Psicoanálisis y medicina J.Lacan

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Jacques Lacan. "Psicoanlisis y medicina (versin completa)". Trad. Ricardo R. Ponte

Psychanalyse et mdecine. La place de la psychanalyse dans la mdecine. Conferencia durante una mesa redonda del Collge de Mdecine, en La Salptrire, el 16 de Febrero de 1966 y debate posterior. [1]

PSICOANLISIS Y MEDICINA. EL LUGAR DEL PSICOANLISIS EN LA MEDICINA (1966).

Sra. AUBRY Es voluntariamente que no nos ocuparemos de psiquiatra en el curso de las exposiciones y discusiones que ustedes van a escuchar h oy. El lugar del psicoanlisis en la psiquiatra quiz actualmente es todava dis cutido pero quiz no discutible y quiero ms bien decirles por qu ca mino hemos sido conducidos a la reunin de hoy. Cul era mi objetivo cuando hace tres aos tom , en tanto que psicoanalista y antes pediatra, un servicio para los Nios Enfermos? Era doble: yo quera in troducir, en la medida de lo posible, una colaboracin entre pediatras y psi coanalistas de buena voluntad, trabajando en un mismo equipo y de seosos de comunicar entre s. Se trataba de ver lo que el psicoanlisis podra apor tar a los pediatras, e inversamente. Yo estaba igualmente preparada, dis ponible, para responder a toda demanda que podra recibir de parte de los otros equipos mdicos del hospital. En primer lugar, he tratado de introducir en mi servicio cierta escucha ana ltica de los padres y tambin de los nios, escucha que modifica quiz la mar cha de la investigacin semiolgica y, eventualmente, la teraputica. Lue go de tres aos, ah est el equipo; se porta bien, los nios tambin, y pien so que, a despecho de las dificultades inherentes a la vida de un grupo, to dava podemos progresar durante un largo tiempo. Encontr ms dificultades para responder a las demandas que me llega ban de los mdicos de los otros servicios, pues reina una gran confusin sobre lo que es el psicoanlisis. Las primeras demandas que me fueron dirigidas eran del dominio de la psi cologa y de la psicometra, lo que no tiene nada que ver con el psi coanlisis. Es cierto que el rol del psicoanalista no es suministrar datos cifrados en m quinas electrnicas. Se trata de otra cosa y hablamos desde otro lugar. Pro gresivamente, pude obtener que me sean formuladas preguntas precisas pa ra

cada caso que se trataba de dirigir al psicoanalista, o al psi... no se saba qu. Mucho mejor, me llegaron algunas demandas de otro registro, y creo que he podido establecer, con nuestros amigos Royer y Klotz, una colaboracin que apunta ms lejos. No es por azar que esas demandas llegaron de un servicio de nefrologa, don de el mdico est confrontado con los problemas de la vida y de la muer te, del deseo de vida y del deseo de muerte, los que conciernen esen cialmente a los psicoanalistas. Tampoco es por azar que se haya establecido una colaboracin con Klotz, puesto que tambin los trastornos endcrinos son, muy a menudo, trastornos funcionales cuya causa no siempre es una lesin or gnica, sino que frecuentemente plantean problemas de otro orden. Cul va a ser el lugar del psicoanlisis en la medicina? Es lo que vamos a tra tar de discutir hoy. Les propongo que en primer lugar preguntemos a los se ores Royer y Klotz cules son, sobre el plano terico, los problemas, las cues tiones que desean formular a los psicoanalistas, y sobre cules criterios se basaran eventualmente para dar un lugar al psicoanlisis en la medicina. Lue go pasaremos al campo de aplicaciones prcticas y veremos cmo, en la vi da cotidiana, los psicoanalistas se insertan entre los equip os de mdicos. Le pedir a la Sra. Raimbault que nos informe acerca de la manera con que ella se ha integrado en el equipo del Sr. Royer, y al Sr. Lacan, quien nos ha ce el honor de estar hoy aqu, cmo piensa poder responder a estas cues tiones. Doy ahora la palabra al Sr. Kotz, para los problemas tericos. Sr. KLOTZ No es todos los das que uno tiene la posibilidad de poder in terrogar a analistas de la clase de los que estn en esta mesa. Voy entonces a entrar inmediatamente en lo vivo del asunto y formular a mi colega Lacan algunas cuestiones preliminares. Mi primera cuestin es la siguiente: No cree que los mdicos veran con mejores ojos el recurso al psicoanlisis si la prctica de ste estuviera democratizada? S bien que las consultas de especialistas son todas muy costosas, pero cada especialista acepta dispensar su ciencia o su talento en consultas hospitalarias. Al contrario, el carcter dis pendioso de las consultas es considerado por la mayora de los analistas co mo una de las condiciones necesarias del xito de la cura psicoanaltica. Ha cen de eso una cuestin de principio. A priori, uno est siempre tentado a du dar del valor de un principio demasiado cmodo o demasiado ventajoso. A propsito de esto, por otra parte, es interesant e citar este texto proftico de Freud, quien escribe: no debiendo estar las enfermedades neurticas aban donadas a los

esfuerzos impotentes de caridades particulares, se edi ficarn establecimientos, clnicas, que tengan a su frente mdicos psi coanalistas calificados donde se esforzar, con la ayuda del anlisis, a que con serven su resistencia y su actividad a hombres que, sin eso, se abandonaran a la bebida, a mujeres que sucumben bajo el peso de frustraciones, a ni os que no tienen otra ele ccin que entre la depravacin y la neurosis. Es tos tratamientos sern gratuitos. Quiz se precisar mucho tiempo antes de que el Estado reconozca la urgencia de estas obligaciones, las con diciones actuales pueden demorar notablemente estas innovaciones y es probable que los primeros institutos de este gnero sern debidos a la iniciativa pri vada, pero un da u otro la necesidad de esto habr de ser reconocida.[2] Mi segunda cuestin es la siguiente: No cree usted que, para aproximar la ense anza del psicoanlisis a la en seanza de la medicina, y, por consiguiente, para aproximar esas dos dis ciplinas, conviene democratizar la enseanza del psicoanlisis? Actualmente, un psi coanlisis didctico cuesta al alumno alrededor de 100.000 vie jos francos por mes, y esto durante un tiempo variable que va de 2 a 4 aos, trmino me dio. Independientemente del hecho de que esta forma de enseanza es fun damentalmente antidemocrtica, veo en ello otro escollo. Un ser humano que se haya impuesto semejante sacrificio financiero, que deber a veces en tregarse a una segunda ocupacin subalterna para cumplir con sus obli gaciones respecto de su analista, no puede no estar marcado por esas cir cunstancias hasta en su propia tica, y en la posicin personal que tendr respecto a ese instrumento de conocimiento y de tratamiento que ha adquirido tan ca ramente. Esta enseanza tan poco democrtica, es por otra parte una enseanza? Los vnculos que se establecen entre el candidato psicoanalista y s u psicoanalista educador, a quien ve de 3 a 4 veces por semana, en la posicin del divn, no son los que unen a un alumno y un maestro, sino ms bien los vnculos eso tricos y rituales que unen a un nefito y un iniciado. No se trata de una en seanza sino de una ordenacin, y durante mucho tiempo el iniciador ejer cer sobre su iniciado una influencia psicolgica muy particular. No cree us ted que es preciso buscar y encontrar las bases de una enseanza, ver daderamente cientfica del psicoanlisis? Llego con esto a los datos ms fundamentales. Toda empresa humana arriesga a petrificarse, la que toma sus medios por su fin. No cree usted que hay ah un peligro cierto para el psicoanlisis? Cier ta-

mente, el aporte del psicoanlisis freudiano par ece capital para la com prensin del desarrollo de la personalidad, del nacimiento a la edad adulta, y, no habindolos estudiado yo mismo, no veo ninguna razn para poner en du da el carcter cientfico de los estadios orales, anales, pregenitales, ge nitales de la semntica psicoanaltica. Pero al lado de estos datos estn todos los de la biologa, de la sociologa, todas las influencias de las condiciones cul turales y de trabajo que no carecen de resonancias sobre el equilibrio ps quico de los individuos. No cree usted que al cerrarse a todas esas influencias, y al limitarse voluntariamente al esquema de la dinmica psicoanaltica, es de cir a los conflictos y a los complejos clsicos, numerosos psicoanalistas que se dicen ortodoxos desarrollan en s cierta paresia de la imaginacin, fre nando todo impulso creador? Esa monotona de las respuestas y de los con ceptos psicoanalticos decepciona a cierto nmero de internistas de seosos de confiar su enfermo a un analista, y estoy tanto ms cmodo pa ra formular esta pregunta al Doctor Lacan cuanto que precisamente l pertenece, al contrario, a la categora de los innovadores. ltima cuestin: si el psicoanlisis instrumento de conocimiento merece to da nuestra atencin, es de hecho al psicoanlisis instrumento de teraputica que quieren dirigirse los mdicos. Ahora bien, desde este punto de vista, desde el punto de vista de la te raputica, los mdicos se preguntan si es verdaderamente un enriquecimiento para un psicoterapeuta de inspiracin ana ltica no conocer nada o no querer co nocer nada de las otras armas de la psiquiatra y de la psicoterapia. Hay ver daderamente inters en limitar la actividad del analista a su tcnica pura, y no es, por algn lado, l tambin un psiquiatra, amputado? En resumen, si los mdicos vacilan todava en recurrir ms a menudo al an lisis psicolgico de las causas de las enfermedades internas, esto es quiz por que, por algunas de las razones expuestas arriba, el psicoanlisis les pa rece que no ha salido de la fase mgica de su desarrollo histrico; es preciso ayu darlo a encaminarse hacia su fase cientfica. No es necesario, para hacer es to, favorecer la integracin de los datos psicoanalticos, valorables en el mar co de un mtodo de anlisis psquico qu e sera verdaderamente global, abier to, pluri-factorial y autnticamente cientfico? Sra. AUBRY Creo que para los problemas teraputicos que resultan de la aplicacin del anlisis, responderemos ms bien en un segundo estadio. Si el Sr. Royer quiere tomar la palabra? Sr. ROYER Si Klotz confiesa que no es psicoanalista, es cierto que mi pre sencia aqu es todava ms paradojal. En efecto, cierto nmero de ustedes no ignora que soy un pediatra, orientado hacia los problemas de biologa y de

bioqumica. Estoy, sin embargo feliz de estar aqu hoy, ante todo por que encontr mucho apoyo de parte de las Sras. Aubry y Raimbault, y tambin por que la cuestin que voy a formular me parece que ms o menos ya ha re cibido su respuesta en el trabajo de nuestr o grupo. El problema se nos planteaba era el siguiente: Tenemos un servicio de nefrologa infantil que comporta sobre todo en fermos crnicos, unos afectados por afecciones que tienen una salida lejana fa vorable, otros probablemente desfavorable, otro s, por fin, ciertamente desfavorable. Los nios vienen varias veces por ao durante aos, para cortas hos pitalizaciones. Pertenecen a la vida de nuestro grupo, son un poco nues tros nios, los de los mdicos, de las enfermeras y de todo el personal. C onocemos muy bien a su familia, y creo que ahora cumplimos integralmente el papel que antao se le otorgaba al mdico de familia. De esta manera se ha creado, entre nuestros enfermos, nuestros mdicos, nuestras enfermeras, relaciones de un tipo que juzgo nuevo para el hospital por relacin a lo que he conocido hace 10 o 15 aos. Esto no es ms que un ejemplo, y estoy se guro que numerosos colegas mos tienen, en otros dominios, los mismos pro blemas. Muy poco tiempo nos fue necesario para que nos demo s cuenta de que ramos torpes en el manejo de las relaciones humanas y que as sembrbamos a nuestro alrededor mucha desdicha. Es por esto que yo buscaba, desde hace mucho, a alguien en posesin de tcnicas psicolgicas adaptadas a mi de manda. Yo no tena a priori ninguna preferencia a favor del psicoanlisis ms bien que otras tcnicas, siendo muy ignorante de esos mtodos, y sim plemente buscaba a alguien que quisiera proseguir simultneamente varios es tudios sobre mis enfermos. No le demandaba efe ctos teraputicos, sino una investigacin e informaciones. Ante todo quera saber cmo se construa y se transformaba la imagen de la enfermedad en la mente de las madres y de los padres de familia y en la de mis propios jvenes enfermos, en el curso de una afeccin crnica de evo lucin ms o menos ciertamente o ciertamente mortal. Mi primera idea era, en efecto, que nuestras reacciones, nuestras conversaciones con los enfermos, estaban enteramente construidas sobre nuestra propia personalidad y nuest ra propia concepcin nosolgica de la enfermedad, y para nada en funcin de la imagen que nios y familias podan tener de esta enfermedad. De dnde es te tema, que mucho explotamos con la Sra. Raimbault, de la oposicin de una enfermedad exgena, tal como la concibe el mdico, y de una en fermedad endgena tal como pueden elaborarla el nio y su madre. Es muy evi dente que no es lo mismo para ambos, y yo quera un estudio objetivo de es ta enfermedad endgena.

En segundo lugar, deseaba que a part ir de los documentos que nos su ministraba un psiquiatra a propsito de esto, pudiramos cambiar la naturaleza de las relaciones, de las conversaciones y de las direcciones de espritu que otor gamos durante aos a nuestras relaciones con las familias y los nios enfermos, y ver si, poco a poco, podamos elaborar una doctrina o hbitos de espritu completamente diferentes de los que tenamos hasta entonces. En fin, quera igualmente que el psiquiatra analice cuidadosamente la re percusin que estas enfermedades crnicas, que concernan a unos nios a los que un apego natural nos liga al cabo de algunos aos, poda tener sobre todo en el momento del desenlace fatal sobre los mdicos de mi grupo y las enfermeras. Haba pues una serie de cuestiones para las cuales yo requera un estudio psi colgico que ninguno de nosotros poda llevar a buen puerto. La primera de estas cuestiones, que vuelvo a formular hoy, es la siguiente: consideran ustedes, Sra. Aubry y Sr. Lacan, que las tcnicas psicoanalt icas estn adaptadas a un estudio de este gnero? Creo personalmente que los progresos que hemos hecho en 18 meses en este dominio son muy alen tadores y que la respuesta de ustedes ser probablemente positiva. No obstante, me gustara saber si ustedes piensan que estas tcnicas estn enteramente o parcialmente adaptadas al resultado final, que es tener una concepcin clara de todos estos problemas. La segunda cuestin se rene con una de las formuladas por Klotz. La Sra. Raimbault est vinculada al INSERM. [3] Ella practica por lo tanto estas tc nicas psicoanalticas de una manera desinteresada, de alguna manera fun cionarizada, es decir, del todo diferente a la expuesta recin por Klotz. En qu medida se puede integrar a los psicoanalistas, a grupos o a unidades de in vestigacin para trabajos de este tipo que, si se comprueban fructferos, de bern a mi entender extenderse a otros dominios de la medicina? Esta es una cuestin precisa que yo les planteo, pues intil es decir que mi idea de ha cer entrar a un psicoanalista en un grupo de biologa clnica no encontr un entusiasmo extraordinario en la administracin del INSERM. Este ejemplo propone una nueva cuestin, que es la del psicoanalista de in vestigacin, y me gustara tener la opini n de ustedes tambin sobre este pun to.

Sra. AUBRY Antes de proseguir el debate sobre el lugar del psi coanlisis en la medicina y las aplicaciones prcticas que la experiencia de la Sra. Raim bault pondr en evidencia, tengo que decir una palabra sobre los problemas de formacin de los analistas y del modo de enseanza del psi coanlisis, aunque

eso no concierna totalmente al asunto que nos preocupa hoy. La respuesta de Royer es al mismo tiempo una respuesta al Sr. Klotz; en contraremos posibilidades no dispendiosas de ejercicio del psicoanlisis en la medida en que se haga un lugar al psicoanlisis. En los Nios Enfermos hay alrededor de 25 psicoanalistas que trabajan a ttulo de sustitutos, pues les he dado la posibilidad de hacerlo y los locales de mi consulta estn ocupados a tiempo completo, aunque mi servicio se diga de tiempo parcial. Seiscientos nios aproximadamente pasan por l cada mes. En el marco hos pitalario, un nmero enorme de establecimientos permiten, al menos en lo que concierne a los nios, hacer tales tratamientos; ahora hay institutos m dico-pedaggicos en los que el psicoanlisis ha encontrado su lugar, con sultorios, hospitales de da: la mutual de los estudiantes y la M.G.E.N. han he cho esfuerzos considerables, as como los hospitales psiquitricos. Me pa rece que ste no es un problema ms que en la medida en que no se le da su lu gar al psicoanlisis. En lo que concierne al modo de enseanza, creo que jams hemos rehusado formar a un sujeto apto por motivos de orden pecuniario. Por otra parte, no creo que se pueda pretender que es fcil realizar estudios, cualesquiera que sean, cuando no se tiene dinero, eso sera una mala broma, y todos sabemos que los hijos de obreros son muy poco numerosos en las Facultades y la enseanza superior. Ese es por consiguiente un problema que desborda am pliamente el del psicoanlisis y, en el caso particular, creo que eso no debe ser tomado en consideracin. Sr. Lacan, usted que es el promotor de un movimiento importa nte en el psicoanlisis, piensa que el psicoanlisis est paralizado? [4]

Sr. LACAN Ustedes me permitirn, respecto de algunas cuestiones que acaban de ser planteadas, que me atenga a las respuestas de la Sra. Au bry, las que me parecen muy suficientemente pertinentes. No veo que democratizar la enseanza del psicoanlisis plantee otro problema que el de la definicin de nuestra democracia. sta es una, pero hay de ella varias especies concebibles, y el porvenir nos lleva hacia otra. Lo que yo crea que tena que aportar a una reunin como sta, ca racterizada por quien la convoca, es decir el Collge de Mdecine, era muy precisamente abordar un asunto que jams tuve que tratar en mi enseanza, el del lugar del psicoanlisis en la medicina. Actualmente, este lugar es marginal y, como lo he escrito varias ve ces, extraterritorial. Es marginal por el hecho de la posicin de la me dicina respecto del psicoanlisis, al que admite como una especie de ayuda externa, comparable a

la de los psiclogos y otros diferentes asistentes teraputicos. Es extraterritorial por el hecho de los psi coanalistas, quienes, sin duda, tienen sus razones para querer conservar esta extra-territorialidad. No son las mas, pero, en verdad, no pienso que mi solo anhelo al respecto bastar para cambiar las cosas. Estas encontrarn su lugar en su momento, es de cir sumamente rpido si consideramos el tipo de aceleracin que vivimos en cuan to a la parte de la ciencia en la vida comn. Este lugar del psicoanlisis en la medicina, hoy quisiera con siderarlo desde el punto de vista del mdico y del muy rpido cambio que est producindose en lo que llamar la funcin del mdico, y en su personaje, puesto que se es tambin un elemento importante de su funcin. Durante todo el perodo de la historia que conocemos y po demos calificar como tal, esta funcin, este personaje del mdico, han per manecido con una gran constancia hasta una poca reciente. Es preciso sin embargo sealar que la prctica de l a medicina jams ha ido sin un gran acompaamiento de doctrinas. Que durante un tiempo bastante corto, en el siglo XIX, las doctrinas se hayan re clamado ciencia, no las volvi ms cientficas por eso. Quiero decir que las doctrinas cientficas invocada s en la medicina siempre eran, hasta una poca reciente, retomas de alguna adquisicin cien tfica, pero con un retardo de al menos veinte aos. Esto muestra bien que ese recurso s lo funcion como sustituto y para enmascarar lo que anteriormente hay que caracterizar ms bien como una suerte de filosofa. Al considerar la historia del mdico a travs de los tiempos, el gran m dico, el mdico tipo, era un hombre de prestigio y de au toridad. Lo que sucede entre el mdico y el enfermo, fcilmente ilustrado ahora por observaciones como las de Balint, que el mdico al pres cribir se prescribe a s mismo, siempre ha sucedido: as, el emperador Marco Aurelio convocaba a Galeno para que la triaca le fuese vertida por sus manos. Fue por otra par te Galeno quien escribi el tratado {Oni aristos ianrs kai fi losofos}, que el mdico, en su esencia, es tam bin un filsofo donde este trmino no se limita al sentido histricamente tar do de filosofa de la natura leza. Pero den a este trmino el sentido que quieran, la cuestin que se trata de si tuar se esclarecer por medio de otras referencias. Pienso que aqu, aunque ante una asistencia en su mayora mdica, no se me pe dir que indique lo que Michel Foucault nos aporta, en su gran obra, de un mtodo histrico -crtico

para situar la responsabilidad de la me dicina en la gran crisis tica (es decir, en lo tocante a la definicin del hom bre) que l centra alrededor del aislamiento de la locura;[5] tampoco que introduzca esa otra obra, El nacimiento de la clnica,[6] en tanto que en ella est fijado lo que comporta la promocin por parte de Bichat de una mirada que se fija sobre el cam po del cuerpo en ese corto tiempo en que ste subsiste como vuelto a la muerte, es decir el cadver. As estn sealados los dos franqueamientos por los cuales la me dicina consuma por su parte el cierre de las puertas de un antiguo Ja no, el que redoblaba, ya para siempre inhallable, todo gesto humano con una figura sagrada. La medicina es una correlacin de este fran queamiento. El pasaje de la medicina al plano de la cien cia, e incluso el hecho de que la exigencia de la condicin experimental haya sido in ducida en la medicina por Claude Bernard y sus seguidores, no es eso lo que cuenta por s solo, el balance est en otro lado. La medicina ha entrado en su fase cientfica, en tanto que ha na cido un mundo que en adelante exige los condicionamientos ne cesitados en la vida de cada uno en proporcin a la parte que toma en la cien cia, presente en todos en sus efectos. Las funciones del organismo humano siempre han constituido el ob jeto de una puesta a prueba segn el contexto social. Pero por ser to madas en funcin de servidumbre en las organizacion es altamente diferenciadas que no habran nacido sin la ciencia, ellas se ofrecen al m dico en el laboratorio ya constituido de alguna manera, incluso ya provisto de crditos sin lmites, que va a emplear para reducir esas funciones a unos montajes equivalentes a los de esas otras organizaciones, es decir, teniendo estatuto de subsistencia cientfica. Citemos simplemente aqu, para aclarar lo que decimos, lo que de be nuestro progreso en la formalizacin funcional del aparato car dio-vascular y del aparato respiratorio, no solamente a la necesidad de operarlo, sino al aparato mismo de su inscripcin, en tanto que stos se imponen, a partir del alojamiento de los sujetos de esas reacciones en los satlites: o sea lo que podemos considera r como formidables pulmones de acero, cuya construccin misma est ligada a su destino de soportes de ciertas rbitas, rbitas que nos equi vocaramos si las llamramos csmicas, puesto que a esas rbitas, el cosmos no las co noca. Para decir todo, es por el mismo paso por el que se re vela la sorprendente tolerancia del hombre a unas con diciones acsmicas, incluso la paradoja que lo

hace aparecer de alguna manera adap tado a stas, que se comprueba que este acosmismo es lo que la ciencia construye. Quin poda imaginar que el hombre soportara muy bien la in gravidez, quin poda predecir lo que resultara del hom bre en esas condiciones, de atenerse a las metforas filosficas, por ejemplo a la de Simone Weil, quien haca de la gravedad una de las dimensiones de tal metfora? Es en la medida en que las exigencias sociales estn con dicionadas por la aparicin de un hombre que sirve a las condiciones de un mun do cientfico, que, dotado de nuevos poderes de investiga cin y de bsqueda, el mdico se encuentra enfrentado a problemas nuevos. Quiero decir que el mdico ya no tiene nada de privilegiado en el or den de ese equipo de sabios diversamente especializados en las di ferentes ramas cientficas. Es desde el exterior de su funcin, particularmente en la organizacin industrial, que le son suministrados los medios al mismo tiempo que las pre guntas para introducir las medidas de control cuantitativo, los grficos, las escalas, los datos estadsticos por donde se establecen hasta la escala microscpica las cons tantes biolgicas, y que se instaura en su dominio ese despegue de la evidencia del xi to *que corresponde al advenimiento*[7] de los hechos. La colaboracin mdica ser considerada como bienvenida para programar las operaciones necesarias para mantener el funcionamiento de tal o cual aparato del organismo humano, en unas condiciones de terminadas, pero despus de todo, qu tiene que ver eso con lo que lla maremos la posicin tradicional del mdico? El mdico es requerido en la funcin de sabio fisilogo, pero to dava sufre otros reclamos: el mundo cientfico vierte entre sus manos el nmero infinito de lo que puede producir como agentes teraputicos no vedosos, qumicos o biolgicos, que pone a disposicin del pblico, y demanda al mdico que, como un agente distribuidor, los ponga a prueba. Dnde est el lmite donde el mdico debe actuar, y a qu debe responder? A algo que se llama la demanda. Dir que es en la medida de e ste deslizamiento, de esta evolucin que cambia la posicin del mdico por relacin a los que se di rigen a l, que llega a indi vidualizarse, a especificarse, a valorizarse retroactivamente, lo que hay de original en esta de manda al mdico. Este desarrollo cientfico inaugura y pone cada vez ms en el primer plano ese nuevo derecho del hombre a la salud, que existe y ya se motiva en una organizacin mundial. En la medida en que el registro de la relacin mdica con la salud se modifica, d onde esa especie de

poder generalizado que es el poder de la cien cia da a todos la posibilidad de venir a demandar al mdico su ticket de be neficio con un objetivo preciso inmediato, vemos dibujarse la originalidad de una di mensin que yo llamo la demanda. Es en el registro del modo de respuesta a la de manda del enfermo que est la chance de supervivencia de la posicin pro piamente mdica. Responder que el enfermo viene a demandarnos la curacin no es responder nada en absoluto, pues cada vez que la tarea precisa, que hay que cumplir con urgencia, no responde pura y simplemente a una po sibilidad que se encuentra al alcance de la mano, pongamos: a unas ma niobras quirrgicas o a la administracin de antibiticos (e incluso en esos casos queda por saber lo que resulta de ello para el por venir), hay, fuera del campo de lo que es modificado por el beneficio te raputico, algo que permanece constante, y todo mdico sabe bien de qu se tra ta. Cuando el enfermo es enviado al mdico o cuando lo aborda, no digan que espera de ste pura y simplemente la curacin. Pone al m dico en la prueba de sacarlo de su condicin de enfermo, lo que es to talmente diferente, pues esto puede implicar que l est totalmente afe rrado a la idea de conservarla. A veces viene a demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo, en muchos otros casos viene, de la manera ms manifiesta, a demandarles que lo preserven en su enfermedad, que lo traten de la manera que le conviene a l, la que le permitir continuar siendo un enfermo bien instalado en su enfermedad. Tengo necesidad de evocar mi experiencia ms re ciente? un formidable estado de depresin ansiosa permanente, que ya duraba ms de veinte aos, el enfermo vena a verme aterroriz ado por que yo hiciera la ms mnima cosa. A la nica proposicin de que me volviera a ver 48 horas ms tarde, ya, la madre, temible, que durante ese tiempo ha ba acampado en mi sala de espera, haba logrado tomar algunas dis posiciones para que no ocurriese nada. Esta es una experiencia banal, no la evoco ms que para re cordarles la significacin de la demanda, dimensin en la que se ejerce, ha blando propiamente, la funcin mdica, y para introducir lo que pa rece fcil de palpar, y sin e mbargo slo ha sido interrogado seriamente en mi E scuela, a saber la estructura de la falla que existe entre la demanda y el deseo. A partir de que se ha hecho esta observacin, aparece que no es ne cesario ser psicoanalista, ni siquiera mdico, para saber que cuando cualquiera, nuestro mejor amigo, sea del sexo macho o hembra, nos de manda algo, esto no es de ningn modo idntico, y a veces es incluso diametralmente opuesto, a lo que desea. Quisiera retomar aqu las cosas en otro punto, y hace r observar que si es con-

cebible que lleguemos a una extensin cada vez ms efi caz de nuestros procedimientos de intervencin en lo que concierne al cuer po humano, y sobre la base de los progresos cientficos, no podra estar resuelto el problema a nivel de la psicologa del mdico con una cuestin que refrescara el trmino de psico-somtica. Permtanme ms bien destacar como falla epistemo -somtica, el efecto que va a tener el progreso de la ciencia sobre la relacin de la medicina con el cuerpo. Ah todava, pa ra la medicina est subvertida la situacin desde el exterior. Y es por eso que, ah to dava, lo que antes de ciertas rupturas permaneca confuso, velado, mezclado, em brollado, aparece con brillo. Pues lo que est excluido por la relacin epistemo-somtica, es justamente lo que va a proponer a la medicina el cuerpo en su registro pu rificado. Lo que as se presenta, se presenta como pobre en la fiesta en la que el cuerpo irradiaba recin por estar enteramente fotografiado, radiografiado, calibrado, diagramatizado y posible de condicionar, da dos los recursos verdaderamente extraordinarios que oculta, pero qui z, tambin, ese pobre le aporte una posibilidad que vuelve de lejos, a sa ber del exilio a donde ha proscrito al c uerpo la dicotoma cartesiana del pensamiento y de la extensin, la cual deja caer completamente de su aprehensin lo que es, no el cuer po que ella imagina, sino el cuerpo verdadero en su naturaleza. Ese cuerpo no se caracteriza simplemente por la dime nsin de la extensin: un cuerpo es algo que est hecho para gozar, gozar de s mis mo. La dimensin del goce est completamente excluida por lo que he llamado la relacin epistemo-somtica. Pues la ciencia no es in capaz de saber lo que puede, pero ella, no ms que el sujeto que en gendra, no puede saber lo que quiere. Por lo menos, lo que ella quiere sur ge de un avance cuya marcha acelerada, en nuestros das, nos permite palpar que supera sus propias previsiones. Podemos prejuzgar al respecto, por ejemplo, por el hecho de que en nuestro espacio, sea planetario o transplanetario, pulula algo que bien hay que llamar voces humanas que animan el cdigo que en cuentran en ondas cuyo entrecruzamiento nos sugiere una imagen muy di ferente del espacio que aquella donde los torbellinos car tesianos constituan su orden? Por qu no hablar tambin de la mirada que aho ra es omnipresente, bajo la forma de aparatos que ven por nosotros en los mismos lugares: o sea algo que no es un ojo y que asla la mirada como presente. Todo esto, podemos po nerlo en el activo de la ciencia, pe ro eso nos hace alcanzar lo que nos concierne, no dir como ser humano pues en verdad Dios sabe lo que se agita tras ese fan toche que llamamos el hombre, el ser humano , o la dignidad humana, o cual quiera que sea la denominacin bajo la cual cada uno pone lo que es cucha de sus propias ideologas ms o menos revolucionarias o reaccionarias? Preguntamos ms bien en qu concierne eso a lo que existe, a saber, nuestr os

cuerpos. Voces, miradas que se pasean, eso es algo que viene de los cuerpos, pero son curiosas prolongaciones que al pri mer aspecto, e incluso al segundo o al tercero, slo tienen pocas re laciones con lo que yo llamo la dimensin del goce. Es importante localizarla como polo opuesto, pues ah tam bin la ciencia est vertiendo ciertos efectos que no dejan de comportar algunas apues tas. Materialicmoslos bajo la forma de los diversos productos que van de los tran quilizantes a los alucingenos. Esto complica singularmente el pro blema de lo que hasta ahora se ha calificado, de una manera puramente po licial, de toxicomana. Por poco que un da estemos en posesin de un producto que nos permita recoger informaciones sobre el mundo exterior, veo mal cmo podra ejercerse una contencin policial. Pero cul ser la posicin del mdico para definir esos efectos a pro psito de los cuales hasta aqu ha mostrado una audacia alimentada so bre todo de pretextos, pues desde el punto de vista del goce, qu es lo que un uso ordenado de lo que se lla ma, ms o menos apropiadamente, txicos, puede tener de reprensible a menos que el mdico no entre francamente en lo que es la segunda dimensin caracterstica de su presencia en el mundo, a saber, la dimensin tica. Estas observaciones, que pueden parecer banales, tienen de todos modos el inters de demostrar que la dimensin tica es la que se extiende en la direccin del goce. He ah, entonces, dos puntos de referencia: en primer lug ar, la demanda del enfermo, en segundo lugar, el goce del cuerpo. De al guna manera, estos confinan con esa dimensin tica, pero no los con fundamos demasiado rpidamente, pues aqu interviene lo que muy sim plemente llamar la teora psicoanaltica, que llega a tiempo, y desde luego no por azar, en el momento de la entrada en juego de la cien cia, con esa ligera anticipacin que es siempre caracterstica de las invenciones de Freud. Del mismo modo que Freud invent la teora del fascismo antes de que ste apareciera, igualmente, treinta aos antes, invent lo que deba responder a la subversin de la posicin del m dico por el ascenso de la ciencia: *a saber, el psi coanlisis como praxis*[8]. Recin indiqu suficientemente la diferencia qu e hay entre la demanda y el deseo. Slo la teora lingstica puede dar cuenta de tal con cepcin, y lo puede tanto ms fcilmente cuanto que es Freud quien, de la manera ms viva y ms inatacable, mostr precisamente su distancia a nivel del inconscie nte. Pues es en la medida en que est es tructurado como un lenguaje que es el inconsciente descubierto por Freud. He ledo, con asombro, en un escrito muy bien patrocinado, que el incons ciente

era montono. No invocar aqu mi experiencia, pido sim plemente que se abran las tres primeras obras de Freud, las ms fundamentales, y que se vea si es la monotona lo que ca racteriza *la significancia*[9] de los sueos, los actos fallidos y los lapsus. Muy por el contrario, el inconsciente me parece no solamente extremadamente particularizado, ms todava que variado, de un sujeto a otro, sino incluso muy astuto e ingenioso, puesto que es justamente de l que el chiste *toma sus dimensiones y su estructura*[10]. No hay un in consciente porque habra un deseo inconsciente, obtuso, pesado, Calibn, [11] in cluso animal, deseo in consciente alzado desde las profundidades, que sera primitivo y tendra que elevarse al nivel superior de lo consciente. Muy por el contrario, hay un deseo porque hay inconsciente, es decir lenguaje que escapa al sujeto en su estructura y sus efectos, y porque siempre hay a nivel del lenguaje algo que est ms all de la con ciencia, y es ah que puede situarse la funcin del deseo. Es por esto que es necesario hacer intervenir ese lugar que he lla mado el lugar del Otro, en lo que concierne a todo lo que es del su jeto. Es, en sustancia, el campo en el que se localizan esos excesos de len guaje de los que el sujeto tiene una marca que escapa a su propio d ominio. Es en ese campo que se hace la juntura con lo que he lla mado el polo del goce. Pues all se valoriza lo que introdujo Freud a propsito del prin cipio del placer y que nunca se haba advertido, a saber, que el placer es una barrera al goce, por donde Freud retoma las condiciones de las que muy antiguas escuelas de pensamiento haban hecho su ley. Qu se nos dice del placer? que es la menor excitacin, lo que hace des aparecer la tensin, lo que ms la atempera, es decir, lo que nos d etiene necesariamente en un punto de lejana, a muy res petuosa distancia del goce. Pues lo que yo llamo goce en el sentido en que el cuerpo se experimenta, siempre es del orden de la tensin, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaa. Indiscutiblemente hay go ce en el nivel en que comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es solamente a ese nivel del dolor que puede experimentarse toda una dimensin del organismo que de otro mo do permanece velada. Qu es el deseo? El deseo es de alguna m anera el punto de compromiso, la escala de la dimensin del goce, en la medida en que, de una cierta manera, permite llevar ms lejos el nivel de la barrera del pla cer. Pero se es un punto

fantasmtico, quiero decir, donde interviene *el registro imaginario*[12], que hace que el deseo est suspendido a algo cuya realizacin no es por su naturaleza verdaderamente exi gible. Por qu es que vengo a hablar aqu de lo que, de todas ma neras, no es ms que un muestreo minsculo de esta dimensin que desarrollo desde hace quince aos en mi seminario? Es para evocar la idea de una topologa del sujeto. Es por relacin a sus superficies, a sus lmites fundamentales, a sus relaciones recprocas, a la ma nera con que ellas se entrecruzan y se anu dan, que pueden plantearse algunos pro blemas, que no son tampoco puros y simples problemas de inter-psicologa, sino precisamente los de una estructura que concierne al sujeto en su doble relacin con el saber. El saber contina quedando para l marca do con un valor nodal, por aquello cuyo carcter central en el pensamiento se olvida, esto es, que el deseo sexual, *tal como lo entiende*[13] el psicoanlisis, no es la ima gen que debemos hacernos segn un mito de la tendencia orgnica: es algo infinitamente ms elevado y anudado en pri mer trmino precisamente al lenguaje, en tanto que es el lenguaje el que pri meramente le ha dado su lugar, y que su primera aparicin en el desarrollo del individuo se manifiesta a nivel del deseo de saber. Si no se ve que ah est el punto central don de arraiga la teora de la libido de Freud, sim plemente se pierde la cuerda. Es per der la cuerda querer reunirse con los marcos preformados de una pre tendida psicologa general, ela borada en el curso de los siglos para responder a necesidades extremadamente diversas, pero que constituye el residuo de la serie de las teoras filosficas. Es perder la cuerda tambin no ver qu nueva pers pectiva, qu cambio total de punto de vista es introducido p or la teora de Freud, pues se pierde entonces, a la vez, su prctica y su fecundidad. Uno de mis alumnos, exterior al campo del anlisis, muy a me nudo me ha preguntado: cree usted que baste con explicar eso a los fi lsofos, que a usted le alcance con poner en un pizarrn el esquema de su grafo para que ellos reaccionen y comprendan? Por supuesto, yo no tena al respecto la ms mnima ilusin, y de masiadas pruebas de lo contrario. A pesar de eso, las ideas se pa sean, y en la posicin en la que estamos por relacin a la difusin del len guaje y al mnimo de impresos necesarios para que una cosa dure, eso basta. Es suficiente que eso haya sido dicho en alguna parte y que una oreja sobre 200 lo haya escuchado, para que en un porvenir bas tante prximo estn asegurados sus efectos.

Lo que indico al hablar de la posicin que puede ocupar el psi coanalista, es que actualmente es la nica por la que el mdico pueda man tener la originalidad de siem pre de su posicin, es decir, la de aqul que t iene que responder a una demanda de saber, aunque no pue da hacerlo ms que llevando al sujeto a que se vuelva del la do opuesto a las ideas que emite para presentar esa demanda. Si el in consciente es lo que es, no una cosa montona, sino al contrario una cerradura tan precisa como sea posible, y cuyo manejo no es ninguna otra cosa que abrir, a la manera inversa de una lla ve, lo que est ms all de una cifra, esta apertura no puede ms que servir al sujeto en su demanda de saber. Lo que es inesper ado, es que el sujeto confiese l mismo su verdad, y que la confiese sin saberlo [14]. El ejercicio y la formacin del pensamiento son los preliminares ne cesarios a una operacin as: es preciso que el mdico se haya es forzado en plantear los problemas a nivel de una serie de temas cuyas co nexiones, cuyos nudos, debe conocer, y que no son los temas corrientes de la filosofa y de la psicologa. Los que estn en curso en cierta prctica investigadora que se llama psicotcnica, donde las respuestas estn determinadas en funcin de ciertas cuestiones, ellas mismas registradas en un plano utilitario, tienen su precio y su valor en unos lmites definidos que no tienen na da que ver con el fondo de lo que est en la demanda del enfermo. Al cabo de esta demanda, la funcin de la relacin con el sujeto su puesto saber, revela lo que nosotros llamamos la transferencia. En la medida en que ms que nunca la ciencia tiene la palabra, ms que nun ca se sostiene ese mito del sujeto supuesto saber, y eso es lo que permite la existencia del fenmeno de la transferencia en tanto que re mite a lo ms primitivo, a lo ms arraigado del deseo de saber. En la poca cientfica, el mdico se encuentra en una doble po sicin: por una parte, se las tiene que ver con una investidura ener gtica cuyo poder no sospecha si no se le explica, por otra parte, debe po ner esta investidura entre parntesis, en razn misma de los poderes de los que dispone, de los que debe distribuir, del plano cien tfico donde est situado. Lo quiera o no, el mdico est integrado a ese mo vimiento mundial de la organizacin de una salud que se vuelve pblica y, por este hecho, le se rn propuestas nuevas cuestiones. En ningn caso podr motivar el mantenimiento de s u funcin propiamente mdica en nombre de un privado, que sera del resorte de lo que se llama el se creto profesional, y no hablemos demasiado de la manera con que es observado, quiero decir en la prctica de la vida a la hora en que se bebe el coac. Pero no es eso el re sorte del secreto profesional, pues si fuera del

orden de lo privado, sera del orden de las mismas fluctuaciones que socialmente han acompaado la ge neralizacin en el mundo de la prctica del impuesto a las ganancias. Es otra cosa la que est en juego; es propiamente esa lectura por la cual el m dico es capaz de conducir al sujeto a lo que transcurre dentro de cier to parntesis, el que comienza en el nacimiento, que termina en la muerte, y que comporta las cuestiones que van de uno a la otra. En nombre de qu tendrn los mdicos que estatuir el derecho o no al na cimiento? Cmo respondern a las exigencias que con fluirn muy rpidamente con las exigencias de la productividad? Pues si la salud se vuelve objeto de una organizacin mundial, se tratar de sa ber en qu medida ella es productiva. Qu podr opo ner el mdico a los imperativos que lo haran empleado de esta empresa universal de la productividad? No tiene otro terreno que esa relacin por la cual l es el mdico, a saber, la demanda del enfermo. Es en el interior de esta re lacin firme donde se producen tantas cosas que est la revelacin de esa dimensin en su valor ori ginal, que no tiene nada de idealista, pero que es exactamente lo que yo he dicho: la relacin con el goce del cuerpo. Qu tienen ustedes que decir, mdicos, sobre lo ms es candaloso de lo que va a seguir? Pues si era excepcional el caso en el que el hom bre profera hasta ahora Si tu ojo te escandaliza, arrncalo [15], q u dirn del slogan Si tu ojo se vende bien, dnalo? En nombre de qu tendrn ustedes que hablar, sino precisamente de esa dimensin del goce de su cuerpo y de lo que ella ordena como participacin en todo lo que le corresponde en el mundo? Si el mdico debe seguir siendo algo, que no podra ser la he rencia de su antigua funcin, que era una funcin sagrada, es, para m, pro siguiendo y manteniendo en su vida propia el descubrimiento de Freud. Es siempre como misionero del mdico que yo me he considerado: la funcin del mdico, como la del sacerdote, no se limita al tiempo que se le dedica.[16]

Sra. AUBRY Sr. Royer, tiene usted algo para decir antes de la expo sicin de la Sra. Raimbault?

Sr. ROYER Me excuso por volver a tomar la palabra tras la breve in tervencin del Sr. Lacan. Pienso que la exposicin que acaba de hacer de lo que llam un minsculo

muestreo de sus obras, es bastante chocante para los mdicos que estn en esta asamblea, y me parece bien decirlo, ya que si entend bien, y si no se me tendi ningn cebo, estamos aqu pa ra discutir sobre el lugar del psi coanlisis en la medicina general, [17] y ms particularmente so bre las relaciones entre psicoanalistas y generalistas en el seno de un mis mo hospital. El problema me fue planteado as, y tengo el sentimiento de haber cado un poco en una tram pa. Acabamos de escuchar una exposicin que contiene muchas banalidades es el propio autor quien lo ha dicho y no he sido muy sensible, debo confesarlo, a los argumentos que ha desarrollado. Aqu estamos, me parece, pa ra cosas ms serias. Sr. Lacan, nosotros tuvimos, el Sr. Klotz y yo mismo, la honestidad de de cir, al comienzo de esta mesa redonda, que no ramos psicoanalistas y que n o desebamos juzgar al psicoanlisis. Hubiese sido honesto de su parte, me pa rece, reconocer que usted no conoca ni a los mdicos, ni a la medicina. Us ted emiti cierto nmero de juicios sobre los m dicos que son inaceptables, y me permito decrselo cuando usted hace de nosotros simples distribuidores de medicamentos suministrados por las firmas farmacuticas, eso prueba que usted ciertamente no est al corriente de los inn umerables problemas con los que estamos confrontados y que tratamos de resolver. Haba venido aqu con la esperanza de que pudiramos encontrar un len guaje comn, puesto que usted est interesado en los problemas de lingstica... Ahora bien, es imposible encontrarlo sobre este terreno, y debo confes ar que considero a esta reunin como un completo fracaso.

Sra. AUBRY No creo que jams hayamos considerado al Sr. Royer como un distribuidor de medicamentos, y, si trato de precisar el pensamiento del Sr. Lacan, l probablemente ha querido de cir que se era un peligro que ace chaba al mdico.

Sr. LACAN No, no es eso lo que yo he dicho: habl de la demanda del enfermo.

Sra. AUBRY Yo creo, Sr. Royer, que la manera con que el psicoanlisis ha sido puesto al servicio de su equipo de investig acin aclarar esta discusin, y me gustara que la Sra. Raimbault nos diga algunas palabras al res pecto.[18]

Sra. RAIMBAULT Debo decir en primer lugar que mi posicin en el ser vicio del Sr. Royer ha estado facilitada por el hecho de que l n o me ha demandado ningn esfuerzo teraputico, sino que sim plemente me pidi que me integrara a su equipo de especialistas investigadores como otro es pecialista investigador. Eso es, pues, en la prctica, lo que le propuse, y lo que he mos hecho juntos desde hace un ao y medio. Yo adopt de entrada una posicin diferente de la del psicoanalista tal como puede caricaturizrsele como siendo aqul que busca una psicognesis de preferencia especfica para trastornos orgnicos o funcion ales; mi objetivo era ms bien la relacin mdico-enfermo-enfermedad. En la prctica, me co loqu en una posicin com plementaria a la de los otros investigadores par ticipando en todas las actividades del servicio, ya sea en la sala con las vi sitas, en el curso de las discusiones cien tficas y clnicas dirigidas por el Sr. Royer, o en la consulta externa. Por otra par te, escuch a padres e hijos con la oreja analtica. Es decir, con una actitud y re ferencias muy diferentes del interrogatorio mdico o mdico-psicolgico habitual. En las reuniones semanales del servicio, que agrupan al equipo y los co rresponsales de Pars y de Provincia, expuse esas entrevistas de manera tan fiel como fuera posible. Esto revel a los mdicos la importancia del discurso del nio enfermo y de su familia, de velando un vivido de la enfermedad al que no corresponda sino de manera lejana la vi sin cientfica objetiva que ellos mismos tenan de ella. La diferencia entre lo que hemos lla mado, con el Sr. Royer, la enfermedad endgena (la enfermedad autgena de Ba lint) y la enfermedad vista por el mdico, apareci co mo una de las fuentes de dificultades en la relacin mdico-enfermo: el diagnstico global que debe integrar y articular los cuatro polos del problema: nio -familia-mdicoenfermedad y servir de base a la discusin de la con ducta teraputica. En el curso del ao, entonces, proseguimos esas discusiones y, con los m dicos, nos pareci que podamos desprende r algunas nociones en cuanto a la vi sin endgena de la enfermedad en los padres y en los nios, en los casos de enfermedades crnicas letales. De este modo el equipo de los especialistas hospitalarios es situado por la fa milia en la posicin de mdico de la familia, a quien sta demanda una to ma a su cargo total. La hospitalizacin es el momento de un llamado, que ya ha sufrido numerosos avatares, aunque ms no fuese en las anteriores re laciones con los otros mdicos. La enfermedad real, por especfica que sea, es decir deterioro de un rgano o

de una funcin, vendr a servir de soporte a toda la fantasmtica familiar so bre la muerte y la vida. No responder ms que a nivel reparacin del r gano o de la funcin equivale a responder slo a nivel del sntoma. Por otra parte, desde la primera entrevista, los padres dan parte de sus pro pias investigaciones en cuanto a la etiologa de la enfermedad considerada co mo un mal. Aqu remito a los trabajos anteriores de la Sra. Aubry , de la Sra. Bargues, de Valabrega. La formulacin de los padres va de eso no tie ne sentido a se es el sentido que le damos. Por cierto, la bs queda mdica sistemtica en relacin a los antecedentes, la falta de informacin, o la ma la informacin del pblico en cuanto a los pro blemas de nefrologa, la im potencia de la ciencia mdica en ciertos casos, favorecen esta actitud y la elaboracin de los fantasmas en cuanto al agente responsable. La culpabilidad aparece ante todo en esos fantasmas, ya sea expresada directamente: infraccin de un orden, una ley, una prohibicin, o indirectamente por desplazamiento, denegacin, proyeccin. La enfermedad del nio parece pues ser un revelador de la problemtica y del drama familiar, que se actualiza en esta enfermedad y se alimenta de ella, pero no es verdaderamente sus citado por ella. Las dificultades en contradas por los mdicos se sostienen en parte del hecho de que ellos no escuchan ms que la demanda explcita: cure esta crisis, y no la demanda implcita: vea nuestro drama. En este primer tiempo, hemos descubierto entonces la importancia de los dis cursos del nio enfermo y de su familia. La cuestin que plantean ac tualmente los mdicos del equipo es la siguiente: cmo explotar cientficamente el material as descubierto?. En esta segunda etapa de nuestro trabajo de colaboracin, propongo todava la utilizacin del psicoanlisis como ciencia del desciframiento del discurso in consciente y de sus efectos. Se trata de localizar, en el discurso del sujeto, los acontecimientos, las situaciones, las palabras que van a develar su te mtica y la articulacin de la enfermedad en esta te mtica. Tal es nuestra posicin actual. Aunque hayamos avanzado poco en esta investigacin, que, como se los di je, no data de ms de 18 meses, hemos sido llevados necesariamente a dis cutir sobre problemas de prctica mdica. De este modo, hemos abordado va rias veces un asunto quemante en el curso de nuestras reuniones semanales: el de la informacin, a dar por el mdico a la familia, en cuan to a la naturaleza de la enfermedad y a su pronstico fatal. Dos tipos de actitudes se des prenden: unos prefieren advertir a los pa dres, otros reservan su pronstico hasta el final. El carcter apasionado de las con troversias que tuvieron lugar, el hecho de que los argumentos se utilizaban con toda bue na fe para justificar una u otra de

estas actitudes, incitaron a algunos a tratar de delimitar, ms all de esas racionalizaciones, su verdadera determinacin, y a re conocer que cada cual utiliza, ante ese problema especfico es decir, la angustia de su propia muerte y de la del otro sus mecanismos de defensa personales. De hecho, que el mdico tenga tal o cual actitud no parece ser el fac tor primordial para el enfermo y su familia. Ms importante parece ser el he cho de que el mdico acte demasiado a menudo de la ma nera estereotipada, en funcin de sus presupuestos personales. Para resumir, digamos que a partir de una demanda de los mdicos en lo que concierne a la repercusin de la enfermedad crnica sobre el nio y las cau sas de las dificultades de la relacin mdico -enfermo, el trabajo del equipo se orient hacia la to ma en consideracin del discurso del nio enfermo y de su familia, el anlisis de ese material, y la explo tacin que puede hacerse de ste con fines teraputicos. Si el nio enfermo y su familia son considerados como sujetos a es cuchar, este material no podra ser aislado del dilogo en el cual se inserta. Seremos lle vados entonces a estudiar de manera anloga el discurso de los mdicos. En efecto, el mdico no puede ser considerado como una mquina de diag nosticar, un robot teraputico: es un sujeto tomado, como todos los sujetos, en un discurso inconsciente, que de termina su respuesta al sujeto en fermo, es decir, su conducta en la teraputica.

Sr. LACAN No creo que la Sra. Raimbault, aunque con un estil o diferente y que puede ser ms placentero para ciertas orejas, haya di cho cosas esencialmente diferentes de las que yo enunci recin. De todos modos quisiera decir al Sr. Royer simplemente lo si guiente: que yo hubiera credo que se le iba a dar u na acogida mejor a mis palabras. Aunque yo haya hecho de la abundancia del arsenal te raputico el nico criterio del pasaje de la medicina a la era cientfica, lo esen cial de mi distincin me pareca, pero sin duda es un error, que re cubra la dimensin por la cual, antes de mi discurso, l mismo haba di cho que se inquietaba, a saber lo que l ha nombrado, en su vocabulario, que es de su registro, la enfermedad endgena como opuesta a la enfermedad exgena. Si comprend bien, la enfermedad exgena, es la que es vista desde el exterior, por el m dico, desde ese punto de vista que hace un momento llam cientfico. La en fermedad endgena recubre todos esos problemas que yo indicaba, los de la demanda y del fon do que ella encubre. Para poder resolverlos e intervenir all de una ma nera apropiada, no basta con adelantarse en una formacin apre surada. Al considerar la difusin actual de la teora de la relacin m dico-enfermo, vista de una manera ms o menos aproximativa como psicoanaltica, y lo que ella permite en

algunos casos como intervenciones intempestivas, *en ciertos casos*[19] una no-iniciacin es preferible a una demasiado grande.[20] Sr. WOLF Quisiera preguntar si el Sr. Lacan no ha revelado in conscientemente me excuso una parte del problema que se plantea a los m dicos que se confrontan con los psicoanalistas, lo que todava no sucede muy a menudo en la prctica. Este problema reside en el hecho de encontrarse, de alguna manera, des posedo (ya que, como lo ha dicho el Sr. Royer, nosotros queremos con siderarnos como unos mdicos completos, y no como distribuidores de pldoras), frus trado en esa especie de relacin con el en fermo de la que se tiene la im presin que el psicoanalista va a desviarlo. Y, en esta medida, eso puede volver a las relaciones tanto ms difciles cuanto que, siendo el anlisis, por de finicin, algo relativamente esotrico (por otra par te, de ningn modo quiero decir que eso sea por culpa de los psicoanalistas), los mdicos estn tanto ms excluidos de ste. Quiz la experiencia de la Sra. Raim bault responde precisamente a este problema, en la medida en que es un xi to.

Sr. LACAN Estoy muy contento por la intervencin del Sr. Wolf. Ocu rra lo que ocurra con mi inconsciencia, hay que emplear esa pa labra en el sentido corriente del trmino, y no es del inconsciente freu diano que se trata, es siempre una gran inconsciencia servir as una ta jada ms o menos transversal de algo que requie re ser expuesto con todo tipo de escalonamientos. Volver a leer el registro de lo que he dicho recin. Crea haber pre cisado bien, al comienzo, que yo tomaba al pie de la letra la cues tin del lugar del psi coanlisis en la medicina. Voy a engorda r todava mi tesis, y as quiz llegar a pasar. La medicina se mantendr en tan to que el mdico se maneje ms cmodamente informado como puede serlo con lo que he llamado la topologa del sujeto. Existen de s ta esquemas que no he querido impo nerles esta noche, y quise solamente dirigirles un discurso que implica la dimensin a donde entenda llevar el debate. Para nada se tra ta, y en ningn momento, de saber si la cura psicoanaltica est indicada en tal o cual caso, o si ella debe ser ms o menos extendida. En cuanto a pensar que, en sus relaciones con sus enfermos, un psi coanalista debe sustituir al mdico, quisiera que me corten la ca beza si he dicho algo que

se aproxime a eso as sea un poco. Simplemente me pareca, dados los datos adquiridos, y he precisado expre samente que no todos estaban difundidos, que sera tiempo de que en alguna par te estos sean, si no difundidos *o enseados*[21], pero al menos pues tos al da de la expe riencia en el marco de una Facultad de Me dicina. El carcter puramente didctico de modulacin que ms o me nos, segn mis costumbres, di en esta ocasin a mi voz, no seala de nin gn modo la tensin de una pasin personal, ni siquiera en nombre de una autenticidad o de una sinceridad cualquiera; y justamente, no quise emitir un voto que en esta ocasin hubiera podido te ner el aspecto de una pasin as, voto que adems seguira siendo muy gratuito, pues las respuestas que he recibido muestran que es evidente que grandes obstculos se oponen a la admisin de una idea semejante, la de, por ejemplo, ensear a los estu diantes de medicina, lo que quiere decir un significante y un significado, mientras que todo el mundo ha bla de lingstica, salvo los estudiantes de medicina, por la sim ple razn de que no se les ensea. En cuanto al carcter esotrico de mi enseanza, las puertas siem pre han estado bien abiertas, contrariamente a lo que se practica en otros lugares del psi coanlisis, y jams ha sido prohibido a nadie, en todo caso no por m, asistir a lo que sera exagerado llamar mi curso, sino a mis comunicaciones y a mi seminario. [22]

establecimiento del texto, traduccin y notas: RICARDO E. RODRGUEZ PONTE Anexo 1: FUENTES PARA EL ESTABLECIMIENTO DEL TEXTO, TRADUCCIN Y NOTAS DE ESTE TEXTO DE LACAN [23]

PEC Jacques LACAN, Psychanalyse et Mdecine, en Petits crits et confrences, 1945 - 1981, recopilacin de fotocopias de diverso ori gen, que agrupa varios textos inditos de Lacan, sin indicacin editorial. Bi blioteca de la E.F.B.A.: CG-254. Esta fuente, en sus pp. 450 -454, ofrece la fotocopia, parcial, del texto publicado en los Cahiers du Co llge de Mdecine, 1966, 7 (n 12), pp. 765-769. Esta fuente no incluye ni la presentacin de la mesa redonda ni el

debate posterior. LEF Jacques LACAN, Psychanalyse et Mdecine, en Lettres de lcole freudienne, n 1, 1967, pp. 34 -51. Esta fuente incluye el debate posterior, pero no la presentacin de la mesa redonda. Incluye tambin el artculo de Emile Raimbault, Psychanalyse et M decine: Notes pour une discussion, que no hemos traducido pero del que nos hemos servido para orientarnos en el con texto del debate. PTL Jacques LACAN, La place de la psychanalyse dans la m decine, en Pas-tout Lacan, recopilacin de la mayor a de los pequeos escritos, charlas, etc., de Lacan entre 1928 y 1981, a excepcin de los se minarios, que ofrece en su pgina web http://www.ecole-lacanienne.net/ la cole lacanienne de psy chanalyse: Esta versin, que ofrece tanto la pre sentacin de la mesa redonda co mo el debate posterior, se basa a su vez en el tex to publicado en los Cahiers du Collge de Mdecine, 1966, aunque in dica una paginacin diferente del mis mo por relacin a la que informa PEC: pp.761-774. IyT Jacques LACAN, Psicoanlisis y Medicina, en Intervenciones y Tex tos, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1985, pp. 86 -99. Traduccin de Dia na Silvia Rabinovich. Esta traduccin, que afirma basarse en el texto pu blicado por LEF, no incluye ni la presentacin de la me sa redonda ni el debate posterior.

NOTAS. [1] Para las abreviaturas que re miten a los diferentes textos-fuente de esta traduccin, vase, al final, el Anexo 1. Las notas, as como lo in cluido entre llaves, es de la traduccin. [2] Traduzco segn cita en francs el Sr. Klotz. El lector confrontar el prrafo en: Sigmund FREUD, Nuevos caminos de la terapia psicoanaltica (1919 [1918]), en Obras Completas, Volumen 17, Amorrortu editores , Buenos Aires, 1979, pp. 162-163. [3] Institut de la Sant et de la Recherche Mdicale. [4] Como nota editorial precediendo la primera intervencin de Lacan en la

mesa redonda, LEF informa: Es bajo este encabezado {Psychanalyse et Mdecine} que se l e haba pedido a Jacques Lacan que participara en una mesa redonda del Co llge de Mdecine, el 16 de Febrero de 1966, teniendo lugar la reunin en la Sal ptrire. En primer lugar, ofrecemos la primera intervencin de Jac ques Lacan. Observemos que ste se atuvo a que el texto se atuviera es trictamente al discurso que improvis. No aport al registro de la ban da magntica ms que un aadido, el que se encontrar de la re ferencia del sujeto del goce a la del clebre mito o Banquete: referencia que slo hay que entender, hay que decirlo, por el po co lugar que tiene en el presente de las preo cupaciones mdicas. [5] Cf. Michel FOUCAULT, Historia de la locura en la poca clsica, tomos I y II, Fondo de Cultura Econmica, Mxico. La obra haba aparecido en Francia en 1964. [6] Cf. Michel FOUCAULT, El nacimiento de la clnica, Siglo Veintiuno Editores, Mxico. Esta obra haba aparecido en Francia en 1963. [7] As, en LEF. En PEC y PTL: *que es la condicin del advenimiento* [8] Lo entre asteriscos, slo el LEF. [9] *el anlisis* [10] PEC y PTL: *ha revelado sus verdaderas dimensiones y sus verdaderas estructuras* [11] Alusin a Calibn, el esclavo salvaje y deforme del drama La tempestad, de Shakespeare.

[12] PEC y PTL: *el registro de la dimensin imaginaria* [13] PEC y PTL: *en* [14] sans le savoir, tambin: sin el saber. [15] Cf. Evangelio segn San Mateo, 329: Si, pues, tu ojo derecho te es ocasin de pecado, scatelo y arrjalo de ti.... [16] En este punto, LEF seala: La seora Aub ry da entonces la palabra a uno de los mdicos invitantes, cuya intervencin reproducimos aqu, por cuanto motiva la respuesta que se le dio tras una intervencin de la seora Ginette Raimbault pero nosotros seguimos ahora el texto de PTL. [17] La reproduccin fotocopiada que hace PEC del texto publicado en los Cahiers du College de Mdecine se interrumpe aqu. [18] [19] PTL no reproduce las *a palabras de G. Raimbault. veces*

[20] En este punto, LEF seala: Aqu, una nueva intervencin permite a Jacques Lacan otra respuesta. La nueva intervencin, que PTL tampoco reproduce, es la que sigue, del Sr. Wolf.

[21] [22]

Lo Al

entre concluir

asteriscos, la

slo

el de

PTL, Lacan,

no LEF

en

LEF. informa:

intervencin

Fue la Seora Aubry quien ha ba propuesto al Collge de Mdecine la invitacin a donde todo esto tuvo lugar. Jacques Lacan rinde aqu homenaje a la serenidad sin des fallecimientos con la que la Seora Aubry supo hacer frente a la manera en que es ta invitacin fue comprendida: de una y otra parte. Le agradece haber mantenido el principio de una publicacin no co rregida de las intervenciones y haber obtenido su comunicacin casi in tegral. Para decir todo, es gracias a ella, como conserva aqu su in dicacin la primera frase, que Jacques Lacan pudo sortear sin siquiera pre caverse la trampa que sin duda es el accesorio en curso en este tipo de co loquio, puesto que no se ve cmo algo parecido habra podido llegar al pun to en que se testimonia haberlo sentido tan vivamente, sino que lo haya de jado en el aire. [23] Este texto fue tambin publicado en Le bloc -notes de la psychanalyse, n 7, 1987, pp. 17-28, al que no hemos tenido acceso.

Tomado de: http://elpsicoanalistalector.blogspot.com/2008/05/jacques