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AUSCHWITZ, MARX Y EL SIGLO XX 1 Enzo Traverso * J'ai développé ce thème dans «Le prophète muet. Portrait de Trotsky», Actuel-Marx, 1995, n° 17, pp. 175-195. On peut signaler, parmi les études plus récentes à ce sujet, Rolf Wiggershaus, L'école de Francfort, Presses universitaires de France, Paris, 1993. L'oeuvre de Günther Anders, malheureusement inédite en français, est publiée en Allemagne chez l'éditeur C.H. Beck de Munich. Parmi ses nombreux livres, les deux consacrés à L'obsolescence de l'homme sont sans aucun doute les plus importants (Die Antiquiertheit des Menschen, Bd. I. Über die Seele im Zeitalter der zweiten industriellen Revolution, et Bd. II. Über die Zerstörung des Lebens im Zeitalter der dritten industriellen Revolution). Quelques chapitres de cet ouvrage de G. Anders ont été traduits en français sous le titre De la bombe et de l'aveuglement face à l'apocalypse, Ed. Eguilles-Titanic, 1995. Sur Anders, voir E. Traverso, « Auschwitz et Hiroshima. Pour un portrait intellectuel de Günther Anders », Lignes, 1995, n° 26, pp. 7-33. Walter Benjamin, Das Passagen-Werk, Suhrkamp, Frankfurt, Bd. I, p. 574 (trad. fr. Paris, capitale du XIXesiècle, Cerf, Paris, 1993). Ce passage se trouve dans les notes préparatoires aux «Thèses de philosophie de l'Histoire», Gesammelte Schriften, Bd. I, vol. 3, Suhrkamp, Frankfurt, 1977, p. 1232. Cf. les études consacrées à Benjamin par Michael Löwy dans son recueil On Changing the World. Essays in Political Philosophy, from Karl Marx to Walter Benjamin, Humanities Press, Atlantic Higlands, 1993. Ce constat me paraît inspirer aussi la conclusion de l'étude d'Etienne Balibar, La philosophie de Marx, La Découverte, Paris, 1993. Je cite l'édition du Manifeste dirigée par François Châtelet, Livre de poche, pp. 5, 22. K. Marx, Le Capital, Editions sociales, Paris, vol. I. L'analyse la plus profonde et aiguë de la conception du progrès chez Marx se trouve à mon avis dans le recueil d'Ernest Mandel, Karl Marx. Die Aktualität seines Werkes, ISP Verlag, Frankfurt, 1983, pp. 77-79, 113, 122-123. MEW, Bd. 9, p. 226. «Les résultats éventuels de la domination britannique en Inde», Oeuvres choisies, vol. I, Editions du Progrès, Moscou, 1970, p. 519. 1. Auschwitz como símbolo Distintas razones han hecho de Auschwitz un símbolo y un nudo problemático de los crímenes nazis. No obstante, es necesario aclarar que el uso actual de este concepto como 1 Publicado en "Pour une critique de la barbarie moderne. Ecrits sur l'histoire des Juifs et de l'antisémitisme". Nouvelle édition revue et augmentée ISBN 2-904189-02-1 © Éditions Page deux 1997 * Traducción Patricio A. Brodsky Junio de 22/6/2003

Traverso - Auschwitz, Marx y El Siglo XX

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AUSCHWITZ, MARX Y EL SIGLO XX1

Enzo Traverso*

J'ai développé ce thème dans «Le prophète muet. Portrait de Trotsky», Actuel-Marx, 1995, n° 17, pp. 175-195. On peut signaler, parmi les études plus récentes à ce sujet, Rolf Wiggershaus, L'école de Francfort, Presses universitaires de France, Paris, 1993. L'oeuvre de Günther Anders, malheureusement inédite en français, est publiée en Allemagne chez l'éditeur C.H. Beck de Munich. Parmi ses nombreux livres, les deux consacrés à L'obsolescence de l'homme sont sans aucun doute les plus importants (Die Antiquiertheit des Menschen, Bd. I. Über die Seele im Zeitalter der zweiten industriellen Revolution, et Bd. II. Über die Zerstörung des Lebens im Zeitalter der dritten industriellen Revolution). Quelques chapitres de cet ouvrage de G. Anders ont été traduits en français sous le titre De la bombe et de l'aveuglement face à l'apocalypse, Ed. Eguilles-Titanic, 1995. Sur Anders, voir E. Traverso, « Auschwitz et Hiroshima. Pour un portrait intellectuel de Günther Anders », Lignes, 1995, n° 26, pp. 7-33. Walter Benjamin, Das Passagen-Werk, Suhrkamp, Frankfurt, Bd. I, p. 574 (trad. fr. Paris, capitale du XIXesiècle, Cerf, Paris, 1993). Ce passage se trouve dans les notes préparatoires aux «Thèses de philosophie de l'Histoire», Gesammelte Schriften, Bd. I, vol. 3, Suhrkamp, Frankfurt, 1977, p. 1232. Cf. les études consacrées à Benjamin par Michael Löwy dans son recueil On Changing the World. Essays in Political Philosophy, from Karl Marx to Walter Benjamin, Humanities Press, Atlantic Higlands, 1993. Ce constat me paraît inspirer aussi la conclusion de l'étude d'Etienne Balibar, La philosophie de Marx, La Découverte, Paris, 1993. Je cite l'édition du Manifeste dirigée par François Châtelet, Livre de poche, pp. 5, 22. K. Marx, Le Capital, Editions sociales, Paris, vol. I. L'analyse la plus profonde et aiguë de la conception du progrès chez Marx se trouve à mon avis dans le recueil d'Ernest Mandel, Karl Marx. Die Aktualität seines Werkes, ISP Verlag, Frankfurt, 1983, pp. 77-79, 113, 122-123. MEW, Bd. 9, p. 226. «Les résultats éventuels de la domination britannique en Inde», Oeuvres choisies, vol. I, Editions du Progrès, Moscou, 1970, p. 519.

1. Auschwitz como símbolo

Distintas razones han hecho de Auschwitz un símbolo y un nudo problemático de los crímenes nazis. No obstante, es necesario aclarar que el uso actual de este concepto como síntesis y metáfora del exterminio encarna un fenómeno relativamente reciente. A excepción de algúnos pocos intelectuales - en primer lugar Theodor W. Adorno -, prácticamente ninguno utilizó la denominación alemana de esta pequeña ciudad polaca desde 1945 (Oswjecim) para definir la fábrica más grande de muerte conocida en la historia. Simplemente después de la guerra, cuando la cultura antifascista aparecía como realmente hegemónica en Francia y en varios países de Europa occidental, el símbolo del crimen Nazi se centró más bien en lugares blanco de la deportación política, los campos de concentración de Dachau y Buchenwald. El lugar central de Auschwitz en la literatura del universo concentrationario Nazi empezó a construirse junto con el surgimiento de la conciencia, en el mundo occidental, de la singularidad histórica del exterminio del judío. Esta conciencia generó, de aquí en adelante, neologismos en todos los idiomas: el holocausto, un término de origen latino que indica un sacrificio humano de purificación por el fuego, y shoah, "destrucción" en hebreo. Aunque de uso actual, gracias su extendida difusión por los medios (uno recuerda de inmediato la miniserie televisiva del mismo nombre) e incluso por los catálogos de bibliotecas (notablemente en los países angloparlantes), la palabra holocausto fue objeto de feroces controversias, en mi opinión absolutamente legítimas, debido a su connotación religiosa que tiene implícita una

1 Publicado en "Pour une critique de la barbarie moderne. Ecrits sur l'histoire des Juifs et de l'antisémitisme". Nouvelle édition revue et augmentée ISBN 2-904189-02-1 © Éditions Page deux 1997 * Traducción Patricio A. Brodsky Junio de 22/6/2003

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tendencia a conferir una justificación teológica a la tragedia judía. El término shoah tiene el mérito para definir la escencia de este evento, la cuál es el resultado de la especificidad de los campos de exterminio pero se ve impregnada de interpretaciones ideológicas, junto a especulaciones de corte político, debido al uso instrumental que algunos sectores del establishment israelita hacen del genocidio judío en función de su propia auto-legitimación.

La imagen más conocida de Auschwitz - rieles que entran dentro del campo

envueltos por las tinieblas - evoca la memoria de convoyes ferroviarios arribando de toda Europa, cargados exclusivamente de judíos deportados cuyo destino era su selección para las cámaras de gas. Nosotros ya no podemos pensar en Auschwitz sin imaginar el humo de los hornos crematorios, lo cuál nos indica la unión inescindible que fusionó este nombre para siempre con la destrucción de los judíos de Europa. Auschwitz adquirió hoy en día el estatuto de un concepto que sintetiza más allá de su espesor emocional de dolor y memoria, en el plano histórico, el conjunto de los crímenes Nazis, y, en el plano ético, al menos desde el pensamiento de Karl Jaspers y Hannah Arendt, la «culpa», ciertamente ni universal ni indistinto, sin embargo muy real e imposible de olvidar, de una parte de Alemania y de Europa por los crímenes del nazismo2.

Auschwitz es una definición más pertinente que holocausto o que shoah para definir el sistema hitleriano de muerte, pues ella reconoce la especificidad del genocidio judío sin aislarlo, mientras, por otro lado, lo inscribe dentro del inmenso contexto que fue el universo concentracionario Nazi. Estas son las razones que hacen de este lugar un símbolo, una metáfora y una síntesis: Auschwitz era en su momento el campo de concentración más grande y también el campo exterminio más grande que operó bajo el Tercer Reich; allí encontró la muerte la mayor cantidad de víctimas, no sólo judíos sino también gitanos, rusos, polacos o de otras nacionalidades; Auschwitz era el lugar principal en relación con el proceso de exterminio racial (entre un millón y un millón y medio de judíos fueron eliminadas en las cámaras de gas de Birkenau) y a través del exterminio por el trabajo (261 000 víctimas sobre 405 000 deportados). Por otra parte, Auschwitz era un sitema de campos que se caracterizaron tanto como centro de producción que como centro de la muerte; allí tuvieron representación todas las categorías de "enemigos" según la obsesiva clasificación Nazi; de los Subhumanos (Untermenschens) (desde los Judíos hasta los Gitanos, desde los testigos de Jehovah a los homosexuales, de los «asociales» los deportados políticos, desde prisioneros de guerra los «trabajadores requeridos» de los países ocupados). En este sentido Auschwitz constituye un auténtico nudo problemático que liga al campo de concentración y de exterminio al conjunto de la sociedad alemana y une a la industria y al exterminio durante la dominación Nazi en Europa de forma tal que permite establecer relaciones entre política y deportación, e incluso contradicciones que de él se sucedieron, de un lado, entre los requerimientos militares y productivos y el objetivo de exterminio, del otro; entre la racionalidad «administrativa» del sistema y su irracionalidad absoluta en el plano humano y social. Finalmente, como él se asentaba sobre un complejo gigantesco de campos, Auschwitz no sólo permitió el número más grande de víctimas, sino también el número más grande de testimonios (de Primo Levi a Charlotte Delbo, de Tadeusz Borowski a Jean Améry3).

2 Hannah Arendt, Karl Jaspers, Briefwechsel, Piper, München, 1985.3 Cf. Alain Parrau, Ecrire les camps, Belin, Paris, 1995.

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2. Auschwitz y la Solución Final

El campo de Auschwitz fue creado en 1940 y entró en la función como Konzentrationszentrum (KZ) al año siguiente; fue uno de los primeros campos de exterminio en adoptar el sistema de muerte por gas en la primavera 1942, y el último en acabar con este ritual macabro, en noviembre de 1944. El verdadero campo de exterminio, Birkenau, era el más grande de los seis centros en los cuales se perpetró el genocidio judío (los otros eran Chelmno, Belzec, Sobibor, Lublin-Majdanek y Treblinka). La creación de Auschwitz - Birkenau fue precedida por la institución de campos de concentración, reservados como destino para los opositores políticos alemanes, estos campos aparecieron en Alemania desde 1933 (Dachau) y aumentaron a partir de 1938 (Buchenwald, Mauthausen, Neuengamme, Flossenburg, etc.) para, finalmente, extenderse por la totalidad de los territorios ocupados por el Reich alemán durante la guerra. Cualitativamente distintos de los campos de concentración, los campos de exterminio eran la extensión, una fase «superior» de la máquina de muerte Nazi, genéticamente superiores a las distintas formas que lo habían precedido dentro del universo concentracionario. Este salto cualitativo que implicó un cambio de función del KZS (campo) cuya finalidad inmediata era de aquí en adelante la producción de la muerte, era determinado por la adaptación de las estructuras concentracionarias al imperativo ideológico Nazi de la eliminación de los demás «las razas inferiores». En este sentido Auschwitz aparece como el símbolo de la superposición entre la biología racial y la evolución de las técnicas de exterminio en masa que es origen de los campos de exterminio. Para estudiar la génesis de Auschwitz tenenmos que desarrollar, por consiguiente, las distintas fases del proceso que finalizó en la "Solución Final" del "Problema Judío" en Europa.

El anti-semitismo constituyó, en el caso de Hitler, una obsesión que se remonta a sus años de juventud en Austria, marcado por la influencia de la demagogia pequeño- burguesa del alcalde social cristiano de Viena, Karl Lueger, y por el nacionalismo pangermánico Georg von Schönerer, dos corrientes que impregnaron todo el medio cultural austro- alemán a comienzos del siglo XX. Atraído a esta tradición racista y antisemítica, Hitler proyectó contra los judíos sus frustraciones de artista joven y sin futuro, tan ambicioso como mediocre, en un contexto intelectual extensivamente caracterizado, y por otra parte dominado por la presencia judía. Nada asombroso hasta allí: semejante mecanismo psicológico estaba, en aquel momento, sumamente generalizado en varios países europeos. Pero fue en la Alemania de finales de la Primera Guerra Mundial en donde el völkisch nacionalista y los racistas anti-semitas se volvieron la base de un movimiento político de masas, al principio desorientado y heterogéneo, pero después se volvió cada vez más sólido alrededor del partido Nazi, y más notablemente después de su asombroso resultado electoral de 1930.

Desde la llegada de Hitler al poder el anti-semitismo Nazi sufrió una radicalización progresiva. Más allá de la ola represiva que golpeó a los militantes e intelectuales de izquierda, dos categorías en las cuales la proporción de judíos era especialmente importante, las primeras medidas discriminadoras contra los judíos, las cuales, escencialmente, involucraban a los empleados de la función pública y a algunas profesiones liberales, se adoptaron a partir de la primavera de 1933. Ellas se extendieron dos años después gracias a las leyes de Nuremberg las que borraron completamente adquisiciones de un siglo de

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emancipación y finalmente abrió las puertas a una verdadera política de persecución que contnuó la ola de pogroms iniciada en noviembre de 1938, durante la tristemente célebre Kristallnatch la "noche de los cristales rotos". Ya unos meses antes habían comenzado a tomarse las medidas de «arianización» de la economía alemana - esto es, la expropiación intensiva de capitales y las fortunas judías - por otra parte debido a este evento, el anti-semitismo Nazi se acentuó fuertemente. En una mirada retrospectiva, los pogroms de 1938 aparecen como un ensayo importante en la forma de la Solución Final, porque ellos verificaron por primera vez en una escala enorme la pasividad general de la sociedad alemana, de aquí en adelante «paso a paso», se encaró la persecución de los judíos. Hitler y la élite Nazi tenían la intuición que una radicalización era entonces posible y que no encontrarían escollos insuperables.

En 1939, con el estallido de la guerra y la invasión de Polonia, el régimen nacional socialista empezó la deportación de judíos hacia los Ghettos y los Campos de Concentración (de la misma manera se concibió un proyecto de traslado masivo de poblaciones parcialmente alemanas hacia los territorios del Este). Desde la agresión contra la Unión Soviética en Agosto de 1941 los Nazis procedieron a la exterminación, a través de su aplicación en dos fases distintas: primero, la ejecución se confió a los Einsatzgruppens, las unidades especiales de las SS se encargaron de la eliminación de judíos y de los Comisarios políticos del ejército rojo en territorios ocupados por la Wehrmacht; en una segunda fase, la cual empezó en la primavera de 1942, se puso en funcionamiento a los campos de exterminio. Es desde ese momento que Auschwitz jugó un papel esencial en el proceso de destrucción burocrática e industrial de personas por razones de «higiene racial».

El resultado global de este Vernichtungskampf fue entre cinco y seis millones de víctimas. Como lo ha señalado Raul Hilberg, el principal historiador de la Solución final, el exterminio era un proceso conformado por varias etapas diferenciadas: primero fue necesario definir a los judíos como enemigos de la «raza aria» por una nueva legislación antisemítica (1935); entonces, ellos fueron desposeídos y reducidos a la condición de proscritos (1938); durante una tercera fase ellos fueron encerrados en Ghettos y campos de Europa oriental, gracias a una política de deportación implementada en todos los países sometidos al yugo Nazi (1940-1944); finalmente, fueron eliminados (1941-1944). El exterminio se realizó en dos fases: primero por los «destacamentos móviles de matanza» los Einsatzgruppens, luego por los "centros específicos de encierro y exterminio"4.

No fue un proceso planificado, sino el resultado de un grupo de medidas relacionadas unas a otras como los eslabones de una cadena, se fue generando debido a la radicalización progresiva de la política y del sistema Nazi de dominación. Si la linearidad y la consistencia de este proceso parecen claras ante una mirada retrospectiva, ellas no lo eran no sólo a los ojos de víctimas sino también y sobre todo ante sus inventores y ejecutores. Mientras la maquinaria de deportación y concentración se puso en marcha, la política oficial del régimen Nazi privilegió la opción de la emigración judía, la cual sólo fue abandonada en 1941, mientras se mantuvo la expectativa de crear un inmenso Ghetto en Madagascar, en aquel momento colonia francesa, dónde Hitler quiso concentrar a cuatro millones de judíos.

4 Raul Hilberg, La destruction des Juifs d'Europe, Fayard, Paris, 1988.

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El genocidio judío se vuelve completamente incomprensible si uno hace abstracción de la historia del anti-semitismo moderno, específicamente en Europa central y en el área germánica. Una vez más debemos decir que el exterminio de judíos era, en última instancia, la consecuencia de una intención. La decisión del Endlösung fue tomada por Hitler (probablemente entre el verano y el otoño de 1941, cuando puso en marcha la Operación Barbarroja en el frente oriental5) y logró implementar en los años siguientes gracias a un sistema técnico y administrativo que no podría ser el hecho de una simple improvisación. Un examen más profundo de la situación militar y política del régimen Nazi durante la guerra revela que el exterminio no era la solución más «cómoda» y barata de resolver la cuestión judía en los territorios conquistados en Polonia, en Ucrania, en Rusia y en los países bálticos, para no hablar de la Europa occidental y de los territorios más marginales y distantes del imperio alemán, como Grecia continental o la isla de Corfú. Por un lado, la máquina de deportación - la concentración - el exterminio implicó una coordinación y una organización que no podrían en lo absoluto ser producto de la improvisación ni tampoco resultado de elecciones empíricas y contingentes; por otro lado, implicó una extendienda red de estructuras y medios que demostraron también ser muy poco racionales en el plano militar también en el plano económico. Determinada por un imperativo ideológico, esta política se tornó prueba, a pesar de la racionalidad formal (en sentido weberiano) de los distintos segmentos burocráticos, administrativos e industriales, de una «contra-racionalidad» global del sistema de poder nazi6.

Sin embargo, un intento de explicación del genocidio judío no se puede detener allí. Llevado al extremo, semejante acercamiento intencionalista sólo serviría para ver a Auschwitz como el simple producto de la psicopatología hitleriana. Los anti-semitas Nazis sufrieron una evolución y sobre todo un gran radicalización durante la guerra. No es inútil señalar aquí que en el programa del NSDAP, el anti-semitismo (discriminador y no genocida) no ocupe un lugar central. También es necesario agregar que, cuando muchos historiadores subrayaron que, a diferencia de Hitler y Alfred Rosenberg, que estaban obsesionados por el odio antijudío, más los principales jerarcas Nazis nunca habían mostrado evidencia de un anti-semitismo virulento antes de su adhesión al movimiento Nazi. Esto excluye, por ejemplo, a algunos de los principales responsables de la Solución final tal como Himmler, Goering, Hess, Frank o mismo Goebbels adhirieron al movimiento nacional socialista por el antisemitismo7. El genocidio no fue, por consiguiente, un proceso lineal, ni la realización de un proyecto ya anunciado. La mera intención no puede explicarlo, más allá del hecho que era desigualmente compartido dentro de la jerarquía Nazi. Como escribió Pierre Vidal-Naquet, «la ideología, tan asesina, no es suficiente para dar cuenta del pasaje al acto»8.

Es necesario analizar en contexto, la compleja maquinaria de poder Nazi con todas sus ramificaciones en la Europa ocupada. El genocidio judío era en primer lugar producto de la guerra. Era un evento completamente inconcebible fuera del contexto psicológico, social, político y militar creado por la guerra en la frente oriental. Solo la Segunda Guerra

5 Cf. Philippe Burrin, Hitler et les Juifs, Seuil, Paris, 1988.6 Cf. Dan Diner, «Historical Understanding and Counterrationality», in S. Friedländer (ed.), Probing the Limits of Representation. Nazism and the «Final Solution», Harvard University Press, 1992.7 M. R. Marrus, The Holocaust in History, Penguin Books, London, 1987, p. 11.8 Pierre Vidal-Naquet, Les Juifs, la mémoire et le présent, II, La Découverte, Paris, 1991, p. 256.

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mundial permitió al odio visceral contra los judíos y al anticomunismo de Hitler unirse en una lucha total contra el «judeo-bolchevismo». desde 1941 esta lucha tornó a una guerra cualitativamente diferente, por sus niveles de violencia y destrucción, enfrentando a los poderes occidentales. Era, según Arno J. Mayer, una especie de «cruzada secularizada» de los tiempos modernos. La meta de tal «guerra total» no era tanto la derrota del ejército rojo, sino sobre todo la conquista del Lebensraum al Este y la defensa de la «civilización europea» amenazada por el bolchevismo judío. El genocidio apareció en una guerra sangrienta que cuenta de hecho con varios millones de víctimas, durante la que todo se volvió posible, incluso lo que parecía inimaginable incluso hasta el fin de años treinta: «La Operación Barbarroja fue, por consiguiente, en su momento una ofensiva militar gigantesca contra la Rusia Soviética y una feroz cruzada contra el "judeo-bolchevismo". El judeocidio estaba exclusivamente circunscripto a los paises del Este. Fue una cruzada inscripta en el propio corazón de la guerra que generó la tan curiosamente fatal furia destructiva contra los judíos.» 9

Desde esta perspectiva el exterminio de judíos representa el punto de llegada de una guerra moderna de treinta años, empezó en 1914 por la ruptura del balance entre viejas dinastías de las grandes potencias europeas10. Extranjeros en el moderno occidente, los judíos fueron, de este modo, víctimas designadas en esta larga guerra civil europea comenzada en las trincheras de la Primer Guerra Mundial y finalizada en los hornos crematorios de Treblinka y Birkenau.

3. Sociología de Auschwitz

La organización de la máquina asesina Nazi representa una síntesis de la fábrica industrial, el ejército y las estructuras penitenciarias de la sociedad moderna articuladas de acuerdo a un proyecto de eliminación racial. La muerte reinó en un mundo en que sus elementos constitutivos - la fábrica, el cuartel, la cárcel - estabanesxtendidas por todas las sociedades Occidentales. Después de todo, ésta no es casual que Auschwitz fuera, a la vez, un campo de exteminio y un campo de trabajo - Buna-Monowitz - donde la industria química alemana IG-Farben habían instalado talleres de producción11. Según Raul Hilberg, «este sistema se perfeccionó a un grado tal que justificó la descripción que de él dio un médico SS: la cadena (línea de montaje)»12. en general en los campos de Auschwitz, estas dos estructuras - productiva y destructiva - fueron integradas. Allí se produjo el triunfo y el festejo de la muerte reificada.

9 Arno J. Mayer, La «Solution finale» dans l'histoire, La Découverte, Paris, 1991, p. 261.10 No es necesario confundir este acercamiento con el del historiador revisionista alemán Ernst Nolte quien popularizó el concepto de "guerra civil europea" , y relaciona su origen, no con la caída del antiguo orden monárquico, en 1914, sino en el momento de la revolución de octubre, según el autor, fuente de todos los desastres del siglo XX. (cf. Ernst Nolte, Der europäische Bürgerkrieg, Ullstein, Frankfurt, 1987).11 Cf. Peter Hayes, Industry and Ideology. IG Farben and the Nazi Era, Cambridge University Press,

1987.12 R. Hilberg, op. cit., p. 837.

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Esta doble función del Lager de Auschwitz sintetiza de manera emblemática una de las mayores contradicciones que marcaron todo el proceso del exterminio judío: el conflicto casi permanente, dentro de las SS, entre los partidarios de dar prioridad absoluta al exterminio (H. Himmler, R. Heydrich) y fuerzas favorables a una mayor explotación de la mano de obra judía en los campos de concentración (O. Pohl, de la oficina central de administración y economía, WVHA). Los campos de exterminio nacieron de la fusión de dos sistemas preexistentes: las cámaras de gas, introducidas durante la invasión en el frente ruso, que en una primer etapa estaba en unidades móviles, y los campos de concentración que se concibieron esencialmente para la deportación política y para la explotación de la fuerza de trabajo conformada por prisioneros de guerra. Controlados por la oficina de economía de las SS, estos campos se volvieron el ámbito principal de acción de la política de exterminio decidida por el ministerio del interior, por la Policía y por los órganos de política racial. El pasaje de la explotación al exterminio no era automático, ni sin solución de continuidad. Toda la política genocida tuvo lugar en un escenario de tensión permanente entre productividad y exterminio. Estas contradicciones atravesaron el Konzern IG-Farben, debido a que el genocidio tomó forma mediante la explotación de la mano de obra judía en el marco de un «exterminio por el trabajo» pero, al mismo tiempo, produjo el Zyklon B que permitió el funcionamiento de las cámaras de gas13. El camino que desembocó en Auschwitz no fue lineal sino sinuoso, caracterizado por tendencias divergentes que en última instancia eran la subordinación del interés económico al imperativo del exterminio, procesos puestos en marcha en los campos de exterminio eran perfectamente «racionales» y científicos, dicho de otra manera, modernos. Auschwitz celebró este enlace tan típico del siglo XX entre la racionalidad más alta de medios (el sistema de campos) y la más absoluta irracionalidad de fines (la destrucción de personas) o, si uno prefiere, implicó, bajo la forma de una tecnología destructiva, el divorcio entre la ciencia y ética. Al fondo había una notable homologación estructural entre el sistema de producción y el de exterminio que coexistían en Auschwitz. Este último funcionó como una fábrica productora de muerte14: Los judíos de eran su materia prima y los medios de producción no tenían nada de rudimentario, por lo menos desde la primavera 1942, cuando los móviles camiones de gas fueron reemplazados por un sistema fijo incomparablemente más eficaz: la cámara de gas. Aquí, la muerte se produjo por las emanaciones de Zyklon B, un tipo de ácido prúsico fabricado principalmente por IG-Farben, la industria química alemana más avanzada. Los cuerpos de víctimas eran entonces quemados en el horno crematorio del campo cuyas chimeneas evocaron las formas arquitectónicas más tradicionales del paisaje industrial. Todo lo que podría recuperarse de las víctimas - tanto sus posesiones como algunos elementos de sus cuerpos - se almacenó en depósitos. Así es cómo, durante la libreración de los campos los aliados descubrieron montañas de cabellos, de dientes, de zapatos, de gafas, de maletas, etc.

La reificación de la muerte requirió una ténica fría y conveniente, un lenguaje digno de un crimen perpetrado sin pasión, despojado de estallidos de odio, con la satisfacción lograr una tarea y ejecutar un trabajo realmente metódico. El genocidio se volvió Endlösung (Solución Final), el exterminio por gaseamiento Sonderbehandlungens (tratamientos

13 Cf. T. Sandkühler, H.W. Schmuhl, "Noch einmal : die I.G. Farben und Auschwitz", Geschichte und Gesellschaft, 19, 1993, Heft 2, pp. 264-265.

14 Cf. l'introduction de Zygmunt Bauman à son ouvrage fondamental, Modernity and the Holocaust, Polity Press, Oxford, 1989, p. 8.

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especiales), las cámaras de gas pezialeinrichtungens (medios especiales), etc. Este Amtsprache, este lenguaje codificado, apuntó a camuflar el crimen y, al mismo tiempo, reveló uno de los mayores rasgos mayores de él: su dimensión burocrática, eslabón indispensable entre la rutinización de la violencia y la reificación de la muerte.

Las autoridades que manejaron los campos eran, en la mayoría de casos, burócratas, ejecutores aplicados y disciplinados, encarnación, tal como Adolf Eichmann, de «la trivialidad del esmero». En su testamento, escrito en una celda de Cracovia en febrero de 1947, el comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess, dijo en su relato, un macabro autorretrato acerca de una gigantesca fábrica de muerte: «Yo era un engranaje inconsciente de la inmensa máquina de exterminio del Tercer Reich»15

4. Auschwitz y la Modernidad

Las más recientes investigaciones acerca del sistema concentracionario Nazi y el genocidio judío subrayan las profundas raíces de Auschwitz dentro de la sociedad del siglo XX, mostrando una prueba de lo siniestro que se oculta en la sociedad moderna. Según Zygmunt Bauman, Auschwitz «se pensó e implementó en el seno de nuestra civilización, en el apogeo de su desarrollo cultural y humano, el por qué es una pregunta que pende sobre esta sociedad, esta civilización y esta cultura »16. La modernidad de Auschwitz no produjo solamente las fábricas de la muerte, sino también a su trasfondo cultural, formado por una racionalidad burocrática que aplica un gerenciamiento administrativo sin ningún cuestionamiento de orden ético. A la monopolización estatal y la racionalización de la violencia se agrega una adecuada producción de indiferencia moral de, para dar un ejemplo, los funcionarios que manejaron meticulosamente la organización de los ferrocarriles del Reich sin cuestionarse para qué se transportaban trenes dirigidos a Auschwitz, Treblinka y Sobibor, ni cuál era el destino de sus pasajeros.

Este juicio ha sido enunciado por Wolfgang Sofsky: «El campo de concentración aparece en la historia de la sociedad moderna. En los campos de batalla de masas de las guerras uno experimentó el poder de exterminio de la técnica moderna; en los mataderos de campos de concentración, el poder destructivo de la organización moderna»17

Según Ernest Mandel que inscribió su análisis del genocidio judío en una interpretación global de Segunda Guerra Mundial «afirmar que el germen del holocausto está en el racismo extremo del colonialismo y del imperialismo no significa que esta atrocidad tenía que producirse inevitable y automáticamente en su peor forma. Para él, odio racial tenía que combinarse en forma parcial con la racionalidad asesina del moderno sistema industrial»18

15 Rudolf Hoess, Le commandant d'Auschwitz parle, La Découverte, Paris, 1995, p. 256.16 Z. Bauman, op. cit., p. 30.17 Wolfgang Sofsky, L'organisation de la terreur, Calmann-Lévy, Paris, 1995, p. 345.

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La singularidad histórica del genocidio judío no reside sin embargo en el sistema concentracionario sino en el exterminio racial, una ruptura real de la civilización que rasgó una tela, la solidaridad humana elemental en la cual se basaba la existencia de la humanidad hasta aquel momento en este planeta.19

Auschwitz fue generada por la fusión de la biología racial con las técnicas y las fuerzas de destrucción que se pone movimiento en las sociedades industriales modernas20. Este genocidio históricamente singular - único en el transcurso de una civilización ya contaminada por las matanzas y violencias, hasta los genocidios reales (de aztecas a Ruanda) - nació de la reunión fatal del anti-semitismo moderno con el fascismo, dos oscuros y siniestros polos de modernidad que encontraron síntesis en Alemania pero esos elementos, analizado aisladamente, ya eran extensamente corrientes en Europa de entreguerra. En este sentido, mucho más que una especificidad alemana, Auschwitz constituye una tragedia cuya raíz se hunde en la situación de Europa del siglo XX.

El anti-semitismo a menudo tomó la forma de una reacción conservadora contra la sociedad moderna, como en el caso de la Rusia de Zares y también, a desde varios aspectos, en Alemania de Hitler cuyo Weltanschauung fue dirigido a borrar un aspecto del mundo moderno descendiente de la Revolución francesa,: la herencia del Iluminismo y del racionalismo humanista. Pero esta batalla se llevó en nombre y por medio de la modernidad tecnológica e industrial más avanzada. El nacionalsocialismo había recibido en el legado de su «Revolución conservadora» una mezcla sui generis de arcaísmo y modernidad, de mitologías teutonas y de culto de la tecnología a las que se agregó un poco del racismo biológico que hunde sus raíces en la tradición del darwinismo social; eso fue su atoproclamada ciencia. Auschwitz ha sido interpretado a menudo, desde una visión ingenua y positivista de la historia, como una recaída de la sociedad en la barbarie, por otra parte los positivistas, son dominados desde hace dos siglos por la idea de Progreso. Sin embargo, tal visión se ha demostrado incapaz de comprender la dimensión moderna de esta forma de barbarie, producto del desarrollo de la ciencia y de la técnica como instrumentos de muerte. Los campos de exterminio no representan una regresión de la sociedad hacia la barbarie del pasado, sino un fenómeno histórico radicalmente nuevo21. No es el fruto habitual, natural e inevitable del desarrollo de la modernidad, sino ciertamente una de sus posibles salidas en la escena de las actuales situaciones sociales.

Si bien el genocidio judío debe entenderse, en el plano histórico, como el resultado de una cadena larga de persecuciones, sería sin embargo demasiado simplista interpretarlo como el resultado inevitable y natural de una eterna judeofobia. Por un lado, los anti-

18 Ernest Mandel, The Meaning of the Second World War, Verso, London, 1986, p. 91. Ver también del mismo autor, su ensayo « Les prémisses matérielles, sociales et idéologiques du génocide nazi », in H. Wissman et Y. Thanassekos (éds), Révision de l'histoire, Cerf, Paris, 1990, pp. 169-174.

19 Cf. los textos recopilados en el trabajo colectivo bajo la dirección de Dan Diner, Zivilisationsbruch. Denken nach Auschwitz, Fischer, Frankfurt/M, 1988.

20 Cf. Detlev Peuckert, «Alltag und Barbarei. Zur Normalität des Dritten Reiches», in D. Diner (Hg.), Ist der Nationalsozialismus Geschichte? Zu Historisierung und Historikerstreit, Fischer, Frankfurt/M, 1987, p. 59. Ver sobre todo Ernest Mandel, The Meaning of the Second World War, Verso, London, 1986, p. 91.

21 Ya desarrollé este punto en Les Juifs et l'Allemagne, La Découverte, Paris, 1992 (ch. V, «Auschwitz, l'histoire et les historiens»).

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semitas modernos marcaron un giro cualitativo respecto a la hostilidad cristiana tradicional hacia los judíos y, por otro lado, la Solución Final representó un salto cualitativo y una ruptura en la historia del anti-semitismo. Esta última cumplió una función muy precisa haciendo de los judíos la víctima propiciatoria de las tensiones y los conflictos sociales. Para cumplir este rol los judíos tenían que subsistir. Los campos de exterminio, por otro lado, reñidos con toda forma de racionalidad social o económica, marcado un hiato antropológico respecto a la percepción antisemítica tradicional de judíos como la minoría extranjera, peligrosa y hostil. Ellos expresaron otra forma de «racionalidad»: Auschwitz aparece como la realización de eso que Horkheimer y Adornos calificaron, siguiendo a Max Weber, de «la razón instrumental» del capitalismo moderno, una racionalidad interesada, olvidado del hombre y exclusivamente dirigida hacia la dominación.

Auschwitz no sólo debe representar la oportunidad de rememorar un luto del pasado que oriente la salida de un tiempo «homogéneo y vacío» (Walter Benjamín) que será superado y que la humanidad clasificará en sus archivos y quizá, un día, se olvidará. Auschwitz debe constituir un cuestionamiento permanente en nuestra civilización y en el mundo en que nosotros vivimos, el mismo fue capaz de generar el horror de las cámaras de gas. «Nunca Más Auschwitz»: este es, en el pensamiento de Adorno, el imperativo categórico a que deben ser sometidas las generaciones de la postguerra22. Traducido en acciones concretas, este imperativo significa hoy nunca más Mölln, nunca más Sarajevo, nunca más Kigali.

5. Releer a Marx después de Auschwitz Releer a Marx después del desastre, bajo la obscura luz de Auschwitz, no es una

tarea inútil, porque las cámaras de gas también desafían la tradición de pensamiento en la cual fue formado. Auschwitz cuestiona algunos paradigmas de esta tradición, a veces desarrollados en los textos de Marx, a veces construidos y desarrollallados en trabajos anteriores a él. Auschwitz cuestiona al marxismo, en el sus distintas vertientes, porque, durante décadas largas este último fue incapaz de ver el «agujero negro» (P. Levi), reconociendo todo su alcance, las dimensiones de su carácter de de giro y ruptura antropológica en la historia. Los Marxistas vulgares entendieron a los campos de exterminio, sin duda, como una demostración entre otras, de el «capitalismo monopolista» y de la «decadencia imperialista». La visión del genocidio judío como expresión extrema del racismo moderno era más a menudo una retórica de la fórmula que un cuestionamiento profundo e innovador en el estatuto de las mentalidades y las ideologías racistas en la historia del mundo occidental. Ningún Marxista, en la postguerra, por lo menos hasta un tiempo reciente, ha dedicado a estos problemas con profundidad equiparable a las esclarecedoras dos primeras partes del estudio de Hanna Arendt acerca de los Orígenes del totalitarismo. Este silencio no era la forma más digna, ni más fructífera, de rendir homenaje a los militantes e intelectuales Marxistas - se cuentan por miles - que perdieron sus vidas en los campos de concentración y exterminio del Reich hitleriano.

22 Theodor W. Adorno, Dialectique négative, Payot, Paris, 1992, p. 286

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El universo el concentracionario Nazi se ha evocado a menudo para confirmar la alternativa clásica que enfrentó Europa a comienzos de Primera Guerra Mundial según Rosa Luxemburgo: socialismo o barbarie23. Si la intuición de Rosa fue iluminadora, la repetición ritual de este eslogan hizo de ella una forma pantalla evasiva y desconcertante. Se agitó el espectro de un declive de la civilización, sin comprender que Auschwitz era la barbarie. Con algunas pocas excepciones - de Georges Sorel a Walter Benjamín - los marxistas habían pensado el declive de la humanidad bajo la forma de una regresión, e incluso de un retorno a las formas sociales premodernas, primitivo, lo que los permitió apenarse, reencaminarse y a veces deslumbrarse ante el hecho inesperado de la emergencia de una «barbarie» moderna, cabe aclarar que en principio se apoyaron en las tendencias del desarrollo histórico en lugar de desafiarlas para revertirlas. Dice por otra parte, que esta barbarie técnológica e industrial, estuvo organizada y controlada por su propia racionalidad instrumental. El único parangón que uno podría instituir legitimamente entre el genocidio judío y el Medioevo reside en la mentalidad de los Cruzados, notablemente analizada por Arno J. Mayer que los inventores inspirados de la Solución Final24. Los « bárbaros» (éstrangeors) que se habían cristianizado hacía algunas generaciones no tenían nada en común con la Weltanschauung nacionalsocialista.

Por Cierto, uno podría ver a los campos de exterminio como el resultado de un largo proceso de «destrucción de la Razón» (G. Lukacs) -la Razón humanista heredada del Iluminismo-, pero su estructura, a través de varias experiencias e instituciones modernas (el cuartel, la penitenciaría, el matadero, la fábrica y el la administración burocrático-racional) y su ideología (la biología racial) fue producido bajo el paraguas histórico en el curso de un proceso histórico que en Europa llevó varios siglos y cuya línea general se había interpretado tradicionalmente como una marcha ininterrupida de la humanidad hacia el Progreso. Este curso se reveló ahora como la antecámara del infierno sin la cual Auschwitz sería completamente inconcebible, por otra parte se la interpreta bajo la forma, racionalmente inaceptable, de un descarrilamiento súbito e inexplicable de la historia.

El marxismo «científico» - el que se canonizó en la ideología oficial de la Segunda y la Tercera Internacional y enunciado en el plano teórico por Kautsky y Plejanov, Lenín y Bujarin - no había concebido al socialismo como una ruptura profunda y radical con la civilización burguesa. Para los representantes de esta tradición la supresión del capitalismo se vio como el fin de la explotación, hecho posible por la estatización de la economía, pero ciertamente no lo veían como una ruptur radical con la razón del tipo de desarrollo conocido por Europa y el mundo occidental desde la revolución industrial. La idea de acabar con aquella evolución nunca había siquiera asomado a las mentes de los socialistas de antes de la Primera Guerra Mundial, de Jean Jaurès a Agust Bebel, de Filippo Turati a Víctor Adler. Reemplazar la ley de la ganancia por las necesidades de la humanidad (por «humanidad» a menudo se entendió sólo al obrero masculino bajo la categoría "clase") no significa en absoluto, para ellos, atacar los fundamentos de una sociedad identificada con la industria, la técnica, la ciencia y el Progreso.

Plejanov asignó al socialismo la tarea de terminar el trabajo empezado por Pedro el Grande, modernizar Rusia. Los Bolcheviques apenas se movieron de esta concepción. Para

23 Rosa Luxemburg, La crise de la social-démocratie, La Taupe, Bruxelles, 1970.24 Arno J. Mayer, La «Solution finale» dans l'Histoire, op. cit., ch. I.

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Lenín, su diferencia con el «romanticismo económico» de los populistas, para él, el socialismo eran «los soviets más la electrificación». Si bien uno no puede asignarle ciertamente la responsabilidad de los crímenes de Stalin, no es difícil de descubrir en sus escrituras una visión de la transición al socialismo como un proceso de industrialización dónde la prioridad reside en la planificación del desarrollo de las fuerzas productivas. Preobrajenski había acuñado, a este respecto, el concepto de «acumulación primitiva socialista». estaba indudablemente cerca de la respuesta a una situación concreta literalmente catastrófica que puso a los revolucionarios ante la tarea de reconstruir la economía de un país en ruinas, asolada por un conflicto mundial y por una guerra civil. En él la costrucción de un proyecto completamente socialista continúa siendo una dimensión utópica, necesidad obsesiva e imperiosa. En síntesis, era obvio para todos ellos que, lejos de implicar la destrucción de la civilización burguesa el socialismo era su "superación", pues logra desplegar todas sus potencialidades. Ellos se olvidaron de Marx, porque los socialistas rusos deben de haberse inspirado por la comunidad campesina eslava (el obcijna) en lugar de la industria inglesa25.

Depuis Rousseau, Fourier et Marx, la critique de la civilisation avait été mise entre parenthèses ; désormais, le prolétariat devait poursuivre le rôle révolutionnaire de la bourgeoisie, en reprenant le drapeau qu'elle avait trahi ou abandonné. Les représentants « hérétiques » du marxisme classique, de Rosa Luxemburg à Gramsci et Trotsky, s'éloignèrent de ce paradigme sans jamais parvenir à l'abandonner complètement. Ils critiquaient le fatalisme optimiste et l'évolutionnisme de Kautsky, mais leur approche théorique restait marquée par une forte tendance productiviste. Leur rupture fut donc inachevée. Si leur cosmopolitisme tenait, très souvent, à leur judéité, le prix qu'ils payèrent pour s'arracher à leurs origines russes et polonaises fut celui d'un occidentalisme extrême qui les poussait à voir l'ensemble du monde non occidental (à partir de l'Europe à l'est de Berlin) exclusivement sous le signe de l'arriération25. De plus en plus imprégnée de positivisme et d'évolutionnisme, la pensée marxiste laissait ainsi à la droite romantique et conservatrice le monopole de la critique de la civilisation, qui trouvera son propagandiste en Oswald Spengler et son philosophe le plus profond en Martin Heidegger (certains marxistes parmi les plus originaux de l'après-guerre furent ses élèves).

Avec l'idée de Progrès, Auschwitz a définitivement balayé la conception du socialisme comme issue naturelle, automatique et inéluctable de l'histoire. Le défi d'Auschwitz au marxisme est donc double : il s'agit, d'une part, de repenser l'histoire sous le signe de la catastrophe, du point de vue des vaincus, et, d'autre part, de repenser le socialisme comme civilisation radicalement autre, non plus fondée sur le paradigme du développement aveugle des forces productives et de la domination de la nature par la technique, mais sur une nouvelle qualité de la vie, sur une nouvelle hiérarchie de valeurs, sur un rapport différent avec la nature, sur des relations égalitaires entre les sexes, les nations et les « races », sur des relations sociales de fraternité et de solidarité entre les peuples et les continents. Cela signifie renverser la ligne de marche suivie par le monde occidental depuis au moins la fin du XVe siècle, donc abandonner l'optimisme naïf d'une pensée qui se voulait l'expression consciente du « sens de l'histoire » et d'un mouvement qui

25 Ver los textos recopilados por Maurice Godelier, Sobre las sociedades precapitalistas, Editions sociales, Paris, 1970. Este aspecto del pensamiento de Marx es analizado por Michael Löwy y Robert Sayre, Révolte et mélancolie. Le romantisme à contre-courant de la modernité, Payot, Paris, 1992.

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croyait « nager avec le courant » ; cela veut dire aussi redonner à l'idée de socialisme sa dimension utopique.

Cette tentative de repenser le marxisme à la lumière d'Auschwitz a été amorcée, de façon limitée et incomplète, par Adorno et Horkheimer, vers la fin de la guerre, dans La dialectique de la Raison. Elle sera reprise, à partir des années cinquante, par l'oeuvre multiforme de Herbert Marcuse, notamment dans Eros et civilisation (1954) et dans L'Homme unidimensionnel (1960), de même que par Günther Anders, l'auteur de Die Antiquiertheit des Menschen (1956 et 1980), le seul intellectuel marxiste qui ait placé Auschwitz et Hiroshima au centre de sa réflexion philosophique26. Mais surtout, elle fut anticipée, dès les années trente, par Walter Benjamin, qui se proposait d'élaborer « un matérialisme historique qui ait annihilé en lui l'idée de progrès »27. Au lieu de jouer le rôle, selon l'image canonique, d'une « locomotive de l'histoire », la révolution devait agir, selon Benjamin, comme un « frein d'alarme » qui arrêterait le train dans sa course folle vers la catastrophe28. Pendant la période de l'entre-deux-guerres, Benjamin fut l'un des premiers à saisir la régression sociale inscrite dans le progrès économique et technique réalisé sous le capitalisme et à concevoir le socialisme non plus comme un paradis d'abondance, mais plutôt comme la recréation, contre la civilisation bourgeoise (et bien que sur la base de ses acquis matériels), de certaines formes communautaires du passé, fondées sur des relations sociales harmonieuses des hommes avec eux-mêmes et avec la nature. Beaucoup plus que réaliser un rêve d'avenir, le socialisme devait racheter le passé, répondre à une promesse de rédemption encore inassouvie, réparer une injustice, sauver de l'oubli les vaincus29.

Ces deux visions de l'histoire et du socialisme, bref, ces deux interprétations du marxisme représentées respectivement par Karl Kautsky et par Walter Benjamin, aujourd'hui antagonistes, coexistent, de façon embryonnaire, dans l'oeuvre de Marx30. Elles s'inscrivent dans les contradictions d'une oeuvre extrêmement riche qui témoigne d'une pensée vivante et créatrice, ouverte, inachevée, souvent tâtonnante… Reparcourir l'histoire du marxisme à la lumière d'Auschwitz signifie alors détecter les voies différentes ouvertes par les écrits de pionnier de Marx, pour y distinguer (et séparer) deux tendances : d'une part, l'intuition fulgurante des « Thèses sur Feuerbach » (interpréter le monde pour le transformer) et d'autres écrits comme le Manifeste (l'auto-émancipation des opprimés) ou le Capital (la théorie de la réification et de la plus-value) ; d'autre part, l'approche positiviste contenue dans la préface à Pour la critique de l'économie politique et dans plusieurs écrits d'Engels, de l'Antidühring à la Dialectique de la nature (le déterminisme économique, la vision évolutionniste et normative des étapes du développement historique).

Les apories de cette critique de la société bourgeoise apparaissent déjà dans les premières pages du Manifeste communiste. Ici, Marx et Engels ne craignaient pas de passer pour des apologistes du capitalisme, en exaltant le « rôle révolutionnaire décisif » joué par la bourgeoisie dans l'histoire : « Elle a réalisé bien d'autres merveilles que les pyramides d'Egypte, les aqueducs romains, et les cathédrales gothiques, elle a conduit bien d'autres expéditions que les grands invasions et les croisades. » Mais, non sans quelques affinités avec certains écrits de Max Weber, cette analyse connaissait subitement, sous la plume de Marx, un authentique renversement dialectique. Une fois arrivée au pouvoir, la bourgeoisie « a noyé dans les eaux glacées du calcul égoïste les frissons sacrés de la piété exaltée et de l'enthousiasme chevaleresque », en détruisant toutes les valeurs anciennes qui, pendant des siècles, avaient constitué le patrimoine culturel et spirituel de la communauté humaine.

Pour Marx, le monde « désenchanté », rationalisé et mécanisé de la civilisation bourgeoise est un monde sans âme, où l'humanité a perdu sa place et ses droits. Ce nouveau

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système de valeurs, fondé sur la réification universelle, sur la transformation de toute relation humaine en relation marchande - un thème qui sera au centre des Manuscrits économico-philosophiques et du premier livre du Capital - était engendré par le capitalisme et façonnait toute la société bourgeoise. Mais revenons au Manifeste communiste. Ce texte fondateur s'ouvre par la description d'un scénario apocalyptique devant lequel le capitalisme avait placé l'humanité : « une transformation révolutionnaire de la société tout entière ou l'ané antissement des deux classes en lutte ». Dans les pages suivantes, en revanche, Marx et Engels évoquent la métaphore positiviste de la « roue de l'histoire » et présentent le socialisme comme l'aboutissement naturel de l'évolution humaine, dont l'avènement correspondrait à une sorte de loi de l'histoire : avec le développement de la grande industrie, la bourgeoisie produit « ses propres fossoyeurs » ; par conséquent, « sa chute et la victoire du prolétariat sont également inéluctables »31.

Chez Marx, un regard admiratif (frôlant parfois l'enthousiasme) envers le capitalisme en tant que mode de production générateur d'une gigantesque croissance économique et d'un bouleversement constant des formes sociales traditionnelles, s'accompagne d'une critique impitoyable de toutes les formes d'oppression et d'exploitation découlant de son extension et de son développement. Les pages du premier livre du Capital consacrées aux conséquences de la révolution industrielle sur la vie des ouvriers, et surtout des enfants, en sont un témoignage éloquent. S'il n'hésitait pas à attribuer au capitalisme du XIXe siècle, et donc au colonialisme, comme le prouvent plusieurs de ses écrits, une « mission civilisatrice », il le présentait, en même temps, comme un système qui « transforme chaque progrès économique en une calamité sociale »32. Dans un article célèbre sur les résultats de la domination britannique en Inde, il comparait le « progrès » à « une horrible idole païenne, qui boit son nectar seulement dans les os de ses victimes »33.

Marx concevait le développement du capitalisme comme un processus dialectique dans lequel la « mission civilisatrice » (la croissance des forces productives) et la « régression sociale » (l'oppression de classe, nationale, etc.) étaient indissociables. Cette dichotomie était destinée, à ses yeux, à s'approfondir, jusqu'à déboucher sur une rupture révolutionnaire. Le XXe siècle montrera, en revanche, que cette dialectique pouvait aussi prendre un caractère négatif : au lieu de briser la cage de fer des rapports sociaux capitalistes, la croissance des forces productives et le progrès technique deviendront la base des Behemoths totalitaires modernes, tels que le fascisme, le national-socialisme et, sous une autre forme, le stalinisme. Aujourd'hui, après Auschwitz, Hiroshima et la Kolyma, l'alternative n'est plus entre le socialisme et le déclin de l'humanité, mais plutôt entre un socialisme conçu comme une nouvelle civilisation et la destruction de l'humanité.

Je propose donc d'assumer Auschwitz comme un paradigme. Auschwitz nous oblige à une relecture critique de Marx et à une distinction qualitative entre les différentes traditions théoriques que son oeuvre fondatrice a engendrées. En même temps, le marxisme ne pourra pas se renouveler s'il se révèle incapable de penser Auschwitz, la barbarie moderne. Désormais, il nous faudra apprendre à ne plus considérer le seul Marx, selon une célèbre formule de Sartre, mais aussi Auschwitz, comme l'horizon indépassable de notre époque.