Monseñor Lefebvre - autoridad

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  • 7/30/2019 Monseor Lefebvre - autoridad

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    LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA Y EN LA SOCIEDAD CIVIL

    Marcel Lefebvre

    En una reciente alocucin pblica del mes de octubre ltimo, nuestro Santo Padre el Papa

    Paulo VI nos pona en guardia sobre la interpretacin errnea de ciertas afirmaciones del

    Concilio concernientes a la dignidad de la persona humana, interpretaciones que

    conduciran a rechazar la autoridad y a despreciar la obediencia.

    Los hechos que manifiestan las consecuencias de esas falsas interpretaciones son tan

    numerosos en esta poca postconciliar que justifican ampliamente los temores de nuestro

    Santo Padre el Papa. No estamos violentamente agitados por esas revueltas abiertas de

    ciertos grupos de Accin Catlica contra sus obispos, de seminaristas contra sus

    Superiores, de sacerdotes, de religiosos, de religiosas que manifiestan una actividad dedesprecio para con la autoridad y que hacen imposible su ejercicio?

    La dignidad humana, la exaltacin de la conciencia personal convertida en regla suprema

    de la moralidad, los carismas personales son los pretextos para reducir la autoridad a un

    principio de unidad sin poder alguno. Cmo no comparar esta fermentacin, preludio de

    rebelin, con el libre examen que ha sido la fuente de las grandes calamidades de estos

    ltimos siglos?

    Nos parece de la mayor oportunidad restablecer la verdadera nocin de autoridad, y a

    este efecto mostrar los beneficios que la Providencia quiere que la autoridad produzca enlas dos sociedades naturales de derecho divino que en el mundo tienen sobre cada

    individuo una influencia primordial: la familia y la Sociedad Civil.

    Naturaleza de la autoridad.

    Es conveniente recordar que la autoridad es la causa formal de la Sociedad. Corresponde a

    su naturaleza dirigir y orientar todo lo que ocurre al fin de la sociedad, o sea el bien

    comn de todos los miembros. Siendo seres inteligentes los miembros de una sociedad, la

    autoridad les conducir hasta su fin comn por normas o leyes, velar a su aplicacin y

    sancionar a quienes se opongan.

    El sujeto de la autoridad podr ser designado de diversas maneras, pero el poder que

    tenga ese sujeto, es decir, la facultad de dirigir a otros seres humanos, no puede ser ms

    que una participacin en la autoridad de Dios. Siendo mltiples las sociedades, las

    regulaciones concernientes al ejercicio de la autoridad podrn ser muy diversas pero

    jams podrn impedir que la autoridad sea de origen divino: "No hay autoridad sino por

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    Dios" (San Pablo, a los Romanos, 13, 1). "No tendras ningn poder sobre m si no te

    hubiera sido dado de lo alto", dijo Nuestro Seor a Pilato (San Juan, 19, 11).

    En su tratado de filosofa (tomo IV, 384), Jolivet nos describe as la primera fuente de la

    autoridad: " Slo Dios tiene el derecho absoluto de mandar, porque un tal derecho, que

    consiste en obligar las voluntades, no puede pertenecer ms que a aqul que da el ser y la

    vida. As decimos que Dios es el "Derecho Vivo" porque es el primer principio de todo lo

    que es. De ello se deduce que toda autoridad, en cualquier sociedad, no puede ejercerse

    ms que a ttulo de una delegacin de Dios.

    Todo jefe investido de un poder legtimo es el representante de Dios."

    Teniendo por objeto la autoridad el bien comn de los miembros y deseando los mismos

    miembros la obtencin de ese bien de su propia determinacin, jams debera haber

    choques entre la autoridad y los miembros que persiguen el mismo objetivo. No debera

    haber en s oposicin entre el jefe y el sbdito, entre la autoridad y la libertad. Si hay

    choque y desacuerdo es porque la autoridad ya no busca el verdadero bien comn o

    porque el sbdito hace prevalecer su bien personal al verdadero bien comn. Salvo

    evidencia en contrario, la autoridad legtima y prudente es juez del bien comn, y los

    miembros deben someterse a priori a su juicio. Hacer prevalecer el juicio personal sobre el

    de la autoridad legtima es destruir la sociedad. Someterse a las normas de la autoridad

    legtima es ejercitar la virtud de obediencia, de la que Nuestro Seor nos dio un emotivo

    ejemplo sacrificando hasta su vida por obediencia. "Obediens usque ad mortem."

    San Po X, en su carta "Notre charge apostholique" del 25 de agosto de 1910, escribe; "Esque acaso esta sociedad de seres independientes y desiguales por naturaleza no tiene

    necesidad de una autoridad que dirija su actividad hacia el bien comn y que imponga su

    ley?... Se puede afirmar con alguna sombra de razn que hay incompatibilidad entre la

    autoridad y la libertad, a menos que uno se engae groseramente sobre el concepto de

    libertad ? Se puede ensear que la obediencia es contraria a la dignidad humana y qu el

    ideal sera sustituir la obediencia por la "autoridad consentida"? Es que acaso el apstol

    San Pablo no tuvo a la vista la sociedad humana en todas sus utopas posibles, cuando

    ordenaba a los fieles estar sometidos a toda autoridad?... Es que el estado religioso,

    fundado sobre la obediencia, sera contrario al ideal de la naturaleza humana? Es que lossantos, que han sido los ms obedientes de los hombres, eran esclavos o degenerados?..."

    Resulta, pues, evidente que la autoridad es la piedra angular de toda sociedad.

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    Beneficio de la autoridad en la sociedad familiar

    Si hay un perodo de la vida humana en el curso del cual la autoridad juega un papel

    importante es, desde luego, el que va desde el nacimiento a la mayora de edad. Es, desde

    luego, una maravillosa institucin divina la de la familia en el seno de la cual el hombre

    recibe la existencia, pero una existencia altamente limitada que le ser preciso un largo

    perodo de educacin, dispensada, en primer lugar, por los padres y despus por aquellos

    que colaboran con los padres.

    El nio recibe todo de su padre y de su madre: alimento corporal, intelectual, religioso,

    educacin moral y social. Los padres se hacen ayudar por maestros, que, en el espritu de

    los nios, comparten la autoridad de los padres. Ya sea por el intermedio de los maestros

    o ya por la de los padres, la ciencia que adquiere el nio ser mucho ms una ciencia

    aprendida, recibida, aceptada, que una ciencia adquirida por la inteligencia, por la

    evidencia de los juicios y de los razonamientos.

    El joven estudiante cree en sus padres, en sus maestros, en sus libros, y de este modo sus

    conocimientos se extienden, se multiplican con una certeza perfectamente legtima. Su

    ciencia propiamente dicha, la que puede dar cuenta de su saber, es muy limitada. Si se

    piensa en el conjunto de los nios, de la juventud, en la humanidad de hoy y de ayer, se

    comprueba que la transmisin de los conocimientos se debe mucho ms a la autoridad

    que la transmite que a la evidencia personal de la ciencia adquirida.

    Ciertamente, si se trata de estudios superiores, la juventud adquiere conocimientos ms

    personales y se esfuerza por conocer las disciplinas estudiadas de la misma manera quesus mismos maestros las conocen. Pero la abundancia de los conocimientos hoy

    necesarios no permite al estudiante llegar hasta las ltimas pruebas y experiencias. Por

    otra parte, ciencias como la historia, la geografa, la arqueologa, las artes, no pueden en

    verdad reposar ms que sobre la fe en los maestros y en los libros. Cuando se trata de

    conocimientos religiosos, de la prctica de la religin, del ejercicio de la moral conforme a

    la religin, a las tradiciones, a las costumbres, todava eso es ms cierto que para otras

    ciencias. Los hombres generalmente viven conforme a la religin que han recibido de sus

    padres, sobre todo si se trata de una religin revelada, fundada sobre la autoridad. La

    conversin a una religin distinta encuentra un enorme obstculo en la ruptura con lareligin ancestral. Un ser humano permanece siempre sensible al recuerdo de la religin

    materna.

    Gran influencia conserva durante toda la vida del hombre la educacin recibida en la

    familia y del conjunto de maestros, que completan la educacin familiar. Nada persevera

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    tanto en el individuo como sus tradiciones familiares. Esto es cierto sobre toda la

    superficie del globo.

    Esta extraordinaria funcin de la familia y del medio educador es providencial. Est

    querida por Dios. Es normal que los nios guarden la religin de sus padres, lo mismo que

    es normal que al convertirse el jefe de familia se convierta toda su familia. El ejemplo lo

    encontramos dado con frecuencia en el Evangelio y en los Hechos de los Apstoles.

    Dios ha querido que sus beneficios se transmitan a los hombres, en primer lugar, por la

    familia. Por ello concedi al padre de familia esa gran autoridad que le confiere un

    inmenso poder sobre la sociedad familiar, sobre su esposa, sobre sus hijos. Cuanto

    mayores son los bienes a transmitir, ms grande es la autoridad.

    El nio nace en una debilidad tan grande, tan imperfecta, se podra decir tan incompleta,

    que de ello puede deducirse la absoluta necesidad de la permanencia del hogar y de su

    indisolubilidad.

    Querer exaltar la personalidad y la conciencia personal del nio en detrimento de la

    autoridad familiar es hacer la desgracia de los nios, empujarlos a la revuelta, al desprecio

    de los padres, siendo as que la longevidad est prometida a quienes honran a sus padres.

    Ciertamente, San Pablo pide a los padres que no provoquen la clera de sus hijos, pero

    aade: Criadlos en disciplina y en la enseanza del Seor (Efesios, 6, 4). Se aparta uno de

    la vida establecida por Dios al pretender que la verdad, con slo su fuerza y luz, debe

    indicar a los hombres la verdadera religin.

    En realidad, Dios ha previsto la transmisin de la religin por los padres y por testigos

    dignos de confianza de aquellos que los escuchan. Si hubiera que esperar a tener la

    inteligencia de la verdad religiosa para creer y convertirse, habra pocos cristianos en la

    hora presente. Se cree en las verdades religiosas porque los testigos son dignos de crdito,

    por su santidad, su desinters, su caridad. Se cree en la religin verdadera porque colma

    los deseos profundos de un alma humana recta: en particular al darla una Madre celestial,

    Mara; un padre visible, el Papa; un alimento divino, la Eucarista.

    Nuestro Seor no pregunt a quienes convirti si comprendan, sino si crean. Pues la fe

    viva da la inteligencia, como dice San Agustn.

    Es evidente en el caso de la sociedad familiar prevista por la Caridad de Dios para el

    primer perodo de toda vida humana, que los beneficios de la autoridad son inmensos,

    indispensables y la va ms segura para una educacin completa que prepara para la vida

    adulta en la Sociedad Civil y en la Iglesia. Es obvio que no olvidamos la importante ayuda

    aportada por la Iglesia a la familia, ayuda indispensable a la vida cristiana y a la perfeccin

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    humana. Pero cuando llega el momento en que la familia desaparece, su lugar ser

    llenado por las dos Sociedades, la Sociedad civil y la Iglesia, pues es evidente que el ser

    humano, incluso educado, es incapaz de continuar su vocacin sin la ayuda de una y otra.

    Beneficios de la autoridad en la Sociedad civil.

    Puede, en efecto, afirmarse que el hombre llegado a su mayor edad no tenga ya

    necesidad de socorros para continuar progresando en sus conocimientos, mantenerse en

    la virtud y desempear su funcin en la sociedad? Si la familia ha terminado su tarea

    esencial, es claro que la sociedad civil y la Iglesia siguen siendo los medios normales para

    darle, sta los medios espirituales, aqulla el ambiente social favorable para una vida

    virtuosa y orientada hacia el fin ltimo al cual todo en este mundo est ordenado por la

    Providencia divina.

    Conviene recordar aqu, con la enseanza tradicional de la Iglesia y con la de todos los

    Papas del siglo pasado, que el Estado, la sociedad civil, tiene un papel importante que

    realizar cerca de los ciudadanos para ayudarles y alentarles en la fe y en la virtud. No se

    trata en modo alguno de coaccin en el acto de fe, no se trata de coaccin sobre la

    conciencia de la persona en sus actos internos y privados. Se trata del papel natural de la

    sociedad civil querido por Dios para ayudar a los hombres a obtener su fin ltimo.

    "Nadie puede dudar, dice el Papa Len XIII (Libertas), que la existencia de la sociedad civil

    es obra de la voluntad de Dios, ya se considere esta sociedad en sus miembros, ya en su

    forma, que es la autoridad, ya en su causa, ya en los copiosos beneficios que proporciona

    al hombre..."

    Po XI afirma a su vez: "Dios destin al hombre a vivir en sociedad como la naturaleza lo

    pide. En el plan del Creador, la sociedad es el medio natural del cual el hombre puede y

    debe servirse para alcanzar su fin" (Divini Redemptoris). Y en otro lugar (Ad Salutem): "Los

    prncipes y los gobernantes, recibieron el poder de Dios a fin de que cada uno, en los

    lmites de su propia autoridad, se esfuerce en realizar los designios de la Divina

    Providencia en los que son colaboradores, no solamente no deben hacer nada que pueda

    influir en detrimento de las leyes, de la justicia y de la autoridad cristiana, sino que deben

    facilitar a sus sbditos el conocimiento y la adquisicin de los beneficios imperecederos."

    Po XII (11 de junio de 1941) dijo tambin: "De la forma dada a la sociedad, conforme o no

    a las leyes divinas, depende y resulta el bien o el mal de las almas, es decir, el hecho que

    los hombres llamados a ser vivificados por la gracia de Dios respiren, en las contingencias

    terrestres del curso de la vida, el aire sano y vivificante de la verdad y las virtudes morales,

    o, al contrario, el microbio mrbido y muchas veces mortal del error y de la depravacin."

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    El Padre Jolivet (Tratado de filosofa, t. IV, Moral, nm. 435) concluye de una manera muy

    clara su estudio sobre el origen del poder en la sociedad civil: "Cualquiera que sea el

    punto de vista que se adopte sobre la causa eficiente de la realidad social, la doctrina del

    origen natural de la sociedad civil implica este principio esencial: que la sociedad poltica,

    al reunir de una manera permanente, con vistas al bien comn temporal, a las

    agrupaciones particulares de familias e individuos, es una institucin querida por Dios,

    autor de la naturaleza, o, en otros trminos, que es de derecho divino natural. Es

    disminuir en gran manera la funcin general del Estado el hacer de la felicidad temporal

    una idea exclusivamente materialista. La felicidad temporal depende en muy gran parte

    de las virtudes intelectuales y morales de los ciudadanos, de la moralidad pblica, es decir,

    del feliz desenvolvimiento de todas las actividades morales y espirituales del hombre y, en

    primer lugar, de la vida religiosa de la nacin... Esta tarea tiene un aspecto negativo y un

    aspecto positivo..."

    Debemos insistir sobre la relacin ntima de la funcin temporal del Estado con la religin.

    Pues en eso se encuentra, en verdad, la clave de numerosos problemas que preocupan a

    los gobernantes y a la misma Iglesia: problemas de justicia social, problemas del hambre,

    de la paz, problemas de la regularizacin de los nacimientos, etc... Es ilusorio tratar esos

    problemas fuera de una concepcin catlica de la ciudad: se intentar paliar

    momentneamente ciertos desrdenes, se solucionarn algunos problemas locales, pero

    no se atacarn en su raz las llagas de la humanidad.

    Es preciso decir y repetir lo que la Iglesia ha proclamado siempre: la solucin de los

    problemas sociales est en el Reinado social de Nuestro Seor Jesucristo, tal como nos es

    enseado en el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia. "Sin M nada podis hacer", dijo

    Nuestro Seor (Juan, 15, 5).

    Que se numeren las actuales llagas sociales y rpidamente percibiremos que tienen su

    fuente en la ignorancia o en la negacin de la verdadera justicia social y de la moral

    familiar e individual. Y cuando esta ignorancia o esta negacin se expresan en la

    legislacin, el mal se convierte en permanente y a escala de toda la nacin.

    Querer instaurar una justicia social entre los empleados y empresarios sin los principios de

    la justicia cristiana es ir al capitalismo totalitarista que tiende a la hegemona financiera ytecnocrtica mundial o al totalitarismo comunista. Hacer del bienestar material el nico

    fin de la sociedad civil y de la actividad social es ir rpidamente hacia la decadencia

    intelectual y moral.

    Si se trata del matrimonio y de todo lo que le concierne, slo la doctrina catlica preserva

    realmente esta institucin que es la base misma de la sociedad civil y a quien, en

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    consecuencia, le interesa en grado mximo. Divorcio, limitacin de nacimientos,

    contracepcin, homosexualidad, poligamia... son llagas mortales para el Estado. Slo la

    Iglesia aporta los verdaderos remedios contra ellas.

    Las relaciones sociales entre funcionarios y administrados, entre el Estado y los

    ciudadanos, el verdadero amor de la patria, las relaciones internacionales estn muy

    ntimamente dependientes de la concepcin de la moral social. Slo la religin catlica

    aporta los principios de justicia, de equidad, de conciencia profesional, de dignidad

    humana, conformes a la vida social tal como Dios la ha querido y la quiere siempre.

    La educacin y los medios de comunicacin social, que hoy completan y continan la

    educacin, tienen lazos muy ntimos con las costumbres honestas, con la virtud y la base

    y, en consecuencia, con la verdadera religin.

    Es dar prueba de gran ignorancia o fingir ignorancia el no querer reconocer que todas las

    religiones, excepto la verdadera, la religin catlica, aportan con ellas un cortejo de taras

    sociales, que son la vergenza de la humanidad: baste pensar en el divorcio, la poligamia,

    la contracepcin, la unin libre, etc...En lo que concierne a la familia; que se piense

    tambin, en el campo mismo de la existencia de la sociedad, en las dos tendencias que la

    arruinan: una tendencia revolucionaria, destructora de la autoridad, tendencia

    demaggica, fermento de continuos desrdenes fruto del libre examen, o una tendencia

    totalitaria y tirnica que hace del partido o de la persona en el poder fundamento del

    derecho. La historia de los ltimos siglos constituye una ilustracin elocuente de esta

    realidad.

    Es, pues, inconcebible que los gobiernos catlicos se desinteresen de la religin o que

    admitan por principio la libertad religiosa en el terreno pblico. Sera desconocer el fin de

    la sociedad, la extrema importancia de la religin en el campo social y la diferencia

    fundamental entre la verdadera religin y las otras en el campo de la moralidad, elemento

    capital para la obtencin del fin temporal del Estado.

    Tal es la doctrina enseada desde siempre por la Iglesia, Confiere a la sociedad un papel

    capital en el ejercicio de la virtud de los ciudadanos, por tanto indirectamente en la

    obtencin de su salud eterna. Ahora bien, la fe es la virtud fundamental que condiciona a

    las otras. Es, por tanto, deber de los gobernantes catlicos proteger la fe y mantenerla,

    favorecindola sobre todo en el campo de la educacin.

    Jams se insistir bastante sobre el papel providencial de la autoridad del Estado para

    ayudar y sostener a los ciudadanos en la adquisicin de su salud eterna. Toda criatura ha

    sido ordenada y permanece ordenada a este fin en este mundo. Las sociedades: familia,

    Estado, Iglesia, cada una en su lugar, han sido creadas por Dios con ese objeto. No se

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    puede negar la historia de las naciones catlicas: su conversin a la fe catlica pone de

    manifiesto el papel providencial del Estado, hasta tal punto que se debe legtimamente

    afirmar que su participacin en la salud eterna de la humanidad es capital o al menos

    preponderante. El hombre es dbil, el cristiano es vacilante. Si todo el aparato y el

    condicionamiento social del Estado es laico, ateo, arreligioso, con mayor razn si es

    perseguidor de la Iglesia, quin se atrever a decir que ser fcil a los no catlicos;

    convertirse y a los catlicos permanecer fieles? Ms que nunca, con los modernos medios

    de comunicacin social que se multiplican, el Estado tiene una influencia importante sobre

    el comportamiento de los ciudadanos, sobre su vida interior y exterior y, en consecuencia,

    sobre su actitud moral y, en definitiva, sobre su destino eterno. Esto es, por desgracia,

    cierto, sobre todo para aquellos que intelectual, moral y econmicamente son ms

    dbiles.

    Sera, pues, criminal alentar a los Estados catlicos a laicizarse, a desinteresarse de la

    religin, a permitir, sin hacer diferencias, que el error y la inmoralidad se propaguen, y

    bajo el falso pretexto de la dignidad humana introducir un fermento disolvente de la

    sociedad. Una libertad religiosa erigida en derecho pblico en virtud de un mal llamado

    derecho natural, una exaltacin de la conciencia individual que va hasta legitimar la

    objecin de conciencia, son evidentemente contrarias al bien comn. Esto es lo que el

    Magisterio tradicional de la Iglesia ha enseado siempre como una doctrina inmutable.

    El Papa Po XII deca (Summi Pontificatus): La soberana civil ha sido establecida por el

    Creador... para que haga ms factible a la persona humana, en el orden temporal, la

    consecucin de la perfeccin fsica, intelectual y moral, y en esto, ya se trate de la

    autoridad en la familia, de la autoridad del Estado o de la Iglesia, no se puede sino admirar

    el designio de la Providencia, de la Paternidad divina, que nos concede gratuitamente la

    existencia, la vida sobrenatural, el ejercicio de la virtud y, en definitiva, la perfeccin o la

    santidad por medio de estas autoridades.

    La autoridad es, en realidad, una participacin en el Amor divino que de s se extiende y se

    difunde. La autoridad no tiene otra razn de ser que la de esparcir esta Caridad divina que

    es Vida y Salvacin. Pero esta caridad es exigente por su propia naturaleza. En efecto, el

    Amor divino no puede querer sino el Bien y el Bien Supremo que es Dios. Al darnos Dios la

    Vida, que es una participacin en su Amor, nos la orienta inflexiblemente, la dirige hacia el

    Bien. Obliga. Nos liga por su Amor al Bien y a la virtud. Nos da la orientacin de su amor

    por medio de sus Leyes. Nos ordena que las cumplamos y nos amenaza si rechazamos su

    Amor, que es nuestro Bien.

    As es para todas las autoridades. Toda legislacin legtima es el vehculo del Amor divino,

    toda puesta en aplicacin de estas leyes no es ms que la expresin del Amor divino en los

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    hechos, en los actos, y, por tanto, una adquisicin de virtud. Esas leyes se dirigen a

    nuestra inteligencia y a nuestra voluntad, que, ay!, pueden negarse a ser los vehculos del

    Amor de Dios, Esas negativas harn necesarias sanciones sobre quienes ponen as

    obstculo al Amor, a la Vida, al Bien y, en definitiva, a Dios. No se puede concebir, en

    efecto, la autoridad sin los poderes de legislacin, de gobierno y de justicia. Estas tres

    manifestaciones encuentran su sntesis en el Amor divino, que en s mismo lleva su

    manifestacin, su ejercicio y su sancin.

    Ojal podamos, como conclusin de este resumen muy incompleto sobre la grandeza de

    la autoridad en los designios de Dios, compartir los sentimientos d San Pablo y decir con

    l (Efesios, III, 14-15): "Doblo mis rodillas ante el Padre, de quien procede toda familia en

    los cielos y en la tierra."