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LE CID

Pedro Salinas (Madrid, 1891—Boston, 1951). Un des poètes éminents de la Génération de 1927.

« Poète de l’amour », il est l’auteur de quelques livres fondamentaux de la poésie espagnole moderne : La

voz a ti debida (1933), Razón de amor » et Largo lamento, trilogie dédiée à Katherine R. Whitmore, qui sera

par la suite professeure d’espagnole et de littérature espagnole au Smith College Smith, à Northampton,

Massachusetts. Favorable au vers court et à l’absence de rime. Il a été le traducteur des trois premiers

volumes d’À la recherche du temps perdu, de Marcel Proust, dans les années vingt. Il a enseigné la

littérature espagnole au Wellesley College et à l’Université Johns-Hopkins à Baltimore. Il s’est essayé à

différents genres : le théâtre, le roman et la critique littéraire. On lui doit une version moderne de la

Chanson de geste Le Cid.

« Empieza el poema por donde mejor podía empezar, psicológica y

poéticamente. Por el momento de la desgarradura del hombre y su tierra.

Por el momento en que Ruy Díaz se arranca de su casa solar, de Vivar. Es

poema de destierro: y la pena del desterrado, en eso consiste; en romper

esos vínculos, de los que apenas se tiene conciencia en el bienestar, con lo

nuestro, con nuestra tierra, entendida del modo más ancho. Tierra, y en ella

la casa, y en la casa muebles y trebejos usuales, y entre ellos, yendo y

viniendo, la mujer y los hijos y los criados, las gentes nuestras, lo nuestro.

Desterrarse es arrancarnos de lo nuestro, es decir dejar de ser nosotros, en

una proporción enorme de nuestro ser, en todo aquello que hemos

preferido para tenerlo alrededor. Es quedarnos solos, y separándonos de

nuestro ámbito vital, ya hecho y querido, irse por los mundos en busca de

otro casual e imprevisible », Pedro Salinas, « El Cantar de Mío Cid (Poema de

la honra) », Revista de la Universidad Nacional, Bogotá, sept-dic. 1945, p. 12.

Vicente Llorens (Valence, Espagne, 1906—Valence, 1979). Il fait des études de Philosophie et

Lettres à Valence, puis à Madrid. Dans sa ville natale, il noue des liens avec les frères Gaos, avec José

Medina Echavarría, et avec Max Aub. Lecteur d’espagnol à l’Université de Genève, puis à celle de

Marbourg. Le théoricien de la littérature, Leo Spitzer, l’invite à venir à l’Université de Cologne, mais en

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1933, suite à la destitution de son maître par les nazis, il présente sa démission, en signe de solidarité avec

lui. Il rentre en Espagne et jusqu’à 1935, il fera partie du prestigieux Centro de Estudios Históricos, dirigé

par les historiens Menéndez Pidal et Américo Castro. C’est pendant les années républicaines, qu’il connaît

personnellement quelques poètes importants de la génération de 1927 : Jorge Guillén et Pedro Salinas.

Adhérant au Parti Socialiste Ouvrier Espagnol (PSOE), il fait partie des Milices de la Culture et devient

interprète de l’État-Major de l’Armée Populaire espagnole. En exil, il donne des cours, d’abord dans la

République Dominicaine, puis à l’Université Ríos Piedras de Porto Rico, comme professeur de Littérature

espagnole. Il communique par échanges épistolaires avec plusieurs artistes de l’exil dont José Vela Zanetti

et Eugenio Fernández Granell. En 1947, et grâce, en partie, à son amitiés avec Spitzer et Castro, il s’installe

aux Etats-Unis où il enseigne d’abord à l’Université Johns Hopkins, puis à Princeton. Il publie des

nombreux livres et articles sur Cervantès, le romantisme espagnol et, aussi, sur les exilés de 1939. C’est lui

qui redécouvre la figure de Blanco White et qui met en valeur la contribution des exilés à la littérature

espagnole. Il rentre en Espagne après la mort de Franco.

Poesía Española en el Destierro

por Vicente Llorens

A Enrique Casal Chapí

El CID

Nuestra poesía se inicia con un Cantar del destierro; el principal héroe de

la épica castellana, el Cid, es un desterrado. El destino ha querido, además,

que se haya perdido el principio del más viejo manuscrito conservado de

nuestra literatura, y que el Poema del Cid, en su estado actual, empiece

precisamente cuando el héroe castellano sale de su tierra camino del

destierro, lanzando una última mirada sobre sus casas y heredada de Vivar,

los ojos arrasados en lágrimas:

"de los sos ojos tan fuertemientre llorando"

El Cid, como los héroes homéricos y los guerreros de las gestas

medievales, es propenso a las lágrimas. Más tarde, cuando se despide de su

mujer y de sus hijas en San Pedro de Cardeña, poco antes de alejarse

definitivamente de tierras castellanas, el llanto vuelve a nublarle los ojos:

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"Llorando de los ojos, que non vidiestes atal, assis parten unos d'otros

commo la uña de la carne"

Y el juglar, tras esta violenta y expresiva imagen añade un nuevo y

delicado rasgo a la sensibilidad de su héroe: al alejarse de los suyos, y

mientras espera a que se le unan sus vasallos, el Cid va volviendo la cabeza

para contemplar una vez más a su mujer y a sus hijas, "las telas de su

corazón". Tal es su abatimiento, que Minaya Alva Fánez cree oportuno darle

ánimos: "¿do son vuestros esfuerzos?...pensemos de ir nuestra vía aun todos

estos duelos en gozo se tornarán". En realidad, el Cid no necesita que le

alienten ni que le den esperanzas. Abandonar su tierra, alejarse de su

familia, le han conmovido profundamente provocando su llanto. Pero la

voluntad de acción no ha muerto en él ni la seguridad de que la injusticia

cometida por un mal rey está reparada:

"albricia, Alvar Fáñez, ca echados somos de tierra! mas a grand ondra

tornaremos a Castiella"

Y el héroe sale de Castella resueltamente decidido a combatir y a triunfar.

Las lágrimas se han secado, y han desaparecido los suspiros, la actitud

pensativa y el volver la cabeza hacia atrás. Ahora hay que rehacer la vida, y

son días de lucha áspera y constante. La Alcarria, Aragón, El Maestrazgo,

Valencia...Castilla ya está lejos; de las tierras castellanas no queda más que

el recuerdo, una imagen sobria y fugaz que el viejo juglar sabe teñir de

suave añoranza. En el Poema del Cid no existe aquella constante nostalgia

por la patria lejana que se manifiesta en la Canción de Roldan. Carlomagno y

sus pares no pueden olvidar un sólo momento "la dulce Francia", a la que

evoca dramáticamente el paladín Roldán poco antes de expirar en

Roncesvalles. El Cid y los guerreros castellanos que luchan en el destierro

piensan igualmente en "Castiella la gentil"; pero su recuerdo es menos

nostálgico y menos insistente. ¿Rudeza castellana? Pero el Cid como hemos

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visto no es un insensible: es un desterrado lleno de energía y ambición, y

eso es lo que determina su actitud, de una manera que bien puede llamarse

ejemplar. Echado de su tierra, la lucha significa para el Cid en un principio la

única posibilidad de subsistir; pero su vigoroso esfuerzo lo lleva muy lejos,

y su triunfo crea una nueva situación que despierta en él nueva ambiciones,

que nunca pudo haber abrigado antes. Volver a Castilla ya no tiene pues

otro objeto que el de reparar su honor y la injusticia de su destierro. Y

cuando el Cid lo logra, la tierra nativa ya ha perdido para él la significación

que tuvo en un principio. No solamente no vuelve a ella, sino que saca de allí

a su familia: su pensamiento está puesto en Valencia, en las nuevas tierra

que él, - verdadero "self-made-man", como quiere un comentarista

moderno - han conquistado con su propio esfuerzo. Tras sus entrevistas con

el rey en tierras de Castilla, después de levantado el destierro, el Cid se

muestra presuroso por regresar a la gran ciudad del Mediterráneo:

"e irme quiero pora Valencia, con afán la gané yo"

En el ánimo del Cid no está ausente la tierra nativa; pero sin nostalgia

enfermiza. En regresar a sus casas solariegas sólo piensan los débiles e

incapaces para la lucha como los infantes de Carrión.

La actitud del Cid está perfectamente señalada en su oposición con los

infantes, y no tan sólo porque prefiera, como dice, Valencia a las tierras de

Carrión, sino porque para él el retorno a Castilla significa la renuncia a toda

actividad, a toda lucha:

"Yo deseo lides, e vos a Carrión"

Bien está el recuerdo de la patria lejana, y mejor aún, hacer que en ella

resplandezca siempre la justicia; pero estar siempre volviendo la vista atrás

no puede por menos de paralizar todo esfuerzo, precisamente cuando es

necesario, cuando en la lejanía del destierro hay que mirar adelante para

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rehacer la vida. La primacía de la acción sobre toda actitud contemplativa:

esto es lo que viene a decirnos el Cid, nuestro primer desterrado.