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PAPERS PAPERS TEXTES ÉCOLES SOMMAIRE n° 5 ÉDITO - Florencia Shanahan - NLS P 02 5. 1 Leonardo Gorostiza - EOL P 05 5. 2 Manuel Montalbán Peregrín- ELP P 09 5. 3 Marita Hamman - NEL P 12 5. 4 Roger Litten - NLS P 16 5. 5 Anaëlle Lebovits-Quenehen - ECF P 19 5. 6 Marcus André Vieira- EBP P 22 5. 7 Giuliana Capanelli - SLP P 26 Psicosis y contemporaneidad Vers Barcelone 2018 : Les psychoses ordinaires et les autres, sous transfert Comité d’Action de l’École Une / AMP 2016-2018 Paloma Blanco - Florencia Fernandez Coria Shanahan - Victoria Horne Reinoso (coor- dinatrice) - Ana Lucia Lutterbach Holck - Débora Rabinovich - Massimo Termini - José Fernando Velásquez Édition - Conception et réalisation graphique Chantal Bonneau - Emmanuelle Chaminand-Edelstein - Hélène Skawinski

Vers Barcelone 2018 : Les psychoses ordinaires et les

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SOMMAIRE

n° 5

ÉDITO - Florencia Shanahan - NLS P 02

5. 1 Leonardo Gorostiza - EOL P 05

5. 2 Manuel Montalbán Peregrín- ELP P 09

5. 3 Marita Hamman - NEL P 12

5. 4 Roger Litten - NLS P 16

5. 5 Anaëlle Lebovits-Quenehen - ECF P 19

5. 6 Marcus André Vieira- EBP P 22

5. 7 Giuliana Capanelli - SLP P 26

Psicosis y contemporaneidad

Vers Barcelone 2018 : Les psychoses ordinaires et les autres, sous transfert

Comité d’Action de l’École Une / AMP 2016-2018Paloma Blanco - Florencia Fernandez Coria Shanahan - Victoria Horne Reinoso (coor-dinatrice) - Ana Lucia Lutterbach Holck - Débora Rabinovich - Massimo Termini - José Fernando Velásquez

Édition - Conception et réalisation graphiqueChantal Bonneau - Emmanuelle Chaminand-Edelstein - Hélène Skawinski

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EDITORIAL

Psicosis y contemporaneidad

Florencia Shanahan – nls

Apostamos en este número de PAPERS al esfuerzo por cernir cuál es la importancia de avanzar en la investigación de las psicosis ordinarias hoy; no sin «las otras» y no sin el marco del lazo singular que la transferencia constituye en la clínica lacaniana, clínica del caso por caso, pero en la interrogación de la subjetividad (discurso, política, sociedad).

La hipótesis central que quisiéramos invitar a poner al trabajo es que la psicosis ordinaria, esta «categoría epistémica»1, es un instrumento que viene a aparejarse al estallido mismo de las categorías propio de la época que vivimos. Así, entendida como «no-categoría», es una herramienta que «responde a la época de los inclasificables de la clínica psicoanalítica, es la que mejor puede convivir en la época que llamamos también «la época del Otro que no existe», la época en la que el Otro se muestra tan incompleto como inconsistente a la hora de ordenar el goce del sujeto contemporáneo»2.

Nos orienta aquí la indicación de Lacan en sus Escritos: «Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. Pues ¿cómo podría hacer de su ser el eje de tantas vidas aquel que no supiese nada de la dialéctica que lo lanza con esas vidas en un movimiento simbólico?»3 Siguiendo los desarrollos de Jacques-Alain Miller en su Curso de Psicoanálisis el pasado mes de Junio en Paris4 al comentar esta cita, se trata de subrayar la dimensión transindividual de la subjetividad. Es decir, de subjetividad de la época como matriz a ser descifrada y reconstruida a través de los efectos que tiene a nivel de la verdad y el goce.5 Nos preguntamos entonces cuáles son los indicadores que cada modo de existencia subjetiva reporta sobre lo propio de la época. En otros términos,

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cómo avanzar sobre el aparejamiento (y la diferenciación) entre sujeto y subjetividad a partir de la noción de psicosis ordinaria.

Hace ya tiempo J.-A. Miller proponía que el objeto tiene el lugar dominante en el dis-curso de la civilización, y que dicho objeto «se impone al sujeto sin brújula […].»6 La contemporaneidad, de este modo y en consonancia con la crisis de las clasificaciones y la pluralización de las llamadas «identidades», confronta al sujeto con la cuestión radical de la elección sin que el recurso a los discursos establecidos sea el elemento orientador que separa las aguas a la hora de inscribirse en la existencia. En este sentido, al «no hay norma para todos» le sigue que cada uno debe elegir, y así «la elevación del individua-lismo moderno se relaciona con la promoción de la categoría de elección […] Es lo que Lacan enuncia en términos clínicos cuando enuncia que todo el mundo es loco. Cada uno de ahora en más hace su elección. Sabemos que el mundo en que vivimos y viviremos estará animado por el frenesí de la elección…»7.

¿En relación al campo de las psicosis, cuáles son los modos de presentación de esas elec-ciones y sus consecuencias? ¿En qué dispositivos nacidos de la alianza entre capitalismo y ciencia se inscriben o proliferan? ¿Qué oferta del psicoanálisis frente a este fuera de discurso inherente a la «subjetividad líquida que fuerza a elegir entre la debilidad mental y la paranoia?»8 ¿Cómo se responde con el discurso analítico al rechazo del inconsciente, la errancia, la increencia, el cinismo?

En la medida en que el lazo transferencial permite alojar los signos de la construcción singular de cada subjetividad9, la psicosis ordinaria podría entenderse como instrumento de lectura de la subjetividad contemporánea, que no se ordena por la representación en un discurso, ni encuentra su anclaje en la norma.

Tal como se nos plantea en la presentación del tema del Congreso «… el tema ‘Las psi-cosis ordinarias y las otras, bajo transferencia’  tiene la virtud de interpretar, de interpelar al menos, algo vivo de la clínica psicoanalítica actual. Lo vivo, trozo de real con que la experiencia analítica no deja de encontrarse […].»10

A esta apuesta responden los siete textos aquí publicados. A partir de una rigurosa lectura de la noción de discurso, Leonardo Gorostiza establece con precisión los efectos de la alianza «Capitalismo plus ciencia» en los fenómenos que resultan de la elisión del falo y el rechazo de lo imposible.

Bajo el título «El signo de los tiempos para la psicosis ordinaria», Manuel Montalbán Peregrín despliega en su texto la tensión entre continuidad clínica y diferencia singular, proponiendo que «la clínica de la continuidad, que se ilustra en la hipótesis de la psicosis ordinaria, alumbra la estructura única e irrepetible de la invención singular de cada sujeto para anudar la condición sexuada, parlante y mortal.» Para ello, sitúa el discurso analítico en un mas allá de las categorías y de la declinación de la función simbólica que las sos-tienen.

Marita Hamann presenta en condesadas pinceladas los elementos dispersos de los cuales estaría hecha «La época de lo ordinario»: diversificación homogeneizadora, pulsión

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digitalizada, burocracia que borra subjetividades, velocidad sin pausa, fundamentalismo y segregación.

En su escrito «Locura normal», Roger Litten introduce el tono de interrogación necesario a partir de su atenta lectura de la hipótesis según la cual «los fenómenos de la subjeti-vidad en la época contemporánea se vuelven más descifrables si se los ubica en relación a la estructura del no-todo», poniendo el énfasis en las cuestiones relativas al desencade-namiento y la estabilización en las psicosis.

Anaëlle Lebovits-Quenehen declina, en «La psicosis en su época», posibles varia-ciones del término época (histórica, analítica, subjetiva) y subraya la dimensión ética del psicoanálisis que permite orientar un tratamiento, bajo transferencia, localizando las intrusiones de goce que para cada sujeto permitirán construir una historia, «re-anudar con un tiempo menos marcado por la eternidad que por la vida que se inventa».

En «Invenciones ordinarias y mercado generalizado» Marcus André Vieira, a partir de una fina distinción dentro del campo de las psicosis, presenta la hipótesis según la cual «la psi-cosis ordinaria es la paradoja de la constitución de un lugar, no paranoico, en el lazo social en tiempos de otro inconsistente», y brinda preciosas claves de lectura sobre la conexión y desconexión entre sujeto y subjetividad.

Finalmente, el trabajo de Giuliana Capannelli se desliza entre «ordinario» y «ordenado» para articular el diagnóstico –  que no es de etiqueta sino de establecimiento de una posición respecto del inconsciente y el goce –, con el ordenamiento que puede introducir una «transferencia extraordinaria» en el modo de relación del sujeto psicótico a su cuerpo, a su palabra y a su lazo con el otro en el mundo.

................................................................................1 Miller J.-A., «Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria», http://www.revconsecuencias.com.ar/

ediciones/015/template.php?file=arts/Alcances/Efecto-retorno-sobre-la-psicosis-ordinaria.html 2 Bassols  M., «Elogio de las psicosis ordinarias», Intervención en las  Jornadas de la Escuela Lacaniana

de Psicoanálisis, Madrid, 20/11/2016, http://miquelbassols.blogspot.ie/2016/11/elogio-de-las-psicosis-ordinarias.html

3 Lacan J., «Función y campo de la palabra y el lenguaje», en Escritos 1, Siglo XXI Ed, Bs. As., 1988, p. 309.4 Miller J.-A., Cours de psychanalyse, Cours nº 1, Paris, 24 de Junio de 2017, https://www.lacan-tv.fr/video/

cours-de-psychanalyse-par-jacques-alain-miller/ 5 Miller J.-A., «Intuiciones Milanesas», Cuadernos de Psicoanálisis, nº 29, 2004, y Laurent É., «"El inconsciente

es la política", hoy», Lacan Quotidien, nº 518, http://www.eol.org.ar/la_escuela/Destacados/Lacan-Quotidien/LC-cero-518.pdf

6 Miller J.-A., «Clínica irónica», http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/007/template.php?file=arts/alcances/Ironia.html

7 Miller J.-A., Seminario de Política Lacaniana. Segunda parte de la Conferencia de Turín: Los heréticos, 8 de julio de 2017, audio Radio Lacan http://www.radiolacan.com/es/topic/1016/3

8 Bassols M., Entrevista durante el Congreso de la NLS 2016: Signos discretos en las psicosis ordinarias, por Zully Flomenbaum, http://www.radiolacan.com/es/topic/818/3

9 Bassols  M., Las psicosis, ordenadas bajo transferencia, Dublín, 2016, http://miquelbassols.blogspot.ie/2016/07/las-psicosis-ordenadas-bajo.html

10 Aromí A., Esqué X., El Tema: Las psicosis ordinarias y las otras, bajo transferencia», https://congresoamp2018.com/textos-del-tema/presentacion-tema/

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Capitalismo plus CienciaLeonardo Gorostiza – eol

En su «Presentación del tema del IX Congreso de la AMP», Jacques-Alain Miller señalaba que el «capitalismo plus ciencia se han combinado para hacer desaparecer la naturaleza y lo que queda del desvanecimiento de la naturaleza es lo que llamamos lo real, es decir, un resto por estructura desordenado».1 De ese modo, a partir del avance del binario capita-lismo-ciencia, lo real se toca por todas partes y de manera desordenada, sin que se pueda recuperar una idea de armonía.

¿Cómo entender el fundamento de esta combinación? ¿Y de qué manera concebir la congruencia que hay que suponer entre la categoría epistémica de las psicosis ordinarias y el surgimiento de dicho binario?

Estas dos preguntas son a las que a continuación intentaremos responder.

Rechazo de lo imposible

Como es sabido, en el año 1972, en Milán2, Lacan escribe por primera y única vez lo que llamará el discurso capitalista. Introduciendo una pequeña variación en las letras (invir-tiendo el lugar del S1 y el $) y en el orden de circulación de la columna izquierda (de arriba abajo en vez de abajo hacia arriba) del discurso del amo, hace aparecer una continuidad que elide la imposibilidad estructural que los discursos tradicionales preservaban.

Discurso del Amo Discurso del capitalista

¿Cuáles son algunas consecuencias de esta trasformación?

Se constata que en el discurso del amo tradicional se preserva la imposibilidad en el piso inferior, indicada por las dos líneas oblicuas, lo cual supone una lógica discursiva que siempre implica una «discontinuidad». Así, según indicaba Lacan apenas unos años antes,

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la clave de la imposibilidad en los discursos se encuentra en dicha línea ya que allí «…no hay flecha alguna. Y no solo no hay comunicación sino que hay algo que obtura».3

Por lo tanto, según esta lógica, al pasar o rotar de un discurso a otro se produce necesaria-mente un «salto» ya que las letras deben sortear – en su rotación – dicha imposibilidad. Es por eso que cada rotación de discurso es indicada por la emergencia del amor, como velo e índice de la imposibilidad. «Hay emergencia del discurso analítico – señalaba Lacan unos meses después de haber escrito el discurso del capitalista – cada vez que se franquea el paso de un discurso a otro. No digo otra cosa cuando digo que el amor es signo de que se cambia de discurso».4

Como vemos, la imposibilidad estructural es entonces el fundamento del amor, es decir, de la transferencia. De allí que al ascenso del discurso capitalista corresponda un amor líquido y una declinación de la transferencia «tradicional».

Pero además, en 1973, Lacan establecerá un correlato discursivo que tal vez nos permita elucidar de qué modo se anuda el binario capitalismo plus ciencia que interrogamos. En «Televisión» afirma que «…el discurso científico y el histérico tienen casi la misma estructura…»5

¿Cómo entenderlo? Que si bien en ambos discursos el sujeto ocupa el lugar del amo (tal como en el discurso del capitalista) y en ambos lo que se busca es la producción de un saber, la divergencia se establece a partir de que en el discurso histérico la causa, el a, se preserva en el lugar de la verdad, mientras que en el discurso científico hay un no-que-rer-saber-nada sobre la verdad como causa, lo que implica una evacuación de dicho lugar. Es lo que lleva a Miller a caracterizar al deseo del sujeto de la ciencia como «un deseo sin causa».6 De este modo, también se elimina la relación imposible de la que surge aquello que obtura, ya que «…la producción no tiene, en ningún caso, relación alguna con la verdad»7. Es decir, que si elimino el lugar de la verdad y la causa allí alojada, nada vendrá entonces a funcionar como obstáculo.

Creo que se puede ahora ver con nitidez que ambos discursos confluyen precisamente allí donde, de un modo u otro, la imposibilidad estructural, la que hace obstáculo, resulta elidida.

Elisión del falo

El concepto de falo es tal vez uno de los que ha experimentado, a lo largo de la enseñanza de Jacques Lacan, la mayor de las transformaciones. Así, de ser considerado un meteoro8 hasta su promoción como «el único real que verifica cualquier cosa…»9, el falo pasará a ser en el intervalo un objeto imaginario, un significado, el significante del deseo, una pre-sencia real y, aún, el significante del goce. También, resulta notable que sea precisamente en el seno de un mismo seminario, el Seminario 5, que el falo se transforme en pocas clases: de la significación engendrada por la metáfora paterna deviene el significante del deseo del Otro.

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Pero además, esta transformación tiene lugar en el contexto en el que Lacan elabora su escrito canónico sobre las psicosis al cual Jacques-Alain Miller recurre para ofrecernos una brújula con la que orientarnos en la clínica tan delicada de las psicosis ordinarias. Poniendo el acento en la importancia de buscar los signos discretos que indiquen aquello que Lacan llama «un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto»10 – debido a la falla de la identificación del sujeto al falo imaginario –, señala que en esa clínica a menudo se trata de «…una cuestión de intensidad, una cuestión de más o menos».11

De este modo, si por un lado sorprende dando una pista clínica ligada a un momento clásico de la enseñanza de Lacan que corresponde al segundo paradigma del goce, por otro, al indicar que se trata de una cuestión de intensidad donde el más o el menos sugiere una gradación, una continuidad, ubica esta categoría epistémica como extraída de «la última enseñanza de Lacan».12

Sea como fuere, lo que se mantiene es que la elisión del falo y sus efectos constituyen un punto central para orientarnos en esta clínica. Y es aquí que encontramos una indicación acerca de la función del falo que puede orientarnos acerca de la comunidad estructural que puede haber entre las psicosis ordinarias y el binario capitalismo-ciencia.

Efectivamente, el 17 de febrero de 1971 – es decir, un año antes de la promoción del dis-curso capitalista – Lacan afirma que el falo es «…lo que hace obstáculo a una relación.»13 Aún más, indica que «el falo es (…) el goce femenino».14

Creo podemos deducir entonces que una alianza discursiva como la que aquí interro-gamos es al menos proclive a inducir una elisión del falo, es decir, una elisión de aquello que, como el goce femenino, imposible de negativizar, es lo que le da vida a la existencia.

Así, la alianza discursiva del capitalismo plus ciencia, al propiciar dicha elisión, resulta la condición de posibilidad misma de que tengamos que enfrentar, con frecuencia cre-ciente, a sus efectos: una continuidad (como la del discurso capitalista) donde el color de la vida muestra una débil intensidad y donde los amores líquidos trasuntan algo del amor muerto que Lacan adscribió, hace ya más de sesenta años, a la forma del amor que es propia de la psicosis.15

................................................................................1 Miller J.-A., «Un real para el siglo XXI», en Un real para el siglo XXI, Scilicet, Grama editores, Buenos Aires,

2014, p. 24.2 Lacan J., «Del discurso psicoanalítico», conferencia en Milán el 12 de mayo de 1972, publicada en Lacan

in Italia, La Salamandra, editor M.G. Contri, Italia, 1976, p. 32-36.3 Lacan J., Seminario 17, El reverso del psicoanálisis, Paidós, Argentina, 1992, p. 188.4 Lacan J., Seminario 20, Aún, Paidós, España, 1981, p. 25.5 Lacan J., «Televisión», Otros escritos, Paidós, Argentina, 2012, p. 549 (itálicas en el original).6 Para más detalles sobre estas formulaciones ver: Naveau P., «Discurso de la ciencia y discurso de la

histérica», en Aspectos del malestar en la cultura, Manantial, Buenos Aires, 1989, págs. 37 y sigs., y Gorostiza L., «Comentario de un fragmento de Televisión», en Laurent É., Lacan y los discursos, Manantial, Argentina, 1992, p. 55-68.

7 Ibíd nota 3.

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8 Lacan J., Seminario 3, Las psicosis, Paidós, Barcelona, 1984, p. 454.9 Lacan J., Seminario 23, El sinthome, Paidós, Argentina, 2006, p. 116.10 Lacan J., «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», Escritos 2, Siglo XXI

Editores, Argentina, 2002, p. 534.11 Miller J.-A., «Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria», en El Caldero, número 14, 2010, EOL, Argentina,

p. 20.12 Ibíd, p. 12.13 Lacan J., Seminario 18, De un discurso que no fuera del semblante, Paidós, Argentina, 2009, p. 62.14 Ibíd, p. 63.15 Lacan J., Seminario 3, Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 1984, p. 363.

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El signo de los tiempos para la psicosis ordinaria

Manuel Montalbán Peregrín – elp

Es innegable que el psicoanálisis es fruto de una época y de un deseo, el deseo de Freud. En las postrimerías de la era victoriana, Freud da un sentido sexual a la nerviosidad moderna, articulándolo a la cuestión del padre y a la pregunta por qué quiere una mujer. Un eje fundamental de la enseñanza de Jacques Lacan es identificar y cuestionar el deseo de Freud, respecto al padre, para extraerlo del psicoanálisis como discurso.1

Asimismo no cabe duda de que el amo antiguo ya no impresiona. Pero esto viene de atrás, y el psicoanálisis no es ajeno a ello. Ricœur2 no duda al situar a Freud, junto a Marx y Nietzsche, como uno de los maestros de la sospecha. La propia ilusión de que la muerte del padre conlleva la liberación cundió entre ciertos sectores del movimiento analítico, también entre los alumnos de Lacan. Y ello a pesar de que Lacan es tajante al respecto: «la conclusión que se impone en el texto de nuestra experiencia es que a Dios ha muerto le corresponde ya nada está permitido».3

El debilitamiento del padre es correlativo a los importantes cambios económicos, sociales y familiares que se gestan desde mediados de 1700 y se suceden durante el siglo XIX, eclo-sionando en las expresiones históricas de carácter global inéditas del siglo XX. J.-A. Miller4 conecta la Revolución Industrial con una verdadera revolución también del lado de la demanda, el surgimiento a escala masiva de un apetito insaciable basado en el carácter plástico y errático del deseo, que desemboca en la promoción del objeto a al cénit de lo social. La expresión «El Otro que no existe» refleja la decadencia de los semblantes del Padre, el orden simbólico, etc., todo aquello en definitiva anticipado por Marx en la sentencia «todo lo sólido se desvanecerá en el aire». Pero el socavamiento de las figuras simbólicas del Otro, como amo antiguo, no significa que el amo contemporáneo no esté operativo; funciona regido por la técnica y el capital, y ha alcanzado la capacidad de sub-sumir a los cuerpos y las subjetividades en la forma de mercancía.

Lacan constata al final de su enseñanza la puesta al día del discurso del amo bajo la hipótesis del discurso capitalista, y prevé toda una serie de consecuencias para nuestra

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civilización. Cada época tiene formas privilegiadas de convivir con la pulsión, y conse-cuencias para el lazo del sujeto y el Otro, que se derivan de ello. El discurso capitalista surge al introducir una pequeña perversión en el del amo, concretamente la inversión de S1 y $ que conlleva, sin embargo, una profunda alteración en el sentido de los vectores y en el funcionamiento general del dispositivo de cuatro elementos. Esta variante, este falso discurso, como lo llama Lacan, funciona en una circularidad siniestra, sin interrup-ciones, verdadero rechazo de la imposibilidad, del corte, que estandariza el paratodeo, sin oportunidad alguna para el descompletamiento. El punto de capitón se tambalea. No es difícil entender, por tanto, que podamos interrogarnos acerca de cierta simetría entre la estructura psicótica y los signos de época. En una interesante entrevista, Jacques Munier pregunta a Eric Laurent si la diversificación de la psicosis se trata de un fenómeno ligado al estado actual de nuestras sociedades o a la evolución de éstas, a lo que Laurent responde que «Los psicoanalistas no han dejado de mantener un programa de investigación». Y respecto a la posibilidad de una extensión cuantitativa de las psicosis, Laurent añade: «Sí, según la opinión general. Hay una extensión cuantitativa. Hay menos neurosis clásicas».5

Frente a ello, Lacan no se refugió en la nostalgia de la clínica clásica sino que fuerza la tensión existente en esta simetría. La perspectiva estructuralista seguía las huellas del surco abierto por Freud donde el Edipo anudaba los tres registros. La Metáfora Paterna dotaba de consistencia al Otro y la forclusión del Nombre del Padre representaba un agujero en lo simbólico, con el delirio como intento reparador. Esta tesis inicial concebía la psicosis a partir de un handicap, una falta respecto a la neurosis. Es interesante señalar que el viraje hacia una nueva formulación es producto de la introducción del significante de la falta en el Otro, Otro barrado. En el plano social, cualquier atisbo de inexistencia del Otro, como explicitan Miller y Laurent, conlleva la multiplicación de los comités de supuestos expertos que resignifican al sujeto como individuo, esclavo del imperativo de goce y, por ello, reducido al imperio de la cifra. Lacan se esfuerza en demostrar, sin embargo, que en la experiencia analítica la inexistencia del Otro es correlativa de la existencia de lo real, que podemos enunciar: No se trata de un agujero en lo simbólico solo para algunos, como ocurría en el caso de la forclusión del Nombre del Padre, sino de un no-saber sobre la relación sexual sin proporción posible, ausencia en el inconsciente de un significante para el goce femenino que atañe a todos los seres hablantes. Lacan reconduce con conse-cuencias definitivas el nudo freudiano padre-mujer.

La clínica de la continuidad, que se ilustra en la hipótesis de la psicosis ordinaria, alumbra la estructura única e irrepetible de la invención singular de cada sujeto para anudar la condición sexuada, parlante y mortal. Como nos recordaba Gustavo Dessal6, Miller rescata al respecto la tradición pascaliana en la obra de Lacan. Pascal entendía la locura como consustancial a lo humano, pero distinguía  la locura de todo el mundo de la locura de uno solo. Dentro del «todos locos» es necesario preservar también la singularidad del psicótico, la decisión del ser7, el discreto consentimiento del que Lacan considerara único hombre libre, libertad que angustia al bienpensante y conllevará renovados modos de segregación8.

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................................................................................1 Miller J.-A., «Breve introducción al más allá del Edipo», en VVAA, Del Edipo a la sexuación, Buenos Aires,

Fundación Casa del Campo Freudiano, 2001, pp. 17-22.2 Ricœur P., «El psicoanálisis y el movimiento de la cultura contemporánea», Hermenéutica y Psicoanálisis,

Buenos Aires, Edic. Megápolis, 1975.3 Lacan J., El Seminario, Libro 17, El Reverso del Psicoanálisis, Barcelona, Paidós, 1992, p. 127.4 Miller J.-A., con Laurent É., El Otro que no existe y sus comités de ética. Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 85.5 Laurent É., «La psicosis ordinaria», entrevista realizada por J. Munier, France-Culture, «Los caminos del

conocimiento», lunes 4 de septiembre de 2006. Disponible en castellano en Radar, 5, septiembre de 2010, NEL-México, http://www.nel-mexico.org/articulos/seccion/radar/edicion/51/86/La-psicosis-ordinaria

6 Dessal G., «Todo el mundo es loco: Jacques-Alain Miller según Gustavo Dessal, entrevista realizada por P. -E.  Chacón», Telam, 10-11-2015. Disponible en http://www.telam.com.ar/notas/201511/126643-todo-el-mundo-es-loco-jacques-alain-miller-segun-gustavo-dessal.html.

7 Alemán  J., Derivas del Discurso Capitalista, MGE, Málaga, 2004, p. 12, nos recuerda la conexión entre estructura y decisionismo en relación a la alocución de J.-A. Miller «Sobre la lección de la psicosis».

8 Lacan J., Petit discours de Jacques Lacan aux psychiatres, Cercle Psychiatrique H. Ey, Sainte Anne, el 10 de Noviembre de 1967. Inédito, Versión y traducción de P. Román, R. Pinciroli y F. Contreras, disponible en http://www.ms.gba.gov.ar/ssps/residencias/biblio/pdf_Psico/discurso_psiquiatras.pdf.

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La época de lo ordinarioMarita Hamann – nel

«La psicosis ordinaria es la subjetividad de nuestra época», señala M. Bassols en una entre-vista relativamente reciente1, pues el sujeto de hoy bucea entre los discursos sin anclar en ninguno, sumergido en la debilidad mental, −si no recurre a la paranoia para dotarse de personalidad. El hundimiento del padre y la tradición han puesto de relieve que existen muy diversos modos de construirse una vida; también, que eso depende de lo que cada uno consiga hacer para afrontar la fragilidad creciente de los lazos. La elucidación de las psicosis actuales abre entonces las vías de una investigación en el terreno clínico y epis-témico, pero también político, ya que evidencia las particularidades de la subjetividad contemporánea en tanto que discurso transindividual del inconsciente.

La tragedia del deseo

No es casual que É. Laurent −y no solo él−, recuerde las laboriosas vueltas de Lacan en torno a Hamlet cuando se trata de mostrar qué definiría la subjetividad moderna. Como señala el autor,2 Hamlet encarna una enunciación fundamental ligada a un imperativo desligado del padre. La develación del fantasma paterno le hace patente que habita en un mundo de semblantes y la consecuencia es que no puede deducirse de ninguna decla-ración de deseo: está frente a un agujero real por la ausencia del significante que vendría a marcar el lugar de S (A). Es más, la pérdida del sujeto como tal, si se considera la lógica del fantasma, permite definir el nuevo régimen del lazo social, concluye Laurent.

Como anota M. Barros,3 el verdadero problema con la madre de Hamlet no es su deseo decidido por su cuñado sino que le da igual uno que otro. Esa inconsistencia, efecto del lado oscuro del goce femenino, deja al sujeto sin brújula y hace de ella un Otro inexpu-gnable. Este es el sentido de la tragedia del deseo que Lacan extrae de Hamlet.

Así, hoy por hoy, de un lado, todo se vuelve semblante −y también el objeto plus de goce lo es−, todo es susceptible de opinión y regla (o debiera serlo), sin Ley ni excepción a considerar. Es la paradoja de una diversificación homogeneizadora. De otro, el empuje al goce no encuentra adversario; con él se hacen «arreglos», donde «el no-todo no es un todo que conlleve una falta sino por el contrario una serie sin límite ni totalización.»4

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Por eso la clínica del no-todo es aquella en la que florecen las patologías centradas en la relación con la madre y el narcisismo, recuerda Laurent.5

Cuando el sujeto se aliena al «proyecto» del Otro, −«ser nombrado para algo» prevalece sobre la función NP−, se implanta ese orden de hierro en el que, como dice Lacan, «es bien extraño que aquí lo social tome un predominio de nudo… ¿acaso ese «nombrar para» no es el signo de una degeneración catastrófica?»6. Orden que resulta, precisamente, del retorno en lo real del Nombre del Padre rechazado.7

Cuestión esta de la que no se exime nuestra burocracia de cada día por cuanto exige, a su propio modo, la desaparición del sujeto.

La pulsión «digitalizada»

Indudablemente, la personal computer fue el invento que con mayor énfasis trastocó la vida del siglo pasado, y es uno de los objetos técnicos que más ha evolucionado, hasta reformular los hábitos casi completamente. La imagen digital recrea el panóptico inu-bicable de hoy. La red en la que se inserta no tiene centro ni límite ni exterior, «lo sabe todo» y, especialmente, «muestra todo», dentro y fuera de la vida privada y de los cuerpos mismos; espía, calcula, predice pero, especialmente, ordena. Prácticamente nadie se libra de su uso ni de su poder. Es por eso que se presta bien para captar de golpe lo que Foucault y Deleuze conceptualizaron en su momento sobre el paso de la sociedad disci-plinaria a la de control.8

Pero este reino del semblante tiene efectos reales que no pasan inadvertidos: la pulsión misma se encuentra facilitada, en el sentido freudiano, por la tecnología. «Soy un paciente moderno», dice un muchacho que no consigue estudiar, «en la pantalla todo está al alcance de un clic». Nuestra época se caracteriza por la supresión del tiempo de com-prender: se pasa del instante de ver al momento de concluir sin que quede mayor huella.9 Velocidad sin pausa, dice Miller10, o, también, dilación infinita11, al modo de las decenas de pestañas que pueden abrirse en la pantalla. El sujeto se encuentra solo frente a una «realidad degradada e inmoral»12. Surge entonces el llamado al Otro tiránico para frenar los excesos al mismo tiempo que las demandas del Otro se perciben como tiránicas.13 Todo eso transcurre, sustancialmente, en la pantalla digital portátil, el principal agente de la superyoización de la época14, coherente con el imperativo de cuño lacaniano extraído del paralelismo entre Kant y Sade: «actúa de modo tal que tu acción sea programable».

También así se producen los encuentros de las comunidades de goce y algunas protestas sociales: comienzan con un simple hasthag que funciona monolíticamente, al modo de la holofrase, autorizando un goce catártico que puede congregar a una multitud por un tiempo, sin que haga falta mayor acuerdo.15

Entre capitalismo y religión

Desde luego, la tecnología es la principal aliada del capitalismo. El sujeto del liberalismo se coloca por encima de la muerte, la sexualidad y las leyes del lenguaje; de allí el empobre-

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cimiento de la metáfora y la potencia del empuje al goce que autorizan algunos líderes políticos, como es el caso de la campaña de Trump, entre otras.

No solo observamos respuestas fundamentalistas de corte islámico al fundamentalismo del mercado: con no poca frecuencia, la discusión política se desplaza del terreno de la distribución social de la riqueza al terreno de la moral y la identidad. Es la respuesta vía el agravamiento del campo de concentración y el rechazo del inconsciente a la segregación social, usada con astucia por algunos líderes para ganar adeptos desviando la discusión a linderos por donde los intereses del mercado son menos manifiestos. ¿No se trata aquí también de la percepción de una amenaza profunda al modo de vida, para tomar las palabras de E. Berenguer16, de recuperar algo que se pierde o se degrada para retornar a una época imaginada? El sujeto moderno en busca de la identidad perdida, ha caído en una trampa. Y el anhelo de retorno a la época del padre (que no debe confundirse con la función NP) conduce a lo peor.

Ciertamente, esta es la época de la angustia. Cuando la función NP se cumple, se verifica no solo por el reconocimiento de lo prohibido o de la amenaza, sino, fundamentalmente, porque el sujeto puede temperar la angustia.17 O bien, surge un síntoma. No obstante, en los tiempos de la debilidad mental, el acceso a este recurso está estorbado, indepen-dientemente de la estructura clínica. Hay síntomas más o menos de moda, dice Miller, que resultan de la perturbación del orden simbólico contemporáneo en los que, dada la ausencia de Significante que ancle al sujeto, se recurre a los tatuajes, los cortes, a dife-rentes formas de tortura y de violencia contra el cuerpo. Se trata aquí de lo que podría llamarse «la psicosis civilizadora normal»18, afirma, es decir, compensada. Suplencias de un límite que no puede resolverse por la metáfora.

El psicoanálisis tiene las herramientas para «extraer real a partir del lenguaje» de manera que un nuevo vínculo entre ellos tenga lugar.19 El efecto de sentido que apunta a lo real no cierra, por eso es análogo a la poesía: deja pasar el sinsentido oportuno para indicar la presencia de un goce indecible.

................................................................................1 Flomembaum Z., «La psicosis ordinaria es la subjetividad de nuestra época», Entrevista a Miquel Bassols,

Enlaces, nº 23, agosto 2017, p. 54.2 Laurent É., «Qué es un psicoanálisis orientado hacia lo real», junio 2014, http://www.blogelp.com/index.

php/despedida-y-exclusiva-eric-laurent 3 Barrros M., «Inconsistencia y equívoco», Ancla, nº 7, setiembre 2017, http://www.ancla.psicopatologia2.

org/Ediciones/007/index.php?file=Orientaciones/Inconsistencia-y-equivoco.html4 Laurent É., El reverso de la biopolítica, Buenos Aires, Grama, 2016, p. 246.5 Ibid, p. 250.6 Lacan J., El Seminario, libro 21, Los no incautos yerran, lección del 19 de marzo de 1974, inédito.7 Como ha narrado hace poco E. Berenguer («Del Hadith al tuit. Fundamentalismos identitarios y

violencia»), los autores del atentado en Barcelona renegaban de sus padres pero la madre salía impune. No es infrecuente tampoco encontrar en los sujetos que acuden a la consulta un odio más o menos difuso hacia el padre mientras que la madre aparece como alguien que no se pronuncia o que, si lo hace, es inapelable.

8 Ver al respecto Deleuze G., Conversaciones 1972-1990, Edición electrónica de www.philosophis.cl/

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Escuela de Filosofía Universidad ARCIS., p. 143-154.9 Caroz G., «Momentos de crisis», mayo de 2015, http://ampblog2006.blogspot.pe/2015/05/momentos-

de-crisis-por-gil-caroz.html10 Miller J.-A., Todo el mundo es loco, Buenos Aires, Paidós, 2015, p. 11-16.11 Miller J.-A., «En dirección a la adolescencia», 2015, http://elpsicoanalisis.elp.org.es/numero-28/en-

direccion-a-la-adolescencia/12 Ibíd.13 C.f. ibíd14 Laurent É., «El traumatismo del final de la política de las identidades», 2017, http://identidades.

jornadaselp.com/textos-y-bibliografia/texto-de-orientacion/el-traumatismo-del-final-de-la-politica-de-las-identidades

15 Es el caso, por ejemplo, de las manifestaciones de #Niunamenos, que ha adquirido el estatuto de una marca mundial. O, también, el de los llamados «tuitazos», en los que se establece que, al lado de un hashtag, un determinado día y durante unas pocas horas, la gente deberá expresarse libremente acerca de cierto tema controvertido.

16 Berenguer E., «Del Hadith al tuit. Fundamentalismos identitarios y violencia», 2017, http://identidades.jornadaselp.com/textos-y-bibliografia/texto-de-orientacion/del-hadith-al-tuit-fundamentalismos-identitarios-y-violencia/

17 Miller J.-A., 13 clases sobre El hombre de los lobos, Buenos Aires, UNSAM, 2010, p. 60.18 Miller J.-A., «Enfants violents», intervention de clôture de la 4e Journée d’étude de l’Institut

psychanalytique de l’Enfant, le 18 mars 2017, https://www.apreslenfance.com/?wysija-page=1&controller=email&action=view&email_id=169&wysijap=subscriptions

19 Laurent É., El reverso de la biopolítica, op. cit., p. 267.

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Normal MadnessRoger Litten – nls

In two recent texts1 Miquel Bassols has explored some of the logical paradoxes intrinsic to the notion of ordinary psychosis. Rather than trying to situate ordinary psychosis as one clinical structure amongst others, he suggests that the introduction of this notion into the field of the classical psychoses acts as a dissolvent that effaces all our familiar clinical landmarks and undermines the very basis of our diagnostic classifications.

Attempts to establish a stable definition of the ordinary psychoses are undermined by the impossibility of either reducing their description to a trait or constituting them as a self-enclosed and consistent category. «There is no proper clinical description of ordinary psychosis according to the classical model, which orders their categories starting from a series of traits present in the interior of a more or less well-defined set.»2

At the same time Bassols reminds us that the logic of diagnostic classification always implies a reference to an exceptional element in relation to which distinguishable sets can be defined as closed: «Every diagnostic system is in fact sustained by the belief in a universe organised by traits that form classes, always supposing the divine place of a classifying Other.»3

It could not be more clearly formulated that the system of classificatory structure is inexo-rably linked to the belief in the divine place supposed of the Other. Is our adherence to the binary clinic, our belief in the structural distinction between neurosis and psychosis, then to be considered a residue of our belief in the existence of the Other?

And would not the corollary implication be that the decline in the belief in the Other itself implies the erosion of the foundations of the binary clinic partitioned on the basis of the secure possession of attributes distributed by reference to a position of exception?

Far from being constituted as a defined clinical structure, we find ordinary psychosis situated in relation to the field of the psychoses rather in terms the absence of the traits that would allow it to be classed either as a neurosis or as a classical psychosis, but «never the same one in any case»4.

Ordinary psychosis might then more usefully be considered a spectrum concept based on «family likeness» in Wittgenstein’s sense, organised not around any common point of

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overlap or intersection but rather around the absence of a defining trait. The «family» of ordinary psychoses would thus be indexed on a point of lack that could be written S(A).

Rather than being constituted as a closed set containing defined and characteristic traits, the ordinary psychoses would more aptly be characterised in terms of their lack of consis-tency as a set. Hence the need to consider instances of ordinary psychosis in the clinic one by one, in the form of an open series.

The trajectory of Bassol’s argument across these two papers thus allows us to take the paradoxes situated at the heart of the notion of ordinary psychosis as the index of a logical impossibility opening up the field of psychosis to the logic of the not-All.

«Put another way, the non-category called ‘ordinary psychosis’, the category that responds to the era of the unclassifiables of the psychoanalytic clinic, is the category that can best accommodate itself to the era that we also call ‘the era of the Other that does not exist’, the era in which the Other shows itself both incomplete and inconsistent at the point of organising the jouissance of the contemporary subject, especially when it is a question of organising this strange segregative jouissance that we at times encounter under the name of ‘madness’.»5

Situating the conceptual and clinical challenges posed us by the notion of ordinary psy-chosis against the background of the logic of the not-All of course maps directly onto the argument first elaborated by Jacques-Alain Miller in the second of his Milanese Intuitions6, where he suggested that the phenomena of subjectivity in the contemporary epoch might become more decipherable if we relate them to the structure of the not-All, as the discursive machinery that stages the subject of our times.

We could trace out some of the implications of this line of argument by taking up the question of triggering, one of the most basic instances of a trait of the classic psychoses lacking in the clinic of ordinary psychosis. We have seen a variety of answers to the question of whether ordinary psychosis should be considered a form of triggered psychosis or not. Around this point we have witnessed a range of reformulations of the classical notion of triggering, which themselves leave room for clarification in how we order and make use of these terms.7

Would it not be possible to take more strictly that initial element of undecidability on the question of triggering in ordinary psychosis, indexing it not so much on insufficient clinical data in any particular case but rather on a formal logic of undecidability that itself would have to be indexed on the non-existence of the Other and elaborated in the context of the logic of the not-All?

A line through this question would allow us to situate on the horizon the notion of an untriggerable psychosis, a psychosis that structurally would not be liable to triggering. This is a question already touched on by Miller in 2008 when he refers in passing to psy-choses that not simply had not been triggered but could not be triggered.8 How would we locate the co-ordinates of a psychosis that could not be triggered?

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On the one hand we have the question of the elements that serve to ward off triggering in any particular clinical configuration. But beyond that there would be the question of a configuration of psychosis where the notion of triggering and its variants was no longer a salient issue. This question would obviously have to be considered in relation to the other two elements in the classical sequence of foreclosure, triggering and stabilisation.

The exploration of the question of foreclosure has of course been fundamental to the trajectory of Miller’s work across the decades, taking us from a notion of restricted fore-closure indexed on the exceptional position of the Name of the Father to a concept of generalised foreclosure indexed on the sexual non-rapport, a trajectory that itself takes us from the logic of the closed set to the logic of the not-All via modifications in the status and position of the exceptional element that upheld the paternal function.

Here we would want to pursue the question on the other slope of this ternary by ques-tioning the implications for our conception of delusional stabilisation. With the notion that all our discourses are defences against the real have we not arrived at a notion of generalised delusion that would no longer be restricted to the clinic of psychosis?

And does not the introduction of the modifier ‘ordinary’ in relation to the term psychosis also mark the point where the distinction between delusion and madness becomes more difficult to define, or at least the point where both psychosis and neurosis, as pathologies of the exception, would become increasingly specialised islets within the broadening field of ordinary madness increasingly indistinguishable from the landscape of normality?

These are some of the questions that our work towards the Congress might seek to clarify.

................................................................................1 Bassols M., «Psychosis, Ordered Under Transference», The Lacanian Review, Issue 2, 2016 and «In Praise of

Ordinary Psychosis», The Lacanian Review, Issue 3, 2017. 2 Bassols M., (2016), op. cit., p. 169.3 Bassols M., (2017), op. cit., p. 165.4 Bassols M., (2016), op. cit., p. 169.5 Bassols M., (2017), op. cit., p. 166.6 Miller J.-A., «Milanese Intuitions 2», Mental Online, nº 12, May 2003.7 Arenas G., «What we talk about when we talk about disconnection?», Papers 7.7.7., nº 3.8 «But one step more is to understand that there are psychoses that do not lend themselves to triggering,

psychoses with the inmost disturbance continuing without a clash, without an explosion, but with this gap, or deviation, or disconnection, perpetuating itself.» Miller J.-A., «Ordinary Psychosis Revisited», The Psychoanalytical Notebooks of the London Society, Issue 26, 2013, p. 47.

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La psychose dans son époque

Anaëlle Lebovits-Quenehen – ecf

S’interroger sur les rapports entre la psychose et la subjectivité contemporaine invite à faire varier le concept d’époque au sein duquel un sujet s’inscrit. Dans une première acception, son acception la plus large, le discours analytique fait bel et bien une place à l’époque. Déjà Freud appréhende les hystériques dans le commerce desquelles il fait l’hypothèse de l’inconscient, comme répondant aux maîtres auxquels elles ont affaire – médecins, en ce temps. Il considère par ailleurs que le carcan moral dominant à ce moment de l’his-toire doit être pris en considération dans la façon dont l’inconscient se manifeste. Et pour évoquer la première psychose ordinaire de l’histoire, rappelons que l’homme aux loups, a dû composer avec la chute de l’empire Russe et la révolution d’octobre qui marquèrent profondément tant sa trajectoire que le cours-même de son analyse1. Nous avons là trois façons dont un sujet peut être marqué par le moment de l’histoire où il vit, et ce à diffé-rentes échelles. Trois niveaux donc, où le sujet se fait réponse de cette époque comme on peut dire qu’il est « réponse du réel ». Il y a en ce sens une dimension transindividuelle de l’époque et de la façon dont elle marque les sujets qui y vivent, au point qu’on pourrait considérer cette époque comme un sujet à part entière, comme Jacques-Alain Miller nous y invitait d’ailleurs il y a peu2, dans le sillage de Lacan.

Mais il y a également une dimension où l’époque sert le sujet dans ses tentatives de donner sens au réel qu’il rencontre le plus intimement du monde, mais justement, hors du monde, hors époque. Il lui répond alors moins qu’il ne s’appuie sur les traits qui la spécifient pour répondre à ce réel. À cet égard, il en va de chacun, névrosé ou non, psy-chotique ordinaire ou extraordinaire, comme de Christian Boltanski quand il affirme être un artiste de son temps au sens où, s’il avait vécu à la Renaissance, il aurait peint, mais que vivant au XXIe siècle, il donne plutôt dans les installations. Le réel de sa jouissance, il le traite entre autre avec les moyens que son époque met à sa disposition. C’est là aussi que son art réside. Or, si la forclusion du Nom-du-Père a pour conséquence d’être sans recours aux discours établis, elle est nécessairement marquée par le fait que l’époque dans laquelle nous vivons se spécifie de voir les discours établis flancher, le Nom-du-Père perdre de sa

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superbe, l’Autre devenir plus inconsistant que manquant. En cela encore, il importe de saisir cette structure spécialement dans son époque.

Toutefois, si l’époque historique est chose de poids, l’époque analytique en est une autre. C’est la deuxième acception du concept d’époque que nous dégagerons donc ici. Dans une clinique sous transfert, cette dimension est cruciale. À cet égard, notons que pour ce qui concerne proprement la psychose ordinaire, il y a du nouveau. Contrairement aux autres structures classiques, que Freud ou Lacan nous ont léguées, il s’agit là d’une caté-gorie clinique que Jacques-Alain Miller a récemment inventée. Une psychose donc, en tant qu’elle n’est pas une névrose sans pour autant être une psychose déclenchée dans les règles et qui ouvre ainsi le champ de la psychose de façon proprement extraordinaire. Si ce point semble crucial, c’est que la façon dont les analystes reçoivent les psychotiques ordinaires aujourd’hui, dans cette époque-ci plutôt qu’à une autre, est nécessairement elle aussi marquée par la jeunesse et la vigueur de cette catégorie clinique, encore en chantier, quoi qu’elle ait vingt ans.

Ceci étant dit, il y a toujours une tension entre la façon dont un sujet est marqué par son époque et la façon dont, quand on le reçoit, on l’appréhende dans sa singularité absolue. Et il y a encore une tension entre la façon dont un sujet est marqué par son époque et le fait que sa jouissance, pour autant qu’elle a trait au réel, est, pour partie au moins, hors discours. Il y a à cet égard le même genre de tension entre la considération de l’époque qui marque un sujet et sa singularité absolue, qu’entre la structure à laquelle on l’assigne et la considération de ce que la forclusion est généralisée. La forclusion généralisée met en exergue que le Nom-du-Père, qu’il soit ou non en fonction, n’est qu’un symptôme permettant de localiser la jouissance, et que s’il est absent, un autre symptôme en fera office, dans la psychose ordinaire du moins. Il en sera ainsi le compensatory make-belive (ou CMB), comme s’exprimait Jacques-Alain Miller en 20083. Il y a donc là une tension, mais une tension féconde, une tension à maintenir vive ou à résorber sous la seule modalité de l’Aufhebung. Sans cela la catégorie clinique de la psychose et celle de la psychose ordi-naire auxquelles nous nous attachons ici deviennent caduques.

Or, l’enjeu de faire place à cette catégorie clinique nouvelle (au moins du point de vue épistémique) est éthique, et éthique parce que pratique. À propos de la psychose ordi-naire spécialement, Jacques-Alain Miller se posait cette question lors de la Conversation d’Arcachon  : «  Comment faire pour que l’évolution d’un sujet soit plutôt continue que discontinue, c’est-à-dire lui éviter les crises, les déclenchements, les scansions ?4 » Cette question émerge alors que la conversation porte sur la pertinence d’une appréhension continuiste des catégories psychose-névrose. Il déplace ainsi justement l’accent. L’enjeu véritable n’est pas que les différentes structures cliniques puissent être envisagées dans un continuum au sein duquel leur différence s’estompe, mais bien plutôt que, lorsqu’on a affaire à une psychose non-déclenchée, celle-ci puisse être maintenue dans la continuité que l’absence de déclenchement permet. Autrement dit, l’accent est mis sur la direction de la cure.

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La clinique nous enseigne que nombre d’entre ceux qu’on dit psychotiques présentent un rapport au temps où domine le présent éternel de la réitération. Cette considération nous porte à une troisième acception du terme « époque ». Nous ne sommes plus dans la sub-jectivité contemporaine, mais bien plutôt dans ce que nous pourrions nommer « l’époque subjective », celle justement qui semble faire défaut à l’occasion de tel déclenchement ou débranchement. Si déclenchement et débranchement scandent le temps subjectif, loin de l’ordonner ils en rajoutent au contraire sur le devenir éternel du temps. Dans la direction de la cure, le fait de saisir les circonstances précises de ces divers (et parfois discrets) débranchements ou déclenchements en remontant jusqu’aux premiers, est une voie qui permet, dans bien des cas, de voir le présent éternel virer à l’histoire, une histoire qui rompe avec la coalescence du passé, du présent et du futur en tant que l’éternité les nivelle. Il s’agit alors d’érotiser le temps afin que le temps subjectif puisse se décomposer en époques pour un sujet dont l’histoire reprend forme d’invention.

Cette histoire, celle qui s’élabore alors sous transfert, s’ordonne autour des intrusions de jouissance qui la scandent et dont les circonstances sont repérées comme autant de moments où la psychose, toute ordinaire qu’elle puisse être, s’est fait jour en dépit des appareillages à disposition du sujet pour y faire face.

Et jusqu’où donc remonter dans le cours de cette histoire ? Au moment de la « métaphore paternelle ratée5 » comme Éric Laurent s’exprime dans la même conversation d’Arcachon ? À la première intrusion de jouissance dont un sujet puisse témoigner ? Jusqu’au moment où un sujet nous permet d’aller, sans doute quand cela s’avère essentiel pour renouer avec un temps moins marqué par l’éternité que par la vie qui s’invente.

................................................................................1 Cf. Cours d’Agnès Aflalo du 3 octobre 2017 à l’ECF, qui a déployé ce point.2 Miller J.-A., Séminaire du 24 juin 2017 à Paris. 3 Miller J.-A., « Effet retour sur la psychose ordinaire », Quarto, nº 94-95, 2009, p. 44.4 Miller J.-A., « La Conversation », La Conversation d’Arcachon, Paris, Agalma – Le Seuil, 2005, p. 165.5 Ibid., p. 228.

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Invenções ordinárias e mercado generalizado

Marcus André Vieira – ebp

O postulado de uma psicose ordinária, em contraste com a entidade clínica herdada da psiquiatria clássica, a psicose dos sintomas exuberantes que já tendemos a chamar de «extraordinária», tem nos levado a uma investigação que abarca vários planos.

Uma primeira aproximação do tema destaca a possibilidade de a foraclusão do Nome-do-pai apresentar-se em sinais mínimos, imperceptíveis nas situações quotidianas.1 Essa hipótese nos conduz a outra: para que uma psicose possa ser a este ponto invisível é preciso que sua estabilização seja tão eficaz quanto qualquer outra, eliminando-se a pos-sibilidade do pensamento do déficit, que define a psicose a partir da neurose.2 É o que apenas a teoria da foraclusão generalizada permite por postular que o Nome-do-pai seja apenas um operador de suplência entre outros.3

A esse encadeamento de proposições solidárias, podemos acrescentar mais uma. A foraclusão generalizada esvazia a ideia de um Outro social estável, ordenado, pois ele será definido pelo conjunto de suplências em vigência a cada momento do laço social.

Esse Outro estável, o da neurose, poderia ter como definição a de um Outro institucional, ‘que se mantém de pé’ – apoiando-nos, segundo a etimologia do termo, do latim in statuere.4 É um sistema de regras hierarquizado e piramidal, um discurso, um modo de estabelecer laço entre falantes, definindo uma forma de vida que podemos aproximar do que Lacan delimitou como o discurso do mestre.5

Quem é o outro do psicótico? Com quem joga sua partida? A foraclusão generalizada nos impede de partir do Outro institucional da neurose, previamente estruturado. A presença e o gozo do Outro serão, assim, uma «abstração», tal como situa J.-A. Miller, sem corpo. Essa abstração terá que ser encarnada, e é exatamente o que faz a paranoia. Encarnando-o, define um modo de agir com relação a ele; por isso, Miller a define como «consubstancial ao laço social.»6

É preciso distinguir, no entanto, esquizofrenia e paranoia, o que fez Miller desde os anos oitenta ao afirmar que a esquizofrenia é o «estado nativo do sujeito», o de um Outro que

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não se institui, fora do laço, que pode, in extremis, levar o sujeito à catatonia.7 Dar corpo a esse Outro é o que constitui o delírio paranoico. Trata-se ou bem de um Outro inexistente ou bem de um Outro por demais existente.

E o Outro da psicose ordinária? É igualmente nãotodo, não exatamente alguém, não exa-tamente um corpo, mas o Outro de um gozo não localizado, inapreensível como os raios de Schreber.8 Em que ele se distinguiria daquele da esquizofrenia?

É preciso constatar que a psicose ordinária está integrada ao tecido social sem, entre-tanto, passar pela paranoia. Seu Outro não é o da consistência delirante paranoica, mas tampouco é inconsistente como o da esquizofrenia. Nossa hipótese é a de que a psicose ordinária destaca o paradoxo da constituição de um lugar no laço social em tempos de um Outro inconsistente.

Talvez fique mais claro se tomarmos esse Outro de nossos dias a partir do exemplo do que os economistas chamam mercado. Consideremos a forma de vida que se espalha por todos os âmbitos da sociedade junto com o capitalismo neoliberal – a subjetividade do empreendedor. Ela se constitui a partir do espelhamento de si mesmo com uma empresa, que bem poderia ser chamada, como o título de uma conhecida revista, «Você SA». O empreendedor não deve ter centro (assim como as empresas globalizadas). Deve ser criativo, mutante, reinventar-se a cada instante.9

O fundamento neoliberal é o que chamamos «livre concorrência», distinta de uma com-petição no sentido clássico. Não é organizada pelo resultado em termos de mais eficiência ou melhor trabalho, mas pelo sucesso e pelo desempenho em termos de consumo. Não define quem tem competência, mas quem vende mais.

Quem determina os sucessos e fracassos nesse mundo? O consumidor. Sua escolha é tida como regulador natural e a garantia de qualidade do mercado. Mas o consumidor escolhe? É evidente que ele não opta pelo que é melhor ou mais necessário. Escolhe o que lhe é irresistível. Algo nele, mais forte que ele, constitui uma escolha pelo gozo. Não importa se os tênis são feitos por que mão de obra escrava, não importa nada.

O consumidor goza, não escolhe, ao menos não como um eu. Por isso é uma falácia dizer que o livre arbítrio estaria na base do capitalismo neoliberal, pois o essencial não é o que se passa no plano do eu consciente, mas daquilo que o conduz sem que ele possa resistir. Por isso, o neoliberalismo talvez não seja oposto à democracia, mas sim sua destruição (se ela for definida como o «um por um» do voto consciente).

O mercado lida sobretudo com o empuxo ao gozo mais do que com as escolhas indi-viduais. Os absurdos a que chega o capitalismo no Brasil desvelam violentamente essa verdade. Não há, por aqui, tantos sujeitos considerados gente o bastante para que se sustente a ilusão de uma verdadeira escolha. Que escolha tem uma mãe da favela com relação à melhor escola para seu filho ou o melhor hospital para tratá-lo? Num país como o nosso, em que as condições de desigualdade fazem existir, para todos os efeitos, «eus» e «não-eus», toda moderação se esvai (o mesmo possivelmente vale para a condição dos imigrantes nos países da Europa). A subjetividade neoliberal, tanto em seu aspecto empreendedor quanto consumidor, pode se desenvolver em um «sem freios» assustador com relação às suas ações.

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Apesar disso, o laço se mantém. Como? Na grande feira global, como encontrar um lugar e resistir ao empuxo à série infinita dos objetos do consumo, além da religião e dos funda-mentalismos (soluções de um Outro maciço, paranoico)? Ora o psicótico busca, às vezes consegue, com os fragmentos de Outro de que dispõe, compor uma conexão que lhe dê um lugar no Outro social mesmo em condições de um gozo nãotodo. Lidando-se com um Outro sem corpo, há a necessidade de se inventar uma solução, mais ou menos bem-sucedida e de constituir, a partir do material disponível, uma conexão, sempre um dispositivo de invenção.

Não foi à toa que Lacan, no último período de seu ensino, calcou seu sinthoma na possível psicose de Joyce. É que os loucos, em meio a seu sofrimento e seu fracasso, estão o tempo todo inventando. O psicótico continua, nesse trabalho, um parceiro essencial do analista por permanecer um parceiro-impossível, que encarna o impossível da inclusão universal, de um «todos conectados».

Todo um modo de abordar a experiência freudiana parece colocar o ato analítico nas proximidades do que Freud já definia com Goethe: «toma o que herdaste de teus pais e torna-o teu».10 Havíamos acrescentado com Lacan que essa herança não é algo subs-tancial, e sim vazio. Herdamos sempre um não-sei-o-quê que nos faz descendentes, nos inclui em uma linguagem. O sujeito mais autêntico, da fala plena, portanto, seria aquele que assumiu o impossível de uma fala que dissesse tudo.11

Identifica-te com teu sinthoma ou saiba fazer, ali, com ele – nossas bússolas do último ensino de Lacan e das análises levadas às últimas consequências – ganham, a partir da psicose ordinária, um campo de testes para o fazer analítico quando parece impossível contar com a falta, mas apenas com o excesso do gozo.12 Em vez de trabalhar com enti-dades negativas como «vazio», «desejo», «hiância» e «falta-a-ser», ela nos obriga a colocar as coisas em termos de «desconexão» e «conexão», de amar e de trabalhar caso a caso, constituindo uma clínica das suplências generalizadas, dos modos de fazer e de gozar, dos usos das invenções, catástrofes e soluções que pode engendrar para fazer com o gozo a massa de sua própria vida, a fim de, parafraseando Lacan, celebrar as taciturnas bodas entre a vida vazia e o gozo indescritível.13

................................................................................1 Ela é psicose, claro, mas não como a psicose desencadeada e nem mesmo como a pré-psicose, tal como

esses termos são definidos no Seminário 3. Cf. Lacan J., O Seminário, livro 3, Rio de Janeiro, JZE, p. 124. Assume-se que, em alguns casos, não poucos, ela talvez só possa ser reconhecida por «sinais mínimos» de foraclusão, tão mínimos que às vezes inacessíveis, sendo somente postulados (Cf. Miller J.-A. et alii. La psychose ordinaire, Paris, Agalma/Seuil, 1999, p. 250).

2 Daquilo que era uma pergunta um ano antes, em Arcachon – E se o Nome-do-pai fosse um sintoma como outros? –, decorre nesse momento uma hipótese de trabalho que se enuncia afirmativamente: Existem outros modos de seguir na existência que não o Nome-do-pai ou seu déficit. A chamada pluralização dos nomes do pai, também conhecida como teoria da foraclusão generalizada, ou do sintoma generalizado, como prefere P.-G.  Gueguen, ganha aqui todo sentido. Cf. P.-G.  Gueguen «La homestasie symptomatique dans les psychoses», La lettre mensuelle, no 211, Paris, ECF, 2002.

3 Aqui há apenas um diagnóstico extraído de Lacan, tão generalizado que deixa de ser um e se torna um postulado de base: «Todo mundo é louco, isto é, delirante». Ibid., p. 192. Apenas recentemente Miller

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retomou essa passagem a partir de um texto inédito de Lacan, Orientação lacaniana aula de 4/6/2008 e Lacan J., «Transferência em Saint Denis?», Ornicar?, nº 17/18, 1979, p. 278. Nos termos de Arcachon: E se o Nome-do-pai fosse apenas um sintoma como outros? Miller J.-A. et alii. La conversation d’Arcachon, Paris, Agalma/Seuil, 1997, p. 156.

4 Laurent É., «Deux aspects de la torsion entre symptôme et institution», Pertinences de la psychanalyse appliquée, Paris, Seuil, 2003.

5 Que não haja mais uma referência universal já se tornou um lugar comum. Para sintetizar, escolho o termo destacado por É. Laurent: estaríamos no fim da «transcendência» como viga mestra de uma vida, no ocaso da culpa, na falência dos ideais, do sujeito neurótico vitoriano etc. Laurent É. How to recompose the Names of the father? International Lacanian Reviews, no 1, http://www.lacanianreview.com.br/n1/pdf/ELrecompose.pdf (acesso em 10/08/09) ou Laurent É. «Comment recomposer les Noms-du-Père?», Elucidation, 8/9, Paris, Verdier, p. 54.

6 Miller J.-A. «A salvação pelos dejetos», Perspectivas dos Escritos e Outros Escritos de Lacan: entre desejo e gozo, Rio de Janeiro, JZE, 2011.

7 Por isso, o paradigma desse sujeito «de fora» será o daquele que é «apanhado sem ajuda de nenhum discurso estabelecido» (Lacan J., «O Aturdito», Outros Escritos, Rio de Janeiro, JZE, 2003, p. 475). Para o «estado nativo do sujeito», cf. Miller J.-A. »Esquizofrenia y paranoia», Psicosis y Psicoanalisis, Buenos Aires, Manantial, 1985, p. 28 e «Clínica irônica», Matemas, JZE, 1996, p. 190-200.

8 Nunca é demais insistir na importância de se entender esse nãotodo como sinônimo de «limitado». Ele é grafado dessa forma por Lacan justamente para que a negação que exibe não seja entendida como marca de impotência, castração. É um Outro que, justamente por ser ilimitado, não tem corpo, tende ao absoluto.

9 Sigo p. Dardot e C. Laval, em A nova razão do mundo (São Paulo, Boitempo, 2016), que tomam o neoliberalismo como um modo de ser constituinte de uma forma de vida (no sentido de Wittgenstein).

10 Freud S., «Totem e tabu», Edição Standard Brasileira, v. XIII, Rio de Janeiro, Imago, 1972, p. 188.11 É essa a fala plena no Lacan dos primeiros anos: uma fala que se sustenta no abismo que nos funda e

faz dele companhia. Cf., por exemplo: «A função da linguagem não é informar mas evocar, o que busco na fala é a resposta do outro. O que me constitui como sujeito é minha pergunta», Lacan J., «Função e campo...», Escritos, Rio e Janeiro, JZE, 1998, p. 301.

12 Miller J.-A., «O último ensino de Lacan», Opção Lacaniana. Revista Brasileira Internacional de Psicanálise, no 35, São Paulo, EBP, 2005, p. 6-24 e Miller J.-A., «Teoria do parceiro», Os circuitos do desejo, Rio de Janeiro, Contra Capa, 2000.

13 Lacan J., Outros Escritos, Rio de Janeiro, JZE, 2003, p. 205.

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La psicosi « ordinata » e lo straordinario

del transfertGiuliana Capannelli – slp

A partire dal momento in cui le norme si diversificano si è evidentemente nell’epoca della psicosi ordinaria. La psicosi ordinaria è coerente con l’epoca dell’Altro che non esiste.

J.-A. Miller, « La psicosi ordinaria. La convenzione di Antibes », p. 216

La clinica psicoanalitica è una clinica sotto transfert, come già ben illustrato da J.-A. Miller nel 1987 con il suo testo C.S.T.1 e come articolato in maniera magistrale da É. Laurent nel testo Interpretare la psicosi nella quotidianità2. Ma una clinica sotto transfert non è uno scherzo.

Accettare di fare del transfert il punto pivot della clinica, e quindi anche della sua dia-gnostica, significa innanzitutto non cedere di fronte alle sirene della classificazione. Non si tratta qui solo di contrastare la classificazione fenomenologica, DSM o altro poco importa, ma anche di orientare il nostro sforzo classificatorio strutturale, o direi meglio con l’ultimo Lacan «  nodale  », a partire dal transfert. Operazione non semplice dato che tendiamo naturalmente ad investire di senso ogni fenomeno visivo e che il pregiudizio linguistico attraversa ogni discorso umano.

L’incontro con l’analista permette la reinterpretazione del sintomo che svela, da una parte, la verità della propria posizione rispetto all’Altro e al contempo il modo in cui il godimento, senza senso, intacca il corpo. E così si passa dalla diagnosi a modalità di etichetta, tarata sulla fotografia del comportamento particolare, all’ascolto orientato verso il godimento soggettivo, di cui l’enunciazione singolare si fa portavoce.

Questo è tanto più vero oggi che la diagnosi sfugge a un ordine precostituito stabile e si pluralizza, si precarizza. Con la clinica borromea abbiamo una « clinica elastica » con molte possibilità di annodamento, una clinica che « presta attenzione alle forme discrete o le forme normalizzate di follia »3. L’analista è lì per coglierne « i minimi dettagli » e orientarsi

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in merito a ciò che J. Lacan chiama « un disordine provocato nella più intima giuntura del sentimento della vita del soggetto »4 e che Miller organizza in rapporto a tre esternalità: sociale, corporea e soggettiva5. L’analista si fa « punto di capitone e destinatario di questi minimi segni »6.

Siamo di fronte a una clinica sottile la cui operatività transferale è, a tutti gli effetti, « straordinaria ». Come afferma M. Bassols7, attraverso il legame transferale, la costruzione sintomatica soggettiva, nella molteplicità delle sfumature sotto cui oggi si presenta, si mette a fuoco, si « ordina ». « Un ordine psicotico o, se vogliamo, uno psicotico «ordinato» » come sottolinea F. Paino8.

L’analista vi occupa un posto discrezionale, senza cui nessuna cura, e di certo nessuna diagnosi, è possibile. Ci si serve della diagnosi per servire alla cura, per « servire » l’analiz-zante9.

Lo straordinario del transfert si declina dunque nel senso di eccezionale o formidabile10 e in quello di inconsueto e anomalo, in quanto è necessario inventarsi un modo, ogni volta diverso, per partecipare con il soggetto alla sua costruzione particolare. L’analista fa gli straordinari11, e li paga anche. Questo lavoro si riduce spesso a una punteggiatura, punteg-giatura che fa apparire l’inconscio di cui l’analista si fa editore per ottenere «  qualcosa come una pacificazione »12.

Nella mia pratica incontro sovente persone la cui sofferenza si concentra attorno a un corpo che sembra continuamente sfuggire, la cui immagine non si annoda, un corpo che diviene il teatro di tutta una serie di modalità sintomatiche che vanno dall’anoressia, alla bulimia, all’obesità. Possiamo ritrovare allora, nel caso di psicosi, un fuori senso del discorso, un’eccedenza reale del corpo. Così, sentirsi addosso un corpo « obeso » in un normopeso, può non avere nulla a che fare con la sostanza immaginaria di quel corpo, né con la cosiddetta dismorfofobia, ma segnare il ritorno di un buco significante che non cessa di non scriversi. O, in un altro caso, avere la necessità di mantenere a tutti i costi un corpo « magro » senza poterne articolare il senso, ma solo perché « mi piace così, mi fa stare bene », può mostrare l’evidenzia di un reale del corpo non sottomesso all’inconscio.

Quale corda, dunque, lanciare al soggetto? Come farsi legame perché un annodamento sia possibile? Possiamo domandarci se, come individua Lacan con Joyce nel Seminario XXIII, sia utile anche in questi casi incarnare « l’ego come correttore del rapporto mancante »13, perché l’analista sia lì come « un sinthomo »14. E, inoltre, possiamo provare ad articolare soluzioni inedite di lavoro plurale (al di là dell’intervento multidisciplinare in voga nello standard scientifico), per stare al passo con l’invenzione soggettiva che fa coppia con un sapere non convenzionale, un sapere « ordinato », grazie a un transfert « straordinario ».

................................................................................1 Miller J.-A., « C.S.T. », La Psicoanalisi, nº 1, aprile 1987.2 Laurent É., « Interpretare la psicosi nella quotidianità », La Psicoanalisi, nº 46, luglio-dicembre 2009.3 Álvarez  J.-M., «  Il sintomo nella psicosi  », relazione tenuta presso l’Istituto freudiano di Milano il 22

settembre 2012, http://istitutofreudiano.blogspot.it/2013/01/il-sintomo-nella-psicosi.html.4 Lacan J., « Una questione preliminare ad ogni possibile trattamento della psicosi », Scritti, vol. II, Torino,

Einaudi, 1974, p. 555.

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5 Miller J.-A., «  Effetti di ritorno sulla psicosi ordinaria  », La Psicoanalisi, nº 45, gennaio-giugnio 2009, pp. 236-241.

6 Laurent É., IRMA, La conversazione di Arcachon. Casi rari: gli inclassificabili della clinica, Roma, Astrolabio, 1999, p. 149.

7 « Diciamo che l’unico modo per verificare questo fatto, l’unico modo per verificare questo reale che non cessa mai di non scriversi, è la struttura stessa dell’esperienza analitica, la struttura che viene portata alla luce nel fenomeno del transfert. Detto in un altro modo, per concludere: le psicosi ordinarie si ordinano clinicamente solo quando i loro fenomeni si precipitano, si ordinano, nella logica del transfert. Solo lì si rivelano le psicosi ordinarie come ordinate sotto transfert ». Bassols M., « Las psicosis, ordenadas bajo transferencia  », luglio 2016, http://miquelbassols.blogspot.it/2016/07/las-psicosis-ordenadas-bajo.html, (traduzione mia).

8 Paino F.,  «  Per una psicosi straordinata. «Immaginare» un transfert  », ottobre 2017, https://nessunoenormale.wordpress.com/2017/10/20/per-una-psicosi-straordinata-immaginare-un-transfert/.

9 È in questa accezione che intendo anche gli inviti apparsi nei lavori preparatori al convengo della SLP Usi della diagnosi nella cura analitica. Posizione del soggetto e clinica dei Nomi del Padre tenutosi a Torino nel maggio 2017, di fare a meno della diagnosi per servirsene: Cf. testi di Focchi M., Calabria R., Vacca M., Caretto S., in Appunti, nº 136, maggio 2017, https://www.slp-cf.it/slp/wp-content/uploads/2017/05/APPUNTI-MAGGIO-2017.pdf

10 Laurent É., «  Interpretare la psicosi nella quotidianità  », op. cit., p. 150: «  Si deve testimoniare dell’accanimento che si richiede in questa clinica, con la volontà di farsene destinatari».

11 Da intendersi sia nel senso della straordinarietà del suo lavoro che nel senso lavorativo di «  fare gli straordinari ».

12 Laurent É., « Interpretare la psicosi nella quotidianità », op. cit., p. 143.13 Lacan J., Il Seminario, libro XXIII, Il Sinthomo, (1975-1976), testo stabilito da J.-A. Miller, Roma, Astrolabio,

2006, p. 148.14 Ibid., p. 133 e Cf. Vartel R., Scilicet del Nome-del-Padre. Testi preparatori Convegno, Roma 2006, CD-rom,

AMP, p. 340.