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ENFOQUES SOBRE POSMODERNIDAD EN AMÉRICA LATINA

Follari Roberto Et Alt - Enfoques Sobre Posmodernidad en America Latina

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    ENFOQUES SOBREPOSMODERNIDAD EN AMRICA LATINA

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    C O L E C C I N P E N S A M I E N T O T R A N S D I S C I P L I N A R I O

    D I R I G I D A P O R R I G O B E R T O L A N Z

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    ENFOQUES SOBRE

    POSMODERNIDADEN AMRICA LATINA

    ROBERTO FOLLARI y RIGOBERTO LANZ(COMPILADORES)

    Martn Hopenhayn

    Jess Martn BarberoRigoberto Lanz

    Roberto FollariSantiago Castro-Gmez

    Alexander JimnezMagaldy Tllez

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    ENFOQUES SOBRE POSMODERNIDADEN AMRICA LATINAROBERTOFOLLARIy RIGOBERTOLANZ(COMPILADORES)Caracas, 1998

    F F F F Fondo Editorial Sentidoondo Editorial Sentidoondo Editorial Sentidoondo Editorial Sentidoondo Editorial SentidoParque Central, edificio El Tejar, nivel de oficinas 1,oficina 108. Avenida Lecuna, Caracas, Venezuela.Telfono: (58-2) 571.9978. Telefax: (58-2) 577.3058wwwwwwwwwwwwwww.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com.editor ia lsent ido.com

    Hecho Depsito de LeyDepsito Legal lf25219983012831ISBN 980-07-5294-3

    Produccin general: Eleonora SilvaServicio de preprensa: ProduGrfica, C.A.Impresin: Italgrfica, S.A.Impreso en Venezuela / Printed in Venezuela

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    Presentacin

    Balance sobrelo posmodernoen Amrica Latina

    ROBERTO FOLLARIRIGOBERTO LANZ

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    ALCOMIENZODELAPRESENCIAdel tema hacia mediados de losochenta pudo parecer una moda frvola: cuestin surgida enEuropa, preponderancia pasajera, con poca relacin con la espe-

    cificidad latinoamericana. Sin embargo, ciertos argumentos secomenzaron a subrayar: no estamos fuera del mapa mundial, lamodernizacin parcial no nos desacopla de los efectos de las tec-nologas comunicacionales, el aumento de la marginacin socialno es contradictorio con un alivianamiento de lo moral.

    Ya hacia comienzos de los noventa, surga dispersamenteun interesante acopio de trabajos sobre la cuestin: comenzabaa dibujarse lentamente un cierto campo de problemtica, abier-to no solamente por el inters de los intelectuales a partir desus especficos intereses y enclaves institucionales, sino tam-bin por la modificacin visible de los modos de la cultura pol-tica y el ejercicio cotidiano de la poblacin en su conjunto. Latemtica dejaba de ser curiosidad de algunos espacios especiali-zados en filosofa y ciencias sociales, para volverse cuestin deactualidad para el clculo de la eficacia poltica, para pensar lamassmediatizacin creciente, la desterritorializacin de la ac-cin social, y la desaparicin de los aferramientos a los com-

    promisos que estructuraron durante largos aos la tica y granparte de la adhesin ideolgica.

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    Lo anterior no acallaba las oposiciones en el campo inte-lectual por parte de quienes se avenan a tratar el tema para

    desmerecer su pertinencia, y aun de aquellos para quienes la sim-ple constatacin de la existencia del fenmeno posmoderno en lacultura colectiva les pareca una insoportable remisin al irra-cionalismo. Los que creen que existe un cuadriculado previopara el uso legitimado de la razn, los que identifican a sta conla estrechez de las certidumbres instaladas por la modernidad yaen crisis, tienden a suponer que son poco racionales aquellos queutilizan la razn de modos menos esquemticos; que marchan

    por caminos menos asegurados, pero ms cercanos a la expe-riencia colectiva de la poca y a los fenmenos que sta hace rele-vantes.

    Hoy la pertinencia de la cuestin es menos discutida. Hansido los estudios culturales los que, junto a los de participacinpoltica, han superado las barreras de resistencia intelectual. Nopuede cuestionarse la pertinencia de la temtica para pensar elestatuto actual de la temporalidad, del espacio citadino, de los

    viajes, de la televisin, de las computadoras y los videojuegos. Todoun reacondicionamiento de nuestra cotidianidad est en curso, yfinalmente esto se ha impuesto en el campo de lo terico. Porcierto, la recomposicin de las modalidades de participacin po-ltica es tambin tan fuerte, que es en ese otro campo donde laposmodernizacin tiene que ser identificada y pensada, y dondelentamente ha ido encontrando espacios para su legitimacin te-mtica, y para su especificacin conceptual.

    De modo que los estudios de ciencias de la comunicacina partir sobre todo del aporte de Jess Martn Barbero, quiennos acompaa en este libro, y los de cultura poltica porejemplo, por intermedio de Norbert Lechner y sus cuidadosos tra-bajos fueron definiendo el campo temtico, consolidndolo ysuperando aquella oposicin cerrada que, no por casualidad, en-contr en los filsofos uno de sus puntos mximos de resisten-cia. Slo desde la especulacin desligada de compromiso con elpresente podra proponerse dejar la posmodernidad, como hi-

    ciera alguno de ellos al titular su libro (suponiendo que ella noconstituye un campo interpretativo preconstituido en el cual se

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    hace la experiencia cotidiana, sino ms bien una especie de elec-cin personal arbitraria, a la cual se podra renunciar sin quedar

    para nada implicados por su influencia).Lo cierto es que hoy la discusin est establecida. Dispersa,pero presente. No faltan, por supuesto, las oposiciones fronta-les, a menudo airadas y nada sutiles.1Otros tratamientos mues-tran un rechazo fuerte a los indisputables desmoronamientos queimplican los tiempos light en cuanto a compromiso, criticidad,aunque no advierten todo lo que surge de los nuevos tiemposcomo chance(G. Vattimo), o promueven cierta nostalgia ideali-

    zada de la poca disciplinario-revolucionaria.2

    Desde el Centro de Investigaciones Post-doctorales (CIPOST),en Caracas, se busca hace tiempo constituir un espacio interco-nectado de discusin sobre la temtica. Algo por cierto per-fectamente posible pero no intentado por otras instancias, y muyligado al contenido de la cultura posmoderna, con su borramien-to de los enclaves territoriales inmediatos. Los intelectuales sonalgo remisos a las posibilidades abiertas por los medios telemti-cos, adems las facilidades de financiamiento son escasas en La-tinoamrica para facilitar estos emprendimientos. Pero el intentoes por eso mismo desafiante, y sin duda vale la pena profun-dizarlo.

    Fue en esa tesitura que Roberto Follari pudiera visitar alCIPOST en julio de 1996, y discutir largamente con docentes ydoctorandos algunas de sus propuestas tericas. Ya haban pasa-

    1Hay algunos ignorantes que hablan de posmodernidad, sentenci Ma-

    nuel Garretn en un alarde de efectismo retrico (encuestro organizado porla Federacin de Estudiantes, ciudad de Rosario, Argentina, octubre de 1996).Tras este juicio desmesurado, sigui con una argumentacin de tintes pocoacadmicos para convencer al pblico estudiantil de que se sigue usando larazn y por ello no existe crisis de sta. Ser necesario aclarar todavaque la crisis de la razn implica solamente la de sus modos modernos de uso, lade su pretendida neutralidad y omnipotencia? En su contribucin con estelibro, Rigoberto Lanz discute y refuta posiciones de Garretn.

    2Los trabajos de Beatriz Sarlo pueden interpretarse desde esta perspectiva.De hecho, ello llev a una breve polmica sostenida con Roberto Follari (En-cuentro sobre Formacin de Profesores, FLACSO, Buenos Aires, junio 1996),quien entiende que lo posmoderno no debiera interpretarse en clave bsica dedecadencia cultural.

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    do por all gnes Heller, Julio Ortega y otros intelectuales, que ainstancias del empuje de Rigoberto Lanz, iban tejiendo una cier-

    ta red tanto impersonal como conceptual, en cuanto a especifica-cin de problemas, nudos de discusin, campos irresueltos.

    De los contactos as realizados, surgi la idea de un libroque reuniera algunos de los aportes decisivos de la temtica en laactual Latinoamrica. Problemtica que remite a la discusin mun-dial sobre el tema y sus autores primeros (Lyotard, Vattimo, Lipo-vetsky, etc.), pero que tiene inequvocos tintes locales; en cuantoa la modificacin cultural se asienta en nuestro caso en socieda-

    des con modernidades especficas (para algunos, truncas), yest ligada a procesos de ajuste econmico neoliberal rotunda-mente excluyentes y brutalmente privatistas; adems de ser con-tinuadora de una tradicin mestiza, neohispnica o de inmigra-cin, que es muy diferente a lo que hizo la Europa contempornea.

    As que este libro es el resultado. Una combinacin de pun-tos de vista relevantes sobre lo posmoderno hoy en el subconti-nente, con la finalidad de repensar la filosofa, la teora poltica,

    los conceptos sobre sociologa y comunicacin social. Artculosque son el efecto de libres decisiones de cada autor y puntos deurgencia temtica, de modo que existe una inevitable variedad deacercamientos: habramos sido incoherentes con la posmoderni-dad misma de haber seguido un camino ms rgido.

    Por supuesto, no estn aqu todos los aportes posibles. Enningn caso ello cabra en un solo volumen, y nuestras posibili-dades institucionales y personales por un lado, y asunciones te-ricas y valorativas por otro, inevitablemente produjeron algnrecorte en el universo potencial de autores. Pero, ciertamente, seha tenido en cuenta el espectro prcticamente completo a la horade convocar, dado que los trabajos de recopilacin que vienenhacindose desde el CIPOSTpermiten una amplia cobertura de loque se est produciendo en el subcontinente sobre el tema.

    Algunos de nuestros invitados, por diversas circunstancias,no pudieron participar: Nelly Richard, Nstor Garca Canclini,Beatriz Sarlo, entre otros. Sin duda su aporte hubiera resultado

    valioso, pero no faltar ocasin de continuar con ellos el dilogoy el debate en el curso de actividades futuras.

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    El acopio de la recopilacin es en su conformacin finalmuy relevante. Participan figuras de las ms difundidas que vie-

    nen trabajando la problemtica (Martn Hopenhayn, Jess Mar-tn Barbero), se plantea sntesis de una de las cuestiones ms urgen-tes (Rigoberto Lanz), se redisea el estatuto actual del fenmeno(Roberto Follari), se conecta la cuestin a temticas especficas(Magaldy Tllez, Alexander Jimnez) o a la relevante discusinproducida en los Estados Unidos sobre lo poscolonial en Latino-amrica (Santiago Castro-Gmez). Los autores remiten a proce-dencias y nacionalidades variadas, y tambin son polifacticos tan-

    to sus puntos de vista, como sus apoyaturas tericas.Los aportes tocan diferentes aspectos de lo que hoy impor-ta sobre esta nueva situacin epocal y sus efectos. Martn Ho-penhayn nos plantea las actuales formas de imbricacin e hibri-dizacin cultural posibilitadas por lo massmeditico y la metrpoliurbana. Ante la des-identificacin y re-identificacin que surgedesde all, al despedazarse la continuidad con las tradiciones cul-turales, propone la posibilidad de pensar en trminos de tribus

    los nuevos agrupamientos. En este tiempo desasosegado que con-tiene muchos tiempos surgidos desde la multiplicidad de la ex-periencia social, la urgencia de asumir el tema de los jvenes esplanteada: en ellos lo posmoderno encuentra un cumplimientoms alto, en tanto no se formaron en los cnones de la moderni-dad. El autor se pregunta si estos adolescentes que renuevan elarraigo a la figura del Che bajo nuevos significados (una tica, unantisistema, una cierta errancia antiformalista), que no se afe-rran a ideologas crticas ni responden a una conciencia sistem-tica, pueden reencontrar campo para lo emancipatorio desdeconstelaciones de sentido nuevas, desmbolas, instaladas en elvrtigo y el desdibujamiento de los lmites.

    Por su parte, tambin dentro de la cuestin de las recon-figuraciones culturales, Jess Martn Barbero ofrece una matizadalectura de la decisiva incidencia actual de los medios en los modosde percepcin y sobre todo en los de asociacin o mejorde deshacimiento progesivo de los vnculos sociales. En primer

    lugar, argumenta contra quienes desde lo ilustrado pretendenrechazar la televisin como un mal que liquida la preeminencia

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    de los intelectuales, sin ofrecer alternativa a cambio. Sugiere asu-mir el peso estratgico de lo visual, y en todo caso revertir la

    prctica intelectual teniendo en cuenta estos modos no tradicio-nales de intervencin e incidencia. La lectura del presente marcaindicios alentadores, como cierta resistencia individualista a lamasificacin generalizada, pero marca a su vez el cariz antitti-co: puede tratarse de la retirada a lo privado propia del indivi-dualismo neoliberal. En todo caso, tambin nuestro autor nosinvita a visitar esta oralidad secundaria de que se inviste la ac-tual cultura de los jvenes, si es que queremos entender los nue-

    vos derroteros de la cultura.Por su parte, Rigoberto Lanz se propone visitar crticamen-te aportes de diferentes intelectuales relevantes en la problem-tica para discutir sobre algunos de sus puntos ms polmicos. Nose trata de resenciones de autores, ni cuestionamientos globalessino ms bien de situar puntos especficos de insercin discursi-va all donde resultan particularmente lgidos: por ejemplo, la noaceptacin por algunos de que exista una condicin posmoder-

    na, ya sea en general o particularmente en el caso latinoamerica-no, la discusin sobre la denominacin posmodernidad comoacertada, la relacin entre moderno y posmoderno, etc. Se tratade la apertura a un dilogo necesario sobre esta produccin has-ta hoy teida de ciertas sorderas mutuas; de una concreta formade hacer ejercicio de construccin del campo temtico entrenosotros. La asuncin de la cuestinposmodernidadcomo deci-siva en esta poca tie los diferentes tratamientos, que ademstienen el mrito de acercarnos a una diversidad de aportes nosiempre conocidos.

    Roberto Follari presenta algunos de los nudos problemti-cos que surgen de la discusin. Uno de ellos implica el rechazo almote de irracionalismo fcilmente puesto sobre lo posmoder-no, junto a la deconstruccin de la pretensin de situar en unpolo a una supuesta razn universal y en el otro a la anti-razn locual confundira burdamente lo posmoderno con lo premodernoo antimoderno en general. Se asume que Derrida nada tiene

    que ver con Spengler, ni Vattimo con las derechas totalitarias: loposmoderno radicaliza la deconstruccin moderna del fundamen-

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    talismo absolutista. De ninguna manera es una neorromnticaasuncin de este ltimo talante: ms bien la diseminacin del

    sentido constituye sus antpodas. Luego, el autor acua la nocinde inflexin posmoderna para referirse a lo que juzga comofin de la fiesta al terminar el primer momento posmoderno: yase habra fundado una nueva positividad histrica, que mostrarasus inditos inconvenientes, falacias y contradicciones. De la gue-rra al todo se estara pasando al todo da igual, propio de lacarencia de sentido y la falta de horizonte normativo organiza-dor de la experiencia.

    Por su parte, el trabajo de Santiago Castro-Gmez liga ladiscusin latinoamericana con la que realiza en los pases avan-zados acerca de nuestro subcontinente, con relacin a autorescomo Jameson, Mignolo, Spivak, etc. Refirindose a la categorade poscolonial acuada en esa tradicin se exploran las reloca-lizaciones producidas por las nuevas tecnologas, que nos hacenciudadanos planetarios a la vez que aorantes de la identidad conel propio territorio. Precisamente el autor asume como objeto la

    tematizacin que desde la teaching machine estadounidense seteje sobre Amrica Latina y propone que las nuevas condicionesde globalizacin autorizan la legitimidad de tales enfoques, sinque resulten exgenos. Ms todava: propone provocadora-mente con slida argumentacin que en realidad la otre-dad atribuida a Latinoamrica no ha sido sino una de las carasmismas de la dominacin colonial, que habra requerido de eseespejo invertido para poder legitimarse.

    Alexander Jimnez realiza un fino recorrido por lo efectosperversos de la produccin massmeditica de subjetividad. Tra-bajando la figura psico-antropolgica del duelo, realiza una mi-rada posmoderna de las modalidades actuales de disolucin/re-composicin de la sensibilidad y de suplicio pblico.

    Magaldy Tllez realiza un prolijo recorrido por las princi-pales concepciones sobre posmodernidad, y tambin sobre la no-cin del tiempo que le subyace. Desde Marshall Berman a GianniVattimo y Lyotard, los autores son cuidadosamente disecciona-

    dos para advertir en qu sentido se abandonara lo moderno y dequ manera desapareceran el arraigo a lo nuevo, la teleologa y

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    la nocin de acumulacin histrica. Apelando a Foucault, se su-giere una lectura diferente de la cuestin temporal, mltiple, dis-

    continua y fragmentaria, que abra espacio al acontecimiento y asu especificidad, ocluidos por el peso de la linealidad moderna.Como se ve, una multiplicidad de vueltas de tuerca a una

    problemtica que no deja de reabrirse, en ese comienzo que notermina, o esa reescritura de palimpsesto tan propia de la culturade la poca. Lo posmoderno se reinventa tericamente en la me-dida en que cada vez est obligada a certificar sus credenciales,en que es puesta a prueba como si no alcanzara estatuto suficien-

    te de legitimidad acadmica. La inevitable fuerza de las cosas laimposicin del miasma cultural en curso est finalmente esta-bleciendo su clara pertinencia. Estos textos son parte de la apues-ta, sa que no est finalizada.

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    PARPARPARPARPARTE ITE ITE ITE ITE I

    RECONFIGURACIONESCULTURALES

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    Tribu y metrpoli

    en la postmodernidadlatinoamericana*

    MARTN HOPENHAYN

    * Esta exposicin se basa en textos anteriores propios y quehe editado y rearticulado para la presente publicacin. (Notadel autor.)

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    1. TEJIDOINTERCULTURAL:DELMESTIZAJEORIGINARIOALMASSMEDITICO

    LAIDENTIDADLATINOAMERICANAdebe entenderse a partir de la com-binacin de elementos culturales provenientes de las sociedadesamerindias, europeas, africanas y otras. El escritor mexicano Car-los Fuentes seala que tiene, para Amrica Latina, una

    [...] denominacin muy complicada, difcil de pronunciar perocomprensiva por lo pronto, que es llamarnos Indo-afro-ibero-amrica; creo que incluye todas las tradiciones, todos los ele-mentos que realmente componen nuestra cultura, nuestra raza,nuestra personalidad.1

    El encuentro de culturas habra producido una sntesis culturalque se evidencia en producciones estticas, tales como el llama-do barroco latinoamericano del siglo XVIII, o el muralismo delpresente siglo. Este tejido intercultural se expresa tambin enla msica, los ritos, las fiestas populares, las danzas, el arte, laliteratura; tambin permea las estrategias productivas y los me-canismos de supervivencia.

    1 Entrevista en S. Marras:Amrica Latina, marca registrada, Edic. B-GrupoEditorial Zeta, Barcelona, 1992.

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    Esta identidad bajo la forma de tejido intercultural ha sidoconsiderada tanto desde el punto de vista de sus limitaciones como

    de sus potencialidades. Respecto a lo primero, se afirma que di-cha identidad nunca ha sido del todo constituida ni asumida. Tales la posicin que asumen, por ejemplo, Octavio Paz y RogerBartra,2en contraposicin con la defensa de las culturas hbridasque hace Nstor Garca Canclini.3 En la metfora del axoloteutilizada por Bartra, la identidad mexicana tendra un carcterlarvario o trunco, condenada a no madurar del todo. Como po-tencialidad, la identidad mestiza aparece constituyendo un n-

    cleo cultural desde el cual podemos entrar y salir de la moderni-dad con versatilidad, y con el cual podramos si asumimosplenamente la condicin de lo cultural tener un acervo desdedonde contrarrestar el sesgo excesivamente instrumental o des-historizante de las oleadas e ideologas modernizadoras.

    La fractura identitaria que hace de karmao de eterna repe-ticin tambin provee de continuidad a una historia que, de locontrario, no tendra memoria. Es la fisura de la identidad, la

    condena a permanecer divididos, lo que asegura memoria. Poreso somos, tambin, paradoja. Pues nuestra memoria est hechadel material del vaco, del error de traduccin, de la falta de cer-teza. Tenemos memoria porque un corte en nuestro pasadodesdibuja el perfil que fuimos. Nuestra memoria nos reinventamuchas identidades posibles hacia atrs para colmar esa brechaque separa el origen de la mezcla. Por fuerza nos hacemos traduc-tores de nuestro pasado, y en tanto tal lo traicionamos porquesiempre lo reinventamos, poblndolo de personajes. La literatura lati-noamericana est inundada de este signo de la ambigedad en lamirada hacia atrs: ambigedad que se transforma en invencin delpasado, desfile de mscaras que van, al mismo tiempo, ratificando yconjurando esta imprecisin en la historia y en la identidad.

    2Vanse O. Paz:El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Econmica,Mxico, 1978; y R. Bartra:La jaula de la melancola: identidad y metamorfosisdel mexicano, Edit. Grijalbo, Mxico, 1987.

    3N. Garca Canclini: Culturas hbridas. Estrategias para entrar y salir de lamodernidad, Edit. Grijalbo, Mxico, 1990.

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    De manera que el tejido intercultural es, al mismo tiempo,nuestra forma de ser modernos y de resistir a la modernidad: nuestra

    condicin de apertura cultural al intercambio con los otros ynuestra manera de incorporar la modernidad siempre de mane-ras sincrticas. Es, a la vez, identidad y des-identidad, o identi-dad yproblemade identidad. El reflejo ms patente lo ofrecen lasgrandes metrpolis de la regin: Ciudad de Mxico, Ro de Ja-neiro, Caracas y Lima son grandes metforas de esta historia hechade mezclas. Desde sus cruces estilsticos y sus superposicionesarquitectnicas, hasta la imagen de caos y los contrastes sociales

    que presentan, llevan la marca de una identidad sincrtica, esapresencia masiva de lo marginal.Esto no se explica solamente como efecto del patrn pecu-

    liar de modernizacin de las economas nacionales. Son fenme-nos en que una y otra vez se manifiesta, con toda la fuerza insubor-dinable de la identidad, una condicin cultural sincrtica. Tantoen el desarrollo larvario o desigual que define los mapas y con-trastes en las ciudades, como en la nueva heterogeneidad que

    implica a la vez fragmentacin y diversidad, y en la que se danmltiples y precarias relaciones de pertenencia, este tejido inter-cultural resiste la carga homogenizadora de la modernizacin.

    El sincretismo tambin se expresa en formas de resistenciaa los distintos efectos disolventes que la modernidad ejerce so-bre la cultura tradicional. En el caso de una sociedad tan sincr-tica como la mexicana, lo festivo, el culto a la muerte y la exalta-cin del relajo ejemplifican esta carga sincrtica antimoderna.Si la modernizacin tiene un potencial disolvente de las identida-des premodernas, estos cultos premodernos oponen no unatendencia constructiva, sino ms bien una simbologa y un ritua-lismo mestizo de la disolucin. De una manera paradjica peroreal, la evanescencia de las identidades o de las individualida-des en el culto a la muerte, en la fiesta y en el relajo, abogan almismo tiempo por la exaltacin de lo propio y por la disolucinde la identidad.

    El culto a la muerte en la cultura popular mexicana est

    poblado de smbolos: el gusto por cristos ensangrentados, el ca-rcter de evento social de los velorios, el gran despliegue esttico

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    y de comidas para el da de los muertos, etc. Si la modernidad, ensus aspectos de construccin y progreso, requiere negar la muer-

    te, el culto a la muerte niega esta negacin: vuelve a introducirdurante la celebracin una vieja familiaridad de la muerte queest afincada en el imaginario popular mexicano. As se pone enmovimiento un acto de resistencia no slo a la muerte, sino tam-bin a una cultura moderna que a su vez se resiste a convivir conel hecho cotidiano de la vecindad de la muerte. El sentido cons-tructivo y progresivo de la modernizacin tiene que confrontar yasimilar de alguna manera esta disposicin de la conciencia co-lectiva a exponerse a la prdida. Lo constructivo y lo disolutivotendrn que convivir en el estilo que asume la modernidad a par-tir de identidades culturales.

    El culto a la fiesta en Amrica Latina, que se remonta al pe-rodo colonial, se liga a la ritualizacin sincrtica que las identi-dades autctonas hicieron a la doctrina cristiana. sta expresauna tendencia contraria a la lgica moderna de la inversin y elahorro. En la fiesta se interrumpe el trabajo y se derrochan susfrutos. Pero a la vez constituye el lugar de encuentro entre cultu-

    ras, el espacio de apertura al otro por va de la celebracin.Finalmente el culto al relajo es disfuncional al proyecto de

    modernizacin por cuanto niega la regulacin del futuro y abreuna temporalidad fragmentaria y chisporroteante. La culturadel relajo se filtra y atraviesa los distintos estratos sociales: soca-va la disciplina laboral, el profesionalismo y los sistemas de tomade decisiones. En el relajo se mezcla un impulso hedonista conun impulso autodestructivo. Opera, de manera sucednea, como

    forma de vivir la libertad en medio de la servidumbre. Es el espe-jismo de la anarqua que ayuda a respirar en medio de la opre-sin, a olvidar la tenacidad de la pobreza y a burlar las exigenciasde la austeridad.

    La variable cultural parece ineludible si se quiere pensar lasubjetividad y la ciudadana ms all de las formas vacas y ret-ricas que la han hecho histricamente restringida en Amrica La-tina. Cmo hacer uso de nuestra larga historia conflictivamente

    sincrtica para asumir con mayor riqueza este desafo que hoy

    atraviesan tambin las sociedades industrializadas, y que consis-te en repensar el contenido de la ciudadana a partir de la coexis-

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    tencia progresiva de identidades tnico-culturales distintas? Asu-mir el tejido intercultural propio es, quizs, hoy da el ms autn-

    tico de asumir en medio de una modernidad signada por una di-versidad de creciente complejidad identitaria. Desafo capitalpara la filosofa latinoamericana que ponga la identidad y el cam-bio como objeto de su reflexin.

    Esta sensibilidad intercultural cobra especial fuerza con laexpansin de la industria cultural en la regin, aumentando ex-ponencialmente cuando dicha industria incorpora el nuevo po-der de la tecnologa informativa y comunicativa. Recurdese que

    en nuestra regin,[...] los receptores de radiodifusin aumentaron hasta cerca de140 millones el ao 1987, con 332 por cada mil habitantes,proporcin que ms que duplica al promedio de los pases endesarrollo. Por su parte, el nmero de transmisores de televi-sin, que en 1965 era 250, alcanza a 1.590 en 1987, en tantoque los receptores de televisin, que eran 8 millones en 1965,superan los 60 millones en 1987, elevndose as la participa-cin desde 32 por mil habitantes a 147 por mil, siendo que en

    Asia es de 49 por mil y en frica de 14 por mil ese ltimo ao.4

    En el campo del acceso a la informacin esto significa que en losespacios locales, incluso aquellos otrora sometidos a un aisla-miento endmico, se abre una ventana por la cual puede contem-plarse lo que ocurre en el mundo. Comienzan a borrarse enton-ces los lmites entro lo culto y lo popular, conviven distintas modasde distintas pocas y resulta cada vez ms difcil homologar cla-ramente las clases sociales con los estratos culturales. Todo ello

    implica una transformacin profunda de las relaciones simbli-cas entre grupos sociales distintos.

    En la medida en que la propia dinmica de la industria y elconsumo culturales erosionan la jerarqua entre lo culto y lopopular, lo alto y lo bajo, lo ajeno y lo propio, lo moder-no y lo marginal, la sociedad incrementa su disposicin cultu-ral para aceptar al otro, asumir su identidad y democratizar su

    4J. J. Brunner: Tradicionalismo y modernidad en la cultura latinoamerica-na, documento de trabajo, FLACSO, Santiago de Chile, 1990, p. 32.

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    comunicacin interna. Sin embargo, el impacto masivo y cadavez ms diversificado de la industria cultural puede surtir efectos

    en mltiples direcciones y generar los ms variados tejidos cul-turales. Su potencial de integracin y de fragmentacin parecencrecer con la misma velocidad.

    La modernidad en nuestros pases es, precisamente, un tiem-po nuevo que contiene muchos tiempos. De esta manera resultadifcil proyectar hacia nuestra regin el supuesto de linealidaddel tiempo histrico, fundado en la idea de un relevo de cultu-ras, la cual forma parte de la idea clsica de modernidad en los

    pases del Norte. En nuestra regin, las culturas reflejan este sn-drome de modernidad tarda que consiste en la incorporacinacelerada en mercados simblicos exgenos, lo que inexorable-mente da por efecto una cierta hibridez cultural. Una serie denuevos cdigos, sensibilidades, dramas pasionales, conflictoshumanos y escalas de valores, se exponen en largometrajes tele-visivos o radionovelas, llegando a pblicos que han vivido porsiglos con base en relaciones de reciprocidad, sincretismos reli-

    giosos de largusima tradicin, rituales ligados a los ciclos agrco-las y formas precarias de supervivencia. No slo conviven tiem-pos distintos en el contraste entre los mensajes y el ambientecultural en que son decodificados; en la propia programacin delos medios ya conviven lgicas y sensibilidades que remiten a dis-tintos momentos de la cultura: la telenovela brasilera, mexica-na y Flash Gordon se suceden sin cortes en la programacin deuna tarde de da de semana en La Paz o en Guatemala. Comoadvierte Jos Joaqun Brunner enEl espejo trizado, el consumi-dor se convierte en hermeneuta:

    [...] su funcin es seleccionar, reconocer y apropiarse de eseuniverso [...] est condenado a ser l mismo intrprete de lasinterpretaciones que circulan a su alrededor, a traducir expe-riencias simblicas que sin ser reales en su propia biografalo son sin embargo en su experiencia como consumidor deexperiencias simblicas producidas para l.5

    5J. J. Brunner:El espejo trizado: ensayo sobre cultura y polticas culturales,FLACSO, Santiago de Chile, 1988, p. 24.

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    2. POSTMODERNIDAD, DESIDENTIDADYDESASOSIEGOJUVENIL

    La modernizacin-en-globalizacin tiende a la des-identidad, a lades-habitacin, a des-singularizar a sus habitantes. Esto es tantoms fuerte para el caso de los jvenes que se socializan en estecdigo o en esta metamorfosis incesante de cdigos.

    Espacios y smbolos de la esttica postmoderna anulan laciudad, la reconstruyen clnicamente, en maqueta y en versinasptica, la hacen perfectamente ubicua, situable en cualquierpunto del planeta. La ciudad globalizada parece asociada a una

    explosin expresiva, pero al poco rato toda expresin parece na-cida de la misma mecnica combinatoria. Todo escaparate es partede un men previsto. El nuevo centro comercial, cada vez msmonumental y resplandeciente, es una epifana secularizada peroque a la vez niega toda posible revelacin de sentido: su irrup-cin modifica y anula todo. Es parte del mosaico, pero tambines la gran metfora de una cultura que ha erradicado la convic-cin de los sentidos en aras de la obesidad de los significantes.

    Tambin el local pblico de videogameses parte y metfora. Allla narracin ha quedado vaciada para hacer posible el titilar purodel simulacro y la textura. Miles de jvenes despueblan y pue-blan la subjetividad con base en este titilar, entran y salen con lamisma facilidad con que entra y sale el efecto de una droga. Lasmodas y los objetos privilegiados de consumo son otra metfora.Fundan una mezcla de obsolescencia acelerada y combinatoriairrestricta. El mercado asegura facilidad de identificacin simb-lica con sus productos; pero este apego es tan fugaz que se re-quiere mucho dinero para saltar de una satisfaccin simblica aotra. Como ritual de arraigo, slo el ftbol, la ceremonia domini-cal de pertenencia y continuidad histrica. All, curiosamente,los jvenes siguen espectadores. Pero con una pulsin de prota-gonismo que los lleva a la tan repetida violencia del ftbol.

    No hay identidades que resistan inclumes ms de unas ho-ras ante la fuerza de estmulos que provienen de todos los rinconesdel planeta por va de una gama creciente de fuentes informativas.

    La esttica del collage y del pastiche, tan cara a la sensibilidadpostmoderna, no es casual: constituye una metfora de esta con-

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    dicin de continua recomposicin de sensibilidades y mensajesculturales. Eptetos como hibridez y sincretismo se hacen

    cada vez ms frecuentes en el anlisis de los procesos culturalesactuales.

    Frente a estas dinmicas, la produccin de sentido colectivoen los jvenes es una caja negra, o al menos una caja de pandora.Puede, por ejemplo, desembocar en un atrincheramiento cultu-ral y valrico que adquiere rasgos mesinicos de distinto tipo:movimientos escatolgicos de izquierda y movimientos neofacis-tas de derecha, probablemente marginales y sin perspectivas de

    alterar el patrn de desarrollo capitalista, pero con efectos dis-ruptivos en el orden pblico y en la seguridad ciudadana, gruposesotricos cerrados que objetan en bloque todo lo que huela amodernidad y progreso, cruzadas de purificacin con distintoscdigos morales que se lanzan al terrorismo espiritualista y/o gru-pos defansde estrellas de rock que promueven un culto satnico(a loIron Maiden) o una asepsia militante (tipo Michael Jackson).

    Un fuerte mvil para ello es la pertenencia a un grupo en el

    cual el grado de identificacin colectiva es acentuado: ante lafalta de proyectos colectivos y de motivacin poltica, la perte-nencia orgnica a un movimiento neotribal o de valores fuertespodr servir como estrategia de identidad social para millones dejvenes hurfanos de un relato integrador. Los jvenes tienden abuscar una visin de mundo reconciliada con un proyecto perso-nal de vida. La identificacin sin reservas a una utopa escatol-gica podr operar como forma de inclusin en la dispersin. Losmismos sedimentos mesinicos y redentoristas que quedaron dis-persos con el derrumbe de las imgenes de emancipacin de ma-sas, con la rutinizacin de la poltica, con la persistencia de gra-dos importantes de exclusin social y con la tendencia ritualizanteen el consumo, podrn ser caldo de cultivo para la aparicin desucedneos de identidad para la juventud que la tiene segmentada.

    Pero en las antpodas del atrincheramiento neotribal estel efecto de dispersin que impone la cultura publicitaria. En elcampo de los mercados culturales y de la cultura del mercado,

    asistimos a un espectculo incesante: infatiglable secuencia desiluetas, figuraciones, recombinaciones hipercreativas. Los mer-

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    cados culturales todo lo convierten en imagen, combinacin, si-lueta o figura. El placer del espectculo se impone sobre la pesa-

    dez de la vida cotidiana pero a la vez se niega a s mismo por surutinizacin que lo consagra y disminuye a la vez. Para algunos,sano contingencialismo despus de tantas dcadas de ideologapesada. Para otros, la banalidad enfermiza que resulta de la pr-dida de valores de referencia.

    Esta sensibilidad lightse estrella, empero, con el muro opa-co del descontento social, coexiste sin diluirse con los jvenesduros de las ciudades latinoamericanas. La juventud popular

    urbana difcilmente puede aceptar la suave cadencia postmoder-na desde su tremenda crisis de expectativas. Es esta juventudquien ms interioriza las promesas y las aspiraciones promovidaspor los medios de comunicacin de masas, la escuela y la polti-ca, pero no accede a la movilidad y al consumo contenidos enellas. As, estos jvenes padecen una combinacin explosiva:mayores dificultades para incorporarse al mercado laboral deacuerdo con sus niveles educativos; un previo proceso de educa-

    cin y culturizacin en que han introyectado elpotencial econ-mico de la propia formacin, desmentido luego cuando entrancon pocas posibilidades al mercado del trabajo; mayor acceso ainformacin y estmulo en relacin con nuevos y variados bienesy servicios a los que no pueden acceder y que, a su vez, se cons-tituyen para ellos en smbolos de movilidad social; una clara ob-servacin de cmo otros acceden a estos bienes en un esquemaque no les parece meritocrtico; y todo esto en un momento his-trico, a escala global, donde no son muy claras las reglas deljuego limpio para acceder a los beneficios del progreso. No escasual, pues, que tanto la violencia poltica como la violencia de-lictiva de muchas de las ciudades latinoamericanas tengan a jve-nes desempleados o mal empleados por protagonistas.

    En los mismos sectores, la desmotivacin poltica es otrodato negativo desde el cual deben luchar por producir nuevossentidos para la propia vida. Esta desmotivacin tiene su hitoinicitico en el colapso de los proyectos socialistas y, con ello, del

    mito del Gran Cambio Social. Este colapso produce una ciertaorfandad existencial, en la medida que impide la plena identifica-

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    cin del individuo con la colectividad, del sujeto con el movi-miento de la historia, del joven con un ideal encarnado. El men-

    tado fin de las ideologas lo es en este sentido: como ausencia deperspectivas de redencin personal en un movimiento revolu-cionario, o ausencia de contextualizacin del proyecto perso-nal en un proyecto nacional. Esto es especialmente crtico para lajuventud popular urbana, por las siguientes razones: primero,porque es la juventud la fase etaria en que definen proyectos y seagudiza la pregunta por el sentido vital y horizonte temporal dela vida personal; segundo, porque es la juventud popular la que

    percibe menores alternativas de desarrollo individual frente a suscontemporneos, y por lo tanto requiere ms de proyeccin sim-blica; tercero, porque en el mundo urbano (en contraste con elrural) son ms dbiles los lazos premodernos, menos ntidoslos valores de referencia y los mecanismos de pertenencia. Deesta manera, la actual poltica no da respuesta ni relevo al huecovital que dej la prdida de proyectos anteriores que, mal quemal, gozaban de mayor fuerza movilizadora, de identificacin,de fusin, de promesas de protagonismo heroico, etc. El sesgopragmtico, administrativo y muystatu quoque la juventud po-pular le atribuye al actual modelo y a la forma vigente de hacerpoltica, refuerza este desencantamiento.

    En este contexto de exclusin, se busca crear identidadesgrupales, fusionarse en intersticios y mrgenes, revertir la natu-raleza del sistema por los bordes, los huecos, las transgresionescmplices y casi tribales. Las nuevas formas del paganismo bus-can el mal en este sentido, como rebasamientode control y de la

    identidad, inundacin de la subjetividad en una fusin neotribalo en el olvido exttico de s mismo: drogas, barras bravas en losestadios, recitales de msica progresiva. La exclusin se convier-te en transgresin, en espasmo, combina la gigantesca oferta delos mercados culturales con un impulso endgeno hacia la im-pugnacin. Qu se impugna? La racionalizacin de la vida mo-derna, el disciplinamiento en el trabajo y la regimentacin delcuerpo. Amor libre o erotismo furioso, baile sin reglas, msica

    sin armona o la recurrente desnivelacin del alma: en todas es-tas manifestaciones recurre un cierto impulso pagano la salida

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    del cauce, la desmesuraque alivia del tenaz esfuerzo por conte-nernos en una imagen funcional del yo. Sobre estas pulsiones

    se constituyen identidades frgiles, fugaces, cambiantes.La fusin neotribal vuelve con otro sentido, como repulsa yprotesta contra un orden que prescribe la identificacin con el

    statu quo, pero tambin como experiencia expansiva en esa mis-ma protesta. El rechazo de los lmites consiste menos en una in-vocacin crtica que en un gesto afirmativo que se justifica por elrebasamiento que provoca en su artfice. El recurso a la transgre-sin implica otra propuesta contestataria: la distancia crtica se

    revierte en efusividad del desborde. No importa la falta de agu-deza siempre que el derrame emocional sea una evidencia expe-rimental ms que una propuesta y que la transgresin sea afirma-tiva por la irrecusable explosin que provoca en la subjetividad.Importa menos su duracin que su vibracin, y menos sus enca-denamientos hacia adelante que su recurrencia espasmdica (sueterno retorno). La proliferacin de tribus urbanas es sintomti-ca. Rock, fiesta improvisada, encuentro esotrico, manifestacinespontnea, barras de ftbol, grupos anfetaminizados o cannabi-zados, danzas teraputicas, constituyen balbuceos tribales porcuyo expediente se busca este coqueteo con lo no domado: comorebasamiento y fusin en el rebasamiento, autodisolucin o fies-ta dionisaca en que convive la alienacin del yo con la liberacindel yo. La droga tambin expresa esta rebelin contra la auto-contencin gregaria. Nuevo pantesmo urbano-moderno despo-blado de dioses pero hiperpoblado por energas, nuevo paganis-mo envasado en mil rituales que invitan a romper el tedio de la

    individualidad o el sopor de la consistencia.Pero hay algo ms o el gesto se agota en este grito que mira

    hacia el cielo? Quizs el paganismo neotribal de nuestras ciuda-des responde todava a una sed de utopas: voluntad micro-ut-pica que busca aglutinarse en tribus o pequeos grupos y quequiere constituir imaginarios irreductibles a la lgica del merca-do, al consenso de superestructura y a la racionalizacin del tra-bajo. Es fusin, pero en la diferenciacin: cada tribu lleva su in-

    confundible marca de repulsa y de rebasamiento, de concentraciny fuga de energa; y cada ritual tiene un contenido especfico que

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    lo convierte en acto recurrente de diferenciacin cuando congre-ga a su tribu. La voluntad neopagana se vuelve buscando una

    disolucin que sea singular e intransferible a otras tribus u otroscdigos de referencia, claramente distinta a la disolucin estan-darizada que opera en un creador de esttica publicitaria, en elapostador en un hotel de Las Vegas o en el orador del partido demasas. Si estas voces neotribales buscan el antagonismo o la in-compatibilidad no es por mera irracionalidad: la irreductibilidada la razn es para ellos, de manera paradjica, la nica forma

    productorade una propia historia, principio vital de desunin

    del que habla Baudrillard.New age, rockero, hooligan, no-blanco, rapero, salsero, cha-mn de ciudad, no-racional o no-productivo: no rompen el con-senso poltico-institucional ni la racionalizacin productiva, peros revelan un exterioral interior del mundo que dichos consensoy racionalidad han construido y que reproducen. Ese principiode desunin es a la vez re-unin fuera de las rutinas de conten-cin y operacionalizacin de la energa. All la vida vuelve siem-pre a manifestarse como discontinuidad, exceso de individuacino de disolucin de la norma gregaria, cambio de marcha en elcontinuum, juego de contrastes. Como extraeza y vrtigo, comodesequilibrio o anomala, estas formas del mal guardan una lti-ma relacin paradojal con el sistema: lo preservan de la entropade la hiperracionalizacin, permiten lneas de fuga, pero a la vezrevelan sus lmites, rebasan en los intersticios.

    3. APUESTAPORLATRANSCULTURALIDADPor un lado tenemos la complacencia acrtica, vale decir, esa cier-ta desidia epocal que se instala cuando todo se pone al alcance.En las antpodas encontramos al atrincheramiento reactivo: seala salida fundamentalista antimoderna de los integrismos religio-sos o morales, sea la salida tribalista de aquellos que, frente a laexclusin, reaccionan con la transgresin o generando cdigosinsubordinables a la ratiomodernizadora.

    Quisiera pensar otra opcin que me seduce y provoca, en laque la globalizacin podra movilizar energas liberadoras. Me

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    refiero al enriquecimiento transcultural, al encuentro con el ra-dicalmente-otro. All los jvenes, por su mayor permeabilidad a

    nuevas expresiones y sensibilidades, cuentan con la primera op-cin de protagonismo.La globalizacin nos pone una mirada de culturas, sensi-

    bilidades y diferencias de cosmovisin en la punta de nuestrasnarices. De pronto, recrear perspectivas en el contacto con el esen-cialmente-otro se vuelve accesible en un mundo donde la hete-rogeneidad de lenguas, ritos y rdenes simblicas es cada vezms inmediata. Ya no es slo la tolerancia del otro-distinto lo que

    est en juego, sino la opcin de la metamorfosis propia en lainteraccin con ese otro. Pasamos del viejo tema del respeto a laaventura de mirarnos con los ojos del otro. Aqu encontramosuna oportunidad para transitar de la disipacin propia de la est-tica posmoderna, a una experiencia personal que puede ser mscrtica, intensa y emancipatoria.

    No es slo repetir la crtica al etnocentrismo y concederleal buen salvaje el derecho a vivir a su manera y adorar sus dioses.Ms que respeto multicultural, autorrecreacin transcultural: re-gresar a nosotros despus de pasar por el buen salvaje, ponernosexperiencialmente en perspectiva, pasar nuestro cuerpo por elcuerpo del Sur, del Norte, del Oriente, en fin, dejarnos atravesarpor el vaivn de ojos y piernas que hoy se desplazan a velocidaddesbocada de un extremo a otro del planeta, repueblan nuestrovecindario con expectativas de ser como nosotros, pero tambinlo inundan con toda la carga de una historia radicalmente-otraque se nos vuelve sbitamente prxima. Al decir holstico de

    Morris Berman, enEl reencantamiento del mundo, esto implica[...] un cambio desde la nocin freudiano-platnica de la cor-dura a la nocin alqumica de ella: el ideal ser una personamultifactica, de rasgos caleidoscpicos por as decir, que tengauna mayor fluidez de intereses, disposiciones nuevas de traba-jo y vida, roles sexuales y sociales, y as sucesivamente.

    Como en los delirios de Antonin Artaud, pasamos a reconocer-nos en personajes de otras historias y en paisajes de otras geogra-fas, tal vez sin instalarnos nunca del todo en ellas. La metamor-fosis intercultural encarna en sentido positivo el arte esquizoide

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    de mezclar las miradas dentro de s, rehacer en su propio cuerpolas biografas de los dems.

    En este desplazamiento, algo significativo resuena en la sub-jetividad. Mi diferenciacin respecto al otro queda metamorfo-seada en incesante diferenciacin conmigo mismo. Pero no setrata tanto de dar la espalda a la propia historia como de abrirlaal cruce con otras historias. La compenetracin entre lenguas,formas de alimentarse y cuidarse el cuerpo, erotismo, en fin,mviles claramente dismiles para intensificar la voluntad, cons-tituye una nueva figura que tanto en lo personal como en lo co-

    lectivo pone a prueba el ideal de singularizacin. En las vertigi-nosas migraciones que van de Este a Oeste y de Sur a Norte, en laubicuidad del ojo de cualquiera que ve el mundo a travs delmonitor y en la progresiva culturizacin del conflicto polticotanto nacional como internacionalmente, late un reto comn: las

    sntesis interculturales no slo se convierten en una posibilidadpara practicar el perspectivismo, sino en una necesidad de ser pers-pectivista para evitar paranoias de desidentidad. La compenetra-

    cin de perspectivas se desata en todas las direcciones y amenazao promete metamorfosis inditas. Son cada vez ms pluridi-reccionales, intensivos y acelerados los desplazamientos geogr-ficos de culturas enteras, mientras los massmedia las ponen atodas en la punta de nuestras narices.

    No pretendo minimizar el peso vigente de la ratiocomo va-lor de cambio universal en el patrn hegemnico de globaliza-cin (ratio como racionalidad productiva, tcnica, competitivaque se impone a toda otra sensibilidad o visin de mundo). Nisoslayar la amenaza que el atrincheramiento cultural (reactivo ala globalizacin) le plantea a los valores de diversidad y toleran-cia. Pero la existencia de la ratiocomo moneda internalizada poruna proporcin creciente de los individuos globalizados no de-biera impedir, simultneamente, la tendencia cultural hacia lasantpodas: explosin centrfuga de muchas monedas en el ima-ginario transnacionalizado, combinaciones incontables que no res-ponden a un clculo meramente racional sino que imbrican emo-

    ciones, sensaciones e incluso deseconomas. En esta opcin hayuna lucha pendiente por traducir la globalizacin a una mayor

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    democracia cultural y, al mismo tiempo, a una mayor democraciaen la propia subjetividad. Apertura horizontal de la cultura do-

    minante a muchas otras culturas, y apertura del sujeto unilaterala muchas sensibilidades.Hoy ms que nunca hay libertad para afirmar la diferencia.

    Pero tambin, ms que nunca, hay irracionalidad en el consumo,miseria evitable, injusticia social, violencia en las ciudades y en-tre culturas. La pluralidad tiene doble cara. La inestabilidad dereferencias no es garanta de un mayor pluralismo. La disolucinde identidades perdurables y la multiplicacin de referentes va-

    lricos no conllevan necesariamente a un desenlace liberador.Entre los posibles efectos podrn encontrarse tanto la rigidiza-cin de fronteras (desenlace reactivo), la disminucin del com-promiso social (desenlace pasivo), la atomizacin en referentesgrupales de tono particulista, salidas intermedias entre la mayortolerancia, nuevas formas de regulacin del conflicto, etc.

    No asistimos a un happy endsino a la historia en su desarro-llo dulce y agraz. Pero quizs est en los jvenes la energa y elatrevimiento para pisar el acelerador, inclinar la balanza hacia elencuentro entre culturas y miradas tan distintas, extraer de esoscruces nuevas ideas para repoblar el casillero vaco de las utopas.

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    Hegemona

    comunicacionaly des-centramientocultural

    JESS MARTN BARBERO

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    H E G E M O N A C O M U N I C A C I O N A L Y D E S - C E N T R A M I E N T O C U L T U R A L

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    INTRODUCCIN:ATMSFERASCULTURALESDEFINDESIGLO

    ENNINGNOTRODISCURSOse hace hoy tan necesario el uso de me-tforas1como en aquel con que intentamos descifrar la experien-cia postmoderna. Voy a utilizar la deatmsfera cultural, trabaja-da por Martn Hopenhayn,2para hacer un primer acercamientoa la radical experiencia de des-ordenque esa experiencia implica.Denominar a la primera atmsfera tecnofascinacin, pues ellase forma en la convergencia de la fascinacin tecnolgica con elrealismo de lo inevitable. Ella se traduce, de un lado, en una cul-tura delsoftwareque permite conectar la razn instrumental ala pasin personal,3y, de otro, en una multiplicidad de parado-jas densas y desconcertantes: desde la convivencia de la opulen-cia comunicacional con el debilitamiento de lo pblico, la ms

    1Ver a ese propsito: C. Geertz: Gneros confusos. La reconfiguracin delpensamiento social en C. Reynoso (comp.):El surgimiento de la antropologapostmoderna, Edit. Gedisa, Mxico, 1991, pp. 63-77.

    2Desencantados y triunfadores camino al siglo XXI: una prospectiva deatmsferas culturales en Amrica del Sur, en Ni apocalpticos ni integrados,

    Fondo de Cultura Econmica, Santiago, 1994.3Ibdem, p. 40.

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    grande disponibilidad de informacin con el palpable deteriorode la educacin formal, la continua explosin de imgenes con el

    empobrecimiento de la experiencia hasta la multiplicacin infini-ta de los signos en una sociedad que padece el ms grande dficitsimblico. La convergencia entre sociedad de mercado y racio-nalidad tecnolgica disocia la sociedad en sociedades parale-las: la de los conectadosa la infinita oferta de bienes y saberes yla de los excluidoscada vez ms abiertamente, tanto de los bienescomo de la informacin exigida para poder decidir. La culturadelsoftwareenlaza as con la de laprivatizacin, que convierte la

    poltica en intercambio y negociacin de intereses y se autole-gitima en la identificacin de la autonoma del sujeto con el m-bito de laprivacidaden el cual resguardarse de la masificacin, ycon el del consumodesde el que el sujeto se construye un rostrosocialmente reconocible. Pero en Amrica Latina esta experien-cia tardomoderna se halla atravesada por un especial malestar.La desmitificacin de las tradiciones y las costumbres, desde lascuales, hasta hace bien poco, nuestras sociedades elaboraban sus

    contextos de confianza,4desmorona la tica y desdibuja el h-bitat cultural. Ah arraigan algunas de nuestra ms secretas y enco-nadas violencias. Pues la gente puede con cierta facilidad asimilarlos instrumentos tecnolgicos y las imgenes de modernizacin,pero slo muy lenta y dolorosamente pueden recomponer su sis-tema de valores, de normas ticas y virtudes cvicas. El cambiode poca est en nuestra sensibilidad, pero a la crisis de mapasideolgicos se agrega una erosin de los mapas cognitivos5que

    nos deja sin categoras de interpretacin capaces de captar elrumbo de las vertiginosas transformaciones que vivimos.

    La segunda atmsfera es la desecularizacin. Primero fue lasecularizacin como proceso de conquista de la autonoma delEstado, de las esferas del arte, la ciencia y la moral con relacin a

    4J. J. Brunner:Bienvenidos a la modernidad, Edit. Planeta, Santiago, 1994,p. 37.

    5N. Lechner: Amrica Latina: la visin de los cientistas sociales, enNuevaSociedad, no139, Caracas, 1995, p. 124.

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    unas iglesias convertidas en poder poltico y social. Proceso anincompleto en nuestros pases pero que en los ltimos aos pre-

    senta avances innegables, como lo atestigua en un pas tan cleri-cal como Colombia la abierta secularizacin que representa lanueva Constitucin, en la que Dios pas de ser la fuente supre-ma de toda autoridad a mero protector de la Constitucinmisma. En su segunda fase, la secularizacin seala hoy el esce-nario de la lucha por una nueva autonoma, la del sujeto. Explci-tamente ubicada por Manuel Antonio Garretn en el campo dela poltica, esta segunda fase se manifiesta en los nuevos temas

    que configuran la agenda poltica, como el derecho a la diferen-cia de las mujeres o los homosexuales y elprincipio de autorrea-lizacin o felicidad en que se expresan las luchas contra lasdiversas formas de alienacin que en las sociedades contempo-rneas no proceden solamente de la explotacin,6luchas queredefinen el sentido y alcance de la accin poltica ya que son a lavez, inextricablemente, individuales y colectivas. El principio deautorrealizacin aparece consagrado en la nueva Constitucin

    colombiana como derecho fundamental de la persona y ha sidoaplicado valientemente por la Corte Constitucional al uso perso-nal de la droga. Y est tambin inscrito en la importancia que elcuerpo ha cobrado en este fin de siglo como escenario de experi-mentacin vital y objeto de atencin y cuidado cada vez ms gran-des. Es indudable que en este ltimo aspecto la autorrealizacinse inserta tambin en las tendencias individualistas y hedonistasde la sociedad de mercado. Pero las estratagemas del mercado

    enchufan en un movimiento que viene de ms lejos y que es mu-cho ms hondo, a saber, el de la autonoma del sujeto que la so-ciedad actual amenaza ms hondamente que ninguna anterior yque tiene su otra cara en la crucial y contradictoria defensa de laprivacidad. Sabemos que la privatizacin del mundo de la vidaconecta con la privatizacin del mundo econmico y la erosindel tejido societal legitimadas por la racionalidad que despliega

    6M. A. Garretn: Cultura poltica y sociedad en la reconstruccin demo-crtica, enLa faz sumergida del iceberg, LOM/CESOC, Santiago, 1994, p. 22.

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    la poltica neoliberal crecimiento de la desigualdad, concen-tracin del ingreso, reduccin del gasto social, deterioro de la

    escena pblica que est llevando la atomizacin social hasta eldeterioro de los mecanismos bsicos de la cohesin poltica ycultural, as como desgastando sus representaciones simblicashasta el punto en que la legtima defensa de las identidades des-emboca en la devaluacin de un horizonte mnimo comn. Perola defensa de la privacidad conecta paradjicamente tambin conla desprivatizacin a que se ve sometida la vida de la familia y laintimidad de los individuos especialmente por la intromisinde

    los medios masivos, convirtiendo el derecho a la privacidad enuno de los ms importantes a la hora de regular colectivamentelos nuevos procesos y tecnologas de informacin sobre los quese basa la expansin y globalizacin del mercado. Necesitamosrepensar lo privado no slo con relacin al replieguedesocializadorsobre lo hogareo y lo domstico con el consiguiente declivedel hombre pblico y el crecimiento de un narcisismo que fetichizael yo sino tambin en lo que tiene de resistenciaa la viscosidad

    con que el poder poltico y el del mercado atentan contra la auto-noma del individuo. Del rechazo a lo colectivo, y especficamen-te a dejarse representar, emergen hoy tanto la desafeccin ideo-lgica hacia las instituciones de la poltica como la bsqueda de unquiebre de la uniformacin que produce la estandarizacin/seriali-zacin de la vida, as como la ruptura con el discurso que denunciala desigualdad por su incapacidad para representar la diferencia.

    Finalmente, una tercera atmsfera: el des-encantamientoque

    hoy atomiza el lazo social. Nos referimos en primer lugar a ladevaluacin de la memoriaque produce la programada obsoles-cencia de los objetos configurando una sociedad en la que, de lacasa a la calle, el mundo cotidiano se convierte aceleradamenteen no-lugar,7espacio sin espesor histrico, sin duracin, descar-gado simblicamente de toda relacin con las comunidades delpasado y sin casi conversacin entre generaciones. Contribuyen

    7M. Aug:Los no-lugares. Espacios de anonimato. (Una antropologa de lasobremodernidad), Edit. Gedisa, Barcelona, 1992.

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    a esa devaluacin tanto la desmaterializacin ejercida por losmedios audiovisuales y las redes electrnicas al profundizar el

    desanclaje8espacial producido por la modernidad sobre las pecu-liaridades locales(mapas mentales, hbitos, tradiciones) como elculto al presente9que fabrican el mercado y los medios. Pero vivi-mos otra perturbacin desencantante que Giuseppe Richeri hareferido lcidamente como la disgregacin del tejido de tradicio-nes e interacciones que daban consistencia al sindicato y al parti-do poltico de masas.10Mientras los sindicatos experimentan sudesarraigo del mundo del trabajo porque las fbricas se descen-

    tralizan, las profesiones se diversifican y se hibridan, los lugaresy las ocasiones de interaccin se reducen, al mismo tiempo que latrama de intereses y objetivos polticos se desagrega, los partidosexperimentan la prdida de los lugares de intercambio con la so-ciedad, el desdibujamiento de las maneras de enlace, de comuni-cacin con la sociedad conducindolos a un progresivo alejamientodel mundo de la vida hasta convertirse en puras maquinarias elec-torales cooptadas por las burocracias de poder.

    La secularizacin se carga de desencanto y se traduce tam-bin sobre todo en pases en los que las ideologas polticas, dederecha y de izquierda, fueron vividas como creencias religio-sas en un generalizado descrdito del discurso y una crecientedesafeccin por la poltica.

    8A. Giddens: Desanclaje, en Consecuencias de la modernidad, Edit. Alianza,Madrid, 1993, pp. 32 ss.

    9Ver a ese propsito O. Monguin: Una memoria sin historia?, en Puntode vista, no49, Buenos Aires, 1994, pp. 22 ss.

    10G. Richeri: Crisis de la sociedad, crisis de la televisin en Contratexto, no4,Lima, 1989.

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    1. INTELECTUALESYDES-ORDENCULTURAL

    La lnea de cultura se ha quebrado definitivamen-te y tambin lo ha hecho con ella el orden tempo-ral sucesivo. La simultaneidad y la mezcolanza hanganado la partida: las manifestaciones cultas, po-pulares y las de masas se intercambian, dialogan, ylo hacen bajo la forma de un cruce que acaba portornarlas inestricables. El anonimato no significaque la autora sea comunitaria, sino que la fuentese ha desperdigado, y a la postre extraviado.

    V. SNCHEZBIOSCA: Una cultura de la fragmentacin

    Nestor Garca Canclini ha sido uno de los primeros en explorarlos modos de relacin de los intelectuales latinoamericanos conla tardomodernidad desde su relacin con la televisin, y ellomediante un anlisis de los diferentes modos de mirarla JorgeLuis Borges y Octavio Paz.11Podramos hacer una comparacinigualmente ilustrativa a este respecto entre dos pases como Co-lombia y Brasil.

    El desinters, y en el mejor de los casos el desprecio, de

    los intelectuales y los cientficos sociales por la televisin en Co-lombia tiene todas las caractersticas del rencordel que hablaraNietzsche: frente a la identificacin de los sectores popularescon la escena televisiva, ya sea al ver all condensadas sus frustra-ciones nacionales por la tragedia de su equipo en el ltimo mun-dial de ftbol, o su orgulloso reconocimiento en las figuras queen la telenovela Caf con aroma de mujerdramatizaron las lu-chas de la gente de la regin y la industria cafetera, la culta mino-

    ra vuelca en la televisin su impotencia y su necesidad de exorci-zar la pesadilla cotidiana convirtindola en chivo expiatorio alcual cargarle las cuentas de la violencia, del vaco moral y la de-gradacin cultural. La televisin sera adems la principal culpa-ble de que en el pas no haya cine ni se apoye al teatro, culpablede que los empresarios no inviertan sino en ella, y de que los

    11N. Garca Canclini: De Paz a Borges: comportamientos ante el televisor,en Culturas hbridas.Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Edit. Grijalbo,Mxico, 1990, pp. 96 ss.

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    espectadores hayan perdido el gusto por el verdadero arte. Esaactitud ha hecho imposible en Colombia la existencia de una co-

    rriente intelectual que, como en Brasil o Chile por ejemplo, mirela televisin desde un discurso menos maniqueo, y capaz de su-perar una crtica intelectualmente rentablejustamente porque lonico que propone es no mirar televisin. Y jactarse de ello comoprueba de resistencia a la decadencia de Occidente. Hasta losmaestros de escuela niegan que les gusta y que ven televisin,creyendo as defender ante los alumnos su hoy menguada autori-dad intelectual!

    Resulta bien significativo que en Brasil, donde la televisines mediada aun ms fuertemente que en Colombia por las condi-ciones del negocio, pues constituye una gigantesca industria deexportacin, ese medio se haya convertido sin embargo en unespacio de cruces estratgicos con su tradicin cultural, teatral,novelesca, cinematogrfica, e incluso con el pensamiento y el tra-bajo de no pocos intelectuales y artistas de izquierda. Algunos delos cientistas sociales y filsofos de ms peso, como Sergio Mice-

    li, Renato Ortiz, Muiz Sodr, Decio Pignatari, son autores deinvestigaciones y ensayos decisivos sobre las relaciones de la te-levisin con su pas. Y algunos de los ms exitosos libretistas ydirectores son novelistas o dramaturgos pertenecientes al parti-do comunista y al PT, como Das Gmez, Comparato o Aguinal-do Silva. Lo cual ha posibilitado hacer de la telenovela brasileaun espacio estratgico de expresin de los mestizajes y contra-dicciones que en ese pas ha producido su modernidad.

    Una pista de compresin de ese contraste la ofrece DanielPecaut al trazar las diferencias de Colombia con el imaginariomodernizador de Brasil: ese que pasando por el mito evolu-cionista y que por la nueva presencia del Estado introduce el po-pulismo de Getulio Vargas, crea las condiciones para el recono-cimiento de la importancia del lenguaje poltico y del rol socialde los intelectuales. A la inversa, en Colombia la precariedaddel Estado y los obstculos poder exagerado de la Iglesia, au-sencia de emigracin portadora del pensamiento positivista

    contribuyeron a privar de legitimidad al discurso de los intelec-tuales y a impedir la conformacin de un entorno cultural

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    favorable al desarrollo de la racionalidad cientfica.12 De esemodo los intelectuales en Colombia, como en la mayor parte de

    Amrica Latina, han pasado de esa larga ausencia de legitimidadsocial a la profunda erosin que en su autoridad produce hoy ladesorganizacin del orden cultural introducida por la hegemonadel campo audiovisual que cataliza la televisin.

    S que el curso que lleva mi reflexin la coloca por fuera dellugar legitimado por las disciplinas y las cofradas discursivas,tornando mi posicin altamente vulnerable a los malentendidos.Ser que an me reconozco en la tarea del intelectualconstitui-da por la crtica de lo existente, el espritu libre y anticonfor-mista, la ausencia de temor ante los poderosos, el sentido de soli-daridad con las vctimas?13Ah me reconozco, ciertamente; perono como en una trinchera que me resguarda de las incertidum-bres de la gente del comn. Sino en el esfuerzo por construir unacrticaque explique el mundo social en orden a transformarlo, yno a obtener satisfaccin o sacar provecho del acto de su nega-cin informada.14Lo que trasladado a nuestro terreno significauna crtica capaz de distinguir la necesaria, la indispensable de-

    nuncia de la complicidad de la televisin con las manipulacionesdel poder y los ms srdidos intereses mercantiles que secues-tran las posibilidades democratizadoras de la informacin y lasposibilidades de creatividad y de enriquecimiento cultural, refor-zando prejuicios racistas y machistas y contagindonos de la bana-lidad y mediocridad de la inmensa mayora de la programacindel lugar estratgico que la televisin ocupa en las dinmicas dela cultura cotidiana de las mayoras, en la transformacin de las

    sensibilidades, en los modos de construir imaginarios e identida-des. Que es distinta a una crtica que, al identificar la televisincon la quintaesencia de la incultura,15deja al descubierto el

    12D. Pecaut: Modernidad, modernizacin y cultura, en Gaceta de Colcul-tura, Bogot, 1990.

    13B. Sarlo:Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videoculturaen Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994, p. 180.

    14J. J. Brunner: Conocimiento, sociedad y poltica, FLACSO, Santiago, 1993, p. 15.15H. A. Faciolince: La telenovela o el bienestar en la incultura, en Nme-

    ro, no9, Bogot, 1996.

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    pertinaz y soterrado talante elitista que prologa esa mirada. Con-fundiendo iletrado con inculto, las lites ilustradas desde el siglo

    XVIII, al mismo tiempo que afirmaban al puebloen la poltica lonegaban en la cultura, haciendo de la inculturael rasgo intrnsecoque configuraba la identidad de los sectores populares, insulto conque tapaban su interesada incapacidad de aceptar que en esos sec-tores pudiera haber experiencias y matrices de otrasculturas.

    Lo que hace sintomticamente reveladoras del actual ma-lestar cultural a las conflictivas relaciones de los intelectualescon la televisin son razones y motivaciones de orden general.

    Pues el des-orden en la culturaque introduce la experiencia au-diovisual, atenta hondamente contra la autoridad social del inte-lectual. Primero fue el cine. Al conectar con el nuevosensoriumde las masas, con la experiencia de la multitud que vive el pa-seante en las avenidas de la gran ciudad, el cine vino a acercar elhombre a las cosas, pues

    [...] quitarle su envoltura a cada objeto, triturar suauraes lasignatura de una percepcin cuyo sentido para lo igual en el

    mundo ha crecido tanto que, incluso por medio de la repro-duccin, le gana terreno a lo irrepetible.16

    Y al triturar el aura, especialmente del arte, que era el eje de lo quelos intelectuales han tendido a considerar cultura, el mundo delos nuevos clrigossufra una herida profunda: el cine haca visi-blela modernidad de unas experiencias culturales que no se re-gan por sus cnones ni eran gozables desde su gusto. Pero do-mesticada esa fuerza subversiva del cine por la industria de

    Hollywood, que expande su gramtica narrativa y mercantil almundo entero, Europa reintroducir en los aos sesenta una nue-va legitimidad cultural, la del cine de autor, con la que recuperael cine para el arte y lo distancia definitivamente del medio quepor esos mismos aos haca su entrada en la escena mundial, latelevisin.

    La televisin, el medio que ms radicalmente va a desorde-nar la idea y los lmites del campo de la cultura: sus tajantes sepa-

    16W. Benjamin:Discursos interrumpidos, Edit. Taurus, Madrid, 1982, p. 25.

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    raciones entre realidad y ficcin, entre vanguardia y kistch, entreespacio de ocio y de trabajo.

    Ha cambiado nuestra relacin con los productos masivos ylos del arte elevado. Las diferencias se han reducido o anula-do, y con las diferencias se han deformado las relaciones tem-porales y las lneas de filiacin. Cuando se registran estoscambios de horizonte nadie dice que las cosas vayan mejor, opeor: simplemente han cambiado, y tambin los juicios devalor debern atenerse a parmetros distintos. Debemos co-menzar por el principio a interrogarnos sobre lo que ocurre.17

    Ms que buscar su nicho en la idea ilustrada de cultura, laexperienciaaudiovisualla replantea desde la raz, es decir, desdelos nuevos modos de relacin con la realidad, desde las transfor-maciones de nuestra percepcin del espacio y del tiempo. Delespacio, profundizando el desanclajeque produce la modernidadcon relacin al lugar, desterritorializacin de los modos de pre-sencia y relacin, de las formas de percibir lo prximo y lo lejanoque hacen ms cercano lo vivido a distancia que lo que cruza

    nuestro espacio fsico cotidianamente. Telpolises al mismo tiem-po una metfora y la experiencia del habitante de una nueva ciu-dad-mundo cuyas delimitaciones ya no estn basadas en la dis-tincin entre interior, frontera y exterior, ni por lo tanto en lasparcelas del territorio.18 Paradjicamente esa nueva espaciali-dad no emerge del recorrido viajero que me saca de mi pequeomundo sino de su revs, de la experiencia domsticaconvertidapor la televisin y el computador en ese territorio virtual al que,como expresivamente dijo Virilio, todo llega sin que haya quepartir.

    Histricamente ligados al territorio del espacio-nacin y asus dinmicas, en lo que Gramsci definiera como lo nacionalpopular,19 los intelectuales se realizan justamente en hacer la

    17U. Eco: La multiplicacin de los medios, en Cultura y nuevas tecnologas,Novatex, Madrid, 1986, p. 124.

    18J. Echeverra: Telpolis, Edit. Destino, Barcelona, 1994, p. 9.19A. Gramsci: Los intelectuales y la organizacin de la cultura, en Cultura

    y literatura, Edit. Pennsula, Barcelona, 1977.

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    ligazn entre memoria nacional y accin poltica, ligazn de laque derivaban su funcin pedaggica, proftica, interpretativa.

    Escribieron para el Pueblo o para la Nacin. Escribieron slopara sus iguales, despreciando a todos los pblicos [...]. Sesintieron libres frente a todos los poderes; cortejaron todoslos poderes. Se entusiasmaron con las grandes revoluciones ytambin fueron sus primeras vctimas. Son los intelectuales:una categora cuya existencia misma hoy es un problema.20

    Al entrar en crisis el espacio de lo nacional, por la globalizacineconmica y tecnolgica que redefine la capacidad de decisin

    poltica de los estados nacionales, y en la que se inserta la deste-rritorializacin cultural que moviliza la industria audiovisual, losintelectuales encuentran serias dificultades para reubicar su fun-cin. Pues desanclada del espacio nacional, la cultura pierde sulazo orgnico con el territorio, y con la lengua, que es del tejido

    propiodel trabajo del intelectual. Anderson nos ha descubiertocmo las dos formas de imaginacin que florecen en el siglo XVIII,la novela y el peridico, fueron las que proveyeron los medios

    tcnicos necesarios para la representacin de la clase de co-munidad imaginadaque es la nacin.21

    Pero esa representacin, y sus medios, atraviesan una seriacrisis. En una obra capital, que penetra dimensiones poco pensa-das en el discurso postmoderno, Nora desentraa el sentido deldesvanecimiento del sentimiento histrico en este fin de siglo, ala vez que constata el crecimiento de lapasin por la memoria:

    La nacin de Renan ha muerto y no volver. No volver por-que el relevo del mito nacional por la memoria supone unamutacin profunda: un pasado que ha perdido la coherenciaorganizativa de una historia se convierte por completo en unespacio patrimonial.22

    20B. Sarlo: ob. cit., p. 179.21B. Anderson: Comunidades imaginadas, Fondo de Cultura Econmica,

    Mxico, 1993, p. 47.22P. Nora:Lers lieux de memoire , Edit. Gallimard, vol. III, Pars, 1992,

    p. 1.009.

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    Es decir, en un espacio ms museogrfico que histrico. Y unamemoria nacional edificada sobre la reivindicacin patrimonial

    estalla, se divide, se multiplica. Es la otra cara de la crisis de lonacional, complementaria del nuevo entramado que constituyelo global: cada regin, cada localidad, cada grupo reclama el de-recho a su memoria. Poniendo en escena una representacinfrag-mentada de la unidad territorial de lo nacional, los lugares dememoriacelebran paradjicamente el fin de la novela nacional.23

    Ahora el cine, que fue durante la primera mitad del siglo XXelheredero de la vocacin nacional de la novela, el pblico no

    iba al cine a soar, sino a aprender, sobre todo a ser mexica-nos24afirma Carlos Monsivais lo ven las mayoras en el tele-visor de su casa, al tiempo que la televisin misma se convierteen un reclamo fundamental de las comunidades regionales y lo-cales en su lucha por el derecho a la construccin de su propiaimagen, que se confunde as con el derecho a su memoria, de quehablara Nora.

    La percepcin del tiempoen que se inserta/instaura elsenso-

    riumaudiovisualest marcada por las experiencias de la simulta-neidad de la instantnea y del flujo. La perturbacin del sentimien-to histrico se hace todava ms evidente en una contemporaneidadque confunde los tiempos y los aplasta sobre lasimultaneidaddelo actual, sobre el culto al presente que alimentan en su conjun-to los medios de comunicacin, y en especial la televisin. Puesuna tarea clave de los medios esfabricar presente:

    [...] un presente concebido bajo la forma de golpes sucesi-vos sin relacin histrica entre ellos. Un presente autista, quecree poder bastarse a s mismo.25

    La contemporaneidad que producen los medios remite, por unlado, al debilitamiento del pasado, a su reencuentro descontex-

    23O. Monguin: ob. cit., p. 2624C. Monsivais: Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX, enHistoria

    general de Mxico, vol. IV, Colegio de Mxico, 1976.25O. Monguin: ob. cit., p. 25.

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    tualizado, deshistorizado, reducido a cita,26que permite insertaren los discursos de hoy, arquitectnicos, plsticos o literarios,

    elementos y rasgos de estilos y formas del pasado en unpasticheque es slo

    [...] imitacin de una mueca, un discurso que habla una len-gua muerta [...] la rapia aleatoria de todos los estilos delpasado en la progresiva primaca de lo neo, en la coloniza-cin del presente por las modas de la nostalgia.27

    Y del otro, remite a laausencia de futuroque, de espaldas a lasutopas, nos instala en unpresente continuo, en

    [...] una secuencia de acontecimientos que no alcanza a crista-lizar en duracin, y sin la cual ninguna experiencia logra crear-se, ms all de la retrica del momento, un horizonte de futu-ro. Hay proyecciones pero no proyectos. El futuro se restringea un ms all: el mesianismo es la otra cara del ensimisma-miento.28

    Los medios audiovisuales (cine a lo Hollywood, televisin, vi-deo) son a la vez el discurso por antonomasia del bricolagede lostiempos que nos familiariza sin esfuerzo, arrancndolo a lascomplejidades y ambigedades de su poca, con cualquier acon-tecimiento del pasado y el discurso que mejor expresa la com-

    presindel presente, al transformar el tiempo extensivo de la his-toria en el intensivo de la instantnea. Intensidad de un tiempoque alcanza su plenitud en la simultaneidad que instaura, entre elacontecimiento y su imagen, la toma directa. Pero esa nueva tem-poralidad tiene su costo. Y as de costoso, como ningn otro, el

    tiempo del videoclip publicitario o musical hace de la disconti-nuidad la clave de su sintaxis y de su productividad. Los spotpublicitarios fragmentan la estructura narrativa de los relatos

    26U. Eco: Apostilla aEl nombre de la rosa, enAnlisis, no9, Barcelona,1984, pp. 27 ss.

    27F. Jameson:El postmodernismo o la lgica cultural del capitalismo avanza-do, Edit. Paids, Barcelona, 1992, p. 45.

    28N. Lechner: La democracia en el contexto de una cultura postmoderna,en Cultura poltica y democratizacin, FLACSO, Buenos Aires, 1987, p. 260.

  • 5/28/2018 Follari Roberto Et Alt - Enfoques Sobre Posmodernidad en America Latina - sli...

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    J E S S M A R T N B A R B E R O

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    informativos o dramticos, y la publicidad a su vez se teje conmicrorrelatos visualmente fragmentados al infinito. Pero lo que

    anima el ritmo y compone la escena es elflujo: ese continuumdeimgenes que indiferencia los programas y constituye la formade la pantalla encendida. Aunque nos suene escandaloso el pa-rangn, fue en la literatura de vanguardia Joyce y Proustdonde por primera vez el flujo del monlogo interior apareciarticulando los fragmentos de memoria, los pedazos de hechos,los discursos, dando cuerpo a la fugacidad del tiempo. En el otroextremo del campo cultural, la radio vino a ritmar la jornada

    domstica dando forma por primera vez, con su flujo sonoro, alcontinuumde la rutina cotidiana. De una punta a la otra del es-pectro cultural, el flujo implica disolvencia de gneros y exalta-cin expresiva de lo efmero. Hoy los flujos televisivo e inform-tico29ponen la metfora ms realdel fin de los grandes relatos,por la equivalencia de todos los discursos informacin, drama,publicidad, ciencia, pornografa, datos financieros la interpe-netrabilidad de todos los gneros y la transformacin de lo ef-

    mero en clave de produccin y en propuesta de goce esttico.Una propuesta basada en la exaltacin de lo mvil y difuso de lacarencia de clausura y la indeterminacin temporal.

    2. OBJETOSNMADASYFRONTERASBORROSASDELSABERSOBRELOSOCIAL

    En la nueva percepcin del espacio y del tiempo se despliega unmapa de sntomas y desafos para las ciencias sociales, un mapade objetos nuevos para la reflexin. Pienso que en el rechazo delas ciencias sociales a hacerse cargo de la cultura audiovisual hayalgo ms que el dficit de legitimidad acadmica que padece comoobjeto. Pareciera ms bien que socilog