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REVUE BIMENSUELLE

REVUE BIMENSUELLE · 2018. 2. 2. · guiado únicamente por su gusto y capricho, tomando el espacio. a su ... nombre: « Villalambre significa villa de alambre, si bien a la con

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  • REVUE BIMENSUELLE

  • PUBLlCACION QUINCENAL

    DIRECTOR: A. FERNANDEZ ESCOBES

    COLABORADORES: Los Autores clásicos, los grander. Maestros de la no-vela corta y los siguientes

    contemporáneos:

    Mario AGUILAR Victol' ALBA

    Domenec de BELLMUNT Juan B. BERGUA

    Alfonso CA M I N Lui" CAPDEVI LA

    Alejandro CASONA Mercedes COMAPOSADA

    F. CONTRERAS PAZO Ezequiel ENDERIZ

    Antonio ESPINA Angel FERRAN

    J . GARCIA PRADAS Ramo" J. SENDER

    Roberto MADRID Dr. Félix MARTI I BAñEZ

    Alvaro de ORRIOLS José María PUYOL

    Mateo SANTOS Arturo SERRANO PLAJA

    Edua,'do ZAMACOIS

    DIBUJANTE : Antonio ARGüELLO

    PROXIMO NUMERO :

    COMEDIA FAMOSA

    EN TRES ACTOS DE

    L O P E D E V E G A

    No extraordinario. 4 0 paginas: 35 fr. IC LAS ICO)

    8uscripciones. correspondencia y giros (e. c. P. 1254-71) al 7!4.dministrador : -LA NOVELA ESPANOLA : 17, Rue Cieu, TOULOUSE (Hte-Gne)

  • M ATE O SANT OS

    D E A R E N A N OVELA CORTA INED I T A

    -L A NO VELA E S PAN OLA 17, H U E Du:u - TOULOUSE

  • NUMEROS

    Tous droits de traduction, de teproduction et d'adaptation réservés pour tous les pays, y cpmpris la Russie.

    Copyright by LA NOVELA E S P A ñ O L A, 1948.

    Dépot légal, premier trimes~ tre 1948.

    PUBLICADOS:

    1. A. FERNANDEZ ESCOBES: ¿ Para quién te pintas los labios. Mari-lena ?-2. EDUARDO ZAMACOIS: El hotel vacío. - 3. ANTONIO

    MACHADO: Campos y hombres de España .

    1 m p r • 1 m • e e n F r a n e e

  • v I l l A l A M B R E

    E diría que VilJa-Jambre había sido fundado en el de-sierto por lo are-noso del terreno, si no hubiera tenido el mar en la punta sudeste; una alta cordillera a lo lar-go d,e} sur; huertos

    y viñedos al norte, y un bosquecmo al póniente. '

    Estas características de SU geo-grafía daban a entender al menos entendido que se trataba de una playa , y no de un desierto, a pesar de qUe lo solitario del lugar y la ancha sábana de arena que lo cu-bría se prestara, · indistintamente, a tomarlo por desierto o playa.

    La edificación en terreno tan mo-

    ved izo tenía que ser harto frágil. pues no se prestaba a echarle sóli-dos cimientos. Así, pues, SUs pobla-dores - que no eran, en rigor cro-nológico, los primeros, porque ya hubo otros, allá por el año 1918 de la era cristiana - tuvieron que idear un sistema de construcción original, capaz de resistir vientos y mareas, muy frecuentes en aquellos

    • paraJes. De la noche a 1a mañana quedó

    fundada la población, que iba cre-ciendo de día en día, dando así sus habitantes pruebas de laboriosidad

    • • e IngenIO. Cada cual construyó su vivienda

    guiado únicamente por su gusto y capricho, tomando el espacio . a su antojo y sin preocuparse de que estuviera o no alineada a las demás,

  • 4 MATEO SANTOS

    COI'. cuyo sistema no se formaron calles, plazas, callejuelas, ni cosa parecida, sino un hacinamiento de moradas que hacían difícil ~l trán-sito por tan estupenda población.

    Ci..latro estacas, y a veces una, cla'vadas en la arena, era todo el armazón o esqueleto de aquellos edificios, que se recubrían ,de arpi-lleras, mantas apolilladas, carrizos y otros materiales ig ualmente gro-seros. Confort no tenían, ni ·les hacía falta. Y en cuanto a estilo arquitectónico, no recordaba nin-guno, partiendo de los clásicos góti- ' co y romano al moderno de Cal'bou-s ier, con lo que queda demostrada su originalidad y beneza. Algunos construyer0n sus vivjendas hacia abajo, como s i quisieran enterrarse en. vida en aquel hoyo. Y muerto amaneció más de uno, viniendo a ser, de este modo, s u propio sepul-turero.

    El llamarse tal poblado Villalam-bre obedece a que, falto de n.lurallas como las de China o las de A vila siquiera, estaba cercado de alam-bradas. Un etimologista, que tam-bién allí los había, definió así el nombre: « Villalambre significa villa de alambre, si bien a la con-tracción le sobra una 1; Y también quiere decir villa del hambre, aUn-que en este caso le falta la h para qUe su ortografía sea perfecta. » Y añadía el buen etimólogo: « Pero estos detalles son de poca monta para un pue.bIo que no suele hacer uso - buen uso, por lo menos --de las reglas gramaticales, pues en-

    Hende, con sobrada razón, que lo Ihismo se lee Y se pasa hambre con h que sin ella. »

    Los villalam breñas pertenecían a la rama laHna de la familia indoeu-ropea, semejantes en esto a espa-ñoles, fra nceses, italianos; portu-gueses y griegos. Procedían de dis-tintas razas invasoras, siendo las principales la ibera, la celta, la vi-sigoda, la árabe y la fenicia, que les marcaron los rasgos esenciales de 3 U cal'áctel'. De esta amalgama de razas, proviene el que frecuente-

    .~ente se pelearan entre si y que h a blasen distintas lenguas, como el castellano, el catalán, e l valenciano y el gallego. Otros aún, no de la familia indoeuropea, sino de la éuscara hablaban el vasco, idioma incomprens ible para quien no lo sea de nacimiento, y aún se afirma, que no todos los que 10 son lo ha-blan y entienden.

    Aunque el analfabetismo alcan-zaba elevada cifra entre los villa-lambreños, 'era éste pueblo culto, si bien poco instruido, más por desi-dia y abandono de sus malos gobier-nos, que por pereza y poca afición a las Letras y a las Ciencias, como lo prueba el haber dado a la Huma-nidad. muchos varones de preclaro talento y aun de genio, que fueron pasmo de los siglos y envidia de otros pueblos tenidos por más ade-lantados.

    Se enorg:ullecían los villalambre-ños, y. podían hacerlo, de contar entre sus antepasados un navegante que ensanchó los mares y horizon-

  • CONQUISTADORES DE ARENA 5

    tes de SU patria descubriendo un nuevo mundo; otro, que siendo manco, escribió la obra más genial que ha parido el entendimiento hu-mano; otro, que zopo y todo, ma-nejó la espada con destreza, y la pluma con t~l gracejo y desenfado, que pasa por ser el primero de los poetas y escritores satíricos de to-dos los tiempos, sin excluir al griego Aristófanes ni al galo Rabelais; y otro aún, con otros otros que no se mencionan, de ingenio tan fecundo, que compuso cerca de dos mil co-medias, amén de cultivar con acier-to otros géneros literarios, quedán-dole holgar para andar mezclado en intrigas de amor y de Corte, a las que· era muy aficionado.

    También' contribuyeron los villa-l.ambreños, antes de ser expulsados de su patria originaria, al progreso de las ciencias y de las artes en ge-neral.

    Con añadit que en VilIalambre la flora era desconocida y que la fauna se reducía a tres géneros de insec-tos, hemíptero uno,' dípteros los otros, y a varias especies de mamí-feros, queda dicho lo más impor-tante de su geografía e historia.

    No obstante, hay que mencionar que, a falta de régimen político y de gobierno, que nadie echaba de menos, existía una policía extran-jera, mitad de raza blanca, mitad de raza negra; un comercio libre para los privilegiados que disponían de dinero; una Intendencia general para pobres y ' ricos, y un barrio chino donde, entre otras artes in-dustriosas, se practicaba, como en todo país civilizado, el marché noir o estraperlo, que con ambos nom-bres se designaba a tan honrado con10 lucrativo comercio.

  • IlATEO SANTOS

    LA VENTA

    DE venta no tenía sino que esta-ba a los cuatro vientos, pues no ,se hallaba en su contorno

    señal alguna de camino viejo o de herradura. Así, pues, la tal venta DO era paso de arrieros y trajinan-tes, ni habría parado en ella nin-guna diligencia, caso de haber exis-tido alguna en la época de nuestra historia.

    El nombre de este anacrónico mesón podría achacarse a un mono de trapo encaramado al largo palO que asomaba por la techumbre del rústico edificio, como trepando por una cucaña, y "el cual mico no tenía más misión que cumplir, que la de orientar de noche a los moradores de tan singular venta por el vasto dédalo de destartaladas viviendas.

    El interior de la venta del Mico se componía de una sola pieza, que prestaba servicios, según las boras del día, de cocina, comedor y dor-mitorio, a mén de otros usos domé&-

    DEL MICO

    ticos igualmente uecesarios. Se abría el edificio - si es que puede abrirse lo que no puede ser cerrado - a una especie de corraliza o huerto. que ambas cosas podía ser. ya que a ninguna se aplicaba. Ni allí había aljibe o pozo, como en la venta de Quesada, en la que Don Quijote veló sus armas, ni cuadros de hortalizas que cultivar. En resu-men, que era tan patio y huerto como venta la venta.

    Cinco seres humanos habitaban el mesón, varones los cinco. Y no por voto de castidad, sino porque yacer y refocilarse con hembra legítima estaba proscrlpto en Villalambre, ofendiendo así la ley de Di9s y las sanas costumbres. Pero no se colija de este hecho que no hubie,ra ras-tro de mujer en toda la villa, pues sumaban hasta media docena, entre cuarenta mil varones, según el pa-drón más reciente.

    Una moneda de cupro-níquel daba

  • CONQUISTADORES DE ARENA 1

    derecho, a cada uno de los cuarenta mil, a " solazarse lo que dura un e i Te quiero! ~, entrecortado de lOuspiros, con una de aquellas Fri-nés de casa verde.

    Así como cinco ' notas musicales distintas componen una frase meló-dica, y cinco dedos una mano, así también nuestros cinco venteros, por ser distintos en carácter, educa.-ción y cultura, componían una enti-dad social perfecta. La falta de uno de ellos habría producido disonan-cia o mutilación, según el símil sea acorde musical o mano.

    La biografía de estos cinco perso-najes que el azar ha reunido, es breve y si~ple.

    Juan había sido gañán en Extre madura, donde era nacido. Al cam-biar su país de régimen político, cayó en ' el errOr de creer que la tierra es de quien la trabaja; tomó con otros la que pOdían labrar en común y fué a dar con sus huesos a la cárcel. La Justicia, con sUS Códigos, le enteró de que la tierra que habían tomado tenía propieta-rio, y que 109 propietariOS, que son los únicos que no la ~ultivan y con-f'18.n la administración de sus fincas a SUs mayordomos, gozan del privi-legio,. que unas leyes sabias les con-ceden, de ser dueños y señores de la tierra y de los frutos que ésta produce.

    Juan, al principio, tomó por in-justicia lo que según 10jl Códigos es sagradQ derechó de propiedad, pero acabó achaM n do a su ignorancia la confusión en que estaba.

    Como en la cárcel disponía de más tiempo que en pleno campo, se interesó por conocer las letras del alfabeto como conocía las plantás .. . y los arbustos, y cuando pudo componer con ellas sílabas, y luego palabras, comenzó a trazar surcos de tinta sobre yermos de papel, hasta lograr hacerlos tan rectos y con pulso tan firme como los que abriera en los eriales extremeños con la reja del arado.

    La guerra lo sacó a la calle, y Juan peleó por el gobierno, que le había dado una prisión por escuela librándolo de la más horrenda del analfabetismo.

    Martín era manchego. Estudió las primeras letras y dos años de bachillerato. Al morir su padre, dueño de una herrería, tuvo que abandonar los estudios y que p-nerse al' frente del taller. A golpes de martillo endureció los músculos, y a la vez que el hierro candente, forjó su carácter. La fragua le ca-lentó el alma y la sangre.

    De Martín se contaba la hazaña de que, siendo capitán de compañía en la última gUerra civil, y hallán-dose peleando en la Alcarria, había matado a guantazo limpió a un pa-rachutista enemigo que abrió ancha brecha en las filas de sus soldados.

  • 8 M A T E O S AN T O S

    Lo condecoraron por su heroísmo. Una vez que en su presencia

    alguien intentó halagarlo relatando el' hecho de que había sido protago-nista, Martín lo atajó en seco en estos términos :

    - Héroe, heroísmo, son palabras huecas que los hombres han relle-nado de substancia moral como se rellena de serrín un muñeco de trapo.

    - El heroísmo puede engendrarlo el miedo a morir; ese día de la Alcarria sentí yo ese miedo ... j y me proclamaron héroe! Eso, héroe, puede serlo cualquiera ... el más co-barde; lo verdaderamente difícil es ser un hombre, un hombre de ver-dad, en todos los momentos y cir-cunstancias de la vida.

    Así era Martín, así pensaba Mar-tín, el berrero manchego que ca-lentó en la fragua el alma y la san-gre.

    Pedro era un escultor aragonés. La guerra arrancó de SUs maDOS el cincel y la espátula, trocando tan nobles herramientas de arte por otras de muerte. Sacar virutas a un bloque de piedra o a un montón de arciUa, hasta lograr la forma artística, era para él faena mucho más gloriosa que arrancar tiras de carne a un semejante.

    e Vivificar una masa informe, es . Igualarse a Dios; paralizar la vida de lo ya creado, es un crimen mona.. truoso y repugnante, hasta cuando se invoca, al cometerla, nombres

    tan bellos y sonoros como 'el de Pa.-tria y Libertad, » solla. d'ecir Pedro, el escultor aragonés. que trocó el cincel y la espátula por las herra-mientas de la muerte.

    Esta repentina y brutal · desvia-ción de SU vida, si no había cam~ biado SUs ideas, lo tornó taciturno y silencioso como una sombra.

    Jaime vió la luz en un pueblecito de la costa brava catalana. Su can-ción de cuna venía de la mar, que dióle también a su sangre la palpi-tación y el ritmo de su oleaje. De niño, se zambullía alegremente en sus espumosas y azules ondas, y chillando como una gaviota, se arro.. paba con el encaje de sus espumas, agitando sus bracitos como dos tiernas alas. Luego, de m ozo, se me-tía con sus tres hermanos mar adentro en una barcaza de pesca, de la qUe sU padre era el patrón.

    Pescando en alta mar les sor-prendió la contienda civil. Enton~ ces, Jaime, sus hermanos y su pa-dre, 'arriaron las velas, vararon la barca, y se fueron a luchar a uno de los frentes.

    En el an~ho Ebro, musa brava de gestas y cantares, quedó loda la familia, menos él.

    Don Cándido Bueno era maestro de Escuela de Ríosalobre, aldehuela enclavada en la sierra de Alcaraz, agreste escenario del último melo-drama de bandidos de romance y cartelón de feria.

  • CONQUISTADORES DE ARENA 9

    Desde los veintidós años estaba dedicado a. la enseñanza, y ya em-pezaba a remontar la cuarentena. Alma. y pergeño de sa,nto o de após-tol, no se interesaba por nada que fuese ajeno a la pedagogía. Tras los cristales de SUs gafas de fina

    montura de oro, se encendían te-nuamente sus claras pupilas, ávidas de luz. Algunas veces ·brillaba en ellas una chispa de malicia o de ironía; pero se apagaba pronto. quedando tras los espejuelos una mirada límpida y serena.

  • 10 MATEO SANTOS

    AMANECER VlllAlA

    s O B R E M B R E

    E s mediados de febrero.

    A lo . lejos, la diana de un gallo saluda al alba. Otros

    gallos le responden, allá en la leja-• roa. El horizonte, por la parte de

    Oriente, se va tiñendo de granas, oros y rosas que se hacen más vi~ VOs a medida que avanza la ma-ñana, hasta quedar fundidos en una inmensa turquesa. U~ cornetín, y luego otro, rasgan

    el aire con SUs agudas estridentes notas.

    Estos cornetines que , sonaron después ,de cantar los gallos, anun-cian qUe las tropas alojadas en los aledaños de Villalambre se ponen ~n movimiento para prestar los ser-vicios de policía que les están enco-mendados. Sin embargo, los habi-tantes de la villa no suelen levan-tarse hasta que el sol ha reman-

    tado ya un buen trecho hacia su ' cenit.

    Alcemos ahora como Asmodeo el tejado de la venta, y veamos, sin ser advertidos por nadie, qué pasa dentro de la misma.

    Cinco hombres, cada uno de ellos enrollado en una manta, toman re-lieve sobre la arena que les sirve de lecho. Semejan, por lo inmóviles. a cinco cadáveres en espera de ser recogidos y echados a la fosa. A poco, uno de los bultos se remueve bajo el tosco cobertor, saca lo~ brazos, se incorpora: un atleta des~ nudo está de pie. De cara al patio, el . joven Hércules hace unas pro-fundas y lentas aspiraciones.

    El robusto y velludo 'pecho se le-vanta acompasadamento con· una tirantez de todos los músculos. Unas enérgicas flexiones de piernas y bra--zas acaban de desperezarlo. Luego,

  • CONQUISTADORES DE ARENA 11

    siempre en silencio, echa a correr playa adelante y se mmbulle en el mar.

    Cnando ar poco rato volvió Mar_ tín a la venta, ya había encendido fuego Don Cándido y calentaba agua en un caldero abollado.

    Martín, mientras se ponía un paD_ talón agarbanzado que no le alcan-zaba a las rodillas, inquirió:

    - ¿ Qué trajina usted ahí? - Hiervo el agua para el café. No hablaron más entre ellos, pero

    cada uno empezó para sus adentros un soliloquio.

    El de Martín, era. : c: Va a quemar el café como o~ros

    días, pero si le digo que me lo deje hacer a mí, contestará desalentado que no es útil para nada. Es su mu-letilla. Está aquí, entre nosotros, pero siempre lejos, ausente de

    • cuanto le rodea. Ahora estará soñando en su Escuela de Ríosalo--breo - « Vamos a ver preguntará & uno de los chicos - , vamos a ver, señor Pérez: ¿ dónde están los ojos del Guadiana ? ». El niño, que no ha estudiado su lección de Geo-grafía, se turbará un poco, y hun-diendo los rosados deditos en sus cabellos, para ayudar a la memo-ria, replicará muy serio ,: - e Pues el Guadiana... el Guadiana, señor maestro, tiene los ojos en la cara ... como usted y como yo. :.

    y el de Don Cándido: « El profesor Freud, con tod8. su

    f!mosa teoría del psicoanálisis, se encontraría en 'diftcultad para inter-. pretar mi sueño de estas últimas

    noches. Porque lo sueño estando en vela, y es siempre el mismo.

    e Cuando apagamos la luz y todo queda en silencio, las 8o~bras t~ roan para iní relieves femeninos. Flotan en la obscuridad bocas rojas cuya pulpa imita los perfiles de un corazón de baraja francesa; ojos que me guiñan picarescamente; se-nos redondos como globitos hin-chados, y senos alongados como ubres de cabra; vientres tersos por l~s que desciende un vallecico azu-lado; axilas rubias y morenas; mus-los macizos... toda la geometría de la lujuria. Y 10 más extraño, es que ninguna de esa s figuras de la geo-metría anatómica se parece a las que yo he visto en mi mujer. ¿ Es que no la quiero, aunque yo cr~ quererla? ¿ O es que para querer a la mujer propia y no aburrirse a su lado, hay que evocar la imagen de otra mujer, que no conocemos, pero a la que esperamos toda la vida? Yo procuro ahuyentar este ~meño, que me desvela y avergüenza. Cuento mentalmente hasta ciento, hasta mil... Pero todo es inútil. ¿ Qué diría el famoso profesor aus-tríaco de este sueño de barrio chino? Pues diría ... :.

    - ¿ Qué dice usted del barrio chino? - le interrumpió Martín, volviéndose bruscamente hacia él.

    Ss sobresaltó Don Cándido: - ¿ Yo ? .. ¿ He hablado yo ? - ¡Naturalmente! Hablaba o

    deliraba; eso usted lo sabrá. - Sí ¡claro! ahora recuerdo ...

    Pero creí que no me ' habías oído, .

  • 12 MATEO SANTOS

    porque lo decía como se dicen las cosas cuando se habla para uno mismo ... Esto lo definiría muy bien, seguramente, el profesor Freud, que tú habrás leído ... Pues sí, decía, que el barrio chino ese es una tentación

    •• y una verguenza. - TOdo aquí es una porquería -

    afirmó rotundo el manchego. Y co-giendo un saco, añadió: Llame luego a ésos para desayunar; yo voy a la Intendencia.

    Quedóse murmurando Don Cá.n~ dido, mientras untaba de ma.rga~ rina unas rebanadas de pan:

    - Sí señor, una vergüenza, ¡una porquería!

    Martín regresó al cabo de media hora. Los demás le esperaban ya para desayunar.

    - ¿ Han .dado hoy carne? -preguntó Juan.

    Martín, sin responderle, vació el contenido del saco sobre la lona que había extendida en el suelo a guisa de mantel.

    - i Lladres ! - exclamó Jaime a la vista de las vituallas.

    El manchego colgó por la cola un bacalo húmedo como quien . , tiende a secar Suecia y Noruega. El resto: tres panes, una barra de jabón y un trozo de sebo para coci-nar, lo colocó en el cajón que servía de alacena.

    Fueron sentándose parsimoniosa-mente en torno a la lona, donde ya habían sido colocadas las tazas : cinco botes de hojalata con asa de alambre. y cinco cucharas de plomo

    y estaño, fonnaban tan lujoso ser",: vicio de café.

    Terminado el desayuno, el catalán sacó una petaca de cremallera, la volvió como un calcetín para que expulsara hasta la última brizna de tabaco requemado. y encendió su pipa. Dió una lenta y larga chu-pada, y soltando el h'lmo por boca y narices la pasó a Juan, que esta-ba a sU derecha. Este, repitió la operación con el mismo aire de rito sagrado que lo hiciera Jaime, y alargó la pipa a Martín, que sin fu-mar, la entregó a Pedro. DOIl Cán-dido, que no tenía el vicio del ta-baco, se la devolvió a su dueño, quien levantándose, dijo :

    - Me voy a la playa, nois. No hay mayor placer que fumarse una buena pipa junto al mar, mientras las olas se enredan y deshacen e~tre las piernas .

    - Te acompaño - deci.dió Juan, echando a andar tras él.

    Cuando el catalán y el extremeño salieron de la venta, Martín pre-guntó a Don Cándido :

    - ¿ Tiene usted algo urgente que hacer?

    - No, ¿ por qué? - Porque hay que escribirle una

    carta al Comandante de la plaza. Usted, que tiene la letra clara, pon-drá la caligrafía; yo, que digo las cosas claras, el resto. .

    -:- ¿ Y con qué objeto quieres escribirle al Comandanto? ~ Con el de enterarJe de que el

    Intendente es más ladrón que Caco, y pedirle ql\e lo destituya. a no

  • CONQUIS 'TADORES DE ARENA 13

    ser que prefiera que le dé yo la cesantí~ de una paliza.

    - Sí, pero ... - ¿ Le parece mal la idea? - La idea en sí, no ... ; las conse~

    cuencias. Te expones a que te casti-guen y a que todo siga ' igual que ahora.

    - Con ese modo de pensar nunca se haría nada, Don Cándido. Ade-más, el Comandante es un hombre razonable y de corazón, y el Inten-dente un granuja.

    - Bueno, pues escribamos la carta - decidió Don Cándido.

    Mientras el maestro de Ríosalo-bre escribía la carta que Martín le iba dictando, Pedro había cogido la barra de jabón, modelando en ella, con unos palillos y un cortaplumas, la figura de una campesina arago-n esa con expresión de Dolorosa.

    El escultor, bañado el rostro en lágrimas, contemplaba su obra.

    Un leve sollozo hizo volver la ca-beza a Martín, que comprendiendo el amargo y silencioso drarpa que se estaba desarrolla ndo en el alma del artista, fuése hacia él, pregun· tándole:

    - Esa mujer ... , ¿ es tu madre? Estalló Pedro: - Sí, es la cara de mi vieja, por-

    que la llevo aquí... y aquí - decla golpeándose la frente y el pecho -; pero no es ella pI:opiamente, es la madre, nada más que eso, i l-a m-a-d-r-e!, la que hemos perdidO para siempre ·muchos de nosotros por culpa de esta asquerosa guerra ... y I ahora, ¡ déjame! Ahí la tienes para que os lavéis con'" ella vuestros harapos., N o haréis más de 10 que todos hemos hecho con las de carne y hueso.

    y diciendo esto, arrojó a los pies de Martín la figurilla de jabón.

    P edro no se presentó a mediodía a comer. Ni durante la tarde. Pero regresó al apagarse, por la parte d el mal', las últimas luces del día.

    Sobre el único mueble de la ven-ta - el miserable cajón que servía d e alacena - alguien había colo-cado la campesina aragonesa mo-d elada por Pedro. Debajo de la escultura, aparecía este .letrero, escrito con hermosa caligrafía:

    « 'SANTA MADRE NUESTRA. »

  • 14 MATEO SANTOS

    ¿ PERO QUIEN HA GRITADO

    E N R EAllDAD ? •

    TRANSCURRIERON varios días

    sin qUe ningún nuevo aconte-cimiento sacal'a de la rutina

    de sus monótonas vidas a los veci-nos de Villalambre.

    En el Barrio chino, el comercio al aire libre continuaba ofreciendo los objetos y mercancías más extra-ños y diversos a su eventual clien-· tela. La ganancia de especuladores y tenderos era neta, pues vendían de día lo que robaban de noche.

    La taberna de Paco - Vinos de Valdepeñas y racimo de uva man-chega · en su muestra - era lonja y patio de Monipodio para la ham-pona caterva que había ido sumán-dose a la caravana de los conquis-tadores, a lo largo de su largo éxodo.

    Pero esta calma era algo así como la corteza social de un pueblo; al-

    gunas almas se ensombrecían y agi-taban con .presagios de tormenta.

    Un atardecer, apenas el sol apagó sus fuegos, sumergiendo en el mar su áureo disco, por la parte de la cordillera - grises, azules y mora-dos a esta hora - se levantó un viento fuerte, que fué arreciando hasta hacerse voz y grito de la noche. Como ese viento, que según descendía resonaba en fas gargan-tas y cañadas de la montaña, le-vantando .en el llano densos remo-linos, hablaron los hombres cuando la palabra era onomatopeya y' no lengua; hablan las selvas, y gimen las almas en pena.

    En la venta del Mico se cenaba en silencio. Sus frágiles muros. hin-chados pOI' el vendaval, semejaban las velas de un bergantín. (Acaso Jaime, que era marino, soñaba en

  • CONQUISTADORES DE ARENA 15

    ese instante con esta visión de mar.) La luz del candil, alimentada de gr8.sa, hac.ia una humareda ne-gruzca y pestilente, ag-randando y deformando las sombras en perfiles fantasmales, sobre la parda pan-talla de la arpillera.

    Esas sombras desmesuradas y vacilantes; esas onomatopeyas de] VIE'nto, invadieron el cerebro de Pedro con una algarabía de másca-ras que invaden una sala de baile.

    Antes de acabar la cena, a punto ya de estallarle las sienes, acostóse Pedro, cubriéndose hasta la cabeza con la manta.

    Tel'nlinado el condumio, Juan, con un: « i Qué noche de perros ! », aulla.do más que dicho, fuése tam-bién a dormir.

    A Un golpe de viento, más fuerte que los anteriores, comentó Jaime en su lenguaje marino:

    - Vamos a la deriva, nois. - Con tal de que el viento no se

    lleve la casa ... - agregó Don Cán-dido.

    Después de estas dos frases, que se unieron a las voces de la noche, Jaime encendió su pipa parsimonio-samente, y se puso a fumar; Mar-tín: apoyó un cuaderno en sus ro-dillas y empezó a escribir, mientras que Don Cándido recomenzaba la lectura de uno de los « Episodios Nacionales» del maestro Galdós, en los que, según él gustaba decir, ha-bla aprendido más historia patria que en las historias que sirven de texto en Universidades e Institutos.

    Pasaron • aSl, una, dos horas, acaso.

    El viento aullaba y mugía sacu-diendo las paredes y la techumbre de la venta. Oscilaba, alargándose, encogiéndose, la llamita negruzca y pestilente del candil. Se perclbla, acompasado y firme, el rasgueo so-bre el papel de la pluma de Martln. Continuaba Don Cándido su lectu-ra, de vez en cuando interrumpida breves segundos para Hmpiar los cristales de las gafas, o para dar un capiro~o al pabilo del candil. Los tres hombres desvelados del mesón pasaron aún unos minutos, cada cual en su quehacer.

    De repente, un grito agudo se im-puso a todas las voces de la noche.

    Don Cándido, aturdido, cerró el libro de golpe, Imirando hacia las sombras de fuera, con mirada in-terrogante.

    Jaime, con un sobresalto remoto de infancia, fijó la vista en el palo que sostenía la techumbre - la me-sana le llamaba él -, Y por el cual palo, y envuelto en llamas, se desli-zaba el mono. El ancestre ~e trapo del hombro darwiniano, cayó carbo--nizado a sus pies.

    En cuanto a Martín, VQlvió la ca-beza hacia el rincón en que se acos-tara Pedro, viendo cómo éste ras-gaba las sombras a puñados frené-ticos. En uno de los bruscos movi-mientos de sus manos, lanzó Pedro el candil contra el palo por que des-cendiera el mono.

    ¿ Pero quién ha gritado en reali-dad?

  • 16 MATEO SANTOS

    Cuando poco después haga Juan esta misma pregunta a sus tres

    • amIgos ... - La noche - le responderá Don

    Cándido.

    - El mono - dirá Jaime. - Pedro - afirmará Martín

    El alma del escultol', fu ése sose-gando según el viento se' calmaba.

    Extenuado por la lucha que aca~ baba" de sostener con las .sombras, se dejó caer en el mismo rincón en que antes se había acostado. Martín lo. arropó, poniendo en su ademán y en su gesto ternuras de padre, y le susurró muy quedo al oído, para que sólo él lo oyera: « Los muertos de la guerra mueren con SUs odios , y saben perdonar. »

  • CONQUISTADORES DE ARENA 17

    TRES VERSIONES •

    DE lJN MISMO GRITO

    PERO ¿ quién ha grita.do en rea-:-. lidad '! - preguntó el extre--meno. y cada uno de los tres hombres

    que habían permanecido en vela en 1& venta del Mico, le dió una ver-sión distinta de un mismo grito.

    La de Don Cándido, .fué : - H a gritado la noche. Es el mis-

    mo grito que le oí a la noche, hace ya muchos a ños. Regresaba yo de Villanueva de la Fuente a Ríosa-lobre, jinete en una yegua, tan escuálida y alongada, que la puse por nombre la Rocinante. Me oscu-reció en plena sierra. cuando aún me faltaba por andar más de una legua de camino. Se levantó un viento tan fuerte, que hacía gemir las nudosas y negras encinas, sacu-

    diendo con violencia su ramaje, en el que se ocultaban los duendecillos del miedo, entretenidos en asustar al caminante, silbando y arroján-dole bellotas al rostro. Caminaba al paso mi yegua, evitando los barran-cos abiertos en las negruras del bos-que, siguiendo, entre los innumera-bles senderos de cabra que lo cru-zan, el que había de conducirnos a , nuestra aLdea. Me arropaba yo en sombras como en una larga capa castellana, cuyos pliegues hinchaba el viento, cuando la noche se po-bló de verdes lucecitas. No eran estrellas, no. Las lucecitas tenían verdes fosforescencias, y caminaban delante, s iempre a la misma distan-cia de mi yegua y yo. Tampoco eran luciérnagas, porq~e no estaban a ras de tierra, sino como a un metro

  • 18 MATEO SANTOS

    del suelo. Ni una manada de lobos - como vosotros pensáis, 'acaso -, aunque coincidiendo con la apari-ción de las verdes lucecitas fosfo-rescentes, el viento se puso a aullar furiosamente ... como el de esta no-che. No eran lobos; se habría espan-tado la yegua. Pero la Rocinante, seguía calmosa el camino, sin que la asustaran las verdes lucecitas, ni los pavorosos aullidos del viento, ni los negros fantasmas de las enci-nas, ni los duendecillos, que desde su ramaje nos apedreaban con be-llotas. Era la noche; os aseguro que era la noche ... Y fué la noche, la que de repente como la de hoy. lanzó un grito terrible, que resonó en ecos en los barrancos y cañadas del ~onte. Entonces, sí, la yegua dió un respingo, qUe a poco me descabalga. Ni relinchó la Roci-nante, ni grité yo: me habría dado cuenta. En cambio, sí percibí cómo a la noche, asustada de que de suS entrañas nacieran aquellas sombras pavorosas y aquellos aullidos del viento, le castañeteaban los dientes. Cuando llegué a Ríosalobre y entré

    • •• en mI casa, mI mUJer, que me espe-raba sin acostarse, inquieta de mi tardanza, se me quedó mirando, y me dijo: « Nunca te había visto esa banda de pelo Manco que te cruza la cabeza ... »

    Jaime, encendiendo su pipa, ar-gumentó así su relato:

    - No sé si os he contado alguna vez que mi padre había navegado por todos los mares, como marino

    ,en un barco mercante. De uno de sus últimos viajes al Africa trajo un chimpancé, del que recuerdo ha-berle oí.do decir que no le faltaba más que hablar para ser un hom-bre. Y debía ser cierto, por cuanto , el mono era un tripulante más de nuestra barca pesquera y manejaba el remo como cualquier hombre de mar. Ningún grumete tan ágil como él para trepar por el trinquete y arriar las velas. A los dos años de estar en casa, se murió el mono. Yo creo que mi padre lo lloró, como si el muerto fuéramos uno de sus hi-jos: No quiso darle sepultura en el mar, con honores de marino muerto en la brega, ni en la tierra, junto a. uno de los rosales de nuestro huerto. Lo llevó a Barcelona, y lo hizo disecar para que pareciese vivo. Así lo encaramó al trinquete para que fueSe la mascota de la barca. Hasta que un día ... Un día ... una noche más bien, regresábamos a puerto con buena carga de pes-cado en el vientre de la barcaza. Yo tenía once años, y era aquéIla mi tercera sali.da al mar. Se levantó fuerte borrasca. Las olas fueron creciendo hasta hacerse altas como el Canigó, cantado por Mosén Cinto. Redoblaba el trueno en el gran tam-bor del mar; los relámpagos raya-ban la negra vela de un cielo sin estrellas y sin luna, con sus brocha-.7.0s de luz amarillenta y rojiza. Bailoteaba la barca, subiendo' y ba-jando con las olas como por una montaña rusa, pero mucho más impresionante, de las que había en

  • CONQUISTADORES DE ARENA 19

    Varicel Park. Renegaba mi pa.dre ; jurabán los marineros; callaba yo, asustado. Pero mi mayor preocupa-ción era el mono, al que veía, a cada relámpago, encaramado en el trin-quete. De pronto, m e cegó la luz de una centella; . retumbó un trueno, uniendo su voz terrible a la pavo-rosa del mal', y oí un grito agudo, casi humano, como el de esta no-che, dominanq.o las furias de la tor-menta. Luego ... vi al .fIlono envuelto en llamas descendiendo por el trin-quete, hast a. caer carbonizado a mis pies, Como esta noc he el mono de trapo. Ya en el pue1>lo, mi padre, y los hombres que le acompañaban en la barca, contaron que había sido el chimpancé quien. lanzó aquel grito casi humano, que se impuso a las voces terribles de la Natu-raleza.

    Martín, empezó diciendo: - Si yo fuese un poeta con re-

    flejos freudianos como Don Cán-dido, o conservase, como Jaime, el alma cándida de la niñez, Os diría ahora que el grito oído esta noche lo lanzaron, al unísono, el millón de muertos de nuestra guerra. Pero yo, como mi paisano, el buen San-cho, sólo veo y oígo con los ojos y los oídos de la carne y no con los del espíritu, como el otro manchegO', Alonso Quijano, que era poeta y .soñador como Don. Cándido, y tenía un corazón sencillo como el de Jahne. Gritó Pedro, como otra noche ... ' Estábamos en Aragón. Aquel día se me dió la orden de

    tomar por sorpresa un pueblecito, aupado sobre un cerro, qUe ocu· paba el enemigo. Hice m.is prepa· rativos y a medianoche nos pusimod en marcha. Desparramados como) sombras por el llano, llegamos a las faldas del cerro. Pedro se me acercó para decirme : « Quiero ir en ca-beza. He de entrar el primero en el pueblo. » Yo sé que el miedo a morir tiene jactancias como ésa y que hay alardes de valor para es-pantar al miedo qUe nos ronda, y, sin. embargo, en aquellas palabras sólo vi un deseo muy natural, aun-que sin conocer la causa. Divididos en grupos de diez o doce hombres, empezamos a reptar, siempre en s ilencio, y con infinitas precaucio-nes, por las laderas del cerro. No de bíamos lanzarnos al asalto hasta perCibir el zumbido de un motor de aviación. Como el avión que había de sembra r e l pánico en los ocu-pantes d el pueblecito tardaba en aparecer, tuvimos que hacer alto, pegados al terreno, a más de la mi-tad del cerro. Transcurrió así alre-dedor de una hora. Por fin me pa-reció oír como el lejano y sordo zumbar de un moscardón gigante. Por momentos, el moscardoneo del motor se hacía .más potente y claro. Empezaron los reflectores a escu-driñar el cielo, rayándolo en todas direcciones de anchas franjas de luz. Vimos al avión cruzar a bas-tante altura por encima de nuestras cabezas. Los dos antiaéreos de la plaza ensayaron el blanco; pero sus proyectiles sólo horadaron las som-

  • 20 MATEO SANTOS

    bras. A un silbido, que fué prolon-gándose y creciendo, siguió una fuerte explosión. Luego otra .. , y otra ... y otra ... De súbito, la noche se pobló de ayes, imprecaciones y gritos. Fué entonces .cuando nos lan-zamos al asalto Apenas encontra-mos resistencia. En el pueblo, las gentes corrían alocadas en ~Oaa.3 las direcciones. Las lfamaradas de los incendios contribuían a dar al espantoso espectáculo una grandio-sidad macabra, De las ruínas de una casa, desde la que se defendían aún tres o cuatro soldados enemi-gos, ~rotó un grito salvaJe, pene-trante, que sobrepasó el unánime griterío, y al resplandor de la ha- ' guera ví a Pedro abrazado a una masa :informe d e carne. Supe días después, que aqu el trágico amasijo de huesos y carne h a bía s ido una campesÍlla aragonesa: la madre de

    Pedro, esa que él intenta hacer so.-brevivir en una figurilla tallada en jabón,

    Quedáronse los narz:adores espe-rando que Juan decidiese cuál de los tres relatos que había escuchado le parecía el más verosímil, pero el extremeño, filosofando a su manera, se limitó a decir: ,

    - Cada uno tiene por verdad lo que ha visto o · soñado, y fuera de eso todo le parece fantasía.

    - ¿ Pero cuál es la tuya, noi 1 -le apremió Jaime.

    - La mía es que me ha de~per-, tado un grito y cr~Í encontrarme en un Manicomio.

    Sentenció Martín: - Tienes razón. Y habrá que

    pensar en poner orden en nuestras vidas, si no queremos hacer de Vi-llalambre una casa de orates.

  • e o N Q u 1 S T A D o R E S D E A R E N A 21

    T R E M

    AL día siguiente, apenas apuntó el

  • MATEO

    taberna, la ronda. de bravos abrió d abanico de cuchillos y albace-'teñas, éstas con el chirriar de ca· rraca de sus catorce muelles. Esta-ban decididos a defender su forta-leza. Pero como los muros eran de ú,bla, los asaltantes la desmantela-Ton en un periquete, dejando a cielo .raso la taifa en ella .2Uarecida.

    Cara a cara se encontraron los -dos bandos: el de m aleantes, dando tajos al aire con las cachicuernas; y el de los amotinados, haciendo .molinetes con SUS estacas.

    - i Abandona'd la partida ! --conminó una voz varonil,

    - i Entrar por uva si queréis! -.replicó el « Garduña ».

    Fuá la señal. El mozarrón que había gritado, acometió con ímpetu :al fanfarrón, asestandole un fuerte -estacazo en la muñeca. Crujieron ]os huesos, y la hoja de acero en -que se miraba la amanecida a tra· vés de un rayo de sol, saltó de la .mano d el « Garduña », que escupió 'una blasfemia. Amedrantados los jaques, hici1eron barricada con la ,gavilla de rameras, que quedll.ron ,quietas, con la punta de navajas y -cuchillos rascándoles la espalda.

    La estrategia paralizó un segundo :a lo~ asaltantes. . - j Piedad! i No nos matéis! -

    .suplicaba la taifa femenina. Uno del grupo asaltante animó a

    l os indecisos: - i Acabemos también con esos

    pingos! Pero la avalancha fué a tiempo

    S A N TOS·

    contenida por dos brazos membru-dos abiertos en cruz.

    El que había Impedido así que se reanudara el ataque, habló por lo bajo con algunos de sus compañe~ ros, que seguidamente fueron su~ · mándose a los grupos de curiosos que seguían a distancia la reyerta; él, con otros dos, se. quedó para mantener a raya a los bravucones, 'que aprovecharon para atacar la , ventaja que se les ofrecía.

    La banda de hampones - cicatri~ ces de otras trifulcas en los rostros innobles y miradas de homicida - , empujados por la muerte, que pedía racimos de vida para su vendimia, fué cerrando el círculo en torno a sus rivales; Pero los tres hombres, desbarataron una y otra vez el corro de matasietes.

    « Bocanegra _ aprovechó un re~ vuelo para arrancarse como un toro, buscándole el bulto por la espalda, contra una especie de Hér-cules de piel bronceada, que en

    -aquel momento partía en dos la cabeza del « Desnarigao •. La punta del cuchillo hendió la carne morena de una Venus de ojos zarcos que se habfa interpuesto, no' se sabe cuándo ni cómo, entre el mocetón y el jaque. Un clavel de sangre caliente floreció en el hombro izquierdo de la muchacha, que al desplomarse, pronunció este nom-bre :

    - ¡ Martín! Volvióse rápido el

    viendo a sus pies un carne. De un puñetazo

    manchego, rebujo de

    en la man~

  • CONQUISTADORES DE ARENA

    dibula, quitó de enmedio al « Boca~ negra », que se le venia enci~.a con la cachicuerna, y luego se inclinó hacia la mujer:

    - ¡ Aurelia ! - exclamó al reco-nocer el rebujo de carne.

    Pero la Venus de ojos zarcos no le oyó: se había desmayado.

    Ya era tiempo de que los demás acudieran en socorro de Martín, Jaime y Juan, enfrentados solos contra la pandilla de rufianes, que se vieron rodeados de una multitud amenazador2. y vociferante:

    - i Abajo el Barrio chino! - i Fuera. los ladrones! I - i Queremos una ciudad nueva! Estos eran los gritos que partían

    de la muchedumbre enardecida, a cuya. cabeza destacaba la figur~ ma.-

    , . gra y zancuda del maestro de RlO-salobre, Don Cándido Bueno, que armado de un largo palo, a guisa

    de lanza, tenía un estrambótico pergeño quijotesco.

    Mientras desaruíaban y condu. cían en cuerda de galeotes a la bravucona gallofa, Martin recogió· el desmayado cuerpo de Aurelia, y abriéndose paso por entre el gentío,. la condujo a la venta del Mico.

    El balance de la tremolina fué el siguiente: Un muerto (el « Desna· rigao »), tres heridos, más o menos graves, y cinco contusos.

    Cuando pasados los sucesos inter-vino el O. P., preguntando por pura fórmula quién había matado al « Desnarigao », respondió a coro el vecindario, como en la comedia de Lopo:

    - i Villalambre le mató! N o se investigó más. Cavaron un hoyo, echaron dentro

    al jaque y lo cubrieron de tierra. Ni una cruz, ni una lágrima. ni

    una flor ...

  • 24 MATEO SANTOS

    A u R

    AURELIA, después de que Mar-tín le hubo lavado y vendado la herida, quedóse adormecida

    sobre el lecho que Pedro le había preparado en el fondo de la venta. Tenía fiebre y su sueño, modorra más bien, era agitado. A ratos deli~ raba pronunciando palabras sin ila-ción en las que el nombre de Mar-tín aparecía mezclado.

    ¿ Cuándo y cómo se conocieron .Martín y Aurelia ?

    Ocupaba Martín con su compa-ñía una posición en el frente del Ebro. Se preparaba una ofensiva y le llamaron del Cuartel general. Fué inmedia tamente, y el Comandante le hizo entrar en su despacho para darle instrucciones . Junto a la mesa del Comandante, cubierta de mapa,s y planos en los que los licores deja-ron su huella, había otra mesita con una « Underwood » en la que una daetilo de cabello de ébano, ojos zarcos, labios carnosos y sensuales, tez suavemente morena y esbelta

    E L I A

    y graciosa silueta, tecleaba en la máquina con sus ded9s ágiles y finos, como s i en lugar de escribir uno de esos documentos de guerra. cuajadas de frías precisiones, inter-pretara una partitura musical. Y a melodía sonó en los oídos del capi-tán Martín el seco ruído de las te-clas, ,al ser gOlpeadas por aquellos dedos ágiles y finos, qUe remataban unas uñas sonrosadas .

    Esa dactilo, secretaria y barra-gana del Sr. Comandante, era Au-relia.

    Hemos escrito esa hórrida pala-bra de barragana, y no cuadra cier-tamente a la muchacha que atrajo las miradas del capitán. pues la ha-bían casado con el Comandante a lo militm·, s in cura castrense que bendijera la unión ni más requilo-rios que dos testigos, ' cqmpinches del novio, que dieron fe de que po-dían yacer y holgar juntos a partir de aquella hora.

    Aurelia, evacuada de Málaga -

  • CONQUISTADORES DE ARENA 25

    donde murieron sus padres - y maltratada por la vida, aceptó ese marido espureo, barrigón y con una berruga por nariz, que la aventa-jaba de edad en una v:eintena de años corridos, y bien corridos ' por garitos, burdeles y tabernas, como quien se ' deJa aplicar unos sinapis-mos.

    Dió sus órdenes el Comandante, recibiólas distraído el capitán ¡Y que-dóse la moza con los senos rehu-llendo bajo la blusa, como si qui-sieran saltar fuera, abriéndose paso a través de la seda con los erectos fresones que coronaban sus redon-das cimas.

    y no pasó más entonces, sino que Aurelia eTIlpezó a soñar con Martín . . y Martín a convertir a Aurelia en la única imagen de SUs ensueños.

    Al cabo de dos meses de este primer encuentro, el capitán y la daetilo se hallaron de nuevo en un hospital de sangre. Aquel había re-cibido una herida en el pecho, aun-que no grave, y lo hospitalizaron en Barcelona. Cuando pasados los efectos del cloroformo volvió en sí, sintió sobre sus mejillas la cálida palpitación de unos senos. Miró ha-cía arriba, y vió, inclinada sobre él, a una enfermera de cabellos de ébano, ojos zarcos y boca sensual. Besó la roja y sabrosa pulpa, y sus-

    • • pIro: - ¡ Aurelia! J\urelia le contó después, que con

    los mismos requisitos legales con que la habían uni.do al Comandante chato y panzudo, lo había plantado

    ella. Y si cuando Martín , la conoci~ era ella dactilo secretaria, además. de malmaridada, ahora era eufer-· mera y soltera por segunda vez~ aunque no virgen porque la don-cellez no es tela que admita zurci-· dos, ni aun con los hilos empleados por la Tía Fingida.

    No sólo le parec;ió Aurelia a Mar-· tín una Venus maravillosamente mo.delada en carne morena, sino que creyó descubrirle un alma in...: genua y llena de claridades de aurora. La tomó para sí sencilla-o mente, sin el embarazo de testigos y contrato matrimonial; obtuvo una licencia de quince días antes de' . , volver al frente, y fueron quince lunas de miel las que pasó con la. muchacha.

    Luego... otra vez la maldita.. guerra, el odio y 1

  • 26 MATEO SANTOS

    mientras palpita en la sangre, da soñales de vida por cualquier medio que sea.

    Sin embargo, habíán de encon-.tra~se nuevamente, aunque en cir-cunstancias trágicas.

    Llegó Aurelia a Villalambre dos días antes de la trifulca del Barrio -chino. Allí fué arrojada como un harapo por el exilio. De manos .•. boca se tropezó con el «Desnarigao:. -es decir, con el Comandante su ex-marido espúreo, que había reem-prendido SU antiguo oficio de matón .Y ladronzuelo, formando banda con otra carDe de horca. Reclamó el bandido sus derechos de ·amo, resis-tióse la muchacha y terció el com-pardre o( Uñaslargas », que también quería cavar el . remoqu~te en tan apetitosa carne. El primer día de la llegada de Aurelia a la villa, trans-currió en la disputa de jaques. Al .slguiente, como andar a , navajazos -era acarrear a toda la banda un -aerio tropiezo con la policía, llega-

    ron a ponerse de acuerdo en que la belleza de la moza podía dar ganan-cia para dos hombres de su estirpe, bien explotada en la casa verde donde no les quedaban ya más que , saldos y desperdicios.

    PIdieron los otros compadres que Se hiciera el alboroque en la taber-na de Paco, y el jOlgorio dúró todo el día.

    La tremolina que se armó al amanecer dló ocasión a la mucha-cha de zafarse de los jaques que la tenían en venta como a una jaca andaluza, mezclándose entre los grupos d-a curiosos que presencia-ban 1" reyerta. .

    Cuando reconoció a Martín, se deslizó como pudo por aquel remo-Uno de facas y cabriteras, salván-dolo de una cuchillada.

    Así consta en la crónica de Villa-lambre, en la que nos hemos docu-mentado para escribir la historia que vamos relatando.

  • CONQUISTADORES DE ARENA

    LA NUEVA CIUDAD

    OBRE los escombros de la ciu-dad vieja se levantaba la Q.ueva como por arte de encan~

    tamiento. Empezó la reforma por lo que fué Barrio chino, por ser lo primero que demolió la piqueta de la furia popular. Se construyó un hospital, dotado de botiquín y vas-tas y bien aireadas salas orientadas al mar, en el lugar que antes ocu-paran la casa verde y la taberna de Paco - Vinos de Valdepeñas y l"a-cimo de uva manchega en' su muestra.

    En el extremo opuesto de dicho barrio, se alzaron otros dos edifi-cios públicos: el de Correos y el de la Intendencia.

    Aladeñas a la venta del Mico, que en adelante se llamó e Villa Aure~ !la », se edificaron una Escuela y una Biblioteca-Museo.

    Allí donde se derribaba una casa, se levantaba inmediatamente otra, más sólida y confortable. Grandes

    y macizas planchas de madera for-maban SUs muros; otras de zinc-ondulado servían para la techum-bre.

    t:¡e instalaron duchas públicas y se higienizó la villa para combatir la plaga de parásitos que conSti-tuían su única y asquerosa fauna. Además, y para . que .la limpieza fuese completa, varios' camiones. custodiados por la pOlicía de color, cargó un día con la recua hampona qUe se había enseñoreado de la an-tigua villa, tomando rumbo deseo-o nacido. Así desaparecieron para , siempre de Villalambre, la policía de piel negra y la gallofa, lo que no-fuá poco alivio para el vecindario,. que harlo las había sufrido.

    Al antiguo laberinto de la ciudad vieja 10 sustituyeron una serie de· calles espaciosas y anchas plazas, trazadas con perfecta simetría, con. lo que Villalambre sur-Mer, - que-este añadido bilingüe se le puso al: ,

  • 28 MATEO SANTOS

    nombre de la villa - parecía, visto desde un avión, un gran tablero de ajedrez, como Nueva York o Buenos , Aires. No se distribuyó, sin embar-go, la nueva villa en avenidas o cuadraz como esas populosas ciuda-.des de América, sino que a los dis-tintos barrios que la componían se les dió el original y extraño nombre de islotes, que se distinguían entre sí por la letra .del alfabeto que cada uno de ellos llevaba.

    .A la llamada que se hizo al ve-eindario con. objeto de que los ser-victos y trabajos públicos quedaran a t endidos por personal idóneo y -competente, surgieron por todas ]>artes médicos, profesores, arqui-tectos , art istas, artesanos y obreros habilísimos de todos los oficios que abarca 12. industriá moderna.

    No faltó ni una banda de música que recorriera de la A. a la Z. el abecedario de islotes, dando con-ciertos en los que figuraban obras de Albéniz, Chapí, Falla, Granados y otros gr~ndes ' compositores. A estas fiestas populares afluían los habitantes de las ciudades cerca-nas, qu.e quedaban pasmados y bo-,qulabiertos ante esta demostración de cultura y sensibilidad de un pueblo que, como el villalambreño, -era t enido por atrasado y bárbaro.

    El Museo se llenó pronto de obcd.~ pictóricas y escultóricas, tallas el' madera y joyas labradas con pri-mor de orfebre ~n huesos de anima,... les, lo que constituía una riqueza J-' una mara villa.

    Entre las esculturas expuestas

    llamó singularmente la atención de los turistas y extranjeros, una flgu-, ra de que Pedro era el autor. Una Venus oprimía amorosamente con-tra sus redondos y mórbidos senos a un niño que llevaba a la espalda un carcaj repleto de flechas y que te-nía unos ojos hermosísimos que lo escudriñaban todo. El artista le h a bía puesto esta extraña leyenda: « Santa Madre Nuestra. »

    Muchos turistas quisieron adqui-rir esta soberbia Venus, pero Pedro se n egó 2. venderla.

    Sin embargo, la fotografía de la V enus se asomó a las páginas de todas las grandes revis tas de arte de París, Londres y Nueva York, que dedicaron elogios y ditirambos al artista. villalambreñc .

    En la Escueia, Don Cándido Bueno daba una clase de Gramá-tica y otra de liistoría, su s asigna-turas favoritas.

    - Sin el conocimiento de la len-gua - explicaba a sus discípUlOS -, ideas y sentimientos no pueden na-cer más que en estado ¡(}e feto , o de larva del cerebro y del corazón del hombre; y sin el conocimiento de la historia, no se puede conocer la gra'ndeza. ' ni tampoco la miseria, que acaso sea más importante, de la nación donde somos nacidos.

    Los alumnos, en sU mayoría hom-bres ya granados, sonreían al escu-charle, pensando en que era un po-

    ... -bre sonador; pero le re$petaban por su bondad, más aún que por su ciencia. Don Cándido . no paraba mientes en estas sonr.isas a las que

  • CONQUISTADORES DE ARENA 29

    se asomaba la burla sin acritud, y se sentía feliz y alegre con el ejer-c icio de la en señanza .

    Jaime se construyó una pequeña batca, y salía a l 'már de amanecida, soñando en las grandes travesías transatlánticas. A veees le acompa-ñaba Juan, que volvía t a n malhu-morado como lo estaba al 'embar-carse en aquella cáscara de nuez con airosa vela latin~, que acari-ciaba la brisa y roza ban las gavio-tas con sus largas y finas alas. Hombre de tierra aden~ro. echaba de menos los campos de cultivo y los prados de pas toreo de Extrema-dura .

    . Martín, a falta de fragua donde batir el ñierro, trabajó en la cons-trucción, montando techumbres, y transportando materiales de un lado a otro. Cuando se h abló de po-ner cerraduras y cerrojos a la ln-, tendencia y a otros edificios que po-drían ser saqueados, repuso desde--naso:

    - Una sociedad que necesita, ser protegida por Tribunales de J'usti-cia y por fuerzas de Orden Público, y atrancar sus puertas por miedo a los ladrones, es una sociedad que por mucho que haya hecho por la ciencia, por el arte y por el pro-

    , . , . greso mecanICO, merecera sIempre la reprobación de los hombres ver-daderamente honrados. '

    y si es que aún quedan ladrones entre nosotros de poco habrán ser-vido nuestros esfuerzos para hacer de Villalambre una ciudad modelo.

    La razones de Martín no con ven...'

    cieron a todos por igual, pero no se habló más de poner cerraduras a las puertas.

    Aurelia, sanada de su herida, auxiliaba como enfermera a los mé-dicos del hospita l en los casos-gra-ves que Se presentaban, empleando el resto del día e n las labores do-mésticas. Juan se ocupaba del abas-tecimiento y ayudaba a la mucha-cha en los quehaceres de la cocina.

    L a prima vera h a bía traíd.o los días claros y soleados, y una ma-ñana que Aurelia trajinaba alegre-mente por la casa, cubierta c~n una ligera bata, que a cada revuelo le desct:brÍa las piernas más arriba .de las rodillas, a .Juan le gritaron los deseos en la sangre, y enlazán-dola de improviso por la cintura buscó ansioso y jadeante la boca de ella. En la brega quedó al des-nudo uno de los pechos de la mu-chacha y el macho, aplastando la cara contra el mórbido y moreno seno, m ordió el rosado pezón.

    Lanzó Aurelia un grito de dolor, y Juan soltó su presa.

    La. moza, aturdida aún, apenas pudo susurr.ar :

    - ¿ Qué has hecho, Juan? Este, por toda disculpa, dijo:

    " - Ere~ demasiado hermosa para vivir en una ciudad sin mujeres.

    Aurelia fuése a su cuarto y a poco volvió a salir, vestida con una falda y una blusa que se abotonaba hast e. el cuello.

    - . N o te guardo rencor - le di-jo - , La culp~ es mí'a por no aban-donar es'ta ciudad sin mujeres.

  • 30 MATEO SANTOS

    Juan se miró un instante en aque-1109 ojos zarcos, pareciéndole que se asomaba a un lago transparente, y repuso:

    - Me iré yo; tú debes quedarte al lado de Martin.

    Aquella noche, ya de sobremesa, dijo Juan a Jaime .:

    - La otra 'mañana, cuando en barca nos metíamos mal' adentro, me hablaste de que te gustaría salír en busca de nuevos cielos a través del oceano. A mi entonces me pa reció la tuya una idea desca-b ellada, pero hoy me tienta esa aventura, digna' .de Robinson.

    E stas palabras , dichas en un tono

    que simulaban indiferencia, sor-prendieron a todos.

    Juan insistió, dirigiéndose nueva-mente a Jaime:

    - ¿ Qué dices ? El catalán repuso calmosamente : - Que no esperaba de ti seme-

    jante proposición. El mar no es para hombres de valles y llanuras.

    El extremeño comentó riendo: - Pero es una tentación como

    • una mUJer guapa. Se arrebolaron las mejillas de

    Aurelia. Martín frunció el ceño; ]OS demás" comprendieron.

    Jaime, decidió: - Entonces, partiremos cuando

    tú quieras.

  • C o NQ U 1 S T A D O R E S D E A R E N A 31

    LO S ARGONAUTAS

    AL otro día, bien de mañana. empezaron activamente los preparativos del viaje. Que-

    rían partir por la noc~e para no ser vistos de nadie.

    Pedro talló en madera un chim-pancé para que lo colocaran como mascarón de proa; Don Cándido les ofreció una Geografía con ma~ . pas de todos los países; Martín les procuró provisiones relativamente abundantes; y Aurelia les preparó el equipaje.

    Cuando todo estuvo a punto, les dijo Martín :

    - En tu decisión, Jaime~ sólo veo un deseo siempre vivo en un marino; en la tuya, Juan, hay otra cosa que el simple afán de la aven-tura. Aún estás a tiempo de renun-ciar a ella, puesto que no ha ,pasado nada que te obligue a emprenderla.

    y el manchego recalcó las últi-mas palabras.

    - Mi aventura tiene un objeto, Martín: buscar bajo otros borizon-

    tes lo que tú ya tienes - repuso Juan.

    - Siendo así voy a permitirme darte un consejo, aun a sabiendas de que no te hace falta. Comparte todo lo que tengas con los otros hombres, todo menos el amor, hecho carne femenina. Cuando lo tengas comprenderás mi egoísmo. Compar~ tir con los demás la mujer que se ama, es, a pesar de todas las teo-rías que se inventen, la forma más estúpida, más hipócrita y más in-moral de la prostitución.

    Después de esto se abrazaron los do. hombres.

    Como los habitantes de la villa se recogían temprano en sus casas, los argonautas y SUS amigos se en-caminaron sigilosamente a la playa cuando aún no habían sonado las

    ' diez y la luna no mostraba toda-vía la redondez de su bobalicona faz.

    Antes de que embarcaran, les recomendó Don Cándido:

  • 32 MATEO SANTOS

    - Tan pronto como toquéis tierra, estudiad la geografía y la hist oria del lugar donde Os enc0!l-tréis; os será muy útil para conocer las características del país y la idio-sincrasia >' costumbres de sus habi-tantes;

    - Tendremos en cuenta s u reco-mendación, maestri1lo - asintió Jlfan bromeando.

    Fueron abrazándose en silencio. Aurelia los besó tiernamente en las lnejillas, diciéndoles:

    - Recordadme s iempre como a una hermana o como a una madre, que eso he querido ser para todos vosotros.

    - y has sabido ,serlo, noia. -afirmó Jaime, saltando ágilmente a la barca. Le siguió Juan,

    Toulouse, enero de· 1948.

    La pequeña embarcación despegó impulsada por los remo~: Su vela latina, suavemente hinchad,a por el viento, se recortaba sobre el azul del cielo y el verdegris del mar.

    Aún dijo Aurelia : , - No Os alejéis mucho de la

    costa. Gritó Jaime para que su voz lle·

    gara a la muchacha: - No temas; el mar y yo somos

    viejos amigos.

    A poco ya no se distinguían las sil uetas de los argonautas; sólo la vela latina era un punto blanco so-bre las aguas.

    - Que Dios 1es proteja - rezó Aurelia con la voz mojada en lágri-mas.

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