Garavaglia_LasMisionesJesuiticas

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  • 7/30/2019 Garavaglia_LasMisionesJesuiticas

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    GARAVAGLIA, JUAN CARLOSECONOMA, SOCIEDAD Y REGIONESEDICIN DE LA FLOR1987

    "LAS MISIONES JESUTICAS: UTOPA Y REALIDAD.PGINAS 121 A 181.

    Las misiones jesuticas:utopa y realidad

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    Paraso d Mahoma, Cr is t ianismo Fel iz. . .El Paraguay pareceser un punto privilegiado de encuentro para las reflexiones ut-

    pi ca s de oc ci de nt e. De sd e M ont es qui eu >h ast a A nto n io Gr am s

    ci 2, toda una tradicin filosfica que busca en forma desespera-da un mun do dis t into, ha colocado en la Repbl ica del Para-guay , una mirada l lena de esperanzas .

    Sin embargo, nada ms terrestre que esta experiencia singu-lar; nada ms atado a las circunstancias especficas de la coloni-zacin en un rea perifrica; nada ms ligado profundamente ala historia anterior de la comunidad indgena. Las reflexionesque se leern a continuacin, forman parte de un esfuerzo decomprensin ms amplio que abarca la entera sociedad colonialen la regin. Intentaremos mostrar aqu en que forma esta expe-riencia realizada por la Compaa de Jess, contina a otras,pr oc ed e pa so a pa so , ab ri n do se ca m in o, no sin co nt ra di cc io ne s,en medio de las dificultades que le presenta un medio vuelto r-pi da m en te ho st il . Ni Utopa ni Ciudad del Sol, el marco de la vi-da cotidian a del indgena de las misiones jesuticas, est imbrica-do en la realidad colonial gracias a un sistema de dominacin,que no es una invencin ex nihilo y que no sera totalmenteextranjera para un indgena de alguno de los otros pueblos in-dios que estaban en la regin bajo la frula del blanco.

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    No no s ha ll am os ta mpoc o an te un a re al id ad ai sl ad a to ta l-mente del contexto colonial que lo rodea (la Repblica Jesuti-ca ). Nada de ello. Las reducciones funcionan estructuralme ntecomo un todo con el conjunto de la vida social y econmica de

    la regin. No sin contradicciones y enfrentamientos. La historiade esas contradicciones y esos enfrentamientos se ver solo par-

    cialmente en este trabajo, pero hemos intentado tenerla siemprepr es en te pa ra de fi ni r ca da un o de los as pe ct os qu e le nt am en tevan constituyendo esta particular experiencia.

    Antes de continuar, algunas advertencias. La primera de ellasevoca la falla de exhaustivos estudios, etnogrficos que nos haobligado a un procedimiento que hara sonrojar a ms de un etnohistoriador: poner dentro de la misma bolsa a un universo in-dgena que debi tener y conservarinnumerables diferencias in-ternas. O no se perciben acaso estas al leer las Cartas Anuas delos primeros tiempos? En especial cuan do se evocan las tribus dela regin de los guayraes frente a la de los paranacs. O no nosrecuerda Snchez Labrador, en pleno siglo XVIII, como los des-

    cendientes de indgenas que haban estado en los Itatines, recor-daban, casi setenta aos ms tarde, que esa haba sido la tierrade sus antepasados? Estas simples percepciones de diferencias,anteriores y posteriores a la fundacin de las reducciones, nosdeben poner en guardia contra las generalizaciones que nos ve-mos obligados a hacer. No creemos que la maquinaria de igualizacin cultural impuesta por los jesutas haya podido borrar to-talmente estas diferencias, al menos, en lodo aquello que noenfrentaba los pilares de la estructura que impone la orden.

    Una segunda advertencia. Nos referimos aqu a una realidadrcduccional que se extiende por ms de un siglo y medio. Tantolas misiones, como el mundo colonial en el cual estn inmersas,,sern profundamente sacudidos y transformados en ese lapso.

    No pe ns em os en to nc es ha ll ar no s an te un a re al id ad es t ti ca . La -mentablemente, las fuentes internas de la Compaa, no siempre

    pe rm it en da r cu en ta de los ca mbi os y ev ol uc io ne s qu e su fr en lasreducciones. En todo caso, hemos intentado marcar algu-nos de los puntos de ruptura y de cambio , tan to n la historia delas misiones, como en sus relaciones con el mundo colonial.

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    Y finalmente, una ltima llamada de atencin. Si bien cre-emos que esta experiencia estuvo muy lejos de ser paradisacapa ra los in d ge na s qu e la so p or ta ro n, no qu er em os co nfu nd ir no scon toda una produccin intelectual, bien llamada metaantropolgica , que busca en las comunidades pr imit ivas ,nuevos parasos dond e supuestam ente no existan ni el poder ni la

    pr es i n soci al . T odas las vec es qu e an te pon em os la com uni dadindgena a la realidad colonial, no lo hacemos para evocar en es-ta vida anterior una situacin miltonana, sino para intentarexplicar qu elementos de aquella experiencia se continan en lanueva y cuales resultarn alterados por el blanco.

    I. Comunidad indgena, pueblo de indios y reducciones.

    En el anlisis de las formas que adquieren las relaciones dep ro du cc i n en la p oc a co lo ni al , es ev id en te qu e se pu ed en vi-

    sualizar dos procesos contradictorios frente a la comunidad ind-gena: uno, que llamaremos centrfugo de ruptura y destruc-cin de esa comunidad y otro, que podemos llamar centrpeto,en el cual se proteg e la existencia de la com unidad indgena.En realidad, estos dos movimientos conviven durante la mayor

    pa rt e de la er a co lo ni al y s u im br ic ac i n co nt ra di ct or ia co nst it u-ye todo un captulo de la historia de nuestras formaciones so-ciales.

    Algunos autores han descriplo el funcionamiento de estasdos fuerzas, sin definirlas de esta forma, al esbozar una historiaconflictiva en la cual los intereses privados e ncome nderos, c o-merciantes, etc se enfrentaran con la corona en su lucha des-

    pi ad ad a po r el c on tr ol de la fu er za de tr ab aj o in d ge na . Cr ee mo s

    que no siempre es posible hacer una particin tan estricta de losroles y las palabras pr ivado y pbl ico seguirn s iendooscuras hasta tanto no hayamos definido claramente el espacioque ocupa el estado en la realidad colonial pero ese funciona-miento es quizs asimilable al fenmen o que estamos describien-do. En verdad la poltica de la corona tiene muchas veces la cla

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    rielad meridiana de apuntar a largo plazo. Mientras el encomen-dero Prez cuida nicamente de aum entar la renta que extrae desu encomienda, la autoridad real o sus mandantes, piensan enlos cientos de Prez que deb ern seguir viviendo del trabajo de lacomunida d indgena sean encomenderos o no y velan de es-

    ta forma por la continuidad del rgimen de explotacin salva-guardando su base de existencia. Por eso algunas de las caracte-rsticas de las relaciones de produccin en la regin que analiza-mos, definen certeramente los intereses que se enfrentan/complementan f rente a la comunidad indgena.

    En el Paraguay, el movimiento que liemos llamado centrfu-go se man ifestar , a travs de toda la poca colonial, en la sa-ca de indgenas y en la persistencia del fenmeno del yanaconazgo que no es ms que una forma de servidumbre indgena lo-calizada fuera de la comunidad. El yana vive y muere en la es-tancia o la chacra de su seor.

    Frente a esta fuerza que amenaza la existencia misma y lacontinuidad del rgimen colonial (el punto clave de la situacines obvio: puede la condicin del yanacona ser suficiente parape rm it ir la re p ro du cc i n de sus co nd ic io ne s de tr ab a jo y la desus descendientes y por lo tanto, a nivel de la formacin, lareproduccin de las relaciones de produccin?), la corona se veobl igada a prote ger, re forzar o recrear a una comunidad que vecomo n ica garant a de esa reproduccin. En cada regin del im-pe ri o h is pa no, la ac ti tu d concreta de la autoridad estuvo condi-cionada a la situacin preexistente de la comunidad indgena(dejando de lado aqu , las reas demogrf icamente vacas) ;en la regin que nos ocupa, la debilidad de la organizacin pre-via, obliga a una especial fortaleza del control nuevamente im-pu es to . Es de ci r la com uni dad de be se r re e di fi ca da so br e el

    . jsustrato indgena pero en funcin de los nuevos objetivos p lante-ados por la colonizacin. Lamentablemente, las caractersticasde la regin (aislamiento, pobreza, f ronteras , etc) obl igaron adejar esta tarea de reconstruccin en manos de aquellos que sonlos primeros en operar de forma centrfuga, con lo cual caemosen lo del gato despensero.. .

    Y es por eso que surge como vital el papel de la iglesia y de las

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    rdenes religiosas y en especial de estas ltimas . Cuando en1580, la accin de los franciscanos crea los primeros pue blos/re -ducciones, con una estructura que preanuncia ya la forma quetendrn duran te siglos, est coloc ando las piedras siliares del sis-tema de dominacin que subsistir en la regin durante mucho

    tiempo.Es sabido que la encomienda, en su variante regional, apare-ce en el Paraguay por vez primera en 1555, cuando DomingoMartnez de Irala realiza su tan conocido repartimiento, el queser seguido, meses despus, por la promulgacin de las prime-ras ordenan zas que le dar n form a legal.3 Es evidente que conlas encomiendas nacen los primeros pueblos de indios en laacepcin hispana del trmino, es decir, lafi ja cin c on trol dela primit iva aldea guaran : . . .ordenamos y mandam os q. todoslos yndios Rep .tidos. . . no se muden vayan ni absenten de sus ca-sas y pueblos a otro s pueblos y casas ni pte.alg una e alli biban y

    pm an ez ca n to do el tp o .q Di os les di er e de v id a .. . .4 Y lo qu e sa -be mos ac tu al men te , co nd uc e a pe ns ar qu e la re ac ci n de los

    guaranes, pese a una tradicin historiogrfica rica en cegueras,fue ms que negativa frente a los primeros repartimien tos: los le-vantamientos se suceden, poniendo en peligro el control blancosobre la aldea guaran.5 Es as como las primeras reducciones

    que tendrn el carcter de tales las iniciadas por fray Luis deBolaos y sus compaeros de la orden de San Francisco pre-tenden ser una respuesta integraIy totalitaria (en cuanto incluyediversos aspectos fundamentales de la vida guaran, como es lareligin) que reasegure el control, vuelto repentinamente proble-mtico, del blanco sobre la comunidad.6 En estas fundaciones,no se dud, cuantas veces fue necesario, en recurrir a la fuerzade las armas para convence r a los remisos.

    Es decir que la reduccin como institucin de control de lamano de obra indgena, es anterior a las primeras misiones fu n -dadas po r los padres de la Compa a de Jess en po r lo menos unos treintu aos. Adems, en estas primeras reducciones fran-ciscanas de los aos 15791580, surge claramente la importanciaque tenan desde antes, tanto el encomendero como su poblero.7Eso no debera extraarnos, dado que haca ms de 25 aos que,

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    al menos tericamente, los encomenderos controlaban o debancontrolar el funcionamiento de la comunidad. Todo esto nos in-dica que la reduccin franciscana misma ya se apoya en un sus-trato preexistente ms antiguo y muy rico en connotaciones pro-pi as . H as ta ahora se ha pa sa do ex ce siva me nt e r pi do po r losp ro bl em as qu e pl an te a la al de a gu ar an or ig in al y la co mun id adindgena preexistente nosotros mismos, en otro trabajo ante-rior, hemos saltado aleg remente sobre este problem a .8 Cre-emos que esto es errneo, pues parte de un supuesto etnocentrista muy peligroso: la posibilidad de la construccin exnihilo por

    parte del blanco de una comunidad.Los propios jesu tas que tendrn ms tarde toda una repre-

    sentacin terica acerca de su papelfu nd ant e en la constitucinde los nuevos pueblos descubrieron los lmites de lo que elbl an co po d a re al iz ar (a un cua ndo est e fues e un fiel di sc p ul o deSan Ignacio.. .) en su fracaso con la misin de los guaycurues.Dos cartas del padre Diego Gonzlez, uno de los sacerdotes de laComp aa encargados de es ta reduccin, nos ayudarn a captar

    ms profun dam ente lo que decamos: (los guaycurues) . . .conlos rescates y ayuda del Pe. pres to s e haran labradores que es co-mo previa disposicin para ser xpianos. porque sino tiene comi-da en la reducion vanla a buscar y no pueden ser cathequizadospor que and an to do el a o mu y lexos ca pa nd o y est e es ot ro mi -lagro de dios q.muden su naturaleza de caladores enlabradores. . . .9 Esta carta, fechada a principios de 1611, denotauna aguda inteligencia etnolgica, pero as mismo, una excesivaconfianza en la capacidad del buen sacerdote para promover re-voluciones profundas en el caracter de las relaciones entre elhombre y la naturaleza. Un ao ms tarde, la dura realidad secomienza a impon er y el mismo sacerdote nos relata. . . .son na-turalmente capadores y por esto nunca estn de asiento, sino que

    andan s iempre en cont inuo movimiento con sus tabernculos acues tas , . . .que para sus tentarse mudan lugares , porque la caca yla pesca se les acaba o huye y van a otro puesto a busca rla. . .Y assi esta mission de haura de dexar como intil, po rq ue no p uedenconsigo dexar la na tural inclinacin de capar y pescar, ni darse altrabajo de la l a b o r Y este fue el fin de esta experiencia.

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    Qu queremos decir entonces cuando af i rmam os que es ne-cesario prestar ms atencin al sustrato anterior? Que la comu-nidad guaran llevaba en su seno gran parte de los elementossobre los que se construir despus el pueblo de indios y la re-duccin. Fue el lento desarrollo por parte del blanco de algunosde esos elementos, ya existentes, lo que posibilit el xito (en el

    sentido de control sobre la masa indgena) de esta experiencia,que no p or azar fue imposible repetir en otros lados con ese mis-mo grado de eficacia excepto el caso, aun oscuro, de los

    pu eb lo s Mo xo s y Ch iq ui to s, en los cu al es no s ha ll am os co n unsustrato indgena similar . Obviam ente, estamos lejos de la so-lidez de los grupos tnicos que antecedieron y sobrevivieron alinkanato y slo un exhaus t ivo t rabajo etnogrf ico p odr recons-truir toda la riqueza de estas agrupaciones y federaciones guara-nes, dndoles su proyeccin tnica real (un ejemplo entre tan-tos: no debe ser casual que conoz camos a las distintas regiones y provincias por los nombres de los mburuvichti m sfamosos . . . ) . Por a hora, slo unos pocos t rabajos permiten tener una idea aproximada del estado de la cuestin

    Otro elemento que deb e ser tenido en cuenta aqu es la polti-ca estatal. Ya desde las Leyes de Burgos12, la corona intenta laformacin de pueblos de indios para realizar un control ms efi-caz sobre la mano de obra indgena y en el mbito peruano, fueel virrey Toledo quien di gran imp ulso a esta poltica de reagru

    pa m ie nt o pa ra ub ic ar en re du cc io ne s a los in d ge na s qu e ha st aese momento y durante el inkanato si exceptuamos a las gran-des ciudades polticoreligiosas como el Cuzco vivan prefe-rentemente en un tipo de habitat disperso.

    O sea que antes de la primera fu ndacin jesutica la de SanIgnacio del Paran en 1610 existen en la regin arriba de unaveintena de pueblos y reducciones indgenas, de las cuales slo

    pa rc ia lm en te con oc em os el n o m bre .11 Re ca lc am os es to , pa ramostra r de que forma todo el proceso de constitucin y la estruc-tura misma de la reduccin jesutica, est ntimamente ligada ala historia previa de la comunidad indgena cu la regin.

    Por supue sto si bien hasta aqu hemos hab lado de pu eblos deencomenderos confiados a clrigos, pueblos controlados por los

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    franciscanos y reducciones de la Compaa de Jess, la divisinfundamental, en lo que hace a su funcionamiento en el marco re-gional, se da entre pueblos de clrigos y de franciscanos por unlado y reducciones jesuticas por otro. El hecho central que sepa-ra a ambos tipos de pueblos, es la participacin o no del enco-mendero en la explotacin de la fuerza de trabajo indgena. En

    efecto y veremos que slo lentamente los teatinos consiguenarrancar a sus indgenas de las manos de los encomenderos espa-oles, aquello que coloca un abismo entre los pueblos controla-dos por clrigos y franciscanos y las reducciones de la Com pa ade Jess es la progresiva autonomizacin de stas del mundo derelaciones socioeconmicas hispanas. Es evidente que esta auto-nomizacin, como tendremos ocas in de comp robar , es slo re-lativa, pues ser mediante la propia Compaa y a travs de losmecanismos que ella misma establece que los pueblos participa-rn, ya sea con sus productos, ya sea con sus hombres, en la re-alidad econmica y poltica de la regin. Pero ser solamente laCompaa quien especifique el cuando y el como de esta partici-

    pa ci n .Y esta auton omiz acin se extend er tambin a los pedidos,siempre reiterados e imperiosos, de los gobernadores y sus te-nientes. Para los pueblos jesuticos y exceptuando las tareas deconstruccin de obras pblicas y los auxilios militares siemprerealizados bajo la conduccin de sus sacerdotes no hay man-damientos ni obligacin de conchavo en beneficio de las perso-nas especificadas por la auloridad. Y esta extensin de la auto-noma tiene capital importancia, pues explica la ausencia de los

    pu eb lo s je su t as de la ca rg a de l be ne fi ci o ye rb at er o.El resto de los pueblos de indios de la regin vive una si-

    tuacin radicalmente diversa. Pod r amos hacer quizs una dife-renciacin interna entre pueblos controlados por clrigos y los

    dirigidos por los franciscanos. En efecto, en aquellos, primero elpo bl er o y m s ta rd e el mis mo cl r ig o, no so n m s qu e lo s oj os yodos del encomendero. Muchas veces y sera necesario contarcon una larga lista de fojas de servicio de curas doctrineros paraasegurar lo redondamente, el cura no es ms que un aller ego delencomendero, a su vez hi jo, sobr ino, hermano o t o de encomen-

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    dero, quien presta el auxilio del mundo religioso al control quesus parientes no necesariamente de sangre, pero si de sectorsocial exigen de la comunidad indgena. En cambio, en los

    pu eb lo s de los fr an ci sc an os , ta n to po r las ca ra ct er s ti ca s de la o r-den, que la hacen mucho menos dependiente de los poderososlocales sin llegar jams al grado de autonoma de la Compaade Jess como por la mayor estabilidad que significa la perte-nencia a un ordo, la presencia del encomend ero tiene quizs cier-tos lmites, no muy fciles de definir, pero que aparecen eviden-tes .14 Mas, en a mbos tipos de pueblos, el resto de los elementosque definen a este tipo de unidad productiva, siguen presentes:control por parte del cura y, secundariamente, de una fraccinde la burocracia indgena (caciques, cabildantes, etc) del fun-cionamie nto de la comu nidad y por lo tanto', en estos pueblos, elindgena sufre la doble habra que decir triple y agregar a estolos mandamientos gubernamentales explotacin del encomen-dero y de la comun idad , en especial cuando en nom bre de es-ta ltima se exigen prestaciones cuyo de stino obvio no ser la ca-

    ja co m un it ar ia .Ahora bien, el carcter central que tiene este modo de pro-

    duccin en el conjunto regional durante los siglos XVI y XVII,surge del hecho de que slo ste pe rm ite una territo rializacinaccesible y la reproduccin de la fuerza de trabajo y de las rela-ciones de produccin. En una palabra, posibilita el control efi-caz por parte del blanco y la reproduccin ampliada de la empre-sa productiva espaola.

    II. Las reducciones jesuticas:un modelo ideal?

    1. La progresiva constitucin del modelo

    En la historia de las misiones jesuticas americana s tiene Juli un significado especial de haber sido el gran cam po de experi-mentacin, donde al calor de los varones ms insignes en cien-cia, virtud y celo misionero.. .se ensayaron los mtodos y se fra-

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    gu el modelo de las reducciones que luego se fue aplicando con(an felices resultados para el evangelio en el Paraguay, Mojos yen otras par tes . . . . Con es tas palabras , un autor contempor-neo, nos explica como el modelo de la reduccin jesutica que seinstaura r en el Paraguay, surgi en el Per en 1576.. . para des-

    pu s se r aplicado a la realidad gu ara n.15

    Lejos de nosotros el querer darle una proyeccin nica al ti-po de ex pe ri en ci a su rg id a a or il la s del al to P ara n (ya he mo s in -tentado mostrar la ntima conexin de estas reducciones con ex-

    pe ri me nt os qu e las pr ec ed ie ro n y, qu e a su vez, hu nd an susraces en ciertos aspectos de la experiencia precolom bina de la vi-da indgena), pero este prrafo muestra uno de los ms habi-tuales traspis, teidos de etnocentrism o, en los cuales suelen ca-er nuestros anlisis cuando olvidamos las razones complejas ypr of und as , li ga da s a la ev ol uc i n ge ne ra l de la vida co lo ni al enla regin paraguaya y rioplatense, que explican la constitucin y

    pe rv iv en ci a de l modelo jesuta.Para que quede claro: el modelo no es tal, salvo a posteriori y

    despus de una larga travesa realizada por los responsables delas misiones para comp agina r las exigencias de la evangelizacin de los salvajes con la realidad de la comunidad guaran,con /a h istoria inm ed iatam en te ant erior d e las relaciones entre elblanco y el indgena y con Ia situacin colonial en un rea perif -rica. Summosle a estos elementos la presencia de la ideologa ignaciana y la vitalidad de la orden (vitalidad que se agiganta porla pobreza y el aislamiento regional); tendremos as un buen ra-cimo de causas para explicar este fenmeno.

    a. Indios y blancos antes de la llegadade los jesutas.

    Es sabido que en la regin se asiste a un fe nmeno especficoen los primeros con tactos entre el blanco y el indgena. En lugarde un enfrentamiento blico, hallamos una particular alianzaentre los recin llegados y los carios asunceos; decimos parti-cular alia nza , pues si bien no nega mos su existencia, creemosque debe ser analizada en un marco mucho ms riguroso.

    1.10

    El problema es el siguiente. En una primera etapa, cuya du-racin al menos en la regin asuncea debi haber sido muycorta (10 a 20 aos), los dos grupos en frentado s hacen uso de unsistema de relaciones que si bien, aparentemente, parece ser elmismo, tiene connotaciones totalmente distintas y hasta contra-dictorias en el marco de cada una de las culturas consideradas.

    No s re fe ri mo s ob vi am en te al ca ca re ad o paren tes co entre los in-dgenas y los espaoles.Los guaranes entregan sus mujeres en seal de reconoci-

    miento de una alianza polticomilitar con el blanco en vista a unenfrentamiento comn con los guaycures . Es to no era una no-vedad para los indgenas y algunos trabajos, como los de PierreClastres, han de jado ver el aspectopo lt ico que puede encerrar laexogamia entre las tribus de la selva tropical y en especial, entrelos tupiguaran.16 De esta forma, los parientes quedan atados auna serie de obligaciones de intercam bio de bienes y servicios li-gada a la reciprocidad debida en esos casos. Pero no debemospa sa r po r al to el he ch o de qu e los es pa o le s ll eg an a la re gi n enel momento en que, segn dejan entrever algunas fuentes, el

    conjunto de las comunidades tupiguaran es taba sufr iendo cam-bios de im po rt an ci a, al gu no s de los cu al es gi ra ba n al re de do r deuna especfica utilizacin, por parte de los lderes indgenas, dela organizacin del parentesco. En todo caso, los blancos, comoavezados etnlogos, comprenden rpidamente el costadopo l ti co e co n mi co en ce rr ad o en la in st it uc i n de l pa re nt es co yactan con celeridad, llevando hasta sus ltimas consecuencias yen su favor, los cambios que se estn esbozando.

    Asistimos de esta forma a un proceso singular. Una institu-cin que aparentemente es la misma el parentesco ser car-gada por los dos grupos con contenidos totalmente diterentes yp ro n ta m en te de sv ir tu ada de sd e el punt o de la cul tu ra in d -gena, claro est por aquel que detentaba el monopolio de lafuerza militar. Mientras que para los indgenas, el objetivo deltrabajo realizado en el marco de la institucin del parentesco, esla satisfaccin de sus necesidades, para los blancos el trabajo to -ma tempranamente (al da siguiente de la llegada a Lambar.. .)el carcter de una mercanca y su producto se destina a un mer-

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    cado. De este modo, la insti tucin del parentesco 17 que engloba varios niveles de relaciones en el marco cultural indgena (rela-ciones sexuales, polt icas, religiosoeconmicas) va siendo des-nudada po r el blanco y reducida exclusivamente o casi, puesno negamos la demostrada existencia de relaciones sexualesentre los blancos y sus indias, pero esto no est aqu en discu-

    s i n a una relacin econmica. Y respecto al tan mentado Paraso de M ahom a , no o lvidemos a lgo esencia l: es ev identeque el blanco tiene ms que fluidas relaciones sexuales con sus indias y la demografa a suncea es un buen test imonio deello, pero estos blancos, que tienen 5, 8, 10 y ms mujeres, bus-can una cosa harto d i ferente , buscan acumular trabajo vivo ac um ul ar muj er es si gn if ic a ta m bi n ac u m u la r pa ri en te s yesta propiedad de la mujer presupone el l ibre acceso sexual a lamisma.

    Las mujeres conviven con el blanco, trabajan la t ierra, hilanel algodn, son cargadoras en las entradas, laborean el azcar yas sucesivamente.

    O sea que esta relacin de parente sco, que en el mar co de lavida aldeana engloba una serie de funciones indispensables parala reproduccin del grupo desde lo polt ico a lo ceremonial, hasido convert ida por e l b lanco en una re lacin econm ica , eneste caso, una relacin servil . De este modo, en un proceso quees difcil datar certeramente, pero que debe agotarse en los pri-meros veinte aos de contacto inicial en la regin asuncea,repetimos el blanco va convirtiendo a las primigenias rela-ciones sim tr icas ypo sit ivas de reciprocidad del grupo indgena,en una re lacin asimtrica donde la fuerza ser el factor que de-terminar e l peso espec fico de cada componente .

    Es que y pese a que a lgunos parecen pasarlo por a l to a legre-mente , hemos cruzado la barrera de una cul tura a la o t ra de

    los guaranes a los espaoles y no tiene mayor sentido hablarde pariente s, cu ados, esposas, sin poner como marco indispen-sable del anlisis del hecho. Estamos asistiendo a una rupturadel modo de produccin indgena.

    Y cuando decamos antes acumularmujeres, estbam os le josde hablar en f orma metafrica: no resul ta fc i l dar c lculos cer-

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    teros, pero n o pocas fuentes h ablan de un prom edio jde 10 muje -res por cada esp ao l.18 Adem s, estas mujeres h an pasad o a te-ner un marcado carcter mercantil (resultado obvio del carctermercant il que ha adqui rido su t rabajo): son obje to de t ra tos, sevenden, se alquilan. Otro hecho ms que nos aleja del mito para-

    disaco...Pero afi rmbamos arriba que acumular mujeres s igni ficaba

    tambin acumularparie nte s ( los tovaj , cu ados obl igados a darpr es ta ci on es al l der bl an co , co m o lo ha b an es ta do an te s a los l-deres guaranes). De esta forma, los cuados acudirn, l legadoel momento , a rea l izar las tareas complementarias t rad ic ional -mente no e jecutadas por la mano de obra femenina. Y una vezen la chacra o en la estancia, no pocos de ellos sern obligados aasentarse o lo haran de muy buena gana es deci r buscarn am paro para escapar a la v io lencia desatada por e l b lancocontra los remisos y los que no haban comprendido el cambiode tempo econmico. . .Porque, como veremos seguidamente , laviolencia ocup aqu, al igual que acull, un papel clave en la

    constitucin de las nuevas relaciones productivas.A nuest ro entender los t rabajos de Branka Susnik han sidopi on er os en el se nt id o de de sn ud ar es te as pe ct o de la al ia n za hispanoguaran. La violencia, con sus consecuencias sempiter-nas, la murte y el saqueo, no estuvieron ausentes, sino que, pore l cont rario , fueron moneda corrien te ya desde los primerostiempos. Una larga lista de violencias cometidas contra indiosamigos (dejamos totalmente de lado aqu, las expediciones puni-tivas contra los indgenas no sometidos) son un testimonio evi-dente de lo que afirmamos.19 Summosle a ello, la costumbrenacida al da siguiente de la l legada a Asuncin, de maloquearoranchear. Un documento tard o y posterior a la e tapa asunceade la conquista, pero que es testimonio de un proceso que debi

    ser similar al ocurrido en los contactos iniciales entre carios y es-pa o le s, no s de sc ri be en for m a vi vi da la en tr ad a de un gr u po desoldados a un pueblo, a la sazn ya reducido y con sacerdote:hombres hambrientos que se desparraman por las chacras ind -genas, saqueos, indios puestos en el cepo....20 Este documentoest fechado en 1616 y se refiere al Guayr, pero sobran testimo-

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    nios sobre la rcpelicin de este t ipo de hechos en los primerostiempos del asenta mien to hispan o.21

    Y el prod ucto de las malocas no se reduce nicamen te ahombres, tambin se busca ropa, mantenimientos, e tc . Este s is-tema era, adems, a falta de mejor reemplazo, el medio de pagohabitual con que se reclutaban los ejrcitos en las entradas. Al-

    gunos documentos harto expl ci tos, nos m uest ran como la pagams corriente que atraa a los soldados era el cobro de unasc u a n t a spie zas . . .q .en buen romanze son esclavos. . . .22 Imagi -nemos entonces el espritu que reina en estos ejrcitos de mesti-zos pobres, pr ontos a apoderarse de a lgunas p iezas como nicapa ga es ta bl ec id a pa ra su s de sv el os . Y es ta s m al oc as de espaoles su b ra y am os pa ra ev it ar co nf us io ne s cu and o ha ga m os men-cin a los resultados de las invasiones bandeirantes co n ti -nuaron durante un perodo bastante largo; sesenta aos despusde fundada Asuncin, todava hay testimonios de su existenciaen la propia regin de la capital .23

    Por supuesto que las comunidades guaranes no contempla-ron estos repetidos asaltos sin reaccin y, al igual que ocurrir

    durante toda la poca colonial, la guerra ser la nica respuesta polt ica de un sector de la sociedad que no tiene otros mediosde expresin autnoma: 1539, primera revuelta de los cariosasunceos; 15401543, levantamiento de los guaranes de la re-gin del Jejuy; 1546, revuelta general de todos los indgenas dela regin . Todas estas tempranas revuel tas de indios amigos y al iados , a las que seguirn muchas o t ras , fueron rpidamenteahogadas en sangre y con impresionantes cantidades demuertos. . . Tampoco estos hechos confi rman la v is in de unaconquis ta pacfica y colocan los trminos de la alianzahispanoguaran en sus verdaderos l mites, mostrando algunasde sus consecuencias para la comunidad indgena.

    Si bien no tenemos aqu la intencin de seguir paso a paso es-ta reaccin de los guaranes frente a la conquista, es adecuadorecordar que con la promulgacin de las encomiendas, en 1555,se acentan y profundizan los movimientos de resistencia albl an co . El lo se co m pl ic ar ad em s , en la d ca da del oc he nt a,con el aumento de la presin sobre el indgena resultado de la

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    pa ul a ti na ex te ns i n de al gu no s pr od uc to s lo ca les el vi no y el?car, en esta primera etapa hacia el naciente mercado re-gional.

    El conjunto de estos elementos, conforma los aspectos mssobresalientes de lo que hemos llamado antes fuerza centrfugafrente a la aldea y que puede asimismo presentarse como la

    progresiva yanaconizacin del aldeano guaran . Ser en mediode esta situacin extremadamente delicada para la aldea y asi-mismo, como resultado de la reaccin indgena, harto difcil pa-ra la cont inuacin del cont ro l b lanco sobre la comunidad, quecomienza y esto no es un azar la experiencia reduccional delos franciscanos. Esos inicios coinciden, con pocos aos de dife-rencia, con la l legada de los primeros sacerdotes de la Compaade Jess a la regin del Paraguay.

    Las fuentes ms antiguas que disponemos acerca de estosaos tempranos de la experiencia jesutica en la regin, apuntangeneralmente a mostrar dos hechos: la actividad de los sacerdo-tes jesutas se reduce en general a misiones volantes , tantoentre los espaoles como entre los indgenas y no hallamos toda-

    va motivo alguno de fricciones entre la Compaa y los enco-menderos acerca del trato al indgena.24 Es sabido que, desde lapr im er a d ca da del sig lo X VI I, es to s do s as pe ct os res ul ta r n ra-dicalmente alterados: la Compaa funda en 1610, a instanciasdel gobernador Hernandarias , su primera reduccin indgena,San Ignacio del Paran y un ao ms tarde, la visita del oidordon Francisco de Al faro, pblicam ente sostenida p or los (cati-nos con sus efectos negativos sobre la continuidad del sistemade servicio personal, al menos tal como se vena practicandopr od uc e un a cu as i su bl ev ac i n en al gu na s ci ud ad es de l Par ag ua yy del Tucumn. Ello tendr funestas consecuencias para las fu-turas relaciones entre los encomenderos paraguayos y la Compa-a. Estos dos hechos son menos contradictorios de lo que pare-cen . Cuando Hernandarias apoya calurosamente e l accionar re-duccional de los jesutas, piensa evidentemente en los buenos re-sultados que estn dando las fundaciones franciscanas, que yatenan ms de veinte aos de vida (buen resultado en el sentidode un xito creciente en el control de la aldea indgena y en la in

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    scrc in product iva de la mano de obra , encomienda mediante) .Y por lo tan to , no t iene porque suponer un corolario d iverso porpa rt e de la ac ti vi da d de la C o m p a a . A h or a bi en , no s ani m a-mos a insinuar que la oposicin jesutica a las encomiendas, estambin ella una consecuencia del accionar misional de los sacer-

    dotes , que ent ienden rpidamente e l efecto d isruptor de lo quehemos llamado la fuerza centrifuga. Y no creemos traicionar elpe ns am ie nt o de los pr im er os m is io ne ro s, si pe ns am os qu e es taoposic in fu e naciendo al calor de las dificultades que sufranlos sacerdotes en su tarea reduccional por efectos de los reitera-dos ataques con que el espaol procura hacerse de algunas

    piez as ...Entonces y recapi tu lando. Si queremos enco nt rar uno de los

    componentes ms importantes del modelo jesutico, debemoshacer hincapi en las condiciones extremadamente difciles queenfrentaba la a ldea indgena para sobreviv i r manteniendo susdimensiones y su dispersin geogrfica en ese medio que se ha-b a vu el to rp id am en te ho st il . E n re al id ad de aq u su rg ir un

    doble componente del modelo: por un lado, en tenderemos una de las razones de la rpida aceptacin por parte de los indgenasde las nuevas reducciones y por el otro, resultar evidente paralos teatinos que, sin una autonomizacin relativa de la vida re-duccional respecto del mundo de relaciones socioeconmicashspanas, la experiencia estaba destinada al fracaso o al semifracaso (ante sus propios ojos se desarrollaba otra experiencia,la del resto de los pueblos de indios de la regin, y era fcil cxlra

    er conclusiones). C uand o los jesutas afirma n en sus pedidos a lacorona, una y otra vez, que los indios aceptaron ser reducidos acambio de no ser encomendados si b ien tenemos fuertes dudassobre la forma en que participan los propios indgenas en esta negociacin es evidente que estn presentando un argu-mento que debera tener un peso superlativo a ojos del arrinco-nado guaran .

    Agregemos a esa actividad de ruptura de la comunidad reali-zada por los colonos espaoles, el accionar de los bandeirantespa ul is ta s. N o es es te el lu ga r ade cu ad o p ar a ex te nd er se sob re eltema, pero recordemos que sucesivas oleadas, cuyas races se

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    hunden en las conflictivas relaciones que existieron en la pocapr e co lo m bi na en tr e tu p es y gu ar an e s, co nm ov ie ro n la es tabi li -dad y la supervivencia misma de las comunidades guaranes delas regiones de los Itatines, Guayraes y Tapes. Si bien algunosautores han exagerado numricamente los efectos de estas ban

    deiras, es evidente que sus resultados fueron desastrosos para lastribus con cernida s.25 Y frente a estos ata ques, la reaccin del es-pa o l fu e ms qu e so sp ec ho sa , cu an do no de di re ct a co nn iv en -cia.26 La defensa que los jesutas hicieron de las miles de almasque e l bandei rante pre tenda vender como simple ganado paraque acabara sus das en los engenhos bahianos, debi haberaumentado sensible y concretamente el respeto de que gozabanlos sacerdotes entre algunas comunidades. En cambio, pocas du-das hay que los encomenderos no estuvieron a la altura de lascircunstancias y hay ms de un ejemplo de tribus o indgenas yaencomendados, como los de los pueblos villenos de 1676, quevoluntariamente como no dejara de sealar, con poco d is imu-lado regocijo, alguna fuente jesutica se van con las bandeiras,

    cansados de la explotacin y el mal trato de que eran vctimasentre sus encomenderos.27

    b. lil problema religioso guaran

    Es necesario hacer una rpida mencin a un aspecto de lacuestin que en general es pasad o por alto en los anlisis realiza-dos por los historiadores de las misiones guaranes. Gracias a lae tnografa conocemos una d imensin de la cu l tura guaran queresulta de capital importancia para entender ciertos elementosdel modelo jesutico. Nos referimos obviamente al aspecto reli-

    gioso que tuvo la lucha por el control polt ico y religioso (cmosepararlos?) de la aldea entre los sacerdotes europeos y lospa jes y karas guaranes.

    Los t rabajos de Alfred Mtraux ya hace t iempo que venaninsistiendo en la importancia capital de la vida religiosa paracomprender los enfrentamientos tempranos ent re los b lancos ylos indgenas en la regin 28 y a partir de esos trabajos, otros

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    auto res h an pr esenta do a la experiencia jesutica y la francis-cana com o el resultado del enfrentamiento ent re dos mesans mos , es decir el de la Com paa y el guaran .29 Sin em-b ar go , un es tu di o po st er io r de H le ne Cl as tr es tr ae al gu na s pr e-cisiones qu e nos parece im por tant e hacer resall ar aqu.1*1

    Segn esta autora, existe una gran diferencia entre el profe-tismo y no mesianism o tupi y el guaran. En el primero deellos gracias al anlisis de las fuentes francesas y portuguesasdel siglo XVI, que no tienen paralelo con las contemporneashispana s Hlene Clastres afirma que asistiramos a un fenme-no proftico originado en la contestacin de un cierto orden so-cial y que dara como respuesta o solucin a ese orden contesta-do, la bsqueda material de un paraso terrestre (se trata del co-nocido m ito de la Tie rra sin Mal ). En cambio, en el caso delos ejemplos guaranes tempranos especialmente Ober yGuariver estaramos frente a un profet ismo mucho ms po-l i t izado : Podram os confun di r (as ) dos fenmenos d i ferentesque se producen, al mismo tiempo, entre los Tupi y los Guaran;la bsqueda de la Tierra sin Mal y la lucha por el poderp o l ti co .. . , a fi rm a la au to ra , cr it ic an do la vis in , a su ju ic ioerrnea, de Mtraux que asimilaba los dos t ipos de expresinp ro f ti c a .31

    En todo caso y dado que no es nuestra intencin extendernossobre e l tema, no podem os dejar de subrayar la importancia dela cuestin religiosa en la constitucin del modelo', la promesa deun paraso aun cuando el paraso cristiano fuera accesible so-lamente despus de muerto no era para los guaranes algo des-conocido, sino que formaba parte de sus ms antiguas creenciasreligiosas. Y no solam ente ello es as, sino que, en su cultura ori-ginal, esta bsqueda del paraso afectaba fuertemente el ordensocial anterior (las fuentes nos muestran como los migrantes en

    b squ ed a de la T ie r ra sin Ma l aba n d o n an los cu lt iv os , rom pe ncon aspectos claves de su organizacin social como las reglasde parentesco es decir, vemos como estas migraciones t iendena alterar la estructura socioeconmica de los grupos concerni-dos). No debe asombrarnos, entonces, que la experiencia jesuti-ca que altera y a la vez retoma muchos aspectos de la organi

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    /.acin social anteriorpueda ser vivida como el p rec io ind is-pensab le para acceder a esa Tierra sin Mal de nuevo cuo qu epr om et a n esos po de ro so s he ch ic er os (m s ad el an te ve re mo scul es la visin que los mismos indgenas t ienen de las pote n-

    cias de los sacerdotes).

    Por supues to que no pensamos que sea til darle a este aspee ,lo un rol de explicacin nica, pero creemos que intentando,en forma saludable, rechazar muchas de las tonteras escritasaqu y all acerca del papel omniexplicativo de la religin cris-tiana en el hecho de la conquista hemos pasado muchas veces

    po r al to la co mpl ej id ad de la vi da re li gio sa de los pu eb lo s pr ec o-lombinos y el rol de la religin en una formacin social tan dis-tinta a la nuestra, como es la que surge con la conquista. En lospu eb lo s pr ec ol om bi no s la vi da re li gio sa no se ha ll ab a separada del .conjunto de su activ idad como grupo hum ano como tam-po co es ta ba se pa ra da la re d de no rm as de pa re nt es co y el in te n-tar una explicacin que fraccione excesivamente los diversos as-

    pe ct os de la cu lt ur a in d ge na , co nd uc e a un a vi si n ha rt o pa rc ia l i

    y peligrosamente esquemtica del fenmeno. En especial cuandola relacin entre esos diversos elementos (en este caso: religin ypo de r po l tic o) co ns ti tu ye un a tr am a to ta lm en te di st in ta a la jnuest ra y paradj icamente , mucho ms comprensib le para unespaol del siglo XVI...

    Y si quisiramos subrayar la impor tancia de este aspecto dela cuestin y la persistencia del fenmeno, bastara recordar lasublevacin ocurrida en el pueblo de indios de Arccay en1660.32 Estp levantam iento que enfre nta a los jefes indgenas c onlas exigencias de los encomenderos espaoles y que ocurre en elmarco de una situacin generalizada de inquietud indgena 33,estar dirigido por el corregidor don Rodrigo quien ...se hasiaadorar de los yndios por Dios padre, a su muger por santa maria

    la grande y a su hija por santa m aria la chiqu ita.. . .3*U na vezderrotado y sangrientamente reprimido el levantamiento, unaindia del pueblo, entregada como pieza a un espaol, no dudaren afirma r que don Rodrigo resucitara al tercer da para salvar alodos los indios de la servidumbre impuesta por los espaoles...

    Obviamente no es lcil descubrir la verdadera voz indgena

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    detrs de estos testimonios espaoles, pero estos datos muestranla evidente imbricacin del poder religioso y polt ico en la vidaguaran Arecay era un pueblo muy tard amente const i tu ido ,es decir no tenia ms de treinta aos en la poca del primer le-vantamiento , ocurrido en 1650 Deber ext raarnos entonces

    que cuando el padre Sepp, a fines del siglo XVII, nos cuente lospr og re so s de la co nv er si n en tr e los to ba ti ne s, los in d ge na s qu edirigen la resistencia a la penetracin blanca estn encabezadosp o r un tal P ed ro P uc u, a qu ie n S ep p ll am a in va ri ab le m en te fa -moso cacique, mago y tirano cruelo nigromante y tirano...! Yque an en 1726, al realizar una visita al pueblo de Los Altos, elcuest ionario incluya una pregunta acerca de los hechiceros, o encamadores?35

    Surge as otro aspecto del modelo: desde los trajes resplande-cientes de los cabildantes en las fiestas religiosas hasta las gran-des const rucciones de templos, pasando por la msica y las dan-zas, la compone nte re l ig iosa , v i ta l para e l mundo cul tura l guara-n , pero to ta lmente t ransformada en sus f ines, tendr lugar pre-

    po nd er an te en las re du cc io ne s.

    c. El proceso de autonomizacinde las reducciones.

    Decamos antes que o t ra de las componentes del modelo j e -sutico en el Paraguay, es la relativa autonomizacin de que go-zarn las reducciones respecto del mundo de relaciones socio-econmicas h ispanas. La llamamos re la t iva autonomizacin ,pu es si bi en a los oj os de lo s co n te m p or n eo s en es pe ci al , losencomende ros crio l los y de muchos h is toriadores, e l as l lama-d o Im perio je su ti co aparece como un ente separado y autnom oen re lacin , a l conjunto regional , una mirada menos naive no smuestra que ese aislamiento es slo aparente y que, mediante losmecanismos establecidos por la Compaa y slo por ello s, lasreducciones participarn activamente en la vida del espacio re-g ional , t an to con sus productos como con sus hombres.

    Ahora b ien , esta au tonomizacin se basaba en un e lemento

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    esencial: los indgenas no seran encom endad os a particulares y acambio de ese privilegio pues es un verdadero privilegio encomparacin a la situacin del resto de las comunidades indge-nas del imperio pagaran un t r ibuto a la Corona , dad o que selos considera tributarios directos del rey; este tributo ser el quedar ocasin para la actividad comercial de los oficios de la

    Compaa, pues estos son los encargados de traficar con los di-versos productos a los efectos tericos de oblar la paga. Comovemos, un crculo perfecto.

    Pero esta argumentacin tan excepcional , fue afi rmndoseslo lentamente y gracias a una larga batalla legal. Recin en lasltimas dcadas del siglo XVII de 1660 a 1680 los jesutasconsiguen su propsito final: pagar un peso de tributo por cadaindgena de 18 a 50 aos y obte ner a la vez el permiso para trafi-car la yerba y otros productos de las reducciones con el ob-

    je to de po de r pa ga r lo ade u da d o en co nc ep to de tr ib u to s .36Cmo se realizaba en la realidad este pago? Una informa-

    cin efectuada por Vzquez de Agero , posterior a una denun-

    cia del gobernador paraguayo Martn de Bara 37, en ocasin deuna visita al Ro de la Plata en la dcada del 30 del siglo XVIII,nos muestra la situacin siguiente: la Compaa haba pagadodesde 1667 ao de la visita del fiscal de Guatemala, Ibaez deFara el tributo correspondiente a 10.700 indgenas segn elpa d r n co nf ec ci on ad o po r el ci ta do fu nc io na ri o. Per o de es tos10.700 pesos era necesario descon tar el snodo de los curas de lasreducciones, con lo cual Vzquez de Agero se encuentra con ladesagradable sorpresa que desde 1667 slo se pagaban 653 pesos2 reales anuales y ello sin tener en cuen ta adem s el posterio r cre-cimiento demogrfico de las reducciones.38 En fin, dejemos estode lado que nos muestra el desorden financiero de la administra-cin colonial y...la habilidad de la Compaa de Jess.

    Sin embargo, pese a lo dicho, hubo casos aislados de persis-tencia de la encomienda. En Guayr y hasta la cada de las re-ducciones del Paranapanema por efectos de la gran invasinbandeirante de los aos 16281632, las reducciones de S an Igna-cio de Ypaunbuc y Loreto del Prap se vieron obligadas aentregar la mita, si bien los jesutas hicieron lo posible para difi

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    cuitar esa entrega.w Y 110 es en absoluto inverosmil suponer quela gigantesca ancibasis dirigida por Rui/, de Monloya en 1632 pararetirar a los indgenas y l levarlos Paran abajo, estuviera en rela-cin tanto con la invasin paulista como con el proyecto dearrancarlos defin i tivamente de las manos de sus encomenderos,como efectivamente ocurri.40 En todo caso, los efectos de esta

    retirada se hicieron sentir durante muchos aos, durante loscuales los encomenderos y sus herederos pidieron, en vano, lapa ga de la (a sa po r pa rt e de los in di os qu e ha b an es ta do en lasantiguas reducciones del Guayr.41

    Adem s de este caso, es evidente que, en los Itatines, los ind-genas pagaban su (asa a los encomenderos y ello explicar des-pu s lo do s los co nf li ct os po st er io re s cu and o ta mbi n , en 1666,estos pueblos sean mudados ro Paraguay abajo.42 Y finalmen-te, para most rar como este modelo se construye necesariamenteen forma progresiva, es indudable que en pleno siglo XV11I, losindgenas de San Ignacio del Paraguay seguan encomendados avecinos de Asuncin.43

    Pero en trminos generales, se puede afirmar que la norma v-

    lida para el conjunto de las reducciones jesuticas es el de estarexentas de servicio personal.

    Ahora bien, dado que las reducciones y sus indgenas no vi-ven dentro de una campana de cristal , sino en la realidad colo-nial de un rea bien concreta, para co mprende i los efectos de es-ta autonomizacin sobre la comunidad indgena, es indispen-sable hacer una rpida referencia a la situacin del resto de lospu eb lo s de in di os y re du cc io ne s en la re gi n .

    Ya desde fines del siglo XVI y a medida que los productospa ra gu ay os vi no , az c ar y m s ta rd e, ye rb a y ta b ac o ha ce nsu irrupcin en el mercado dominado por el eje Lima/Potos, lapr es i n so br e la co m un id ad in d ge na de los pu eb lo s se ir ac en -

    tuando. Dos sern los sistemas mediante los cuales los empresa-rios privados accedern a la mano de obra indgena: la enco-mienda, es decir el servicio por tu rnos de los indios a su seo ry el mandamiento, o sea la asignacin de trabajo por parte del Es-tado a encomenderos y a no encomenderos. Estos dos t ipos depr es ta ci on es pr es io na r n so br e la al de a, ag re g nd os e a la cx pl o

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    tacin encubierta de que era objeto por parle del cura doctrineroy de la li te dom inante india. No pod emos aqu detenernos exce-sivamente en este aspecto de la historia de las relaciones de pro-duccin en el rea y remitirnos al lector a otros estudios nuestrossobre el tema.44

    Volviendo a los jesutas y sus reducciones, esta aulonomiz.a

    cin q ue se extiende tam bin a los mand am ien tos estat ales4'si bien es real y debi haber sido a los ojos de los leatinos de unaimportancia superlativa para asegurar el xito de la experiencia,debe ser matizada. En efecto, una de las condiciones (implcitas)de negociacin entre la Compaa de Jess y la corona respectoa la situacin de excepcin de los pueblos (bajo monto del tribu-to, edad de los indgenas tributarios, exencin de todo serviciope rs on al , 110 pago de ningn impuesto de circulacin, situacinmuy peculiar en el pago de los diezmos, etc.) sera que los indiosdeberan estar listos para acudir al real servicio. Es asi como losindgenas intervendran en la construccin de obras pblicas y defortificacin y acudirn a la guerra, pero lo harn conducidos

    po r su s sa ce rd ot es y j us ta m en te co mo conditio siite qua non pa -

    ra la salvaguarda de su aut onom a. Es decir que esta era en reali-dad una forma de mandamiento , pero s iempre dest inada al re-al servicio y controlada en sus ri tmos y amplitud, por la propiaCompa a . Decamos arriba que esta au tonomizacin era re la t i -va, pues es indudable que al participar, por ejemplo en la cons-truccin de un fuerte dado el carcter devastador que laguerra contra el indgena 110 reducido tena para la economa re-gional la Compaa, les guste o no a sus propios enemigos,contribuye junto con el resto de los indios obligados a manda-mientos, a un acrecentamiento del nivel de las fuerz as pro ducti-vas. Y es por ello que, estructuralmente, las reducciones estnmucho ms presentes en la vida cotidiana de la regin que lo quetoda una li teratura separ atista nos lo l ia hecho creer.46

    d. El poder de la Compama de Jess

    y el rol militar de las misiones

    Finalmente nos quedan dos aspectos importantes del modelo

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    que suelen dejarse de lado habi tualmente. La Com paa de Je-ss, como es evidente para los que conocen la historia europeade la orden, no es una orden ms entre otras. Nacida al calor dela oleada de la Contrar reforma, plenamente embuida de su pa-

    pel ce nt ra l par a la re cr ea ci n de un cr is ti an is mo mi li ta nt e, fo rm aa sus miembros en una concepcin nueva de las relaciones entre

    el poder secular y el religioso. En Amrica, es extraordinariocomprobar la rapidez con que la Compaa coloca a sus ,hombres cerca de las claves del poder poltico: de la misma for-ma qu e los jesutas son confesores de a lgunos reyes poderosos deEuropa, no pocos virreyes tendrn su padre confesor salido delas f i las de la Compaa. Adems , asombra la temprana voca-cin poltica en cua nto a relaciones con las cabezas del po-der que tiene la orden: en Paraguay, ya en 1623, se dictanajus tadas reglas internas sobre el comportam iento que deben se-guir los jesutas frente a los gobernadores y demsautor idades .47

    De es ta forma comprendemos porque la Compaa cons iguemuchas cosas que eran totalmente inaccesibles para los francis-canos o los capu chin os.48 Se explica as la solidez con qu e se vaaf i rmando el modelo en cuanto a sus relaciones con los enco-menderos y el poder poltico local. Esta verdadera estructuramultiregional (y que se extenda rpidamente por casi todo el or-be) es hart o po de ro sa co m o par a qu e los en co m en de ro s para -guayos, dejados verdaderamente de la mano de dios en esa leja-na provincia fronteriza, pudieran hacerle frente.

    Y es as como entendere mos el otro aspecto del problem a: elrol militar de las reducciones. Este papel militar debe ser consi-derado en relacin a dos variables que se complementan: la si-tuacin fronteriza de las misiones en este rea perifrica del im-pe rio es pa o l y las ti ra nt s im as re la ci on es qu e, a co ns ec ue nc ia

    del especial sta tus de las reducciones, sostienen los jesutas conlos colonos hispanos y criollos. Y los jesutas demostraron enmuchsimas ocasiones ya sea frente a los enemigos de Espaa,como frente a los colonos49 que sus tropas indgenas eran decuidado. Cuatro expulsiones del Colegio jesuta de la ciudad deAsuncin, ms uno de los levantamientos ms complejos que so-

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    por t la co ro na en el sig lo XV II I (siglo ha rt o ri co en le va nt a-mientos y movimientos de diverso carcter, pese a que nuestroshistoriadores vernculos han decretado que la historia pol tica comienza en 1810.. .) , son alguna s de las consecuencias de esta si-tuacin.

    Pero, lodo esto, en lugar de las crticas habituales que nos

    hablan de los pobres (?) encomenderos atacados militarmentepo r los te at in os , no s de be r a ha ce r re fl ex io na r so br e la fo rm a enque esta manifestacin militar de las reducciones permita darrienda suelta a dos aspectos vitales sea para los jesutas su cris-tianismo militante sea pa ra los gu ara n e s el pa pe l ce nt ra l dela guerra en la que haba sido hasta ayer su propia cultura. Cre-emos que este es verdaderamente, al igual que en el apecto reli-gioso, un elemento que nos muestra como los jesutas pudieronreconvertir un rea de la cultura indgena y reorientarla para fi-nes propios : . . . esta tarea no nos cos t mucho t rabajo, pues de-

    b am os so la me nt e tr ans fo rm ar la cr ue ld ad , qu e sus an te pa sa do sles haban transmitido por herencia, en virtud del Santo Evange-lio, en fuerza e ingenio cristian o.. . .50 Adem s, hay que reco no-cer que los indgenas deberan ser los primeros entusiasmadoscuando eran conducidos a enfrentarse con los bandeirantes

    qu e ll ev ab an co mo al ia do s a los tu p es , en em ig os ir re co nc i-liables de los guaranes o con los encomenderos paraguayos,cuyos fines respecto al destino que queran dar a las reduccionesno les seran desconocidos. Creemos que una nueva frase del

    pa dr e Se pp no s in di ca el p ro fu ndo se nt id o qu e ti en e pa ra los je -sutas esta variable del modelo: Su Santidad el Papa no vacilen elogiarlos diciendo estas palabras inolvidables: Vere filii Societatis Jesu sunt isti, verdaderamente, estos indios son autnti-cos hijos de la Compaa de Jess. Et Socie tas est genuina f il ia ecclesiae militan tis, y la com paa es genuina hija de la iglesa mi-

    litante .51Este aspecto de la cuestin es doblemente importante: por

    un lado, los guaranes de las reducciones pueden escapar, aundentro de la contradictoria situacin de estar dirigidos por un sa-cerdote europeo, al monopo lio de a violencia po r parte de losblancos. El hecho de tener su propia estructura militar indepen-

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    diente del pode r colonial local, debe haber conducido a valorizarenormemente su propia existencia , aun cuando esa est ructurab li ca es te , re pe ti mos , co n du ci da po r un mis io ne ro . Y ell o esms importante si los indgenas de las reducciones comparabansu situacin con la del resto de los indios reducidos, quienes, u navez pasa do el mom ento de las entra das picas de la conquista,

    po ca s veces se rv a n co m o tr o pa in de pe nd ie nt e.Esto nos l leva a otra faz del problema: el peso extraordina rioque tendrn las reducciones en la resolucin de los gravesenfre ntamie ntos sociales y polt icos de la regin. Ya sea contra elobispo Crdenas y los encomenderos o contra los sublevados de17211735, en sus diversas var iantes, los indios t ienen la opor tu-nidad de jugarfr en te a los blanco s un rol relevante c inusitadoen el desarrollo de las luchas sociales de la colonia. Aun cuandoeste rol no sea el resultado de la libre eleccin del indgena, ellono obsta para que esa milicia tenga un peso absolutamente indi-to en los enfrentamientos locales y que los mismos indgenas se-

    an; conscien tes de este he cho.

    2. El modelo por dentro

    Dejemos por un momento las grandes l neas de anlisis yentremos a considerar de cerca la realidad de la vida reduccional. De esta forma, el modelo mostrar una vez ms sus dife-rencias y semejanzas con el resto de las formas de encu adranliento de la vida indgena en el mundo colonial hispano.

    a. El indio y el sacerdote

    Cul es la visin que tiene el sacerdote de la vida indgena?Es sta una visin radicalmente diversa de la de los colonizado-

    res espaoles? Y las consecuencias de sa visin son distintaspa ra las co m un id ad es in d ge na s?

    Cuando leemos las memorias y escritos de los sacerdotes je-sutas, un primer hecho salta a la vista: la adjetivacin, o bligato-riamente maniqueista, al referirse a indgenas reducidos y no rc

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    ducidos. Mient ras los primeros son mansas ovejas , los indiosno reducidos son invariablemente lobos feroces . F.l papel delmisionero es, entonces, convertir al lobo en oveja.

    La conversin se apoya en dos sistemas que se usan alternati-vamente o en forma conjunta de acuerdo a las circunstancias.Uno de e llos, que podramos l lamar convencimiento , est ba-

    sado en la fuerza de conviccin del sacerdote y en sus dotes parautil izar un inagotable arsenal de argumentos, que se extiendedesde los regalitos repartidos cual espejos de Coln, hasta elceremonial religioso, aparatosamente exhibido y que tiene en lapa la br a un o de su s el em en to s cl av e. De la m is ma fo rm a qu e lapa la br a es un co m po ne nt e b si co y c en tr al del po de r de los je fe sindgenas, el sacerdote debe hacer uso de ella, a veces durantelargas horas, como medio fundamental para l legar a los nuevosconversos.

    Pero much as veces, imposible decir con qu frecuencia, estosargumentos no bastan y se acude entonces a la fuerza, l isa y l la-na, como sistema de conversin. Es as como vemos que, aun enel curso de las primeras fundaciones, se acude a la ayuda de la

    fuerza armada hispana y ms tarde, de indgenas ya reducidos,pa ra co nv en ce r a los re mi so s. X ar qu e y Se pp , en tr e ot ro s, re la -tan con lujo de detalles este tipo de fraudes piad osos , segnlas palabras de este ltimo: un cacique demasiado remiso a losargumentos divinos, es tomado por la fuerza, en medio de unaesplndida ceremonia preparada para recibirlo y unos buenosmeses de cadenas lo hacen entrar rpidamente en razones.52 Pcro no debemos equivocarnos y achacar esta actitud a una carac-terstica especfica de la Compaa; tanto en las reduccionesfranciscanas y de clrigos de fines del XVI 53, Como en lo que

    po dr a m os ll am ar un a co nc ep ci n re lig io sa he re da d a de la re -conquista, la fuerza es siempre un elemento necesario de la con-versin del infiel . Un can nigo de la catedral de Buenos Aires lodir, en 1673, con palabras de una claridad meridiana: ...t ienemostrada la experiencia que este gento ms se sujeta al temorque al amor, primero al arcabuz que a la cruz. Pues slo perseve-

    ran xpianos aquellos Pueblos que fueron primero atemorizadosde las arm as. . . .54

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    Y es as como las dos variables que compone n el meollo de ladominacin blanca sobre el indgena, el control ideolgico y lafuerza desnuda, hacen su aparicin en la experiencia de las mi-siones jesuticas desde el comienzo m ismo de las relaciones entre

    el sacerdote y el indio.

    Otro aspecto que impresiona por su reiteracin, refirindo-nos ahora a los indgenas reducidos, es la constante apelacin afiguras del tipo pa dr e/hi jo en la relacin entre el sacerdote y losindgenas de las reducciones. Una buena cantidad de citas, queno pretende ser exhaustiva, cosa que sera absurda, nos muestrala profundidad de este concepto en la mitologa misionera: losindios son nios grandes y tienen en realidad una humanidad amedias son . . . algo super iores a los animale s . . . , huma ni-dad que se mantie ne estacion ara.55 lista caracterstica de infantilidad (eterna, dado que la niez de los indgenas es algo cons-tante y no su fre variaciones, sea con el paso de las generaciones,sea en los diferentes individuos) es la que posibilita la existencia

    de la figura que es su cont rapa rtida, es decir elpadre. Todo nionecesita un padre y toda niez eterna exige una pre sencia pa ter -nal constante que vigile, oriente y corrija esa niez.

    De esta forma pasamos al segundo aspecto de ese mito: el sa-cerdote /padre, ante la incapacidad manif ies ta de sus pupi los /hi-

    jo s se ve en la ob li ga ci n de organizar la vida de la reduccin.Esta funcin totalizadora de organizacin es descripta con lujode detalles por muchsimas fuentes y es la que demuestra, en for-ma de perfecto silogismo, la necesidad de la existencia de la re-duccin.5>No slo el sacerdote est plenamente convencido de quesus hijos se morirn de hambre, sed y enfermedades si no fuera

    po r sus cu id ad os, si no qu e, med ia nt e un a he rm os a pi ru et a de la

    argumentacin, 110 pocas fuentes que exaltan el accionar de lossacerdotes jesutas , como X arque y Murator i , no dudan en acre-ditar a los padres incluso el hecho de haber introducido la agri-cultura o el hilado entre sus nefitos.57 Y no importa aqu sea-lar si es to es un lapsus o una ma niobra , sino mostrar la pro-fundidad de la identificacin del rol del sacerdote con el de unverdadero hroe fundado r. No debe extraarnos , entonces , que

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    los propios indgenas atribuy an muchas veces los ms inusitadospo de re s a los sa ce rd ot es de su re du cc i n .5X

    Y es as como nos enfren tamos con otro problem a, estrecha-mente ligado a lo que venimos ana lizando: la dificultad que tieneel sacerdote para entende r la racion alidad del accionar ind-

    gena. Aun los ms inteligentes de entre ellos, que elogiansin embages la habilidad del indio para algunas tareas (como lrastreo de huellas, el desempeo de artes mecnica s o la acti-vidad musical), se muestran totalmente miopes cuando se trata decomprender qu relacin puede haber entre el mundo cultural

    pr op io del in d ge na y la re d de ca pa ci da de s de sa rr ol la da s en fu n-cin de ese mundo. Incluso algunos ejemplos, transcriptos porlos propios sacerdotes, donde se puede comprobar la clara ade-cuacin entre tecnologa indgena, esfuerzo puesto en prctica yrecursos naturale s disponibles, suelen suscitar acerbas crticas enel observador cuando este accionar escapa a una concepcineuropea de la cuestin.59

    De este modo llegamos a un punto clave, que recorta uno delos aspectos del caracter de las reducciones como fenmeno co-lonial: la negativa a considerar al mundo indgena como otromundo y su inclusin en un subm un do , un mundo subalte rno ,lleno de irracionalidad, donde slo la presencia del padre/sacer-dote permite la llegada de un poco de luz y de razn.

    La represin y sus formas

    Ms arriba hemos marcado la diferencia existente entre lasreducciones jesuticas y el resto de los pueblos de indios de la re-gin, pero no debemos suponer que ello convierte a las reduc-

    ciones de la Com paa de Jess en un paraso; no, en realidad, silos pueblos de indios, en especial desde la ampliacin del merca -do regional con las consecuencias negativas sobre la reproduc -cin de la comun idad y con los efectos desastrosos de la cada dela segu nda Villa Rica en 1676, se hab an ido con virtie ndo enverdaderos infiernos, las reducciones jesuticas pese al opti-mismo que Muraiori y algunos publicistas del siglo XVIII

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    impregnaron a la tradicin occidental sobre el tema, estn Ic-ios del paraso. I .a verdad es que desde el Paraso deMah oma has ta El cr ist ianismo fel iz , la regin abunda encampos discos. . . al menos en la hisloiiogialia. . .

    La represin tiene dos variables que se complementan mu-tuame nte. U na, la menos visible cadenas invisibles dira un

    cronista ilustrado al referirse a ella tiene la habilidad dearraigarse en aspectos muy profundos de la cultura indgena. Esas como aparecen lodos los matices de esa reconversin que hanoper ado los jesutas y la religin, la msica y las danzas formanun todo que acompaa cada tarea cot idiana de la vida reduccional no hay act ividad colect iva, por nimia que sea, que notenga una determinada carga religiosa o que no est acompaa-da por una manifestacin musical. Desde pequeos, los indge-nas aprenden a medir el paso de las horas por el taer de las cam-pa na s de su igl esi a. Desde pe qu e os sa be n qu e la ms ic a ac om -pa a y ri tm a ca da oc up ac i n co ti di an a. T am bi n la ma gn if ie cn cia de las iglesias es un fenm eno cu idadosa mente estudiado . No

    po co s te st im on io s nos in fo rm an de la av id ez de tos in d ge na s po remular en riquezas y ornamentos a un pueblo vecino. Y en estecaso, tambin las fuentes de la Compaa no.dudan en otorgar aeste despliegue su verdadero papel en la sujecin del indgena.

    Pero hay un aspecto de la represin ideolgica que tiene unamanifestacin especfica en las misiones de la Compaa: la ne-gativa a que los in dg e n a s aprendan el castellano. Pareceracontradictor io lomar es te elemento como f o r m a n d o pa rt e de arepresin ideolgica y se podra suponer que nos hallamos anteun intento de preservar la cul tura indgena. Pero nada masalejado de las intenciones, por otra parte manifiestas, de laCompaa. La negativa al uso del castellano es uno de los ele-mentos que obliga al indio a la mediacin del sacerdote. Pero co-

    mo es imposible suponer que ningn indgena aprendera cas-tellano y dado que en las reducciones mismas existen escue as( . . .no p ara que lleguen a hablar o entender el castellano o el la-tn, sino para que sepan cantar en coro.. . y para que los niosnue nos sirven puedan leernos lecturas espaolas o latinas. . . du-rante la comida en el refectori o las instrucciones de los su

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    pci i or cs ilc la or de n so n es tr ic ta s ac er ca de est as lect ur as : No sepe rm it a qu e los In dios lea n m as. Reg las en ro man ce qdo . se leenen el Refilorio.sno en latn, ni que vean uros, ordenes, nstruciones o cartas de los Supes.. . pa ra que se escuse que anden uros,libros en manos de indios... y pacen las noticias a los demas In-dios . . . 6

    No se tr at a aq u de pr es er var la cu lt ur a in d ge na , sino deaislar al indio del entorno, colonizndolo en una cultura pre-fabricada y hablada en su propia lengua. Los resultados son me-nos contradictorios de lo que parecen: el indgena ser un coloni-zado y participar vicariamente a travs de la insercin de lasreducciones en la vida regional en ese mundo colonial, peroestar mucho ms desprovisto que otros indgenas de armas pro-pi as pa ra co nv er ti rs e, au nq ue sea su bal te rn am en te , en un ser integrado a ese mundo.

    Mas lodo eslo 110 es suficiente para mantener al indgena enpo li c a. Los pa lo s so n el ag re ga do in di sp en sa bl e de la vi da reduccional. Ya desde las primeras fun dac ione s/* hasta la reite-

    rada mencin al prob lema en las rdenes de los Provinciales, re-sulta obvio que en este paraso hay ovejas descarriadas/4 Y heaqu tino de los resultados del xito jesuta: no hay en las re-ducciones, hasta donde podamos saber, situaciones de rebelincomo tas de Arecay u otras; en cambio y ante la imposibilidadde soldadura de una resistencia poltica , la resistencia lomaun carad or individual en el com portam iento delictivo y en lashuidas. Y para estas ovejas descarriadas no hay otra alternativaque recurrir, al igual que el resto de los pueblos indgenas de laregin, a la mano dura: castigos corporales aplicados siempre

    po r o tr o in d ge na de la re du cc i n y n un ca po r el pr opi o sa cer do -te , cepos, cadenas, crceles, etc. , forman pa rte del pan coti-

    diano de los insumisos. Y muchas veces esta insumicin resultade hechos banales: Y porqe. los mas de los rigores qe.estospo br es ex pe ri me nt an , ju zg o no son po r lo qe. de ben a Dio s y a suIglesia en sus man damie ntos y Presepio sino porqe .fallan a mas.

    pr op ia s tr ad ic io ne s; a nr as . ideas y ca pr ic ho s y mu ch as veces anras. conveniencias y regalos. . . Estas palabras adquieren ma-

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    yor fuerza de testimonio si recordamos que son del padre JaymeAgilitar, vi sitad or de la Comp a a en el arto 1735.>s

    En una palabra y para retener aqu lo fundamental de esta vi-sin que se nos da del indgena: el indio es un ser niu/irracional, cuyos patrones de comportamiento no son todava un todava que es en realidad un nunca civi l izados y por lo

    tanto slo la presencia delsa cerd ote/pa dr e/orga ni zado rasegu ,ra la racionalizacin de la vida y de la produccin en el marco delas reducciones. Es este silogismo el que explica la necesidad mis-ma de la existencia de la reduccin como institucin para huma-nizaral indgena y asegurar, en un plazo indeterminado, su pasoa un mund o donde las concepciones de Dios , t iempo, t rabajo y

    vida sean racionales.

    b. La vida econmica de la reduccin

    Veamos ahora la forma en que se expresa, en la realidad

    concreta de la vida reduccional, esta prctica misionera que, sinsaber lo, real iza una act iva mezcla entre lo viejo y lo nuevo a los efectos de integr ar al indgena en un mundo regido por

    la razn.Recordemos en unas lneas la organizacin econmica inter-

    na de la reduccin jesutica. Es sabido que el productor directotrabaja una parle de su tiempo en la parcela nuclear que se le haas ignado a su casamiento. Es te t rabajo llamado abamba, aligual que la parcela fsica est destinado a suplir la subsisten-cia del productor y su familia; su producto maz, legumbres ymandioca integra la dieta cotidiana del indgena de las reduc-ciones.

    El reslo del tiempo el prod ucto r trabaja en el tupainba, cu -yo producto estar destinado por un lado, a la redistribucin,tanto en caso de sequa o epidemia, como para el consumo deaquellos que por diversas razones viudez, enfermedad, etc.no integran una unidad domstica. Por otro lado, quedar un res-

    to a disposicin de la Compaa que se encarga de su comerciali-zacin. Es decir que este sector no sera otro que el fondo de re-

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    distribucin controlado anteriormente por los jefes indgenas yque ha sido inflado por los jesutas a los efectos de que las re-ducciones puedan autoabastecerse y contribuyan adems, comoel resto de las casas y Colegios de la Comp aa, al mantenim ien-to de la Orden. O sea que esta inflaci n del tupamballeva almximo y sub vie rte la figura de redistribucin que la etnologacontempornea ha dibujado para las sociedades pr imitivas .A nuestro entender, ha sido Louis Necker, en su trabajo sobrelas reducciones franciscanas en la regin, quien ha sealado porvez primera y claramente el ntimo parentesco de estas institu-ciones supuestamente jesuticas y las figuras de reciprocidad yredistribucin.66

    Veremos ahora a travs de algunos problemas planteados enel funcionamiento cotidiano de la economa reduccional, la for-ma en que se complejiza este modelo, mostrando por un lado,las races indgenas que continan perviviendo en ciertos aspec-tos de esta economa y por el otro, la dificultosa aparicin de

    pa tr on es ra ci on al es en el com por ta m ie n to ec on m ic o in d ge -

    na. Ambas vertientes de esa misma realidad, nos mostrarn msclaramente la simbiosis de falacias y semiverdades encerrada enlas aserciones de los misioneros acerca del indgena.

    El rol econmico de los jefes

    Cul era el rol de los jefes guaranes? El jefe es fundamen-talmente un rbi t ro un hacedor de paz en el inter ior delgrupo; su poder crece con toda actividad ligada a la guerra hastaconvertirse en absoluta durante las expediciones punitivas. Sugenerosidad y su capacidad oratoria lo distinguen, al igual que la

    po li ga mia , del re st o del g ru po .67 Ev id en te men te , es ta ti po lo g aque vale para la mayor pa rle de las tribus de la selva tropical, esexcesivamente general y debi haber internamente en los dis-tintos grupos guaranes muchas diferencias que desconocemos.Veremos qu qu eda de este antiguo rol de los caciques en las re-ducciones.

    Ya hemos visto que un o de los aspectos que explicaba el tno

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    dlo jesutico era su triunfo sobre los jefcs/hcchiccros; estetriunfo debe haber quitado considerable poder al cacique, peroes evidente que la institucin sigue en pie. Y no nos referimosaqu a los aspectos establecidos por las leyes hispanas el inten-to de reforzar el poder de los caciques sobre sus vasallos a losefectos de convertir a los jefes en intermediarios de la relacin

    colonia lf,K sino a la existencia de otra realid ad, que va msall del papel de comparsa de la autoridad espaola.

    El padre Scpp nos cuenta cmo, al intentar fundar un nuevopu eb lo da do el cr ec im ie nt o de mogr f ic o de la re du cc i n de SanMiguel de la cual el era el sacerdote, convoca a los caciques paratratar el problem a de la mud anza . U na vez. convencid os stos dela necesidad de la nueva fundacin, Scpp alirma que resolvio . . .as ignar a cada cacique los campos y pas tos que correspon-

    den al nme ro de sus familiares y vasallos. . . y que Jcique que tena sesenta a setenta indios en su poder le adjudiquunas tierras frtiles atravesadas po r un arroyo al egre . . . .69 Si

    bi en la fu en te no lo af ir m a ca te g ri ca men te , es ev id en te qu e lastierras en cuestin son las pertenecientes al abamba y que en-

    tonces el jefe era el encarg ado de pon er en posesin de su parce-la a cada vasallo ; ste recibir de sus mano s la tierra redistri-

    bu id a y no de m an os de l sa ce rd ot e.Otro testimonio, de una poca cercana al anterior, nos

    muestra a algunos caciques quejndose a un padre visitador y pi-diendo que.. .se les restituyan algunos de sus vasallos que mo -ran en otros Pu ebl os. . . ; ello da lugar a una seiie de medidas

    par a ef ec tu ar es a re st it uc i n. 70 P or su pue st o qu e la pa la br a va-sallo.v que las fuentes usan una y otra vez Scpp dice que elcacique . . . es un seor feudal que dispone de mucho s v a -sallos. . . 71 no debe hacern os sacar conclusiones equvo -cas. Pero este ltimo te stimonio nos dice algo ms sobre el rol de

    los jefes: si stos piden que se les restituyan sus hombres y lospa dr es ac ep ta n es a re st it uc i n, es q ue no so la me nt e la in st it uc i nsigue muy viva, sino que el cacique contina obteniendo positi-vas ventajas con la presencia y posiblemen te el traba jo desus subordinados. Y no nos referimos solamente al hecho de queel cacique, probablemente, reciba como parte de las obligaciones

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    debidas a su autoridad , el trabajo de sus vasallos en la parcelade su unidad domstica, sino tambin a lodo un mundo de piesligio que sigue funcionando aun dentro del marco de la reduc-cin.

    Pero veamos otro aspecto del papel de los jefes. Una cita nosilustrar acerca de la persistencia de algunas huellas de la re-

    ciprocidad tribal Para que en tiempo de chacarera no se pierdala (?) gente se juntaran con cada Casiquc sus vasallos y juntostodos haran un dia la chacra de uno hasta acabarla y s fuere ne-cesario ms das tambin; y despus ju nto s todo s la chacra deotro y assi las de los demas vasallos de cada ca siqu c .72 La citaes transparente. Nos muestra como, pese a la imagen quequieren dar reiteradamente de s mismos como nicos or^unizii'clores cJe la produccin , los jesutas siguen haciendo descansaruna parte importante de sta cu los viejos modelos de reciproci-dad alde ana . Y este ejemp lo est lejos de ser el nic o.71

    Y no es casual que se seale esta supervivencia con mayo rfuerza en el abamba: para el indgena del comn no era difcilcomprender la necesidad de ayuda mutua en el laboreo de la par-

    cela domstica de cada unidad; era por el contrario, mucho mscomp leja la situacin del tupamba, que si bien oficia en los mo-mentos de carencias como redistribuidor, resulta claro para elindio que l no controla en absoluto el destino final de los produc-tos de su trabajo en ese sector. Un corregidor indgena de unpu eb lo no je su t ic o, don Tl io m s Ys og ob , no s da un a de a d e 'cul poda ser la visin del indio de su traba jo par a la com uni-d a d ': ... los cilios, cura prop ietario e ynleiina rio no les comunicavan ni hacia saver los tratos y contratos que tenia y que desdesus antepasad os los curas hacan tra vaja r a los yndios y aplicavaa la comunidad lo que gastaban.. .y que en quanto a la paga desu travajo personal 110 les pagavan por que se supona ser lo pro-ducido para el Pueblo y tambin por ser Padre espiritual deellos. . . , este testimonio po diia ser suscripto sin duda por unindgena de las reducciones jesuticas.74

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    Existe un sector (le propiedad individual?

    El modelo descripto, con su divisin entre tiempo de traba-jo de di ca do a la re pr od uc ci n del pr odu ct o r y s u fa mi li a y ti em -po de tr aba jo or ie nt ad o ha ci a la com unid ad , ex cluy e la po si bi li -dad de apropiacin individual de algunos recursos? La respuesta

    debe ser muy mat izada.Obviamente, cada unidad domestica es propietaria de los

    medios de trabajo indispensables que, excepto algunos instru-mentos de h ierro, es casi siempre el resultado del traba jo del pro-

    pi o p ro duc to r, con ti nu ando de es ta fo rm a to da una tr ad ic i nanterior. El resto de los utensilios, confeccionado por los artesa-nos del pueblo, es recibido de la comunidad ypo sedo por el pro-ductor en su cal idad de cabeza de una unidad domst ica.

    Has ta aqu no hay problemas . Es tos comienzan a surgir cuando recordamos que algunos ar tesanos por ejemplo, los te-

    je dore s re ci be n una po rc i n del p ro du ct o de su tr ab aj o (en es-te caso mnima, pues alcanza a 4 varas cada 200 varas tejidas), lo

    que los coloca objetivamente en una cierta situacin de diferen-ciacin social frente al resto de los indgenas de la comunidad.Pero, el asunto se complica cuando nos refer imos a la produc-cin yerbatera. Una serie de renles, basianie extendidas en eltiempo y harto claras en su significado, no dejan lugar a dudas:en los primeros tiempos, el indio tena derecho a apropiarse dircctamcnte de una cierta cantidad de yerba lodo lo que exce-da su t r ibuto , como dicen las fuentes y esa yerba poda te-ner cualquier destino, incluso poda ser vendida .

    En una informacin de 1655, uno de los testigos es bastanteexplcito: . . .dixo que la dha. yerba es de los yndios particularesde dlias. reduciones. La qual este leslgo vio estando en dluts. Re-ducciones la benden y truecan como cosa suya a diferentes per-

    son as a xeeros y este testigo lo esperimenlo con dhos. yndiospo r have rl es tr oc ad o muc ho s xe ne ro s po r dh a. ye rb a y ans i mesmo le consta como en las ciudades donde llegan hazen lo propiocanvia ndola y trocn dola co mo cosa suy a.. . .75 O sea, el indge-na es propietario de la porcin de yerba que ha contribuido a

    p ro duci r no se ol vi de qu e es ta mos a n en la p oc a de los ye r-

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    ba le s si lves tr es y de be en tr eg ar al sa ce rd ot e s lo la ll am ad a li-mosna.

    En la primera p oca de esta limosna, que las rdenes de losvisitadores de la Compaa prohben repelida e intilmente quese exija en form a com pulsiv a,7(1 surgir el esbozo primitivo deltuparnba, como parece insinuarlo otro testigo de la informa-

    cin de 1655, el padre Thomas de Urea, procurador de la pro-vincia platense de la orden.77

    Pero a medida que transcurre el tiempo, se observa unainflexin progresiva en esa antigua costumbre de que los indge-nas conservaran la propiedad de una parte de la yerba por ellos

    pr od uc id a. En la ca rt a del pr ov in ci al T om as de Ba ez a de 1682,se advierte que . . .a los Indios que vienen del yerbal no se les re-gistre los sacos o cestos...ni menos se les obliguen que lo lleven ala casa del Pe. sino que voluntariamente los llevan quando quierencomprar algunas cosas de que necessitan, exeptuase layerba tocante al tributo o lupamb ae, com o esta en uso .78 Esdecir, hay aqu un cambio evidente: el indgena entrega la partecorrespondiente al tuparnba rlas fuentes insisten en llamarlotributo y esto lo hacen sin contrapartida. Pero, la yerba res-

    tante, ya no puede ser vendida . . .com o cosa suya a diferenlespers on as. .. , c om o a fi rm aba el te st im on io de 1655 , ah o ra , de beser trocada con el sacerdote, quien de esta forma, funciona co-mo lo hacan los curas (y ms tarde, los administradores laicos)de los restantes pueblos indgenas de la regin. De todas mane-ras, hay aqu todava una considerable libertad en la disposicinque tienen los indios de su yerba.

    A fines de este siglo el cambio que se percibe ya es radical.Una inform acin de 1707, nos dice que . . .a los indios benefi-ciadores [de la yerba] se les paga 2 baras de lienzo po r cada arro -ba de ye rb a qu e tr ae n pa ra el c o m n .. . . Y l a car ta de l vi si ta do r

    Jayme A guilar de 1735 confirm a esta tendencia: Y advierto qe.el Indio qe. va al yerbal no se les puede con rigor obligar a qe.entregue mas yerba qe. la qe. buenamente basta para pagar sutributo si fuese tributario y no se Ies debe sacar nada por elavio.. . lo llanas pagndoselo en form a o rdena da... 7y; el subra-yado nos d a el sentido de esta instruccin: la yerba perteneciente

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    al iri lnito/tnp am ba es entregada por el indgena sin contraparlida (recordemos que, en los primeros t iempos, esto se daba co-m o limosna...), pero el resto se entrega mediante el pago tic las 2varas de l ienzo preestablecidas.

    Resumiendo. Parecera que hay una clara tendencia a dejarde lado la prctica de permitir que el indgena poseyese una por-

    cin de yerba propia la ltima fuente no hace la ms mnimamencin a la posibilidad de venta en otra parte e incluso, pareceindicar que toda la yerba debe ser entregada, aun cuando serpa g ada po r el m is io ne ro y po d r am os av en tu ra r un a ex pl ic a-cin. Ante todo, estamos ya en la poca de los yerbales cultiva-dos en la mayor parte de los pueblos y ello, pensam os, ac entu eldominio del misionero sobre todo el proceso de produccin de layerba, lin las antiguas expediciones a los yerbales silvestres, losindios gozaban de una ma yor autonoma y podan cont ro lar me-

    jo r un pr oc es o del qu e co no c an to do s los se cr et os y ve ri cu et os .Pero, adems, existe otro hecho importante: la yerba se sigueutil izando en determinados contextos de la cultura indgena conun claro sentido ri tual y no sera arriesgado suponer que la posi-

    bi li da d de repartir un poco de yerba haya seguido siendo unafuente de respeto para algunos miembros de la comunidad. Al l i-mitar la posesin de partidas individuales, la Compaa de Jesslimita las fuentes de poder y de prestigio autnomas de algunosindios. Una vez ms, comproba mos que e l tal modelo jesu tano existe a priori y se va construyendo lenta y trabajosamente...

    ICI ritmo til* trabajo

    S bien hace rclalivam^rrfpoco que la etnologa ha com enza-do a realizar estudios apilados sobre el ritmo y el tiempo de tra-

    bajo en las sociedades primi t ivas , los t rabajos de Carnei ropa ra los in d ge na s ku ik ur u de la se lv a tr op ic al am az n ic a* 0 y lasntesis de Marshall Sahlns, realizada a partir de los dalos deu n a se ri e de g ru po s co m p ara b l e s / 1 p e rmit en a r ri e sg a r u n aconclusin provisoria: la cantid ad de traba jo que los primiti-vos dedican a su reprodu ccin y a la del grupo es sensiblemente

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    menoi que la de las sociedades occidentales y se extiende en unespacio de t iempo y con un ritmo liarlo distinto al nuestro. Pormas provisoria que sea esta conclusin, nos permite analizarun elemento de capital importancia en la relacin entre el fen-meno de la reduccin y el mundo colonial.

    Dejemos que un misionero hable por nosotros y por todos es ta vis in se re pi te , co n al gu na s va ri an te s, ha st a el ca ns an ci oen la l i teratura misional: El trabajo que tenem os en que culti-ven la tierra que se les seala... es uno de los mayores. l os mscapaces como Cabildantes, msicos, mecnicos... que en cadapu eb lo ll eg ar n a se r la cu ar ta pa rt e, sin re pr en si n ni ca st ig o,labran, siembran y recogen abundantemente; pero lo restante, esmenester azotarlos una y mas veces para que siembren v reco-

    ja n lo ne ce sa ri o. .. I.o s ma s no labr an si no un a se me n ler a co rl a,pa ra po co s meses de su st en to y a lg un os pa ta po ca s se m an as .. ." *He aqu, entonces, un lenmeno conocido por cualquieraque se haya enfrentado con fuentes coloniales desde Am-rica en el siglo XVI hasta Nueva Guinea en el XIX y que

    nos describen un comp ortamiento t p ico : e l indgena t ra-ba ja po co , a de sg an o, co n un lempo muy Ienlo , abandona unatarea sin termina rla, intercala el juego, la distraccin o una sies-ta en medio del t rabajo . . .Y , obviamente , este comportamiento ,fundado en un especfico tipo de relaciones entre el hombre y lanatura leza , parece a l tamente reprobable en cuanto 110 facilita lapo si bi li da d de un a ut il iz ac i n mer ca nt il de la fu er za de tr ab aj o.

    Pasemos ahora a una reduccin y veamos cual es el ri tmo detrabajo. Si bien las fuentes que poseemos varan bstanle estaviariacin quizas traduzca restos de diferencias muy concretasentre los diversos grupos y anteriores a la constitucin de cadareduccin el panorama general que se nos presenta es el si-guiente: el hombre adulto es decir, cabeza de una unidad do-

    mstica debe trabajar dos das en el tupambay (res das en supa rc el a, en ti em po s de s e m e n t e r a . l i s t o s d as se en ti en de n co -mo jornadas completas , contando una in terrupcin para a lmor-zar. Cada una de estas tarcas est estrechamente vigilada y hay celador es y cuidadores que velan por la continuid ad de la la-

    bo r. H'1 En el ca so de los ar te sa no s te je do re s, ca rp in te ro s,

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  • 7/30/2019 Garavaglia_LasMisionesJesuiticas

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    herreros, plateros, etc. , a los cfcclos de evitar una interrupcindel trabajo en el oficio, el ubumba se intercala semana de pormedio, o sea que trabajan una semana en su taller y otra en la

    chacra.85Fuera de la poca de sementeras seis meses aproximada-

    mente, de jul io a noviembre/diciem bre la ocupacin pr incipal

    se divide entre las expediciones a los yerbales (o en la tarca mis-ma de produccin de la yerba, si el pueblo cuenta con yerbalesno silvestres) y los viajes a los oficios para