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Bernard Lahire El espíritu sociológico

LAHIRE, 2006, Introduccion, Espíritu sociologico, espiritu critico, pp 15-28

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Bernard Lahire

El espíritu sociológico

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Título original: L'esprit sociologique Editions La Découverte, 2005

O Editions La Découverte, París, 2005

Traducción: Laura Lambert Diseño de tapa: Eduardo Ruiz

Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'Aide á la Publication Victoria Ocampo, bénéficie du soutien du Ministére franlais des Affaires Etrangéres

et du Service de Coopération et d'Action Culturelle de l'Ambassade de France en Argentine.

Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, recibió el apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y del Servicio de Cooperación y Acción Cultural de la Embajada

de Francia en la Argentina.

Lahire, Bernard El espíritu sociológico - la ed. - Buenos Aires : Manantial, 2006. 408 p. ; 23x16 cm.

Traducido por: Laura Lambert

ISBN 987-500-095-7

1. Sociología. I. Lambert, Laura, trad. II. Título CDD 301

Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina

O 2006, Ediciones Manantial SRL Avda. de Mayo 1365, 6° piso

(1085) Buenos Aires, Argentina Tel: (54-11) 4383-7350 / 4383-6059

[email protected] www.emanantial.com.ar

ISBN-10: 987-500-095-7 ISBN-13: 978-987-500-095-7

Derechos reservados Prohibida la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y es-crito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Para Nathan, felicidad por encima de todo

La pregunta que se les plantea a todos aquellos que quie-ren promover la ciencia de la humanidad, no es si "debemos cultivar la sociología o no", dado que en nuestros dúzs que-dó demostrado que no podemos abstenernos de ella. Lo que tenemos que preguntarnos es si "debemos hacerlo al azar, en forma inconsciente o consciente, metódica o racionalmen-te". Hacernos la pregunta en estos términos ya es resolver-la. Está muy claro que de una vez por todas debemos tener el coraje de nuestras generalizaciones, para obligarnos a

_considerarlas con prudencia. Está muy claro que tenemos que pesar, en la balanza de la crítica, la moneda corriente de la experiencia, a fin de discernir las verdaderas y las falsas monedas. Para las nociones sociológicas comunes, como para las nociones geológicas o meteorológicas, debe sonar al fin la hora del juicio, por medio del cual el conocimiento hará su elección, dando cabida en su reino a las unas y expulsando a las otras. Esta sociología popular, cuya exis-tencia nos fue revelada por los relatos de historiadores, tan-to como por los cuadros de los literatos o los adagios del sentido común, para poder morir de una muerte digna, cla-ma por la vida de una sociología científica.

C. BOUGLÉ, Qu'est-ce la sociologie?, 1925

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14 EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO

Les envío mi especial agradecimiento a Muriel Darmon (GRS, CNRS), Yane Golay (GRS, CNRS), Hugues Jallon (La Découverte) y Denise Morin (Universidad de Ginebra), por haber releído y corregido el con-junto de este manuscrito.

Introducción

ESPÍRITU SOCIOLÓGICO, ESPÍRITU CRÍTICO

¿Qué es la sociología? Es por la acción que deberíamos constestar. Entendamos: por producciones sociológicas. El más mínimo elemento de inducción positiva haría mejor nuestro

trabajo, podría decirse, que cien andanadas de disertaciones abstractas. Y eso no lo ignoramos.

C. BOUGLÉ, Qu'est-ce que la sociologie?, 1925

El sabio tiene el deber de desarrollar su espíritu crítico, y de no someter su entendimiento a ninguna otra autoridad que la de la razón.

E. DURKHEIM, Leons de sociologie. Physique des mceurs et du droit.

1890-1900

¿Qué significa pensar y conocer en sociología? ¿Qué impone el punto de vista sociológico en términos de obligaciones teóricas, metodológicas y empíricas? ¿Por qué resulta particularmente valioso ese tipo de mirada científica dirigida al mundo social? Como paréntesis epistemológico y retórico (pero también metodológico) entre dos trabajos de investigación, este libro fue ideado con el fin de explicitar y transmitir una serie de hábi-tos y actitudes intelectuales propias del oficio de sociólogo. Por eso se dirige a todos los lectores de ciencias sociales, ocasionales o habituales, profanos o expertos, estudiantes o colegas (investigadores y docentes de los niveles superior o secundario), como también a todos aquellos que, aun estando fuera del universo de las ciencias sociales (trabajadores sociales, educadores, profesionales de la cultura, periodistas, militantes de organizaciones sociales, sindicales o políticas), tratan de entender cómo "funciona" el mundo social, y a veces leen a los sociólogos con curiosidad, interés e incluso con pasión.

Excepto algunos capítulos que insisten más particularmente en una manera (a la vez disposicionalista y contextualista) de hacer sociología, 1

1. Véase parte III, "Disposiciones, dispositivos".

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16 EL ESP1RITU SOCIOLÓGICO INTRODUCCIÓN 17

en su mayor parte, este libro está animado por el deseo de decir, con el menor misterio y con la mayor precisión posible, qué cosas hace el soció-logo para producir un conocimiento científico sobre el mundo social. Fru-to de reflexiones acerca del trabajo de interpretación sociológica instru-mentado en función de datos de diversa índole (observaciones, entrevistas, documentación escrita, datos cuantitativos), la obra aborda cuestiones —tales como la descripción, la interpretación y sobreinterpretación, la obje-tivación, el uso sociológico de analogías, las diferenci2s y las relaciones entre objetivación sociológica y crítica social, entre el orden de la práctica y el orden del discurso o entre sociología y literatura-2 que son centrales en el aprendizaje de la mirada sociológica y en el de los gestos y disposi-ciones inherentes al oficio de sociólogo.3 Por otra parte, en el contexto actual, definir el espíritu sociológico obliga a precisar la especificidad de las ciencias sociales historizantes con relación .a las ciencias cognitivas naturalizantes, resaltando el carácter social de las estructuras mentales (o cognitivas) y comportamentales.4

Desde luego, el oficio de sociólogo no se reduce a esos aspectos, y se apoya en una serie de disposiciones y competencias relacionales, prácti-cas y técnicas (saber dar con buenos informantes, tomar contacto con potenciales encuestados, lograr observar prácticas, hacer buenas entre-vistas y transcribirlas correctamente, etc.) que no serán abordadas en estas páginas. Estos aspectos, todos ellos importantes, se aprenden mejor en el transcurso mismo de investigaciones individuales o colectivas.3 Por otra parte, el conjunto de las actitudes y de las maneras de pensar o reac-cionar .explicitadas en esta obra son más eficaces si se las destila de a poco, en función de los reales problemas con que se topan los aprendices. Basado en la concepción wittgensteiniana de la existencia de problemas filosóficos en términos de "males" y de "patologías de lenguaje", siem-pre creí que la mejor manera de ayudar a los aprendices de sociológos

2. Negándose a encerrarse en la alternativa entre partidarios de la tesis de la naturaleza fundamentalmente literaria de las ciencias humanas y sociales, y los partidarios de un radical distanciamiento respecto de la literatura (en prevención de cualquier riesgo de "contaminación").

3. I) Describir, interpretar, objectivar y II) Lo que se hace, lo que se dice y lo que se escribe.

4. Véase infra el capítulo 10: "¿Predisposiciones naturales o disposiciones sociales? Algunas razones para resistirse a la naturalización de la mente".

5. Ese típo de gestos del oficio es el que, entre otros, trato de transmitir en el marco de los talleres de formación para la investigación en la Escuela Superior de Letras y Ciencias Humanas, con el fin de mostrar aquello que por lo común no se exhibe, y en particular la forma de construir progresivamente una interpreta-ción pertinente de los "datos" producidos por el conjunto de participantes.

consistía en aportar una gran cantidad de pequeños direccionamientos correctivos de sus "malos hábitos" de hablar, escribir y pensar (muy imprecisos, abstractos, generalizadores, implícitos, contradictorios, nor-mativos, esencialistas, desconectados de todo afán realista en materia de realización de investigaciones empíricas, etc.), a la manera de un ortop-tista o de un reeducador ortoptista. Después de todo, diagnosticar el esta-do de salud intelectual del aprendiz, de sus "malformaciones" y "enfer-medades", y proponerle una serie de ejercicios reeducativos, o una serie de tratamientos y remedios para lograr la curación es, en el fondo, el rol de un buen entrenador en sociología.6

La intención pedagógica de este libro, que es lo opuesto a todas las for-mas de mistagogia,7 podría llevar a clasificarlo en la categoría de "manual

6. Esta manera de proceder se parece a la forma en que operaban los filóso-fos de los siglos I y Il de nuestra era para ayudar a sus "alumnos" a practicar el "cuidado de sí mismos". En la visión que tenían de las cosas, "la práctica de sí se impone sobre un fondo de errores, de malos hábitos, de deformación y de depen-dencia establecidas e incrustadas que es preciso sacudir" (M. Foucault, L'Hermé-neutique du sujet. Cours au Collége de France. 1981-1982, París, Gallimard/ Seuil, Hautes Etudes, 2001, pág. 91) [trad. cast.: La hermenéutica del sujeto, Madrid, Endymion, 1994]. El filósofo lucha entonces conscientemente contra los malos hábitos (creencias, representaciones o prácticas) inculcados por las nodri-zas, las familias y la escuela "primaria".

7. Francis Goyet recuerda, a propósito de la enseñanza de la retórica, que "desde la Antigüedad más temprana", ésta puede concebirse "bien como un mis-terio, o bien como una gimnástica". En el primer caso, los "mistagogos" inician a un puñado cle privilegiados con el firr de llevarlos "al corazón del misterio". Los "secretos del Arte", el "misterio sacro" resultan de ese modo cuidadosamente guardados e inaccesibles a los profanos. En cambio, la pedagogía apunta a divul-gar los secretos y disipar los misterios: "Al misterio se opone la gimnástica. Al `mistagogo', el pedagogo. A la revelación pasiva por 'entusiasmo', la adquisición activa por sudor y entrenamiento, en griego. `accesis' o en latín 'ejercicio'. [...] Los alumnos practican el exercitatio en un gymnasium, palabra que el alemán con-servó para designar lo que el francés llama liceo. Según la fórmula de Mácrobo, `los secretos o penetralia del poema sacro deben ser abiertos; la poesía debe ser demistificada y hecha accesible por diligentia' (Saturnalia, I, 7,5)". (F. Goyet, "Introduction", en Longin, Traité du sublime, París, LGF, Livre de poche, Bibliotheque classique, 1995, pág. 55). Frente a la fascinación y el misterio ("mis-tagogia"), podemos así preferir la transmisión explícita y pautada del saber y de los saberes-hacer (pedagogía). Condenar la rigidez o la sequedad de los princi-pios, de los consejos, de las reglas o de las consígnas, claramente enunciados y enseñados, lo mismo que la austeridad del programa de entrenamiento que se diseña, en nombre de la libertad de pensamiento o de la imaginación creadora, es darle a gran parte de los no-iniciados la libertad de perder pie y ahogarse.

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de sociología". Y sin embargo, en muchos de sus aspectos, la obra no res-peta realmente las propiedades del género: no pretende presentar autores, corrientes ni métodos sociológicos, no se propone ninguna exhaustividad en la presentación de los problemas que enfrentan los investigadores y, por sobre todo, se muestra demasiado crítica como para ser considerada de ese modo. Si hubiera que afiliarla a algún género en particular, entraría más fácilmente en la categoría de antimanual debido a su carácter de libro de investigador y no de docente. Así como no leemos una obra en la misma forma cuando queremos transmitirle la totalidad del razonamiento a un público estudiantil (lectura pedagógica) y cuando queremos continuar construyendo nuestro razonamiento de investigadores, confrontándolo con la producción de algunos de nuestros pares (lectura de investigación), tampoco escribimos el mismo tipo de obra cuando queremos enseñar una serie de conocimientos teóricos y metodológicos (en general producidos por otros) y cuando queremos transmitir el espíritu (las disposiciones men-tales y comportamentales) de un oficio de investigador en ciencias socia-les. Al leer ciertos manuales de sociología (sobre todo determinadas pre-sentaciones de las "grandes corrientes" sociológicas, pasadas o presentes), incluso podemos tener algunas dudas en cuanto a la utilidad de ese tipo de libros. 8 Sinceramente, en ciertas oportunidades me pareció extraña la manera como, por razones supuestamente "pedagógicas" que, finalmente me resultan absolutamente antipedagógicas, era posible presentar autores o "corrientes teóricas" resumiendo u oponiendo lo esencial de sus tesis. De ahí que la oposición Durkheim-Weber, que constituye un lugar común clá-sico de la pedagogía sociológica, en muchos casos parezca forzada o fal-sa. 9 Cuando la "necesidad" pedagógica lleva a caricaturizar tesis para contraponerlas mejor, 'y así (supuestamente) "aclarar" posiciones, pasan-do como gato escaldado por encima de las contradicciones —procedentes de vacilaciones, de dudas, de pequeñas evoluciones vinculadas a la consi-deración de las críticas, de la renovación del estado de las producciones científicas, o sencillamente, de aporías del razonamiento o la interpreta-ción— internas a cada autor, cuando no a cada una de sus obras, entonces hay que interrogarse sobre los efectos negativos de ese tipo de ejercicio y preguntarse si vale la pena.

¿Necesariamente hay que hacer como si fuera lo más normal del mun-do presentar, con el tonito bien pulido de la neutralidad académica, una

"teoría" plagada de errores de razonamiento (que ni siquiera respete el básico principio de no-contradicción), un "argumento" impreciso, una tesis que no pasa del simple bluff interpretativo o la obra de un autor preocupado nada más que por el sentido de lo chic o de la moda intelec-tual?

Por no tomar más que este último punto, es posible encontrar inquie-tante el hecho de que en ciertos sectores de la sociología, el simple uso de variables explicativas clásicas (como lo son las categorías socioprofesio-nales y laborales, el sexo, la edad y el nivel de estudios realizados, etc.) en encuestas y análisis se considere signo de "vulgaridad" sociológica. Si algunos sociólogos estuvieran menos preocupados por la originalidad y más interesados en resolver problemas y conocer la realidad social, sin duda dejarían de juzgar, basados en una simple sensación de "desgaste mental", que hay que abandonar a un autor, un problema, una cuestión, un concepto o un método. Al hacer esto, responden más a un mandato de "renovación" o de "novedad" (lógica de moda) que a una necesidad de resolver problemas y de avance científico.

Uno de los "reproches" (expresado generalemente a modo de "buen consejo") que me han dirigido en estos últimos años, es el de no romper "de una vez por todas" con la sociología de Pierre Bourdieu, para así ser "al fin yo mismo", o más "radicalmente original", y "volar con mis pro-pias alas" o "emanciparme" y tener "una obra más personal". Ahora bien, debo decir que si hay una expresión que nunca entendí, tanto en materia cientifíca como en todas las demás, es la de ser "uno mismo" (o "pensar por sí mismo"). Hace más de veinte años, Michel Foucault hacía notar "la casi total ausencia de significación que les damos a expresiones, no obstante bien familiares y que no dejan de recorrer nuestro discurso, como: volver a uno mismo, liberarse, ser uno mismo, ser auténtico, etc.". 1° Pero creo que en ese punto hemos progresado muy poco y que, pese a todo, ese tipo de fórmulas siguen seduciendo a una parte de los círculos académicos.* Y no me queda más que constatar que muchos de los que piensan corresponder a esa imagen de originalidad o de autenti-cidad, no le aportan nada demasiado impactante al conocimiento del mundo social. Mi diagnóstico" (que por supuesto muchos pueden no compartir, aunque no sin antes aportar una seria contraargumentación)

8. Desde luego, en su conjunto el género no es descalificable. 9. Esa sensación ha sido apoyada por la lectura de dos excelentes obras escri-

tas por Laurent Mucchielli (La Découverte du social. Naissance de la sociologie en France, París, La Découverte, 1998 y Mythe et histoire des sciences humaines, París, La Découverte, 2004).

10. M. Foucault, L'Herméneutique du su jet, op. cit., pág. 241: * La palabra savantle no tiene traducción directa al castellano. Según el con-

texto fue traducida por: "erudito/a", "académico/a", "científico/a". Designa cono-cimientos y prácticas que exceden la ciencia experimental moderna [n. de la t.].

11. B. Lahire, "Présentation: pour une sociologie á l'état vif", en B. Lahire (comp.), Le Travail sociologique de Pierre Bourdieu. Dettes et critiques, París, La

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es que la obra sociológica de Pierre Bourdieu fue —en la época más impor-tante de mi formación intelectual, es decir, en la década de 1980—, y sigue siendo muy ampliamente hoy en día, una de las más ricas en los proble-mas y soluciones que incorpora sin eclecticismo. En mi opinión, negarse a confrontarla o ignorarla equivale a un suicidio científico. Pero empezar a confrontarla con todo el espíritu crítico necesario como para no dejar-se absorber en cuerpo y alma, demanda un tiempo de trabajo y un esfuer-zo intelectual de particular importancia.12

Tal vez convenga precisar un poco más esa actitud crítica inherente a todo oficio científico, y que sin embargo suele ser mal entendida en un mundo que funciona menos como un universo científico (que organiza y alienta la investigación de la verdad acerca del mundo social) que como un universo literario (donde los criterios que permiten establecer diferen-cias entre "mala y buena literatura" no son tan claros).13 Las ganas de ubicarse en relación con (y a veces hasta de "pelear con") los que perte-necen (o quieren pertenecer) al mismo universo científico, y sobre todo con los más reconocidos y calificados de entre ellos, son casi inevitables en quienes no viven su oficio como una ocupación secundaria, y que están comprometidos con los desafíos que éste plaltea. Bourdieu analizaba la posición de Flaubert diciendo que el escritor "inscribe su obra en la his-

Découverte, 1999, págs. 5-20 [trad. cast.: El trabajo sociológico de Pierre Bour-dieu, Deudas y críticas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005].

12. Y, aun a riesgo de perder el apoyo de los que podían lógicamente (pero no sociológicamente) "entender" mejor mi posición, puse en práctica —primero en forma instintiva y luego en forma cada vez más consciente— el consejo que daba Jacques Bouveresse a propósito de Wittgenstein: "Wittgenstein engendra fácil-mente formas de veneración y hasta de idolatría. Y eso es algo contra lo cual hay que defenderse constantemente. Puede ser necesario practicar una suerte de ase-sinato del padre" (J. Bouveresse, Le Philosophe et le réel, París, Hachette Litté-ratures, 1998, pág. 113). Es obvio que las críticas que emití a propósito de los trabajos de diversos autores o corrientes —de Pierre Bourdieu a Michel Maffeso-li— eran de índole radicalmente distinta. En lo que concierne a Pierre Bourdieu (y algunos otros), mi crítica cobra sentido en el restringido mercado de los produc-tos sociológicos más "puros" (polo autónomo). En el caso de otros autores, la crí-tica se dirige a representantes de polos heterónomos, incluso a personalidades cuya pertenencia al oficio de sociólogo puede ser puesta en tela de juicio.

13.Los criterios de definición acerca de la calidad literaria no son inexistentes. Y aquí podemos solidarizarnos con la posición de un autor como Pierre Jourde (La littérature sans estomac, París, L'Esprit des péninsules, 2002). Ésta consiste en revalorizar el trabajo de los verdaderos críticos literarios, que permite distinguir las innovaciones literarias más significativas de las falsas buenas literaturas impuestas a través de fuertes apoyos publicitarios (editoriales y periodísticos).

toria de la literatura en lugar de 'ubicarse' simplemente en las letras con-temporáneas, como hacen los que obedecen al imperativo de hacerse un lugar con referencia a determinado tipo de público",14 y que eso lo lleva a "entrar en relación", en todo caso negativamente, con la totalidad del universo literario donde está inscripto y cuyas contradicciones, dificulta-des y problemas asume por completo.15 Expresar públicamente acuerdos y desacuerdos con las tesis de colegas relevantes, apoyarse en determina-do tipo de análisis para refutar otros, señalar grandes o pequeñas sobrein-terpretaciones y contradicciones, subrayar argumentaciones defectuosas o falaces, desmontar emprendimientos intelectuales cuyo éxito depende esencialmente del conjunto de signos distintivos que vinculan esas tesis con una moda intelectual, son prácticas que parecen "normales" en un campo científicámente sano.

Sin embargo, en el actual estado de cosas, quien ejerce su sentido crí-tico se hace sospechoso de agresividad, de maldad o de dureza, y todo eso con independencia de la justeza de la crítica. Para algunos, el rigor inte-lectual es simplemente signo de rigidez moral o psíquica, y el ejercicio de la crítica queda por lo tanto reducido a una acción malintencionada, cuando no terrorista.16 Ha habido quienes creyeron poder señalar una contradicción entre mi posición epistemológica pluralista,17 que admite la legítima existencia de una pluralidad de teorías de lo social concurrentes, y la expresión de un espíritu crítico y hasta combativo. Así, la crítica de

14. P. Bourdieu, Les Régles de l'art. Genése et structure du champ littéraire, París, Senil, Libre examen, 1992, pág. 137 [trad. cast.: Las reglas del arte: géne-sis y estnictura del campo literario, Barcelona, Anagrama, 2005].

15. Ibid., pág. 145. 16. Los mismos que piensan así, y que están convencidos de que las teorías de

lo social no pueden imponerse realmente por razones puramente científicas, lle-van a veces la lucha a terrenos distintos al argumentativo o empírico (utilizando los espacios de poder universitarios, administrativos, editoriales, comités de redacción de revistas, etc.). Si hay verdadera convicción de la inexistencia de "fuerza intrínseca" —argumentativa y empírica— en las investigaciones realizadas y publicadas, serán otras las armas, menos intelectuales y más mundanas, con las que se procurará vencer al adversario. Al fin y al cabo, hay razones para pregun-tarse quién es .el más tolerante y virtuoso: ¿aquel que, sobre la base de su propio trabajo, se confronta con adversarios científicos y les pide cuentas, precisiones, explicitaciones y argumentaciones suplementarias, o el que sabe aprovechar la dimensión institucional mundana y contingente del éxito de cualquier teoría?

17. B. Lahire, "Utilité: entre sociologie expérimentale et sociologie sociale", en B. Lahire (comp.), Á quoi sert la sociologie?, París, La Découverte, Labora-toire des sciences sociales, 2002, págs. 43-66 [trad. cast.: ¿Para qué sirve la socio-logía?, Buenos Aires, Siglo XXI, 20051.

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22 EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO INTRODUCCIÓN 23

trabajos de distintos autores destruiría en acto la idea misma de plurali-dad teórica. Y ése es un punto que merece que hagamos un alto en el camino.

En mi espíritu (y creo que también en el de algunos otros sociólogos), pluralidad no significa igualdad de todos en la escala que mide los grados de fuerza científica de los diversos trabajos en circulación. Si me parece que a priori toda teoría de lo social puede aspirar a igual dignidad cien-tífica, es sólo en la medida en que quienes la movilicen en sus investiga-ciones se impongan altos grados de persuasión argumentativa, exigencia metodológica y severidad empírica. 18 Ahora bien, si consideramos el esta-do real (y no idealizado) de las producciones sociológicas actuales, vere-mos que esto raramente se cumple en los hechos. Las diferencias teóricas muchas veces recubren diferencias en las exigencias científicas. Y si juz-gáramos las realizaciones concretas a quedan lugar las teorías de lo social concurrentes, y no esas teorías como tales (lo cual viene de cierto fetichismo conceptual), percibiríamos que algunas escuelas teóricas se someten muy raramente a la prueba de los hechos (o, dicho en otros tér-minos, que engendran demasiada pereza empírica), 19 que otras se confor-man con un control metodológico demasiado débil y que hay otras que afirman o seducen, en vez de convencer o probar. Como tal, una teoría sociológica no protege de nada ni garantiza nada. Cualquier escuela de pensamiento puede engendrar lo mejor o lo peor en materia de solidez argumentativa, de extensión y pertinencia de la base empírica, como tam-bién de rigor y control metodológicos.

Por todas estas razones, el reconocimiento de una posible pluralidad de interpretaciones concurrentes (sobre todo porque, aunque trabajen los mismos temas, los investigadores no siempre trabajan exactamente con los mismos objetos y específicamente a partir de escalas de observación

18. Si todos los sociólogos se pusieran de acuerdo, aunque fuera groseramen-te, sobre estos tres grandes criterios, no habríamos tenido que leer, en la pluma de algunos de ellos, que las críticas dirigidas a Michel Maffesoli y a los miembros del jurado de tesis de Elizabeth Teissier eran producto de una competencia entre escuelas sociólogicas o entre los dirigentes de distintas escuelas.

19. Desde luego, insistir en la importancia de la investigación empírica no tie-ne nada que ver con la defensa de una posición ingenuamente empirista. Si en su totalidad, los sociólogos admitieran la importancia que tienen los datos empíri-cos para el oficio (y del cuidado puesto en producirlos e interpretarlos), no haría falta recordar ese tipo de evidencias. La necesidad de pensar los materiales se rela-ciona simplemente con el hecho de que el mundo social no puede entenderse cien-tíficamente (en sus diversas partes o dimensiones) sin observarlo (en el sentido amplio del término) y sin obtener los indicios o huellas de los mecanismos, pro-cesos o funcionamientos que se busca sacar a la luz.

idénticas) 2° no impide, por el contrario, el trabajo crítico capaz de deter-minar el grado de fuerza probatoria de algunas interpretaciones. El plu-ralismo teórico y metodológico no desemboca por lo tanto en una demo-cracia interpretativa (todo vale y está todo bien) ni en un relativismo científico conducente a pensar que cada cual puede hacer, decir y escribir lo que quiera en tanto no cuestione la libertad de hacer, decir y escribir de los demás. 21 Si existe libertad interpretativa en los universos científi-cos, no es precisamente la de decir y escribir cualquier cosa. El modelo de democracia interpretativa lleva implícito que cada cual, en su rincón, se ocupe de su trabajo, respetando amablemente —al menos en las formas—los emprendimientos intelectuales concurrentes. Claro que ésa es una concepción muy poco científica de la vida sociológica. En cambio, todo el mundo tiene, no sólo la posibilidad, sino también el deber, de criticar (con rigor y honestidad) 22 a todo el mundo, no para caer en el extremo

20. B. Lahire, "La variation des contextes en sciences sociales. Remarques épistémologiques", Annales. Histoire, sciences sociales, marzo-abril de 1996, N° 2, págs. 381-407.

21. Eso que Jacques Bouveresse escribía hace veinte años, a propósito de la filosofía, puede retomarse en todos y cada uno de sus términos para describir la situación de la sociología: "Estar obligado a ceder ante la 'fuerza' de una argu-mentación lógica, o, en forma más general, tener que 'inclinarse ante razones objetivas de cualquier especie, parece representar para los propios filósofos —o en todo caso para determinada vanguardia filosófica francesa—, el prototipo del con-dicionamiento inadmisible. En cambio, abdicar cualquier especie de resistencia ante un discurso puramente retórico, ceder 'a la seducción irresistible' de una vedette consagrada, obedecer a un movimiento de opinión o a una moda filosó-fica y adoptar solícitamente cualquier idea considerada novedosa, parecen ser formas típicamente modernas de ejercer su libertad intelectual", Jacques Bouve-resse, Le Philosophe chez les autophages, París, Minuit, 1984, págs. 105-106 [trad. cast.: El filósofo entre los autófagos, México, Fondo de Cultura Económi-ca, 1989].

22. La tarea crítica no puede ser convertida en una empresa de descalifica-ción, y, contrariamente a lo que se cree, demanda, para ser llevada a cabo correc-tamente, un trabajo casi tan importante como el realizado por el autor del texto criticado. Cuando se leen críticamente los informes de obras sociológicas, es posi-ble poner en duda la calidad de lectura de sus diversos redactores, que muchas veces están o en•el registro del elogio complaciente o bien en el registro de la des-calificación, cuando no en una mixtura diplomática (no por ello, más valiosa) de los dos registros anteriores. ¿El que critica sólo tiene libertades pero ninguna obligación (sobre todo la de no torcer la realidad de los hechos y los textos)? Des-graciadamente, al menos a corto plazo, el crítico de mala fe siempre tiene algo ganado, pues el trabajo necesario para la lectura atenta del texto criticado, que permitiría darse cuenta de la manipulación operada, es raramente realizado.

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24 EL ESP1RITU SOCIOLóGICO INTRODUCCIóN 25

opuesto de pensar que "está todo mal" y que "no vale la pena defender nada", sino con el propósito de establecer diferencias entre trabajos sobre la base del grado de resistencia a la crítica que exhiban en los tres frentes señalados.

Espíritu crítico y pluralidad teórica no son por lo tanto incompatibles. Pero en ocasiones nos preguntamos si en los hechos el universo sociológi-co no está organizado sobre la base del modelo de una concepción si se quiere blanda y demagógica de la pluralidad, que lleva a un considerable empobrecimiento del debate científico. Por desgracia, la idea de pluralis-mo teórico o paradigmático induciría a pensar, por razones de imposibili-dad, que debatir es inútil dado que las diversas teorías de lo social ofrece-rían "versiones del mundo social" paralelas, autónomas e incomparables. Si bien la filosofía y la sociología no tienen iguales obligaciones en cuanto , a producir "verdades" (la sociología se distingue de la filosofía en que necesita la prueba empírica de las investigaciones), el problema que deben enfrentar los sociólogos está muy cerca del que Jacques Bouveresse descri-bió a propósito de la filosofía. En su pasaje de la idea de "pluralidad de sistemas y respuestas filosóficas" a la de disolución de toda noción de "verdad" e "inconmensurabilidad entre filosofías", hay quienes terminan considerando absolutamente inútil "utilizar algunas de ellas para criticar a otras"23 y que "en esas condiciones, discutir la solución de otro filósofo nunca es interesante. Sólo lo es tratar de plantear otro problema y, para resolverlo, crear otros conceptos".24

Ahora bien, crear sus propios problemas y soluciones en paralelo con los de sus competidores para evitarse el trabajo de discusión, contraargu-mentación, contraprueba y refutación, parece ser la estrategia, si no la ambición, de una buena cantidad de sociólogos franceses. En ciertos casos, se trata más bien de una moral de pequeños empresarios más inte-resados en ser los primeros que cambian de "ramo" y no en batir a sus más fuertes competidores en su propio terreno. Esta situación puede explicarse en forma durkheimiana. En sociedades cada vez "más densas y voluminosas" (recordemos que el microcosmos que conforman los sociólogos creció considerablemente desde 1 950 hasta la fecha), la dife-renciación social de intereses (y sobre todo de "teorías") les permite a un creciente número de individuos posibilidades de reconocimiento social: "La división del trabajo es entonces un resultado de la lucha por la vida; pero es un desenlace suavizado. Gracias a ella, los rivales ya no están

23. J. Bouveresse, La Demande philosophique, París, Editions de l'Éclat, 1996, págs. 88-92 [trad. cast.: La demanda de filosofía, Bogotá, Siglo del Hom-bre, 2001].

24. Ibid., pág. 75.

obligados a eliminarse mutuamente, y pueden coexistir unos junto a otros".25 Pero la coexistencia sin discusión da lugar a muy poca acumu-lación crítica. Tal como están las cosas, ni siquiera hay seguridad de que los integrantes de esas diversas empresas paralelas se lean demasiado entre ellos, y ni de que cuando lo hagan sólo quieran descalificar ,a la "competencia", usando todos los medios retóricos y extrarretóricos ima-ginables. En un universo como éste, resulta casi un milagro que ciertos investigadores todavía crean que no está de más propender a cierta "ver-dad científica" o que puedan llegar a producir algún conocimiento racio-nal sobre el mundo socia1.26

No es por espíritu polémico que conviene preguntarse seriamente has-ta qué punto el universo de los sociólogos funciona globalmente como un campo científico donde "sólo se puede triunfar oponiendo una refutación a una demostración, y un hecho científico a otro hecho científico",27 Aparte de sentir que hoy no todos los que reivindican el título de soció-logo tienen el mismo entrenamiento ni corren detrás de los mismos desa-fíos ni con las mismas reglas de juego, la fijación de derechos de entrada a este universo todavía tan débil contribuye a hacer improbable un fun-cionamiento científico como el que describía Pierre Bourdieu: "Así, a medida que se acrecientan los recursos científicos colectivamente acumu-lados y que, correlativamente, el derecho de entrada se eleva, excluyendo de derecho o de hecho a pretendientes desprovistos de las capacidades necesarias para competir eficazmente., los agentes y las instituciones com-prometidas en la competencia tienden a tener cada vez más por destina-tarios o por 'clientes' potenciales a los más temibles de sus competidores: las 'reivindicaciones de validez' (validity claims) están obligadas a enfren-tarse con reivindicaciones concurrentes, igualmente armadas científica-mente, par-a obtener reconocimiento [...1".28 En el actual estado de cosas,

25. É. Durkheim, De la division du travail social [1893], París, PUF, Quadri-ge, 1991, pág. 253 [trad. cast.: La. división del trabajo social, Madrid, Akal, 1987].

26. Una de las grandes ingenuidades "naturales" de los tránsfugas de clase, como es mi caso, reside en tener una visión inicial demasiado idealista de los mundos científicos. Por eso entendí con bastante rapidez —con una decepción que estaba a la altura de la idealización— que tanto en la universidad como en los organismos de investigación científica, la cantidad de personas movidas esencial-mente por la "voluntad de saber" es al final bastante escasa, y que son raros los que consideran extraño o anormal el hecho de que la "voluntad de dominar" predomine sobre la "voluntad de saber".

27. P. Bourdieu, Méditations pascaliennes, París, Seuil, 1997, pág. 134 [trad. cast.: Meditaciones pascalianas, Barcelona, Anagrama, 1999].

28. págs. 134-135.

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26 EL ESPÍRITU SOCIOLÓGICO INTRODUCCIÓN 27

la situación descripta por la noción de "campo científico" me parece ser más un horizonte ideal que debe movilizar a los investigadores que una justa descripción de lo existente.

Si bien una parcela del universo de los sociólogos tiende a funcionar como campo científico, con todo el rigor y la voluntad requeridos de argu-mentar y probar empíricamente, en conjunto, el espacio está lejos de fun-cionar en forma de campo unificado y homogéneo en cuyo seno todos los que pretenden producir conocimiento sobre el mundo social (y que, justo es reconocerlo, excluye a todo aquel que participa en él principalmente, y hasta exclusivamente, como docente o como administrador de la ense-ñanza y la investigación) estarían orientados hacia los mismos fines y uti-lizarían para vencer el mismo tipo de armas o de medios. Contrariamente a lo que a veces creen las instancias gerenciadoras de la investigación, no será intentando imitar a las así llamadas ciencias "duras", 29 ni acercándo-se a ellas a través de una (muchas veces) más que ilusoria interdisciplina-riedad como se logrará una mejor defensa del rigor científico de las cien-cias del mundo social. Mejor sería contribuir a elevar el derecho de entrada a estos universos profesionales y velar por que el espíritu crítico y el debate encuentren en éstos un terreno natural y acogedor.

Dado que el nivel de argumentación y rigor colectivamente exigido-sigue siendo globalmente muy bajo, aún los más "reconocidos" pueden permitirse cierto laxismo, que no se permitirían si se supieran más con-trolados. Cuando falta la íntima convicción de que determinado tipo de argumento no "pasa" (porque es muy retórico, muy vago, o porque care-ce de un buen sostén empírico, etc.), sólo el ascetismo "personal" del investigador puede compensar la falta de control colectivo cruzado, lo que tampoco es suficiente para asegurar el buen funcionamiento colecti-vo de una "comunidad científica". A veces se llega a la paradoja de exi-girle gran rigor al ingresante, mientras que buena parte de los "grandes representantes" de la disciplina se permiten todo tipo de "licencias" y no pocas facilidades (ensayismo, pobreza de investigaciones, falta de serie-dad argumentativa o desmesurada ambición interpretativa). 30 Con lo

cual, los ingresantes empiezan a pensar que a quienes pasaron de "profe-sionales de la sociología" a "estrellas de la disciplina" ya no se les apli-can ciertas reglas, y que a medida que se avanza es más fácil dispensarse de todo rigor y "liberarse" de todo condicionamiento disciplinario: "Paradójicamente, las personas de mayor prestigio e influencia, es decir, aquellas cuyos errores pueden tener consecuencias importantes y reales, son las que más fácilmente se los hacen perdonar". 31

Por último, podría pensarse que siempre es mejor reaccionar frente a las "malas maneras" o defender su disciplina con los actos, es decir, mos-trando los ejemplos de investigaciones animadas por el espíritu de rigor científico. Wittgenstein pensaba que es un error "decir que la filosofía tie-ne un valor" y que "es suficiente con hacer buena filosofia, sin predicar por ella": o bien, según la terminología que empleará poco más tarde, que hay que "mostrar, y no decir, el valor que tiene". 32 Esta idea me parece poco criticable en la medida en que la fuerza del ejemplo siempre es mayor que la fuerza de los metadiscursos explicativos. Pero a veces tam-bién hay que explicitar las reglas del juego científico, designando las cosas que no van y explicando las razones por las cuales nos parecen pro-blemáticas. Porque es preciso ponerles nombre a los malos para ubicar-los y circunscribirlos, y así enseñarles a todos aquellos que leen trabajos de sociología a separar la paja del trigo, entre los buenos trabajadores de la prueba sociológica y "los vendedores de sopa sociológica" (por alterar un poco la frase de Pierce).

Por ejemplo, a propósito del denominado "caso Teissier", 33 me pare-ció que reaccionar con toda la fuerza y precisión posibles a la "mala juga-da" que se le había hecho a la disciplina era una buena oportunidad para decirles qué es y qué no es la sociología tanto a los aprendices de soció-logos como a quienes la leen desde afuera, ya sea en forma ocasional o regular. Sin embargo, cierto aristocratismo intelectual llevó a colegas, que en privado compartían el juicio de quienes denunciaban públicamente un escándalo, a pensar que hablar del tema era hacerles demasiado honor a todos los que habían cometido una falta. Por mi parte, creí (y sigo cre-

29. Prueba de una profunda ignorancia acerca de avances epistemológicos bastante recientes en la historia de las ciencias sociales. Por ejemplo, la lectura de una obra como Le Raisonnement sociologique de Jean-Claude Passeron (Le Rai-sonnement sociologique. L'espace non poppérien du raisonnement naturel, París, Nathan, Essais & Recherches, 1991), con la cual, desde luego, se puede no estar totalmente de acuerdo, llevaría al menos a tener un poco más de sutileza y de pru-dencia en la manera de pensar qué produce "ciencia" en ciencias sociales.

30. Marcel Mauss escribía con justa razón que "los éxitos fáciles [...] susci-tan trabajos de rango mediocre que pueden hacer desconsiderar una ciencia" (M.

Mauss, "Note de méthode sur l'extension de la sociologie. Énoncé de quelques principes á propos d'un livre récent", en L'Année sociologique, N° 2, 1927, págs. 178-192.

31. J. Bouveresse, Le Philosophe chez les autophages, op. cit., pág. 76. 32. B. McGuinness, Wittgenstein. I. Les années de jeunesse. 1889-1921, París,

Seuil, 1991, pág. 107. 33. Así se llama la astróloga mediática que en 2001 sostuvo una tesis de doc-

torado en sociología. Véase infra capítulo 13: "Una astróloga en el planeta de los sociólogos o cómo volverse doctora en sociología sin tener el oficio de socióloga".

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yendo) que cuando la infamia se hace pública y goza del favor de la pren- sa nacional, cuando termina tomando la forma de un doctorado en socio- logía, lo menos que puede hacerse es criticarla con toda la fuerza y el rigor posibles como para que en el futuro tenga más dificultades para reproducirse.

Siempre a propósito del mismo "caso", la banalidad de muchas reac-ciones, expresadas en frases como: "Si no hubiera más que esa tesis [—I", o: "¿Por qué tanto alboroto si es algo que pasa todo el tiempo?", reveló el estado de un mundo sociológico acostumbrado a que "sea la cosa más normal del mundo" que lo peor se codee con lo mejor y que a su vez con-sidera ingenuos o idealistas a quienes expresan su indignación pública-mente. No obstante, como tantas otras veces, considero que es necesario movilizar el sentido de indignación científica cuando se tiene la neta sen-sación de que se han traspasado los límites de lo soportable.34 Hay com-portamientos o hechos a los cuales los investigadores deberían compro- meterse a no acostumbrarse nunca, haciendo de ese compromiso una cuestión de honor.

La sociología, que desde sus orígenes lucha contra toda forma de naturalización y de eternización de los productos de la historia, contra toda especie de racismo y etnocentrismo, contra el mantenimiento (a veces científico, pero en la mayoría de los casos no consciente) de cual-quier ilusión sobre el mundo social, es una ciencia que merece ser defen-dida, sostenida y promovida —tanto en materia de ensefianza35 como de investigación— en el seno de sociedades que se pretendan democráticas.

34. Cabe asombrarse de que quienes, potencialmente, tienen la mayor liber-tad de palabra y de crítica, debido a que su propia condición —de profesores o directores de investigación— los protege de "consecuencias negativas inespera-das", la usen tan pocas. veces. En el fondo, no hay nada francamente peligroso o heroico en hacer trabajo crítico. Pero ganar para sí sentimientos de honestidad y rectitud intelectual, también es perder posiciones más confortables y ponerse muchas veces en situaciones "invivibles".

35. El último capítulo de la parte final (capítulo 14: "Hacia una utopía rea-lista: enseñar las ciencias del mundo social desde la escuela primaria") aboga por la enseñanza de los logros más esenciales de la sociología y la antropología en la escuela primaria.

DESCRIBIR, INTERPRETAR, OBJETIVAR