de Csar y algunas camisas como nico equipaje. Cierto da, vagando por la parte elevada de la llanura de Cachena, extenuado por el cansancio, muerto de sed, abrasado por un sol de plomo, estaba mandando al diablo con toda mi alma a Csar y a los hijos de Pompeyo, cuando divis, bastante lejos del sendero por el que transitaba, una pequea zona de csped verde sembrado de juncos y caas. Esto me indicaba la proximidad de un manantial. Efectivamente, al acercarme, vi que el supuesto csped era un terreno pantanoso donde se perda un arroyo, que provena, al parecer, de una estrecha garganta entre dos altos contrafuertes de la sierra de Cabra. Supuse que remontando la corriente hallara agua ms fresca, menos sanguijuelas y ranas, y quiz algo de sombra en mitad de los peascos. Al entrar en la garganta, mi caballo relinch, y otro caballo, que yo no poda ver, le respondi inmediatamente. Apenas hube dado un centenar de pasos cuando la garganta, ensanchndose de pronto, me mostr una especie de circo natural perfectamente sombreado por la altura de las escarpaduras que lo rodeaban. Era imposible encontrar un lugar que prometiera al viajero una parada ms agradable. Al pie de unos riscos cortados a pico, el manantial se precipitaba borboteando, y caa en una cuenca pequea tapizada de arena blanca como la nieve. Cinco o seis bellas carrascas, siempre al abrigo del viento y refrescadas por el manantial, crecan en los bordes y lo cubran con su frondosa sombra; por fin, alrededor de la fuente, una hierba fina, lustrosa, ofreca un lecho mejor que el que se hubiera encontrado en cualquier posada en diez leguas a la redonda. No me corresponda el honor de haber descubierto tan bello lugar. En l se encontraba ya un hombre descansando, que estaba durmiendo, sin duda, cuando llegu. Despertado por los relinchos, se haba levantado y se haba acercado a su caballo, el cual haba aprovechado el sueo de su amo para darse un banquete de hierba por los alrededores. Era un joven gallardo, de estatura media, pero de aspecto robusto, de mirada sombra y altanera. Su tez, que haba podido ser bella, se le haba puesto, por la accin del sol, ms oscura que el pelo. Con una mano sujetaba el ronzal de su cabalgadura, con la otra, un trabuco de cobre. Confesar que, en el primer momento, el trabuco y el aspecto hurao de su dueo me sorprendieron un poco;

pero no crea ya en los bandoleros, a fuerza de or hablar de ellos y no encontrarlos jams. Adems, haba visto a tantos honrados cortijeros armarse hasta los dientes para ir al mercado, que la presencia de un arma de fuego no me autorizaba a poner en duda la moralidad del desconocido. Y adems me deca a m mismo qu hara l con mis camisas y mis Comentarios de Elzvir?. Salud, pues, al hombre del trabuco con un movimiento familiar de cabeza, y le pregunt sonriendo si haba turbado su sueo. Sin responderme, me mir de arriba a abajo; despus, como satisfecho de su examen, mir con la misma atencin a mi gua, que se acercaba. Vi a ste palidecer y detenerse, dando muestras de un terror evidente. Mal encuentro!, me dije. Pero la prudencia me aconsej inmediatamente no manifestar ninguna inquietud. Me ape; dije al gua que desembridara, y, arrodillndome en la orilla del manantial, sumerg en l la cabeza y las manos; despus beb un buen trago, echado de bruces, como los malos soldados de Geden. Observaba mientras tanto a mi gua y al desconocido. El primero se acercaba de mala gana; el otro pareca no tener malas intenciones hacia nosotros, pues haba dejado de nuevo en libertad a su caballo, y el trabuco, que al principio mantena horizontal, estaba ahora dirigido hacia el suelo. Como no cre que deba molestarme por el poco caso que pareca hacerse de mi persona, me tumb en la hierba, y con tono desenfadado pregunt al hombre del trabuco si llevaba mechero. Al mismo tiempo sacaba mi petaca de cigarros puros. El desconocido, sin hablar, rebusc en el bolsillo, cogi su mechero, y se apresur a darme fuego. Evidentemente se humanizaba; pues se sent frente a m, aunque sin dejar su arma. Una vez encendido mi cigarro, escog el mejor de los que me quedaban y le pregunt si fumaba. S, seor, respondi. Eran las primeras palabras que articulaba y observ que no pronunciaba la s como los andaluces, de donde saqu en conclusin que era un viajero como yo, slo que menos arquelogo. Encontrar ste bastante bueno le dije, ofrecindole un verdadero puro regala de La Habana. Me hizo una ligera inclinacin de cabeza, encendi su cigarro en el mo, me dio la gracias con otro movimiento de cabeza, y se puso a fumar manifestando gran placer. Ah! exclam, dejando escapar lentamente su primera bocanada por la boca y la nariz cunto tiempo haca que no haba fumado! En Espaa, un cigarro ofrecido y aceptado establece relaciones de hospitalidad, como en Oriente compartir el pan y la sal. Mi hombre se mostr ms hablador de lo que yo haba esperado. Por otra parte, aunque dijo que era vecino del partido de Montilla, pareca conocer la comarca bastante mal. No saba el nombre del maravilloso valle en el que nos encontrbamos; no poda nombrar ningn pueblo de los alrededores; por fin, cuando le pregunt si haba visto por la zona muros destruidos, anchas tejas con rebordes o piedras esculpidas, confes que nunca haba prestado atencin a esas cosas. En cambio, se mostr experto en materia de caballos. Critic el mo, lo cual no era difcil; despus me hizo la genealoga del suyo, que proceda de la famosa remonta de Crdoba: animal noble, en efecto, tan resistente a la fatiga segn su dueo, que una vez haba recorrido treinta leguas en un da, al galope o al trote largo. En medio de su parrafada, el desconocido se detuvo bruscamente, como sorprendido y enfadado por haber hablado demasiado. Es que me urga llegar pronto a Crdoba, continu, un poco desconcertado. Deba requerir a los jueces para un proceso.... Mientras hablaba, miraba a Antonio, mi gua, que bajaba los ojos. La sombra y el manantial me agradaron tanto que me acord de las lonchas de excelente jamn que mis amigos de Montilla haban metido en las alforjas del gua. Le ped que las trajera, e invit al forastero a participar en la improvisada colacin. Si no haba fumado desde

haca mucho tiempo, me pareci verosmil que no hubiera comido desde haca cuarenta y ocho horas por lo menos. Devoraba como un lobo hambriento. Pens que mi encuentro haba sido providencial para el pobre diablo. Mi gua, sin embargo, coma poco, beba an menos, y no hablaba una palabra, pese a que desde el comienzo de nuestro viaje se hubiera revelado como un parlanchn sin igual. La presencia de nuestro huesped pareca molestarlo, y una cierta desconfianza los alejaba al uno del otro, sin que yo adivinase claramente la causa. Las ltimas migas de pan y de jamn haban desaparecido ya; habamos fumado cada uno un segundo cigarro; mand al gua que embridara los caballos, e iba a despedirme de mi nuevo amigo, cuando ste me pregunt dnde pensaba pasar la noche. Antes de que yo hubiera prestado atencin a una sea de mi gua, haba respondido que iba a la venta del Cuervo. Mal alojamiento para una persona como usted, caballero... All voy, y, si usted me permite acompaarlo, haremos el camino juntos. Con mucho gusto dije, subindome al caballo. Mi gua, que me sujetaba el estribo, me hizo una nueva sea con los ojos. Respond encogindome de hombros, como para asegurarle que estaba absolutamente tranquilo, y nos pusimos en camino. Las seas misteriosas de Antonio, su inquietud, algunas palabras que se le haban escapado al desconocido, sobre todo su carrera de treinta leguas, y la explicacin poco plausible que haba dado, haban formado ya mi opinin respecto a mi compaero de viaje. No dud de que se trataba de un contrabandista, o tal vez de un ladrn, pero qu me importaba? Conoca bastante el carcter espaol como para estar muy seguro de que no tena nada que temer de un hombre que haba comido y fumado conmigo. Su presencia era incluso una proteccin segura contra cualquier mal encuentro. Adems, estaba muy satisfecho de saber lo que es un bandolero. No se ven todos los das, y hay un cierto encanto en encontrarse junto a un ser peligroso, sobre todo cuando se le nota apacible y domesticado. Esperaba conducir poco a poco al desconocido a hacerme confidencias, y, a pesar de los guios del gua, orient la conversacin hacia los ladrones de caminos. Por supuesto, hablando de ellos con respeto. Haba entonces en Andaluca un bandolero famoso, llamado Jos Mara, cuyas correras estaban en boca de todos. Y si estuviera junto a Jos Mara?, me deca a m mismo... Cont las historias que saba de ese hroe, todas en su honor, desde luego, y expres claramente mi admiracin por su valor y su generosidad. Jos Mara no es ms que un truhn dijo framente el desconocido. Se hace justicia, o es un exceso de modestia por su parte?, me deca mentalmente; pues a fuerza de examinar a mi acompaante, haba llegado a aplicarle la descripcin de Jos Mara, que haba ledo expuesta en las puertas de muchas poblaciones de Andaluca. S, es l... Pelo rubio, ojos azules, boca grande, hermosos dientes, manos pequeas; camisa fina, chaqueta de terciopelo con botones de plata, polainas de piel blanca, caballo bayo... No cabe duda! Pero respetemos su incgnito. Llegamos a la venta. Era tal y como me la haba descrito, es decir, una de las ms miserables que yo haba encontrado hasta entonces. Una gran sala serva de cocina, comedor y dormitorio. Sobre una piedra plana, se encenda el fuego en medio de la habitacin, y el humo sala por un agujero hecho en el techo, o ms bien se detena, formando una nube a unos cuantos pies del suelo. A lo largo de la pared, se vean extendidas en el suelo cinco o seis mantas viejas de mulos; eran las camas de los viajeros. A veinte pasos de la casa o ms bien de la nica sala que acabo de describir, se levantaba una especie de cobertizo que serva de cuadra. En esta encantadora vivienda no haba ms seres humanos, al menos de momento, que una vieja y una nia de diez a doce aos, las dos del color del holln y vestidas con

harapos horribles. Esto es lo que queda me dije de la poblacin de la antigua Munda Btica! Oh, Csar! Oh, Sexto Pompeyo! Qu sorprendidos quedarais si volvierais a este mundo! Al ver a mi compaero, la vieja dej escapar una exclamacin de sorpresa.Ah! seor don Jos! exclam. Don Jos frunci el ceo y levant la mano con un gesto de autoridad que par inmediatamente a la vieja. Me volv hacia mi gua, y, con una sea imperceptible, le di a entender que no tena nada que revelarme respecto al hombre con el que iba a pasar la noche. La cena fue mejor de lo que esperaba. Nos sirvieron, en una mesita de un pie de altura, un gallo viejo guisado con arroz y muchos pimientos, despus pimientos en aceite y para terminar gazpacho, especie de ensalada de pimientos. Tres platos tan condimentados nos obligaron a recurrir frecuentemente a una bota de vino de Montilla que encontramos delicioso. Despus de haber comido, al ver una bandurria colgada en la pared en Espaa hay bandurrias por todas partes, pregunt a la nia que nos serva si saba tocar. No respondi; pero don Jos toca tan bien! Tenga la amabilidad le dije de cantarme algo; me gusta con pasin su msica nacional. No puedo negarle nada a un seor tan amable que me da tan excelentes cigarros exclam don Jos con semblante de buen humor; y pidiendo la bandurria, cant acompandose con ella. Su voz era ruda, pero agradable; la meloda melanclica y extraa; en cuanto a la letra, no comprend ni una palabra. Si no me equivoco le dije no es una cancin espaola lo que acaba de cantar usted. Se parece a los zorcicos, que he odo en las Provincias y la letra debe de estar en vasco. S respondi don Jos, con tono sombro. Dej la bandurria en el suelo, y, cruzado de brazos, se puso a contemplar el fuego que se apagaba, con una singular expresin de tristeza. Iluminado por una lmpara colocada sobre la mesita, su rostro, noble y feroz a la vez, me recordaba al Satn de Milton. Como l, quiz, mi compaero pensaba en el hogar que haba abandonado, en el exilio en que haba incurrido por una falta. Trat de reanimar la conversacin, pero l no respondi, absorto en sus tristes pensamientos. La vieja se haba acostado ya en un rincn de la sala, tras una manta agujereada, colgada en una cuerda. La nia la haba seguido a este retiro reservado al bello sexo. Entonces mi gua, levantndose, me invit a seguirle a la cuadra; pero al orle don Jos, como despertado de repente, le pregunt con un tono brusco dnde iba. A la cuadra respondi el gua. Para qu? los caballos tienen pienso. Acustate aqu, el seor te lo permitir. Temo que el caballo del seor est enfermo; quisiera que el seor lo viera; tal vez sepa lo que hay que hacerle. Era evidente que Antonio quera hablarme a solas; pero yo no quera que don Jos empezara a sospechar, y, en el punto en que estbamos, me pareci que la mejor decisin era manifestar la mayor confianza. Respond pues a Antonio que no entenda nada de caballos y que tena ganas de dormir. Don Jos lo sigui a la cuadra, de donde regres solo enseguida. Me dijo que el caballo no tena nada, pero que mi gua lo consideraba un animal tan valioso que lo estaba frotando con la chaqueta para hacerle transpirar, y que iba a pasar la noche en esa agradable ocupacin. Mientras tanto, yo me haba echado sobre las mantas de mulos, cuidadosamente envuelto en el abrigo, para no tocarlas. Despus de haberme pedido perdn por la libertad que se tomaba al colocarse a mi lado, don Jos se acost delante de la puerta, no sin antes haber renovado el cebo del trabuco, que tuvo la precaucin de colocar bajo las

alforjas que le servan de almohada. Cinco minutos despus de habernos dado las buenas noches, uno y otro estbamos profundamente dormidos. Me crea bastante fatigado para poder dormir en semejante alojamiento; pero, al cabo de una hora, picores muy desagradables interrumpieron mi primer sueo. En cuanto comprend la causa, me levant, persuadido de que era preferible pasar el resto de la noche a la intemperie que bajo ese inhospitalario techo. Andando de puntillas, llegu a la puerta, pas por encima del lecho de don Jos, que dorma el sueo de los justos, y lo hice tan bien que sal de la casa sin que se despertara. Al lado de la puerta haba un banco ancho de madera; me ech en l, y me las arregl lo mejor que pude para acabar la noche. Iba a cerrar los ojos por segunda vez, cuando me pareci ver pasar delante m la sombra de un hombre y la de un caballo, marchando uno y otro sin hacer el menor ruido. Me incorpor y cre reconocer a Antonio. Sorprendido de verlo fuera de la cuadra a esa hora, me levant y fui a su encuentro. Como me haba visto desde el primer instante, se par. Dnde est? me pregunt en voz baja. En la venta; duerme; no tiene miedo de las chinches. Por qu, pues, se lleva usted ese caballo? Me di cuenta entonces de que, para no hacer ruido al salir del cobertizo, haba envuelto cuidadosamente los cascos del animal con los restos de una manta vieja. Por Dios, hable usted ms bajo! me dijo Antonio. Usted no sabe quin es ese hombre. Es Jos Navarrro, el bandido ms famoso de Andaluca. Durante todo el da le he estado haciendo seas que usted no ha querido comprender. Bandido o no, qu me importa? respond; no nos ha robado, y apostara que no tiene gana de hacerlo. Muy bien; pero hay doscientos ducados para quien lo entregue. S de un puesto de lanceros a legua y media de aqu, y antes de que sea de da, traer a unos cuantos fuertes mocetones. Habra cogido su caballo, pero es tan arisco que nadie, salvo Navarro, puede acercarse a l. Vyase al diablo! le dije. Qu mal le ha hecho ese pobre hombre para denunciarlo? Adems, est seguro de que es el bandolero que dice usted? Completamente seguro; hace un rato, me ha seguido hasta la cuadra y me ha dicho: Parece que me conoces; si dices a ese buen seor quien soy, te salto la tapa de los sesos. Qudese, seor, qudese con l; usted no tiene nada que temer. Mientras sepa que est usted aqu, no desconfiar de nada. Mientras hablbamos, nos habamos alejado bastante de la venta por lo que en ella no se podan or las herraduras. Antonio haba librado al caballo, en un abrir y cerrar de ojos, de los harapos con los que le haba envuelto los cascos; se dispona a montar en l. Intent retenerlo con ruegos y amenazas. Seor, soy un pobre diablo me deca; no se pueden despreciar doscientos ducados, sobre todo cuando se trata de librar al pas de semejante elemento. Pero est atento; si el Navarro se despierta, coger de un salto el trabuco, y pobre de usted! Yo estoy demasiado lejos para volverme atrs; arrgleselas usted como pueda. El granuja haba montado ya; espole y lo perd pronto de vista en la oscuridad. Estaba muy enfadado con mi gua y algo inquieto. Tras un instante de reflexin, me decid y regres a la venta. Don Jos dorma an, reparando sin duda en ese momento las fatigas y las vigilias de muchas jornadas arriesgadas. Me vi obligado a sacudirlo rudamente para despertarlo. No olvidar jams la feroz mirada y el movimiento que hizo para agarrar el trabuco, que, como medida de precaucin, yo haba alejado un poco de su lecho.

Seor le dije le pido perdn por despertarlo; pero tengo que hacerle una pregunta tonta: le agradara ver llegar aqu a media docena de lanceros? Se puso en pie de un salto, y con voz terrible: Quin se lo ha dicho a usted? me pregunt. No importa de dnde viene la noticia, con tal de que sea cierta. Su gua me ha traicionado, pero me las pagar. Dnde est? No lo s... En la cuadra, creo..., pero alguien me ha dicho... Quin le ha dicho?... La vieja no puede ser... Alguien que no conozco... Ni una palabra ms, tiene usted, s o no, motivos para no esperar a los soldados? Si los tiene, no pierda el tiempo, si no, buenas noches, y le pido perdn por haber interrumpido su sueo. Ah! su gua! su gua! Haba desconfiado de l desde el principio... pero...le ajustar las cuentas!... Adis, seor. Dios le pague el favor que le debo. No soy tan malo del todo como usted cree... s, existe an en m algo que merece la compasin de un caballero... Adis, seor... Lo nico que siento es no poder corresponderle. En pago al favor que le he hecho, promtame, Don Jos, no sospechar de nadie, no pensar en la venganza. Tenga estos cigarros para el camino. Buen viaje! Le tend la mano. Me la estrech sin responder, tom el trabuco y las alforjas, y despus de haber dicho algunas palabras a la vieja en una jerga que no pude comprender, corri al cobertizo. Unos instantes despus, lo oa galopar por el campo. En cuanto a m, me tumb de nuevo en el banco, pero no me volv a dormir. Me preguntaba si haba obrado bien al salvar de la horca a un ladrn, y tal vez homicida, slo porque haba comido con l jamn y arroz a la valenciana. No haba traicionado a mi gua que defenda la causa de las leyes? no lo haba expuesto a la venganza de un malvado? Pero los deberes de la hospitalidad!... Prejuicio de salvaje, deca para mis adentros; tendr que responder de todos los crmenes que el bandido va a cometer... Sin embargo, es un prejuicio ese instinto de la conciencia que se resiste a todos los razonamientos? Quiz, en la delicada situacin en que me encontraba, no poda salir de ella sin remordimientos. Me debata an en la mayor incertidumbre respecto a la moralidad de mi accin, cuando vi aparecer media docena de jinetes con Antonio que, prudentemente, se mantena en la retaguardia. Fui hacia ellos y les advert que el bandolero haba huido haca ms de dos horas. La vieja, interrogada por el cabo, respondi que conoca al Navarro, pero que, como viva sola, jams se habra atrevido a arriesgar su vida denuncindolo. Aadi que su costumbre, cuando vena a esta casa, era marcharse siempre a mitad de la noche. En cuanto a m, tuve que ir a mostrar el pasaporte a algunas leguas de all y a firmar una declaracin ante un alcalde, tras lo cual se me permiti reanudar mis investigaciones arqueolgicas. Antonio me guardaba rencor, al sospechar que era yo quien le haba impedido ganar los doscientos ducados. Sin embargo, nos separamos en Crdoba como buenos amigos; all, le di una gratificacin tan grande como el estado de mis finanzas poda permitrmelo.

IIPas en Crdoba algunos das. Me haban informado sobre cierto manuscrito de la biblioteca de los dominicos, donde encontrara datos interesantes sobre la antigua Munda. Muy bien acogido por los amables Padres, permaneca durante el da en su convento, y por la noche me paseaba por la ciudad. En Crdoba, al atardecer, hay muchos ociosos paseando por la margen derecha del Guadalquivir. Se respira all las emanaciones de una tenera que conserva an la antigua fama de la zona en el curtido de cueros; pero, en cambio, se goza de un espectculo que tiene su importancia. Unos minutos antes del ngelus, se rene a la orilla del ro un gran nmero de mujeres, debajo del paseo, que est bastante elevado. Ni un solo hombre se atrevera a mezclarse con ellas. Tan pronto como el ngelus suena, se considera que es de noche. Al dar la ltima campanada, todas esas mujeres se desnudan y entran en el agua. Entonces se oyen gritos, risas, un alboroto infernal. Desde lo alto del paseo, los hombres contemplan a las baistas, abren los ojos como platos pero no ven gran cosa. Sin embargo, esas formas blancas e inciertas que se dibujan en el azul oscuro del ro, estimulan los espritus poticos, y, con un poco de imaginacin, no es difcil representarse a Diana y a sus ninfas en el bao, sin que haya que temer la suerte de Acten. Me han contado que unos cuantos granujas cierto da pagaron a escote para untar al campanero de la catedral, con el fin de que tocara el ngelus veinte minutos antes de la hora oficial. Aunque era an pleno da, las ninfas del Guadalquivir no dudaron, y findose ms del ngelus que del sol, con tranquilidad de conciencia se dispusieron a baarse, de la manera ms simple, como siempre. Yo no estaba all. En mis tiempos, el campanero era incorruptible y el crepsculo poco claro, y slo un gato habra podido distinguir a la ms vieja vendedora de naranjas de la modistilla ms bonita de Crdoba. Una tarde, a la hora en que ya no se ve nada, estaba yo fumando apoyado en el pretil del paseo, cuando una mujer, tras subir la escalera que conduce al ro vino a sentarse cerca de m. Tena en el pelo un gran ramo de jazmines, cuyos ptalos exhalan de noche un olor embriagador. Estaba vestida con sencillez, quiz pobremente, toda de negro, como la mayor parte de las modistillas por la noche. Las mujeres elegantes no van de negro ms que por la maana; por la noche, se visten a la francesa. Al llegar cerca de m, la baista dej deslizarse sobre los hombros la mantilla que le cubra la cabeza, y, en la oscura claridad que cae de las estrellas, observ que era menuda, joven, bien proporcionada, y que tena los ojos muy grandes. Arroj inmediatamente el cigarro. Comprendi ese detalle de una cortesa muy francesa, y se apresur a decirme que le gustaba mucho el olor del tabaco, y que tambin ella fumaba, cuando encontraba papelitos muy suaves. Por fortuna, tena algunos de stos en la petaca, y me apresur a ofrecrselos. Se dign tomar uno, y lo encendi en el extremo de una cuerda ardiendo que un nio nos llev a cambio de una moneda. Mezclando el humo, charlamos tanto tiempo la bella baista y yo, que nos quedamos casi solos en el paseo. Cre no ser indiscreto proponindole ir a tomar helados a la nevera. Tras un modesto titubeo, acept; pero antes de decidirse, quiso saber qu hora era. Hice sonar mi reloj, cuya msica pareci extraarle mucho. Qu inventos tienen en sus pases, seores extranjeros! De qu pas es usted, seor? Sin duda, ingls? Francs, y su seguro servidor. Y usted, seorita, o seora, es probablemente de Crdoba? No.

Al menos, es usted andaluza. Me parece reconocerlo en el habla suave. Si usted reconoce tan bien el acento de la gente, debe adivinar fcilmente de dnde soy. Creo que es de la tierra de Jess, a dos pasos del Paraso. (Haba aprendido esta metfora, que designa a Andaluca, de mi amigo Francisco Sevilla, picador muy conocido.) Bah! el paraso... la gente de aqu dice que no est hecho para nosotros. Entonces, debe ser mora, pues, o..., me detuve, sin atreverme a decir: juda. Vamos, vamos! usted ve claramente que soy gitana; quiere que le diga la baj1? Ha odo usted hablar de la Carmencita? Soy yo. Yo era entonces, hace quince aos de esto, un incrdulo tal que no retroced de pnico al verme junto a una hechicera. Bueno! me dije; la semana pasada, cen con un salteador de caminos, vayamos hoy a tomar helados con una sierva del diablo. En los viajes, hay que verlo todo. Tena adems otro motivo para cultivar su trato. Al salir del colegio, lo confieso con vergenza, perd algn tiempo estudiando las ciencias ocultas, e incluso varias veces intent conjurar al espritu de las tinieblas. Curado desde haca mucho tiempo de la pasin por semejantes investigaciones, no dej de conservar una cierta curiosidad por todas las supersticiones, y me alegraba saber hasta dnde haba llegado el arte de la magia entre los gitanos. Mientras charlbamos, habamos llegado a una nevera y nos habamos sentado junto a una mesita alumbrada por una vela encerrada en un globo de vidrio. Tuve entonces tiempo suficiente para observar a mi gitana mientras algunas buenas gentes, que tomaban helados, se pasmaban al verme en semejante compaa. Dudo mucho que la seorita Carmen fuera de raza pura, al menos era infinitamente ms bonita que todas las mujeres de su casta que yo haya encontrado jams. Para que una mujer sea bella, dicen los espaoles que es necesario que rena treinta ses, o, si se prefiere, que se pueda definir por medio de diez adjetivos, cada uno aplicable a tres partes de su persona. Por ejemplo, debe tener tres cosas negras: los ojos, los prpados y las cejas; tres finas: los dedos, los labios y los cabellos, etc. Consltese a Brantme para el resto. Mi gitana no poda aspirar a tantas perfecciones. El cutis, por lo dems perfectamente terso, se acercaba mucho al tono del cobre. Los ojos eran oblicuos, pero admirablemente rasgados; los labios, un poco gruesos, pero bien trazados, dejaban ver unos dientes ms blancos que almendras sin piel. Sus cabellos, quiz algo gruesos, eran negros, con reflejos azulados como ala de cuervo, largos y brillantes. Para no cansarles con una descripcin demasiado prolija, les dir en suma que por cada defecto reuna una cualidad que sobresala quiz con ms fuerza por el contraste. Era una belleza extraa y salvaje, un rostro que al principio extraaba, pero que no se poda olvidar. Sus ojos, sobre todo, tenan una expresin voluptuosa y feroz a la vez que no he encontrado despus en ninguna mirada humana. Ojo de gitano, ojo de lobo, es un dicho espaol que denota buena observacin. Si no tienen ustedes tiempo de ir al Jardin des Plantes para estudiar la mirada de un lobo, observen a su gato cuando est acechando a un gorrin. Es evidente que habra resultado ridculo dejarse echar la buenaventura en un caf. Por ello rogu a la hermosa hechicera que me permitiera acompaarla a su domicilio; consinti sin dificultad, pero quiso comprobar una vez ms el paso del tiempo, y me pidi de nuevo que hiciera sonar mi reloj. Es de verdad de oro? dijo, observndolo con excesiva atencin.1

La buenaventura

Cuando nos pusimos de nuevo en marcha, era completamente de noche; la mayor parte de las tiendas estaban cerradas y las calles casi desiertas. Atravesamos el puente del Guadalquivir, y al final de la barriada nos detuvimos ante una casa que no tena precisamente apariencia de palacio. Nos abri un nio. La gitana le dijo unas palabras en una lengua desconocida para m, que supe despus era roman o chipical, el idioma de los gitanos. El nio desapareci inmediatamente, dejndonos en una habitacin bastante amplia, amueblada con una mesita, dos taburetes y un cofre. No debo olvidar una jarra de agua, un montn de naranjas y un manojo de cebollas. Cuando nos quedamos solos, sac del cofre una baraja que pareca muy usada, un imn, un camalen disecado, y algunos otros objetos necesarios para su arte. Despus dijo que me hiciera con una moneda el signo de la cruz en la mano izquierda, y las ceremonias mgicas comenzaron. Es intil contarles sus predicciones, y, en cuanto a su manera de actuar, era evidente que no se trataba de una medio hechicera. Desafortunadamente, enseguida fuimos interrumpidos. La puerta se abri de pronto violentamente, y un hombre, embozado hasta los ojos con una capa parda, entr en la habitacin, apostrofando a la gitana de forma poco amable. Yo no comprenda lo que deca, pero el tono de la voz indicaba que estaba de muy mal humor. La gitana al verlo, no manifest ni sorpresa ni clera, sino que corri a su encuentro y, con una volubilidad extraordinaria, le dirigi algunas frases en la misteriosa lengua de la que se haba servido en mi presencia. La palabra payo repetida frecuentemente, era la nica que yo poda comprender. Saba que los gitanos designan as a todos los hombres extraos a su raza. Suponiendo que se trataba de m, me esperaba una explicacin delicada; yo haba agarrado ya la pata de uno de los taburetes y silogizaba en mi interior para adivinar el momento preciso en que convendra tirarlo a la cabeza del intruso. ste dio un brusco empujn a la gitana, y avanz hacia m; despus, retrocediendo un paso: Ah, seor, es usted! dijo. Lo mir, y reconoc a mi amigo don Jos. En ese momento, sent un poco no haber dejado que lo colgaran. Hombre! es usted, amigo! exclam, riendo con la mayor naturalidad que pude; ha interrumpido usted a la seorita en el momento en que me anunciaba cosas muy interesantes. La misma de siempre! Pero esto se va a acabar, dijo entre dientes, mirndola ferozmente. Mientras tanto, la gitana segua hablndole en su lengua. Se animaba poco a poco. Sus ojos se inyectaban de sangre y se pona terrible, las facciones se contraan, golpeaba el suelo con el pie. Me pareci que le urga vivamente a hacer algo ante lo que l dudaba. Yo crea comprender demasiado bien de qu se trataba, vindola pasar una y otra vez rpidamente su manita bajo la barbilla. Estaba tentado de creer que se trataba de cortar un cuello, y tena mis sospechas de que ese cuello fuera el mo. A todo ese torrente de elocuencia, don Jos no respondi ms que con dos o tres palabras pronunciadas rpidamente. Entonces la gitana le lanz una mirada de profundo desprecio; despus se sent como una turca en un rincn de la habitacin, escogi una naranja, la pel y se puso a comrsela. Don Jos me tom del brazo, abri la puerta y me condujo a la calle. Dimos unos doscientos pasos en el silencio ms absoluto. Despus, extendiendo la mano: Siga derecho dijo y encontrar el puente.

Enseguida me dio la espalda y se alej rpidamente. Volv a mi alojamiento algo avergonzado y de bastante mal humor. Lo peor fue que, al desnudarme, me di cuenta de que me faltaba el reloj. Diversas consideraciones me impidieron ir a reclamarlo al da siguiente, o solicitar al seor corregidor que tuviera a bien mandar a buscarlo. Termin el trabajo sobre el manuscrito de los dominicos y part para Sevilla. Despus de varios meses de viajes errando por Andaluca, quise volver a Madrid y tuve que pasar de nuevo por Crdoba. No tena intencin de detenerme all mucho tiempo, porque haba tomado ojeriza a esta bella ciudad y a las baistas del Guadalquivir. Sin embargo, volver a ver a algunos amigos y hacer algunos encargos deba retenerme por lo menos tres o cuatro das en la antigua capital de los prncipes musulmanes. Nada ms aparecer de nuevo en el convento de los dominicos, uno de los padres, que haba mostrado siempre gran inters por mis investigaciones sobre el emplazamiento de Munda, me acogi con los brazos abiertos, exclamando: Alabado sea el nombre del Seor! Sea bienvenido mi querido amigo. Todos lo dbamos por muerto, y quien le habla ha rezado muchos Padrenuestros y Avemaras, que no lamento, por la salvacin de su alma. As que no ha sido asesinado? porque robado s sabemos que lo ha sido. Cmo es eso? le pregunt un poco sorprendido. S, ya sabe usted, ese bello reloj de repeticin que usted haca sonar en la biblioteca, cuando le decamos que era la hora de ir al coro. Pues bien, se ha recuperado y se lo devolvern. El caso es interrump, un poco desconcertado que yo lo haba extraviado... El tunante est encerrado, y, como se saba que era hombre capaz de pegarle un tiro a un cristiano por quitarle una moneda, temimos que lo hubiera matado. Ir con usted a ver al corregidor y haremos que le devuelvan su bello reloj. Y luego, no deje de decir en su pas que en Espaa la justicia sabe cumplir con su obligacin! Le confieso le dije que preferira perder el reloj antes que declarar ante la justicia para que ahorquen a un pobre diablo, sobre todo porque... porque... Oh!, no se inquiete usted; est bien recomendado, y no lo pueden ahorcar dos veces. Cuando digo ahorcar, me equivoco. Su ladrn es hidalgo; le darn garrote pasado maana sin remisin. Comprender usted que un robo ms o menos no cambiar en nada su situacin. Por Dios, si slo hubiera robado! pero ha cometido varios homicidios, a cual ms horrible. Cmo se llama? Se le conoce en la regin con el nombre de Jos Navarro; pero tiene otro apellido vasco, que ni usted ni yo conseguiremos pronunciar jams. Por cierto, es un hombre digno de ver, y usted, a quien le gusta conocer las singularidades del pas, no debe desaprovechar la ocasin de saber cmo salen de este mundo los tunantes en Espaa. Est en capilla, y el padre Martnez lo conducir a usted all. El dominico insisti tanto en que viese los preparativos del ahorcamiento tan bonito que no pude negarme. Fui a ver al preso, provisto de un mazo de cigarros que, esperaba yo, deban hacerle disculpar mi indiscrecin. Me llevaron junto a don Jos, en el momento en que estaba comiendo. Me salud con la cabeza bastante framente, y me agradeci cortsmente el regalo que le llevaba. Despus de contar los cigarros del mazo que haba puesto en sus manos, escogi unos cuantos, y me devolvi el resto, indicndome que no necesitaba coger ms. Le pregunt si, con algn dinero o mediante recomendacin de mis amigos, podra yo conseguir algn alivio a su suerte. Primero se encogi de hombros sonriendo con tristeza; inmediatamente, cambiando de idea, me rog encargar una misa por la salvacin de su alma.

Querra usted aadi tmidamente querra usted encargar otra por una persona que lo ha ofendido? Desde luego, amigo mo le dije; pero nadie, que yo sepa, me ha ofendido en este pas. Me tom la mano y la apret con semblante grave. Tras un silencio, continu: Podra pedirle otro favor?... Cuando vuelva a su pas, quiz pase usted por Navarra, al menos pasar por Vitoria, que no est muy lejos. S, ciertamente pasar por Vitoria; pero no es imposible que d un rodeo para ir a Pamplona, y, en atencin a usted, creo que hara ese rodeo con mucho gusto. Pues bien, si va usted a Pamplona, ver all ms de una cosa que le interesar... Es una bella ciudad... Le dar esta medalla (me mostraba una medallita de plata que llevaba al cuello), la envolver en un papel... se detuvo un instante para contener la emocin y se la entregar o har que se la entreguen a una buena mujer cuyas seas le dar. Dir usted que he muerto, pero no dir cmo. Promet hacer el encargo. Volv a verlo al da siguiente, y lo pas en buena parte con l. Me enter por sus propios labios de las tristes aventuras que se van a leer.

IIINac dijo en Elizondo, en el valle de Baztn. Me llamo don Jos Lizarrabengoa, y usted conoce lo bastante Espaa, caballero, como para que mi apellido le diga al instante que soy vasco y cristiano viejo. Si me pongo el don, es porque tengo derecho a ello, y si estuviera en Elizondo le enseara mi genealoga en un pergamino. Quisieron que fuera sacerdote, y me pusieron a estudiar, pero yo apenas sacaba provecho. Me gustaba demasiado el juego de la pelota, y eso es lo que me ha perdido. Cuando jugamos a la pelota, nosotros los navarros, nos olvidamos de todo. Un da que haba ganado yo, un muchacho de lava se meti conmigo; cogimos nuestras makilas2 y lo venc tambin; pero esto me oblig a marcharme del pas. Encontr a unos dragones y me alist en el regimiento de Almansa, en caballera. La gente de nuestras montaas aprende pronto el oficio militar. Ascend enseguida a cabo, y me haban prometido hacerme sargento cuando, para desdicha ma, me pusieron de guardia en la fbrica de tabacos de Sevilla. Si ha ido usted a Sevilla, habr visto ese gran edificio, extramuros, cerca del Guadalquivir. Me parece estar viendo todava la puerta y el cuerpo de guardia al lado. Los espaoles, cuando estn de servicio, juegan a las cartas o duermen; yo, como buen navarro, trataba siempre de estar ocupado. Estaba haciendo una cadena de alambre de latn, para sujetar la baqueta. De repente, los camaradas dicen: La campana est tocando; las chicas van a volver al trabajo. Sabr, seor, que hay de cuatrocientas a quinientas mujeres empleadas en la fbrica. Son las que lan los cigarros en una gran sala, donde los hombres no entran sin un permiso del Veinticuatro, porque cuando hace calor, se aligeran de ropa, sobre todo las jvenes. A la hora en que las obreras vuelven despus de comer, muchos jvenes van a verlas pasar y se las dicen de todos los colores. Pocas de ellas rehsan una mantilla de tafetn, y los aficionados a esa pesca no tienen ms que agacharse para coger el pez. Mientras los otros miraban, yo permaneca en mi banco, cerca de la puerta. Era joven entonces; siempre estaba pensando en mi tierra, y no crea que hubiera chicas guapas sin faldas azules y sin trenzas cayndoles por los hombros3. Adems, las andaluzas me daban miedo; no estaba an acostumbrado a su manera de comportarse: siempre de broma, jams una palabra en serio. As pues, tena yo la nariz en la cadena, cuando oigo a unos ciudadanos que decan: Ah est la gitanilla! Levant los ojos y la vi. Era un viernes, nunca lo olvidar. Vi a esa Carmen que usted conoce, en cuya casa lo encontr hace algunos meses. Llevaba una falda roja muy corta que dejaba ver unas medias de seda blancas con ms de un agujero, y bonitos zapatos de tafilete rojo, anudados con cintas de color de fuego. Apartaba la mantilla para descubrir los hombros y un gran ramo de casia que sobresala de la camisa. Tena tambin una flor de casia en la comisura de los labios y avanzaba balancendose sobre las caderas como una potranca de la remonta de Crdoba. En mi regin, una mujer con ese traje habra obligado a la gente a persignarse. En Sevilla, todos echaban algn piropo atrevido a su figura; responda a cada uno, mirando dulcemente con el rabillo del ojo, con el puo en la cadera, descarada como una autntica gitana que era. Al principio no me agrad, y reanud mi trabajo; pero ella, como suelen hacer las mujeres y los gatos, que no vienen cuando se les llama y vienen cuando no se les llama, se par delante de m y me2 3

Palos ferrados de los vascos. Trajes ordinarios de las aldeanas de Navarra y de las provincias Vascongadas. (Nota del autor)

dirigi la palabra: Compadre, me dijo a la manera andaluza, quieres darme la cadena para colgar las llaves de mi caja fuerte? Es para colgar la aguja del fusil respond. La aguja! exclam riendo. Ah! El seor hace encaje, porque necesita agujas 4! Todos los que all estaban se echaron a rer, y not que me pona colorado, y que era incapaz de responder. Vamos, corazn mo continu ella hazme siete alnas de encaje negro para una mantilla, alfilerero de mi alma! Y cogiendo la flor de casia que tena en la boca, me la lanz, con un movimiento del pulgar, justo entre los dos ojos. Seor, me produjo el efecto de una bala que me alcanzaba... No saba dnde meterme, me qued inmvil como un pasmarote. Cuando hubo entrado en la fbrica, vi que la flor de casia se haba cado al suelo entre mis pies; no s lo que me pas, pero la recog sin que mis camaradas se dieran cuenta y la guard cuidadosamente en la guerrera. Primera tontera! Dos o tres horas despus, an estaba pensando en ello, cuando llega al cuerpo de guardia un portero jadeante y con la cara demudada. Nos dice que en la gran sala de cigarros haban asesinado a una mujer y que era preciso enviar a la guardia. El sargento me ordena tomar dos hombres e ir a ver. Tomo a mis hombres y subo. Imagine usted, seor, que entro en la sala y encuentro en primer lugar a trescientas mujeres en camisa, o poco menos, todas gritando, vociferando, gesticulando, haciendo un estruendo que no dejara or a Dios tronar. A un lado haba una, patas arriba, cubierta de sangre, con una X en la cara que acababan de hacerle de dos cuchilladas. Frente a la herida, socorrida por las mejores del grupo, veo a Carmen agarrada por cinco o seis comadres. La mujer herida gritaba: Confesin! confesin! me muero! Carmen no deca nada; apretaba los dientes y mova los ojos como un camalen. Qu ocurre? pregunt. Me las vi y me las dese para saber lo que haba pasado, porque todas las obreras me hablaban a la vez. Al parecer, la mujer herida se haba jactado de tener dinero suficiente en el bolsillo como para comprar un burro en la feria de Triana. Vaya! dijo Carmen, que tena la lengua larga no te basta con una escoba? La otra, ofendida por la alusin, quiz porque se senta sospechosa con ese objeto, le responde que no entenda de escobas, por no tener el honor de ser gitana ni ahijada de Satans, pero que la seorita Carmencita conocera muy pronto a su burro, cuando el seor corregidor la llevara a pasear con dos lacayos por detrs para espartarle las moscas. Pues yo dijo Carmen te voy a hacer bebederos de moscas en la mejilla, y quiero pintarte en ella un jabeque. E inmediatamente, zas! zas! con el cuchillo de cortar la punta de los cigarros comienza a dibujarle en la cara cruces de San Andrs. El caso estaba claro; cog a Carmen por un brazo: Hermana le dije cortsmente tiene que seguirme. Me lanz una mirada como si me reconociera; pero dijo con tono resignado: Vamos. Dnde est mi mantilla? Se la puso por la cabeza de manera que no se le vea ms que uno solo de sus grandes ojos, y sigui a mis dos hombres, mansa como un cordero. Llegados al cuerpo de guardia, el sargento dijo que la cosa era grave, y que haba que llevarla a la crcel. Era yo tambin quien deba conducirla. La puse entre dos dragones, y yo iba detrs como un cabo debe hacer en esas circunstancias. Nos pusimos en camino hacia la ciudad. En un primer momento, la gitana guard silencio; pero en la calle de las Sierpes, usted la conoce, merece perfectamente el nombre por las revueltas que da, en la calle de las Sierpes, empieza por dejar caer la mantilla sobre los hombros para mostrarme su palmito engatusador, y, volvindose hacia m tanto como poda, me dice: Adnde me lleva, mi oficial?4

No puede traducirse exactamente este juego de palabras. Se llama pinglette al desfogonador o aguja para limpiar el odo de las antiguas armas de fuego, y pingles a los alfileres.

A la crcel, pobre nia le respond lo ms suavemente que pude, como un buen soldado debe hablar a un preso, sobre todo si es mujer. Ay! qu ser de m? Tenga compasin, seor oficial. Es usted tan joven, tan amable!... Despus, en tono ms bajo: Djeme escapar dijo yo le dar un trozo de barlach, que har que todas las mujeres se enamoren de usted. La barlach, seor, es una piedra imn, con la cual los gitanos afirman que se hacen inmumerables sortilegios cuando uno sabe usarla. Haga beber a una mujer una pizca de esa piedra rallada en un vaso de vino blanco, y no se le resiste ms. Le respond lo ms seriamente que pude: No estamos aqu para decir tonteras; hay que ir a la crcel, es la consigna, no hay ms remedio. Nosotros, los del pas vasco, tenemos un acento por el que nos reconocen fcilmente los espaoles; en cambio, no hay uno solo de ellos que pueda aprender a decir ni siquiera bai, jauna5. As pues, Carmen no tuvo dificultad en adivinar que yo proceda de las Provincias vascongadas. Sabr usted, seor, que los gitanos, al no ser de ningn pas, viajan constantemente, hablan todas las lenguas, y la mayor parte estn en su casa en Portugal, en Francia, en las Provincias, en Catalua, en todas partes; incluso con los moros y con los ingleses se entienden. Carmen saba el vascuence bastante bien. Laguna, ene bihotzarena6, camarada de mi corazn, me dijo ella de repente es usted paisano? Nuestra lengua, seor, es tan hermosa, que, cuando la omos en tierra extraa, nos hace estremecer... Quisiera tener un confesor de las Provincias, aadi el bandolero en tono ms bajo. Continu despus de una pausa: Soy de Elizondo respond a Carmen en vascuence, muy emocionado al orla hablar en mi lengua. Yo soy de Etxalar, dijo ella. (Es un pueblo a cuatro horas del mo). Unos gitanos me trajeron a Sevilla. Trabajaba en la fbrica para ganar lo necesario con que volver a Navarra, al lado de mi pobre madre que slo me tiene a m por sostn, y un pequeo barratzea7 con veinte manzanos de sidra. Ah! si estuviera en mi tierra ante la montaa blanca! Me han insultado porque no soy de esta regin de fulleros, vendedores de naranjas podridas; y esas bribonas se han puesto todas contra m porque les he dicho que todos sus jacques de Sevilla, con sus navajas, no asustaran a un muchacho de los nuestros con su boina azul y su makila. Camarada, amigo mo, no har usted nada por una paisana? Menta, seor, siempre ha mentido. No s si esa chica ha dicho en su vida una sola verdad; pero cuando hablaba, la crea; era ms fuerte que yo. Chapurreaba el vascuence y la cre navarra; slo sus ojos y su boca y su tez revelaban que era gitana. Yo estaba loco, no prestaba atencin a nada. Pensaba que, si a unos espaoles se les hubiera ocurrido hablar mal de mi tierra, les habra rajado la cara, como ella acababa de hacer con su compaera. En una palabra, estaba como borracho; empezaba a decir tonteras y estaba a punto de hacerlas. Si le empujara y se cayera usted, paisano continu ella en vascuence no seran esos dos reclutas castellanos quienes me detendran... Sinceramente, olvid la consigna, lo olvid todo y contest: Pues bien, amiga ma, paisana, intntelo, y que Nuestra Seora de la Montaa la ayude. En ese momento, pasbamos ante una de esas callejuelas estrechas como hay tantas en5 6 7

S, seor Buenos das, camarada Cercado, jardn

Sevilla. De repente, Carmen se vuelve y me da un puetazo en el pecho. Me dej caer de espaldas. De un salto, pasa por encima de m y echa a correr, dejando ver un par de piernas!... Se dice piernas de vasco: las suyas valan tanto como otras cualquiera... tan ligeras como bien torneadas. Me levanto inmediatamente; pero pongo la lanza atravesada, interceptando la calle, de tal forma que al comenzar la persecucin mis compaeros se detuvieron en un primer momento. Despus, ech yo mismo a correr y ellos detrs de m; pero alcanzarla!... no haba peligro, con las espuelas, los sables y las lanzas! En menos tiempo que el que empleo en decrselo, la fugitiva haba desaparecido. Adems, todas las comadres del barrio favorecan la huida, y se burlaban de nosotros, indicndonos un camino equivocado. Despus de varias idas y venidas, tuvimos que volver al cuerpo de guardia, sin un recibo del director de la prisin. Mis hombres, para no ser castigados, dijeron que Carmen me haba hablado en vascuence; y no pareca muy natural, a decir verdad, que un puetazo de una chiquilla hubiera tirado al suelo tan fcilmente a un robusto mocetn. Todo ello pareci oscuro, o ms bien, demasiado claro. Al salir de guardia fui degradado y enviado un mes al calabozo. Era mi primer castigo desde que estaba en el servicio. Adis a los galones de sargento que crea haber logrado! Mis primeros das de calabozo transcurrieron tristemente. Al hacerme soldado, haba imaginado que llegara por lo menos a oficial. Longa, Mina, paisanos mos, son precisamente capitanes generales; Chapalangarra, que es un negro como Mina, y refugiado igual que l en su pas, Chapalangarra era coronel, y yo he jugado a la pelota veinte veces con su hermano, que era un pobre diablo como yo. Ahora me deca a m mismo: Todo el tiempo que has servido sin un arresto, es tiempo perdido. Has manchado tu hoja de servicios; para volver a gozar de la consideracin de tus jefes, tendrs que trabajar diez veces ms que cuando empezaste como recluta. Y por qu he hecho que me arresten? Por una tunante de gitana que se ha burlado de m, y que, en estos momentos, estar robando en algn rincn de la ciudad. Sin embargo, no poda evitar pensar en ella. Lo creera usted, seor? las medias de seda agujereadas que me ense enteras al huir, las tena constantemente ante los ojos. Miraba a la calle a travs de los barrotes del calabozo, y, entre todas las mujeres que pasaban, no vea a una sola comparable a ese demonio de chica. Y adems, a pesar mo, ola la flor de casia que me haba lanzado y que, ya seca, segua conservando su buen olor... Si existen hechiceras, esta chica era una de ellas! Un da, entra el carcelero y me da un pan de Alcal. Tenga dice se lo enva su prima. Cog el pan, muy extraado, pues no tena ninguna prima en Sevilla. Tal vez se trate de un error, pens mirando el pan; pero estaba tan apetitoso, ola tan bien, que, sin preocuparme de saber de dnde vena y a quin iba destinado, decid comrmelo. Al querer cortarlo, la navaja choc con algo duro. Miro, y encuentro una pequea lima inglesa, introducida en la masa antes de cocer el pan. Haba tambin en el pan una moneda de oro de dos piastras. Entonces ya no haba duda: era un regalo de Carmen. Para la gente de su raza, la libertad lo es todo, y prenderan fuego a una ciudad para ahorrarse un da de prisin. Adems, la comadre era fina, y con ese pan nos burlbamos de los carceleros. En una hora, el barrote ms grueso estaba serrado con la limita; y con la moneda de dos piastras, cambiaba en el primer ropavejero el capote del uniforme por un traje de paisano. Imagina usted fcilmente que un hombre que en numerosas ocasiones haba cogido aguiluchos de los nidos en nuestros riscos, no se apuraba mucho por saltar a la calle desde una ventana a menos de treinta pies de altura; pero no quera escaparme. An conservaba mi honor de soldado, y desertar me pareca un crimen. Pero me conmovi esa prueba de que era recordado. Cuando se est en prisin,

gusta pensar que se tiene fuera a alguien que se interesa por uno. La moneda de oro me desagradaba un poco, me habra gustado mucho devolverla; pero dnde encontrar a mi acreedora? no me pareca fcil. Despus de la ceremonia de degradacin, crea que ya no me quedaba nada ms por sufrir; pero me faltaba tragarme an una humillacin: fue al salir del calabozo, cuando se me orden entrar de servicio y me pusieron de faccin como simple soldado. No puede usted figurarse lo que un hombre digno siente en semejante ocasin. Creo que me habra dado lo mismo ser fusilado. Al menos avanza uno solo, delante del pelotn; se siente uno algo; todo el mundo lo mira. Me pusieron de faccin a la puerta del coronel. Era un joven rico, bondadoso, al que le gustaba divertirse. Todos los oficiales jvenes iban a su casa, y muchos civiles, tambin mujeres, actrices, segn se deca. Por lo que a m respecta, me pareca que toda la ciudad se haba dado cita a su puerta para mirarme. He aqu que llega el coche del coronel con el ayuda de cmara en el pescante. Y a quin veo apearse?... a la gitanilla. Esta vez estaba adornada como un relicario, engalanada, emperifollada, repleta de oro y cintas. Un vestido de lentejuelas, zapatos azules tambin de lentejuelas, y por todas partes flores y cintas. Llevaba un pandero en la mano. Haba otras dos gitanas con ella, una joven y otra vieja. Siempre van acompaadas de una vieja; luego, un viejo con una gitarra, gitano tambin, para tocar y hacerles bailar. Usted sabe que es una diversin frecuente hacer venir gitanos a las reuniones de sociedad, para que bailen la romal, su danza, y muchas veces otra cosa. Carmen me reconoci, e intercambiamos una mirada. No s, pero en ese momento, yo habra querido estar a cien pies bajo tierra. Agur laguna8 dijo. Mi oficial, ests haciendo guardia como un recluta! Y antes de que yo encontrara algo que contestar ella estaba ya dentro de la casa. Todo el mundo estaba en el patio, y, a pesar de la multitud, yo vea casi todo lo que ocurra a travs de la reja. Oa las castauelas, el pandero; las risas y los bravos; a veces distingua su cabeza cuando saltaba con el pandero. Oa tambin a unos oficiales que decan infinidad de cosas que me ruborizaban. No saba lo que ella responda. A partir de aquel da, creo, empec a quererla de veras; pues tres o cuatro veces me vino a la cabeza la idea de entrar en el patio y asestar un sablazo en el vientre a todos esos mequetrefes que la requebraban. Mi suplicio dur una hora larga; despus los gitanos salieron, y se fueron en el coche. Carmen, al pasar, me mir con los ojos que usted sabe, y me dijo por lo bajo: Paisano, cuando a uno le gusta el buen pescado frito, va a comerlo a Triana, a casa de Lillas Pastia. Ligera como un cabrito, se lanz dentro del carruaje, el cochero arre las mulas, y todo el alegre grupo se fue no s dnde. Usted adivina sin duda que al salir de guardia fui a Triana; pero antes me afeit y me cepill como para un da de desfile. Ella estaba en la casa de Lillas Pastia, un viejo vendedor de pescado frito, gitano, negro como un moro, a cuyo establecimiento iban muchos ciudadanos a comer esa fritura, sobre todo, creo, desde que Carmen haba establecido all su cuartel general. Lillas dijo ella en cuanto me vio hoy ya no hago nada ms. Maana ser otro da. Vamos, paisano, vmonos a pasear. Se cubri la cara con la mantilla, y henos aqu en la calle, sin saber yo adnde iba.

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Buenos das, camarada

Seorita le dije creo que tengo que darle las gracias por un presente que me envi cuando estaba en el calabozo. Me com el pan; la lima me servir para afilar la lanza y la conservo como recuerdo de usted; pero el dinero, aqu est. Vaya! ha guardado el dinero, exclam con grandes carcajadas. Bueno, mejor es as, pues estoy mal de fondos; pero qu importa? perro que anda no muere de hambre9. Vamos, gastmoslo todo en comer. Me agasajas. Habamos tomado el camino de Sevilla. A la entrada de la calle de las Sierpes, compr una docena de naranjas, que me hizo poner en mi pauelo. Un poco ms lejos compr pan, salchichn y una botella de manzanilla; despus entr en una confitera. All, ech en el mostrador la moneda de oro que yo le haba devuelto, otra ms que tena ella en el bolsillo, con alguna calderilla; por ltimo, me pidi todo lo que yo tuviera. No tena ms que una moneda y algunos cuartos, que le di, muy avergonzado de no tener ms. Cre que quera llevarse toda la tienda. Escogi todo lo mejor y ms caro que haba, yemas, turrn, frutas confitadas, hasta que dur el dinero. Fue necesario que yo llevara todo eso en bolsas de papel. Quiz conozca usted la calle del Candilejo, donde hay una cabeza del rey don Pedro el Justiciero. sta debera haberme inspirado algunas reflexiones. Nos detuvimos en esa calle ante una casa vieja. Entr en el pasadizo y llam en la planta baja. Una gitana, verdadera sierva de Satn, vino a abrirnos. Carmen le dijo unas palabras en roman. Primeramente, la vieja gru. Para calmarla, Carmen le dio dos naranjas y un puado de caramelos y permiti que probara el vino. Despus le puso el manto sobre los hombros y la condujo a la puerta, que atranc con un madero. En el momento en que nos quedamos solos, se puso a bailar y a rer como una loca, cantando: T eres mi rom, yo soy tu rom.10 Yo estaba en medio de la habitacin, cargado con todas sus compras, sin saber dnde ponerlas. Ech todo al suelo y se me colg del cuello, dicindome: Yo pago mis deudas!, yo pago mis deudas! Es la ley de los cal.11 Ah! seor! aquel da, aquel da... cuando pienso en l, olvido el de maana. El bandolero se call un instante; luego, despus de haber encendido de nuevo el cigarro, continu: Pasamos juntos todo el da, comiendo, bebiendo y lo dems. Cuando hubo comido caramelos como un nio de seis aos, ech unos puados en la jarra de agua de la vieja. Es para hacerle sorbete, deca. Aplastaba yemas tirndolas contra la pared. Para que las moscas nos dejen tranquilos, deca... No hay broma ni desatino que no hiciera. Le dije que querra verla bailar; pero dnde encontrar unas castauelas? Inmediatamente coge el nico plato de la vieja, lo rompe en pedazos, y ah la tiene usted bailando la romal, haciendo sonar los trozos de loza tan bien como si hubiera tenido castauelas de bano o de marfil. No se aburra uno junto a esta chica, se lo aseguro. Lleg el anochecer, y o los tambores que tocaban retreta. Es necesario que vaya al cuartel a pasar lista le dije. Al cuartel? dijo con tono de desprecio; luego eres un negro que te dejas mandar a la baqueta? Eres un verdadero canario, por el uniforme12 y por el carcter. Bah! Tienes un corazn de polluelo. Me qued, resignado de antemano a la prevencin. Por la maana, ella fue la primera que habl de separarnos. Escucha, Joseto, dijo; te he pagado? No te deba nada, segn nuestra ley, porque eres un payo, pero eres un chico guapo y me has gustado. Estamos en paz. Buenos das.9 10 11 12

Chuquel sos pirela Cocal terela. Perro que marcha, hueso encuentra. Proverbio gitano. Rom, marido; romi, mujer Cal; femenino, cal; plural, cals. Literalmente, negro, nombre que dan los gitanos en su lengua. Los dragones espaoles iban vestidos de amarillo.

Le pregunt cundo volvera a verla. Cuando seas menos bobo, respondi riendo. Despus, en tono ms serio: Sabes, hijo mo, que creo que te quiero un poco? Pero esto no puede durar. Perro y lobo no hacen buenas migas a la larga. Tal vez si adoptaras la ley de Egipto, me gustase convertirme en tu rom. Pero son tonteras; eso no puede ser. Bah! muchacho, creme, has escapado bien. Encontraste al diablo, s, al diablo; no siempre es negro, y no te ha retorcido el cuello. Estoy vestida de lana, pero no soy cordero13. Ve a poner una vela a tu majar14; se la ha ganado. Vamos, una vez ms, adis. No pienses ya en Carmencita o har que te cases con una viuda de patas de madera.15 Mientras hablaba, quitaba el madero que atrancaba la puerta, y una vez en la calle se cubri con la mantilla, y me volvi la espalda. Tena razn. Yo habra sido sensato no pensando ms en ella; pero, despus de esta jornada en la calle del Candilejo ya no poda pensar en otra cosa. Me paseaba durante todo el da, esperando encontrarla. Solicitaba noticias de ella a la vieja y al vendedor de pescado frito. Una y otro respondan que se haba marchado a Lalor16, que es como llaman a Portugal. Hablaban as probablemente siguiendo instrucciones de Carmen, pero no tard en saber que mentan. Algunas semanas despus de mi jornada en la calle del Candilejo, estuve de faccin en una de las puertas de la ciudad. A poca distancia de esa puerta haba una brecha abierta en la muralla; trabajaban en ella durante el da y, por la noche, haba un centinela para impedir el paso a los contrabandistas. Durante el da vi pasar y volver a pasar a Lillas Pastia ante el cuerpo de guardia, y hablar con algunos de mis camaradas; todos lo conocan y conocan an mejor sus pescaditos y sus buuelos. Se acerc a m y me pregunt si tena noticias de Carmen. No le dije. Pues bien, compadre, las tendr. Y no se equivocaba. Por la noche me pusieron de centinela en la brecha. En cuanto el cabo se retir, vi venir hacia m a una mujer. El corazn me deca que era Carmen. Sin embargo grit: Largo! No se puede pasar! No se haga el malo me dijo dndose a conocer. Cmo! usted aqu Carmen! S, paisano. Hablemos poco, pero hablemos bien. Quieres ganarte un duro? Va a venir gente con unos fardos; djalos pasar. No respond. Debo impedirles pasar; es la consigna. La consigna! la consigna! No pensabas en ella en la calle del Candilejo. Ah! respond, completamente trastornado por el solo recuerdo, aquello s vala la pena olvidar la consigna; pero no quiero dinero de contrabandistas. Bueno! si no quieres dinero, quieres que vayamos a comer otra vez a casa de la vieja Dorotea? No! dije, medio ahogado por el esfuerzo que estaba haciendo. No puedo. Muy bien. Si eres tan severo, s a quien dirigirme. Propondr a tu oficial ir a casa de Dorotea. Tiene aspecto de ser buen chico y pondr de centinela a un tipo que no vea ms que lo que tenga que ver. Adis, canario. Me reir a gusto el da en que la consigna sea ahorcarte.13 14 15 16

Me dicas uriarda de jorpoy, bus ni sino braco. Proverbio gitano La SantaLa Santa Virgen. La horca, que es viuda del ltimo ahorcado La (tierra) roja.

Tuve la debilidad de llamarla, y promet dejar pasar a toda la gitanera, si fuera necesario, con tal de obtener la nica recompensa que deseaba. Me jur inmediatamente cumplir su palabra al da siguiente, y corri a prevenir a sus amigos, que estaban a dos pasos. Eran cinco, Pastia uno de ellos, todos bien cargados de mercancas inglesas. Carmen estaba ojo avizor. Deba avisar con las castauelas en el momento en que divisara la ronda, pero no tuvo necesidad de hacerlo. En un instante, los contrabandistas hicieron su trabajo. Al da siguiente, fui a la calle del Candilejo. Carmen se hizo esperar, y lleg de bastante mal humor. No me gusta la gente que se hace de rogar dijo. Me hiciste un favor ms grande la primera vez, sin saber si ganaras algo en ello. Ayer, has regateado conmigo. No s por qu he venido, porque ya no te quiero. Toma, vete, ah tienes un duro por tu trabajo. Falt poco para que no le tirara la moneda a la cara, y me vi obligado a hacer un violento esfuerzo sobre m mismo para no golpearla. Despus de haber discutido durante una hora, me march furioso. Vagu un rato por la ciudad, yendo de ac para all, como un loco; al final entr en una iglesia, y, colocndome en el rincn ms oscuro, llor amargamente. De repente, oigo una voz: Lgrimas de dragn! Las quiero para hacer un filtro con ellas. Levanto los ojos: Carmen estaba frente a m. Y bien, paisano, est todava enfadado conmigo? me dijo. Es necesario, pues, que le quiera aunque est resentida, porque desde que usted se ha ido de mi lado, no s lo que me pasa. Veamos! ahora soy yo quien te pregunta si quieres ir a la calle del Candilejo. As pues, hicimos las paces; pero Carmen tena un humor como el tiempo en nuestra tierra. La tormenta no est jams tan cerca en nuestras montaas como cuando brilla el sol. Me haba prometido volver a verme otra vez en casa de Dorotea, pero no fue. Y Dorotea me dijo de nuevo que haba marchado a Lalor para asuntos de Egipto. Sabiendo ya por experiencia a qu atenerme sobre ese tema, buscaba a Carmen por todas partes donde crea que poda estar, y pasaba veinte veces diarias por la calle del Candilejo. Una tarde, estaba yo en casa de Dorotea, a la que tena casi amaestrada convidndola de vez en cuando a alguna copa de ans, cuando entr Carmen seguida de un joven, teniente de nuestro regimiento. Vete, me dijo ella, en vascuence. Me qued estupefacto, con el corazn lleno de rabia. Qu haces aqu?, me dijo el teniente. Lrgate, fuera de aqu!. Yo no poda dar un paso; estaba como tullido. El oficial, airado, viendo que no me retiraba y que ni siquiera me haba quitado el gorro, me agarr por el cuello del uniforme y me sacudi rudamente. No s lo que le dije. Sac la espada y yo desenvain. La vieja me agarr por el brazo, y el teniente me dio un golpe en la frente, cuya seal conservo todava. Retroced y de un codazo tir a Dorotea de espaldas; despus, como el teniente me persegua, le puse la punta del arma en el cuerpo y se la clav de parte a parte. Entonces, Carmen apag la lmpara y dijo a Dorotea en su lengua que huyese. Yo mismo escap a la calle, y me ech a correr sin saber hacia dnde. Me pareca que alguien me segua. Cuando volv en m, vi que Carmen no se haba separado de mi lado. Canario, bobo! me dijo; no sabes hacer ms que tonteras. Por eso te he dicho que te traer mala suerte. Bueno, hay remedio para todo, cuando se tiene por amiga a una flamenca de Roma17. Empieza por ponerte en la cabeza este pauelo, y tira ese cinturn. Esprame en este pasadizo. Vuelvo dentro de dos minutos. Desapareci, y me trajo inmediatamente una manta de rayas que haba ido a buscar no s dnde. Hizo que me quitara el uniforme y que me pusiera la manta por encima de la camisa. De esa guisa, y con el pauelo con el que me haba vendado la herida de la cabeza, me pareca bastante a un campesino valenciano, como los que hay en Sevilla, que vienen a17

Flamenca de Roma. Trmino de cal que designa las gitanas. Roma no quiere decir aqu la Ciudad Eterna, sino la nacin de los Romi o de los casados, nombre que se dan los gitanos. Los primeros que fueron vistos en Espaa vendran probablemente de los Pases Bajos, de donde los ha quedado el nombre de flamencos.

vender su horchata de chufas. Despus me llev a una casa semejante a la de Dorotea, al final de una callejuela. Entre ella y otra gitana me lavaron, me hicieron una cura mejor que la hubiera podido realizar un cirujano jefe, y me dieron a beber no s qu; por ltimo, me pusieron en un colchn y me dorm. Probablemente estas mujeres haban mezclado con la bebida alguna de esas drogas soporferas, de las que tienen el secreto, porque no me despert hasta muy tarde al da siguiente. Tena un fuerte dolor de cabeza y algo de fiebre. Pas algn tiempo hasta que vino a mi mente el recuerdo de la terrible escena en la que haba participado la vspera. Despus de haberme hecho la cura, Carmen y su amiga, ambas en cuclillas junto a mi colchn, intercambiaron algunas palabras en chipical, como si se tratara de una consulta de mdicos. Luego, ambas me aseguraron que estara curado pronto, pero que tena que abandonar Sevilla lo antes posible; pues si me cogan all, all sera fusilado sin remisin. Amigo mo me dijo Carmen, es preciso que hagas algo; ahora que el rey ya no te da ni arroz ni bacalao, tienes que pensar en ganarte la vida. Eres demasiado tonto para robar a pastesas 18, pero eres gil y fuerte: si tienes coraje, vete a la costa, y hazte contrabandista. No te he prometido que te ahorcarn? Es preferible eso a ser fusilado. Por lo dems, si sabes arreglrtelas, vivirs como un prncipe, tanto tiempo como los miones y los carabineros tarden en echarte mano. Fue de esta halagea manera como ese diablo de chica me mostr la nueva carrera a la que ella me destinaba, la nica, en verdad, que me quedaba, ahora que haba incurrido en la pena de muerte. Seor, cmo se lo dir? me convenci sin esforzarse mucho. Me pareca que me una a ella ms ntimamente por esta vida azarosa y en rebelda. Desde ese momento, cre haberme asegurado su amor. Haba odo hablar frecuentemente de algunos contrabandistas que recorran Andaluca, montados en un buen caballo, con el trabuco en la mano y su amante a la grupa. Me vea ya trotando por montes y valles con la encantadora gitana detrs de m. Cuando le hablaba de eso, se parta de risa, y me deca que nada hay tan hermoso como una noche pasada en el campamento, cuando cada rom se retira con su rom bajo su tienda pequea formada con tres aros, cubiertos por una manta. Si te tengo alguna vez en la montaa le deca estar seguro de ti. All, no hay ningn teniente para compartir conmigo. Ah! ests celoso responda. Peor para ti Cmo eres tan tonto? No ves que te quiero, puesto que no te he pedido dinero jams? Cuando hablaba as me daban ganas de estrangularla. Para resumir, seor, Carmen me proporcion un traje de paisano, con el cual sal de Sevilla sin ser reconocido. Fui a Jerez con una carta de Pastia para un vendedor de ans, en cuyo establecimiento se reunan contrabandistas. Me present a esa gente, cuyo jefe, apodado el Dancaire, me acept en su banda. Salimos para Gaucn, donde encontr a Carmen, que me haba dado cita all. En las correras, ella serva de espa a nuestra gente, y jams lo hubo mejor. Volva de Gibraltar y ya haba acordado con un patrn de navo el embarque de mercancas inglesas que debamos recoger en la costa. Fuimos a esperarlas cerca de Estepona, despus ocultamos una parte de ellas en la montaa; cargados con el resto, fuimos a Ronda. Carmen nos haba precedido. Ella fue tambin quien nos indic el momento de entrar en la ciudad. Ese primer viaje y algunos otros despus fueron positivos. La vida de contrabandista me gustaba ms que la de soldado; haca regalos a Carmen. Tena dinero y una amante. No tena remordimientos, pues, como dicen los gitanos: sarna con gusto no pica19. En todas partes ramos bien recibidos; mis compaeros me trataban bien, e incluso me18 19

Ostilar o, paslesa, robar con destreza, hurtar sin violencia. Sarapia sal pesquital, ne punzara.

manifestaban consideracin. La razn era que yo haba matado a un hombre, y haba algunos de ellos que no tenan semejante hazaa sobre su conciencia. Pero lo que ms me gustaba de mi nueva vida, era que vea a Carmen con frecuencia. Ella me mostraba ms amistad que nunca; ante los camaradas, sin embargo, no manifestaba ser mi amante; e incluso me haba hecho jurar con todo tipo de juramentos no decirles nada sobre ella. Yo era tan dbil ante esa criatura, que obedeca todos sus caprichos. Por otra parte, era la primera vez que se mostraba ante m con la reserva de una mujer honesta, y yo era bastante simple para creer que se haba corregido de verdad de sus maneras de antao. Nuestra banda, compuesta de ocho o diez hombres, no se reuna ms que en los momentos decisivos, y generalmente estbamos dispersos o de dos en dos, de tres en tres, en las ciudades y en los pueblos. Cada uno finga tener un oficio: ste era calderero, aqul chaln; yo era vendedor de mercera, pero no me mostraba casi por los lugares grandes a causa del mal asunto de Sevilla. Un da, o ms bien una noche, nuestra cita era en la parte de abajo de Vejer. El Dancaire y yo nos encontramos all antes que los otros. Pareca muy alegre. Vamos a tener un camarada ms me dijo. Carmen acaba de realizar una de sus mejores hazaas. Acaba de lograr que escape su rom del presidio de Tarifa. Yo comenzaba ya a comprender el cal, que hablaban casi todos mis camaradas y la palabra rom me caus un sobresalto. Cmo! su marido! entonces, est casada? pregunt al capitn. S, respondi con Garca el Tuerto, un gitano tan astuto como ella. El pobre muchacho estaba en un penal. Carmen ha seducido tan bien al cirujano del presidio, que ha obtenido la libertad de su rom. Ah! esta chica vale su peso en oro. Hace dos aos que intentaba la evasin. No haba logrado nada, hasta que se les ha ocurrido cambiar al cirujano jefe. Con ste parece que ha encontrado pronto el medio de entenderse. Puede usted imaginarse el placer que me produjo esta noticia. Pronto vi a Garca el Tuerto; era el monstruo ms horrible criado por los gitanos: negro de piel y ms negro de alma, era el mayor criminal que he encontrado en mi vida. Carmen vino con l; y cuando lo llamaba su rom delante de m, haba que ver los ojos que me pona y sus gestos cuando Garca volva la cabeza. Yo estaba indignado y no le habl durante toda la noche. Por la maana habamos hecho los bultos y ya estbamos de camino, cuando nos percatamos de que una docena de jinetes nos venan pisando los talones. Los fanfarrones andaluces que no hablaban ms que de matar a diestro y siniestro, pusieron enseguida una cara que daba lstima. Fue un slvese quien pueda general. El Dancaire, Garca, un muchacho bien parecido de cija llamado el Remendado y Carmen no perdieron la cabeza. Los dems haban abandonado los mulos y se haban dejado caer por los barrancos, donde los caballos no podan seguirlos. No podamos quedarnos con las caballeras, y nos apresuramos a desatar lo mejor del botn, y a cargarlo sobre los hombros, despus tratamos de escapar a travs de las rocas por las pendientes ms abruptas. Echbamos los bultos por delante de nosotros, y los seguamos lo mejor que podamos, deslizndonos sobre los talones. Mientras tanto, el enemigo nos disparaba, era la primera vez que oa silbar las balas, y no me impresion demasiado. Cuando se est delante de una mujer, no hay mucho mrito en burlarse de la muerte. Escapamos todos menos el pobre Remendado, que recibi una descarga en los riones. Arroj el fardo y trat de cogerlo. Imbcil! me grit Garca qu vamos a hacer con una carroa? remtalo y no pierdas las medias de algodn. Djalo, djalo me gritaba Carmen. La fatiga me oblig a soltarlo un momento, al abrigo de una roca. Garca avanz y le dispar el trabuco en la cabeza. Muy listo sera quien lo reconociera ahora, dijo, mirando el rostro que doce balas haban despedazado. Seor, sta es la hermosa vida que he llevado. Por la noche, nos encontramos entre la maleza, agotados de fatiga, sin nada que comer y arruinados por la

prdida de los mulos. Qu hizo este infernal Garca? sac una baraja del bolsillo, y se puso a jugar con el Dancaire a la luz de una hoguera que encendieron. Mientras tanto, yo estaba echado, mirando las estrellas, pensando en el Remendado, y dicindome que me dara igual estar en su lugar. Carmen estaba en cuclillas cerca de m y tocaba de vez en cuando las castauelas, canturreando. Despus, acercndose como para hablarme al odo, me bes, casi a pesar mo, dos o tres veces. Eres el diablo, le deca. S, me responda. Despus de algunas horas de reposo, se fue a Gaucn, y a la maana siguiente un cabrerillo vino a traernos pan. Permanecimos all todo el da, y nos acercamos a Gaucn por la noche. Esperbamos noticias de Carmen. No llegaba nada. De da, vemos a un mulero que conduca a una mujer bien vestida, con una sombrilla, y una chiquilla que pareca su sirvienta. Nos dice Garca: Ah tenemos dos mulas y dos mujeres que San Nicols nos enva; preferira cuatro mulas; pero no importa, con stas resuelvo mi problema! Cogi el trabuco y baj hacia el sendero, ocultndose en los matorrales. El Dancaire y yo lo seguamos a poca distancia. Cuando estuvimos prximos, nos presentamos y gritamos al mulero que parara. La mujer, al vernos, en vez de asustarse, y nuestro aspecto habra bastado para ello, solt una gran carcajada. Ah!, los lilipends que me toman por una eras20! Era Carmen, pero tan disfrazada, que no la habra reconocido si habla en otra lengua. Salt de la mula y charl con el Dancaire y Garca durante algn tiempo en voz baja; despus, me dijo: Canario, nos volveremos a ver antes de que seas ahorcado. Me voy a Gibraltar para los negocios de Egipto. Pronto oiris hablar de m. Nos separamos despus de que ella nos hubo indicado un lugar donde podramos encontrar cobijo por unos das. Esta chica era la providencia de nuestra banda. Recibimos pronto algn dinero que nos envi y un aviso que para nosotros vala ms: era que, tal da, dos milores ingleses partiran, e iran de Gibraltar a Granada por tal camino. A buen entendedor, pocas palabras bastan. Llevaban hermosas y buenas guineas. Garca quera matarlos, pero el Dancaire y yo nos opusimos. Les quitamos solamente el dinero y los relojes, adems de las camisas, que nos hacan mucha falta. Seor, se convierte uno en rufin sin darse cuenta. Una chica bonita te hace perder la cabeza, se pelea uno por ella, ocurre una desgracia, hay que vivir en el monte, y de contrabandista acaba uno en ladrn sin pensarlo. Nos pareci que no eran seguros para nosotros los alrededores de Gibraltar, despus del asunto de los milores, y nos adentramos en la serrana de Ronda. Usted me habl de Jos Mara; mire, es all donde lo conoc. Llevaba con l a su amante durante sus correras. Era una muchacha bonita, seria, modesta, de buenos modales; jams una palabra malsonante, y una abnegacin!... l, en cambio, la haca muy desgraciada. Andaba siempre corriendo detrs de todas, la maltrataba y adems algunas veces le daba por ponerse celoso. Una vez, le asest un navajazo. Pues bien, ella lo quera ms por ello. Las mujeres estn hechas as, sobre todo las andaluzas. Aqulla estaba orgullosa de la cicatriz que tena en el brazo y la mostraba como la cosa ms bella del mundo. Y adems, para colmo, Jos Mara era el peor camarada!... En una correra que hicimos, se las arregl tan bien que se qued con todo el botn, y nosotros con los golpes y las dificultades del asunto. Pero reanudo mi historia. Ya no oamos hablar de Carmen. El Dancaire dijo: Es preciso que uno de nosotros vaya a Gibraltar para tener noticias de ella; debe de haber preparado algn negocio. Yo ira de buena gana, pero soy demasiado conocido all. El Tuerto dijo: A m tambin me conocen, he hecho all tantas jugarretas a los cangrejos! y, como no tengo ms que un ojo, es difcil disfrazarme. As que tengo que ir yo? dije a mi vez, encantado con la sola idea de volver a ver a Carmen; veamos, qu20

Qu imbciles esos, que me toman por una seora !

hay que hacer? Los otros me dijeron: Da lo mismo que te embarques o que pases por San Roque, como prefieras, y cuando ests en Gibraltar, pregunta en el puerto dnde vive una vendedora de chocolate que se llama la Rollona; cuando la hayas encontrado, sabrs por ella lo que all pasa. Convinimos que saldramos los tres hacia la sierra de Gaucn, que dejara all a mis dos compaeros, y yo ira a Gibraltar como vendedor de fruta. En Ronda, un hombre de los nuestros me facilit un pasaporte; en Gaucn, me entregaron un burro: lo cargu de naranjas y melones y me puse en camino. Una vez en Gibraltar, comprob que conocan bien all a la Rollona, pero haba muerto o se haba ido a finibus terrae21, y su desaparicin explicaba, en mi opinin, por qu habamos perdido el medio de comunicarnos con Carmen. Dej el burro en una cuadra, y, cogiendo las naranjas, iba por la ciudad para venderlas, pero, de hecho, para ver si encontraba alguna cara conocida. All hay mucha canalla de todos los pases del mundo, y es la torre de Babel, pues no se logra dar diez pasos en una calle sin or hablar otras tantas lenguas. Vea mucha gente de Egipto, pero apenas me atreva a fiarme de ellos; yo los tanteaba y ellos me tanteaban a m. Suponamos bien que ramos unos tunantes; lo importante era saber si ramos de la misma banda. Despus de dos das transcurridos en paseos intiles, no haba sabido nada ni de la Rollona, ni de Carmen, y pensaba volver junto a mis camaradas, despus de haber hecho algunas compras, cuando pasendome por una calle, al atardecer, oigo una voz de mujer que me dice desde una ventana: Naranjero!... Levanto la cabeza, y veo a Carmen en un balcn, acodada con un oficial de uniforme rojo, charreteras doradas, pelo rizado y aspecto de gran milord. Por lo que a ella respecta, estaba magnficamente vestida: un chal por los hombros, un peinecillo de oro, toda de seda; la buena pieza, siempre la misma!, se parta de risa. El ingls, chapurreando el espaol, me grit que subiera, que la seora quera naranjas; y Carmen me dijo en vascuence: Sube y no te extraes de nada. Viniendo de ella, nada efectivamente deba extraarme. No s si tuve ms alegra que pesar al volver a encontrarla. Haba en la puerta un criado ingls alto, empolvado, que me condujo a un magnfico saln. Inmediatamente Carmen me dijo en vascuence: T no sabes una palabra de espaol, t no me conoces. Despus, volvindose hacia el ingls: Ya se lo deca yo, enseguida me he dado cuenta de que era vasco; va usted a or una lengua muy rara. Qu aspecto de bobo tiene verdad? Parece un gato sorprendido en una despensa. Y t, le dije en mi lengua, tienes aspecto de una tunanta desvergonzada y me dan unas ganas enormes de rajarte la cara delante de tu galn. Mi galn!, dijo, vaya! lo has adivinado t solo? Y ests celoso de este imbcil? Eres an ms ingenuo que antes de nuestros encuentros en la calle del Candilejo. No ves, tonto, que estoy haciendo en este momento los negocios de Egipto, y de la manera ms brillante? Esta casa es ma, las guineas del cangrejo sern mas; lo manejo a mi antojo; lo llevar al sitio de donde no saldr jams. Y yo le dije si sigues haciendo los negocios de Egipto de esta manera, har que no vuelvas a empezar ms. Ah! claro que s! Eres acaso mi rom para mandar en m? Al Tuerto le parece bien, qu tienes t que ver en ello? No deberas estar ms que contento por ser el nico que pueda llamarse mi minchorro22? Qu es lo que dice? pregunt el ingls. Dice que tiene sed y que echara un trago gustosamente respondi Carmen. Y se dej caer en un canap echndose a rer por su traduccin.

21 22

A galeras, o por mejor decir, a todos los diablos. Mi amante, o mejor dicho, mi capricho.

Seor, cuando aquella chica se rea no haba forma de hablar razonablemente. Todo el mundo rea con ella. Aquel ingls alto tambin se ech a rer, como el imbcil que era, y mand que me trajeran algo de beber. Mientras beba: Ves esa sortija que lleva en el dedo?, dijo ella; si t quieres, te la regalar. Respond: Dara un dedo de la mano por tener a tu milord en el monte, cada uno empuando una makila. Makila? qu quiere decir eso? pregunt el ingls. Makila dijo Carmen, rindose sin parar es una naranja. No es una palabra muy graciosa para una naranja? Dice que querra hacerle comer a usted una makila. S? dijo el ingls. Pues bien!, trae maana ms makila. Mientras hablbamos, el criado entr y dijo que la cena estaba preparada. Entonces el ingls se llevant, me dio una piastra y ofreci a Carmen el brazo, como si no pudiera andar sola. Carmen, rindose an, me dijo: Muchacho, no puedo invitarte a cenar; pero maana, en cuanto oigas el tambor para pasar revista, ven aqu con naranjas. Encontrars una habitacin mejor amueblada que la de la calle del Candilejo y vers si sigo siendo tu Carmencita. Y adems hablaremos de los asuntos de Egipto. No respond nada, y estaba en la calle cuando el ingls me gritaba: Traiga maana makila! y yo oa las carcajadas de Carmen. Sal sin saber qu hacer, apenas dorm y por la maana me encontraba tan irritado contra la traidora que haba resuelto marcharme de Gibraltar sin volver a verla; pero, al primer redoble de tambor, desapareci todo mi coraje: cog mi cesta de naranjas y acud a casa de Carmen. La celosa estaba entreabierta y vi sus grandes ojos negros que me acechaban. El criado empolvado me hizo pasar inmediatamente; Carmen lo mand a hacer un recado, y en el momento en que estuvimos solos, lanz una de sus risas de cocodrilo y se me ech al cuello. Jams la haba visto tan guapa. Adornada como una Virgen, perfumada... muebles tapizados de seda, cortinas bordadas... Ah!... y yo vestido como lo que era, como un ladrn. Minchorro! deca Carmen me dan ganas de romper aqu todo, prender fuego a la casa y huir a la sierra. Qu ternezas!... y despus, qu risas!... y bailaba y desgarraba sus volantes: ni un mono hizo jams ms piruetas, muecas, travesuras. Cuando recobr la seriedad: Escucha dijo se trata de Egipto. Quiero que me lleve a Ronda, donde tengo una hermana monja... (Aqu nuevas carcajadas.) Pasamos por un sitio que har que te digan. Cais sobre l: desplumado! Lo mejor sera que os lo carguis; pero, aadi con una sonrisa diablica que tena en ciertos momentos, sonrisa que nadie entonces deseaba imitar, sabes lo que habra que hacer? Que el Tuerto aparezca primero. Vosotros os quedis un poco detrs; el cangrejo es valiente y diestro: tiene buenas pistolas... Comprendes?... Se detuvo con una nueva carcajada, que me hizo estremecer. No le dije: odio a Garca, pero es un camarada. Quiz un da te libre de l, pero arreglaremos las cuentas a la manera de mi pas. Yo slo soy gitano por casualidad; y, para algunas cosas ser siempre navarro fino, como dice el proverbio. Contest: Eres un estpido, un bobo, un verdadero payo. Eres como el enano que se cree grande cuando ha logrado escupir lejos23. No me quieres, vete! Cuando me deca: Vete!, no poda irme. Promet marcharme, volver junto a mis camaradas y esperar al ingls; ella, por su parte, me prometi estar mala hasta el momento de salir de Gibraltar para Ronda. Permanec dos das ms en Gibraltar. Tuvo la audacia de venir a verme disfrazada a la posada. Me march; yo tena tambin mi plan. Volv para la cita,23

Or esorgi de or narsichisl, sin chismar lachinguel, proverbio gitano. Las hazaas de un enano son escupir lejos.

sabiendo el lugar y la hora en que el ingls y Carmen deban pasar. Encontr al Dancaire y a Garca esperndome. Pasamos la noche en un bosque, junto a una hoguera de pias, que ardan de maravilla. Propuse a Garca jugar a las cartas. Acept. En la segunda partida le dije que estaba haciendo trampas; se ech a rer. Le arroj las cartas a la cara. Quiso coger el trabuco; lo pis y le dije: Dicen que sabes manejar la navaja como el mejor jaque de Mlaga, quieres probar conmigo? El Dancaire quiso separarnos. Yo haba dado dos o tres puetazos a Garca. La ira lo haba envalentonado; sac su navaja y yo la ma. Ambos dijimos al Dancaire que nos dejara el campo libre y juego limpio. Vio que no haba manera de detenernos y se apart. Garca estaba ya doblado en dos como un gato dispuesto a lanzarse sobre un ratn. Sostena el sombrero con la mano izquierda para parar los golpes, con la navaja adelantada. Es la guardia andaluza. Yo me puse a la navarra, derecho frente a l, levantado el brazo izquierdo, avanzada la pierna izquierda, la navaja a lo largo del muslo derecho. Me senta ms fuerte que un gigante. Se lanz hacia m como una flecha; gir sobre el pie izquierdo y ya no encontr nada ante s; pero yo lo alcanc en la garganta y la navaja la atraves de tal manera que mi mano se encontr bajo su mentn. Gir la hoja con tanta fuerza que se rompi. Todo haba acabado. La hoja sali de la herida lanzada por un borbotn de sangre del grosor de un brazo. Cay de bruces, rgido como una estaca. Qu has hecho?, me dijo el Dancaire. Escucha, le dije: no podamos vivir juntos. Amo a Carmen y quiero ser el nico. Adems, Garca era un bellaco, y me acuerdo de lo que le hizo al pobre Remendado. Ya no somos ms que dos, pero somos buenos muchachos. Vamos, me aceptas por amigo hasta la muerte?, el Dancaire me tendi la mano. Era un hombre de cincuenta aos. Al diablo con los amoros!, exclam. Si le hubieras pedido a Carmen, l te la habra vendido por una piastra. No somos ms que dos, cmo nos apaaremos maana? Djame hacer a m solo, le respond. Ahora me ro del mundo entero. Enterramos a Garca y nos fuimos a poner el campamento a doscientos pasos ms lejos. Al da siguiente, Carmen y su ingls pasaron con dos muleros y un criado. Dije al Dancaire: Yo me encargo del ingls. Asusta t a los otros, no estn armados. El ingls era valiente. Si Carmen no le hubiera empujado el brazo, me habra matado. En resumen, aquel da reconquist a Carmen y lo primero que le dije es que estaba viuda. Cuando supo cmo haba ocurrido: Siempre sers un lilipend, me dijo. Garca deba haberte matado. Tu guardia navarra no es ms que una tontera y l ha mandado al otro mundo a ms hbiles que t. Haba llegado su hora. La tuya llegar: Y la tuya, respond, si no eres para m una verdadera rom. Muy bien, dijo; he visto ms de una vez en los posos de caf que debamos acabar nuestros das juntos. Bah! El tiempo dir. Y toc las castauelas como haca siempre que quera apartar alguna idea inoportuna. Uno no se da cuenta cuando habla de s mismo. Todos esos detalles le aburren a usted, sin duda, pero acabo enseguida. La vida que llevbamos dur bastante tiempo. El Dancaire y yo nos habamos asociado con algunos camaradas ms fieles que los primeros, y nos dedicbamos al contrabando, y tambin a veces, hay que confesarlo, echbamos el alto en el camino real, pero en ltimo extremo, y cuando no podamos hacer otra cosa. Por lo dems, no maltratbamos a los viajeros y nos limitbamos a quitarles el dinero. Durante algunos meses estuve contento de Carmen; continuaba siendo til para nuestras operaciones, informndonos sobre los buenos golpes que podramos dar. Estaba unas veces en Mlaga, otras en Crdoba, otras en Granada; pero a una palabra ma, lo dejaba todo, y vena a encontrarse conmigo en una venta aislada, incluso en el campamento. Solamente una vez, en Mlaga, surgi un problema. Supe que le haba echado el ojo a un negociante muy rico, con el que se propona probablemente volver a empezar la broma de Gibraltar. A pesar de todo lo que pudo decirme

el Dancaire para detenerme, part y entr en Mlaga en pleno da. Busqu a Carmen y me la llev inmediatamente. Tuvimos un agrio altercado. Sabes, me dijo, que desde que eres mi verdadero rom, te quiero menos que cuando eras mi minchorro? No quiero ser maltratada y mucho menos mandada. Lo que quiero es ser libre y hacer lo que me plazca. No me agotes la paciencia. Si me fastidias, encontrar a algn muchacho complaciente que te haga lo que t has hecho al tuerto. El Dancaire nos reconcili; pero nos habamos dicho cosas por las que estbamos resentidos el uno con el otro y ya no nos tratbamos como antes. Poco despus sucedi una desgracia. La tropa nos sorprendi. Mataron al Dancaire y a dos de mis camaradas; apresaron a otros dos. Yo fui herido gravemente, y, a no ser por mi buen caballo, habra cado en manos de los soldados. Extenuado de fatiga, con una bala en el cuerpo, fui a ocultarme en un bosque con el nico compaero que me quedaba. Al apearm