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uI SL LINO 1 S UNIVERSITY OF ILLINOIS AT URBANA-CHAMPAIGN PRODUCTION NOTE University of Illinois at Urbana-Champaign Library Brittle Books Project, 2009.

uI · 2009. 12. 8. · jarsede .su abrigo de pieles, dejando des-cubierto su irreprochable frac, en cuyo ojal .se destacaba una gardenia, ajada. y amarillenta. La multitud compacta

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uISL LINO 1 S

UNIVERSITY OF ILLINOIS AT URBANA-CHAMPAIGN

PRODUCTION NOTE

University of Illinois at

Urbana-Champaign LibraryBrittle Books Project, 2009.

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UNIVERSITY OFILLINOIS LIBRARY

AT URBANA-CHI :VIPAIGNBOOKSTACKS

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LEY SOCIAL

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OBRAS DEL MISMO AUTOR

Poesías (¡575-ISSo).

Nuevas Poesías (iSS8o-i 88a)..

Re- ejos,

Va '1 Poesías.

Es',-u¿.. i Literarios.

Lavinia (poemita).

Impresiones (recuerdos de viaje).

Poesías (1878-1885), 2a edicion.

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MARTIN .GARCIA MÉROU

LEY SOCIAL

BUENOS AIRES

FÉLIX LAJOUANE, EDITOR.LIBRAIRIE GÉNÉRALE

51 -- CALLE PERÚ-- 53

.18 8

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Ah ! malheur á celui qui laisse la debauche,Planter le premier clou sous sa mamelle gauche !Le coetir d' un homme vierge est un vase profond !Lorsque la. premiére eau qu'on y verse est impureLa mer y passerait sans laver la souillure,Car 1Y abime est inmense, et la tache est au fond!....

A. DE MUSSET.--La coube et les M¿vres.

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LEY SOCIAL

Una brisa cortante arremnolinaba laspubes en el espacio, cuando Marcos des-cenidi6 de su elegante berlina en la puertadel Teatro de la Comedia. El vestíbulorebosaba;, una animacion estraordinaria,una atm6 sfera cargada,, espesa, asfixiante,le hizo detenerse en el umbral y despo-jarsede .su abrigo de pieles, dejando des-cubierto su irreprochable frac, en cuyoojal .se destacaba una gardenia, ajada. yamarillenta. La multitud compacta y

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S' LEY SOCIAL

bulliciosa se agolpaba en aquel paraje.Al ruido de los carruajes que llegabanrápidamente, depositando su preciosa car-ga en la puerta del teatro, y partiendo áocupar su puesto de 6rden en la largafila que ya se había formado,-se unía elmurmullo de las conversaciones y el es-truendo de las risas. El humo de loscigarros envolvía todos los objetos en unaneblina azulada que aterciopelaba la rojalengua de los mecheros de gas. Un vai-ven incesante, una corriente continua deconcurrentes al baile de máscaras de esanoche, el último de la temporada, se ha-bía establecido despues de las doce. Losdominós negros precedían á las chulasesbeltas, debajo de cuyos pañuelos demanila y faldas humildes, se adivinabanlas formas elegantes de algunas reinasdel lujo y de la moda. Las parejas, des-pués de tomar sus billetes en el despa-cho, pasaban entre una doble fila decuriosos agrupados para detallar los me-jores productos de aquella vasta merca-deria humana. A su paso estallaban

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originales observaciones. Felizmente, laabundancia de piblicó, y la rapidez conque' se sucedían las unas á las otras, nodejaba mucho lugar á los comentarios.Los acordes de la orquesta, ahogados enun vasto murmullo de voces, gritos, car-cajadas, conversaciones, ruido de pisadasy choque de vasos y botellas en los pasi-llos superiores, llegaban por ráfagas hastaaquel punto, unas veces con mayor clari-dad, otras casi imperceptibles. Eran yalas tres de la mañana y todo anunciabaese periodo álgido en que la alegría seUne al libertinage, en que las manos seestravían en los contornos macizos de lacompafiera de wals, y los cuerpos jadean-tes :dejan ver tesoros ocultos; hora, enfin, de los grandes atrevimientos y de lasgrandes concesiones.

Despues de haberse aclimatado duran-te un minuto á aquella temperatura es-traña, Márcos dej6 su abrigo en el guarda-ropa, y levantando la espesa tapicería quecubría la puerta principal de entrada,penetr6 en el salon. Allí tuvo que dete-

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nerse nuevamente.por la afluencia de más-caras, las oleadas y el tumulto. En lospalcos del centro, frente al escenario, la.orquesta dejaba qír los compases de unapieza que,. á juzgar por un enorme cartelcolgante, debía ser una. m zurka. En,realidad, eso era bien indiferente á aque-llos frenéticos . danzantes, pegados á supareja hasta formar un solo cuerpo, conel sombrero echado, hácia atrás, la cor-bata floja 6 ,desprendida, las pecherashúmedas y. arrugadas, las bocas secas y,las miradas ardientes. Márcos, como buenconocedor, del terreno que pisaba, paseó lavista por. todos los ámbitos del teatro,esperando ,el fin de .la.. pieza para recorrerdetenidamente ,aquella especie de pande-monium alegre.,

-Hola! le dijo.. su amigo EugenioMontejo,, que pasaba por su lado, dán-dole un golpecito en el hombro-Quépensativo estás. . . . !

. Por el contrario!-contestó volvien-do el rostro y ,haciéndole una seña cari-ñosa con la mano-Llego en este mo-mento y veo quiénes hay por aquí.

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S--ous sommes. au grand complet !Si quieres venir á tomar una copa con-nosotros, te advierto que estamos enaquel palco. Hasta la vista.

: Y se,e interné en .la confusion abrién-dose paso . fuerza, de codazos y de em-pellones vigorosos, mostrando á Marcosun palco entresuelo de donde salía uncoro .de, alegres: carcajadas.

Efectivamente,. nada faltaba aquella no-che. La. alta banca, la aristocracia deldinero, que es siempre la mas poderosa,se codeaba con la aristocracia de la san-gre, representada por algunos productosenfermizos, restos de razas fuertes. em-pobrecidos y an.iquilados por el placer.Allí se veían, periodistas, artistas, políti-cos conocidos,, sortmans y clubnmans depública. notoriedad. Las mujeres,, á lamoda, muchas de ellas con el rostro des-cubierto, paseaban del brazo de sus aman-tes, .repartiendo: sonrisas y epigramas yrecogiendo lisonjas. Los palcos se veíanocupados, en su mayor parte por la juven-tud dorada .de los salones que ,salía .de

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algun recibo de moda con los últimosacordes del cotillon en el oído, é iba áconcluir la noche buscando con quiencenar. En uno de ellos; una Peau d'Anede escasas formas, con medio cuerpo fue-ra de la barandilla, llevaba el compás conun enorme abanico rojo y acompañabasu movimiento con chillidos penetrantes.Márcos sonrió débilmente al reconocer enella uno de tantos amores que, al contra-rio de la rosa del poeta, había vivido elespacio de una noche en su corazon.Las cortinas corridas ocultaban los an-tepalcos que dejaban adivinar muchosmisterios apasionados y de donde salía,de cuando en cuando, alguna máscara conlos cabellos en des6rden, 6 con una copade champagne en la mano. Desde elsalon á las galerias se establecían diálo-gos animados, invitaciones aceptadas 6reclamaciones de promesas .echadas enolvido. En el centro había :un gran gru-po perpétuamente renovado que contem-plaba á las mujeres, animadas por elcalor de la sala y las bebidas. , Quedaban

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pocas caretas; la mayor parte de las pelu-cas blancas habían desaparecido, dejandover opulentas cabelleras graciosamente ar-rolladas formando una especie de cimera.El bullicio era aterrador. Los saludos,las protestas, las palabras escabrosas, lasreclamaciones á voz en cuello, las sátirasmas violentas, los llamamientos y los brin-dis, se cruzaban como un fuego graneadoen la sala, en los palcos, en los corre-dores. Aquel cuadro original estaba ba-ñado eh una especie de bruma luminosa,y los impilacables mecheros despedían la.luz en chorros cálidos y silbantes. Todaaquella multitud hablaba, reía, circulabaal mismo tiempo, hasta que el directorde orquesta se ponia nuevamente en pié,el cartel colgante anunciaba un wals 6una polka, y los bastoneros empuñabansu pesado cetro, rompiendo de golpe losinstrumentos discordantes, acompañadosen breve por toda aquella turba excitada,jadeante por el calor, el amor y la be-bida.

En aquel instante las miradas de Már-

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cos se fijaron en un estremo de la sala, y,apesar suyo, dejó escapar un gesto desorpresa. Allá había un grupo compues-to de dos mujeres y tres hombres. Lasmujeres llevaban dominds negros y teníanlas caretas en la mano. Una de ellas,había pasado ya' de los treintal años; surostro no ofrecía nada resaltante; susojos eran pequeños y animados, suboca. vulgar, su cuerpo s61ido y bienconstruido.' Los pliegues del dominó de-jaban :adivinar un seno prominentesy unasanchas caderas vigorosamente acentuadas.Su compañera, por el contrario, era estre-madamente hermosa. Una masa de ca-bellos negros y brillantes, graciosamenterecojidos atrás, hacía resaltar más la tras-parencia de su cutis blanto, ligeramentesonrosado por la agitacion. de la fiesta.Sus ojos espresivos despedían una ~luzdeslumbradora. Su nariz perfectamentedelineada era fina y elegante; su bocaalgo grande, aunque del más correctodibujo,-tenía contornos suaves y volup-tuosos que dejaban ver una doble fila de

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dieYtes blancos é iguales; una de esasbocas húmedas, frescas y sonrosadas, es-presivas, imperantes 6 desdeñosas, quedominan y esclavizan, que desopilan ymatan. Era' más bién alta que baja ysus formas redondeadas y carnosas, almismo tiempo, que elegantes, hundían elalma en una vaga soñolencia y evocabanenlos sentidos el presentimiento de milplaceres ignorados. Ambas tenían unalarga -historia ffiil veces narrada en todoslos, corrillos; pero miéntras la primeraestaba 'en el-principio de' su decadencia yveía alejarse .paulatinamente sus antiguosadoradores;' como los cortesanos de untrono que bambalea, la otra por el contrario, se sentía omnipotente y admirada,se enconfraba en 'fin, en esa cúspide á quellegan las 'mujeres de ýsu clase, cuandoestán en la plena posésion de si mismas,conocedoras del modo do esplotar estamina inagotable, el hombe, suficiente-mente frías para sacrificar todo á sus cál-culos y bastante' hermosas para despertarvoraces apetitos. Ninguna se estaciona

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en este momento supremo. Arriba, estáel casamiento que les dá un nombre y lesabre las puertas de la sociedad que las haescluido; abajo, las dificultades, la vejez,el hospicio, 6 un número de ese gran re-baño anónimo que sale por la noche,hambriento .y desgreñado, con los pómu-los rebocados de almidon y colorete, áreclutar adoradores en las encrucijadasoscuras.

Márcos observó con interés álos hom-bres que las rodeaban. El, más jvende ellos, era una variedad de ese tipo infi-nito del petit creve que abunda tanto en lasociedad moderna; grandes ondas de pelonegro, cuidadosamente rizadas sobre unafrente deprimida; ojos verdosos, insigni-ficantes y apagados, con el infatigablelorgnon que obliga á hacer una muecaconstante; frac de Poole de la última cor-reccion académica; una enorme flor rojaen el ojal; corbata de lazo irreprochablesujeta con dos alfileritos de oro con her-radura pequeña de rubíes; camisa en cuyapechera resaltaba una perla rodeada de

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brillantes, anillos en profusion, zapatosde charol que descubrían la media de sedanegra; estiramiento, movimientos automá-ticos, y en toda la persona esparcido unvago aire de imbecilidad incurable.

A su lado se hallaba el antiguo dandy,José Roda, célebre por su aficion á loscaballos y sus conocimientos hípicos, dila-pidador de una fortuna considerable, alservicio de un aristócrata rico que lehacia ganar un sueldo miserable. Recor-daba su antiguo esplendor en el cuidadometiculoso de su persona y en su portedistinguido y elegante. Tenía cerca desesenta añios; su barba, casi del todoblanca, esmeradamente rizada, le daba unaire respetable que él borraba con laligereza de su conducta y con sus amis-tades juveniles. Era el amante de lamas vieja de las dos amigas, conocida conel nombre de Petra. Su compañera, Rosadel Monte, no tenía señor por el momento.Regresaba de un puerto de mar dondeel último de sus amantes se había em-barcado para América, ese postrer recur-

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so de calaveras perdidos y comerciantesquebrados. A su lado había un perso-nage grueso, de fisonomía vulgar y anti-pática, con grandes ojos saltones y redon-dos como bolas de loteria, con un vientreprominente, y un aire de orgullosa satis-faccion. Debemos añadir que era uno deesos amantes eternamente condenados ápagar, y á ser engañados por el oro, elAdonis gratuito, el eterno invitado á losfestines del amor, que encuentra el cubier-to puesto y la mesa preparada á cualquierhora del día y de la noche. Se le cono-cía por el nombre de Ricardo Roberal.

Márcos después de examinar con pro-fundo interés aquel grupo que pareciatomar reposo para lanzarse en el torbellinodel baile, se dirijió á su amigo Montejo,que estaba .allí cerca, buscando como elhalcon la presa codiciada, y, señalándo-selo, le preguntó :

Conoces tú á aquellas mujeres?-Como á mí mismo, querido-con-

testó Montejo, despues de orientarse porla direccion que le di6 Márcos.

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-- Como he estado tanto tiempo en elestranjero, no estrañarás mi pregunta.

-Nada de eso, Márcos; además, teadvertiré, que escepto aquel pavo real quemira con el lente, los demás no son muypopulares. El viejo, es un ex-hacendado,un ex-sportman, un declass que vive desus antiguas relacioies y actualmente seha ligado con Petra creyendo que harobado una Sabina. El mas grueso aca-ba de llegar de Filipinas con algunosmiles de duros, conseguidos Dios sabepor medio de qué mañas, y disminuidospor haber tenido que tapar la boca á al-gunos administradores curiosos. Tratade conquistar á Rosa para que le ayudeá gastar alegremente su capital y le jureuna pasion digna de Julieta, hasta quelo vea con el último centenar de duros, encuyo día hallará que su amante no siguelos preceptos de la higiene, etc., etc . ..

Materia de esplotacion.-De manera que tú la tratas?

Personalmente, poco. Me fué pre-sentada hace algunos dias en Lara, pero

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no he cambiado con ella sino algunaspalabras.

-Eso no importa. Te ruego me lapresentes. Desde hace ya algun tiempoconozco de vista á esa mujer y he tenidouna especie de fatalidad para hablarla.Quiero jugar el todo por el todo.

-Con muchísimo gusto. Pero te ad-vierto, que es mujer que tiene <mala som-bra». De sus tres últimos amantes, elprimero huyó á América completamentearruinado en la Bolsa; el segundo dur6ocho días y perdió en el club nueve milduros; el último acaba de ser condenadocon costas en un pleito importante.

Márcos se llevó la mano á la corbatapara cerciorarse de que estaba conve-nientemente atada, y se disponía á seguirá su compañero, cuando se sintió llamadopor una voz dulce que lo hizo detenerse en-tre asombrado y confuso. Una máscaravestida de chula, con un riquísimo pañuelocayéndole hasta los piés, y con el rostrocuidadosamente oculto por una careta deraso blanco, le hizo señas de que la si-

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guiera. Despues de disculparse en brevespalabras con Montejo, Marcos se acerc6apresuradamente á ella, la ofreci6 el brazoy juntos se internaron en los corredores.

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II

Márcos Villamar, tenía treinta años.Erauno de esos hombies que, sin bellezaesterior, se hacen simpáticos por su arro-gante presencia y por cierto aire viril éinteligente esparcido en toda su persona.Desde muy jóven se habia encontrado só61oen el mundo. A los quince años terminósus primeros estudios; era dulce, timidoy su melancól61ica seriedad infundia inte-rés y cariño. Sin haber sido un modelo,salia de sus clases con conocimientos sufi-cientes para emprender con fruto cual-quier carrera cientifica. Nunca había

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manifestado un escesivo amor al estudio,pero la viveza de su imajinacion y la rapi-dez de su inteligencia suplía en él la faltade asidua labor. Mostró una decididaaficion literaria, que despues de algunosensayos juveniles, hizo sonar su nombreenvuelto en elogios y en aplausos. Audaz,vivo y ambicioso, encerrado en aquelloscláustros frios, no conocía nada de la vida,pero sus lecturas .le habían descorridouna gran parte del telon que cubre la Co-media humana. Apasionado de Balzac,de Jorge Sand, lector asiduo de Alfredo deMusset, espíritu amamantado desde tem-prano en los tormentos psicológicos deWerther, de René y de Oberman, sentía yael mal del siglo antes de ser hombre yhabía sufrido con penas imaginarias antesde sufrir con las propias. En aquellaépoca, deseando viajar, se dedic6 á la car-rera diplomática.

Imposible sería describir las impresio-nes de aquel ser, educado en el calor deun hogar pequeño, inocente y puro aunqueávido de probar todas las sensaciones y

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de beber en todas las copas, al encontrar-se libre, dueño de sus acciones, en un pueblolejano y desconocido. Hasta ent6ncestodas sus aventuras se reducían á unamor puro y casi ignorado por la mujerque lo inspiraba, en esa edad en que elcorazon rebosa de cariño y en que buscaávidamente alguien á quien colocar sobrelos altares de su misterioso santuario.Fuera de eso, su juventud había sido maspura de lo que es en la generalidad de loshombres de nuestra época. Pero él teníala curiosidad de todas aquellas sensaciones,tantas veces presentidas con escalofrios devoluptuosidad, la ambicion indomable desondear todos los misterios de la vida,de amar y de sufrir, de conocer esas felici-dades que solían dejarlo pensativo con unlibro en la mano y la mirada errante, y to-das esas amarguras, cuyos gemidos reso-naban en las estrofas de Byron y de Musset.Soñaba con poseer el corazon de una mujervirgen, con esos paseos solitarios en que elalma habla al alma y en que los sentidos seencuentran subyugados por una calma in-

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finita, con el nido tranquilo en que lashoras resbalan dulces, entre caricias ince-santes y placeres adormecedores. Y todoesto no bastaba í su ambicion. Queríasentir tambien horas luctuosas y heridasabrasadoras; arrojarse al torbellino delmundo, calentar entre sus brazos ávidos deamor el pecho helado de las cortesanas,conocer por esperiencia el hastío de la sen-sualidad. Imaginaba que en aquellasemociones, en aquel mundo cuyos écosllegaban disfrazados á sus oidos, éliba áencontrar vetas de oro inagotables, hori-zontes inesperados y secretos ocultos hastaentonces. En el fondo, creía imposibleque el mundo fuese como o10 pintaban losmoralistas y los poetas; y aún en.ese caso-se decía-puesto que la miseria humanaes infinita ¿no es mejor desechar las falsasideas de virtud convencional, conocer elvasto repertorio del crimen y del vicio,cubrirse el corazon, desde temprano, conuna fuerte coraza de escepticismo dondese emboten los dardos mas agudos?

Poco á poco, estas ideas se iban apode-

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rando de él y abriéndose camino en sucorazon. Al principio, las profesaba conel calor y ¡el brillo con que se sostiene unaparadoja. Mas tarde, por una curiosaevolucion, fué convenciéndose con elencan-to de su propia elocuencia, y ese hombre,en realidad mas inocente que malvado,lleg6 á dudar y á blasfemar de todo. Sucorazon estaba intacto; su imaginacion pro-fundamente depravada. Parecia una deesas frutas, lozanas en apariencia, en unode cuyos lados un imperceptible punto ne-gro revela el gusano que la corroe.

El aprendizage dela vida que empren-di6 .de golpe, sin calma, furiosamente,queriendo penetrar y comprender tododesde el primer dia, amarg6 su espíritu yaniquiló pronto su cuerpo. Una negramisantropía sucedió entonces á las alegresesperanzas de otra edad. Quiso encontraramor donde solo se lhalla placer y choc6con él engaño y la miseria. Fué amadopor algunas almas puras y honradas, y,midiéndolas con el cartabon de las corte-sanas, se mofó6 de sus sentimientos. Ape-

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nas empezaba á germinar una pasion en sualma, cuando él la ahogaba entre el vinoy el des6rden. «Mato el cuerpo paramatar el pensamiento»-decia. Viajó pormuchas partes del mundo; y despues dela fiebre de lor primeros momentos, se pro-dujo en é1 una reaccion superficial, peroque le imprimió un sello definitivo.

Habia llegado asi á los treinta años; enel fondo dudaba de todo; no habia amadoa nadie; no tenia familia, ni hábito de buscaren el trabajo un refugio contrael mal del pen-samiento. Adoptó un aire frio, reservado,y, como tantos otros, pase6 por el mundobajo formas elegantes ~y cultas, con todaslas apariencias de la mas franca bondad,su pobre cuerpo habituado á los mas rudosescesos, lujoso sepulcro donde yacía unaalma muerta.

En aquella época regres6 á Madrid.Sus continuos gastos habian menguadograndemente su fortuna y veía con inquie-tud el momento en que iba á hallarse apu-rado para satisfacer sus compromisos.Pero habituado al placer y á la alegria,

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repitiéndose diariamente que era necesariocambiar de género de vida, y engañándosea si mismo con toda suerte de fútiles pre-testos, siguió su existencia de siempre, reci-bido con agrado en todos los salones,donde su distinguido trato, su cortesía in-génita y su conocimiento del mundo lohacian agradable, y matizando sus horasde sociedad con una que otra pasion en eldemimronde. Despues de una ausencia dediez años en que habia recorrido una granparte de la Europa y América, halló todocambiado entre los suyos. Sus amigos dela infancia ocupaban altas posiciones losunos; otros estaban engolfados en la políti-ca; otros vivian en el retiro del hogar; losménos se habian empeñado en prolongarlas horas fugaces de la juventud; pero, enninguno, halló la cordialidad y la confianzade los primeros dias.. Se encontr6, pues,aislado; hacia una vida. artificial y lijera,yendo de su casa al club, del club al paseo,repartiendo sus noches entre las delicias delbacarat y las reuniones del gran mundo,oyendo distraido la ópera en el Real, y en

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suma, con un hondo. vacío íntimo que setraducia en fastidio y en inquietud perpé-tuas. La naturaleza se vengaba de ély to-maba una cruel revancha. Comprendiainstintivamente, aunque sin querer confe-sárselo á sí mismo, que habia malogrado suvida, derrochando sus sentimientos y queera tarde para reaccionar. Sus mismospoetas favoritos le molestaban, y, des-pues de abrirlos desdeñosamente, dejabacaer el libro con desaliento. Para huir deeste estado de amargura y de hastío, se ar-rojaba de golpe en las orgías; pero, con lasaciedad del placer, se producía en 61 unacruel misantropia que adoptaba formasenérjicas y violentas. Aquel ser, sin afec-ciones y sin lazos que lo ligaran á la vida,se sentía inútil, y ambicionaba la accion, elmovimiento, algo quelo arrancara de aquelmarasmo moral, mil veces peor que las tor-mentas del destino.

Fué entonces que le pareció notar en lamujer de un intimo amigo suyo, Jorge Zea,una predileccion, vagamente disimulada,por su persona. Al principio, emprendi6

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aquella aventura como una de tantas quese habian cruzado en su camino; pero,poco á poco, fué interesándose por aque-lla mujer jóven y bella, que lo arrancaba ásu soledad y le ofrecia los encantos deuna lucha difícil. Zea habia sido amigode la infancia de Márcos. Desde su mastemprana juventud se habia dedicado á lacarrera de las armas y en la época en queempieza nuestro relato era coronel retira-do. De su pasada vida borrascosa, noguardaba la menor huella. Llevaba mu-chos años á su esposa, la habia amadoantes de. casarse y la amaba mas despuesdel matrimonio. Gozaba de una posicionque le permitia vivir en el lujo, consagradoá su familia y á sus amigos. Era el asom-bro de todos, ver la felicidad de aquelantiguo demonio, célebre por sus victo-rias amorosas, y, en aquella época, honradobourgeois, cuyas distracciones eran los ratosque consagraba al bészg~ue en el Club, y susausencias de la capital para inspeccionarla labor de sus haciendas,. 6 entregarse ála única aficion que le quedaba de los pa-sados tiempos, la caza.

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Desde el primer momento, al encon-trar á Márcos, atrajo á su lado al viejo camarada y le abrió pronto su casa y sucorazon. Gozaba con oirlo, pues él traiaá su memoria como un vago éco las pa-sadas locuras, y lo miraba con el interésafectuoso de una alma sencilla y buena.Lo invitaba, lo llenaba de.amabilidades, yen poco tiempo, Márcos habia adquiri-do sobre él un ascendiente considerable.Aquel hombre de corazon calido y gene-roso se sentia feliz con tener ocasion deamar á alguien y de ofrecer su amistad ysu apoyo sin límites ni restricciones. Así,no sospech6 siquiera, que hubiera en suesposa un interés de otro género que elde la mas fraternal simpatía, por su amigode la infancia. Salia, entraba, con la ple-na seguridad de la posesion y sin pensarjamás en la traicion que pudiera incubarseen la sombra. ¿ Ni cómo la hubiera crei-do, en efecto, despues de haber brindadoá Márcos el mas noble cariño, y habiendovisto á su lado, siempre buena y virtuosa,aquella dulce compañera de su vida?...

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III

Zea habitaba un viejo palacio, lujosa-mente decorado por muchas generaciones.Sin belleza esterior, desde que se penetra-ba en él, descubríase por todas partes lahuella del buen gusto y la esplendidez desus poseedores. En sus vastos salones seamontonaban los cuadros y las obras dearte, entre las cuales podia verse la firmade Velazquez, la de Murillo, y, como unamuestra de la pintura moderna, la célebreacúarela de las mariposas, firmada por For-tuny. Grandes vasos chinescos, tierras co-cidas orijinales y artisticas, bronces anti-

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guos y modernos, los mas preciosos objetos,reunidos por un hábil coleccionista, esta-ban allí aglomerados, entre muebles ele-gantes del siglo pasado y tapices de ina-preciable valor.

Al penetrar Márcos por primera vezen aquella mansion señorial, sintió un vivoplacer aumentado por la dulce amabilidadde la esposa de Zea. Adela lo esperabafavorablemente prevenida en su favor, ytrató de hacerle grata aquella visita con elvivo interés que manifest6 por su vida an-terior y por su porvenir. En cuanto aMárcos, desde el primer momento se sin-tió atraído hacia aquella hermosa cria-tura.

Mucho mas jóven que su marido, querayaba en los cuarenta, Adela había re-cibido una esmerada educacion. Sin serescesivamente bella, el conjunto de su per-sona era verdaderamente encantador, porla suavidad y la gracia de su fisonomía.Alegre y espiritual, animaba todo con supresencia. Al salir del convento había co-nocido á Zea y por razones de familia,

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mas que por verdadero amor, se decidióá ligar á él su existencia. ¿Qué m otivo hu-biera dado, en efecto, para rechazarlo? Eranoble simpático; tenía, un nombre, sin tachay además gozaba de una considerable for-tuna. Adela, pues, se entreg6 á aquelhombre, sin pesar como sin placer, con unadulce indiferencia templada por la amistadcon que lo tratabay por la conciencia quetenía de sus fcualidades. Por elcontrario,Zea estaba locamente enamorado de ladeliciosa niña. Seis años hacía que am-bos se encontraban unidos, y durante esetiempo ninguna nube había empañado elcielo plácido de su felicidad.

Adela tenia cabeza y corazon de artista.Cultivaba la pintura y en suestudio habíareunido una preciosa coleccion de antigüe-dades. En aquella vasta pieza, cubiertade bibelots y llena de caballetes, de mani-quis, de telas comenzadas, de bocetos ydepockades, se aglomeraban toda clase deriquezas. De los muros colgaban tapi-ces pérsicos y flamencos; alrededor, habíasillones y arcas primorosas al lado de

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artísticos jarrones, de viejos juguetes y dearmas oxidadas; por todas partes se veíanconfundidos los trajes de épocas des-vanecidas, platos y jarrones chinescos,lámparas arábigas, muebles florentinos, es-padas y dagas venecianas. En un rin-con, un pequeño estante contenía una de-liciosa coleccion de obras maestras: laBiblia se codeaba con el Dante, Homerosonreía á Shakspeare y Cervantes, y al ladode los grandes maestros había una pro-fusion de pequeños volúmenes mezcla-dos con las ediciones princeps de losbuenos autores del siglo XVII, el DiabloCojuelo de 1707 y Gil Blas de 1735. Los

grandes contemporáneos se hallaban re-presentados por Byron, por Musset, VictorHugo y Lamartine. Algunos de estosvolúmenes tenían autógrafos de los poetasy estaban anotados .de manos de Adela.En el centro de un muro, recibiendo con-venientemente la luz de una claraboya, seveía la joya del estudio; un lienzo originalde Van-Dyck, representando á la VirgenMaria con el niño en sus brazos y una es-

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presion de dulce tristeza estendida comouna vaga sombra sobre su divino rostro;mas lejos destacábase una espléndida Mag-dalena; y amontonados sin órden, cuadrosde la escuela holandesa, francesa, italiana yespañola. Sobre un veladorcito pinto-resco; multitud de fotografías y de albumsde grabados; por último, en una cornisaapropiada al uso, una serie de caprichososídolos mejicanos. Allí pasaba Adela sushoras mas gratas; con sus libros y sus pin-celes, tranquila y feliz, hasta que conoció áMárcos.

Como hemos dicho, la primera impre-sion fué favorable al elegante amigo que lerecomendaba su marido con entusiasmo.Despues, le oy6 hablar de su vida pasada,de sus esperanzas y de sus ambiciones, yadivind bajo la fría y aparente tranquilidadde Márcos las heridas de su corazon. Suvoz vibrante y varonil despertaba en suseno sentimientos vagos de idealidad y depoesía. Sus escasas referencias á episodiosdela juventud la interesaban y escitaban sucuriosidad. Hablaba de música, de poe-

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sía, de pintura, y hallaba en la manera deespresarse de Márcos y en su modo depensar, algo que había buscado en vanoen otros hombres: un espíritu cultivado,luminoso, atrevido y que rompía de frentecon todas las trabas de lo convencional.De cuando en cuando, .aquel escépticomundano, dejaba escapar frases durasy amargas como un latigazo, que hundian áAdela en una vaga tristeza de que no sedaba cuenta. Sin haber sentido jamás unverdadero amor, se abandonó dulcemente áun sentimiento-que no queria definir -- yque le hacia grata la presencia de Márcos,y, poco á poco, se estableció entre ellosuna dulce confraternidad, misteriosamenteoculta por ambos en el fondo del alma.

A su vez, Márcos encontraba en suamistad una distraccion que en vano bus-caba en el mundo. Aquella agradablemujer, le recordaba sus años juveniles, losprimeros entusiasmos de su vida, sus an-tiguas aficiones artisticas. A su ladoolvidaba, por algunas horas, las misera-bles intrigas mundanas, las sátiras sociales,

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la chismografía de salon, amarga y calum-niadora. Muchos y deliciosos momentospasaba hablando con Adela sobre arte 6literatura, mientras Zea hojeaba la últimanovela de Daudet ó leía la Nouvelle Revue.Zea se mezclaba raras veces en estas con-versaciones. Antiguo militar y superfi-cial como la mayor parte de los hombresde mundo, prefería oir su charla, admiran-do secretamente la inteligencia de su espo-sa y la musical palabra de Marcos. A lahora de comer, Marcos partía 6 se queda-ba á acompañarlos, y por la noche, los dosamigos iban juntos al Club. Algunas ve-ces, Adela proponía una partida de bezi-gue, en cuyo caso Marcos permanecia conellos hasta la hora de tomar el té.

Poco á poco, la intimidad se fué hacien-do mayor y Zea los dejaba juntos sin re-paro; salía cuando algun asunto lo preci-saba, rogándole á su amigo que permane-ciese acompañando á su esposa. Enaquellos /éte-d-Idte solitarios, Marcos nopodía ménos de admirar en secreto la vi-va y- espiritual cabeza de su amiga, mien-

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tras lo deslumbraba su inteligencia supe-rior y la delicadeza de su educacion. Sinembargo, quería demasiado á Zea parapensar ni remotamente en traicionarlo.

Adela, por su parte, gustaba de su dis-tincion nativa y se sentía halagada inte-riormente por el afecto que había logradodespertar en él. Muy pronto ambos sehicieron confidencias y se contaron algu-nas de sus penas. Márcos le pintó la so-ledad de su vida, la monotonia de todassus horas, el vacío de su corazon nacido pa-ra amar y condenado á replegarse silencio-samente como una flor ajada por los hielos;y elacento de sus palabras, impregnadasde honda tristeza, iban á herir las fibrasmas recónditas del alma de Adela. Cuandoestaba sola meditaba en sus dolores, y sedecía á sí misma que tambien ella era unahu6rfana de cariño, que nunca había sentidollena su alma por la pasion; romantizabaaquel corazon herido que se abria á susojos con medias palabras, dejando adivi-nar mil misterios ocultos y grandiosos; yent6nces pensaba en su juventud perdida

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para el placer, con un marido que no esta-ba á su nivel, ni por la edad ni por lasaficiones, y gradualmente su presencia sele hacía enojosa y desagradable.

Un día, ambos estaban solos en el estu-dio, Adela reclinada en un divan, con sucabeza apoyada en un almohadon, y Már-cos sentado en una pequeña butaca. Zeaacababa de salir prometiéndoles regresará los pocos instantes. La falda del ele-gante traje de Adela, lijeramente levantada,dejaba ver un pié pequeño y aristocráticoy el nacimiento de una pierna esbelta yadmirablemente torneada, cubierta porfinisima media de seda.. Los ojos de Mr-cos se fijaron con deleite en aquellas for-mas encantadoras, y de un golpe arroj6por tierra los últimos escrúpulos que lequedaban. Adela, viéndolo permanecersilencioso, seincorpor6 á medias y lo con-templ6. Algo estraño debi6 leer en susojos, porque se ruboriz6 vivamente, y sindecir una palabra se sent6 en el divan,ocultando aquel pedazo de belleza que ha-bía dejado imprudentemente descubierto.

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Despues, para cambiar de conversaciondijo con ese tono de indiferencia aparenteque saben emplear con tanto arte las mu-jeres:

-Se prepara V. para el carnaval,Marcos?

-Con qué objeto, Adela?-El carnavalha muerto. Ya no es esa especie de cuen-to de las .Mil y una noches que soñamosrealizado en las lagunas de Venecia; hoy,es un pretesto para que muchos que nopueden llevar el rostro descubierto, se lotapen con una careta.

-Pues bien, quiere V. quele haga unaconfidencia? Me promete el secreto, noes cierto? .... Hace muchos años que de-seo ver un baile de máscaras, pero un bai-le legítimo, en un teatro, en todo su entu-siasmo, y no esas frías exhibiciones detrajes yjoyas del gran mundo. Algo concolor local, franco y alegre.

-Nada mas sencillo. ¿Porqué no se loha dicho V. á Jorge?

-Vaya si se lo he dicho! Pero siem-pre me ha contestado que ese deseo era

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una locura, que nada hay mas insípidoque un baile de máscaras; en una palabra,me lo ha negado con subterfugios.

-- En verdad, Adela, es muy probableque V. se desencantara si fuera al baile.

-Sí, todo es posible, pero tengo tantacuriosidad! ... Y despues de todo, ¿ tienealgo malo un baile de máscaras? ¡ Meparece que no soy una de esas bebésdont on coufe le Jain en artines, comodice el verso de Gautier. Ah! si Jorgetuviera otro carácter! Pero apenas llegael carnaval, inventa algun pretesto paraque nos alejemos de Madrid. Lo que eseste afio estoy resuelta á quedarme, aun-que él1 ya me ha anunciado no sé quénegocio que lo lleva al campo....

Márcos vid en los ojos y en las palabrasde Adela tal curiosidad, un interés tanvehemente, un capricho tan inquebran-table por presenciar esa fiesta, que se de-cidió á dar lo que él juzgaba un golpedecisivo.

---Pues bien, Adela-la dijo-quiere

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V. que hagamos juntos esa calaverada'?Me ofrezco como acompañante.

Una viva indecision se pinté en el ros-tro de Adela. Se traslucía en él la luchainterior que sostenía consigo misma.Por último levantó la vista, y mirando áMárcos con fijeza, le dijo:

-¡ Quién sabe! ... Por si acaso, nofalte V. á ninguno.

Y en una brusca transicion, levantándo-se rápidamente y tomando un libro detapas amarillas y sin cortar, que estabasobre un veladorcito, añadió:

-Aquí tiene V. Une page d'amour deese monstruo de Zola. No la he queridoleer, pueste ngo miedo. Sin embargo, porlo que oigo decir, este es un hombre queconoce el corazon humano. Lea V. y,si se puede contar, cuéntemela despues.

Márcos sonrid débilmente, y tomaba ellibro, cuando entré Zea esclamando:

Me he hecho esperar demasiado?Despues se sentó cariñosamente junto

á su mujer y su amigo, con esa dulce pla-

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cidez de los maridos de raza, sin com-prender que Adela amaba á Márcos yque desde aquel instante faltaba la opor-tunidad, pero en ambos flotaba la deci-sion del adulterio.

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IV

Despues de haber caminado algunosinstantes, siempre con su compañera delbrazo, Márcos se detuvo en uno de lospasillos, buscando el rincon mas oscuro.El ruido de la sala llegaba en ráfagashasta allí, como el rumor de una inmensacolmena alborotada. Las puertas de al-gunos palcos se abrían apresuradamente,y una que otra pareja pasaba por su lado,sin hacerles caso, como gente habituada áescenas mucho mas escabrosas. Márcosesperó que la distancia fuera mayor y alfin la dijo:

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-Gracias, A:dela. No puede V. com-prender el placer que me causa su con-fianza.

-Chist ! amigo mío; alguien puedeescucharnos.

Y, levantándose la careta con un movi-miento rápido y resuelto, dej6 descubiertosu rostro jóven, ligeramente sonrosadopor la agitacion. Estaba deliciosamentebella y Márcos, no pudo contener un gritode sorpresa.

-Para qué martirizarme! exclam6.Pronto, cúbrase V. el rostro!- Y habíaen estas palabras tal espresion de angustiay de entusiasmo, que Adela, antes de obe-decerle, lo ilumin6 con una de sus masdulces sonrisas.

-He hecho una gran locura, ¿ no esverdad?- le dijo sin dejarle tiempo de ha-blar.-¡ Qué quiere V.! Esto era superiora mi voluntad ¿Además, no contabacon el apoyo y la proteccion de V.? Hetomado admirablemente mis precaucio-nes. Nadie tendrá conocimiento de estaescapada. Por fin, voy á ver un baile

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de máscaras. ¿ He sorprendido á V. noes cierto ? Acaso habré interrumpidoalguna aventura....

-Márcos se turb6, pensando en el mo-mento en que Adela lo había llamado, yle contestó :

-- Aventuras, Adela? No está el bailepara eso. Me fastidiaba en grande. Sitarda V. unos minutos, es seguro queno me hubiera encontrado.

-Sí? Pues tanto mejor; quiere decirque he sido oportuna. Pero, qué haceV. con esa cara de Cristo crucificado?Al baile, amigo mío; quiero conocer todosestos tipos, codearme con esta, sociedadatrabiliaria. ¿Tiene V. temor de que al-guien le vea tan mal acompafiado?.Márcos, repuesto de su asombro, com-

prendi6 de un golpe todo lo que Adelacallaba: las veladas solitarias en que es-tando él ausente y su marido en el cam-po, la imaginacion había torturadoá aquelsér sensible y nervioso; la curiosidad dever ese mundo tan raro, tan distinto delque se agitaba constantemente á su al-

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rededor; la fiebre de aquella loca cabezade artista turbada por un capricho y poruna pasion; el valor inquebrantable de quehabía hecho gala ese sér, encerrado en-tre las cuatro paredes de su casa, quesin darse cuenta fría y razonada de suaccion, jugaba su porvenir y su vida conla sonrisa en los labios y el corazon sal-tándole de contento dentro del pecho.

-Tiene V. razon, Adela; pero, en rea-lidad, tanta dicha me ha dejado atónito.Ahora, cuidado con la careta, y al baile.<Recojamos las rosas antes que se mar-chiten.»

Muy pronto llegaron á la sala. Al pene-trar Adela, al encontrarse envuelta poraquella turba que vociferaba, reía, habla-ba libremente, sin ocultar jamás el térmi-no crudo ni la palabra propia, entre elcalor sofocante, el humo impalpable, quese estendía como una gasa sutil por to-das partes y el tumulto de los paseantesque circulaban alrededor del salon,-sinti6 un espasmo de terror, y apretó con-vulsivamente contra el suyo el brazo de

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Márcos. Le parecía que todas aquellaspersonas iban á descubrir su verdaderorostro, á señalarla con carcajadas iróni-cas, á abrumarla con su sonrisa y sussarcasmos. Instintivamente comprendióque al poner el pié en aquel mundo, ha-bía caído de' su alto pedestal, pisoteandola pureza de su vida anterior, y convir-tiéndose de reina de un corazon elevado,en esclava de un deseo pasagero. Enton-ces midió por primera vez toda la pro-fundidad de aquel abismo, y, deteniéndo-se, dijo á Márcos:

-Oh! Tengo miedo; salgamos.' Pero Marcos había recobrado por com-

pleto el imperio sobia sí mismo, que rarasveces lo abandonaba. Se preguntaba concuriosidad si no había sido engañado has-ta entonces por el aire de virgen cándidade aquel pequeño demonio, y, si creyendohallar una discípula de primeras letras,no iba á tener que habérselas con undoctor consumado. Encontraba delicio-sa la aventura; el deseo se había desper-tado en él; aquel brazo carnoso y flexible

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que lo estrechaba con estremecimientosnerviosos, hacía correr por sus venas es-calofríos de placer; el perfume suave yembriagador que se desprendía de aquelelegante cuerpo embriagaba su cerebro;pensaba en sus formas esbeltas y bienconstruidas, se complacía en representar-se con la imaginacion todas las ocultasbellezas de aquella mujer que se entrega-ba de una manera tan inesperada, y conmil refinamientos de antiguo libertino, seprometía hallar en ella los éxtasis masenloquecedores, la última palabra de lavoluptuosidad.

Así, fué con una decision inquebranta-ble, con esa elocuencia de la pasion queno admite réplicas, que le contestó:

-No tema V. nada, Adela, 'encon-trándose conmigo.

Los bastoneros habian ocupado su pues-to en los estremos del salon; el cartelanunciaba un wals y los primeros acordesde la orquesta ahogaban el tumulto en susnotas rápidas y alegres. Todo el mundose puso en movimiento en el salon, en las

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puertas, en los palcos, y Márcos se arro-jó con Adela en los giros de la danza.La aglomeracion de gente les impedía vo-lar á medida de su deseo; ambos se en-contraban bajo la influencia de emocionestiránicas. Márcos apretaba sobre su co-razon aquel cuerpo tan dulce y tan per-fecto, aspiraba sus efluvios, sentía su ca-lor y sus palpitaciones. Adela se aban-donaba, medio desmayada de placer,entre los brazos de aquel hombre quellenaba todos sus ideales y la turbaba consu contacto. Con los ojos húmedos ybrillantes, con los lábios abiertos y sin-tiendo pasar por sus venas una corrientede fuego, habia perdido la conciencia desu situacion, se sentía poseida de unavida estrañia á la suya, superior á surazon y á sus sentimientos, algo comoun v6rtigo indomable de que no se dabacuenta. Ah! qué distinto era el placerde aquellos momentos, á los abrazos de-vueltos sin entusiasmo, á los besos fríos ysonoros que daba á su marido, á la in-diferencia con que recibía sus caricias,

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que no sabían despertar en ella esa deli-ciosa locura. Y todo giraba á su vistaen un remolino, las sienes le latían apre-suradamente, las luces y el calor la en-volvían en una atmósfera asfixiante, nooía sino un vago murmullo ensordece-dor en que se destacaba la voz apasiona-da de Márcos, el ardor de sus lábios yel soplo de unas palabras que quemabansu rostro como una llamarada:

-Adela, te amo; te amo, con todo micorazon!

No pudo comprender cuanto tiempoduró aquel desvarío. Se sintió arrastradapor un brazo impaciente, una brisa heladale azotó el rostro, el ruido de un car-ruaje dominó el tumulto de sus .sentidos,oyó á Márcos que decía distintamente-A casa»-y hall6se sin saber c6mo, á sulado, dentro de la elegante berlina.

¡ Oh qué dulces fueron aquellos mo-mentos para la pobre pecadora! El brazode Márcos la oprimía el talle; su voz vi-brante y elocuente la recordaba con en-tusiasmo los mil incidentes de su amor,

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las esperanzas unas veces vivaces y otrasmoribundas que había abrigado en suseno, esos nimios detalles que los amantesobservan con supersticioso cuidado, unpincel recojido al mismo tiempo, una es-trofa que la hizo enrojecer, aquel pié divinoestrevisto en un relámpago; y todo esetorrente de palabras amorosas, de recuer-dos eróticos, ese cuerpo pegado al suyo,ese brazo que la tenía sujeta, como unapresa largo tiempo codiciada,--la atur-dían y la enloquecían, la hacían probarpor primera vez las delicias del amorcorrespondido.

Márcos habitaba en una calle apartadadel barrio de Salamanca, un elegante de-partamento donde su esquisito buen gustode hombre de mundo, había reunidotoda clase de artísticas chucherías. Unvigoroso campanillazo, hizo acudir al ins-tante al viejo criado que abrió respetuo-samente la puerta, sin manifestar asombroal ver á su amo acompañiado como sino fuera esa la primera vez que presen-ciaba igual escena. Un candelabro ele-

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gante, sostenido por aquél, les alumbró elcorredor. que conducía al despacho deMárcos. El criado se retiró despues dehacer la eterna pregunta:

El señorito desea algo?-Nada por ahora. Puedes acos-

tarte.Aquella pieza, mezcla de sala y de ga-

binete de estudio, era de dimensiones re-gulares y estaba cubierta de preciosidades.En el centro se veía una gran mesa deescritorio, con un elegante tapete lleno delibros, papeles, cartas abiertas y sobresdestripados: ocupando un testero una mag-nífica librería de roble, donde estaban cui-dadosamente alineados los mas grandesrepresentantes del espíritu humano, enediciones raras 6 curiosas, destacándoseentre la multitud los nombres de Balzac,Dickens, Heine, Shakspeare, Schiller,Goethe, Byron, Chamfort, al lado dealgunos contemporáneos como Zola, Du-mas hijo, y Daudet; en un rincon una viejaarmadura deliciosamente labrada; en lasparedes varias panóplias de armas anti-

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guas; en los ángulos bronces de Barbedieney algunos mármoles deslumbradores; portodas partes, acuarelas, cuadros al óleo,un retrato de mujer admirablemente pin-tado, telas antiguas y modernas. en profa-sion y aglomeradas en un agradable des-órden. Algunas sillas de formas estrafasy un sillon de estudio, se encontraban es-parcidos aquí y allí. Un ancho y cómododivan ocupaba el lado opuesto á la bi-blioteca. En la chimenea, el fuego vivo yalegre bailaba como una bulliciosa sala-mandra.

Máiárcos cerró la puerta de la habita-cion, y atrayendo dulcemente á Adelahacia el divan la sentó á su lado, y estre-chó entre las suyas sus manos ardientes ytemblorosas. Aquella atm6sfera dulce,aquel gabinete original, las emociones dela noche, el sacudimiento nervioso de tan-tos placeres entrevistos y presentidos, ha-bían quebrantado á Adela. Su decisionanterior se había cambiado en debilidad.Tenía los ojos húmedos de llanto, mirabacon desconfianza á su alrededor como

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comprendiendo que aquellos mudos es-pectadores, eran cómplices de su falta, yclavando en MArcos una mirada, entreespantada y tierna, le dijo:

-Por favor, MArcos, salgamos prontode aquí! Dios mío! no sé lo que mepasa; tengo miedo y frío. Aún es tiempoMArcos. Sea V. generoso y olvide unmomento de locura.

MArcos, sin violentarla, la estrechó dulce-mente y dominándola con la voz y lamirada, reclinó sobre su pecho aquellarubia cabeza como se abraza á un niñoaterrado:

-Pobre Adela!-esclamó. Cálmate ydyeme. Qué puedes temer aquí? Mirabien, estamos solos, libres y te amo, todami vida es tuya! ¡Ah! si tú supieras cuán-tas veces he soñado con este momento,cuántas horas he llegado aquí con elcorazon hinchado de lágrimas, pensandoen mi amor inmenso é imposible. Yahora que estamos juntos, que puedoabrirte mi alma, mostrarte todos los tesorosde ternura que encierra para ti, me dices

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que tienes miedo, quieres huir, dejarmenuevamente en el abandono, y en la deses-peracion....

Suavemente se arrodilló delante de ella,con el brazo izquierdo apoyado en un al-mohadon, sosteniendo su cabeza mediodesvanecida, é inclinada hacia un lado,como una flor tronchada. Al mismo tiem-po apartaba algunos locos mechones decabellos dorados que le caían sobre lascejas; enjugaba con un pañuelo.las gotasde sudor helado de su frente, la envolvíaen un circulo de caricias dulces y ardien-tes, unía sus labios á aquellos labios apre-tados que trataban de esquivar su contactosintiendo que él era la derrota de lavirtud; la estrechaba de pronto en un es-pasmo voluptuoso, y su voz, ligeramentetemblorosa, susurraba en su oído palabrasque la hacían estremecer :

-Adela, júrame que eres mia. Prué-bame que me amas; no resistas á mi pa-sion. Te amo; no puedo vivir sin tuamor!....

La luz del candelabro arrojaba sobre

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ellos pálidas claridades, y los resplandoresintermitentes del fuego daba tonos des-lumbradores á la rubia cabeza de Adela.Vencida por el cansancio, quebrantada portodas las sensaciones dominantes quehabía esperimentado esa noche, sintiendosiempre, como el eco de un eterno cantoque la embriagaba, el rumor de aquellaspalabras apasionadas que la hablaban deamor infinito, de goces ignorados, desue_ños inmortales, viendo á sus piés aquelhombre á quien quería con locura, elúnico que la había iniciado en losmisterios de las sensaciones profundas,ella se sentía desfallecer. Una llama inte-rior la abrasaba; sus labios se abrían á des-pecho suyo, como pidiendo esos besoshúmedos y largos que turbaban su razon,y una especie de impaciencia febril porprobar, de una vez por todas, el delirio dela pasion, había sucedido á su anteriorresistencia.

Los últimos velos, sujetos por el pu-dor, fueron cayendo uno por uno. Elpañuelo fué quitado con rapidez, los bo-

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tones de la bata sencilla saltaban arran-cados, dejando descubiertas á la vista desu amante las magnificencias de aquelpoema cuyas primeras estrofas comen-zaba á conocer. Y pronto, muy prontosucedieron á las quejas ahogadas, á lasprotestas y á las negativas balbuceadassin fuerza, los besos embriagadores, esaspalabras entrecortadas y sin sentido queparten de los lábios trémulos como palo-mas en celo, esos arrebatos de placerque estremecen el cuerpo como el contactode un hierro candente, esos juramentosde eterna fidelidad, eternamente quebran-tados cuando la embriaguez muere y cuan-do nace el hastío.

Al terminar aquel vértigo, comenzaronlas confidencias y las protestas. Adela yano esquivaba las caricias de Márcos. Ju-gaba con sus cabellos, atraía su cabezasobre su seno palpitante, se sentía orgu-llosa y feliz de aquel amor. Sus ojosbrillantes, sus cabellos desprendidos, sutraje entreabierto, la daban una bellezaespecial, que como los perfumes fuertes,

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se subía al cerebro y lo embriagaba.Despues comenzaron las preguntas, losmimos, las mil niñerías del amor abando-nado á todos sus caprichos. Se abraza-ban, reían como unos locos, se disputabanun beso con intrepidez para tener-luegoel pretesto de darse doscientos. Hacíanplanes para el porvenir. Calculaban lamanera de comunicarse, de verse sininspirar sospechas, y ni un momento vinoá turbar su dicha el recuerdo de aquelausente, á quien la una deshonraba y elotro hacía traicion.

Despues. de recorrer Adela la casa desu amante, hojear sus libros, poner su ca-beza sobre la almohada en que Márcosapoyaba la suya, llegó la hora de partir;los besos, los juramentos, las protestas deamor se sucedieron, y Adela regresó á sucasa con el corazon henchido de felicidad,mientras Márcos se hundía con fruicion ensu blando lecho, sintiendo pegado á sucuerpo el perfume de la mujer que aca-baba de poseer.

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V

La tarde era bella, Márcos hizo en-ganchar un elegante phaýthon y se dirijióal Retiro guiando un altivo tronco decaballos andaluces. Una brisa fresca yjuguetona, sacudía las ramas de los árbo-les desnudos. El sol brillante descendíaenvuelto en una nube de púrpura, inun-dando el cielo de tintes rojizos y anaran-jados. Las calles rebosaban de unamultitud alegre, que salía á gozar de laplacidez de aquel dia, luminoso y dulce.Mucho antes de llegar al paseo, pasabantrenes deslumbradores, levantando una nu-

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be de polvo dorado. Al entrar al Retiroel movimiento era incesante. Los car-ruajes llegaban en escuadrones, en bandasespesas, produciendo un chirrido especialsobre el macadam, y los caballos orgu-llosos, como ébrios de luz y de vida,sacudían sus crines ensortijadas, hacíanretumbar sus férreos cascos sobre el pavi-mento, y, encorvando el cuello, mantenidoá raya por la rienda tiránica, con el ojoencendido y la boca espumosa, tascabanlos frenos con impaciencia febril. Lasalamedas entumecidas parecían estreme-cerse presintiendo el soplo de la prima-vera. Las pocas hojas amarillentas quequedaban en las ramas demacradas, sesentían invadidas por una sávia pujante.Los pinos verdes y enhiestos sacudíansus copas flexibles, y el césped, quemadopor las escarchas, se dilataba como unaalfombra de matices empañados. Muchasmujeres habian descendido de los cochespara marchar en las calles bordadas deárboles, recibiendo el suave calor de losrayos solares, y las caricias del vien-

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to vespertino. Otras, reclinadas blanda-mente en el .fondo de los carruajes des-cubiertos, aspiraban á plenos pulmonesaquellos soplos vivificantes, exhibiendo laúltima toilette salida de manos de la mo-dista, 6, detallando con mirada de tasa-dor, la de sus amigas. Allí circulabala corte en toda su esplendidez; los cor-dones dorados se codeaban con los anchosgalones de los ministros de la corona, delcuerpo diplomático, y de los coches reales,enganchados á la gran Dumont, con suscaballerizos al estribo y sus lacayos depeluca empolvada. En el centro, los guar-dias civiles á caballo, mantenían el órdenen las filas, y, alpasar las grandes gerar-quías, se quitaban ceremoniosamente sutricornio de hule negro. Las calles late-rales enarenadas estaban llenas de gine-tes. Toda aquella multitud adelantaba enfilas espesas y compactas, iluminada porlos resplandores de aquel sol chispeante,y no se oía sino el resoplido de los caba-llos, el chasquido de los látigos, el rumorde los cascos chocando con los guijarros

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del piso y el chirrido de las ruedas encar-nadas - 6 amarillas, que, al girar rápida-mente, parecían arcos encendidos.

Abstraído en las delicias de la nocheanterior, Márcos sentía esa íntima felicidadque sigue al deseo realizado. Estabacuidadosamente vestido, y en su tez páli-da como en sus ojos velados por una vaga:sombra azulada, se adivinaban las sensa-ciones dominadoras que la habían agi-tado. Recordaba el baile, la posesioninesperada, aquella deliciosa entrevista, yel dulce divan que sostenía el cuerpode Adela, de lineas suaves y esculturales.Cerraba los ojos, y le parecía aspirar enuna ráfaga de pasion, el perfume deaquella mujer encantadora, ese aroma vagoy esquisito que o10 había acompañado du-rante la noche como un efluvio de subelleza.

En una de las vueltas se sinti6 sacudidopor una descarga interior y sus ojos seiluminaron con los resplandores de unallama instantánea. Adela pasaba junto áél, arrastrada rápidamente por un esplén-

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dido par de yeguas, dulcemente recostada-en un milord ligero y gracioso. Lo sa-ludó con una sonrisa maliciosa, su miradaconcentré toda la pasion de su alma, ydesapareció como un relámpago entre lasfilas compactas. Aquella tarde estaba be-llísima. La felicidad, las dulzuras de losplaceres divididos con el hombre á quienamaba, habían dado á su tez una anima-cion deliciosa, y á sus ojos un brillodeslumbrante. Hasta ese dulce aire decansancio, esparcido como una sombrasutil sobre su fisonomía, contribuía á ha-cerla adorable.

A poca distancia de ella, con aire dedesdeñosa magestad, sosteniendo en lamano- derecha una riquísima sombrillay reclinada .en un almohadon, Márcosvid venir á la mujer á quien la nocheanterior había deseado conocer. ¡Con quéindiferente altivez dejaba caer sus miradassobre aquel mundo dcirado que la rodea-ba! Sus ojos fascinadores, la blanca ter-sura de su tez, aquella boca de contornosdeliciosos, su actitud llena de descuido,

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todo la hacia resaltar poderosamenteentre las bellezas que pululaban aquellatarde. Márcos quedó deslumbrado. Elmismo deseo tiránico e imperioso delbaile de máscaras, sacudió su corazon.¿Por qué fatalidad se cruzaba siempre ensu camino esa eterna vencedora, tran-quila y hermosa como una Vénus pa-gana? Durante un instante la imágen deAdela se borró de su imaginacion. Lasentía segura, se había entregado á él, suconquista había sido mas fácil de lo quejuzgó á primera vista-¿ á qué, pues, preo-cuparse inmoderadamente de ella? Conla posesion de una mujer, entra en elalma del amante mas apasionado, un gér-men casi invisible de hastío. El obstá-culo vencido pierde su poesía y su atrac-tivo. ¿Amaba á Adela verdaderamente?Se hacía esta pregunta con insistencia.La había visto, hermosa, j6ven, inteligentey amable, había notado el imperio queejercía sobre ella, y, despues de todo,había hecho lo que cualquier hombre demundo en su situacion. Su corazon ári-

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do y solo, se complació en esa dulce ocu-pacion; pero, una vez satisfecho su ca-pricho, estaba á punto de volver á suestado anterior. El mismo, apénas se da-ba cuenta de esta transformacion curiosaque empezaba á efectuarse en los plieguesmas ocultos de su alma. Era victima deesa impureza imborrable que dormitabaen el fondo de su ser moral, y obedecía auna fuerza tiránica al hacer ese trabajo dedescomposicion malsana de los mejoressentimientos, para llegar á este resultadoaterrador: al fin y al cabo, con mayores 6menores aspavientos, todas concluyen delmismo modo. Y entonces evocaba, conuna vaga complacencia, las quejas de Ade-la, sus negativas, la lucha que precedió ásu victoria definitiva, su bella cabeza, do-blegándose sin fuerza para resistir, y susbrazos nerviosos estrujándolo en un espas-mo supremo.

El sol se ocultaba, produciendo en elcielo un vasto incendio rojizo. Era esahora de dulce melancolía en que el crepús-culo dá á los objetos un tinte dudoso.

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Una brisa helada se había levantado, ytodo el mundo emprendía el regreso almismo tiempo. Los faroles de los car-ruajes, encendidos casi de golpe, parecíanluciérnagas titilantes que culebreaban,subían ó -bajaban, entrelazándose a veces,esquivándose otras, para reaparecer luegocon mayor intensidad.

Pronto se encontró Márcos en el centrode la ciudad y una hora mas tarde se sen-taba en una de las mesas de Fornos, rigu-rosamente vestido- de etiqueta, dispuestoá comer lentamente, haciendo hora parael Real. Era temprano todavía para lascostumbres madrileñas, y Márcos cavilabasin apresurarse, con el 1Men zu en la mano,cuando una voz alegre reson6 á sus es-paldas, y, al dar vuelta con rapidez, dejóescapar un esclamacion de contento:

-Decididamente, Eugenio-- esclamóel cielo te ha traido. Aquí me tienes

en el difícil trance de organizar una co-mida, sin tener ni pizca de apetito, cuandoapenas son las ocho de la hoche y en unode esos momentos de cansancio supremo

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en que uno no sabe que hacer de sushuesos.

Y, sin esperar que su amigo se quitárael abrigo de pieles y le contestára.

--- ¿Vienes á comer? continuó. Mag-nífico... sientáte en esta mesa. Charlare-mos un. rato y trataremos de recrear, almismo tiempo, el cuerpo y el espíritu.

Eugenio había dejado su sGbretodo enmanos del criado, y, de pié ante la mesa deMárcos, mostraba á este un rostro fatigadoy adormecido.

-Uf! le dijo desperezándose-Tengoun sueño!... Bien se conoce que no hasvelado como yo hasta ahora. Esto va áser mi almuerzo. Garfon! ante todo aguade Seltz y cognac... Es la receta de lordByron despues de una borrachera.

-Pues hombre! ¿quiere decir que lafiesta de anoche fué borrascosa?

-Vaya si lo fué. Imagínate una ru-bia deliciosa, toda miel y azúcar, conuna de esas candideces aprendidas á fuerzade golpes y desengaños, una sacerdotisaestraviada en un baile de máscaras. La

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veo, la invito, acepta, bailamos, llegan lascuatro de la mañana y mi heroina se re-siste tenazmente á todo lo que no seapuro platonismo romántico. Como elpapel no es precisamente agradable y áesas alturas no estaba para emprender unsiti9 en regla, la abandono, me encuentrocon Sanches,-tu compañero de Legacionen China, ya sabes,-rodeado de un tumul-to de muchachas alegres, careta en mano,dominó desgarrado... y aqui se armó lagorda. No ha quedado en mi casa ni unacopa ni un vidrio sano. iQué jaleo! Bus-camos á Bautista en el Imparcial; lo ar-rancamos á las delicias de la manzanilla yahí nos tienes bailando flamenco con todoel estilo posible, en medio de un mar dechampagne, infatigables, sudando, gritan-do, hasta cerca de las doce... ¿Ves? estoyronco; casi no puedo hablar... A esahora era ya muy tarde para dormir y des-pues de un buen baño y una vuelta, metienes á tu disposicion pronto á volver áempezar. Pero, y tú?...

-Yo estaba algo enfermo -contest6

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Márcos, esquivando la pregunta. Muchosentí abandonarte en aquel momento.

-Cómo ha de ser! ¿Pues y aquellachijla que te arrancó de mi lado?

-La conozco tanto como tú. Unabroma estúpida y nada más.

-Bromas, bromas! me cargan las talesbromas. Qué diablos! uno va al baile á...ya sabes á qué. Lo demas son tonterías.Pero, vamos al grano. Para mi, pocacosa; tengo el estómago estragado ....Un coisomme, unos filetes de lenguadoy luego unos bocados de rosbifsaignant.Vino?... veamos que vino. Nada; estoyresuelto á hacer economías.... Un buenBourgogne, y basta por el momento.

-- Pues bien, ya que estamos aquí; so-los y tranquilos, dame algunos detallessobre Rosa.

-Todavía con Rosa.... Te aprecio de-masiado para creer que estás enamoradode ella.

-Psch! tanto como enamorado.-Si, pero es peligroso llegar á estar-

lo. Tu has vivido ausente de Madrid,

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y despues de tu regreso, la verdad, casino se tevé. Metido diariamente en casade Zea, no es estraio. Ante todo ¿dóndela has conocido?

-Qué se yo! Un poco en todas partes:en los teatros, en el paseo, en el Real, enlas carreras....

-Y te ha parecido espléndida, verdad?-Ciertamente.-Sí, sobre eso no hay duda posible...

Es una bella mujer, una estátua indife-rente pero deliciosa.

-Y su historia? ¿De dónde ha veni-do? Cuando yo dejé Madrid, ella era des-conocida.

-iSu historia! ¡De dónde ha venido!....¿Quién lo sabrá. jamás? Decididamente,esa mujer te gusta demasiado, cuandohaces esas preguntas. ¿Qué de dónde havenido?-Pregúntaselo á Zea.

-Zea! Qué tiene que ver Zea en esto?-Pues, poca cosa: él fué quien la lan-

zó.... Veo que es necesario que te digatodo. Por lo demás, tu ignorancia no esestraña. Madrid ha cambiado de fond e;i

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comble, de diez años á esta parte. Estosdiablos de franceses han transformadotodas nuestras costumbres. ¿Te acuerdasde. nuestros amores de estudiantes? Unpañuelito de Manila, un vestidito de per-cal de tarde en tarde, una pension queno pasaba de dos mil reales, y nuestrasseñoras nadaban en la abundancia. Pero,hoy..... nada! no quiero filosofar, y algrano....

Y al repetir su eterna muletilla, Mon-tejo apuró un trajo de Borgoña y con-tinu6.

-- La seduccion?.... Algo de Rzgoletto, yalgo de Fausto. Es una de esas historiasvulgares y terribles, un poco más negrasde lo que lo son en la generalidad de loscasos, en cuyo fondo hay un misterio devergüenza y de infamia.... Ah! quien su-pondria jamás sin saberlo lo que hizoJorge? Mira, prefiero que hablemos deotra cosa.

-Pero, en fin....,-insistié Márcos.-Puesto que te empeñas, oye; aunque

luego te arrepientas de tu curiosidad.

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Y acercándose al oido de Márcos des-liz6 en él durante algunos minutos pala-bras que lo hicieron palidecer.

-Y hoy, ya lo ves-concluy6 en altavoz. Marido ejemplar, enamorado, bobo,dominado como un imbécil por su mu-jer.... Qué diablo! ¡cómo cambian los tiem-pos y los hombres!....

Un tumulto de pensamientos agitaba áMárcos al escuchar estas palabras. Se exa-minaba con una sorda irritacion contra simismo y preguntándose qué clase de in-terés lo impulsaba á enterarse de estosasuntos. ¿No era Rosa para él una detantas mujeres que se desean, se poseeny se olvidan? ¿Por qué, entonces, la an-siedad con que escuchaba á su amigo,la indignacion oculta que le inspiraba sa-ber la historia que el mismo había pe-dido, el imperioso anhelo que se desper-taba en su alma de conocer á Rosa y ha-cerse amar por ella?.... Soy un niño-sedecía. He pasado por muchas borrascaspara encallar, como un marino inesperto,en ese arrecife. Y precisamente se preo-

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cupaba de Rosa, cuando había juradoeterno amor y fidelidad á la mujer desu camarada mas íntimo, cuando lo habíatraicionado en la sombra, arrancándole elhonor, en pago de sus favores y de suamistad.

Aberraciones inesplicables.... No! eranecesario olvidar á Rosa, mirarla comouna de tantas desgraciadas que se venpasar, arrastradas por el torrente de lavida. ¡Triste destino el suyo! vivir sola,jurar amor, vender caricias y ¿á quiénes?Tal vez á indiferentes, á séres desprecia-bles ó repugnantes.... Pero qué! Acasono se parecía su suerte á la de ella? Eltampoco amaba con sinceridad; y, sin em-bargo, engañaba á una mujer y traicio-naba á un amigo. Su vida había pasadotambien solitaria, léjos del cariño y el ca-lor del hogar. Su madre murió siendoél casi un niño. Lo dejó abandonado enmedio de los indiferentes y de los estraños,cuando sus brazos eran débiles para lu-char con las olas.

Miraba su interior y encontraba una

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vasta soledad cubierta de ruinas. Nada loligaba á la tierra, nada, sinó el instintoindomable de la vida. ¡Cuántos amores deun dia, sin un solo sentimiento verdadero!icuántos placeres amargos, cuántos remor-dimientos tardíos! Y su implacable pen-samiento, ahondaba cada vez mas áspera-mente sus heridas íntimas, como el es-calpelo acerado desgarra los tejidos, seensaña en la carne muerta y sale de la la-ga cubierto de humor sanguinolento.

- ¡Qué diablos es eso!--esclam6 Monte-jo que le contemplaba con asombro, des-cargando sobre la mesa un enérgico gol-pe. ¿Habr6 acertado en mis previsiones?

-Dispensa, querido amigo. Tu histo-ria me ha traido á la memoria tristes re-cuerdos y me he absorbido en ellos uninstante.

Qué recuerdos ni qu6 niño muerto!Tu piensas demasiado en esa maldita mu-jer.... Cuidado, mucho cuidado, sobre todoJas de t islesse. Pareces un poeta elegia-co, meditando en el modo de comner. Quédiablo! ¿Te gusta? Pues búscala, y déja-

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la despues. Recuerda el consejo de Des-genais y toma del amor lo que toma devino un hombre s6brio, pero no te hagasun borracho.... Y, á prop6sito de vino.Estamos concluyendo de comer sin cham-fagne. Mozo, una botella de Moýt Chan-don.

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VI

Pasaron los días y los meses. Llegó elprincipio de la primavera. Márcos, en-vuelto en los mil incidentes del amorculpable, se sentía arrastrado por unaespecie de vértigo imposible de dominar.

Al principio se había debatido contrasí mismo lleno de energía y de noblesintenciones. Despues fué acostumbrán-dose á la falsedad, á la eterna mentira, alfingimiento constante y .le sucedió, comoá los actores que se apasionan por unpapel, que llegó á cambiar su naturalezareal por la falsa que había adoptado.

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Pero en el fondo, sentía una incertidum-bre perpetua y un descontento incesante.En él se había producido un fenómenobastante comun en las circunstancias es-peciales en que se encontraba. Despuesde haber emprendido la conquista deAdela con ímpetu entusiasta, al sentirlasuya, rendida y entregada, las alas deldeseo se replegaron en su alma: Peroentonces empezaron los secretos de ladoble complicidad que unía á los de-lincuentes ante la mirada franca de Zea,las dudas, los temores y todo el cortejosombrío de las uniones ilícitas. Adelalo amaba con esa especie de fanatismociego de la mujer, una vez que ha dadosu corazon y su cuerpo. Los lazos de lamisma falta, los atractivos naturales deAdela, el eterno sobresalto de sus amores,los aguijones del deseo que. no siempreera posible acallar y satisfacer, desper-taron en Márcos una embriaguez que élcreía muerta para siempre en el fondo desu naturaleza y cubrieron aquella frívolafiebre de los sentidos, con todos los en-

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cantos y las flores de un amor íntimo yelevado.

Zea, entretanto, reposaba lleno de con-fianza en la virtud de su esposa y lalealtad de su amigo. Con esa triste in-genuidad de los maridos engañados, élmismo, sin comprenderlo, preparaba, demil maneras diversas, las ocasiones en quepodían verse Adela y Marcos. Unas ve-ces dejaba á éste en el palco de Adela, yse alejaba durante horas enteras con ple-na tranquilidad. Otras, despues de lacomida, se sentía fatigado, una dulcesomnolencia invadía su cuerpo, y riendoél mismo de su perezoso amodorramiento,se retiraba á su habitacion, dejando álos amantes en un delicioso tte-d-téte.Adela lo dejaba partir y hablaba en vozalta con Márcos de asuntos indiferentes.Un momento despues, se levantaba; ibade puntillas hasta la puerta por donde ha-bía salido Zea, escuchaba unos minutoscon ansiedad febril, y pálida, rápida, conlos brazos abiertos y la boca enardecida,se deslizaba corriendo sobre las alfombras

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mullidas, hasta caer en brazos de Marcosque la esperaba de pié. Y ent6nces co-menzaban las protestas, las caricias, losmimos adormecedores y los placeres in-finitos. Hablaban despacio, con las manosentrelazadas, con las miradas fijas el unoen el otro. Se repetían sin cesar, la mismaeterna historia de la pasion, y ambos laencontraban eternamente nueva. La rubiacabeza de Adela reposaba sobre el hombrode Márcos, como buscando en él su apo-yo natural. De cuando en cuando, queríaevitar su contacto, se debatía contra susmismas enervantes impresiones y se ar-rancaba bruscamente de los brazos deéste; pero, un minuto despues, se sentíaesclavizada de nuevo, y, con los ojoshúmedos, le decía sombria y balbu-ciente:

-Márcos! basta ya.... Sí, te amo, teamo.... Tú lo sabes. Pero, por Dios, noexijas esto de mií.... iDios mio! no sé loque me pasa. Tengo terror, me asustael porvenir.

Y él61 repetía otra vez el himno de su

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amor con elocuencia vibrante. Sus pala-bras cálidas, el rico timbre de su voz varo-nil., caía sobre el alma de Adela comoun bálsamo sobre la llaga inflamada. Lepintaba otra vez la soledad de su vida, laamargura de su suerte, las desgracias desu peregrinacion humana; la conmovia yturbaba, tocando todas las fibras sensiblesde su delicada organizacion femenina. Co-nocia su poder para llegar al alma de suvíctima. Sabía emplear convenientementeel amor 6 los celos, el tono imperante delmandato 6 el quejumbroso de la súplicaapasionada. Hasta en las situaciones masviolentas conservaba toda su tranquilidadimplacable y cuando ella se abandonabaá la tiranía del sentimiento, él dominabasus menores gestos y palabras.

Poco á poco la audacia de los amantesiba aumentando con la impunidad. Al-gunos dias se daban cita en las callesmas apartadas de la Moncloa, y, acudien-do cada uno por diverso lado, se encon-traban ambos debajo de los árboles secu-lares del paseo. ¡ C6mo pesaba á Adela

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en esas horas la esclavitud que la obliga-ba á llevar otro nombre, á ocultar suamor y á entregarse en el misterio llenade sobresalto y temor! ¡ Con qué orgullose apoyaba en el brazo de Marcos, fijaba,en él su mirada clara y brillante y dejabaflotar sus sueños en el mundo encantadode los ideales!-Mil planes absurdosacudían á su imaginacion de artista y selos sometía á Márcos con volubilidad.Pero éste, sonreía debilmente, y pasandosu brazo izquierdo al rededor del tallede Adela, inclinando su cabeza hasta po-nerla al nivel de su oído, la decía:

-Ten calma.-Todo se arreglará. Notortures de esa manera tu pobre y queridacabecita... ¿ No eres feliz con mi amor?...Ciertamente, yo tambien abrigo y acariciotodos esos deseos de que me hablas ...Pero, hoy por hoy, son imposibles. E -peremos... Sé prudente y nada de locu-.ras.

Ella lo contemplaba con sus grandesrojos empañados de lágrimas, hasta queuna hoja desprendida, un insecto, un mur-

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mullo de voces á su espalda, los hacíacorrer como chiqúillos, con la tez ani-mada y la respiracion jadeante, buscandoalgun macizo de árboles, desde dondedirijían miradas indagadoras en torno suyo,cayendo, por fin, el uno en los brazos delotro con esclamaciones de alegría...

Sin embargo, aquella vida de constantetemor, enfriaba paulatinamente los deseosde Márcos. La comedia infame que re-presentaba ante Zea, se le hacía hora porhora mas pesada y mas difícil. La'pa-sion de Adela, cada vez mas absorvente,lo sometía a mil tormentos ignorados. To-dos los dias se confesaba á si mismo lanecesidad de concluir. ¿ Pero, c6mo? Eseera el problema. Disgustado de sí mismo,cansado de los demás, Márcos pasabauna vida amarga y desencantada.--« Estemuchacho tiene algun amor desgracia-do »-decía Zea á su esposa, y su perspica-cia grotesca estendía sobre el rostro deésta, una leve nube de púrpura. Perma-necia en su casa encerrado y solo, durantelargas horas, paseando de un estremo

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á otro de su despacho 6 sentado en unsillon de estudio, recorriendo con ojosdistraídos el primer libro que caía en sumano. ¿ Qué leía ? El mismo lo ignora-ba. Además, otras preocupaciones demuy diverso género se mezclaban á las desu union con Adela. Su escasa fortuna,grandemente mermada, estaba léjos dedarle la renta necesaria para vivir. Así,frecuentemente, echaba mano del capital.Pronto iba á verse obligado á trabajar, sino se resolvía á dejar su tren habitual, ádespojarse de carruages, caballos y esasmil chucherías que lo rodeaban y queformaban, por decirlo así, parte de su vi-da. Una vez encarado frente á frente estehorrible 'problema, se juraba energía ydecision para someterse á su nueva existencia; pero, despues de todos sus proyec-tos, concluía por aplazar el instante deponerlos en práctica. Así pasaba los díasy las semanas. Sombrío y misántropo,se le veía en el Club acercarse de cuandoen cuando á la mesa de juego. Una irresis-tible tentacion le hacia sacar su cartera y

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arrojar sobre el tapete un puñado de bi-lletes de banco. Disfrazaba su hondaansiedad debajo de una sonrisa de con-vencion y con manos trémulas que se es-forzaba en someter como sometía los mús-culos de su rostro, recogía la ganancia 6se despojaba con calma de los restos desu fortuna. Pero, en general perdía, per-día cruelmente, y cuando sus amigossonriendo tallaban con aplomo yle decían:«Ya sabes el refran. .... Afortunado enamores.... » una rápida contraccion des-figuraba su rostro varonil y simpático yuna palidez mate se estendía como un su-dario sobre su frente despejada.

Un dia, acababa de salir de la sala deljuego perdiendo una fuerte suma de dine-ro. Entró en el salon de lectura y, ma-quinalmente, empezó áa recorrer una pu-blicacion ilustrada. Mil negros pensa-mientos batían sus alas tenebrosas sobresu frente nublada. En aquel momentoentraba al mismo salon Roberal, su ga-nancioso contrincante, hombre de edadmadura, de tez pálida y ojos saltones,.

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descuidadamente vestido y con una anchacalva que le ocupaba toda la parte supe-rior de la cabeza. Venía sonriente, do-blando y guardando en su cartera los bi-lletes que acababa de ganar.

-Ya sabe V.-dijo al ver á Marcos-cuando V. quiera, estoy pronto á darle larevancha.

Marcos respondió con una sonrisa forza-da; y, dirijiéndose á un grupo que estabaen el estremo opuesto, oyó estas palabrasde uno de los que lo componían; á propó-sito del feliz jugador que partía:

-Verdaderamente, hay hombres quenacen de pié. Ahí tienen Vds. á esteimbécil. Hijo de un usurero, humilla almundo con sus millones. Lo mejor de lavida, la crema dorada es para sus lábiosvenenosos. Y para que nada le falte hoy,acaba de ligarse con Rosa del Monte áquien dicen ha puesto un tren magní-fico....

Marcos no tuvo necesidad de oir mas.Gir6 rápidamente sobre sus talones y es-

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capó de la reunion sintiendo un anillo dehierro que le estrujaba la garganta y unodio inesplicable que bramaba en el fon-do de su alma...

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VII

Desde aquel dia Márcos se hundi6 ca-da vez con mayor encarnizamiento en elsilencio y la soledad. Pero asi como lallama, antes de extinguirse por completo,deja escapar un débil chisporroteo y le-vanta en un supremo esfuerzo sus lenguasazuladas, su corazon sinti6 un nuevo ar-dor en la fiebre que lo arrastraba á losbrazos de Adela. Obedeciendo á esesentimiento que hace que el criminal per-seguido, antes de fugar, reuna apresura-damente los objetos mas ligados á suvida, y, jadeante, trémulo, los envuelva

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con ansiedad interrumpiéndose al menorruido de pisadas, hasta salir con cautelay correr apretando el pobre paquete bajosu brazo,-Márcos apelaba á los últimosrestos de su juventud tranquila, a todoslos recuerdos mas puros del pasado,como si presintiera la tempestad cercanay llegara á sus oídos el ruido de pisadasvengadoras.

Entónces tuvo con su apoderado unalarga conferencia. Aquel hombre le fuéexhibiendo paulatinamente el estado de-plorable de su fortuna. Su voz lenta ymonótona, acompañaba con esplicacioneslas sumas y restas de los estados que lepresentaba con impasibilidad matemática.Las columnas del debe y el haber se es-tendian bajo su lapiz como dos líneas dehierro que iban estrujándolo poco á poco.Aquellos números no mentían. Se ater-raba al ver de golpe tantos dispendioscostosos, tantos caprichos banales, tantodinero empleado en futilezas. Y luego,meditando en lo que habia gastado, diapor dia, en esas mil cantidades que se

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deslizan insensiblemente sin dejar huellasni recuerdos, su asombro llegaba al estre-mo. El resultado estaba á sus ojos: conlos restos de sus bienes, alcanzaba apenasá pagar sus deudas. Su interlocutor locontemplaba en silencio, clavando en él sumirada astuta y entornando sus ojos ver-dosos.

-Ya lo vé V., mi querido señor,decía-Las deudas superán al capital.

-Y que me aconseja V. en este caso,don Serafin?

-Difícil es dar un consejo en circuns-tancias tan críticas ... Ah! bien se lo de-cía yo á V. Era imposible llevar du-rante mas tiempo esta vida. Ya palpa V.los resultados.

-Conforme! Pero no es hora de llo-rar sobre lo pasado, sin6 de acudir al reme-dio, si es posible. Y, precisamente, en estaépoca, cuando tengo que salir de Madrid,verme en este trance. ¿No cree V. queme seria posible encontrar alguien que meprestára una suma que necesito con ur-gencia para dentro de pocos días?...

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-Prestar ? Ah! Señor D. Márcos,actualmente nadie tiene un céntimo ....Sin embargo, pensándolo bien, talvez en-contremos un medio. Conozco á un ca-pitalista;-una persona escelente, que gus-ta de favorecer cuando le es posible, ájóvenes de las prendas de V., bien enten-dido, con una ganancia...

-Sí, comprendo lo que V. me dice.Me importa poco el interés. ¿Y dóndevive ese hombre?...

•--Tome V. Aquí están sus senas,-y D. Serafin estendió á Márcos un papelen que había escrito unas líneas. PuedeV. invocar mi nombre, Creo que que-dará V. satisfecho.

Una hora mas tarde Márcos llamaba ála puerta del piso tercero de una casa dela calle de las Tabernillas, perdida en unode los barrios mas tortuosos del Madridantiguo. La escalera de madera habíarechinado agriamente bajo su planta. Untufo ihsoportable de comida rancia, aceiterevenido y guisos grasientos, subía desdela portería, y se derramaba por la esca-

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lera, pegándose á las paredes como el ho-llin al tubo de una chimenea. Apesar deser las dos de la tarde, la oscuridad eracompleta. Despues de haber sido exa-minado por el ventanillo y de haber dadosu nombre, se oyeron en el interior ru-mores de conversacion, cuchicheos, porta-zos violentos y, al fin, se franqueó la entra-da á Márcos hasta el escritorio de D.Cándido Theneau. Era este un hombrede edad indefinible, alto, musculoso, debarba descuidada y canosa, ojos hundidosen el fondo de dos órbitas profundas,sombreadas por unas cejas hirsutas y res-guardados por párpados hinchados, quetenían un ribete rojizo y sanguinolento.Llevaba en la cabeza un raído gorro deterciopelo, su cuerpo estaba cubierto porun roto traje lleno de manchas de grasa,sus pantalones recojidos estaban soste-nidos por una ancha correa de cuero, yde las mangas de su saco corto salían lasde una camisa negra y arrugada. Fuma-ba un mal cigarro del estanco, sentado de-trás de una mesa cubierta de polvo, de

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papeles y de infinidad de paquetitos cui-dadosamente envueltos, ligados con hiloazul y numerados. A su alrededor, ha-bía de todo un poco. Era aquello unbazar, un pandemonium, una orgía de tra-pos, arcas, muebles, capas y vestidos col-gados de las paredes. Veíanse dos arma-rios de pino, cuidadosamente cerrado eluno. El segundo, entreabierto á medias,descubría á la vista una pintoresca va-riedad de objetos amontonados en des6r-den.

Márcos abarcó de una ojeada este cua-dro digno del pincel de Hogarth, y com-prendi6 la honrada profesion del capitalis-ta que le había recomendado D.Serafin. Pe-ro había llegado léjos para retroceder. Sucarácter se avenía mal con las largas vaci-laciones. Afrontaba con descaro las peoressituaciones de la vida dispuesto á seguiradelante hasta triunfar ó caer en la bre-cha. En breves palabras expuso á The-neau el objeto de su visita. Y entóncescomenzaron las eternas quejas del usure-ro, esa táctica miserable que parte de una

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negativa absoluta, y despues, poco á poco,vá buscando atenuaciones,encontrando me-dios, proponiendo arreglos hasta concluirpor marear al necesitado, ponerle la pistolaal cuello y arrancarle el mayor interés po-sible. Márcos pasó con impaciente repug-nancia por todas estas crueles alternati-vas. Por último, cansado de la estéril lucha,iba á retirarse, cuando Theneau manifes-t6 ablandarse y concedió quince mil durosde los veinte mil que le pedía, haciendo fir-mar á Márcos un pagaré á noventa díasmeticulosamente provisto de todos los re-quisitos legales.

-Ah! señor, los tiempos están muy ma-los,- decía á Márcos al poner en sus ma-nos, uno por uno, los billetes de banco deque se separaba con hondo sentimiento.Por nadie hubiera yo hecho este sacrificioPero viene V. recomendado por mi ami-go Serafin, y eso basta. Somos condiscípu-los, señor. . . . Yo soy pobre, vea V. Es-tos son mis ahorros. . . No olvide V. lafecha del vencimiento. . .La necesidad escruel....Ya lo sabe V. seré inexorable....

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Por uno de esos contrastes tan frecuen-tes en la sociedad, Márcos debía comeresa noche con Zea. Lleg6 á su. casa, sevistió despacio, y guardando el dinero sedirijió en busca de su amigo. Comenzabanlos días cálidos de Junio, y aquella tardeel cielo estaba cubierto de nubes que ame-nazaban tormenta. Las calles rebosaban.El sol acababa de ocultarse, dibujandoen el occidente un alcázar fantástico brus-camente incendiado por sus postreros re-flejos. Algunos coches regresaban delRetiro, con sus faroles encendidos, cortandocon rapidez las nebulosidades del crepús-culo y deslumbrando los ojos de los quemarchaban apretados en las aceras.

Adela y Zea esperaban á Márcos en elestudio. Adela estaba reclinada á mediasen una cómoda silla baja y se quejaba deuna jaqueca que la martirizaba desde elamanecer. Al entrar Marcos, hizo un dé-bil esfuerzo y le tendió su mano fina y aris-tocrática con una espresion carifñosa yfamiliar. Poco despues, todos se sentaroná la mesa.

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-Madrid se está poniendo insopor-table dijo Adela. Ya debemos pensar enel veraneo.

-¿Dónde piensan Vds. ir este año? -preguntó Márcos.

-Donde Adela disponga... Ella essiempre aquí nuestro tirano,-contestó Zea,sonriendo.

-En cuanto á mí, me he decidido porBiarritz. . . San Sebastian es muy bello;nada mas cómodo que la Concha parabañarse, pero la afluencia de gente lo es-tá vulgarizando de una manera horrible....Creo que debemos tomar á Biarritz porcentro de operaciones y desde allí hacerviajes en los Pirineos... No les pareceá Vds?

-Admifable, contestó Márcos.-Por supuesto, Márcos, te veremos

allí, no es cierto? le pregunt6 Zea concariño. Es necesario que tratemos los tresjuntos de conocer esa admirable costaque se estiende hasta Burdeos. Nos de-tendremos algunos días en Arcachon, y,

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en Setiembre, daremos un vistazo a Paris,para volver aquí á la entrada del invier-no.

-Por cierto que el calor se deja sentirya de una manera bastante espresiva-di-jo Márcos. ¿Y cuándo piensan Vds. sa-lir?

-No hemos fijado todavía el día.Pero será sin falta en el curso de la sema-na entrante.

Despues de comer, Zea bajó un mo-mento al jardin, en busca de aire fresco,dejando á Márcos con Adela que dijo te-mer la humedad y se neg6 á acompañarlo.

-¿Irás? le pregunt6 ésta una vez queestuvieron solos.

¿Lo dudas?

-Mira, no sé lo que me pasa, pero ten-go tristes pensamientos... Algo me anun-cia una desgracia.

Y acercándose á Márcos, de pié. y apo-yado en el mármol de una chimenea,clav6 en él una mirada profunda y ledijo:

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-No te apartes de mí, Márcos. Hacedías descubro en tus ojos algo que me dámiedo... ¿Sufres? ¿Qué tienes?

-Yo? nada, vida mía. Aprensionestuyas. No seas niña.

-Ah! Márcos, ojalá me equivoque, perono soy feliz... Tengo aquí un consejerofiel é incorruptible-añadió indicando elcorazon-y -este me hace oír amargos re-proches.

En ese momento, los amantes escu-charon ruido de pasos. Zea entró di-ciendo:

-Ya comienza á llover... Verás comodentro de un instante desaparece tu ja-queca.

Todos salieron al balcon. Se hubieradicho que el cielo negro y nublado roza-ba la copa de los árboles del jardin. Unapesadez abrumadora gravitaba en laatindósfera. Ninguna hoja se ajitaba... Re-pentinamente una ráfaga ténue de aire ti-bio sacudió las ramas inm6viles, deslizán-dose como un suspiro. Un vivo relámpagorasg6 las sombras del espacio. El rumor

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sordo de un trueno hizo temblar los cris-tales y la lluvia comenzó á caer, pausa-damente, en gotas gruesas y sonoras,mientras las sombras parecían replegarselentamente como una enorme decoracionteatral, y una que otra luz fosforescenteestallaba en las tinieblas.

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VIII

Durante esos dias, fatigosos y largos, enque el sol derrama su luz implacable comouna lluvia de oro fundido, los baños de marson el tema general. Las ciudades se des-pueblan. La moda impulsa fuera de suscasas á millares de turistas que empren-den su peregrinacion de verano. Es ne-cesario partir á toda costa, alejarse delasfalto caldeado por el sol canicular, de lavida en plena calle, de los cafés y los con-ciertos, de los teatros donde rebosa laplebe, de los circos al aire libre en que losclowns macilentos y sudorosos dejan caer

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de la frente gotas de pintura. Es necesa-rio partir, y todos parten. Pero en estedesbande universal, en esta emigracion degolondrinas hay tambien sus rezagados ysusimpotentes. La vanidad impulsa á to-dos, y el bourgeois quiere comer en la tabled'hóte del gran señor, encajonarse como élen un wagon polvoroso, correr en la mismaplaya, gozar de la misma libertad, y,lo quees aún mas importante, poder mostrar alregreso una piel tostada por la brisa ma-rina.

Hay desheredado de la fortuna, comer-ciante tronado 6 dandy decave, que cierrasu puerta y se condena á una reclusion ab-soluta. Al llamar, sus amigos se estrellancontra esta respuesta: ¡Estái en los baños!...Un dia la incomunicacion termina. Eltren diario de la vida sigue su curso re-gular, y el imaginario viagero, goza conreferir sus escursiones imaginarias.

La vida de los grandes centros y parti-cularmente la de Madrid, se hace insopor-table. Un sol de plomo; una fatiga ani-quilante; las bombas de riego describiendo

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arcos luminosos y salpicando á los quécirculan; en los restaurants mesas desiertasy mozos que bostezan; en los paseos lamuchedumbre.inquieta, desbordada respi-ra. una atmósfera de emanaciones cálidas,los árboles inclinan al suelo sus 'hojas ri-jidas y sin movimiento como los pinosartificiales de Navidad. La reverberacionde los objetos deslumbra y quema; laausencia de la alta sociedad que se dispersacomo un ejército derrotado--todo obligaá seguir la corriente, y á buscar en nuevoslugares impresiones diversas.

En los baños todo cambia. Allí seva á gozar, á descansar, á fortalecer el cuer-po y el espíritu con la calma y la inter-rupcion del trabajo diario, de esa luchaincesante que cansa la imaginacion y ener-va la voluntad mas vigorosa. Por lamañana, la playa; al medio dia, el casino,la sala de lectura, el baño si se quiere,por la tarde el paseo, por la noche el baile,la' música.., nada de exijencias que fastidian,de preocupaciones que matan; en las pla-zas, personas que leen, mujeres que cosen,

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niños que se divierten; en las calles unamultitud desocupada que marcha sin di-reccion; en los hoteles, idiomas, tipos ygerarquías diversos; en los casinos los quejuegan, los que bailan y los que miran; entodas partes una tranquilidad apacible,bien distante de la fiebre de la actividadque devora...

Nada mas bello que la playa en uno deesos días serenos en que elsol luce toda suesplendidez y la brisa se entretiene en ri-zar la cresta de las olas. Ah! no es eseseguramente el mar que hemos soñado enlas noches tempestuosas, el mar predilectodé los 'poetas y los pintores, desde Ho-mero hasta Delacroix, el mar de un cantode la Odisea y el que hierve y gruñe ba-jo las tablas de la Balsa de la MAedusa.No es el que nos hace entrever Ossian,sacudiendo laýbarca despedazada de losguerreros contra las aristas cortantes de laroca, en esas horas de tinieblas en quelas almas de los héroes flotan .en las ne-bulosas, del espacio. No es el mar deHugo con una maldad calculada, con

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una intencion criminal, con una concien-cia de verdugo y un brazo de sacrifica-dor.

El gigante duerme A nuestros piés, sedesmaya en un largo beso de voluptuosi-dad sobre la arena, pasa sobre los escollos,dulce como la caricia de un abuelo, porla ~noche entona canciones de nodriza, yarrulla la barca del pescador. Así, nadielo teme. Los niños y las mujcres aban-donan sus miembros delicados á la ondacristalina, 6 evitan su caricia como la Ga-latea de Gil Polo. El sol se complaceen arrojar sobre sus espaldas un mantode emperador y en borrar sus arrugascon un reguero de brillantes. La lunaconmueve su pesada mole de titan con mi-radas que son una eterna promesa jamáscumplida; y él se agita, encuentra acen-tos mas hondos, una magestad mas-gran--diosa todavía al dilatarse, formidable hastaen su misma quietud...

Los bañistas á quienes Grévin ha pres-tado siluetas tan- orijinales y tan espresi-vas, encuentran en la playa el campo de

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sus operaciones. Hé aquí la gran exhi-bicion, el gran museo de figuras vivientes:Vanity fair!.. Nuestro mundo está lleno

de aberraciones. Tomad una niña cual-quiera de buena sociedad. La creeríaisuna flor delicada espuesta á deshojarse almenor contacto. Una palabra la rubori-za; su traje cerrado y alto modela formaspudorosas que apenas se diseñan bajo elpliegue de la tela indiscreta; una ráfagade viento que ajite su vestido y descubrael nacimiento de su pierna torneada y fina,la hace estremecer de terror; jamás lasorprendereis en negl¿oge; siempre estáirreprochable y armada para la lucha delamor...Pero miradla poco despues en losbaios. Su traje ceñido revela todos lossecretos de sus formas encantadoras; suseno blanco palpita bajo el golpe de la olay se levanta como un copo de nieve, vi-brante y cubierto de espuma; sus brazosdesnudos dejan ver admirables contornos;su cuerpo fresco y marmóreo, besado dela cabeza á. los piés por el Océano-eseviejo libertino parece una estátua baña-

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da de rocío; su carne rosada tiembla yse estremece; se levanta de golpe, se hun-de de nuevo en la ola que la ciñe y la re-corre, palpitante y desvanecida, como siquisiera ocultarla para siempre á las mira-das del hombre. Y á su alrededor, ba-ñándose con ella, hay ojos que la acechan,hay corazones que palpitan á cada unode sus movimientos, hay admiraciones si-lenciosas que enrojecen muchas mejillas....

Otros se abisman en el vértigo de lasemociones terribles olvidando el azul delcielo, el centelleo de las olas, el choquede la espuma sobre el escollo, todo esepaisaje que nos encanta cuando queda ennuestra alma un sueño, y en nuestra frenteun ideal. Aiquellos oásis de descanso,tebaidas cariñosas en que se olvida y sevive, están devoradas por un cáncer inte-rior. Allí donde todo parece invitar á lacalma, á la dulce paz de una vida saluda-ble y benéfica, hay un demonio embosca-do y una traicion escondida. El juegoatrae, espera, seduce, invita, se posesionadel alma como una querida exijente, la hace

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su esclavo y la deprava lentamente paraposeerla mejor. Allí se ven frentes páli-das y rostros demacrados; se oye el rui-do chillon de las fichas recojidas, la vozgangosa del banquero que anuncia la pér-dida 6 la ganancia;' allí se agrupan, llenosde ansiedad, todos los aventureros de cora-zon que juegan su porvenir á una carta,que sacrifican la vida y el honor por laemocion de un instante, que abren susvenas, como un romano de la decadencia,y dan su sangre por la infame alternativadel azar. Y ese cielo magnífico, ese mun-do dorado y brillante que circula por lascalles y las plazas, esa playa donde el marse reclina y adormece como un guerrerocansado,-no, hace mas que esconder lallaga latente y viva que corr6e á un orga-nismo dejenerado!

Aquella vida tranquila disipó por algu-nos dias las preocupaciones de Márcos.Al principio se abandonaba á la corrientegeneral; se levantaba temprano, iba alPuerto Viejo 6 á la gran playa; asistía á lasmil escenas curiosas del baño; á medio

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día regresaba al hotel de Inglaterra; des-pues de almorzar se dirijía á la terrazadel casino; y, por la noche, dejaba vagarsu imajinacion enferma arrullado por el me-lodioso acorde de la orquesta, cuyas notasvibrantes y temblorosas revoloteaban uninstante en alas de la brisa y se evapora-ban en el silencio y la sombra. Entoncesmeditaba en su situacion, bajaba como, unbuzo audaz hasta el fondo de su concien-cia, revolvía con implacable ensañamientotodas sus miserias morales y buscaba ate-nuaciones y subterfugios cobardes paradepurarse ante sus propios ojos. Era ne-cesario estar ciego para no estremecerseante el porvenir. Una baja condescenden-cia con sus pasiones, el halago de la vani-dad satisfecha, el deleite de los sentidos,el hábito, la necesidad de refugiarse enalgun afecto desinteresado y sincero, leimpedían arrancarse de los brazos de Adela.Despues de cada nueva entrevista, se ju-raba que aquella seria la última, se confesa-ba á. si mismo el absurdo de poseer mastiempo á una mujer á quien no amaba. Sin

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embargo, jamás tenía valor para romperde golpe el lazo que lo ligaba á su des.graciada amante. Al mismo tiempo, laimágen de Rosa no se separaba un instan-te de su imaginacion. Aquella mujerhabía llegado á ser una -necesidad impe-riosa de su existencia. Una fuerza irresis-tible lo arrastraba tras sus pasos. Pocoantes de salir de Madrid, supo que Rosacon Ricardo Roberal, habian partido paralos baños; y allí corrió él, pobre loco,embriagado por un vino venenoso, reu-niendo á costa de dolorosos sacrificiosun puiñado de oro, y marchando, ménospor cederá las exijencias de su amante, quepor encontrarse con Rosa, respirar la mis-ma atm6sfera que ella y ¡ quién sabe! qui-zás. ligar al suyo su destino. Todo lademás se desvanecía ante este pensamientoúnico, absorvente, tiránico que consumiasu cerebro escitado. Olvidaba su ruina,pedía al cielo nada mas que un plazo, seacercaba tembloroso á la sala del juego,comprendiendo que el dinero era tino delos grandes auxiliares con que debía con-tar.

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¿Qué le importaba el porvenir, su nom-bre, su fortuna, si al fin conseguía hacerseamar por Rosa? Cuando pensaba en estosu cuerpo esperimentaba rudos sacudi-mientos. No sentía ya remordimientos alpensar en su traicion á Zea; una especie desalvaje placer, contraía su rostro pálido.¿Acaso no había él arrastrado á Rosa alabismo?.... Unos celos absurdos, infames,dolorosos, estrtujaban su alma. Evocabaen un relámpago todas las escenas masbajas que había presenciado en su vidapara aplicarlas á la existencia de la mujerobjeto de sus deseos. .Senta una angustiahorrible, sus pufños se crispaban en un arre-bato de odio y una ola de rabiosa amargu-ra subía de su corazon á sus labios como laprimer arcada de un veneno corrosivo.

Asu lado, los turistas pasaban como lassombras chinescas sobre un muro blan-quecino, contemplados con indiferencia yfastidio. ¿Qué le importaba esa procesionde títeres; cortados todos por la misma ti-jera, fundidos en el mismo molde, con sussonrisas automáticas, sus frases aprendidas

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de memoria, sus cortesías palaciegas, susmovimientos regularizados como los deesos enanillos que, al dar las doce, se aso-man á una puerta liliputiense en los relojesantiguos? Allí pasaban todas esas cabe-zas rellenas de acerrin, las unas cubiertasde almidon y colorete, .fingiendo virtud yentregándose en la sombra al primer la-cayo, los otros con sus trajes de turistas,con la pomposa ihmbecilidad de sus cere-bros raquíticos,-preocupados en el lazode una corbata ó en la figura de un coti-llon. Y eran felices, sin embargo!.... Co-mían, dijerían, sabían tararear á tiempo unwals de Offenbach, conocían á diez metrosde distancia la calidad de un terciopelobrockc, distinguían al primer golpe devista si una camisa era de Charvet 6 deDoucet, si un frac era de Poole ó de Du-satoy; engordaban, alegres y sonrosados,en la placidez de un embrutecimiento cró-nico como los cerdos en las cálidas deli-cias del estercolero. La mayor partetenían el gran poder humano: la fortuna.Y todo aquel mundo dorado, alegre, risue-

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ño, era un semillero de bajas intrigas, deinfames murmuraciones, una lucha de sor-das concupiscencias, disfrazada por el tar-tufismo social, una carrera desenfrenadade voraces apetitos, una raléa de ham-brientos que despedazaba al caído y ahu-llaba trémula y encojida ante los latigazosdel poderoso. Allí cruzaban todos los crí-menes, cubiertos de blondas y encajes, de-corados por títulos y nombres deslumbran-tes. Maridos complacientes paseaban ásus mujeres como los chalanes. en la fe-ria á sus animales en venta. Adúlterasenvejecidas en el engaño, cubrían las hue-llas del desórden bajo una careta de vir-ginidad infantil y reinaban en una peque-ña corte de parásitos. Principes postizosse barnizaban con algun pergamino ima-ginario, jurando amor á algunas lindasamericanas halagadas en su vanidad poruna transfusion posible de sangre azul, yescamoteando el dinero de sus compañe-ros dejuego, sin perjuicio de hacer ensa-yos de prestidijitacion con el portamone-das de algun Cristóg amo Papanatas. Todo

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era allí sonrisas, suspiros, pasiones fingidas,cálculo é interés ocultos bajo. mil formasgraciosas y brillantes. -Era la sociedadmoderna en miniatura, la reduccion de unallaga gangrenada. La vanidad, el vicio,la intriga, el adulterio, el robo, la embria-guez, todos los males físicos y todos loscánceres morales, habían enviado allí susrepresentantes, sus embajadores impuros,y aquellos muñecos perfumados y salta-rines á los acordes de un festin de corte-sanos, de una orgía con guante blanco,parecían los enfermos de un hospital pes-tilente instalados en las salas doradas de unPalacio.

Un día, entre aquella turba de indife-rentes, Márcos vió pasar por la terraza delcasino á Rosa; acompañada de Roberal.Desde entonces, con una insistencia de ena-morado, busc6 la oportuidad dehablarla.La encontraba frecuentemente en los cor-redores del hotel de Inglaterra, donde élvivía, pero siempre con su amante al lado.Sin embargo, la suerte estaba echada; sabialas aficiones de Roberal por el juego, .y

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esperaba con fundamento que ellas lepro-porcionarían la ocasion que buscaba. Pe-ro, entre tanto, descontento de si mismoy de los.demás, para matar las horas depreocupaciony de fastidio, como para ten-tar la suerte que parecía encarnizarse enperseguirlo, una irresistible tentacion lo ar-rastraba al juego, y la aurora lo sorprendíamuchas veces, pálido y deshecho, delan-te del tapete verde.

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IX

-Faites vos "eux, Messieurs. Faites vos/eux. Les jeux ¡Ontfaits.... Rien ne vaplus....

Elmon6tono estribillo, repetido con unacento nasal es el único ruido que inter-rumpe el solemne silencio de la sala. Laluz de dos anchos mecheros de gas, cubier-tos de reflectores pintados de verd¿ por laparte exterior, alumbra la mesa y los juga-dores sentados á su alrededor y deja en lapenumbra el rost-o de aquellos que perma-necen en pié. No se oye sin6 el chis chasde las fichas de nácar y marfil. Todos los

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ojos están fijos en el banquero y el talla-dor. Las ventanas, cubiertas por cortini-llas verdes, tamizan la claridad de una lunaesplendorosa. Por una de las que per-manece entreabierta se vé brillar el marazulado y escamoso como el lomo de undragon gigantesco. La brisa suave yhúmeda de la noche llega en ráfagas hastaallí, arrastrando fragmentos de melodíasque se apagan de pronto y se encrespanluego como las llamaradas de un incendiolejano. Una calma que contrasta con laspasiones absorbentes que abrigan en suseno, reina en los jugadores tranquilos.Sus frentes pálidas y lijeramente contraí-das se inclinan sobre el.tapete. Sus manoshuesosas y trémulas, juegan con las fichascon aparente indiferencia. De cuandoen cuando, el tallador con su eterna melo-pea, anfncia la pérdida 6 la ganancia. Suflexible pala barre el oro, las fichas y losbilletes, formándolos' en monton frente á susitio. Despues toma una nueva baraja,la pasa al banquero, haciéndola crujir bajosus dedos, mira en torno suyo y,repite nue-vamente:

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-lfVessieurs, faies le jeu. Le jeu est¡ail.... Rzen ne va pus.

Tres horas hacía que Márcos estabaenclavado por una especie de ciega fasci-nacion, ante aquella mesa maldita. Jorgey Adela habían llegado aquel dia. Des-pues de saludarlos y charlar un instante,desasosegado é inquieto, Márcos se diri-gi6 á la sala del juego, y ya se sentía enla-zado por las mil redes de este tirano im-placable. Una cruel angustia se pintabaen su rostro. Para él no era el juego co-mo para la mayor parte de los que lorodeaban, un mediode experimentar emo-ciones fuertes. Amaba' á una mujer, sesentía arruinado y deseaba á toda costavolver al esplendor de sus días pasados.Cerca de él, Ricardo Roberal, arrojaba so-bre el tapete puñados de billetes, aguarda-ba la decision de la suerte con imperturba-ble serenidad, y, á cada nuevo contraste,respondía con una nueva parada. Perdíasonriendo, en tanto que una amargura infi-nita anegaba el corazon de MArcos. Ca-da uno de sus billétes se llevaba al mismo

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tiempo un pedazo de sus esperanzas. Peroun encarnizamiento fatal lo condenaba áaquella lucha sil victoria y lo obligaba ácontinuar á despecho de todo con infatiga-ble ardor.

Y la suerte siempre le era contraria.se hubiera dicho que un poder ocultose complacía en sembrar su camino demiserias. En vano apelaba á toda susangre fría, á toda la indomable enterezade su carácter. Acariciaba los billetesde mil francos con los dedos crispados ylos aventuraba sintiendo el corazon opri-mido. No se detenía á meditar en elporvenir que le esperaba, cuando el últi-mo luis cayera sobre el tapete hundidoen el abismo insondable de la pérdida.Esas monedas representaban su honor, supasion, su vida. Y él, sin embargo, arras-trado por una embriaguez inesplicable,las aventuraba, una por una, y las veíafundirse y desaparecer en sus manos comoen un hirviente crisol. Se aproximabala hora de cerrarse el juego. Las apues-tas recrudecían y la fiebre llegaba al de-

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lirio. Muchos curiosos se habían alejado.La vasta sala estaba envuelta en una im-palpable neblina. El silencio era completo.Se pensaba en un areópago de espectrosal ver aquellos rostros pálidos y fatigados,aquellos ojos hundidos, aquellas fisono-mías serias y contraídas. Rosa acababa deentrar al salon y. se había aproximado ála mesa en que estaba Márcos. Su rostrovaronil y simpático, el brillo irresistiblede su mirada, una especie de sombriadecision que se leía en sus ojos, lo ha-cían destacarse desde el primer momentode aquella reunion .heterogenea de juga-dores de oficio, advenedizos de la fortuna,arist6cratas arruinados, fisonomías ávidasy vulgares, en que llevaban impreso comouna marca indeleble, el sello de la pasionque les dominaba. Algo estrafño debíaencontrar Rosa en él. Lo contempló uninstante con curiosidad é interés, y acer-cándose á su sillá, adelantó su brazo ce-ñiido por un guante de piel de Suecia, ysosteniendo entre los dedos una monedade oro

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Me hace V. el favor? le dijo.Un estremecimiento recorrió el cuerpo

de Márcos al oir el timbre de esa voz yencontrar á su lado á Rosa, sintiendo elsoplo de su aliento pasar sobre sus cabe-llos, recibiendo el suave efluvio que sedesprendía de su cuerpo perfumado. Co-loc6 la moneda.y esperó con ansiedad.Las cartas cayeron, una por una, con ra-pidez. Rosa ganó é hizo ganar á Márcos.Una segunda, una tercera, una cuarta vezel luis de oro pareció atraer la buena suer-te. Los jugadores supersticiosos ibanquizá á tomar á Rosa por téte de feu,cuando ella guardó las fichas que habíaganado y girando sobre sus talones sali6lentamente de la sala, seguida porMarcos.

La terraza del casino estaba casi de-sierta. Una luna espléndida iluminabael firmamento. Las estrellas parecian ti-tilar en el azul profundo del espacio. Alo léjos, se estendía el mar plateado porlos rayos del astro melancól61ico. Sus olasbesaban dulcemente los. escollos, disolvién-

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dose en mil copos de espuma blanca yefervescente. La arena parecía salpicadade lentejuelas. Una brisa fresca y sala-da, había sucedido á los calores del día.A la: izquierda se contemplaba el puer-to de los pescadores con sus barcas in-m6viles como cachalotes dormidos. Ala derecha, se destacaba la masa impo-nente y aislada del palacio de Biarritz, yalli en el fondo una confusa aglomera-cion de villas y hoteles, elegantes 6 mo-destas y la plaza Bellevue dominandola gran playa y el edificio de los baños.

Rosa fué á apoyarse sobre el estremode la terraza que dá al mar y desde a,quella altura paseó su mirada por el hori-zonte. El ruido de.las pisadas de Már-cos la hizo volver rápidamente la cabeza.Y entonces, por primera vez, se encon-traron frente á frente, ella con una mez-cla de curiosidad y de interés instintivos-él lleno de amor y de ansiedad.

-Rosa, por piedad, escúcheme V. unmomento, dijo Márcos.

Y aproximándose á ella, dominándola

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con sus ojos francos y luminosos, un tor-rente de palabras apasionadas brotó desus labios palpitantes. La refirid el na-cimiento de su amor, las mil alternativasporque había pasado; la abrid su corazony analizó sus mas ocultos sentimientoscon implacable verdad. Hablaba, al mis-mo tiempo que con la voz, con el ges-to, con la espresion, con la mirada. Suacento tenía inflexiones armoniosas y cá-lidas que llegaban al alma de Rosa. Ellalo escuchaba en silencio, arrullada por susfrases dulces y trémulas, y, de cuando encuando, le decía:

-Es cierto cuanto V. me dice?.. Nolo puedo creer!

Y él repetía nuevamente sus juramen-tos y hacia vibrar otras cuerdas en el al-ma de Rosa. La súplica se mezclaba ensus palabras á la admiracion, al elogio,al estallido de la pasion, al entusiasmodel artista inspirado por la belleza. Sesentía rejuvenecido, alegre, elocuente an-te aquella niuger que lo embriagaba. Mi-raba el porvenir cara á cara, con desfacha-

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tez y sin miedo. A su vez ella sentía emo-ciones nuevas y agradables. Eso lengua-je no era el que estaba acostumbrada áoir desde hacía muchos años. El amorhabía sido para ella una especie de contra-to comercial, convenio frío y amargo, enque entregaba su cuerpo como un objetode lujo y de placer. ¿C6mo no esperimen-tar una sensacion deliciosa oyendo á Már-cos, viendo desarrollarse á sus ojos lasmil escenas de un drama intimo cuyaexistencia ni siquiera sospechaba? Sus ojosse entornaban á medias. Cansada de pro-porcionar placeres y sedienta de probarlos,toda su depraracion moral se ponía al ser-vicio de sus deseos, y en una ráfaga deenervante sensualidad, se estremecía alpensar en los deleites que olfateaban sussentidos.

Ent6nces miró en torno suyo con rapi-dez. Sus ojos estaban lijeramente enro-jecidos. Con un movimiento resuelto to-mó el brazo de Márcos, apoy6 en 1él subrazo carnoso, lo envolvid en la atmósferade fuego que parecía rodear los contornos

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de su cuerpo, acerc6 al suyo su. rostro ani-mado y jintos caminaron, silenciosos y tré-mulos, hasta el hotel de Inglaterra. Todoreposaba en los corredores del vasto edi-ficio. Las primeras luces del alba pene-traban por los cristales. Al llegar frenteá sus habitaciones, Márcos se detuvo, con-templando á Rosa.

-Te separarás ahora de mi? la pre-gunt6.

-- N6ó!-respondió esta; resueltamenteSus ojos despidieron' un relámpago; y,

al cerrarse detrás de ambos la puerta dela habitacion, se oy6 el ruido de un. besoapasionado y un sollozo de toluptuosida4ahogado en suspiros y caricias.

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X

Rosa estaba lejos de ser una mujervulgar. Allá en sus años infantiles, unaprimera falta la había empujado en eláspero sendero que recorría, pero en elfondo de su alma los buenos sentinientosno estaban muertos del todo, y su vozapagada y débil se hacía oir, de tarde entarde, en su conciencia, acallando el tumul-to de su vida de aparente alegría. Hastala edad de diez años, había vivido en unaprovincia lejana. Su infancia, desenvueltaal aire libre, sin trabas de ninguna es-pecie, no le había dejado impreso nin-

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gun ejemplo de virtud. Despues de suscorrerías interminables en los alrededoresde su pueblo natal, regresaba al hogarhumilde de su familia. Su padre, viejoempleado con cesantía, gastaba en aguar-diente mas de la mitad de su modestapension. Lo veía, narcotizado por el al-cohol, con los ojos encendidos y la miradavaga, al lado de la vieja mesa de pino deuna de esas cocinas lugareñas que son, almismo tiempo, - sala y comedor,-caerdesde su profunda atonía, en frecuentesarrebatos de cólera. Su madre trabajabasin cesar, llevaba.de frente, doblegada porla pobreza, todos los quehaceres domés-ticos. Era el ama de cría del menor desus hijps, lavaba los raidos trapos de lanumerosa prole, preparaba con sus propiasmanos la escasa comida, y de noche, páli-da y desencajada, soportando en una es-pecie' de idiotismo resignado los malostratamientos de su marido, zurcía juntoal hogar las prendas de su traje remen-dado.

Todos los años aquella vida uniforme

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se interrumpía de idéntica manera. Lamadre se ponía paulatinamente pesadapara el trabajo, hasta caer por fin en ca-ma, dejando que sus hijos y su marido sebastáran á si mismos. Una vieja coma-drona, llamada por la paciente, se ins-talaba por uno ó dor días en la mansiondestartalada. Despues de un tiempo masó menos largo se escuchaban ayes y gritosdesgarradores. Los niños bulliciosos yhambrientos, suspendían sus juegos. Elpadre ébrio abría desmesuradamente losojos como si una chispa de inteligencia yde amor iluminara las tinieblas de su es-píritu. Los niños eran luego llamadospor la comadrona, y examinaban, uno poruno, con apática.curiosidad una pequeñamasa de carne, un esbozo de ser despe-llejado, sanguinolento, con los ojos cerrados, la cabeza cubierta de una pelusahúmeda, viscosa, envuelto en pañales sú-cios y desgarrados.- <«¿Veis? se les de-cía. Es un angelito, un hermano que vie-ne para jugar con vosotros». La enfermayacía en un mudo sopor, interrumpido

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tan solo por el llanto tenaz del recien na-cido, que le pedía de mamar. Lo atraíaentonces á su lado con paciente dulzura yacercaba á sus labios pálidos el pezon ar-rugado, flojo y negro de su seno empobre-cido. Y aquel hijo del embrutecimientoy de la miseria, aspiraba ávidamente ellíquido incoloro que parecia prepararlo deantemano al sufrimiento, haciéndole pro-bar, desde la cuna, el cáliz de la amargura,mientras. el destino remachaba en la som-bra el férreo grillete de su esclavitud ter-restre.

Al cumplir Rosa diez años, la situa-cion de su familia era de todo puntodesesperada. Su madre recordó enton-ces que tenía en Madrid una vieja tiacuya existencia era relativamente desaho-gada, y acallando sus sentimientos amo-rosos, le escribió para rogarla se hicieracargo de su hija. Despues de varias ho-ras de diligencia, Rosa se encontró tras-portada como en un sueño al quinto pisode una casa vetusta, estraviada en el la-berinto de callejuelas de uno de los barrios

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-mas populosos de la gran capital. Sutia llevaba aun el luto de su marido. Erauna mujeir alta, seca, huesosa, áspera yavara.. La contempló en silencio y, comoabsorta por la sana y juvenil belleza dela niña, jugó un momento con sus negroscabellos que rodaban ondeatdo por suespalda.

-Vivirás conmigo-;-la dijo-como sifueras hija mía. Yo, como ves, estoyvieja y cansada, y necesito alguien que meacompañe. Nos levantaremos temprano,arreglaremos la casa y los dias de fiestairemos á misa. Es necesario que apren-das á trabajar para que no te encuentresjamás en la situacion de la loca de tu madre.Te enseñaré á coser y no te faltará nadasi eres buena y juiciosa.

Todo le faltaba, por el contrario, enaquella especie de cárcel oscura, infectay ahogada: el pedazo de pan negro de-vorado en los caminos polvorosos, loszuecos rellenos de paja que castañeteabansobre las piedras; los árboles de los huer-tos doblándose al peso de la fruta madura;

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la vieja escuela del municipio con sus pa-redes blanqueadas y su negra pizarra enque embarullaba las letras del alfabetomal, aprendido! Todo le faltaba: susamigos de parranda con los trajes hechosgirones y los piés desnudos, desbalijandonidos 6ó atrIvesando con el pantalon reman-gado las aguas del arroyo cristalino; sumadre bondadosa, -quebrantada por laspenas; su padre de quien huía cuando lomiraba sombrío, pero que en sus buenosmomentos acercaba el vaso a sus labiosinocentes y reía de sus muecas al hacerleprobar algunas gotas de licor que que-maban su garganta! Todo le faltaba:aquella misma miseria de que no se dabacuenta, aquel alegre abandono, aquella li-bertad interrumpida solamente por lashoras de escuela y las lecciones de ca-tecismo en la antigua iglesia del lugar; y,,mas que todo, le faltaba el bien de Dios, eltesoro inagotable del desheredado, el cua-dro de los campos cubiertos de miesesamarillentas, el sol brillante dejando caersobre su frente una lluvia de rayos dora-

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dos que animaban el brillo de sus ojosy el colorido de su tez, el aire fresco dela mañana que enredaba sus cabellos suel-tos, los matorrales teatro de los juegos delescondite, los carros de ruedas rechinantesen cuyo fondo se suspendía desafiandolas iras del conductor adormecido; y, alllegar la noche, el sueño profundo sobreel jergon comun en que dormían sus her-manos, arrullados por el sonido lejano dela esquila y el ladrido de los perros quevijilaban en las haciendas cercanas!.....

Una languidez profunda, una melanco-lía incurable sucedió pronto á su alegríatumultuosa: En las largas noches del in-vierno, tiritando acurrucada entre lassábanas burdas de su lecho de fierro durey helado, con la memoria reproducía, unopor uno, los cuadros de su niñez. Pen"saba en sus pobres hermanitos,, en suviejo padre, en la víctima que le había.dado la vida, en las visitas periódicas dela comadrona que diezmaba los corralesvecinos con el pretesto de hacer caldospara la enferma,-y la aurora pálida y tar-

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día, alumbraba con frecuencia sus llantossilenciosos, su ansia de volar, como unaave sedienta de luz y de espacio, en loscampos natales, fecundados por el suavecalor de la primavera!

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XI

Durante los cuatro años eh que arras-tr6 esa vida, 'su única diversion era laiglesia. Las altas bóvedas la llenaban deasombro y de respeto. Estaba familiari-zada con los bancos gastados y los recli-natorios pulidos por el uso. El humopegajoso del incienso la turbaba como unhálito celeste. La misa era para ella unespectáculo eternamente interesante y quela llenaba de ideas estrañas. Con supequeño libro de oraciones en la mano,despues de ,dirijir una sonrisa al jóvenmonaguillo que trasportaba los Evange-

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lios de uno á otro lado del altar y sacudíacon la regularidad de un péndulo el in-censario, su imaginacion parecía mecerseen las notas del órgano sagrado que revo-loteaban en el ámbito sonoro de las naves;se escurrían entre los pilares, se posabanun momento en el altar mayor y tomabanel vuelo evaporándose pronto y huyendopor las altas vidrieras de colores!

Un día, al levantar los ojos, vió de pié,apoyado en una columna, á un jóven mi-litar que la contemplaba con insistencia.Sin comprender la causa, baj6 los ojosal suelo ruborizada. Desde entonces, seaen la puerta, sea en la calle, sea en elmismo seno de la iglesia aquella figurapareci6 convertirse en sombra suya y per-seguirla; por todas partes. Ella, sin em-bargo, no se sentía mortificada por estapersecucion. Estaba plenamente desar-rollada, y su temperamento vigoroso seabría, como una.flor tropical al beso delos rayos solares, á los anhelos instintivosdel amor. Un día, al salir, confundidoentre la muchedumbre, Jorge desliz6 un

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billete entre su mano. Enrojecida y ater-rada quiso rechazar su audacia, pero susdedos se cerraron apesar suyo y estrujaronel papel culpable.

Cuando estuvo sola leyó y reley6 milveces aquella epístola. Todo un mundodesconocido y misterioso se entreabríapara su alma. Era como un náutragoarrojado por las, olas, en medio de las ti-nieblas, á una playa desconocida, que, alabrir los ojos medio desvanecido todavía,se ve en el centro de un paisaje encantado;al borde de un manantial donde apagar lased, y á la sombra de árboles que desmayanal peso de la fruta tentadora.

Aquel billete quedó sin respuesta perootros le siguieron. ¡Cuántas luchas inti-mas tuvieron entonces por teatro la imaji-nacion turbada de Rosa! Su amante lehablaba de amor eterno, le pintaba la feli-cidad de una vida tranquila, entregadosel uno al otro, en una casita de campo,rodeada de árboles y de flores. Podria cor-rer, cuidar sts pájaros, descansar sin te-mor en las horas de la siesta, hacer su

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voluntad, gozar libre y, contenta de todoslos halagos de la juventud. Y todo estose le brindaba en cambio de un poco deamor... Amor! amor!-se repetía. Y du-rante largas horas ahondaba esta palabradeslumbrante, quería desenmarañar susmisterios, conocer de golpe todo lo queella le dejaba presentir. Se estrellaba con-tra su ignorancia, y, con una especie desorda irritacion, tornaba °á sus meditacio-nes incesantes. Educada en un hogarpequeño, en forzosa comunidad con suspadres y sus hermanos, estaba lejos detener la pureza de la inocencia. Mas deuna vez, en la sombra de la alcoba, habíaescuchado voces impuras y asistido con-teniendo el aliento, con el pecho palpitantey los ojos abiertos en la oscuridad, á es-cenas vagas, confusas que no definía deltodo, pero que la hacían enrojecer.

Había llegado la primavera y con eldespertar de la naturaleza aletargada coin-cidía en su ser todo un renovamiento in-timo. En esta situacion, una mañana seencaminé á la Iglesia dejando á su tía en-

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ferma en el lecho. «<<Tengo que cumplirun voto» -la dijo para vencer su resisten-cia. Una especie de curiosidad malsanala hacia desear encontrarse con su enamo-rado. La fiebre de la pubertad hinchabasus venas y hacía correr fuego por su san-gre. Estaba en ese estado periódicamenteinteresante que precede y sigue en la mu-jer al cumplimiento de esa ley eterna queparece atarla á la tierra con las debilida-des de una naturaleza enfermiza. Un solespléndido inundaba de claridad resplan-deciente el ámbito del espacio. Su bocase abría con delicia para aspirar el airetibio y perfumado que resbalaba sobre sufrente con la dulzura de un beso. Sucorazon latía con violencia; y al penetrardentro del templo, al encontrarse en lapenumbra del p6rtico, con los ojos aundeslumbrados por la luz del esterior, sinti6que sus piernas flaqueaban y que una an-gustia insoportable oprimia su garganta.

Ala salida, Jorge adelant6 y, como siem-pre trató de cambiar con ella algunas pa-labras. Pero en vez de pasar rápidamente

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como antes sin contestarle, ésta vez Rosase detuvo á medias como si una fuerzaincontrastable paralizára sus movimien -tos.

-¿Habré logrado ablandar, por fin,,á V. Rosa?, preguntó Jorge poniéndose ásu lado.

Rosa no contestó.-He pedido á V., que me escuche

tan solo un instante... y siempre ha perma-necido inflexible. ¿Quiere V. ceder hoy,Rosa? Vea V., nadie nos observa, tomaremos un coche y allí podré decirle á V.todo lo que deseo. Despues, si V. me re-chaza nada habrá perdido V. Se lo juropor mi honor.

-¿Y si me ven? pregunt6 Rosa con,acento débil.

-Nadie nos verá, no tema V. Yo sal-<dré delante. Venga V., por esta. puertapequena.

¿C6mo pudo pronunciar la palabra: 'Va-mos? Ella misma jamás se dió cuenta deesto. A la mañana siguiente, al desper-tar en un lecho de hotel, alpasear la vista

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por el cuarto desconocido en que se en-contraba, recordó todo como á través deun sueño. Se veía en un paseo solitario,oía el chirrido del carruaje sobre la con-chilla de la alameda, sentía los brazos deJorge que la enlazaban, el fuego de sus la-bios encendidos, un torrente de palabrascuyo sentido á veces se le escapaba, y deexijencias que no comprendía. Un atur-dimiento enervante turbaba en ella lapercepcion exacta de la realidad. Decuando en cuando, sus nervios exitados, enuna tension insoportable, la tiranizabancon deseos vivos y renacientes que lacera-ban sus sentidos. Su garganta estaba se-ca; sentía ánsias de llorar; los músculos desus piernas, tirantes, le producían calambresen las articulaciones. Mas tarde, Jorge yella sentados en una mesa de restaurant,en un gabinete cuyo lujo le parecía asia-tico, con espejos rayados por las aristasde inil brillantes, llenos de cifras, nombres,promesas y palabras escabrosas; platos su-culentos que jamás había probado; un vinoclaro y dulce que no amortiguaba su

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sed pero que acariciaba su paladar. Losmozos, de frac y corbata blanca, entrea-briendo la puerta confidencialmente yadivinando sus menores caprichos. Porfin, con la cabeza turbada, apoyada en elbrazo de. Jorge pai-a bajar las escaleras,el elegante cupé que la esperaba, las lucesdesfilando áderecha é izquierda como enuna ronda fantástica, el lujoso Hotel consu vestíbulo alfombrado y sus habitacionestapizadas de rojo. Se veía sola cori aquelhombre que .la abrazaba, la besaba, laempujaba al lecho mullido de anchas ypesadas colgaduras. Quería defenderse,huir, tenía miedo de aquella especie de lo-cura. que trasportaba á Jorge, jadeante,impaciente por probar las dulzuras delamor. Se desprendía de sus brazos y unaespresion grosera brotaba de los labiosde su amante. ¿ «< Acabarás de desnudarte,gazmoñia?--la decía este, arrancando losbotones de. su humilde bata de los dias defiesta.

Y despues... Oh! aquella violencia, aque-lla escena repugnante y dolorosa, aquel

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cuerpo sudoroso pegado al suyo, aquellaboca contraída que apretaba sus labios y,en el vértigo del sensualismo, le hacia tor-pes reproches y maldecía su ignorancia ysu desvío, aquellos ojos estraviados quedevoraban sus bellezas ocultas, el sufri-miento agudo, la bestia cebada en su cuer-po..., todo ese aparato grotesco y horribleera el amor con que había soñadoL.. Susideas flotaban sin consistencia, como lastablas de una balsa rota arrastrada por lasolas. Un quebrantamiento general la ha-cía ensayar toda clase de posturas sin en-contrar ninguna que la conviniese. La luzdel sol, tamisada por el espeso cortinaje,diseñaba apenas los objetos de la. habita-cion. A su lado, tendido de espaldas, conlos labios entreabiertos, la cabellera enma-rañada, y los ojos hundidos, rodeados deun círculo amoratado, Jorge dormía pro-fundamente. Lo. contempló un instantecon una espresion indefinible, mezcla derepugnancia y de curiosidad, y dos hilosde lagrimas silenciosas corrieron por susmejillas!...

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XII

Al principio vivieron, en una casitapr6xima á la ciudad. Rosa se acostum-bré pronto á aquella existencia libre y de-sahogada,y, borrada la primera impresionde su caída, se aferrd al amor- de Jorgecomo á la única garantía de su felicidad.Era dócil, buena, sencilla y cariñosa. Suamante la domiriaba por completo. Per-manecía ausente de su lado la mayor partedel día regresando á la caída de la tarde,para acompañarla hasta la mañana si-guiente.

Jorge era uno de esos jóvenes que no

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han probado sino la miel de la existencia ycuyo corazon se resiente del hastío de lafelicidad. Rico, independiente; poseedorde un nombre justamente respetado, unainquietud perpétua lo haca yolar de con-quista en conquista sin fatigarse jamás.Habituado al gran mundo, á la vida declub y de salon, á pasar del tocador.dora-do de la gran dama á la alcoba perfumadade la horizontal,-aquella niña que se leentregába con tanta facilidad, aquel capri-cho pasajero, satisfecho sin pena, debíancansarlo rápidamente. Al principio, en-contraba en ella el mérito de la novedad,el placer de trasmitirle su impura cienciade la vida. Pero despues, llegaroñ lasveladas sl61itarias, pasadas frente á frente,sin otra conversacion que las niñerías dela infancia de Rosa, los chistes campesinosde la comadróna, las siluetas abigarradasde los .personajes de la aldea que ella re-petía con una ingenuidad abrumadora; yJorge pensaba, sordamente irritado, en. lasala del teatro Real que en ese momentodebía rebosar de gente, en la cena del

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club, la mesa del baccara, los chismessociales sobre la última intriga de la mar-quesa á la moda ó el duque en inminentebaicarrota. Sus amigos se burlaban -desu «idilio con olor á establo,» como ellosdecían. La educacion de Rosa era pri-mitiva; su ortografía fantástica le crispabalos nervios; en la cama, esperaba con im-paciencia y fastidio que ella terminára supadre nuestro cuotidiano para darle lasbuenas noches. Para distraerse había lle-gado á convertirla en un simple objeto deplacer. Pero, tras el abuso, llegó6 prontoel fastidio. Y'Rosa no comprendía la ver-dadera causa del alejamiento de su aman-te, de 'sus frecuentes irritaciones, de susinquietudes constantes. Algunas veces,Jorge partía con cualquier pretesto fútil,sin regresar á la hora de costumbre. En-tonces eran llantos intermihables, mudasrecriminaciones, protestas de cariño de esapobre victima de la sensualidad que ama-ba á su amante con el fanatismo de unaesposa.

Hacia algunos días que esperimentaba

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un malestar general. Algunos fenómenosparciales la habían preocupado seriamente.Se sentía fatigada, nerviosa, lloraba almenor contratiempo, sus funciones.diges-tivas estaban alteradas. Al principio ocul-t6 sus temores pero despues de alguntiempo, habló á Jorge de su mal.

Un médico amigo de Jorge fué llamadoal instante. Despues de una visita minu-ciosa, y mil preguntas sobre los síntomasque sentía, sobre los antecedentes de su.vida y de su familia,-el médico proce-dió á Ún exámen á que Rosa se resistía.llorando. Pero en vista del furor de Jor-ge y de las reflexiones que se le hacían,.se decidid á someterse, temblorosa y aver-gonzada, á todas las exijencias facultativas.Los tesoros de su cuerpo juvenil, entrega-dos á la voracidad de la ciencia, fueronexaminados uño por uno. El médico selevant6 y, sin decir una palabra, hizo unasefial á Jorge, como indicándole que de-seaba hablar á solas con él.

-Amigo mío-le dijo: no hay lugará duda. Lo que tiene su querida es

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la intencion manifiesta de hacer á V. pa-dre; para ver si de esa manera se le sien-ta á V. el juicio! añadió sonriendo.

-Cómo! embarazada? . . .-Lo que V. acaba de oír:-Pero eso es imposible, eso es espan-

toso para mi.-- Lo siento mucho, pero V. compren-

derá que no es mía la culpa, no escierto?

Aquella revelacion aterr6 á Jorge. Unhijo, una mujer de la clase de gosa, liga-da á él, moralmente, por lo menos, parael resto de su vida; su porvenir que sepresentaba tan brillante, bruscamente cor-tado por esa union ilícita que ya le pesabacomo una montaña; los blasones de su fa-milia manchados por la presencia de unbastardo,--y todo, todo por algunos mo-mentos de placer brutal, estúpido, sinaltura moral y sin calor íntimo y amoroso!

-Pero en fin,-exclamó-Debe haberalgun medio de impedir esta verdaderacalamidad. La ciencia no puede perma-necer impotente, ante un miserable obs-

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táculo de esta especie. Un abortivo !...¿ Quédice V. á eso, doctor?

-Digo que hay muchos medios parahacer lo que V. indica, pero en el casoactual, esos medios son infames. Ahora,amigo mío,--añadió levantándose y to-mando su sombrero con sequedad mani-fiesta-mi mision de médico ha terminado.Y, escuso decirle á V. que, como amigo,estoy menos dispuesto aun á cometer unavillanía....

El contragolpe de las emociones, por-que acababa de pasar, había quebrantadoá Rosa. Sentía escalofríos, un cansanciogenerál, una pesadez insoportable en lacabeza. Se encontr6 tan mal que resol-vió acostarse.

-¿Qué ha dicho el médico?- pregunt6á Jorge.

-Nada alarmante- la contestó este,pálido y contrariado-Es una debilidadgeneral y un poquito de fiebre. Esto tepasará dentro de un momento. Has he-cho bien en acostarte.

A su vez, él corrió á su escritorio ja-

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deante y tembloroso. El pasajero. capri-cho que le había inspi'rado Rosa, habíamuerto del todo en su alma. Y ahorapensaba en ella con una especie de furorreconcentrado, la acusaba de egoismo yde cálculo, buscaba en el fondo de sufidelidad algun móvil interesado, y, en suobcecacion, olvidaba que 61 era la causaúnica, de su desgracia, el solo culpable.sobre quien debía recaer la condena En-tonces pensó en abandonarla, en separarsede ella, pero la idea del hijo que llevabaen las entrañas, 1l detuvo. Era suyo, alfin. Estaba en la conciencia de todos susamigos que conocían su existencia mari-tal con aquella mujer. ¿ Cómo sería juz-gada su accion? Al mismo tiempo, serevelaba ante la perspectiva de aquellaforzosa paternidad. ¿Qué es Rosa des-pues de todo? se preguntaba.' Ah! esnecesario dejarse de lirismos románticos.Es la carne de caion destinada á ese des-tino. Condenada á caer, le convenía habercaído con 'él61. Su inocencia..... ¡Valien-te inocencia que se doblega al primer ata-

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que! .Su bondad .... Si, mucha bondadse necesita para resignarse á vivir cómo-damente, sin preocupaciones, sin necesida-des, dejándose acariciar y satisfaciendosus menores deseos, cuando uno ha estadohabituado á los malos tratamientos y al pande municion de los miserables. Se habíaentregado á él1; converido. En cam-bio, él la había pagado; estaban á mano.¿Acaso había supuesto esa imbécil queporque le habría gustado en el prestigiode su virginidad, iba á casarse con ella?....Y un.pensamiento criminal hacía latir sussienes y lo turbaba con sus bajas sujestio-nes.

Talvez en algun libro médico encon-traría el medio de salvar aquella situacion.Ah! todos decían lo mismo. Eran vocesque condenaban su accion y flajelaban im-placables su propósito criminal. ' Ejerci-cios violentos, baños calientes, purgantes,la ruda, el ioduro de potasio..... Eran esoslos medios mas fáciles ¿ se atrevería á em-plear alguno? Pensativo y sombrío seencamin6 al dormitorio. Rosa reposaba

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con el seno descubierto y uno de sus bra-zos pendiente de la cama. Al ruido quehizo al entrar, se despertó.

-- ¿Que hora es?-le preguntó. Estoyalgo fatigada. Ven, siéntate un momentoaquí. ¡Me gusta tanto estar acompañadapor tí!....

-Si no deseas otra cosa, aqui me ten-drás siempre, querida mia-contestó Jor-ge abrazándola. Y luego, tratando dedisfrazar el temblor de su voz:-¿No creesque un baño te sentaría bien?-Mira, dejémonos de méicos. Déjate cuidar por mi,¿quieres?

-Haz lo que quieras. Te pertenezco encuerpo y alma. Soy tuya como tu eresmio, no es cierto?...

Jorge escribió en un papel la f6rmulaaprendida momentos antes y mand6 pre-pararla á la botica cercana.

Dos horas despues, la vida de Rosapeligraba. Una hemorragia copiosa sehabía declarado. Su espíritu se estinguíalentamente. La fiebre enrojecía los p6-mulos de su rostro desencajado. Todos

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los remedios habían sido inútiles. Ater-rado, Jorge sentía desvanecerse su ca-beza. Un remordimiento encarnizado,horrible, borraba en él su decision anterior.Entonces comprendía toda la audacia y lainfamia de su accion, y el espectro del cri-men se levantaba iracundo ante sus ojos.Un temblor convulsivo ajitaba sus miem-bros. Rosa le hacía señas de aproximar-se á ella. Pero él .esquivaba la mirada yaenturbiada de sus ojos tan hermosos, comosileyera en ellos un invisible reproche.

-- Un médico, un médico!-grit6 Jorgefuera de sí.

¡Nada le importaba en el mundo contal de no tener siempre grabado en suimaginacion el cuadro terrible de esa esce-na de muerte!

El médico del pueblo, llamado con rapi-dez, entró sin mirarlo siquiera y se dirigióal lecho de la enferma. Una inspeccion li-jera, cuatro palabras cambiadas con Rosa,presentaron la terrible verdad ante sus ojos.

-Cinco minutos mas, y todo hubierasido inútil, ¡Oh, el infame! -exclamó sin

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poderse contener ii saber á quien se refe-ria. ¡Un abortivo! ¡Pero esto es un cri-men! pero esto ha podido ser un asesi-nato....

-Silencio! por piedad, silencio! excla-m6 Jorge, interrumpiéndolo con un acentode profunda angustia, y estrujando con sumano nerviosa el brazo del facultativo.

Era demasiado tarde. Rosa habia oidoaquellas palabras terribles que, en un re-lámpago,descubrieron todo un mundo parasu alma. Pálida, cadáverica, con el cabellosuelto y la mirada fija, recoji6 las últimasfuerzas que quedaban en su cuerpo este-nuado, é incorporándose en su lecho dedolor, fulminando á su amante tembloroso,con un acento débil, silbante, angustiosocomo el estertor de un moribundo:

-Eres un miserable!-le dijo.Y, desplomada, cay6 sobre las almoha-

das sin conocimiento!

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XIII

Al despertar Rosa y Márcos, la unionestaba pactada. Rosa halló medio deofenderse y provocar una querella á su ex-amante Roberal, y, despues de arrojarle alrostro envuelto en algunas frases amargasy crueles, todo su despreco y su repug-nancia,--lo dej6 entregado á una cóleraque no encontraba medio de manifes-tarse.

¿Qué haremos? - habia preguntadoMárcos. ¿Nos quedaremos aquí 6 ire-mos á algun otro punto?

-Lo que tu dispongas, querido mio-

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le contestó Rosa.... Todo, menos acercar-te á esa maldcita mesa de juego.

-Si? -Pues entónces alejémonos. Re-corramos .un poco los Pirineos, para ir áParis dentio de un mes. ¿No te parecebien?....

-Delicioso, delicioso! ¡Cómo nos va-mos á divertir! Solos, libres, contentos!-¿Con que iremos á Paris? Precisamenteestoy necesitando algunas cosas que allíse compran baratísimas y mucho mejoresque en Madrid....

Despues de cada cuatro palabras co-menzaban los besos, los mimos, las locu-ras sin fin. Almorzaron en sus habitacio-nes, se sentaron frente á una ventana quedaba al jardin de entrada del hotel, y latarde los sorprendió en cuchicheos'intermi-nables, con las manos enlazadas,fabricandoplanes para el porvenir.

A la mañiana siguiente las maletas esta-ban prontas y Rosa concluía de dar la úl-tima mano á su vestido, de.viaje delante delespejo, cuando Márcos volvió de desped.irsede Zea y de Adela. Les había dicho que

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un negocio urgente io llevaba á Madrid,que trataría de arreglarlo lo mas prontoque le fuera posible, para regresar á unirsenuevamente con. ellos. Adela lo contem-plaba con tristeza. Notaba en su anima-cion, en su rostro algo. fatigado pero res-plandeciente, algo estraño que la aterraba.'Le estrech6 la mano con aparente frialdadsintiendo que sus ojos se empañaban de lá.grimas. Zea lo llam6 aparte.

-Márcos -le dijo.-Sabes que puedescontar con mi amistad. Si tus asuntos vapmal, si por cualquier circunstancia te vie-ras afligido por una miserable cuestion deintereses, no olvides que te quiero comoun hermano, y acude á mi.... No necesitoinsistir sobre esto porque cuento con tuamistad y me conoces bastante para sabersi soy sincero.

Una horrible emocion sacudió el almade Márcos. Una doble imágen vengado-ra se interponia entre su amigo y él. Deun lado, su traicion; del otro, el pasado deRosa. Y, al mismo tiempo, en una vi-sion instantánea, veía el fantasma de la

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ruina adelantar hácia él, paso a paso, conlos brazos abiertos y la mueca de sus labiossin encías. Con una sola palabra, su ami-go podía salvarlo. Vacil6 un segundo yen ese instante fugaz, mil pensamientoscruzaron por su mente. Nó; eso era.de-masiado. Un resto de orgullo le hizo re-chazar la posibilidad de la nueva infamia yse redujo á contestar:

-Gracias, Zea. No olvidaré tu ofreci-miento. Por hoy no hago mas que agra-decértelo.

Aquel mes de escursiones yviajes fué unvértigo continuo. Rosa, como todas lasmugeres de su clase, conocía la ciencia deagradar y sabia hacer feliz á su amante, demil modos diversos. Cambiando sin ce-sar de localidad y de paisajes, los viajerosllenaban sus residencias transitoriás conlos estallidos de la alegría y el delirio delamor. Se abandonaban sin reserva á losincentivos del placer y jamás agotabansus caricias. Una fiebre incesante pareciacorrer por sus venas y emponzonar su san-gre enardecida.

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Aquel agotamiento continuo, aéiuelderroche de sensaciones y de deleitesenervantes, aquella sobrescitacion de lossentidos, preparados y aguzados para lasluchas de la pasion,-doblegaban y aflo-jaban los resortes de la voluntad de Már-cos, reduciéndolo á .ser un juguete de loscaprichos de su querida.

Se dejaba arrastrar por la corriente, cer-raba los ojos y los oídos al cuadro aterra-dor que se presentaba á su vista, y á losrumores amenazantes que lo turbaban.Los días se sucedían diluidos en esa som-nolencia sensual. Cuando intentaba ar-rancarse á. su estancamiento mórbido, elfuego de los labios de Rosa lo hundíanuevamente en un suefño semejante al delopio. Entonces se cruzaba otra vez debrazos como el marino que se vé sin salva-cion sobre el puente frájil de un navio des-tripado por el filo del escollo.

En esta situacion llegaron á Paris.Se alojaron en el Gran Hotel y juntos co-menzaron esa vida rápida y deslumbrantede la Capital. Pero Rosa, despues de

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haber subido á las torres de Notre Dame, yal Arco de Triunfo, despues de haber re-corrido los museos del Louvre y de Cluny,despues de haber visitado los teatros quecomenzaban á abrir sus puertas, sintió uninmenso fastidio por todos esos cuadrosque nada le decían, por todas esas antigüe-dades asirias 6. egipcias, griegas 6 roma-nas, fragmentos de un arte superior á sueducacion de muchacha de pueblo, hijadel azar, coronada reina por la suprema.majestad de la carne. Márcos, por otraparte, la dejaba hacer su voluntad, incapazde oponerse al mas insignificante de susdeseos.

-Mira,----decía Rosa;-tu pensarás loque quieras pero el cuerpo de la Venus deMilo no me gusta. Esas caderas son ab-surdas, ese talle es horrible.. La verdad esque un seno sin corsé es espantoso. .. ¿Y

esas virgenes sobre fondo dorado, conunas manos imposibles y una cara que nopuede haber existido jamás? No compren-do como contemplas esos Rubens-que túsostienes son.admirables... No he visto na-

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da mas horroroso que esos montones degordinflonas que parece van a reventardentro de la piel....

Todos sus juicios eran por el mismoestilo. En cambio, penetraba en los al-macenes del Prinetem~z 6 del Louvre, yuna admiracion estática la hacía recorrerávidamente, abrigos, cortes de vestidos,terciopelo, sedas, plumas, sombréros, aba-nicos, todos los mil accesorios del compli.-cado trage femenino. Encontraba cursisálas francesas. Decía á boca llena que enParis no se podia comer, que todos aque-ll¿s guisos eran menjunjes artificiales ar-reglados por envenenadores de oficio.La corsetera y la modista, eran sus dioses,sus evangelios. Sus manos temblaban alrecorrer un monton de figurines, admiran-do la falda de uno, los pliegues de otro,-la manga de aquel, el talle de este. Guan-tes, capotas, encajes, corsés, todo era pocopara su inestinguible sed de trapos y ador-nos. Al fin salía, despues de cuatro. horasde revolverlo todo, y haber elejido, dejado,y vuelto á elegir medio establecimiento y al

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regresar al Hotel, sofocada y alegre, llega-ban las cajas, salían á relucir los vestidos,se amontonaban los sombreros sobre lacama, las mesas y las sillas. Entonces, seprobaba una prenda tras .otra, se contem-plaba en todos los espejos, se arreglaba elflequillo con cuatro movimientos graciososy ligeros, y se presentaba á Márcos bajo mil

aspectos .diversos, repitiendo, poco más órnénos; las mismas frases:

-¿Cómo me sienta este traje? ¿Te gus-ta esta capota? Mira, que abaiico tanmono... Pero, hijito mio, estoy asombradapor lo barato. ¿Ves? Este sombrero mecuesta solamente veinticinco duros....

En el Palais Royal sus emociones erande otro género. La luz de los escaparatescubiertos de oro y pedrería la ofuscaban,la emborrachaban como los vapores de unviejo vino generoso. Su ambicion eraenorme. Sus predilecciones fluctuaban deun cintillo de perlas á una gargantilla debrillantes, de los pendientes á las pulseras,de los anillos á los alfileres. Cada diaera una nueva pasion, un nuevo deseo.

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Pugnaba por arrancarse á la contempla-cion de aquellas riquezas, caminaba unospasos luchando contra sí misma, y sindarse cuenta de sus acciones, tornaba denuevo al cuadro fascinador. Por fin, eranecesario entrar y satisfacer caprichos queapenas adormecidos, renacían de 'nuevocon mayor vigor. Márcos pagaba, pa-gaba cuanto le era posible. Pero comonada bastaba á la voracidad de Rosa, seveía obligado á firmar letras á noventadías. Una vez el desgraciado midió elabismo á que lo arrastraba su funesta pa-sion, y se atrevió á hacer algunas limitacio-nes á aquel torrente de gastos. Rosa lecontestó ágriamente, y él no tuvo fuerzapara resistir. Una inquietud constante yuna tristeza sombría sucedió entonces alvértigo anterior. Rosa lo contemplaba alprincipio con asombro. Pronto descubrióla inminente ruina de su amante y el pasa-jero cariño que éste le había inspiradosufrió un rudo sacudimiento. Su indife-rencia por 1él, se hizo cada día mayor, yaunque siempre sabía trasportarlo con sus

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caricias al paroxismo de la embriaguez car-nal,, su instinto de mujer sin amor, la impul-saba á. alejarse de aquella ruina humana,comnolas aves que anidan en un torreon ve-tusto, abandonan sus sillares derruidos alpresentir la tormenta.

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XIV

Se aproximaba la época del venci-miento del pagaré- firmado por Marcos áD. Cándido Theneau cuando el honradoy caritativo capitalista, crey6 oportuno es-cribirle algunas lineas con el objeto derecordarle este pequefño compromiso. Almismo tiempo, insistía en varios párrafosla.crimosos y sin ortografía-sobre su po-breza reconocida, y la necesidad imperiosaen quese encontraba de molestarle, rogán-dole tomara todas sus precauciones parahacer honor á su firma, en vista de que él,como se lo había manifestado tres meses

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antes, seria inexorable, Aquel pliego depapel ordinario y grasiento, escrito en unestilo de cocina, fué para Márcos un golpede maza que lo arrancó de pronto á su la-xitud moral. Habían pasado las alucina-ciones fugitivas y quedaba en su alma unmonton de frías cenizas, residuo del fuegode sus pasiones devorantes. Un solo amor,una sola idea subsistía en ese derrumba-miento general.. Miénfras todo parecíadisolverse en sus manos y hundirsQ á susplantas, él se aferraba con mas indoma-ble desesperacion al amor de Rosa ydaba por bien venidas todas las penas, sipodía atravesarlas protejido por esa égidasalvadora. Como todo hombre verdade-ramente enamorado, era ciego y estaba le-jos de sondear las tortuosidades de la con-ciencia de la bella hija del placer.

Lo primero era regresar á Madrid.Una vez alli buscaría el medio de afron-tar el peligro que le amenazaba. No lefaltó un pretexto para este viaje, y aúnqueRosa se separó con dolor de aquel océa-no de modas, no puso inconveniente para

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decidirse, pensando que, despues de todo,iba á su centro natural y que en cual-quier evento, podía recurrir allí á sus vie-jas amistades para buscar el reemplazantede Marcos. Al llegar á Madrid, Rosa sedirijió á su linda casita que estaba al cui-dado de una doncella, y Márcos despuesde dejarla instalada siguió hasta su apar-tamento prometiéndole regresar á buscar-la para comer juntos en Fornos.

El viejo criado le esperaba con todoarreglaco'y pronto para recibirle.. Sobreun veladorcito había algunas tarjetas y enla mesa del despacho un' corto número decartas. Márcos recorrió las primeras conindiferencia. Entre las segundas abri6primero tres en cuyo sobre advirti6 la le-tra de Adela. Todas estaban escritas enel mismo tono. Le suplicaba en ellasque no prolongase su ausencia, le decíaque mil presentimientos dolorosos tortura-ban su imaginacion; narraba su vida monó-tona en Biarritz, y por último, le pedíaque le escribieira todo lo que le pasaba.Márcos estruj6 aquellos papeles con impa-

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ciencia. La verdad es que, absorbido ensu pasion por Rosa, no había pensado uninstante en lapobre abandonada. Se dis-ponía h iromperlos cuando advirtió entrelas tarjetas, una en que había algunaspalabras escritas con lápiz: «Estamos devuelta. Ven á vernos. Te estrecho lamano.- 'orge Zea.

-Cuándo ha venido este caballero?-preguntó6 MArcos al criado.

-Ayer, señorito.-¿Y qué le has dich-?-Lo que el señorito me recomendó.

Que el señorito estaba ausente y que lo es-peraba hoy.

-Está bien. Puedes retirarte.Una vez solo, MArcos volvió á' leer la

carta del usurero, y de nuevo acudió á sumente el recuerdo de las palabras de Zeaal despedirse en Biarritz. Pero inmediata-mente las rechazó con horror. Todo, an-tes quesufrirla humillacion de solicitarunaespecie de limosna del amigo á quien habíatraicionado. Además, no podía pensar enZea sin sentirse poseido de un odio violen-

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to, de unos celos repugnantes y bajos queofuscaban su razon. Veía en él el primeramante de Rosa, el hombre que la habíainiciado en el placer, tal vez el 'único áquien ella había amado verdaderamente.Esta última idea, sobre todo, le era in-soportable. No! era necesario alejarsede Adela y evitar á. Jorge. Su presen-cia se le hacía imposible en el grado deexaltacion á que había llegado su. amorpor Rosa.

Después de vestirse se dirijió al Club.Encontr6 allí el eterno círculo de desocu-pados que bostezaban con algu'n diario enla mano, se desbalijaban en las mesas dejuego y lanzaban á la circulacion todos loschismes del día, condimentados y espol-voreados al gusto del paladar senil dela alta sociedad. Márcos los conocía átodos de vista, pero no tenía verdaderaintimidad con ninguno de aquellos repre-sentantes de la /igl /e masculina. Alpenetrar en el salon de lectura, todos locontemplaron con interés' y curiosidad.Aquel centro es como una especie de es-

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pejo cóncavo, á donde van á parar todoslos ecos de la vida social. No hay adul.terio oculto que allí no se desenmascare; nohay ruina inminente que allí no se preveay se anuncie; no hay casamiento en cier-nes que allí no se discuta. Las mas. pe-queñas acciones son desnudadas por lasmanos enguantadas de todos aquellos fri-volos pisaverdes y sometidas al análisisde su crítica malsana, como el cadáver esentregado en el anfiteatro á los bisturísde los estudiantes, despues de la leccionteórica del profesor. Así, todos sabían dememoria la situacion de MArcos, todos co-nocían, su union con Rosa, todos espera-ban verlo en el abismo el día ménos pen-sado, y su regreso sirvi6 de pretesto paraque esa noche despedazaran su honorcincuenta lenguas afiladas y venenosas,con el encarnizamiento y la crueldad conque la hambrienta jauria se disputa los des-pojos de la res que hiere el cazador.

Jorge Zea estaba entre ellos. Escuchósus palabras cdn profunda tristeza y notuvo fuerza ni energía para protestar. Ha-

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bía cobrado á Márcos un afecto casi fra-ternal; lo veía arrastrado á la ruina y ála deshonra en brazos de una mujer indi-ferente, y presentía un drama de horribledesenlace. Se esplicaba su alejamiento,su partida de Biarritz, su silencio, y laclase de sentimientos que debían reinar ensu corazon respecto á él, primer amantede una querida á quien adoraba. Eranecesario salvarlo ; pero c6mo?-Pens6en escribirle; pensó en verlo, en garantizarel pago de las letras de Marcos con sufirma. ¿ Y si el orgullo de éste se suble-vaba ante esta prueba de cariño? ... Cuan-do Marcos no lo habia buscado desde elprimer momento, alguna razon oculta ten-dría para ello. En fin, despues de muchocavilar, se retir6 á su hotel, dejando parael día siguiente la resolucion del pro-blema.

Adela leía sentada en una elegante bu-taca, vestida con un cuidado tan meticu-loso, que harto indicaba la esperanza dela visita de su amante. Cuando, en vezde éste vió entrar á su marido con el rostro

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sério y pensativo, no pudo evitar un gestode despecho.

-¿ Estás disgustado ?-le preguntó des-pues de algunos minutos de silencio. Tenoto triste!...

-Y tengo motivo para estarlo! Ima-jínate que he sabido unas cosas de ese po-bre Márcos...

-Márcos! esclamó Adela. Y, repo-niéndose en seguida: ¿Es eso lo que tepreocupa? terminó.

-Sí; será una debilidad, pero i quéquieres! yo he llegado á amarlo comoá un hermano.--¿Y que le pasa de grave, que te aflije

tanto?-¡Pues es nada! Un asunto feo y

que puede tener un resultado fatal....Desde hace tiempo yo he creído notarque Márcos andaba mal de dinero, perofrancamente, no pensé que la cosa llegaraá tanto... Parece que dentro de tres o cua-tro días debe pagar una fuerte suma, y nola tiene... Ha estado metido entre usure-ros, se vé empeñado hasta la raíz del ca-

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bello, ha firmado obligaciones á diestroy siniestro... i qué sé yo! Locuras y mu-chachadas incomprensibles... El caso esque en el Club no se habla de otra cosa...Ya ves tú: la ruina es un asunto serio.¿ Qué va á ser de este desgraciado, el diaen que se encuentre solo, sin fortuna, obli-gado á ganar el pan con su trabajo?...Me aterra el pensarlo...

Una angustia horrible estrujaba el co-razon de Adela. Luchaba por permane-cer indiferenite, y sentía su garganta opri-mida, sus ojos hinchados por una oleadade lágrimas. Se repuso, sin embargo, conesa admirable resistencia que solo poseenlas mujeres, para escuchar á' su marido:

-Pero tambien ¿c6mo no ha ocurridoá mí, que sabe soy su amigo, qué mil ve-ces se o10 he dicho y hasta le he ofrecidomi apoyo?- continuaba Zea paseándosepor la pequeñia salita con las manos me-tidas en los bolsillos.- Nada, nada; es ne-cesario salvarlo. Ya se me ocurrirá algunmedio..... Si estas cuestiones de dinerono fueran tan delicadas... Pero me detiene

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el temor de ,ofenderlo.... En fin, quiénsabe! Puede que mañana, cuando hayavisto cerradas todas las las puertas, llame á lamia. ¡Pobre Márcos! Tu no puedesimaginar el martirio que estará sufriendoen estos momentos. Encontrará en todaspartes rostros indiferentes; evitarán su con-tacto los que ayer le juraban fidelidad...Y lo peor es que él lo sabe porque es inte-ligente y conoce la vida. Con el últimonapoleon huye el último amigo....

Aquello era demasiado para Adela. Ah!mientras ella nadaba en la abundancia yla felicidad, el elejido de su corazon pasabahumillaciones y miserias, luchaba con to-das las asechanzas de la usu;a, arrojabasu nombre como pasto á la voracidadde la murmuracion; sufría desengaños yamarguras, y tal vez-se horrorizaba alpensarlo-iba á buscar en la muerte lacalma que le negaba la vida! ¡ Cómo com-prendia y disculpaba su ausencia, su silen-cio, su aparente desvío! ¡ Cómo se enor-gullecía de la delicadeza de Márcos al nohaberse dirijido á Zea atribuyéndola á la

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doble falta de que eran c6mplices... Así,su viaje apresurado, la frialdad de sus úl-timas entrevistas, todo encontraba espli-cacion. La imágen de MArcos llenaba defulgores el corazon de la desgraciadaamante. No se había engañado al intro-ducirlo en el santuario de su vida, alsometerse á su dulce esclavitud. Y enci-ma de este tropel de pensamientos, que seatropellaban en su cerebro febriciente, des-tacándose del seno de este murmullo inte-rior, semejante al rumor del huracan enuna selva, se levantaba una decision vio-lenta y apasionada, una resolucion gene-rosa y valiente; salvar á Marcos, ser ellael artífice modesto y oculto de su felicidad.Esta idea la di6 ánimo para finjir delantede su marido. Encontr6 cuatro palabrasbanales para compadecer á Marcos. Semostr6 mas cariñlosa que nunca con Jorge,y nadie hubiera sospechado, debajo de susonrisa forzada, los proyectos que fermen-taban en su seno.

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XV

La alcoba nupcial estaba sumida en lasombra. El tic tac de un reloj, el largosilbido del viento nocturno que jemía en elesterior, eran los únicos ruidos que turba-ban su calma apacible. De pronto, unamasa confusa se movió en el lecho cubiertode anchas y ricas colgaduras. Era unafigura humana blanca y esbelta. Escu-ch6 un momento con ansiedad, y duranteese instante fugaz, solo se oyó el monótonomovimiento del péndulo y el rítmico so-nido de una respiracion tranquila. Lasalfombras mullidas amortiguaban el roce

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de sus pasos lijeros. Se deslizó como unsoplo y salió de la habitacion. Una vezallí, se detuvo conteniendo el aliento, yescuchó un instante. El reposo la tran-quilizó, y, trémula, deteniéndose á cadapaso, con los brazos estendidos, evitandoel choque con algun mueble, atravesó lasalita y se detuvo de nuevo como agotadapor un esfuerzo supremo. Alli encendióuna de las bujías de un soberbio candela-bro dorado é instintivamente se contem-pl6 en un espejo. Estaba mortalmentepálida; su transparente toilette nocturnadejaba descubiertas las admirables bellezasde su cuerpo. Sus ojos hundidos y som-bríos tenían esa fijeza que dá las grandesresoluciones. Sus cabellos elegantementerecogidos brillaban reflejando las inter-mitencias de la llama débil que la alum-braba.

Despues de ese reposo instantáneo con-tinu6 su marcha. Atravesaba los salonesoscuros con estremecimientos de terror.Su mano izquierda apretaba convulsiva-mente algunas llaves pequefias y brillantes.

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Los muebles tomaban actitudes amenazan-tes mientras ella pasaba junto á ellos alum-brándolos con un débil rayo de aquellaluz enfermiza. Al llegar frente á los es-pejos, bajaba la cabeza; tenía miedo decontemplar en ellos la espresion de su fiso-nomia. La mirada severa de algunos re-tratos de familia, qué parecían contem-plarla con estupor, helaba la sangre en susvenas. De cuando en cuando, se deteníapara tomar aliento y con su mano izquier-da contenía los latidos de su corazon. Elcorto número de minutos que empleó enllegar hasta el despacho de Zea, fué unsiglo de temores y angustias para la des-graciada pecadora.

En uno de los estremos del despachohabía un elegante y sólido sec-elaire. Lavasta habitacion estaba llena de mueblesantiguos, armas, libros, y todo ese confusobibelotage tan de moda en nuestros días.Adela dejó la luz sobre una mesa, y la apo-yó en un libro para evitar que cayera.Miró en torno suyo y escuchó nuevamentecon ansiedad. Por una de las ventanas

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que daba á un patio cubierto de plantas,se oía el rumor del viento sacudiendo lashojas. Descorrió un poco las cortinas ymiró hacia el esterior. Sus ojos deslum-brados por el resplandor de la luz, tarda-ron un instante en acostumbrarse á laoscuridad. El firmamento estaba cubiertode nubes negras y pesadas. Ninguna es-trella tachonaba aquel fúnebre manto.El viento sacudía con violencia las ramasy les arrancaba acentos balbucientes yestremecimientos dolorosos, Despues decada ráfaga, se oía un débil susurro yalgo como el eco lejano de un suspiro.

Una. fiebre violenta dóminaba á Adela.Impaciente y trémula, se dirijió al escrito-rio que ocupaba el centro de la habitaciony empez6 á abrir sus cajones, buscandoalgo que la desesperaba no encontrar.Probaba una llave tras otra, las hacía giraren todos sentidos; al fin encontraba la cor-respondiente, y sus manos pequeñas y fa-tigadas, revolvían papeles, abrian sobres,escudriñaban los mas ocultos rincones decada cajon. Despues, con rapidez verti-

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ginosa, volvía á poner todo en el mismoestado. Un sudor helado corría por sufrente. Su desaliento se traducía en gestosde desesperacion y en suspiros ahogados.Y seguía, seguía impaciente y ardorosa pro-bando llaves, registrando cajones, buscan-do algo con inútil afan.

-No están aquí!-se decia á si misma,con voz que parecía el último soplo de unmoribundo. Veamos el Secrelaire.

De nuevo rechinaron las llaves en lacerradura, de nuevo sus dedos delicadosse fatigaron en esfuerzos espasmódicos.Lo abrió, por fin, y sus manos ávidas co-menzaban á revolverlo todo, cuando unaráfaga de viento se estrelló en la ventanay, haciendo temblar sus cristales, fingió ásu oído escitado un paso humano. Susrodillas se entrechocaron; quedó ríjida,sin movimiento y sin respiracion. Un ter-ror frío, amargo, horrible pasó como unacorriente de hielo por sus miembros entu-mecidos. Un temblor continuo sacudíasus dientes y sus manos. Durante un ins-tante, la vida se suspendió eñ su organismo

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delicado. En un relámpago le parecióver á Zea, ofendido y vengador, creyósentir en sus carnes algo como el filo delpuñal agudo, zumb6 en sus oídos unavoz amenazante que le arrojaba al rostroun epíteto vergonzoso. Su accion la hor-rorizó, se le presenté de golpe en toda surepugnante crudeza. Ah! era ella, la es-posa respetada por el mundo y adoradapor su marido, era ella esa misma criminal,aterrada y medio desnuda, que le habíasustraído las llaves, y se preparaba á des-pojar al hombre á quien había deshonrado,á robarlo para salvar á su amante!...

Su amante!... éste solo nombre le de-volvía todo su vigor perdido. Lo veíapálido, con sus ojos vidriosos y fijos, enmedio de una mancha de sangre cálida.La mancha se estendia, se dilataba sincesar; era un rio, un mar rojo y humeante;todo se confundía, todo se nublaba á suvista, y, en medio de aquel desvaneci-miento fugitivo, un solo cuadro se desta-caba con intensidad aterradora: Márcoscon los ojos vidriosos y fijos, en medio de

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aquel mar de sangre cálida!... Era nece-sario salvarlo, salvarlo á toda costa! En-tonces levantó su frente con una decisioninquebrantable. Se alzó como la leonaacorralada y clavó su vista en la puertacomo para desafiar las iras del vengador..Todo estaba tranquilo. El viento sacudíalos árboles, arrancándoles acentos balbu-cientes y estremecimientos dolorosos. Des-pues de cada nueva ráfaga, se oía un débilsusurro y algo como el eco lejano de unsuspiro.

Al fin, dejó escapar una esclamacionde corpresa y de placer, y, como ún avatoque saca y cuenta su tesoro, sus ojos bri-llaban al hojear un legajo de papeles. Conellos su amante podia exijir un plazo,conseguir dinero, conjurar la catástrofepróxima y despues, con tiempo y tran-quilidad, ella encontraria medio de salvar-lo definitivamente. Pero, ¿y su marido?...Bah! Zea no abría casi nunca ese cajon;lo conocía por la clase de papeles que ha-bía encerrados en él. Y, en último re-sultado, ella estraviaría la llave, ganaria

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tiempo, lo distraería de su objeto, no sedejaría vencer luchando por su amor. Yluego, si la sustraccion se descubriese, lafalta recaería en los servidores de la casa.¿Quién seria capaz de sospechar de Ade-la?... Asi su cerebro turbado, buscaba ate-nuaciones, defensas inútiles. La satisfac-cion de su deseo, velaba para ella todassus consecuencias ulteriores, toda la lije-reza y el peligro de su accion. Estrechólos títulos sobre su corazon, los escondióen un sitio seguro, y, deslizándose comouna sombra sobre los tapices mullidos,volvió á la alcoba nupcial donde Jorgedormía confiadamente. Sus nervios con-traidos por tantos esfuerzos, se aflojaroncomo un resorte roto; una ola de lágri-mas se agolpó á sus ojos, y hundiendo sucabeza en el almohadon de plumas quela sostenía, ahogando sus sollozos amar-gos en la fina batista de las sábanas,la aurora la sorprendió, pálida y temblo-rosa, despues de una noche de insomnioy de terror!

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XVI

El sacrificio no había terminado. Eranecesario finjir, esperar con impacienciaalgunas horas mortales. Zea la contem-pló con estrañeza.

¿Qué tienes? preguntó.-Nada. No he dormido bien. He

tenido una horrible pesadilla, y hoy mesiento con algun dolor de cabeza.

-- En efecto. Me ha parecido oirte estanoche respirar con angustia.

-Bah! esto no vale la pena de preocu-parse. Dentro de un instante espero quese me pasará.

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Y sus labios sonreían en tanto que sualma estaba despedazada. Despues delalmuerzo, se quedó sola. Y, como si unamáscara hubiera caído de su rostro, suespresion cambió repentinamente, Apa-recieron entonces sus ojos hundidos, susmejillas pálidas y terrosas, la contraccionde sus lábios, la nube que empañaba sufrente, las huellas hondanente grabadas dela pasion que la devoraba. Desgreñaday loca, corrió á su tocador, buscó los tí-tulos robados y de prisa, maquinalmente,sin saber casi lo que hacia, los metió den-tro de un sobre, despues de escribir algu-nas palabras á su amante: «Sálvate. Lo«sé todo. Yo te ayudaré. Es necesario<<que consigas un plazo. Soy tuya siem-«pre. Adela.»

Llamó á su doncella.-Haz llevar esto inmediatamente .á su

direccion. Es urgente.Una cruel ansiedad oprimía su corazon.

Los minutos le parecían siglos. Cuandola doncella entr6, un cuarto de hora des-pues, tuvo que hacer un esfuerzo supremopara dominarse.

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-¿ Lo han encontrado? la preguntó.-- No, señora. Pero su criado ha con-

servado la carta para llevarla al señordonde se encuentre.

-Está bien. Puedes dejarme.Todo se conjuraba contra ella. Era ne-

,cesario, absolutamente necesario hablarcon Márcos, animarlo, sostenerlo, decirleque á su lado había un corazon que sufría,con sus penas y estaba dispuesto al sacri-ficio por él. De nuevo cojió la pluma yla dej6 correr nerviosamente por el papel:«Ven-le decía-ven á verme pronto,-« esta tarde misma. Tén valor y calma.< Todo se arreglará á medida de nuestros« deseos. ¡ Cuánto sufro en este momento!«< ¡ Cómo te comprendo y te amo! Yo te« dar6 fuerzas para luchar; juntos vence-« remos. Pero es necesario que hable« contigo... ¡Por piedad! Si vieras cuán-« tos dolores me abruman!...>> »

Y, en tanto que este segundo billete eraenviado con encargo de ser entregado enmanos de Márcos, un fúnebre augurio tur-baba el corazon de Adela, y las imágenes

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sombrías de su desmayo de la noche an-terior, revoloteaban sobre su frente comosiniestros fantasmas engendrados en el de-lirio de la fiebre.

-¿Dónde estará Márcos? se pregun-taba con empeño.

Ah! él tambien corría de amargura enamargura y de decepcion en decepcion.Había visto á don Cándido para pedirleun plazo, y su frente cubierta de sudorhelado se inclinó en vano delante del sór-dido prestamista. A cada una de sus fra-ses tristes como un sollozo, éste contes-taba con una eterna elegía aprendida dememoria, en que se destacaba siempre,clara y vibrante, una negativa absoluta.Un pariente lejano que habitaba en Sevillale habíá contestado que le era imposibleayudarle en aquel trance, y términaba sucarta con consejos copiados de la Moralde Urcullú. Su amigo Montejo esquivóhábilmente un socorro con el pretesto dehaber hipotecado en esos días una partede sus bienes para responder á algunasdeudas de honor. Así, rotas una por una

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sus esperanzas, miró en torno suyo y vidun vasto desierto. Por la tercera vezpensó en Zea pero inmediatamente se su-blevó contra este recurso... ¿Y Adela?...Jamás! Todo era preferible á esa abyec-cion... Desesperado y taciturno, se enca-minó á su casa y de alli á la de Rosa.¡Qué contraste formó entonces su amargu-ra, la tempestad que se incubaba en sumente, la idea de la muerte que se erguíaen su conciencia turbada, con las locascarcajadas de aquella mujer, sus movimien-tos vivos y lijeros, los estallidos de su na-turaleza vehemente, los mil adornos bri-llantes y lujosos de su traje de casa!¡Cuánta miseria de un lado y cuánta indi-ferencia del otro!...

Despues de algunos minutos de conver-sacion banal, con el alma partida y unasonrisa helada en los labios, tom6 su som-brero y se despidi6. Pocos minutos mastarde, fu6 á buscarlo su criado con laprimera carta de Adela.

-¿Qué es lo que traes ?-le preguntóRosa.

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-Una carta urgente que me han dadode casa del señor Zea. Creí que el señorestaria aquí.

-De Zea!-esclamó Rosa. Y repo-niéndose inmediatamente:-Dámela! con-cluy6.

La cifra y la letra del sobre delatabanuna mujer. Rosa dijo al criado con apa-rente indiferencia.

-Pedes dejarla. El señor no tardaráern venir.

Jamás el nombre de Zea se había cru-zado entre Márcos y Rosa. Al apretar elpapel entre sus dedos, se hubiera dicho quela vision del pasado nublaba la mirada deesta y hacia pasar por su rostro el contra-golpe de violentas emociones. Su niñezse present6 á su vista como un paisajeluminoso y alegre cuando el sol disipa laniebla de la mañana. Record6 las horasde la primera embriaguez amorosa, la con-fianza que depositaba en su seductor, talvez los dolores de la iniciacion,-y todoaquel turbion de muertas sensaciones cris-paba sus nervios tendidos. Aquella carta

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quemaba sus dedos. Era necesario salirde la duda, era necesario saber por quése cruzaba en su camino el nombre delúnico ser á quien había amado con toda lainocencia y la pureza de la virjinidad, yrápida, resuelta, rompió el sobre y leyólas líneas de Adela. Al principio, no com-prendió. Pero, una vez que hubo pene-trado en el sentido de aquellas palabrasincoherentes, una alegria salvaje iluminósu rostro de antigua romana.

-Ah! ¡ la venganza!-gritó con furor.Y saboreando el ácre placer de la victi-

ma que se convierte en verdugo, reunióapresuradamente los titulos de renta y lacarta de Adela, y se los remitió á Zea conestas palabras escritas con igual precipi-tacion que las de su esposa;

<< Jorge: hace muchos años, despues de«< deshonrarme, me abandonaste. No fui,« madre por ti; á ti te debo mi desgracia.« Ah! yo era indigna de llevar tu nombre,«< no es cierto? ¡Si no te despreciara tanto« cómo me harías reir ahora!... No soy« vengativa y quiero probártelo hoy. Ya

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« lo has visto; todas somos iguales...«. Ciertamente, no me creo un modelo' de« virtud; pero ¿qué piensas de la mujer« casada, respetada por el mundo, que tie-« ne un amante y roba á su marido para< salvarlo?-Te mando esa carta y esos ti-« tulos! Para mi, eran una fortuna. Es« tuya, y no quiero re cibirla. Un dia te« devolvi tu palabra; hoy te devuelvo tu« "honor. Decididamente, no me cambio

« por tu Adela. .»

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XVII

Al llegar Márcos á su casa, encontróla segunda carta de Adela. Estaba enuno de esos momentos de desaliento mor-tal en que el alma pugna por aferrarse ácualquier afecto, como el náufrago á ladébil tabla que lo sostiene sobre el abis-mo. Marchaba como un autómata; sumirada se fijaba en los objetos con esafría vaguedad de los soñiadores. Doble-gado como un anciano por el peso delpensamiento que lo dominaba, herido enlas fibras mas sensibles por la frivolidady la indiferencia de su querida, -una

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fuerza irresistible encaminó sus pasos á.ca-sa de Zea.

Era uno de esos dias nublados y vento-sos del otoño. El cielo tenía ese colorplomizo, pálido y oscuro, que dispone á lamelancolía. Las hojas amarillentas co-menzaban á desprenderse de los árbolesdemacrados, como huyen las ilusiones enel invierno del corazon.

Hacía una hora que Adela lo esperabaen su tocador. .Ninguna coquetería ha-bía presidido á su traje. Llevaba una ba-ta oscura, elegante y severa, que hacíaresaltar mas la palidez y abatimiento desus facciones. ¡Cuán distinta aquella vi-sita de las locuras y delirios de las prime-ras entrevistas! ¡C6mo se conocía queentre ambos se levantaban la .complicidady el peligro!...

-Márcos-le dijo Adela, despues desaludarlo casi con solemnidad-los mi-nutos valen siglos para nosotros. Desea-ba verte, me he atrevido á llamarte paraque conjuremos reunidos la catástrofe quete amenaza... Ah! ¿por qué no has pen-sado antes en mi?...

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Y un torrente de lágrimas corri porsus mejillas desencajadas.

-Perdóname-balbuceó Marcos.-Si!-le interrumpió Adela, enjugán-

dose los ojos,-comprendo todo, no tehago reproches de ninguna especie... Mira,los titulos que te he enviado pueden ha-certe conceder un plazo, ganar tiempo,en fin... Todo es fácil despues... Jorge nosospecha nada...

-iQué titulos? ¿qué es lo que dices?-preguntó \iáarcos con asombro.

-¿Qué titulos? ¡Estos!...Al pronunciar estas palabras, una ma-

no airada abrió de golpe una de laspuertas de la habitacion, Adela dejó es-capar un grito de terror y angustia y losamantes aterrados vieron á Zea, pálidocomo un cadáver, con los ojos fijos y lla-meantes como los de un alucinado, estru-jando en su mano derecha un rollo de pa-peles.

-Ah!--continuó-iDigna pareja, talpara cual !.. ¡El amigo traidor y la mujeradúltera!... ¡Miserables!.. No! mi cabeza

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se confunde... No es posible, Dios mio,no es posible... Un compañero, un ami-go, casi un hermano... Y ella... Honra,felicidad, ¡todo perdido para mi!...

Reponiéndose con un esfuerzo supre-mo, mir6 en torno suyo como temiendoque lo escucharan, se llevó un dedo á loslábios y continuó:

-Levántate, prostituida!... No te bas-taba el puñal y has necesitado la ganzúa..Rodeada de amor y de respeto-has piso-teado mi corazon, has mancillado mi hon-ra, has degradado tu raza en brazos deun miserable...

Márcos lo escuchaba de pié con unamirada en que centelleaba la audacia. Unaferocidad salvaje desfiguraba su rostro va-ronil. La amargura exacerbada habíaacabado por estallar:

-Pues bien, si! Ahí la tienes-le di-jo-Pero tú, ¿qué hiciste con la mía?:. Ah!yo tambien amo, y amo á una mujer des-honrada por ti... Adela por Rosa... ojopor ojo...

Al escuchar estas palabras horribles,

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Adela cayó desplomada sin sentido, exha-lando un lamento en que parecía habér-sele escapado la vida. Un temblor con-vulsivo ajitaba los miembros de Zea. Sumirada se fijaba con estravio alternativa-mente en el cuerpo de su esposa y en elrostro de su amante.

-Sal, traidor!-prorumpió al fin, seña-lando la puerta.

-Está bien, contestó éste.-Pero no ol-vides que si he vuelto á pisar estos umbra-les, es porque he sido llamado. En cuantoá esos papeles, ya ves que ésta es la pri-mera ocasion en que oigo hablar de ellos...Veo de donde viene este golpe... Despuesde todo, estoy contento... ¡Rosa se ha ven-gado!

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XVIII

Tres horas despues, Márcos recibió lavisita de dos amigos de Zea que, por en-cargo de éste, iban á exijirle una repara-cion por las armas. Márcos escribi6 al-gunas lineas á Montejo y á un antiguocondiscipulo esplicándoles que el asunto deque se trataba no tenia arreglo posible,pero callando los motivos del lance. Co-mo los testigos de Zea traían idénticasinstrucciones, á trueque de algunas brevespalabras, el duelo qued6 acordado parael dia siguiente al amanecer. Las con-diciones eran: á pistola, quince pasos de

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distancia, pudiendo adelantar cinco cadaadversario y apuntando, hasta que uno deellos quedara inutilizadp.

Si la víspera de un duelo es siempresolemne, en las circunstancias de Márcoslo era mucho más. Desde luego, rechazóla idea de ver á su querida. Necesitabaestar sólo, meditar sin testigos, balancearel pasado y el presente con tranquilidad.¡Qué espectáculo presentaba su existenciaperdida para el bien y para la virtud!Pródigo de sentimientos y de pasiones,había sembrado su camino con las floresmas fragantes de su juventud, y se encon-traba marchito y seco como el tronco quehiere el rayo. Su vida habia sido undesvario constante, interrumpido por dolo-rosos misereres. Errante y desencantado,el mundo no había logrado depurar sucorazon. Sin lazos que lo ligaran á latierra, se encontraba entre dos abismos,-su falta y su amor,-y veía desplomarsesobre él, como una montaña de granito, lainsolvencia y la ruina. Tal vez es mejor,-se dijo,-terminar hoy esta liquidaciongeneral.

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Pero su temperamento j6ven y fuertese rebelaba ante la perspectiva de la muertevoluntaria!... Nó! Era necesario luchar,luchar hasta el último instante. Una es-peranza absurda lo sostenía. ¡Quién sabelQuizás la suerte iba á serle favorable, qui-zás Rosa.:. Rosa, siempre este nombreinterrumpiendo su camino. Una tenta-cion irresistible lo impulsaba á correrhasta su casa, á pedirle perdon sin ha-berla ofendido, á suplicarle de rodillasque huyera con él á algun rincon del mun-do, léjos de la sociedad y del tumulto hu-mano, para vivir felices y siempre aman-tes! Despues, el desaliento volvía aapoderarse de su alma. El horizonte secerraba en torno suyo como la lápida deuna tumba sombría!

Y entonces, en una sucesion intermi-nable pasaban á sus ojos los cuadros desu vida, los recuerdos del pasado y lasansias supremas del porvenir. ¿ Qué ha-bía sido su existencia miserable, sino unmartirio constante, una tortura sin tréguani reposo?-¿Qué ejemplos de virtud ha-

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bía visto en su carrera atormertada? Pa-ra él todo el órden social reposabasobre una convencion funesta, sobre la co-bardía de muchos y el despotismo de unospocos. Se le había hablado de libertad,se habían puesto en sus manos los librosengañosos de los poetas, sele había hechopensar en la resolucion del problema eter-no intentada por los filósofos de todas lasescuelas; y aquellas utopias de soñadoresciegos, la estúpida obstinacion del que leseñalaba un templo y una cruz, como lavanidad satisfecha del que le arrancaba lafé,-habían fermentado en su conciencia yagriado su corazon. Se encontraba enla-zado por mil hilos delicados pero inque-brantables, que lo sujetaban á la decadenciamoral y las bajezas de nuestra naturaleza.Llevaba.sobre sus hombros el peso de laherencia de varias generaciones envileci-das; y en su sangre se reunian fatalmantelos detritus y la escoria de esta pobre ylastimosa especie rebajada por siglos ysiglos de vicios y de crimenes, trasmitidosde padres á hijos, como los. malos humoresde un organismo morboso.

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Recordaba sus lecturas infantiles, aque-llos mágicos cuentos orientales que lle-naban su imaginacion de tesoros, aquellasiniciaciones de su alma á la vida de la.pa-sion y al culto de la belleza. Sus prime-ros frotamientos con la realidad, le habíancausado heridas que sangraban aún. ¡Quéterrible contraste entre las dulces heroí-nas de los dramas románticos, fieles á lareligion del corazon, y esos séres que había encontrado en su senda, sin altura mo-ral, instintivos, embrionarios, esclavos desus nérvios y de su sangre, en quienescada diferencia orgánica responde á unvicio 6 una virtud. ¡ Qué distancia delamor con que había soñado en la pureza desu adolescencia, á las torpes intrigas mun-danas, al fruto del adulterio devorado enla sombra, al lecho de la mujer casadaaún tibio y hundido por el cuerpo delmarido, al reparto de sus caricias y la di-vision infame de sus bellezas entre elcomprador legal y el asaltador nocturno!

Había visto todas las variedades deldescenso moral bajo la careta de ros-

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tros infantiles. Unas, en medio de unaespecie de embrutecimiento resignado,se doblegaban á un hombre que lesera indiferente y se convertían en máqui-na automática de proporcionar placeres.Otras, vendían los tesoros de su cuerpovirginal, esas formas redondeadas y carno-sas,. esa piel satinada y tersa, esos senosduros y enhiestos,-por los treinta dinerosde algun anciano decrépito y agotado.Aquellas, por último, y estas eran quizáslas mas nobles y las mejores, se cotiza-ban en el mercado humano por un preciomas 6 menos grande, se revolcaban ale-gremente en el fango comun de. dondehabían salido y se desplegaban en todo elesplendor de su hermosura, como esasplantas de flores perfumadas que crecen enun terreno abonado con estiercol....

Y ahiora, ¿ qué le prometía el porve-nir? Se veía solo, aislado; examinaba sucorazon y encontraba que todos sus sen-timientos, todas sus esperanzas habíanmuerto para siempre. La copa de la vidaestaba vacía entre sus manos: era necesa-

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rio romperla como un instrumento banal.Había penetrado demasiado pronto en lossubsuelos malsanos en que se ajitan y hier-ven las larvas de todas las malas pasiones.La Isis, descubierta violentamente por él,le había mostrado su cadera de esfingey. su alma de bacante sanguinaria.

Sabía ya el precio de todas esas mise-rables y mentidas palabras circulantes,como monedas falsas, en las transaccioneshumanas: virtud, honor, lealtad... La leydebía cumplirse sin piedad: talion inexo-rable, martirio cruento, ley social que locondenaba á sufrimiento eterno, por haberdejado desde niño su cadena de galeote,por haber, sacudido el yugo, apartándosedel surco labrado por sus hermanos, yrompiendo las redes de una moral de pre-ceptos estrechos para su vigoroso tempe-ramento de hombre!

Así la meditacion lo devoraba; así, seensaiñaba en él una de esas penas de quehabla el filósofo, dolores tenaces que seapoderan de nosotros al principio del via-je, que nos acompañan en la marcha fati-

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gosa, se sientan, se levantan, se acuestan connosotros, y acaban por enterrarnos.

Poco antes de amanecer el cansanciolo rindió. Dormía reclinado en aquelmismo divan que sostuvo el cuerpo deAdela, cuando sus amigos entraron á des-pertarlo. En un abrir y cerrar de ojos,se encontró dispuesto. Su rostro cansado,guardaba visibles huellas del insomnio,pero las hacía desaparecer con su anima-cion. Se hubiera dicho que marchaba áalguna fiesta. Quizas presentía su desti-no, y, como un amante venturoso, se pre-paraba á celebrar dignamente sus nupciascon la mnuerte.

La mañana era fría. La escarcha sequebraba bajo el paso de aquel grupo silen-cioso y grave. Pronto se midieron lasdistancias, y Márcos y Zea se colocaronfrente á frente con el arma en la mano.Una sonrisa alegre vagaba por los labiosdel primero. El segundo parecía encor-vado bajo el peso de una horrible deses-peracion.

Los padrinos dieron la señal, En el si-

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lencio de aquella escena, se habría podidoescuchar los latidos de sus corazones opri-midos. Márcos y Zea adelantaron hastael límite que les estaba señalado. Al lle-gar allí, en vez de hacer fuego, Marcos, conla rapidez del pensamiento, bajó el brazoen que sostenía la pistola, y. ofreció su pe-cho desnudo como blanco para su adver-sario. Simultáneamente se oyó el ruidode una detonacion.

-- iAl fin!-dijo Márcos. Y cayó.Cuando lo levantaron, una espuma san-

guinolenta enrojecía sus lábios. Se letransportó á su casa y el médico que loasistió, dió pocas esperanzas de vida. Unavez acostado, sus amigos se alejaronpor breves instantes, dejando á Márcos consu criado. La habitacion estaba envueltaen la penumbra. No se escuchaba sinoel ronquido fatigoso de la respiracion delherido. Su frente pálida resaltaba entreel casco de sus negros cabellos y la blan-cura de la almohada. Ríjido y estendidosobre la espalda, no podía articular unapalabra. Parecía que la última chispa que

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animaba su cuerpo quebrantado, se hubierarefugiado en la intensidad de su miradafija y vidriosa. Antes de exhalar el últi-mo suspiro, un espasmo sacudió sus miem-bros entumecidos. El criado creyó queaquello era la muerte. Acercó una luz ásu rostro, y, en el último relámpago devida que le quedaba, el moribundo pudoverlo abriendo tembloroso los cajones, re-gistrando los armarios, reunir sus alha-jas en un pequeño paquete y alejarse apre-suradamente de la alcoba dejándolo su-merjido en los sueños de la eternidad!....

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